¿Puede un ateo celebrar a un santo? ¿Puede un protestante venerar a un santo? A primera vista, la respuesta es no. Sin embargo, en realidad, depende. ¿De qué depende? Del lugar donde se celebre. Si en ese lugar han sido superados viejos prejuicios anticatólicos y los clichés que ello lleva consigo, es posible que un católico, un protestante y un ateo vayan de la mano para recordar la figura de un santo, por la impronta que ha dejado en la cultura y en la civilización de ese lugar. Tal es el caso de Alemania, donde ateos, protestantes y católicos celebran a san Martín de Tours (11 de noviembre) o a san Nicolás de Bari (6 de diciembre).
San Nicolás en Alemania
Me lo hacía considerar, recientemente, una amiga que vive en Alemania. Comentando cómo los niños hacen una procesión de velas, al atardecer, durante toda una semana, para celebrar a san Martín de Tours. Son seguidos, mezclándose entre ellos, por católicos, protestantes y ateos. Todos se unen a la fiesta, por considerarla parte del patrimonio cultural alemán. Digamos que la identidad germana incluye la celebración de san Martín, de forma que su fiesta va más allá de las estrictas fronteras del catolicismo, para ser un santo de todos los alemanes (lo que no deja de ser curioso, pues su tumba está en Francia y su origen es húngaro).
Algo análogo sucede con san Nicolás de Bari que, como se sabe, es el antecedente histórico de la figura de Santa Claus (del alemán Sankt Niklaus) y Papa Noël. Originalmente los regalos se entregaban a los niños el 6 de diciembre, día de su fiesta. Se cambió a Navidad la fecha de entrega de los presentes gracias a la reforma protestante, que dio mayor importancia al Christkind, al nacimiento de Jesús, siendo el Niño Jesús quien traía los regalos. Curiosamente también, lo de la chimenea como lugar por donde entra Santa Claus para repartir los regalos, tiene su origen en una tradición, según la cual san Nicolás dejó caer sobre la chimenea de una casa pobre, una bolsa con monedas de oro, ya que el padre de esa familia había decidido dedicar a sus tres hijas a la prostitución, porque no tenía dinero para darles dote.
Procesión de San Martín en Berlín
Ahora bien, lo que vemos en Alemania, supone la existencia de un ateísmo y un protestantismo maduros que, sin renunciar a su propia identidad y a sus propias ideas, reconocen la presencia de elementos católicos en la configuración de la cultura en la cual viven. Tienen la madurez para reconocer un hecho histórico y cultural: cómo los elementos católicos han contribuido a conformar la identidad alemana. Digamos que su culto no es religioso, sino nacional. Son, respectivamente, ateísmos y protestantismos maduros, que han superado el estadio de beligerancia contra el catolicismo, y tienen la capacidad de reconocer las cosas buenas que éste ha proporcionado a su patria a lo largo de la historia.
Dicha madurez me hacía pensar que en América Latina estamos muy lejos de conseguirla. Por acá, con mucha frecuencia, los grupos evangélicos conciben su identidad en clave antagónica con el catolicismo. Es decir, lo que los aúna, muchas veces, es tener un enemigo común: la Iglesia Católica. Por lo tanto, construyen su propia identidad en confrontación con el catolicismo, de manera que son incapaces de reconocer nada bueno en él, pues dejarían entonces de tener una razón para existir. Se trataría, en consecuencia, de protestantismos inmaduros, que necesitan de la confrontación con el catolicismo para definir su identidad. En ese sentido, es difícil que un evangélico practicante reconozca el valor que tiene la Virgen de Guadalupe en la conformación de la identidad mexicana, o el Señor de los Milagros en la cultura peruana.
Procesión del Señor de los Milagros en Lima
También, en América Latina, nos encontramos con frecuencia, con grupos ateos beligerantes. Más que ateos, en realidad son antiteístas, pues definen su identidad en confrontación con los valores católicos, mientras copian los modus operandi de las religiones, por ejemplo, su talante proselitista y agresivamente polémico. Quizá la manifestación más evidente de ello sean algunas de las actividades que organizan, por ejemplo “la parrillada hereje”, una carne asada que se realiza el Viernes Santo. Buscan hacer coincidir su evento social con la conmemoración litúrgica del Viernes Santo, como una especie de bautizo de fuego, en el cual se pone en evidencia cómo han roto definitivamente con sus creencias católicas, aunque, irónicamente, todavía dependen de ellas.
¿Cómo sería un ateísmo maduro en América Latina? A mi entender debería cumplir con dos condiciones: la primera, ser pacífico, operar bajo el lema: “vive y deja vivir”. No entender que “el enemigo” es el creyente, sino dejar a cada quien seguir su camino: si ateo, ateo; si creyente, creyendo. La segunda característica -y la más difícil- es reconocer el valor objetivo de lo que la cultura católica ha proporcionado a las tradiciones del país, contribuyendo decisivamente a forjar su identidad. Bajo ese prisma, nada de extraño tendría que un ateo participara en la procesión del Señor de los Milagros, o celebrara el 12 de diciembre a la Virgen de Guadalupe.
Vulgarmente se afirma que la historia la escriben los vencedores. Sin embargo, ya no es así. La cultura woke nos ha enseñado a reescribir la historia, a resignificar la cultura, los hechos, la realidad toda, viéndola desde un nuevo prisma, lo que otorga una nueva vigencia a las palabras de Campoamor: “Nada es verdad, nada es mentira, todo es del color del cristal con que se mira”.
En el caso del catolicismo reciente, estamos viendo cómo se ha reescrito su historia y resignificado su papel en la cultura, la sociedad y el mundo. Hay tres ejemplos paradigmáticos de este proceso de “deconstrucción”, es decir, deshacer una realidad en sus elementos más simples, para reconstruirla de forma diferente. El resultado es que, con elementos verdaderos, deconstruyes una realidad, para construir otra nueva, diferente, que ya no es verdadera. Sustituyes así una narrativa original y veraz, por otra divergente y falaz, que pasa a ocupar el lugar de la primera. Se trataría de la deconstrucción del papel que tuvieron en la Iglesia y el mundo el Venerable Pío XII, santa Teresa de Calcuta y san Juan Pablo II, por orden cronológico.
Primero, Pío XII. Al terminar la guerra, recibió repetidas veces el reconocimiento del pueblo judío, por su callada labor que salvó directamente a miles de judíos en Roma, y sus esfuerzos diplomáticos por alcanzar la paz y salvar judíos del holocausto nazi. Así, nada más terminar la guerra, el 21 de septiembre de 1945, Leo Kubowitzki, Secretario General del Congreso Judío Mundial, expresó su “más sentido agradecimiento por la acción realizada por la Iglesia Católica a favor del pueblo judío en toda Europa durante la guerra”. Así se percibía la labor de Papa -avalada con hechos concretos- al finalizar la guerra. Pocos años más tarde, cuando falleció Pío XII en 1958 y habiendo surgido ya el Estado de Israel, con más perspectiva histórica, Golda Meir, entonces Ministra de Asuntos Exteriores y más tarde Primera Ministra Israelí, consideró a Pío XII como “un gran amigo de Israel”. No contenta con eso subrayó: “Compartimos el dolor de la humanidad… cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó en favor de las víctimas”. Esa era la percepción de las autoridades judías, cuando todavía estaban frescos en la memoria, los espantosos sucesos del holocausto. Aunque el testimonio más elocuente de la labor del Papa a favor de los judíos, es el del Gran Rabino de Roma, Israel Anton Zoller, que había desempeñado esa función entre 1939 y 1945 -los años de la guerra-, y al final de la guerra se convirtió al catolicismo, tomando por nombre de pila Eugenio, en honor a Eugenio Pacelli (Pío XII), por los esfuerzos que había realizado para salvar judíos en Roma.
El proceso de “deconstrucción” de la figura del Venerable Pío XII comenzó en 1963, con ocasión de la obra de teatro “El Vicario”, de Rolf Hochhut, en la que presenta la figura del Papa como temerosa y apegada a su estatus y privilegios, de modo que, por miedo, decide callar todo lo que sabía sobre el holocausto judío. En el año 2007 se hizo público que “El Vicario” fue mandado a hacer por la KGB soviética, por indicaciones de Nikita Kruschev, pues buscaba minar la autoridad moral de la Santa Sede. Sin embargo, a 16 años de haberse hecho pública esta noticia, no se ha podido rehabilitar la figura de Pío XII, hasta el punto de que no se ha beatificado, para evitar fricciones con el pueblo judío. Ha prevalecido la imagen pública del Papa basada en una mentira.
Segundo acto: santa Teresa de Calcuta. Cuando murió santa Teresa de Calcuta, en 1997, representaba la imagen encarnada de la caridad. La carta de presentación del catolicismo, mostrando cómo su congregación – las Misioneras de la Caridad- hacía por caridad, por los más pobres de los pobres, lo que nadie más hacía en el mundo. Recibió el premio Nobel de la Paz en 1979 y en 1980 el premio Bharat Ratna de la India, considerado el mayor galardón civil de ese país. Sin embargo, ya había comenzado el proceso de “deconstrucción” de su imagen. Era demasiado atractiva, buena, dejaba muy bien parada a la Iglesia, había que reescribir su historia. En 1994 el periodista ateo beligerante Chistopher Hitchens realiza el documental: “Ángel del Infierno” sobre la Madre Teresa. Es una obra maestra de cómo se puede mirar desde otra perspectiva a la realidad, sirviéndose de la “hermenéutica de la sospecha”, para cambiar la percepción pública de la santa.
Primero Hitchens, y más tarde otros periodistas ateos e instituciones nacionalistas hindús, reescribieron la historia de la santa. Así, aparecía como alguien amante de los micrófonos y las cámaras, que instrumentalizaba a los pobres para codearse con los poderosos. Amiga de dictadores, como Fidel Castro, Jean-Claude Duvalier, o Augusto Pinochet, con quienes se entrevistó para abrir casas de las Misioneras de la Caridad en sus respectivos países. Se le acusaba de poca claridad en los manejos económicos, de manejar enormes sumas de dinero para sus obras de beneficencia, sin haber sido auditada nunca; de aprovechar la situación de desamparo de los moribundos que atendía, para presionarlos a convertirse al catolicismo, y de que, ni sus monjas tenían preparación suficiente para cuidar enfermos, ni sus hospitales contaban con equipamientos básicos. A la santa le encantaría aparecer fotografiada junto a Lady Diana y, finalmente, las monjas de la caridad no la atenderían a ella en sus hospitales -mal equipados- al final de su vida, sino en instituciones hospitalarias privadas. Especialmente insidiosa fue su crítica a la “teología del dolor” de la santa, para quien el sufrimiento representaba un modo de unirse a Cristo, y el sufrimiento de los enfermos resultaría grato a Dios. Fruto de esa campaña denigratoria, a los ojos de muchos intelectuales y bastantes jóvenes, santa Teresa de Calcuta no representa más el modelo acabado de caridad e interés por los pobres.
Por último, san Juan Pablo II. Al morir este Sumo Pontífice, en 2005, se verificó una insólita y apoteósica peregrinación, de todas partes del mundo, para velar sus restos mortales, protagonizada especialmente por jóvenes, que hacían colas de hasta 10 o 12 horas, por pasar tan solo unos instantes al lado del cuerpo del Papa difunto. Tanto es así, que Benedicto XVI, al iniciar su pontificado, no pudo sino exclamar, ante tal espectáculo que “la Iglesia está viva y es joven”. Nadie ha reunido en la historia, mayor número de jefes de estado como él en su funeral. Juan Pablo II fue, además, el hombre que consiguió la mayor concentración de seres humanos en la historia, al reunir a más de 5 millones de personas en Manila, Filipinas, en 1995. Fue la persona que ha sido vista directamente por más personas en la historia universal. Pieza clave para la caída del Muro de Berlín y del comunismo en el este de Europa, lo que devolvió la libertad a millones de personas. Fue el Papa que impulsó para que se esclareciera la verdad sobre el caso “Galileo” y que pidió perdón a Dios en el año 2000, por los crímenes perpetrados en Su Nombre a lo largo de la historia, particularmente la Inquisición y las Cruzadas. Alguien que incansablemente intercedió por la paz en el mundo… Todo ello, llevó al Papa Emérito, Benedicto XVI, a escribir una carta, con motivo del centenario del nacimiento de Karol Wojtyla, sugiriendo tímidamente, que podría incluírsele en la lista de los Papas que llevan el calificativo “Magno”, es decir, sólo dos en la historia de la Iglesia: San León Magno y San Gregorio Magno.
Sin embargo, nada de eso cuenta ya. A san Juan Pablo II se le echa en cara haber, no sólo tolerado, sino promovido y puesto como ejemplo, a clérigos culpables de pedofilia o de abuso sexual. Tal sería el caso de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y al Cardenal Theodore McCarrick, arzobispo de Washington, promovido a esa sede por el Papa Wojtyla. En ambos casos, ya había sido advertido. En efecto, las denuncias contra Maciel, ya antiguas, se renovaron a mediados de los años 90 del siglo pasado, pero no se les prestó mayor atención. También, importantes autoridades eclesiásticas le advirtieron de que McCarrick gozaba de pésima reputación en los Estados Unidos, pero McCarrick le escribió directamente al Papa, defendiéndose, argumentando que sólo eran calumnias eclesiales de envidiosos. Finalmente le creyó y lo puso al frente de la arquidiócesis de Washington.
Valentina Alazraki ha sugerido que san Juan Pablo II estaba acostumbrado, por su largo tiempo en la diócesis de Cracovia, bajo el mando de un gobierno comunista, a escuchar miles de calumnias falsas contra sacerdotes, con el fin de desprestigiar a la Iglesia. Lo mismo pensó en el caso de Maciel. No podían sino ser calumnias, pues, como dice el evangelio: “no hay árbol bueno que produzca frutos malos” (Mateo 7, 18), y los frutos de la institución fundada por Maciel eran más que elocuentes. Al mismo tiempo, el P. Maciel tuvo importantes defensores dentro de la Curia Romana, particularmente al Cardenal Angelo Sodano, segundo de a bordo en el gobierno de la Iglesia. Las denuncias, renovadas contra Maciel al final de su pontificado, le agarrarían muy cansado y cedería a la visión que le ofreciera su más directo colaborador, el cardenal Sodano, defensor de los Legionarios.
Cuando juzgamos con perspectiva histórica y teniendo todos los elementos de juicio, podemos cometer injusticias contra los directos protagonistas de los hechos. Tenemos una información de la que ellos no gozaban. Ahora bien, en estos tres casos, resulta fundamental que prevalezca la verdad histórica, es decir, que no cedamos el paso a narrativas basadas en la “hermenéutica de la sospecha”. Recuperemos, por el contrario, la iniciativa y ofrezcamos una narrativa basada en la verdad, que tome conciencia de las limitaciones y los elementos de juicio que tenían en su momento los protagonistas de los hechos.
¿Qué queda aún por aprender de los años de posguerra de la segunda mitad de siglo XX? ¿No vivimos acaso una realidad totalmente distinta? “Postwar” la obra magistral del gran Tony Judt nos revela la permanencia del mundo de posguerra en nuestro presente.
Un libro que en la edición en inglés ronda las 1,000 páginas podría ser una sugerencia de lectura más bien difícil de hacer, porque sin duda se requiere de mucho tiempo y esfuerzo para terminar de leerlo. Postwar – A History of Europe Since 1945 de Tony Judt, publicado en 2005, es precisamente una obra así de monumental en extensión. Aunque para algunos sería una sugerencia de lectura improbable, creo que el libro es tan monumental en extensión como en valor.
El valor de este libro de historia se puede juzgar, en primer lugar, por su claridad y concisión. Estas virtudes no son comunes entre los historiadores, contrario a lo que pudiera pensarse. Judt, sin embargo, las domina: sus párrafos, perfectamente hilvanados uno tras otro, abren usualmente con una explicación, que se desarrolla en las oraciones siguientes y que se vincula a subsecuentes problemas en la oración final del párrafo. Extraño para un libro así de largo, y sobre todo con un objeto de estudio tan vasto, pero el autor va siempre al grano. Gracias a esta claridad mental, Judt es capaz de sacarle la mejor partida a su erudición y establecer relaciones novedosas entre la política, la economía, el arte, la moda y la filosofía, la religión y la diplomacia durante el tiempo de postguerra.
Más allá de lo estilístico, o lo novedosas que sean las interpretaciones de Judt, también hay razones circunstanciales que hacen de Postwar una lectura valiosa. Éste, aparte de ser un libro magistralmente argumentado, es (aterradoramente) relevante hoy en día. La razón más obvia de su relevancia es que la guerra ha vuelto a Europa – el conflicto actual está geográficamente contenido en Ucrania, pero tiene ramificaciones en el resto del continente. Y no sólo eso: la historia, o, mejor dicho, la tergiversación de la historia, ha jugado un rol importante.
Putin, por ejemplo, ha intentado enmarcar esta guerra, así como la previa anexión de Crimea en 2014, como un intento de eliminar a los nazis de Ucrania. El referente histórico de Putin, como se puede leer en Postwar, son probablemente los primeros años de la posguerra, cuando la URSS ejecutó públicamente a soldados alemanes en Kiev. Judt profetizó una tergiversación así de la historia, pero sí explicó que la identidad ucraniana vive, a partir de la desintegración de la URSS, un renacimiento, y que dicha identidad, para las obsesiones de Putin, empieza a gravitar más cerca de Bruselas que de Moscú.
Claro que una supuesta liberación del nazismo no es la única referencia histórica en la reciente invasión de Ucrania. El aparato propagandístico de Putin igualmente ha intentado esparcir la idea de que Ucrania no es ni ha sido soberano, y que eso justifica la “reclamación” rusa de su territorio. Lo primero es falso y lo segundo moralmente reprobable.
Tony Judt
Tony Judt refiere en Postwar los precedentes de soberanía de Ucrania, previos a la desintegración de la URSS – estamos hablando, por ejemplo, de la independencia de Ucrania previa a la Primera Guerra Mundial. Judt también indaga sobre la represión y colonización soviéticas, que probablemente ayudaron a conformar una identidad ucraniana en mayor oposición a la rusa. Igualmente explica que un proceso de urbanización durante el régimen soviético ayudó precisamente a la consolidación de la identidad ucraniana. Estas distinciones pueden parecer, en fin, curiosidades, pero creo que en nuestro contexto explican, en parte, la tenacidad con la que han resistido las fuerzas ucranianas la agresión rusa. La posibilidad de poner la actual guerra en contexto histórico no es lo único que tiene que ofrecer Postwar. Al final, este libro tiene lecciones que trascienden la coyuntura de la invasión de Ucrania: da testimonio, en general, de lo difícil, intrincado y costoso que resulta reconstruir física y psicológicamente uno o más países después de una guerra. Nos previene también de limitar nuestra atención histórica a la guerra, por culpa quizás de los visos de heroísmo a los cuales somos más afectos, y nos sugiere no perder de vista – y menos ahora mientras las agresiones contra Ucrania continúen – que hay tanto de admirable en luchar como en reconstruir.
La Iglesia se enfrenta, con relativa cadencia, al escándalo de lo sobrenatural. Con una especie de pudor institucional –contra lo que pudiera pensarse-, recela de todo aquello que se sale del orden natural de los acontecimientos. Las miradas ingenuas y críticas se dan la mano en este punto; pues ambas perspectivas contradictorias coinciden en suponer que la Iglesia abusa de lo sobrenatural como una estrategia propagandística, cuando en realidad, sucede todo lo contrario. La Iglesia institucionalmente desconfía de todo aquello que tenga el sello de lo sobrenatural, de lo que se salte las reglas normales del juego en nuestra existencia.
En efecto, la Iglesia no facilita los procesos de canonización de personas que han sufrido fenómenos místicos extraordinarios. Al contrario. Y subraya siempre que, si beatifica o canoniza a alguien, no es por los fenómenos extraordinarios que haya tenido, sino por las virtudes heroicas encarnadas en su vida. Antes de aceptar un hecho extraordinario, la Iglesia, como institución sabia y añosa, piensa mal. Es decir, indaga si no son producto del engaño, o del histerismo, o de algún padecimiento psicológico.
En esa línea, los procesos de canonización de las personas que han sufrido fenómenos místicos, son más complejos, si cabe, que los de aquellos que no las han experimentado. Dos ejemplos de canonizaciones no sencillas de místicos del siglo XX, son los del Padre Pío de Pietrelcina y los de Gema Galgani. El primero duró muchos años, y tanto en vida como después de muerte, fue considerado por algunos personajes eclesiásticos, como un impostor. En el caso de Gema Galgani, el papa Pío XI una vez reconocidas sus virtudes heroicas, pidió el parecer de dos eclesiásticos prominentes, sobre la oportunidad de su beatificación, dada la abundancia de fenómenos sobrenaturales en su vida. Dicho mal y pronto, tanto en su vida, como después de ella, los fenómenos místicos y sobrenaturales juegan más en su contra que en su favor.
El padre Pío recibe la condecoración de “la estrella de oro”. Pietrelcina, junio 1964. Fuente: Radiocorriere.
¿Cómo explicar esta paradoja? Cabe suponer que Dios quiere mandar un mensaje fuerte a una humanidad herida de secularismo y cientificismo. Cuando pensamos que dominamos o tenemos el control de todo lo real, Dios nos envía mensajeros elegidos que, por decirlo de algún modo, se saltan todas las reglas del juego. Rompe así los estrechos moldes de nuestra racionalidad, mostrándonos de manera contundente cómo existe todo un rico e inexplorado filón de la realidad, reluctante a nuestro control o dominio, que es todo el ámbito de lo sobrenatural. Dicho abreviadamente, nos golpea en nuestro orgullo racionalista o, más positivamente, nos ayuda a encuadrarlo dentro de un marco más amplio, cargado de sentido.
En esta línea, están abiertos los procesos de dos mujeres místicas del siglo XX, cuyas vidas están cargados de fenómenos sobrenaturales, lo que lleva a la autoridad competente a extremar las medidas de precaución y, por lo tanto, a frenar de alguna forma el desarrollo del proceso. Una mística es alemana, Teresa Neumann, y la otra francesa, Marthe Robin. Ambas fueron estigmatizadas, es decir, recibieron en su cuerpo las marcas de la Pasión de Cristo; las dos experimentaron la inedia, es decir, la ausencia de alimentación, su única comida, por años, fue la Eucaristía.
T. Neumann. Fuente: Bundesarchiv, Ferdinand Neumann.
Teresa Neumann nació en 1898 y murió en 1962. En 1926 recibió los estigmas, los cuales mantuvo hasta su muerte. Tuvo también el extraño fenómeno de llorar lágrimas de sangre, pero quizá el fenómeno místico más provocativo de su vida es el de la inedia: desde 1922 hasta su muerte, en 1962, su único alimento fue la Eucaristía. No sólo no comía, sino que, desde 1926, tampoco bebía. Actualmente su proceso está en la fase inicial, es “Sierva de Dios”.
Por su parte, Marthe Robin nace en 1902 y muere en 1981. También ella sufrirá los estigmas de la Pasión de Cristo, todos los viernes, desde el 2 de octubre de 1930. También ella se las arreglará para vivir sin alimento, comiendo únicamente la eucaristía, fenómeno que durará todo el tiempo que estuvo enferma, es decir, más de 60 años. Ella va un poco más adelantada en su proceso de beatificación, y desde 2014 es declarada “venerable” por el Papa Francisco.
Con la misma esperanza, de que un día de estos o alguna de estas semanas volveré a casa, escribo, no asemejando las situaciones, sino siguiendo los pasos, siguiendo el manual: los cinco panes y los dos peces para alcanzar la serenidad y la paciencia.
Uno de los males contemporáneos de la sociedad es el desprecio hacia la vulnerabilidad. Queremos ser siempre fuertes, duros, jóvenes y tener todo bajo control. Olvidamos que si nos cortamos también sangramos,que somos finitos, falibles y necesitados. ¿Quién quiere ser vulnerable? Parecería ridículo, y sin embargo en la vulnerabilidad y la flaqueza hay mayor fuerza. Una contradicción, pero así es el mundo: contradictorio, extraño e incontrolable.
El viernes desperté como cualquier día normal y me preparé para una revisión rutinaria; después de desayunar puse en una bolsa mis documentos, la cartera, el teléfono con la mitad de la batería porque planeaba volver a casa después de un par de horas, tomé el rosario –no tanto porque fuera a rezar en ese momento, sino porque siempre lo cargo, como se carga la cartera– y por último, guardé el libro Cinco panes y dos peces del Cardenal Van Thuan (1928 – 2002). Un libro muy ligero, con menos de 90 páginas y que no tiene desperdicio. Caminé hacia la estación del Sbahn, transbordé una vez y luego tomé el autobús hasta el consultorio.
Un día normal, como cualquier otro, en el que pensamos que todo está bajo control, pero no hay nada más alejando de la realidad que pensar que podemos controlar minuciosamente lo que sucede, como si la vida fuera un reloj suizo. La doctora me miró seriamente y me dijo que debía llamar una ambulancia. ¿Una ambulancia? Nunca me he subido a una y me siento bien, no me siento enferma, no siento nada extraño, lo que sí siento es miedo. Los paramédicos llegan, me colocan en una silla y me bajan; quería decirles, si acaso no preferían que bajara por mi propio pie las escaleras, pero desde ese momento, la voz se debilita y en plena vulnerabilidad extiendes tus manos, otro te ciñe y te lleva hacia donde no quieres. (Cf. Juan 21, 18)
La ambulancia se dirige hacía algún hospital, ellos saben hacia dónde, yo sólo me dejo conducir y cuando llegamos alcanzo a ver el nombre. Sin saber bien dónde estoy, al menos puedo avisar en dónde me encuentro y pedir que me traigan un par de cosas por si acaso. De pronto comienza un espiral de miedo, angustia, revisiones, inyecciones, catéter, muestras de sangre, piquetes, noticias a medias, diagnósticos incomprensibles, soledad y espera. Algo que en momentos me resulta abrumador, como si estuviera dentro de la misma estación esperando a Godot, sin saber qué espero y por cuánto tiempo, hasta que llega una respuesta y después una nueva espera, con una nueva angustia que carcome, hasta que se repita el ciclo o termine.
Esperando a Godot, Buenos Aires 1956. Fuente: Revista Teatro.
Hace muchos años, Fernando Galindo, dijo en una clase que una de las funciones de la filosofía es aprender a ser resistentes a la frustración. Quizá ya no recuerde esa clase, pero fue una frase que me impactó y que me gusta repetir a mis alumnos. Es cierto, una de las funciones prácticas de la filosofía es que de cierto modo aprendemos a resistir la frustración. Ahora está de moda hablar de la resiliencia, que consiste en adaptarse a la adversidad del mejor modo posible. Prefiero pensar en esa tolerancia a la frustración y que desemboca en la paciencia.
Etimológicamente la paciencia viene del verbo latino pati (patientia) y que significa sufrir. Bíblicamente es un don del Espíritu Santo que consiste en saber sufrir. Podemos pensar que la paciencia es un esperar pasivo y sufriente hasta que la adversidad termine, sin embargo, no hay nada más activo que ser paciente. Y en ese sentido el libro Cinco panes y dos peces es el manual perfecto para ejercitarnos en la paciencia.
Desde que comencé el libro, el mes pasado, pensé que merecía una reseña, porque consiste en el testimonio de 13 años en prisión de un inocente y expone ante los jóvenes siete claves para ser pacientes en la adversidad. Claro que desde la comodidad del hogar y las distracciones diarias lo dejaba para el día siguiente, y así sucesivamente. En mi defensa debo decir, que estaba en México y que mi plan era hacerlo cuando regresara al frío invierno berlinés.
Cinco panes y dos peces.
Llevo más de una semana en el hospital y hasta el momento no sé cuándo volveré a casa, ante la incertidumbre, pensé que podría escribirla al regresar, pero ésta mañana he cambiado de parecer: no hay mejor momento para escribirla que bajo estas circunstancias. El cardenal Van Thuan escribió parte de su testimonio y lo que aprendió en el cautiverio. Él ejerció cada día durante 13 años la paciencia; sin saber cuándo podría ser liberado, pero con la esperanza de que algún día lo sería. Con la misma esperanza, de que un día de estos o alguna de estas semanas volveré a casa, escribo, no asemejando las situaciones, sino siguiendo los pasos, siguiendo el manual: los cinco panes y los dos peces para alcanzar la serenidad y la paciencia.
El cardenal Van Thuan comienza el libro inspirado en el Evangelio de Juan (Jn. 6, 5-11) para resumir sus vivencias que “a veces con gozo, a veces en sufrimiento, en la cárcel, pero siempre llevando en el corazón una esperanza rebosante” en 7 puntos que lo ayudaron durante los 13 años de cautiverio.
Van Thuan, obispo de Saigon (Vietnam) fue detenido el 15 de agosto de 1975, día de la Asunción, y liberado el 21 de noviembre de 1988, día que se conmemora la presentación en el templo de la Virgen María. El motivo de su detención fue ser un sacerdote católico en un país bajo el régimen comunista, en otras palabras, una víctima más de la persecución cristiana de esta época.
A continuación, les presento los cinco panes y los dos peces:
François-Xavier Nguyen Van Thuan
“Es verdaderísimo: todos los prisioneros, incluido yo mismo, esperan cada minuto su liberación. Pero después decidí: Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente colmándolo de amor”.
Cardenal Van Thuan
Primer pan: vivir el momento presente
Tras su detención y mientras lo conducían 450 km en la oscuridad nocturna sintió tristeza, abandono y cansancio. En el camino recordó las palabras de un sacerdote que estuvo prisionero 12 años en China, y que se la vivió esperando. Fue entonces que tomó una decisión. “Es verdaderísimo: todos los prisioneros, incluido yo mismo, esperan cada minuto su liberación. Pero después decidí: Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente colmándolo de amor”.
En esos momentos Van Thuan consiguió lo necesario para comenzar a escribir su libro El camino de la esperanza, porque le preocupaba dejar a los pocos católicos sin pastor. Van Thuan se pregunta ¿cómo puedo vivir el momento presente con amor? Dejando lo que es accesorio y concentrándonos en lo esencial e imprimiendo en cada acto, así sea simple, el máximo de amor posible.
Si te toca esperar, entonces espera con amor; si te van a inyectar, sacar sangre, hacer otra prueba, tomar pastillas: hazlo con amor. Es fácil decirlo y muy difícil hacerlo, pero cada día se puede intentar de nuevo. Van Thuan no sabía cuánto tiempo tendría que esperar en el encierro, y yo tampoco, pero la espera se vuelve más soportable cuando la ofrecemos y vivimos intensamente, no en la pasividad.
Es posible elegir esperar en la angustia, desesperación y la tristeza, o intentar, aunque sea muy duro y cueste una fuerza enorme, esperar activamente: descansando en la paciencia. Claro que hay momentos más difíciles, pero no hay que olvidar que no estamos solos.
Segundo pan: Discernir entre Dios y las obras de Dios
Van Thuan es un sacerdote muy dinámico y activo, por lo que el cautiverio en un pequeño espacio y soledad era una tortura mental que lo tenía al borde de la locura. Una noche escuchó en su corazón que debía aprender a discernir entre Dios y las obras de Dios. Todas las actividades pastorales que realizaba eran obras de Dios, pero no eran Dios. Y él había elegido a Dios, a su voluntad, no a sus obras.
Es como aquella inspiración de Margarita María Alacoque “encárgate tú de mis cosas, que yo me encargaré de las tuyas”, porque a fin de cuentas Dios lo resuelve todo mejor de lo que nosotros lo podemos solucionar. De este modo Van Thuan dejó su misión pastoral en manos de Dios, porque comprendió que Él lo quería ahí, en prisión. En ese momento sintió una paz que ya no lo abandonó.
Hace algunos días intenté salir voluntariamente, aunque estaba indecisa al no comprender cien por ciento el diagnóstico y los procesos, pensando que los médicos alemanes pecan de exageración. Llevaba días de desesperación, con dolor en un brazo por las constantes tomas de sangre, en los dedos por las mediciones de azúcar y en el otro brazo por el catéter. Y en esa desesperación y sin sentirme enferma, pensé que aun cuando tuviera que guardar reposo, estaría mucho mejor en casa.
Quería irme a toda costa, pero sin un panorama claro, durante la noche y con los nervios a flor de piel aumentados por la oscuridad, en oración pedí ayuda para discernir. Aquella mañana me levanté alegre, pensando que me iría en pocas horas y en oración repetía, “yo no sé lo que es mejor, pero quisiera volver a casa, si esa es tu voluntad abre toda puerta y hazlo de forma sencilla; pero si no debo irme y es tu voluntad que me quede, dilo claramente y dame serenidad para aceptarlo”. Basta decir que no pudimos hacer la alta voluntaria, tampoco me dieron una fecha aproximada de salida, y aunque en el momento pensé “qué pesado estar aquí sin fecha final”, poco a poco he tenido una mayor serenidad para vivir un día a la vez en el hospital, porque por el momento aquí es donde debo de estar.
Portada del libro “El camino de la esperanza” del Card. Van Thuan.
Una fuerza que sostiene es saber que otros oran por ti, que una comunidad que te ama y se preocupa, intercede por ti así sea al otro lado del Atlántico.
Andrea Fajardo
Tercer pan: Un punto firme, la oración
“ ”Padre, en la prisión usted ha tenido mucho tiempo para orar.” No es tan simple como se podría pensar. El señor me ha permitido experimentar toda mi debilidad, mi fragilidad física y mental. El tiempo pasa lentamente en la prisión, particularmente durante el aislamiento”. Se dispone del tiempo, pero a veces cuesta demasiado concentrarse o dejar de sentirse solo. Así que en ocasiones basta con una oración sencilla: “cuando me faltan las fuerzas y no logro siquiera recitar mis oraciones, repito: “Jesús, aquí estoy, soy Francisco”. Me entra el gozo y el consuelo, experimento que Jesús me responde: “Francisco, aquí estoy, soy Jesús”.”
No siempre tenemos la disposición de una oración con palabras complicadas, es más, las palabras sobran, basta con algo sencillo, como los niños cuando se espantan y gritan por papá y mamá. No tiene que decir mucho e inmediatamente los padres van y los tranquilizan con su presencia. Así que podemos simplemente llamar a Jesús o al soplo del Espíritu Santo, y ellos sin dudarlo acudirán.
Van Thuan también menciona que le gusta orar con la Palabra de Dios, pero cuando lo apresaron no pudo tomar la Biblia, lo único que llevaba consigo era el rosario. Así que recolectó todos los pedacitos de papel que pudo y en ellos escribió más de 300 frases del Evangelio, hizo una pequeña Biblia que utilizaba para orar. Entre otras oraciones se encuentra el Magnificat, Te Deum y el Veni Creator.
Es cierto que tras los momentos difíciles la oración serena e incluso alegra el corazón, nos aliviana el peso. Pero quisiera añadir que no es solamente la propia oración, también la comunidad es muy importante. Una fuerza que sostiene es saber que otros oran por ti, que una comunidad que te ama y se preocupa, intercede por ti así sea al otro lado del Atlántico.
El aspecto comunitario de la religión es muy importante, pero no sólo por la comunidad que se forma al participar de los mismos ritos, sino que hay una forma de amor desinteresado que los une, fortalece y acompaña. Aprovecho para agradecer a todos aquellos que me han tenido presente en sus corazones y que me acompañan cercanamente a pesar de la distancia.
Cuarto pan: Mi única fuerza, la Eucaristía
Es muy conocido y conmovedor el testimonio del cardenal Van Thuan y la Eucaristía. Se las apañó para que le enviaran vino por motivos medicinales y cada día a las 3 de la tarde celebraba la misa, con tres gotas de vino y una de agua, en la palma de su mano. Pero esta fuerza no la guardó para sí mismo, sino que en ocasiones podía compartirla con otros católicos, quienes también en la prisión tenían la oportunidad de comulgar: “Fabricamos bolsitas con el papel de las cajetillas de cigarros para conservar al Santísimo Sacramento. Jesús eucarístico estuvo siempre en la bolsa de mi camisa”.
Y no solamente la misa, también los presos montaban guardias nocturnas y adoraban a Jesús Eucaristía, quien les “ayudaba inmensamente con su presencia silenciosa”. Van Thuan, en esta locura y escándalo para el mundo, incluso se atreve a decir que aquellas misas en el cautiverio fueron las más bellas de su vida.
En México algunas cosas son más sencillas, siempre se conoce a algún padre o ministro de la Eucaristía, que visita a los enfermos. Sin embargo, en Alemania, un país que otrora se autodenominaba cristiano, la Iglesia es un poco más fría y ciertas cosas no son tan sencillas. Si bien no puede venir un sacerdote o ministro diario a traerme la comunión, sí puede ocurrir algunas veces. El día que el padre vino a visitarme y me trajo la Eucaristía, me sentí alimentada, cobijada y con la fuerza para resistir. Y para estos casos, podemos contar también con la comunión espiritual.
Ver con otros ojos, con los ojos de Jesús, ayuda a amar y perdonar incluso a aquellos que nos hacen mal.
Andrea Fajardo
Quinto pan: Amar hasta hacer la unidad es el testamento de Jesús
Al principio los guardias no le hablaban a Van Thuan, lo trataban como un enemigo y el trato ensombrecía el ambiente. Hasta que un día pensó que, a pesar de la cautividad, él tenía una mayor riqueza: el amor de Cristo. A partir de ese momento comenzó a amar a los guardias y a ofrecer pequeñas muestras cotidianas de caridad, una sonrisa, una palabra amable e incluso llegó a enseñarles otros idiomas y resolver sus dudas religiosas. El ambiente cambió radicalmente.
Van Thuan escribe en El camino hacia la esperanza, “cuando hay amor se siente el gozo y la paz, porque Jesús está en medio de nosotros. Viste un solo uniforme y habla una sola lengua: la caridad”. Ver con otros ojos, con los ojos de Jesús, ayuda a amar y perdonar incluso a aquellos que nos hacen mal, algo que encontraban inconcebible los guardias.
Los cristianos deberíamos ser el instrumento del amor de Dios en el mundo. “El más grande error es el no darse cuenta que los otros son Cristo. Hay muchas personas que no lo descubrirán sino hasta el último día. Jesús fue abandonado en la Cruz y ahora lo sigue estando en el hermano y en la hermana que sufre en cualquier rincón del mundo. La caridad no tiene límites; si los tiene no es caridad”.
Cuando nos duele una muela, toda nuestra atención se centra en esa muela. Incluso la sentimos más porque estamos constantemente al pendiente de ese dolor y dejamos de notar otras sensaciones corporales. Lo mismo sucede con el sufrimiento, que puede llevarnos a centrarnos únicamente en nosotros mismos y cuando sólo pensamos y atendemos nuestra miseria caemos en la victimización y el egoísmo: Nos auto-pobreteamos, nos sentimos la única víctima, el único sufriente.
En una semana cambié cuatro veces de compañera de habitación. Cada una con situaciones diferentes, cada una con un propio dolor. En el hospital te puedes encontrar de todo dependiendo de la sección: desahuciados, gente con dolores tremendos, mujeres que acaban de parir, bebés prematuros en incubadoras o que deben ser operados, mujeres que yacen con el miedo de perder a sus bebés y tantas incontables enfermedades y sufrimientos.
Desde hace algunos días comparto habitación con la misma mujer, ella tampoco sabe cuánto tiempo se quedará, también tiene miedo y sufre. En las mesas de noche ella tiene el Corán y yo tengo la Biblia. A veces ella llora, otras veces, lloro yo. Pero si algo ha sucedido es que, a pesar del propio sufrimiento, no nos hemos cerrado al sufrimiento de la otra. Me preocupa su diagnóstico, me apena verla llorar, no necesitamos hablar mucho porque basta una palmadita en la espalda y la seña de que oraré también por ella. Ella se preocupa por su bebé, por su hija y su marido, y dentro de toda la avalancha, no hace oídos sordos a mis problemas, porque sin que lo esperara me compartió un plátano y me consiguió una sopa. Cosas sencillas porque la caridad comienza por lo pequeño y escala hacia lo más grande. Esa es la caridad que todo lo transforma y que acompaña, que nos hace salir de nosotros mismos.
Primer pez: María inmaculada mi primer amor
La madre y la abuela de Van Thuan infundieron su amor a María y ella ha sido una señal a lo largo de su vida. Lo arrestaron el día de la Asunción y lo liberaron, de una forma tan sencilla, que incluso sorprende, el día de la presentación de la Virgen en el templo. Van Thuan reconoce la mano de María a lo largo de su vida y especialmente durante el cautiverio. Cuando física y moralmente se sentía abatido en la prisión, oraba el Ave María, pero no solamente pide por su intercesión, sino que también le pregunta “Madre, ¿qué cosa puedo hacer por ti? Estoy listo para seguir tus órdenes, para realizar tu voluntad por el Reino de Jesús”.
Van Thuan pensaba constantemente en el Virgen del Perpetuo Socorro, y lo mismo hago yo. Me fascina el icono: María sostiene firmemente y con ternura al bebé Jesús, quien está espantado porque unos ángeles le presentan la Cruz y el martirio. El bebé Jesús tiene miedo y tiembla, por lo que uno de sus zapatos está a punto de caer. Pero ahí está María con la mirada serena y sosteniéndolo con sus manos.
Desde hace muchos años tengo especial cariño al icono de la Virgen del Perpetuo Socorro, cuando la vi en Roma y un querido sacerdote amigo mío me explicó, lleno de ternura, el temblor de Jesús que se ve en su pequeño pie y zapato quedé profundamente conmovida.
Por las noches, antes de dormir, coloco el rosario en mi vientre, porque es como tener la mano de María, y a modo de jaculatoria le digo: “madre, sostén con tu mano a Elías, del mismo modo y con el mismo amor con que sostuviste al bebé Jesús”.
Icono Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Segundo pez: he elegido a Jesús
A modo de conclusión Van Thuan nos presenta 24 puntos prácticos para vivir un día unidos a Jesús. Recuerdo que querido amigo, y ahora sacerdote, dijo en alguna ocasión que el camino de santidad se construye día con día, que cada mañana podemos orar para que Dios nos conceda 24 horas de fidelidad. Estos últimos 24 consejos, que pueden parecer breves y sencillos, nos ayudan a mantenernos en la esperanza, la paciencia y la fidelidad.
Cinco panes y dos peces: Testimonio de 13 años de cárcel es un manual muy práctico, escrito desde lo que podría haber sido la desolación, para ayudarnos a ejercitar la paciencia en un mundo turbulento.
El 22 de enero se cumplen 50 años de la polémica sentencia de Roe vs Wade, que abrió las puertas al aborto en todos los Estados Unidos. Dicha puerta se cerró, por lo menos parcialmente, el pasado 22 de junio, cuando fue derogada, aclarando en la sentencia derogatoria que la Constitución de los Estados Unidos no confiere derecho al aborto, siendo este tema competencia de cada Estado de la Unión Americana. Cada entidad federativa deberá legislar al respecto.
Después de 50 años, hemos vuelto al punto de inicio. En efecto, en torno al aborto se cierne una tormentosa polarización de la sociedad norteamericana; no es exagerado afirmar que el aborto es el tema político más candente de la Unión Americana.
Los políticos, los medios, los famosos toman posición a favor o en contra del aborto. La victoria de los “pro-vida”, lograda después de muchos años de aridez, de clamar en medio del desierto, ha sido solo un paso importante para proteger la vida. Se ganó una “batalla” importante, no la “guerra”, pues esta se recrudeció y, por decirlo de alguna forma, se atomizó, replicándose en los congresos de cada estado. A su vez, la dicotomía entre “pro choice” y “pro life” en los Estados Unidos, se repite en multitud de países; El aborto un tema gatillo, que a nadie deja indiferente. La cultura de la vida y la de la muerte se enfrentan cara a cara, a lo largo y a lo ancho del mundo. Los políticos, los intelectuales, los influencers y los ciudadanos de a pie son llamados a tomar postura en este tema, a la par urgente e importante.
La victoria pro-vida no es definitiva, no ha sido sencilla, y tiene un gran cúmulo de pequeños y grandes héroes que la han hecho posible. Pienso que dos han sido los actores fundamentales en esta lucha. En primer lugar, y más directamente, los jueces de la Suprema Corte de los Estados Unidos que tuvieron el valor de revertir la sentencia, con base en argumentos puramente jurídicos, no obstante saber que se iban a echar a casi toda la opinión pública encima, y que el gobierno actual del país promueve indiscriminadamente el aborto.
En efecto, los grandes medios de comunicación —no los ciudadanos de a pie— son “pro-choice”. Tenían al poder ejecutivo y a los medios en contra y, sin embargo, no les tembló la mano a la hora de reestablecer el derecho. El segundo actor, con un trabajo más ingrato y escondido, son todas las ONGs que se organizaban cada 22 de enero para marchar en defensa de la vida. Son, indudablemente, un heroico ejemplo de constancia y tenacidad, de una actitud inasequible al desaliento, que no se rendía, aunque los vientos fueran contrarios y el eco de la marcha mínimo.
Al cumplirse 50 años de la sentencia, por primera vez la marcha se realiza con la sentencia derogada. Son 50 años de luchar incansablemente por la dignidad y el valor de la vida humana, en cualquiera de sus etapas. 50 años que nos recuerdan cómo vale la pena comprometerse con causas grandes, ideales generosos, aunque a veces parezcan inalcanzables.
Mientras la discusión está ahora en los congresos estatales, queda pendiente otra gran tarea: la de sensibilizar al resto de la ciudadanía sobre el valor inalienable de la vida humana. No es sano que una sociedad esté tan dividida y polarizada; no es sano que las posturas se radicalicen y se cierre toda puerta al diálogo. Hace falta una silenciosa pero eficaz batalla cultural, para mostrar la belleza de la vida y la amplitud de opciones diferentes al aborto, para los casos de embarazos no deseados. La batalla ganada en los tribunales debe decantar todavía a la cultura, debe empapar la mente de los norteamericanos.
En este sentido, no tendrían razón de ser actitudes triunfalistas o, como dirían los italianos, “stravincere” (literalmente “sobre vencer”). Al contrario, nos encontramos en una coyuntura muy delicada, en la que debemos tender puentes para el diálogo; no dinamitarlos, para radicalizar más la división de la sociedad. Sólo un diálogo sosegado, unido a una actitud firme y a la vez cordial, puede ir poco a poco encontrando puntos en común, entre la defensa de la mujer y la defensa de la vida. Y suturar así la ruptura social, mientras se reconoce el valor inconmensurable de cada vida humana.