¿Tenemos que compartirlo todo?

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Por Mauricio Valdez

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Pertenezco a una generación que fue educada con la idea de que tenemos que hacer la diferencia en el mundo, ese es el espíritu del tiempo que nos ha tocado vivir.

Crecí en una familia tradicional y asistí a un colegio católico; y me acuerdo de varias veces en las que destaqué en alguna actividad o demostré algún talento y escuchaba interpretaciones aplicadas de la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30). Recuerdo sentirme presionado y sentir casi una obligación por poner esos talentos al servicio de los demás y en la construcción del Reino de Dios porque no quería ser como aquel que enterró sus talentos. No quería ser un cobarde al que le quitaran sus talentos para dárselos a otro.

Este pensamiento se llevó a un extremo, sobre todo por los que yo considero malos formadores: el niño canta bien, entonces que cante en el coro de la iglesia porque sino está enterrando sus talentos; el niño dibuja bien, entonces que pinte arte cristiano porque sino está enterrando sus talentos; el niño habla elocuentemente, entonces que predique en los retiros de la parroquia porque sino está enterrando sus talentos; y así podríamos continuar con ejemplos y llenar varias páginas.
Creo que podrás estar de acuerdo conmigo en que esto es una mala interpretación de la parábola de los talentos, quizá hasta convenenciera, pero cuando era niño no era tan evidente.

Pasaron los años y aunque nunca fui un niño que obedeciera en todo y siempre cuestioné a los que me formaban, algo de aquella malinterpretación se quedó en mi inconsciente y no sabía por qué cuando aprendía algo sentía una necesidad inmediata por enseñarlo. El auge de las redes sociales, especialmente Twitter, no ayudó nada. Cada vez que leía algo, así fuera un capítulo de 10 páginas de un libro sentía la necesidad de compartir una idea en Twitter para olvidarla antes de poder hacer algo con ella que le sirviera a alguien más.

Después de muchos años me di cuenta que por ahí no iba la cosa, que no tengo la obligación de enseñar o compartir un concepto o una idea apenas entra en mi cabeza, y mucho menos sin antes haberla procesado y aprendido bien, porque es evidente que el aprendizaje es mucho más complejo que leer 3 páginas (a veces ni eso).

Foto: Sanket Mishra.

Un día me di cuenta que el uso excesivo de las redes sociales me distraía más de lo que me ayudaba; aprendí que hace falta tener momentos de reflexión para procesar lo que aprendemos durante el día, utilizar nuestro cerebro para conectar puntos, atar cabos, generar ideas, procesar y comprender.

Hice una pausa, dejé de usar redes sociales por un tiempo largo y cada vez sentía menos la necesidad de compartir cada cosa que hacía. Pude disfrutar algo tan simple como armar un rompecabezas que al final iba a volver a desarmar y escribir en una libreta que nadie iba a leer, que aunque parezcan actividades tan simples no sabía por qué tenía años sin hacerlas. Quizá algún rezago inconsciente de esa parte de mi formación, quizá combinado con la llegada de las redes sociales con la ansiedad que generan, las constantes comparaciones y la necesidad de compartirlo todo como si eso evitara la pérdida de los recuerdos y la memoria. Estos efectos no sólo los he notado en mí, también los observo en mucha gente de mi generación y sobre todo en los más jóvenes.

Después de este detox de inmediatez, empecé a notar cada vez más lo mucho que opina la gente sin tener conocimiento de los temas, sin citar a nadie, realmente sin conocer. Cada vez sueno más anciano cuando digo cómo me preocupa que los jóvenes por esa necesidad de querer hacer una diferencia hablan de temas que no conocen con una autoridad que no le vi ni a Aristóteles.

No pretendo criticar a nadie, porque los entiendo, yo también sentí esa necesidad de aportar algo, también sentí que sino opinaba del tema de moda estaba enterrando mis talentos, que iba a pasar por este mundo sin pena ni gloria; sé que no es su culpa, y también sé que el hecho de que eso se haya exponenciado no es porque vengan con otro chip o porque esta generación venga “revolucionada”, es porque las herramientas que usan para consumir contenido y para crearlo han sido perfeccionadas al grado que la polarización de ideas ha llegado a unos extremos que nunca creí ver.

Hoy tengo la oportunidad de ser docente de la materia de Comunicación en una Universidad para alumnos de aproximadamente 20 años, y por la naturaleza de la materia hay varios trabajos en los que tienen que hacer un video explicando cualquier tema que les interese. Muchos hablan de algún deporte que practican o algo de arte que conozcan, pero observo que muchos se van por la crítica social. Quieren concientizar a la sociedad de una postura que tienen sobre un tema importante, y noto la polarización, poco pensamiento crítico, poca argumentación y mucho adoptar la postura del influencer que esté de moda como si fuera propia, sin haberla analizado realmente.

Mi trabajo es retroalimentar sus habilidades de comunicación, dicción, tono de voz, manejo de nervios, etc. Me abstengo de enfocar mi aportación en el contenido ya que no es mi papel, pero a veces no encuentro las palabras para recomendarles analizar más, pensar más, formarse un pensamiento propio, ya que creo que lo pueden tomar como otra polarización opuesta a una postura que ellos creen está formada. Además no quiero proyectar mis propios traumas en ellos diciéndoles que no tienen que opinar de todo lo que está de moda y no pasa nada si leen más y escriben menos.

Creo que también es parte de mi propio proceso no tener que aportar algo cuando no me toca, un poco quitarme esa presión de pensar que si no les digo algo estoy pecando de omisión, quién sabe, igual y yo soy el que está equivocado.

El pensador, Rodin. Expuesto en la Plaza Mayor de Cáceres. Foto: Jesús Castillo.

Aunque he experimentado mucha paz en no opinar sobre todo, no publicar todo lo que hago y vivir mi día a día sin documentar todo, también a veces me pregunto si no compartir absolutamente nada y no opinar de absolutamente nada sea un extremo del que me tengo que cuidar, y la respuesta la encontré en Aristóteles, precisamente en temas como el vicio, la virtud, y la prudencia. Y lo voy a citar a continuación.

“La virtud es, por tanto, un hábito selectivo, consistente en una posición intermedia para nosotros, determinada por la razón y tal como la determinaría el hombre prudente. Posición intermedia entre dos vicios, el uno por exceso y el otro por defecto”.

Aristóteles, Ética a Nicómaco.

Sí, yo sé que Aristóteles no nos da la respuesta a cada situación concreta en la que podamos encontrarnos en un dilema moral, pero sí que nos enseña un principio que nos toca a nosotros aplicar a cada caso particular.

Es importante buscar siempre el punto intermedio, y mientras escribía eso noté una contradicción, porque “siempre” no es un punto intermedio, pensé en borrarlo pero mejor evidencio mi propio error para que tú como lector no tomes todas mis palabras como verdaderas.

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Desafiando las sombras de la posverdad: La lucha por la democracia en la era de las fake news

Por Gustavo Hernández Martínez

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El crecimiento exponencial de las fake news y la prevalencia de la posverdad en la era digital han generado una severa crisis que está minando severamente los cimientos de las democracias e incluso de la gobernabilidad en todo el mundo. La verdad como principio y criterio de la justicia y la ética atraviesa una crisis sin precedentes, puesto que la masiva producción de narrativas sin correlatos en la realidad son una peligrosa fuente de ficciones. Por tanto, hablar de posverdad, es hablar del imperio de la confusión y la oscuridad. Donde la realidad es un accesorio prescindible, cada sujeto puede fabricar su realidad o hacerse súbdito de un espejismo con fervor religioso. Las democracias mueren en la oscuridad, versa un famoso y acertado slogan.

Lo terrible es que como expone el escritor argentino Cristian Vázquez (2016):“Muchas personas se empeñan en creer en las citas erróneas por una sencilla razón: es una forma de lograr que los escritores más prestigiosos digan cosas que nunca dijeron, pero que suenan bien”.Lo peligroso de la tendencia es que la cultura de nuestra era se está fraguando en la densa oscuridad fundacional de la posverdad, como metáfora del mito de la Caverna que explica la oscuridad creada por las fake news.

En el Mito de la Caverna se describe a prisioneros encadenados en una caverna que solo pueden ver las sombras proyectadas en la pared frente a ellos. Estas sombras, creadas por objetos detrás de ellos y una fuente de luz, representan la única realidad que conocen. Cuando uno de los prisioneros es liberado y ve el mundo exterior, se da cuenta que las sombras eran solo una ilusión y que existe una realidad más amplia y auténtica.

En el terrible mar de las fake news y la posverdad, las sombras en la caverna podrían representar la desinformación y la manipulación de la realidad, mientras que la luz exterior simboliza la verdad y el conocimiento. Un éxodo hacia el sol que ilumina toda oscuridad. La lucha por liberarse de las cadenas y salir de la caverna es análoga a la lucha por la verdad y la objetividad en la era de la posverdad.

Alegoría de la Caverna de Platón. Museo Británico.

Las tinieblas de la desinformación, la confusión y el caos que engendra la posverdad, son peligros que deben combatirse y aunque no hay fórmulas ni recetas milagrosas, la formación de la razón y el pensamiento crítico son factores determinantes para la comprensión objetiva del mundo. Para enfrentar este desafío desde la gobernanza, es necesario abordar varios aspectos clave:

  1. Educación mediática y digital: Es necesario que gobierno y sociedad contribuyan al desarrollo de mecanismos que formen a los ciudadanos para discernir la veracidad y confiabilidad de la información que consumen en la red, desarrollando habilidades de pensamiento crítico y comprensión de la ética periodística.
  • Cooperación entre actores clave: Gobiernos, organizaciones de la sociedad civil y plataformas tecnológicas deben colaborar para combatir la propagación de fake news y desinformación, implementando leyes, regulaciones y herramientas tecnológicas apropiadas. Se debe legislar al respecto, se deben establecer candados regulatorios que, respetando la libertad de expresión, generen transparencia en el manejo de la información.
  • Prácticas periodísticas éticas y transparentes: Los medios de comunicación deben comprometerse con la independencia editorial, la diversidad de voces y la integridad en la presentación de la información, ofreciendo contenido basado en datos y evidencias objetivas. La ética de los medios es indispensable, como indiospensable es que la demanda de de fake news, pueds disminuir.
  • Promoción del diálogo y la deliberación: La creación de espacios para discusiones constructivas y respetuosas entre diferentes sectores de la sociedad puede ayudar a contrarrestar la polarización y a desarrollar un consenso en torno a los hechos y realidades compartidas. La verdadera democracia se construye en el diálogo y el accontability, en el momento en que los ciudadanos cuestionan seriamente a sus gobernantes y estos son capaces de responder con verdad, no con demagogia esquizofrénica.
  • Adaptabilidad y cambio: Siguiendo el pensamiento de Bauman, debemos adoptar un enfoque proactivo y flexible para enfrentar la posverdad y las fake news, adaptándonos continuamente a medida que evoluciona el panorama de la información.
“Sólo los estados totalitarios necesitan un filtro de carga”. Foto: Markus Spiske

En resumen, la lucha por la democracia y la gobernabilidad en la era de las fake news y la posverdad se asemeja a la búsqueda de la verdad y la liberación de las sombras en el Mito de la Caverna. Para enfrentar este desafío y asegurar un futuro más informado y resiliente, es fundamental que actuemos de manera concertada en todos estos frentes.

La clave para abordar las sombras de la posverdad y las fake news radica en reconocer que la lucha no termina con la liberación de un solo prisionero de la caverna. En cambio, debemos enfocar nuestros esfuerzos en liberar a tantas personas como sea posible, brindándoles las herramientas para discernir la realidad y contribuir a la construcción de una sociedad democrática y gobernable.

En última instancia, enfrentar las sombras de la posverdad y las fake news requiere un compromiso colectivo y sostenido con la verdad, la objetividad y la justicia. Al adoptar estos valores y trabajar juntos en la búsqueda de un mundo más iluminado, podemos superar la oscuridad de la caverna y construir un futuro más brillante y esperanzador para todos. Las sociedades no deben ni pueden sostenerse en la mitología de un discurso maniqueista que exalta la confrontación por el contrario, es el estado de derecho, la cordura y el diálogo desideologizado lo que posibilitará un mejor mañana.

ChatGPT tras bambalinas

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(Ilustración de Markus Winkler, tomada de Unsplash)

Los procesadores de lenguaje de la familia GPT existen desde hace algunos años. GPT-3, por ejemplo, existe desde 2020, y es el antecesor directo de las serie GPT-3.5, a la que pertenece ChatGPT. Uno de los sucesos por los cuales los procesadores de lenguaje han alcanzado un lugar importante en el diálogo público fue la liberación, el 30 de noviembre del 2022, de ChatGPT para uso del público en general.

Hay varias razones por las que ese acceso público a procesadores de lenguaje ha causado preocupaciones. Varios colegas que dan clases en universidades o en preparatorias me han manifestado su inquietud por que “ahora los alumnos pueden pedirle al robot que les escriba el ensayo de las entregas finales”. Sabemos, incluso, que estos procesadores de lenguaje se han usado para responder preguntas de investigación a científicos y humanistas proporcionando los artículos más relevantes al respecto. Más aún, éste es un ejemplo de artículo de investigación reciente que se ha escrito en colaboración con ChatGPT: https://doi.org/10.1016/j.nepr.2022.103537.

Esto podría desvalorizar el trabajo de los humanistas e investigadores, pero no precisamente por culpa de los desarrollos tecnológicos. El impacto de la tecnología en la sociedad se debe a dos razones. Una, el hecho de que las tecnologías, por diseño, establecen una tendencia de uso: las escopetas nos inclinan más a usarlas para matar, y los estetoscopios nos inclinan más a usarlos para curar. Otra, que quisiera remarcar aquí, es la manera en que se presentan estas tecnologías en el discurso público.

La mayoría de los historiadores de la ciencia están de acuerdo en que el primer tratado de mecánica relevante en la historia son los Problemas mecánicos, que se atribuye a Aristóteles y se conjetura que fue escrito por Arquitas de Tarento. En las primeras dos páginas del tratado leemos una reflexión sobre cómo ocultar el mecanismo de una máquina causa un gran asombro, y cómo el asombro se disipa una vez que conocemos la explicación. Mucho del sensacionalismo en torno a la inteligencia artificial se basa en ese asombro. Es muy importante decir que, en el fondo, lo que sucede tras la interfaz de los procesadores de lenguaje son operaciones matemáticas: álgebra lineal y cálculo multivariado, junto con algunos procesos heurísticos.

La siguiente imagen es un resumen básico de la estructura de un modelo generador, como ChatGPT:Diagrama
Descripción generada automáticamente

La principal razón por la que muchas profesiones pueden desvalorizarse con los desarrollos de la Inteligencia Artificial se debe más a la falta de comprensión respecto de lo que estos modelos realmente hacen. Piénsese, además de la labor académica, en el diagnóstico médico o en otro tipo de profesiones que involucran el razonamiento a partir de la evidencia. Corremos el riesgo de ignorar que estos modelos no son sensibles a problemas que están más relacionados con la sensibilidad social y moral que con el mero cálculo. O, peor aún, que pueden ser diseñados para dar propaganda a ciertas ideas, o para inclinar la balanza del discurso público.

La siguiente imagen está tomada de un artículo escrito por A. Abid et al., “Persistent anti-muslim bias in Large Language Models” (doi.org/10.1145/3461702.3462624), y muestra la tendencia de GPT-3 a asociar al islam con violencia. Un  artículo sumamente importante en evaluar los riesgos sociales en los procesadores de leguaje es “On the dangers of Stochastic Parrots” (“Sobre los peligros de los cotorros estocásticos”, https://doi.org/10.1145/3442188.3445922), que le costó a uno de sus autores, Timnit Gebru, que lo corrieran de Google.

Gráfico, Gráfico de barras
Descripción generada automáticamente

La tecnología es fascinante, pero a veces por razones distintas a las que nos empuja a creer la propaganda. Quizás, los grandes desarrollos tecnológicos, en vez de a un estado de bienestar y de despreocupación en el que las máquinas y los robots hacen todo el trabajo que no queremos hacer los humanos, nos llevan más bien a una sociedad que exige mayor responsabilidad ciudadana y que exige un tipo de conocimiento que algunos han querido llamar ‘alfabetización digital’. La presencia de grandes desarrollos tecnológicos nos compromete a los ciudadanos a tener más conocimiento científico, y a ser más cautelosos sobre cuándo sí y cuándo no el uso de una herramienta es conveniente para todos, si queremos bogar por mejores sociedades.

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Hookup culture vs. la visión humanista del amor

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La posmodernidad es el mundo de la inmediatez. ¿Tienes hambre? Pide un delivery. ¿Estás aburrido y quieres entretenimiento? Abre un servicio de streaming. ¿Quieres conocer una pareja? Abre cualquier app de citas. El acceso a las retribuciones inmediatas de tantas realidades tan variadas propicia que se piense que es lo mismo una hamburguesa, que un viaje en auto privado, que ver una serie,  que contactar un ser humano. Y no es que esto sea el origen de la Hook up culture, pues ella existe desde los años sesentas, sino que son condiciones que la hacen más presente. Además, la hacen parecer como el procedimiento normal y esperado para conocer una pareja. 

¿Es verdad que, para ligar con prospectos de parejas en apps, para luego tener citas, hace falta estar dispuesto a tener relaciones sexuales desde un principio? Una vez conocí a un amigo que ligaba con una chica hermosa. Él no lo esperaba, pero, la chica le dijo que, si él quería, podía darle la experiencia de vivir la intimidad sexual. Mi amigo quedó helado y fascinado, porque nunca le había ofrecido tal cosa de tal manera. Quería a la chica, pero no para vivir experiencias. Para no hacer el cuento largo: el ligue se enfrió, a pesar de que él le propuso a ella un noviazgo. En última instancia la cultura del Hook-up puede llegar a formar las expectativas y mentes de quienes buscan el amor de pareja. 

¡Cuántas preguntas hay! ¿Es adecuado y tiene sentido vivir la Hook-up culture? ¿Es el sexo una experiencia que se pueda vivir casualmente sin involucrar la totalidad de lo humano? Podemos reflexionar poco a poco sobre estas preguntas para encontrar sus respuestas.

Mundo de las citas, expectativas y placer sexual sin compromiso.

¿Cómo pides una cita? ¿Sabes el “guión” que hay que seguir para que el encuentro con un ligue sea bello y saber qué esperar? Pensemos en las citas o dates de los años cincuentas: el chico llegaba por la chica. Iban por un helado o hamburguesa. Iban al cine, y él la acompañaba a ella a su casa. Si acaso habría un beso luego de varias citas. En nuestro tiempo, ¿cómo conseguimos una cita? Hacemos un perfil en una app de citas, swippeamos a la izquierda, hacemos match y comenzamos a platicar. Luego vienen los siguientes pasos. Supongamos que el chico y la chica se dejan llevar: se ven para comer algo, y deciden tener una experiencia íntima sexual. Con suerte aquella relación se consolide como un noviazgo. Es más probable que no. Sin embargo, es complejo pensar que lo estable puede surgir de lo inestable. Esta cultura de sexo casual o Hook-up culture está fundamentada en una incorrecta comprensión de la libertad, pues en ella se dirige la libertad hacia el placer más inmediato, y no hacia el bien más adecuado.

Generalmente, el argumento de las personas que practican y viven esta cultura es: “Todos lo hacen. Si ambos estamos de acuerdo está bien y es válido, porque no le hacemos daño a nadie.” Parece un argumento bueno, pero es insuficiente porque no contempla la totalidad de la naturaleza humana. Veamos por qué. La inmediatez en la obtención de lo deseado trae la satisfacción, sin duda. Pero sólo puede haber satisfacción con las cosas que se usan, o dan algún servicio y no sirven para otro fin más. Las personas no son cosas para ser usadas, pues su fin no es, estrictamente, satisfacer las necesidades de alguien más. Pensar que las personas están siempre dispuestas a vivir el sexo sin compromiso, implicando futuro, fertilidad, y debilidad, y más en las aplicaciones de citas, lleva a su reificación, o sea, a su “cosificación”. Y está postura lleva a desdeñar la dignidad humana como valiosa por sí misma. La Hookup culture también es una renuncia a la apertura a la otredad. Es como decirle a aquella persona de la cita: “sólo te veo como un objeto para un momento de placer. No me importa tu futuro ni tu fertilidad. No te quiero completa. Conque esta actitud implica ver a las personas como se quiere que sean, y no como ellas son en sí mismas. lo cual es altamente narcisista. El principal problema de esta actitud está en la cerrazón egoísta, que no se abre a la otredad de la persona, y no la acepta cómo es. Y aún no hemos mencionado argumentos morales, sino de la manera de pensar individual. ¡Conque del mutuo consenso libre no se sigue la rectitud de un acto! No. Por más que ambos lo quieran y consideren que es aceptable y que no hay daño de por medio. Es más, de la aceptación de esta manera de pensar se pueden seguir daños más profundos, como el pensar que las mujeres o los hombres son más valiosos en función de si sólo son para pasar un divertido rato sexual, o si son madera de esposa o esposo. 

Foto: Artem Podrez

Reducción de lo humano a lo animal.

La normalización de la Hookup culture es desordenada en sí misma porque tiene una desproporcionada consideración de la valiosa dignidad humana como fin. Y no sólo eso, sino que trae consecuencias culturales que complican más las ya complejas relaciones humanas posmodernas. En los últimos años se han puesto de moda los coaches de seducción. Muchos de ellos hombres jóvenes y carismáticos que buscan conquistar mujeres y ofrecen sus servicios para los hombres que tienen dificultades para relacionarse con ellas. Abundan estos coaches en Youtube o en Instagram. 

En un sentido antropológico y filosófico, los coaches de seducción tienen tres grandes problemas. Por una parte, consideran que es recto aceptar la intimidad sexual sin compromiso y como experiencia. Por otra parte, usan la actividad y disposición sexual como patrón de medida del valor humano. Por ejemplo, estos coaches de seducción, y otros personajes de redes sociales, tales como los hombres Red pill o MGTOW (Men going their own way), que consideran que el valor de un varón o mujer tiene que ver mucho con su actividad sexual, usan términos como el de hombre o mujer alfa, beta, sigma, etc. Estos términos son más propios de la zoología que de la antropología. Bien se puede hablar de lobos alfa, beta o sigma, pero aplicar estos términos a los seres humanos es reducirlos a su animalidad. Los reduce a puros sementales o pies de cría. Oculta su humanidad. El tercer error de tales personas es considerar que conocen la mentalidad de las mujeres, o de los hombres, según el caso y que, con tal conocimiento pueden manipularlos para conseguir lo deseado.

Y es que pensar que los seres humanos son reductibles a sus comportamientos o deseos sexuales, no es sólo la base de una antropología reduccionista, sino que oculta a nuestros ojos la verdad de nuestra naturaleza humana, y trae consecuencias peligrosas. Por ejemplo, aceptar considerarse a sí mismo (hombre o mujer) un premio al estilo de las esposas trofeo (trophy wife) sugiere que el amor es cosa de merecimientos y no de donación libre y gratuita. Otra consecuencia es el tener expectativas irreales e incumplibles sobre el sexo opuesto: esperar a la indicada o indicado por que tenga que cumplir con toda una lista de requisitos: físico escultural, cartera llena, auto del año,trabajo bien pagado, etc. Tal lista rigurosa aleja del hallazgo del amor y lo hace más difícil. Ahora bien, quizás la consecuencia más peligrosa es la de generar una visión profundamente misógina o misándrica sobre la naturaleza humana. Quien piensa que los seres humanos pueden dividirse entre las que son para pasar un rato y las que tienen materia de cónyuge, desdeña el valor humano intrínseco y es capaz de llevar una doble vida. Llegado el caso, ¿qué impediría que esa persona considere que, quien antes era vista como virtuosa y valiosa, un día sea vista como un objeto de uso común? Esta duplicidad cínica pone en peligro a la comunidad y las vidas de sus miembros, pues quien piensa así podría auto-justificarse para hacer cualquier daño a la dignidad humana. 

El culto a la seducción y su consecuente cultura misógina o andrógina  también hace uso de términos que no reflejan la complejidad humana. Así, un macho alfa es un hombre que hace lo que desea y no se rinde a las expectativas de una mujer y sólo ve en ella posibilidad de placer o justificación. Beta proveedor es el hombre que vive para atender y proveer las necesidades de una mujer y pretende conquistarla de tal modo. El macho sigma es lo mismo que el alfa sólo que fuera de la jerarquía de machos y sin competir sexualmente con los otros. Un Chad es un alfa. Un Simp es un beta. Todos (o casi) están dentro de un “mercado sexual” por la atención de las mujeres. La Red pill, siguiendo el símil de la famosísima película Matrix, es la conciencia que toma el varón que quiere dejar de buscar mujeres “de poco valor” sale de la simulación que pretende buscar la validación femenina. Pues claro, en esta perspectiva son “valiosas” las mujeres que son materia de cónyuge, y son “poco valiosas” las que piden demasiado y sólo ofrecen su belleza física hasta  que se topan con el muro de la edad y comienzan a buscar el amor verdadero.

Como se ve, la nomenclatura es intrincada y se enfoca en hacer una reducción de lo humano a lo meramente animal. Considera que las relaciones humanas son cosa de dominancia jerárquica, de placer intenso, de cuerpos atractivos, y que el o la individuo más valioso es el que trabaja en sí mismo, no el que se abre a los otros. ¿Qué hacer ante esta propuesta reduccionista y amargada? Pues mostrar que el amor es materia de decisión y de voluntad, no sólo cosa de naturaleza corporal irracional o sentimental.

Pareja en Bilbao. Foto: Jo Ellen Moths

Amor y relaciones: ejercicio de la voluntad y del respeto a las personas.

El amor es una decisión. Es el deseo del bien, pero, sobre todo, del bien del otro cuando el amor madura. Si bien, las apps pueden ayudar a encontrar prospectos, el amor de pareja no es sólo cosa de una app de citas. Hace falta aceptar la fragilidad humana junto con la grandeza de su libertad, con su base orgánica, animal y sexual, sin dejar de tomar en cuenta lo racional y espiritual. 

Abrirse al mundo de las relaciones es apostar por el compromiso que cuida y favorece la naturaleza humana. De tal modo, la relación se convierte en un santuario en el que los novios crecen y se cuidan entre sí porque se aman y saben, mutuamente, que sus naturalezas son valiosas por sí mismas, aunque frágiles. La consideración de la naturaleza humana como limitada y necesitada de amor puede limpiar las expectativas desproporcionadas sobre una pareja, a fin de verla como un “otro semejante” que no es una mina de oro, sino un compañero o compañera de vida. De modo que, no está mal salir a divertirse y conocer prospectos de pareja. Lo que hace falta es dejar de pensar que es normal o recto que, tener citas implica siempre la apertura inmediata a la entrega sexual, pues el amor recto es entrega mutua de dos naturalezas humanas complementarias, abiertas al futuro, la fertilidad y la compañía. Esto implica tener apertura a abrazar la complejidad de la naturaleza humana y a compartir la vida, no sólo a satisfacer necesidades. La cuestión es cambiar nuestra mentalidad sobre el amor para que sea más humanista y no sea cosificada.

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Evolución o degeneración: Emojis, lenguaje y comunicación

Por Doris Morales

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Según las estadísticas de Unicode, el 92% de la población mundial que utiliza redes sociales incluyen los emojis en sus comunicaciones. Estos emojis representan rostros, edificios, alimentos, animales, banderas e incluso tienen la capacidad —o se la hemos otorgado— de simbolizar sentimientos, estados de ánimo, ideas y el contexto cultural de los usuarios.

Un emoji es una representación gráfica: un pictograma. Entonces, ¿cómo es que los pictogramas se “colaron” dentro de nuestra comunicación escrita? Para empezar hay que comprender que un pictograma siempre es referencial a un objeto, por lo que el dibujo o signo gráfico expresa un concepto que se relaciona con el objeto.

El uso de los pictogramas tiene sus raíces en la prehistoria, cuando el ser humano sentía la necesidad de materializar las vivencias o aconteceres diarios mediante las pinturas rupestres. Todo esto previo al desarrollo del lenguaje. Con el surgimiento de la escritura, la importancia de los pictogramas aumentó para representar realidades, símbolos y creencias. 

Como ejemplo tenemos a los egipcios, quienes durante su período clásico, utilizaban cerca de 700 signos diferentes, sin embargo para los últimos siglos de su historia alcanzaron más de 5,000 signos. El diseño de los pictogramas y su evolución dio origen a las primeras representaciones de la escritura cuneiforme. 

Kharga, Egipto. Foto: L. Escabia.

Pero si la evolución de los pictogramas dio como resultado el desarrollo de la escritura y posteriormente la aparición del alfabeto ¿por qué seguimos incorporando símbolos gráficos en nuestros textos?

Los pictogramas facilitan la comunicación y derrumban las barreras del idioma debido a que pueden ser comprendidos universalmente; tal es el caso de la señalética urbana como las señales de alto, siga, vuelta a la derecha y curva. La música o el dibujo arquitectónico también son considerados un lenguaje universal ya que no están supeditados a ningún idioma en particular. 

La intención de expresarnos de manera más puntual y exacta nos orilla a buscar alternativas y elementos que precisen la idea que buscamos comunicar. Resulta importante recordar que a diferencia de la comunicación oral, la comunicación escrita no posee entonación, lenguaje corporal y expresiones faciales que nos ayuden a expresarnos con mayor especificidad. Sino que, por el contrario, la comunicación escrita, conlleva cierta ambigüedad. 

Así que los emojis  —como la señalética urbana— son un lenguaje universal. Aunque no son un idioma establecido, facilitan y permiten una comunicación global. Pueden ser considerados un lenguaje paralelo, para un grupo específico de personas definidas por el emisor.

Emojis. Por Roman Odintsov.

Agnese Sampietro, doctora en Lingüística, afirma: “en las interacciones cotidianas entre personas cercanas como familia o amigos los matices extralingüísticos son muy relevantes. Estos usuarios en la comunicación cotidiana quieren entenderse y mantener sus lazos de amistad y afecto. De ahí que las caritas con expresiones positivas sean las dominantes. En otros contextos el uso puede ser diferente”.

Expresarnos de manera más específica, subrayar nuestra intención, matizar nuestro mensaje, reducir la ambigüedad, mostrarnos cercanos, generar ambientes de conversaciones relajadas, expresar nuestros sentimientos y emociones son algunas de las razones del uso de los emojis en nuestras conversaciones cotidianas. 

El uso de los emojis no solo es exclusivo del contexto cultural en el que nos encontramos  sino también depende de la persona quien los usa. Algunos emojis son personalizados por el usuario —el color de piel, el color de cabello— y forman parte de sus elementos de expresión cotidianos.

Estos elementos complementan la comunicación escrita y sin embargo no sustituyen la riqueza lingüística propia de los idiomas.

¿El lenguaje evoluciona o se degenera? Algunos expertos comentan que el lenguaje no puede degenerarse, sino evolucionar. De forma constante, ciertas palabras de nuestro idioma tienden a desaparecer ya que lo que significan deja de existir, se sustituye o cambia su connotación. Por otro lado, también importamos palabras o términos de otros idiomas y los utilizamos en nuestro día a día, por ejemplo: closet, clickear, kindergarten, volován, y muchas otras.

Esto mismo ocurre con los emojis, los incorporamos a nuestras comunicaciones escritas para profundizar y contextualizar nuestros diálogos. Acompañan  nuestros mensajes para darles un sentido más cercano y cálido a nuestras conversaciones. Crean momentos de empatía y ayudan a generar recuerdos, ya que relacionamos los emojis con expresiones propias o expresiones utilizadas por nuestro receptor.

Nos imaginamos a nuestro receptor diciendo el mensaje, sonriendo de medio lado o cerrando un ojito. Normalizamos el uso de emojis para darle un significado más profundo a nuestros mensajes y hemos aprendido a diferenciar la comunicación formal de la casual o de la familiar.

Adoptamos emojis como sello personal, nos identificamos con ellos, ya que a través de un símbolo podemos comunicar más de lo que podríamos expresar con una sola palabra. El lenguaje no se degenera, se enriquece con las adecuaciones e incorporaciones que día a día se suman a nuestro bagaje oral y escrito. 

El lenguaje y la escritura son, como todo, hijos de su tiempo. No puedo imaginarme a Charlotte Brontë escribiendo Jane Eyre e incorporando emojis. Pero, ¿qué sucedería si un joven reinterpretara este clásico de la literatura con la ayuda de los emojis? ¿Estaría adaptándose a su tiempo, contextualizando la lectura y tendríamos como resultado una versión más gráfica, cálida y sobre todo universalmente comprensible? 

Cara divertida con relleno sólido
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Reflexión seria-jocosa y contumaz acerca del libro electrónico

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Por Uriel Iglesias

(Ofrezco aquí una reflexión donde invito al lector que así lo desee, a acompañarme en mis pensamientos (acotados por paréntesis) frente a la exposición. Siéntase libre de brincarse estos paréntesis o léalos hacia sus adentros).

El debate entre los libros electrónicos y libros físicos tiene ya por lo menos un par de décadas y, en distintos momentos, ha presentado tensiones, seguidas de profecías y retractaciones. No sé hasta qué punto se pueda hablar con detalle de esta inquietud generalizada, pero me queda claro que todos han oído hablar algo del tema y todos, de una u otra manera, se cuestionan sobre esto; sin olvidar, ante todo, que se está consultando una publicación en formato digital.

Las opiniones de los tecnólogos y tecnólatras se habían apresurado a inicios del milenio y quizá un poco más adelante, a dar juicios terminantes, y, cual Daniel en la soledad, sentenciaban: el libro físico será substituido sin duda alguna por el formato digital. Inclusive los más entusiastas, mientras se apuraban a quemar incienso al nuevo e-book, precisaban que, quienes poseen (poseemos) muchos libros, se vayan (nos vayamos) acostumbrando a su eventual desaparición so pena de vernos como anacrónicos modelos. E-book, por supuesto, porque las nuevas profecías deben escribirse en inglés. (Algo del síndrome mesiánico muy propio de los Estados Unidos aquél, que proviene desde ciertos personajes que complementan los Testamentos hasta la profética Hollywood reciente, donde, por supuesto, todo ocurre o en un elegante suburbio neoyorkino o en San Francisco, desde Aliens hasta Godzilla). Al paso del tiempo, parece, sin embargo, que esos entusiastas de la tecnolatría han fracasado, pues entre editoriales, con ciertas excepciones, no se ha documentado esa transmigración y, acaso, lo que hay es una cada vez más generalizada ignorancia que no pasa sólo por los libros electrónicos o los físicos. Parece que, como la Bella y la bestia, a la bestia, además de los modales, se le olvidó leer (Me refiero, por supuesto, a la película de Disney) tras diez años de abandono (¿cuánto lleva el debate?). Otros, mucho más moderados, apuntaban una coexistencia entre ambos formatos donde quizá ciertos textos habrían de ser más leídos en un formato, y otros sí habrían de migrar casi por completo al formato electrónico. Tal es el caso de revistas y periódicos cuyo consumo en medios electrónicos ha sido mucho más abundante que el resto de los textos. La pregunta importante es: ¿por qué? 

Siempre es bueno atacar a los tecnólatras (en parte por incumplir el primer mandamiento de la ley de Dios dada a Moisés), pero más allá de esta siempre correcta actitud de señalar el error, hay que ser más concretos. ¿Por qué no funcionó el libro electrónico como se pensó?, ¿qué pasó con los émulos de Isaías, o habrá pasado algo parecido a los caballos de aquél general que confundió cosa por nombre? (Me refiero, con el mero afán de parecer un poco más culto, a la anécdota que narra Cicerón en su brevísimo texto De fato, o sobre el hado, donde discute si es posible predecir el futuro con base en que ya existe de antemano una determinación del mismo. Quienes sean doctos, conocen que la doctrina estoica, que era apreciada por Cicerón, consideraba un camino marcado por la providencia, ante el hado (de donde proviene el nombre del tratadito, tristemente masticado por los dientes del tiempo), el hombre tenía que padecer. De ahí provienen importantes reflexiones morales; sin embargo, me permito referir brevemente al hecho: cierto oráculo vaticinó la muerte a un rey a manos de un caballo. El rey, aterrorizado, ordenó que todo caballo de su reino fuese eliminado para evitar que se cumpliera la profecía, sólo para morir tiempo después aplastado por una roca en un paso llamado El caballo. La enseñanza, cabe aclarar, se enfoca sobre todo en cómo, al obsesionarse con un fin, podríamos terminar cumpliéndolo. Reflexiona así Cicerón hasta qué punto hay un determinismo o si nosotros somos quienes cumplimos ese determinismo al conocerlo. La reflexión ha sido impresionantemente extensa, y muchos autores a lo largo de la historia se han cuestionado estos temas. En el siglo XX, Karl Popper en La miseria del historicismo haría lo propio bajo el caso que, de intentar predecir, el sesgo humano haría que dicha profecía se vuelva realidad y, por lo tanto, sería imposible saber si se cumplió porque efectivamente la profecía era cierta o porque nosotros con nuestras acciones la llevamos a cabo. El tema no es ajeno y se ha tratado en todavía más textos, desde la interesante Historia del futuro, escrita por el jesuita Antonio de Vieira (una de cuyas polémicas, no directamente relacionadas con él, habría de formar la Carta atenagórica de Sor Juana) hasta los horóscopos contemporáneos. Pero he de reconocer que me separo del tema). 

Retomando el punto, es cierto que al principio hubo una exponencial oferta y compras para los libros electrónicos, que, vistos con frialdad, es algo propio de las modas. Mi padre compró hace poco más de dos décadas uno de los primeros libros electrónicos que sólo contenía una versión de Blancanieves. A la larga, la poca memoria y otros dispositivos superaron con rapidez a este primer libro electrónico que mi padre todavía conserva. (Antes de que el lector se haga una idea de mí, no soy una persona tan entrada en años, aunque sí me tocó ver en el cine Toy Story y Titanic, pero, en mi defensa, era pequeño). Yo mismo recuerdo hace alrededor de una década haber ido a una tienda de electrónicos y observar por lo menos cinco marcas distintas de libros electrónicos, de los cuales recuerdo uno que me llamó la atención: la marca Papyre. No recuerdo más, pero con el tiempo todas estas marcas se acabaron. Que me sea conocido, en la actualidad sólo se popularizan el Kindle de Amazon y el Kobo que lo vende sobre todo Porrúa. Es posible que haya muchos más pero al menos están fuera de la esfera de mi conocimiento. 

Ahora bien, los debates no del todo carentes de sentido, apuntaban ventajas a las computadoras, sobre todo en torno a la tinta electrónica en comparación con las incipientes tabletas cuyo desarrollo parece suplir en algunos puntos las funcionalidades de los libros electrónicos; sin embargo, a pesar de sus capacidades superiores, se olvida lo básico: que un libro electrónico sólo sirve para leer, mientras que una tableta, para muchas cosas más. Podría parecer una ventaja mayúscula, pero, si se piensa en segunda instancia, se verá que no lo es tanto. En resumidas cuentas: distrae. Distrae mucho. Si uno lee con confianza y concentración, al recibir el veinteavo aviso de ofertas o el acoso de cierta compañía que no acepta un no por respuesta, se pierde la concentración y, en contraparte, el sentido de la lectura. Luego entonces, se dificulta la lectura. Las tabletas y teléfonos son productores de ruido, distracción y diversión, y, por lo tanto, no funcionan correctamente para la concentración. Es más, diría que son dos de los más importantes distractores, cuya conectividad sirve para todo menos para estar conectados y para leer. (Léanse en este mismo medio las disertaciones de Alberto Domínguez contra las redes sociales para profundizar más en el tema). En suma: más aplicaciones, más tecnología: una afrenta contra la lectura.

Hay otro punto que, paradójicamente, se debe a fallas tecnológicas y es el que podría sorprender al lector: en efecto, el libro electrónico es arcaico. Y es que el libro electrónico, e-book o en tableta, a pesar de su aparente novedad, se fundamenta en principios sumamente antiguos cuya tecnología fue superada por el libro. Me explico: la tecnología del libro electrónico es la misma que usaba el rollo de papiro, no el libro, sea como codex membraneceus, o como libro actual. Es decir: a usted le están vendiendo una tecnología obsoleta por más de milenio y medio, pero como si fuera nueva. (Dirían los críticos al consumo: una rebranding magistral (recuérdese que se tienen que usar conceptos en inglés, de lo contrario quedaría muy outfashioned), ya que, tras mil quinientos años, la patente ha expirado y cualquiera la puede usar). Use usted, lector ingente, cualquier instrumento como este mismo medio electrónico, y verá que tiene que “enrollar” la pantalla, sea para arriba y abajo o para alguno de los lados en el caso de otros formatos. Eso es justamente un papiro, un volumen papyraceus. Es como si alguien le vendiera alimento para caballos a Volkswagen: simplemente absurdo. (En efecto, los caballos de fuerza de los carros, me enteré bastante tarde en mi vida, no se refieren a caballos en sí, aunque hay una relación en origen).

La razón por la que éste dejó de usarse se debe a tres principales problemas: el primero es la naturaleza propia del papiro, que es difícil de conseguir, al ser sólo endémico de Egipto y que su material lo vuelve frágil al pasar cierto tiempo, y fuera del clima árido se torna muy difícil de conservar. El segundo es su capacidad material, que lo vuelve vulnerable y poco práctico para cargar obras voluminosas, además de ser difícil de guardar y muy espacioso, ya que requiere una cobertura, parecida a una urna, cilíndrica que impide aprovechar su almacenamiento en pleno sentido. Por ejemplo: hay un debate por las muy distintas cifras en torno a la cantidad de libros que contenía la Biblioteca de Alejandría. Algunos sin duda eran papiros y otros libros, pero la disputa radica en si son volúmenes, es decir, número de rollos, u obras como tal. (Para que se entienda mejor: una obra como la Ilíada, que contiene veinticuatro cantos cabía típicamente en un solo libro. Por supuesto, si contiene un comentario puede ser en muchos más, pero en estricto sentido se puede imprimir en un solo volumen, inclusive en forma bilingüe, tal y como aparece la versión de Rubén Bonifaz Nuño en la UNAM (La primera versión apareció en dos hace ya un cuarto de siglo, pero a partir de la segunda se puede encontrar en uno solo, grueso, eso sí, pero uno solo.) Esta misma obra, en el formato antiguo, se encontraría en veinticuatro rollos, ya que un rollo de papiro no puede ser demasiado extenso, so pena de romperse. Para que se me entienda: ponga veinticuatro ollas volteadas y verá el tremendo espacio que éstas ocupan. Se explica así, por qué se prefirió paulatinamente un cambio.) 

La tercera y última razón (y acaso la más importante) radica en que son obras de difícil consulta. Las dos primeras podrán objetarse y en su engrandecimiento tecnológico estarán resueltas, por lo tanto serían poco efectivas en el debate que aquí propongo: el libro electrónico las ha superado con creces, pero no la tercera. El papiro complicaba la consulta porque no podía hacer uso de un objeto sencillo: el separador. (En efecto, este pequeño instrumento que se obsequia en muy variados lugares, contiene la razón para refutar al libro electrónico). No se podía usar porque la propia estructura del papiro al ser doblado perdería el separador y, más bien, podría romper el material si se utilizara un separador que se adhiriera al rollo. (Compare, por ejemplo, las hojas múltiplemente engrapadas y desengrapadas, sobre todo para efectos de burocracia que la gente suele llevar en sobres manila o de plástico, importados por filibusteros chinos y cómo se preservan arrugadas, imperfectas y feas a pesar de tener un uso muy corto). Pero no sólo es la señal en sí, sino la facilidad para brincar entre páginas y hacer, oígalo bien: una lectura interactiva. Es decir, que la computadora no es interactiva, pero el libro sí. Así es. Haga usted, afamado lector, este experimento: agarre un libro que tenga enfrente, el que sea. Sosténgalo con la mano izquierda y con la derecha utilice los cuatro dedos para separarlo en cuatro lugares distintos. Una vez con el dedo puede ir de una a otra página de forma inmediata. Ya si quiere utilizar al máximo, puede usar separadores, desde los sencillos hasta los imantados y separar varias páginas. Esto es más evidente en el uso de los misales y los breviarios, donde normalmente hay varias tiras para poder ir y venir entre el ordinario, el tiempo, el santoral, las oraciones, el propio del tiempo y las distintas rúbricas, pero se aplica para casi cualquier libro, sobre todo aquellos que contienen notas o comentarios al final, lo cual nos da una lectura en varios sentidos sólo por su materialidad, al cual podremos aplicar otros tantos sentidos, sean meras notas personales, sean subrayados tenues con lápiz (pues quienes subrayan con marcatexto en libros y sobre todo libros de biblioteca merecen ser ahorcados, ahorcados y arrastrados por cuatro caballos) o sean los sublimes quattuor sensus ex Scriptura, como enseña San Buenaventura en su décima tercera colación al Hexamerón. (Que, dicho sea de paso, no es sólo una teoría de lectura, sino que la expone en función de la separación entre Iglesia Militante e Iglesia Triunfante, como recordará el lector cuando en su catecismo se comentaron los últimos artículos del Credo que corresponde a la primera parte del catecismo en sí. Es decir: implica comprender su sentido y su acción que, como miembros de la Iglesia Militante, debemos). 

(A propósito de los comentarios de las obras, pienso, por ejemplo, en las obras de Sor Juana Inés de la Cruz editadas por el padre Méndez Plancarte, cuyo extenso y erudito cuerpo de notas se apunta al final. Permítaseme hacer una diatriba: debo decir que lamento en buena medida la substitución del primer volumen por parte de Antonio Alatorre en las ediciones canónicas del Fondo de Cultura Económica. Es cierto que la filología en torno a Sor Juana avanzó desde la edición de Méndez Plancarte, pero no la erudición, que fue substituida por los socarrones comentarios, mínimos en muchos casos, de Alatorre y su muy vergonzoso conocimiento de filosofía que contrasta con la del padre Méndez Plancarte. ¿No acaso se podría haber realizado un punto medio, es decir, incorporar al trabajo del anterior, en vez de sacar sólo una versión omitiendo todo lo que hizo Méndez Plancarte? Me lamento de esto. En este caso, sin embargo, hay un problema que es lo invasivo del comentario, que es la razón por la cual la interactividad del libro funciona mejor. En la edición de Méndez Plancarte, éstos se leen al final, así que uno puede disfrutar del poema y si quisiera un apunte, irse al final. Pero, al tener el comentario molesto de Alatorre a pie de página donde se mezcla desde las variantes textuales y las enmendaciones hasta uno que otro interpretativo, sobre todo con referencias obscuras. En suma: termina uno odiando la entrometida voz de Alatorre). 

Por otra parte, el libro, el codex membraneceus nos da una facilidad para darle un uso mucho más completo al libro en cuanto objeto, ya que puede cambiar de sección de libro en cuantas secciones guste usted, darle circularidad y no perder de fondo el hilo de lo que uno está leyendo. O, si así lo prefiere, puede leer un libro en un solo sentido. Hay libros que lo permiten así, otros que lo demandan y otros que requieren ir poco a poquito y dejar un separador para regresar tiempo después. Nada de eso se puede hacer fehacientemente con el papiro que nos proporciona una lectura lineal. Esto no se puede hacer ni con un papiro ni tampoco con un libro electrónico. Es cierto que uno puede hacer marcas, pero jamás darle esa circularidad. Esto es un defecto de origen que, si bien la tecnología ha tratado de corregir, no puede cambiar todo de inmediato porque está comprometido su principio, y éste, por mucho que se aminore, perfeccione o modifique, no cambia substancialmente las formas que pueden generarse a partir de él.

Por otra parte, hay un aspecto de materialidad que rara vez se toma en cuenta. Libros hay de muchos tamaños, formatos, tipos de letra, caja de texto y demás que tienen una función concreta. Inclusive, el uso de la caja de texto y la ruptura de los párrafos, para una mejor lectura es un proceso gradual para leer mejor. Roger Chartier apuntaba que la famosa biblioteca azul de libros, una editorial popular, popularizó el uso de párrafos más pequeños para que fuese más sencillo leerla como parte de la revolución de la Modernidad. La observación es correcta, aunque la conclusión no. Como buen francés, él parte de que todo surgió en Francia y en la Modernidad, en lo que yo llamo la modernitis, una enfermedad muy grave y para la cual no hay muchos médicos que la curen. La morbilidad consiste en que el mundo se inventó en algún punto de la modernidad, en la imprenta o en Francia, o en los tres si se puede. Yo como no soy francés y estoy más cerca de Zacazonapan (y de los lugares que narra la canción de Antonio Zamora) que de París y mi maestra de geografía me hizo aprenderme muchos países con sus capitales, conozco más del mundo, al menos en memoria. A esto agréguese que tampoco comparto las tesis de la modernitis, y que estoy más cerca de Joseph de Maistre, el honroso contrarrevolucionario, que de Chartier, y creo y quiero decir algo desde estas humildes palabras. (Quejaránse de esto algunos de esta situación, pero algo de lo insular puede dar frente a la gran capital. Recuerdo que una profesora atribuía a cierto jesuita expulsado (¿Clavigero, Cavo? No lo sé) los versos: “Prefiero Tacubaya, pueblo inmundo/ a Roma, capital del mundo”. No he encontrado la referencia, pero así está conservado en mi cuaderno y, como no le daré derecho a réplica a la maestra, tendrá que tomarse por bueno. Seguramente la cita es falsa o por lo menos inconclusa, ya que no suelen los poetas combinar el endecasílabo con el eneasílabo. Lo arreglaría así: “Prefiero Tacubaya, pueblo inmundo,/ por sobre Roma, capital del mundo” para que se balancee el dístico, pues no hay cosa más triste que un verso “mal contado”. (Permítase aquí también aquí enmarcar mi desprecio a los autores de verso libre. No es personal, pero sí profesional mi oposición)). Esta tendencia se observa desde los manuscritos. El corazón de Chartier se detendría si supiera de la existencia del Manual de Dhuoda, una noble mujer que escribió un manual, un librito chiquito, para que su hijo estudiase los fundamentos de la teología por allá del siglo IX. (Dhuoda estuvo relacionada en los escándalos palaciegos de Luis el Piadoso, hijo de Carlomagno). Ojalá, por su salud, nunca lea este texto, pues ya es un hombre mayor. Pero lo cierto es que libros pequeños o grandes o más adornados o más sencillos tienen una razón de fondo y la misma materialidad nos indica cuál es la finalidad del propio libro y preexisten a la imprenta, y a la barbarie asesina y misantrópica que fue la Revolución Francesa. No en balde los libros de arte son grandotes y algunos se pueden llevar en la mano. Depende de la materia que traten, porque ésta depende ciertos fines. Considere este caso: va a llevar un escritorio de un lugar X a uno Y.  ¿Qué hace, agarra cualquier carro o se fija antes en uno que pudiese tener potencialmente la posibilidad de que quepa sin lastimar el mueble? Debe, entonces, adecuarse a la propia necesidad.

(Nota bene: ésta es la razón por la cual cuando usted entra en una librería tradicional, lo recibirán los libros de arte. No tanto por la belleza o porque usted empiece por la parte gráfica, sino porque es grande y pesado, y en nuestro país, tan noble y único, existe una raza que viene de no sé dónde y que tienen varios nombres: los cacos, rateros, ratas o demás, así que hay que protegerse porque la justicia conmutativa no funciona mucho. (Dicen algunos: “Lo mejor de México es su gente”). Haga usted la cuenta: un libro de arte es mucho más difícil de robar. Inclusive para eso nos sirve la materialidad. Un libro electrónico, siempre es igual, no se ostentan estas diferencias.)

Otro tema de fondo es el proceso de aprendizaje mismo. Sin entrar en el debate epistemológico de fondo, el aprendizaje y como lo pueden atestiguar el grueso de quienes educan jóvenes (donde me incluyo), se comprueba el adagio escolástico: nihil in intellectu quod non praeter in sensu (No hay nada en el intelecto que no pase antes por los sentidos). Existen aquí algunas precisiones, pero para no entrar a los pormenores de la sutileza filosófica, implica que, en cuanto a hombres, tenemos cuerpo. Puede usted comprobarlo si se pellizca un brazo o si golpea su cabeza frente a una pared. Este punto nos lleva, en segundo lugar, a que el cuerpo sirve para algo. Seguramente usted lo ha sospechado, independientemente que sea torpe como yo para el deporte, pero hay algo de funcionalidad en el mismo. Y, tercer punto: ese cuerpo es nuestro contacto con el mundo. Es, si usted quiere, un contacto problemático, pero existe y es nuestro medio de conocimiento. No en balde, a los niños se les enseña a partir de elementos concretos que puedan tocar, babear, aventar, y luego percibir y después abstraen: pueden los niños ver dos manzanitas, tocarlas y a partir de ahí aprender el concepto de los números, que es abstracto. Enseñar directamente los números significaría un fracaso en la formación, porque no se rompe el ciclo de aprendizaje, así de sencillo. Y esto no queda únicamente confinado a los niños, sino que también entre los adultos es necesario. 

Esto tiene muchas consecuencias, por supuesto, el primero es el fracaso y error de todos (así es, todos) los racionalistas desde Descartes hasta la fecha (es duro de escuchar, sobre todo para los seguidores de Descartes y otros racionalistas, pero deben saber que estaba equivocado y que dedicarle más tiempo de estudio no aligera los errores, como tampoco podrán salvarlo de éstos), lo cual no es raro, y, en segundo lugar, la resolución de los problemas en torno a problemas tales como la consciencia. Es decir: si usted pensaba que podía salvar sólo su cerebro y consciencia y congelarlo en alguna elegante carnicería para que en un futuro pusieran ese cerebro en un robot o en un trozo de carne motorizado, lamento decepcionarlos, pero no se puede ni se podrá. (Cfr. La película Robocop donde el agente Murphy es una excepción). 

Detrás, además, de estos debates, hay una cierta postura, llamémosle por facilidad y sin demasiado compromiso, racionalista (de ratio, organizar), el cual podría y, a menudo desemboca en un deshumanizar al hombre y pretenderlo una máquina. La irrupción tecnológica ha sido brutal en todos los aspectos, y un tema obsesivo para ser tratado por cuantos textos se encuentren y opiniones, y, sobre todo, en su aplicación educativa. Y ante esto se han desplegado preguntas que no se alejan mucho de lo que aquí estoy planteando, tales como: ¿Se debe involucrar a los niños, a los jóvenes en el conocimiento oculto de la computadora o no? El proceso de llegar a objetos abstractos e irreales, como los que aparecen en la computadora en vez de lo concreto ha generado grandes distorsiones y, no sólo dentro de la esfera de cosas concretas, sino más allá. Los buscadores que indudablemente auxilian para encontrar de forma rápida algunos datos, son muy eficaces para esa finalidad, pero, en contraparte, presentan una terrible desventaja: elimina la necesidad de revisar con más detalle en, por ejemplo, una enciclopedia. En consecuencia, se deja de leer el texto en búsqueda sí de un dato concreto, pero también el trabajo para poder llegar al mismo y, por tanto, el proceso de conocer se vuelve exclusivamente utilitario y, por lo tanto, limitado. 

He procurado a algunos alumnos la búsqueda en enciclopedia de papel no tanto por los datos que podrían encontrar con mayor velocidad en cualquier navegador, sino para que aprendan, desde el momento de buscar correctamente la letra en la cual está el artículo que necesitan, hasta pensar cómo funciona éste y qué partes del artículo son útiles o no y lo difícil que es encontrar un dato preciso. Ya un segundo punto mucho más deseable es la lectura de las fuentes que lo sustentan: he aquí donde se desarrolla el conocimiento. Desde el inicio hay objeciones porque el alumno cree que mi intención es que aprendan datos, pero se equivocan: quiero que se tarden, quiero que no encuentren, quiero que lean y que, acaso se pierdan, se equivoquen, vuelvan a rectificar y acaso encontrar otro artículo que no habían pensado que estaría y que, ojalá, les llamase la atención. Muchas veces a los profesores no interesa el resultado tanto como el proceso para llegar a él, por desaseado o caótico que pudiera pasar. Quizás el resultado sea correcto, pero el proceso no y eso implicaría que, de volver a dejar un ejercicio parecido, lo que fue en uno acierto, en otro un error llegaría a ser. En cambio, la búsqueda de un proceso correcto, aunque yerre el resultado, evaluará que, en otro momento, se comprenderá el tema y, por lo tanto, cuando cambie la finalidad, el aprendizaje quedará. 

Planteo así, de fondo que buscar o seleccionar la tecnología con exclusivos criterios de practicidad es completamente errado. Es cierto que muchos procesos se pueden acelerar y corregir con indudable acierto, pero también existe un arte en la lentitud, pues de lo contrario sólo pasaremos a un cambio de mera acreditación donde todos fingimos hacer las cosas y los demás fingen preocuparse por las mismas. Por eso debo reclamar la urgencia de eliminar los argumentos simplones de la tecnología en los libros y también orillar a que se reflexione que, en muchas ocasiones, la tecnología, por muy innovadora, puede ser proporcionalmente obsoleta.

Así pues, el libro electrónico y su tecnología papirácea es, reitero, como venderle alimento para caballos a Volkswagen, que no usa caballos reales para que sus coches arranquen. El tema es que, como ya se ha perdido esta reflexión y una hojeada a la cultura universal, entonces se asume una especie de tabula rasa y, por lo tanto, se comete una estafa al vender algo obsoleto cual si fuese nuevo. Puedo así concluir con lo evidente: erraron los tecnólatras. Y eso es bueno.

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Nota del editor.- A este ensayo, en realidad, el autor le dio un título un poco más largo, que dice así:

Reflexión seria-jocosa y contumaz acerca del libro electrónico, o sobre cómo venderle alimentos de caballos a Volkswagen, en la que se trata de temas variados que tienen como elemento común la lectura y los títulos extensos que escribió un viandante del antiguo reino de la gran Anáhuac mientras esperaba a que se enfriaran las tortillas antes de comer los sagrados alimentos sobre mesas cubiertas de manteles de plástico usualmente entre la sexta y nona hora donde, según el Breviario, se da gracias ante el sudor de la frente

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