El 8M suele reavivar la discusión sobre el aborto. Les presentamos un informe realizado en febrero de este año (2023) sobre la situación actual en torno al aborto en México, lo que realmente estamos viviendo después de la sentencia que realizó la SCJN de 2021 con respecto al código penal de Coahuila. Hay dudas, por ejemplo, sobre si “la Corte ya dijo que el aborto es un derecho”.
Podemos ver que la Corte declaró inconstitucional sancionar con prisión a la mujer que aborta voluntariamente. No queremos castigar con prisión a las mujeres que han abortado, pues ellas, junto del bebé que estaba por nacer, son las segundas víctimas. Pero también sabemos que en este caso los ministros fueron claramente más allá de sus facultades. No está en su poder ‘crear derechos’; su labor es solamente interpretar los derechos reconocidos en la Constitución Federal y en los tratados de derechos humanos con los que se ha comprometido México.
El aborto sucede en una situación de crisis; a las personas que han pasado por esa situación, les debemos acompañamiento, apoyo y escucha. Pero, por razones de mucho peso, lo mejor es, al mismo tiempo, mantener la prohibición del aborto voluntario para los 21 estados que hasta ahora no han modificado su código penal. La primera razón es que mantener la prohibición impide que la industria del aborto irrumpa en nuestro territorio. La segunda la vemos en los servicios de salud: evitamos que el presupuesto escaso de estos servicios se vea menoscabado por este motivo, y que el personal sanitario sea obligado a violar su consciencia. En tercer lugar, mantiene con vida el mensaje de nuestro orden jurídico: la vida de todos los seres humanos es valiosa sin importar su edad, grado de desarrollo o apariencia. Y en cuarto lugar, contrario a lo que a veces se piensa, necesitamos que sea así para proteger de la violencia a las mujeres y adolescentes.
Nuestras circunstancias nos urgen a darle a este problema un lugar primordial en nuestra agenda como sociedad. Sería muy cómodo para el Estado que su respuesta a las mujeres embarazadas en situación de necesidad consista en una única alternativa: el aborto. No queremos eso, y pensamos que esos problemas se tienen que resolver de la manera más profunda y humana posible. Necesitamos alternativas para proteger el espíritu de nuestra sociedad: respetar la dignidad de todos los seres humanos, y permitir y promover que se realicen plenamente. Para ello, siempre es mejor estar informados. Les compartimos el informe completo, lo pueden descargar aquí:
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No es una noticia nueva que desde hace años la tasa de natalidad en Europa ha disminuido considerablemente. Esta medida, independiente de la estabilidad económica, decrece todavía más con los años. Cuando miramos las noticias y el mundo en general, nos cuestionamos seriamente si acaso es el momento adecuado para tener un hijo. Llegaron los cuatro jinetes: crisis económicas, políticas, sociales y ecológicas. Tal parece que es un mundo aterrador y en decadencia. Y sigues escuchando: guerra, bombas, destrucción, conflictos, el coste de la energía que se incrementa y los salarios que permanecen igual. Sabes que el invierno será frío y que será impagable encender la calefacción. Todo parece poco esperanzador y no es de extrañar que al observar todos estos factores externos la natalidad decrezca.
Sin embargo las guerras, la miseria y los problemas nunca han sido un verdadero impedimento y esto lo confirman las generaciones que nacieron durante el tiempo de la guerra y la posguerra. No afirmo que estas sean condiciones adecuadas para la infancia, pero lo cierto es que incluso en momentos así, estas generaciones tienen buenas memorias.
Mi vecina octogenaria recuerda a su madre con dos maletas minúsculas –llenas con lo poco que pudo tomar al abandonar su hogar– y dos niñas pequeñas. Los alemanes que vivían en territorio polaco tenían que dejar absolutamente todo para establecerse en un país en ruinas. Eran tiempos oscuros y fríos, muchos niños morían por los efectos de la guerra y el hambre. Y su madre cargando dos maletas y dos niñas llegó a Dresden, ayudó en la reconstrucción, trabajó arduamente y construyó un nuevo hogar para su familia. Con el tiempo, lograron reencontrarse con su padre, quien con mucho esfuerzo sobrevivió su estancia en el frente, y sin medios adecuados y haciendo galas de habilidades detectivescas logró para encontrar a su mujer e hijas . Podríamos pensar que no merece la pena vivir una infancia carente, pero mi vecina ha sido muy feliz y no se arrepiente de vivir, tampoco detesta su infancia carente de juguetes, sino que recuerda con alegría a sus padres.
Trümmerfrauen “mujeres de los escombros” en Leipzig (1949). Foto: R. Rössing. Fuente: Deutsche Fotothek.
Hace algunos meses mientras paseábamos por el bosque y la guerra entre Ucrania y Rusia comenzaba, justo hablábamos sobre la natalidad. Mi vecina comentó que percibía que uno de los argumentos de mi generación para no tener hijos era justamente la guerra y las crisis. Ella me miró y me dijo: “este es un gran problema”. Luego me contó –con más detalles– los hechos que relaté anteriormente y continuó “el problema no es la guerra, siempre hay conflictos; el problema es que los jóvenes piensen que sólo bajo ciertas condiciones materiales vale la pena vivir. El problema es su miedo y su poca esperanza. Si todos pensaran así, si se paralizaran por el miedo y la desesperanza, y esperaran al momento propicio, hace ya mucho tiempo que ya no habrían seres humanos”.
Basta decir que me dejó muda, porque es cierto, de algún modo la desesperanza nos ha paralizado y es uno de los males que nos aqueja. Miramos el futuro con ojos pesimistas. Querido Leibniz, te equivocaste, este es el peor de los mundos posibles.
Sin embargo, no creo que sea el único factor. Dentro de estas cuestiones externas podríamos añadir las nuevas dificultades para encontrar pareja, antes parecía mucho más sencillo, ahora ni siquiera las aplicaciones de citas son tan efectivas. Quizá podemos sumar que nos hemos concentrado más en nosotros mismos: mis viajes, mis compras, mi auto; todo lo que es mío y que gira alrededor de mí. Porque lo importante es que yo sea estable, que yo sea exitosa, que yo haga carrera, que yo sea feliz… sí, queremos ser felices, nadie por naturaleza desea ser desgraciado, pero entonces ¿por qué en una época con tantos avances somos de las generaciones más miserables? ¿Por qué la mayoría está deprimida? ¿Por qué tantos son diagnosticados con ansiedad? Preguntas complejas. Quizá tomamos todo demasiado seriamente, incluidos a nosotros mismos.
Un factor que no puedo dejar pasar de largo, porque considero que es crucial, es la visión de la mujer. El rol social de la mujer ha cambiado con los años, la mujer ya no se queda en casa, sino que también estudia, trabaja, crece, viaja y decide. En ese sentido la maternidad se vuelve menos atractiva. Pensamos que la maternidad es un tiempo en blanco para el curriculum, aunque no son vidas excluyentes, hay madres que trabajan en una oficina o fábrica y cuando llegan a casa se ocupan de la familia. Pero incluso durante el turno laboral, nunca dejan de ser madres.
La maternidad y paternidad son el único trabajo en el que no hay jubilación, no hay hora de entrada y tampoco de salida y por supuesto tampoco hay una remuneración. Realmente nunca ha tenido un valor monetario, pero al menos antes no estaba mal visto. Al menos antes la mujer podía decir sin vergüenza que era madre. El problema es justamente ese, que ya no lo consideramos algo importante, sino que incluso puede ser una carga.
La diferencia entre el grado de estudios de mis abuelas y el mío es relevante, es probable que ellas estudiaran hasta la preparatoria y después se dedicaran al hogar y a criar al menos 5 hijos; mientras que yo hice una carrera universitaria ¿eso las vuelve a ellas incompetentes y a mí competente? ¿Las vuelve tontas y a mi inteligente? ¿Las vuelve sumisas y a mi liberada, independiente y empoderada? Absolutamente no.
El mundo laboral y la oficina de impuestos nos quiere siempre trabajando: producir y consumir, producir y consumir, producir y consumir. Y así sigue la cadena. Entonces miramos un poco con desdén a la mujer que se queda en casa; porque aparentemente no produce nada; porque aparentemente ese no es un trabajo; porque aparentemente no hace nada por la sociedad; porque aparentemente ser madre es una existencia carente de sentido.
Y como mujeres nos preocupamos y nos desgarra tener que elegir entre la casa y la vida laboral. La mujer salió de casa no solamente con el afán de realizar su propia carrera, también salió impulsada por la estrechez económica. Seamos sincero: un sólo salario ya no alcanza. ¿Son malvadas las madres que trabajan? Por supuesto que no, se dividen e incluso trabajan más eficientemente para regresar a casa lo antes posible y cuidar a sus hijos.
¿Por qué no se considera el trabajo del hogar y la maternidad un trabajo? ¿Acaso no desarrollan habilidades? Puedo asegurar que una amiga –madre de 4 niños– tiene más capacidad de coordinar un proyecto que varios egresados de distintas carreras. La maternidad le ha enseñado nuevas técnicas y habilidades muy deseables para el mundo laboral; no se quedó en casa de brazos cruzados — administra, coordina y crea un hogar. Así que cualquier empresa debería estar feliz de contratar a una mujer que ha desarrollado estas cualidades.
En El cuento de la criada, Margaret Atwood, imagina una sociedad distópica y semejante a nuestra actualidad. La autora canadiense parte de la idea de que todo es posible bajo ciertas circunstancias e incluso se inspiró en algunos acontecimientos históricos que ocurrieron con anterioridad. Su estancia en Berlín y la división entre Oriente y Occidente jugó un papel fundamental durante su proceso creativo.
Portada “El cuento de la criada” de Margaret Atwood. Editorial Salamandra.
La premisa de la novela comienza con la reducción de la población por la contaminación y una serie de problemas ecológicos; la fertilidad corre riesgo y es por ello que las mujeres fértiles son el bien más preciado. En Gilead –lo que antes era Estados Unidos– un nuevo régimen teocrático y extremista ha tomado el control; con una lectura fundamentalista y literal de algunas historias bíblicas, como la de Sara o Raquel –mujeres que no podían procrear y que ofrecen a sus criadas para que tengan descendencia–, deciden distribuir a las mujeres fértiles –las criadas– entre los hombres poderosos y con esposas infértiles. La única función de las criadas es engendrar. Pero el hijo no será de la criada, sino de los esposos; la criada es despojada de la maternidad, y es utilizada únicamente como una incubadora.
La idea de Atwood es interesante y ha inspirado a varios proyectos creativos, no solamente una adaptación cinematográfica en 1990 y que no fue tan exitosa, sino también 5 temporadas de una serie –la primera se basó en el libro y las siguientes son el producto de alargar un fenómeno popular– y sobre todo se ha constituido como parte del imaginario pro-choice estadounidense. Algunas de las mujeres que protestan por la legalización del aborto utilizan las capas rojas y los tocados blancos, que caracterizaban a las criadas; a fin de cuentas los símbolos son más fuertes que las consignas.
Atwood escribe, en la voz del comandante, “¿Acaso no recuerdas los bares para solteros, la indignidad de las citas a ciegas en el instituto o en la universidad? El mercado de la carne. ¿No recuerdas la enorme diferencia entre las que conseguían fácilmente un hombre y las que no? Algunas llegaban a la desesperación, se morían de hambre para adelgazar, se llenaban los pechos de silicona, se hacían recortar la nariz. Piensa en la miseria humana”. La realidad supera la ficción de una novela publicada en los años 80. Nuestra sociedad se ve reflejada en estas mismas preguntas, que al final recaen en ese anhelo tan humano de sentirse amado.
Y no basta con eso, es claro que también la irresponsabilidad de algunos hombres juega un papel decisivo en la vida de algunas mujeres, el monólogo del comandante continúa: “si llegaban a casarse, las abandonaban con un niño, dos niños, sus maridos se hartaban, y se marchaban. O, de lo contrario, él se quedaba y las golpeaba.” Aunque no podemos cerrar los ojos ante el abuso y el abandono, no todo hombre es por naturaleza un padre irresponsable y golpeador. No todo hombre es aquel violador, aquel acosador esquinero que tanto proclama el feminismo radical. Pero si la feminidad está fragmentada, ¿no podemos esperar lo mismo de la masculinidad?
Prosiguiendo con el discurso del capitán llegamos a la clave que mencioné con anterioridad: la cuestión monetaria: “O, si tenían trabajo, debían dejar a los niños en la guardería o al cuidado de alguna mujer cruel e ignorante, y tenían que pagarlo de su bolsillo, con sus sueldos miserables. Como la única medida del valor de cada uno era el dinero, las madres no obtenían ningún respeto. No me extraña que renunciaran a todo el asunto.”
Madre e hijo en Bangladesh. Foto: Mumtahina Tanni.
En una sociedad capitalista, en la que el valor de la persona no reside en el hecho de ser persona, sino en aquello que puede producir y consumir, no es de extrañar que aquellos seres incapaces de hacerlo sean mal vistos y poco deseados. Si lo único que nos define es la ley de la oferta y la demanda, no debe extrañarnos que se abandone a los ancianos porque-ya-no-son-útiles; no debe extrañarnos que el aborto sea un derecho porque aquello que está en el vientre es un producto, no un ser con toda dignidad; no debe extrañarnos que la maternidad no sea deseada porque no paga impuestos y ni gana un salario.
Un problema contemporáneo es que estamos peleados con todo aquello que tiene un valor trascendental, quizá por la desesperanza frente al futuro en este mundo y al abandono de un futuro trascendente, pero también porque nos hemos enredado con los conceptos. Ahora tenemos más de 32 pronombres diferentes para designar a dos sexos. La ideología vence a la biología. Y si por un lado despreciamos la maternidad, al grado de ya no querer identificarla con el sexo femenino, no debemos extrañarnos que ahora sea tan difícil responder a la pregunta ¿qué es una mujer? Además de lo escandaloso de este hecho, debería preocuparnos que con el fin de no herir ciertas susceptibilidades incluso haya quienes propugnen por dejar de usar la palabra mujer. Al no poder responder lo que es ser una mujer, tampoco podemos defender a la mujer y a la maternidad.
Un ejemplo de esto son las injusticias de las atletas femeninas que son vencidas por hombres que transcisionan para “ser-mujeres”. En todo caso lo más justo sería que aquellos atletas trans tuvieran su propia categoría y que compitieran entre sí. Hay que aceptarlo, jurídicamente la igualdad es posible, pero fisiológicamente es imposible, incluso entre atletas muy bien preparados. Otro ejemplo son las mujeres encarceladas que han sido violentadas por un hombre que se identifica como una mujer. ¿Acaso no nos estamos olvidando de proteger verdaderamente y dar un lugar a la mujer? Aquí es también donde el feminismo se divide, entre aquellas que consideran que un hombre trans es verdaderamente una mujer y aquellas que consternadas claman que a pesar de la transición, y por mucho que el hombre trans lo desee jamás será una mujer, y los espacios de las mujeres deben ser defendidos.
Una última anotación que me resulta interesante de Atwood aparece casi al final de El cuento de la criada, cuando Gilead tiene un nuevo régimen y los ciudadanos se encuentran en un congreso que estudia los tiempos antiguos. El especialista afirma “el modo más eficaz de controlar a las mujeres en la reproducción y otros aspectos era mediante las mujeres mismas. Existen varios precedentes históricos de ello; de hecho, ningún imperio impuesto por las fuerzas o por otros medios ha carecido de esta característica: el control de los nativos mediante miembros de su mismo grupo”.
En la sociedad que propone Atwood las criadas eran controladas por las esposas y educadas en sus deberes por las tías, y todo giraba en torno a la reproducción, por lo que eran otras mujeres las que decidían y hablan por las otras mujeres. Es algo curioso, porque Atwood es una autora considerada feminista, y últimamente me da la impresión de que el movimiento feminista es quien afirma llevar la voz sonante de la mujer, aún cuando este movimiento no representa a todas.
La maternidad es la manzana de la discordia, afirman que toda mujer debe decidir si quiere o no quiere ser madre, a la vez que critican a aquellas que deciden ser madres y quedarse en casa: sumisas, retrógradas, patriarcales. ¿Acaso el feminismo no controla también la reproducción femenina? ¿Acaso no nos dice cómo debería ser una mujer empoderada? Con banderas de fraternidad y sororidad descartan a las mujeres que no entendemos el feminismo o la lucha de reivindicación femenina en esos mismos términos. O sea que en este movimiento de máxima apertura hay sin embargo un pensamiento hegemónico que no se puede contradecir.
Es necesario matizar que hay diferentes olas de feminismo, unos más o menos radicales que otros. Sin embargo, no es mi intención definir y demarcar el feminismo y la deconstrucción del patriarcado. Basta con decir que el feminismo se ha infiltrado incluso en universidades y ambientes católicos, en los que podría considerarse una contradicción el feminismo radical con la postura pro-vida que defiende la Iglesia. Aunque no son los únicos que se han infiltrado en ambientes ajeno: una fuente anónima con quien pude conversar hace labor dentro de los grupos feministas, del mismo modo que las feministas hacen labor dentro de estos grupos universitarios católicos. Nuestra informante cuenta que al principio comenzó discutiendo las posturas, pero con el tiempo se dio cuenta de que para verdaderamente ayudar a la mujer tienes que concentrarte en ellas –en la mujer– y no en ideologías.
Pero no es posible ayudar si estamos rotos y lastimados; a la mujer en crisis no basta con decirle “aquí estamos”, sino que es necesario estar presente y meter las manos. Ayudar va más allá de decirte qué pastilla puedes tomar para abortar, o qué método anticonceptivo debes usar. Ayudar a la mujer consiste en escucharla, orientarla y acompañarla.
Madre e hijo. Foto: Sippakorn Yamkasiko.
Sorprendentemente encontré una película en Netflix que se parecía mucho al artículo Historia de dos embarazos de Mary Eberstadt que publcamos hace poco. Recalco que fue sorprendente, porque es una postura más moderada y de centro, un poco disonante respecto a la agenda que regularmente sigue Netflix. En Mis dos vidas una chica recién graduada se encuentra ante una prueba de embarazo, que bien puede ser positiva o negativa. Así vemos cómo se desarrollaría la vida de la protagonista durante los siguientes 5 años. Con la prueba positiva, decide tener a su hija y abandonar su carrera, mientras que con la prueba negativa cumple sus planes y entra a trabajar en un estudio de animación en Los Ángeles. En ambas posibilidades tiene dificultades y tras muchos esfuerzos logra su sueño profesional como dibujante y pareja. Una trama bastante previsible, pero ¿qué hubiera pasado si se apegara más a la realidad, una realidad en la que no siempre cumplimos nuestros sueños incluso cuando vivimos la vida que deseábamos? La película termina con la chica y la prueba entre sus manos, mientras que sus dos posibles versiones futuras afirman que todo estará bien. Así que al final, sin importar cuál de las dos versiones pudieran suceder, ambas son igualmente buenas.
Nadie puede decirnos cómo vivir y al final por mucho que planeemos nuestra vida hay acontecimientos que lo cambian todo radicalmente y a veces suceden de forma espontánea. Podríamos ser optimistas y pensar que todo va a estar bien, que al final tendremos la carrera perfecta, la familia y los viajes. La realidad es que las mujeres parecen tener menos oportunidades, especialmente si se deciden por la maternidad, aunque nada les garantiza que sacrificarla les traerá felicidad.
Abandonemos el miedo y la desesperanza. Abandonemos la idea de los momentos ideales que sólo ocurren en las películas. Abandonemos la concepción de que el trabajo del hogar y la maternidad no tienen valor sólo por no tener un salario.
Si una futura madre lee este texto, quiero invitarla a que abandone el miedo de perderse a sí misma, esa idea de que pondrá su vida en pausa. Quizá no sea todavía el mejor de los mundos posibles, pero cada día debemos trabajar desde cada trinchera para que sea mejor. Una trinchera cuya primera línea de defensa es la maternidad — un trabajo que es fundamental para crear mejores sociedades; un trabajo sin pausas, sin horas de entrada y de salida, sin jubilación, sin quincena, sin aguinaldo y sin un perfil rimbombante de LinkedIn; pero un trabajo que mantiene unida a la sociedad, es más, un trabajo que permite que exista la sociedad.
El fin de Roe vs Wade es el resultado, en gran medida, de un puñado de católicos competentes y coherentes: Samuel Anthony Alito, Brett Kavanaugh, Amy Coney Barrett, Clarence Thomas, y John Roberts quienes, basados en un profundo conocimiento jurídico, pudieron mostrar los vicios de fondo de la sentencia que ha enviado a la tumba a millones de niños norteamericanos. Sencillamente reconocen que eso –el aborto- no está en la constitución y le devuelven a cada estado en derecho de legislar al respecto. Se calcula que 26 de los 50 estados de la Unión Americana prohibirán el aborto o le pondrán severos candados a su práctica. Sin lugar a dudas una victoria histórica del movimiento pro-vida.
Mucho se ha escrito con ocasión de la histórica sentencia Dobbs vs Jackson Women´s Health Organization, aquí sólo quisiera poner el lente de aumento en el hecho de que la mayoría de los jueces que aprobaron la sentencia son católicos –sólo había uno protestante Neil Gorsuch- y, a diferencia de los otros “católicos prominentes norteamericanos” (Nancy Pelosi, Melinda Ann French y Joe Biden), ellos sí son coherentes con sus principios religiosos.
Ahora bien, no se piense que impusieron su sentencia por sus principios religiosos, obviamente en la motivación de la sentencia no se enuncian ningún género de argumentación religiosa. Todo es puramente jurídico; no están imponiendo su particular visión del mundo “católica”, sino que están enmendando un abuso jurídico de casi 50 años, basado en un falso testimonio. Como es sabido Norma McCorvey escribió su libro “I´m Roe” (Yo soy Roe) contando como mintió en el famoso juicio de 1971, cuya sentencia se emitió el 22 de enero de 1973, y cómo fue utilizada por los grupos pro-aborto de aquella época. Lo importante es señalar que la argumentación de la sentencia es puramente jurídica; están defendiendo la Constitución Norteamericana y la autodeterminación del pueblo estadounidense en este importante extremo.
En síntesis, no basta ser católico coherente, sino que es necesario ser competente, capaz. Esos cinco jueces católicos de la Suprema Corte de Justicia Estadounidense no llegaron ahí por ser católicos, sino por ser peritos en derecho. Y como tales, quisieron remediar el barbarismo jurídico que suponía Roe vs Wade, y lo consiguieron. Es decir, lo que más necesita la Iglesia, para ser de verdad “luz de las naciones”, es que haya muchos laicos como ellos: competentes y coherentes con su fe.
La verdad estábamos cansados de tantos católicos incoherentes que han llegado a los puestos de influencia más importantes del mundo: Joe Biden, presidente de los Estados Unidos, acérrimo defensor del aborto, lo mismo que Nancy Pelosi, Presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. Es devastador el efecto negativo que puede tener para la sociedad la difusión de este tipo de catolicismo light, sin fuerza frente a las modas ideológicas del momento. Y es impresionante, el caso contrario, lo que pueden hacer un pequeño grupo de católicos bien formados, consistentes con su fe, en las mismas posiciones neurálgicas de la sociedad.
¿Qué corolario podemos sacar de tan feliz noticia? Primero, no caer en fáciles triunfalismos. Es una gran noticia, pero no podemos olvidar que hoy por hoy, los Estados Unidos difunden a nivel mundial el aborto como política pública. No podemos olvidar que los jueces cambian, y si hoy hay mayoría republicana, mañana puede ser demócrata, es decir, en política nunca una victoria es definitiva. Pero claro que podemos alegrarnos con este paso histórico, que se antojaba imposible, sobre todo porque el aborto parece avanzar impunemente en nuestro mundo, siendo esta la primera vez que retrocede en forma consistente.
Pero, sobre todo, podemos sacar un corolario personal: tener ilusión profesional, deseos de ser los mejores en nuestro campo de trabajo, para, desde ahí, servir al Reino de Cristo. En síntesis, formarnos muy bien tanto en el ámbito profesional como en el religioso, con la idea de hacer un mundo más acorde con el Corazón de Cristo, más respetuoso de la dignidad humana, más humano por más cristiano.
“Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como uno se emancipa con ternura de los senos de la madre. Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos, nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?”
Elegías de Duino, Rainer Maria Rilke
Desde hace algunos años el paradigma de la maternidad se ha modificado. Ser madre es poco deseado e incluso es algo que se da por sentado. Cada vez es más común que las mujeres no quieran tener hijos; la maternidad ha dejado de configurar el rol dentro de la sociedad para la mujer y se han creado nuevos sustitutos: carrera, viajes, compras y mascotas.
Así como no se debe romantizar la maternidad, tampoco se puede negar su papel fundacional, no sólo como principio de vida, sino como soporte a lo largo de la existencia, porque queramos o no hay una relación íntima entre cada ser y su madre. Y es que con nadie podremos alcanzar el mismo nivel de conexión como con nuestras madres.
La biología ha denominado a esta conexión microquimerismo que implica que la madre guarda memoria de cada embarazo. Algunas células del hijo se comparten durante y después del embarazo; estas células se almacenan en la médula ósea de la madre y después se distribuyen a sus órganos. Estas células combinadas con las famosas células madre, las cuales no están sexuadas, tienen una gran capacidad de renovación y regeneración de diversos tejidos. De tal suerte que durante el embarazo, la madre y el bebé, se ayudan mutuamente y por medio de estas células dan mantenimiento a sus cuerpos. Incluso existen casos en que el corazón de madres con cardiopatía es reparado. Bajo ninguna circunstancia se puede expresar una unión tan estrecha, en la que alguien es verdaderamente carne de su carne y hueso de su hueso.
El bebé que subsiste por la madre, con toda su pequeñez y vulnerabilidad, con el rostro incógnito al que se le va dando forma durante esos meses, en los que milagrosamente dos cuerpos coexisten en el mismo espacio y dos corazones laten al unísono, son los que forman un vínculo con el que cargaremos hasta el último de nuestros días. Quizá es por ello que no existe dolor más grande que perder un hijo.
Ni siquiera en alemán, que es un idioma muy preciso, existe la palabra para denominar a quien ha perdido a un hijo. Si pierdes a tu pareja, te vuelves viudo y si pierdes a tus padres te vuelves huérfano, pero si pierdes a tu hijo ni siquiera hay una palabra para nombrar a este luto. Recientemente la RAE ante el predicamento sugirió la palabra huérfilo, pero me parece un desatino con la buena intención de visibilizar algo que parecería invisible. La palabra tiene sentido, si pensamos que filo viene del latín y significa hijo. Pero no suena bien, es un término que me parece se queda corto. Así que prefiero recordar a mi abuela, afirmando sabiamente, que no existe palabra para nombrar la pérdida de un hijo porque nada puede llenar el silencio y el vacío indescriptible de la pérdida.
“En Ramá se escuchan voces, ayes y llantos amargos: Raquel llora a sus hijos, y no quiere que la consuelen, pues sus hijos ya no existen”. (Jr. 31, 15) Raquel, que representa a las madres, está sumida en su dolor y no hay nada que pueda consolarla, su lamento es apropiado con la magnitud de su dolor. Un dolor con el que se aprende a vivir, pero que nunca se marcha. Hablemos de las maternidades –y también las paternidades– invisibles, que son mucho más comunes de lo que pensamos y se llevan aún más silenciosamente. El duelo que se experimenta al perder un hijo durante la gestación es diferente, porque conlleva la conexión íntima del embarazo, las posibilidades infinitas truncadas que carga el nuevo ser y la intangibilidad. Porque a veces para sobrellevar el duelo puedes echar mano de la memoria y recordar el rostro de tu abuela, pero ¿cómo puedes extrañar y llorar a alguien a quien no has visto y con quien no compartes tantos recuerdos?
En esta ocasión conversé con María del Carmen Alva fundadora del instituto IRMA donde hace 22 años se dedican a acompañar terapéuticamente a los padres que han perdido un bebé antes de nacer, sin importar si se trata de una pérdida inducida o espontánea. Todo comenzó con una tesis que después se convirtió en un libro y que del papel dio el salto a la realidad. IRMA es una institución no confesional en la que los pacientes son tratados por terapeutas profesionales y funciona por aportaciones y donaciones. Además de las sesiones psicológicas, también tienen talleres y retiros, como “Viñedo de Raquel”.
A pesar de la pandemia, el acompañamiento, no se ha detenido e incluso les ha dado la posibilidad de expandirse, para que mujeres y hombres, de diferentes sitios de la república puedan acercarse y recibir la ayuda que necesitan. El año pasado atendieron alrededor de 168 pacientes, de los cuales 9 de cada 10 eran mujeres.
Foto: Maria del Carmen Alva.
La pérdida de un hijo antes de nacer es una situación mucho más común de lo que pensamos. No creo exagerar si afirmo que todos conocemos por lo menos a una persona que ha perdido a un hijo durante la gestación.
Como dices, es algo muy triste, desde siempre se han perdido bebés antes de nacer. El porcentaje es altísimo y muy difícil de cuantificar, porque muchos no se registran. Muchas pérdidas se viven en la casa y se guardan en el corazón.
IRMA es una institución de ayuda social que se mantiene principalmente con donaciones, tanto de las terapeutas, como de personas que se suman a la causa y los propios pacientes. Podrías hablar más al respecto. ¿Con cuántos terapeutas cuentan actualmente y qué requisitos se piden para poder formar parte del equipo?
Somos una organización de puertas abiertas: quien quiera, cuando quiera, sin importar las circunstancias y el tiempo gestacional en que se perdió el bebé; basta con tener un huequito que te duela para poder venir y que vayamos caminando contigo. Actualmente son doce terapeutas que se han ido formando y especializando. La mayoría de las terapeutas son voluntarias, o sea que donan parte de su tiempo y servicio. También hay terapeutas externas que supervisan el trabajo de las terapeutas con los pacientes y las capacitan. Además hay un equipo de colaboradores y proveedores externos de otros servicios como talleres de autoestima, sexualidad, violencia y fortalecimiento. A la paciente de IRMA se le hace un estudio socioeconómico y de acuerdo con éste se determina su aportación.
Muchas veces nos cuesta trabajo admitir que necesitamos ayuda o hay veces que intentamos ignorar nuestros sentimientos hasta que de pronto dejamos de percibirlos. ¿Cómo puede alguien identificar que necesita ayuda? ¿Cómo funciona IRMA? ¿Cómo puede alguien comenzar el proceso?
Siempre hemos buscado mostrar que en realidad sucede algo, que se puedan identificar con ciertas señales: estar triste o enojada, llorar todo el tiempo, si te cuesta trabajo relacionarte con niños de la edad que tendría tu hijo, insomnio, depresión, angustia, pesadillas o ansiedad. Una vez que alguien identifica estas señales, les mostramos que hay un lugar en el que pueden pedir ayuda y eso es ya la mitad del trabajo, porque reconoces que algo te pasa y que hay un lugar en el que te pueden atender. Después aparece el primer contacto que por lo regular es telefónico y hay un pequeño desahogo y les informamos que es un lugar seguro, confidencial y de ayuda social; y les damos una cita. Así funcionaba antes de la pandemia y sólo estábamos en la Ciudad de México.
Aunque hemos intentado capacitar profesionales para que estén en otros estados, nuestro centro está en la Ciudad de México. Pero, con la pandemia, empezamos a trabajar de forma virtual y así hemos logrado llegar a otras ciudades. Lo hemos hecho por videollamadas. A pesar de que lo ideal es estar en vivo, lo importante es poder vernos y observar las reacciones y conductas no verbales. Lo primero que hacemos es aplicar unas pruebas para que podamos tener más elementos de conocimiento para saber cómo estás. Tras la entrevista inicial y las pruebas se asigna un terapeuta que acompañará todo el proceso. Por lo general se reúnen una vez a la semana y a las 10 semanas se vuelven a hacer las mismas pruebas para poder medir el avance y el historial de pérdidas. Hasta que llega el momento en que se puede decir que el duelo terminó. No porque la herida haya desaparecido, sino porque tienes las herramientas para poder vivir con eso y te reconcilias con la maternidad. Aunque no somos una institución confesional, si alguien comparte que tiene una vida de fe y son religiosas, les ofrecemos la alternativa de un retiro de fin de semana, por ejemplo Los viñedos de Raquel, para que puedan terminar de trabajar su duelo a la luz de su fe.
¿Nos puedes contar cómo es el retiro? ¿Y cuál es la diferencia con el acompañamiento terapéutico?
Estos retiros son una invitación personal y los organizamos eventualmente para quienes tienen interés de trabajar la pérdida desde su fe; además para poder participar en el retiro tienen que haber iniciado ya el proceso para que puedan ir más tranquilas. Este modelo de retiro se fundó en 1994 por Kevin y Theresa Burke, y la idea es que por un fin de semana se reúnan personas con una historia similar. Theresa además de ser la fundadora del Viñedo de Raquel, también es la autora del manual que se usa durante el retiro; y que ha permitido que pueda replicarse en varios países. Muchas veces pasa que la persona no ha hablado del aborto con nadie o que sólo lo ha hecho con el terapeuta y en el retiro están en un ambiente de comunidad, confidencialidad y respeto; pueden escuchar de otras personas cómo han vivido su pérdida y así sentirse más acompañados. El retiro es una oportunidad para relacionarte de una nueva manera con Dios, con tu bebé y con quien sea que necesites perdonar. Y también tiene que ver con el silencio: se rompe el silencio en un espacio respetuoso, amable y cálido. En el retiro se vive el proceso de duelo en un espacio en el que no estás sola, estás acompañada y te van a escuchar; como cuando se atiende a un funeral. Esto ayuda a terminar de materializar la pérdida desde la fe.
Equipo IRMA.
Últimamente se ha atacado mucho a la paternidad, como si sólo existiera la figura del padre ausente, pero ¿qué hay de los hombres que sí están? Muchas veces el hombre tiene que ser el soporte de la mujer, que se siente destrozada por la pérdida, y en ese sentido parece que acalla más su propio dolor. ¿Cómo es que comenzaron a tratar también a los padres?
Se fue dando con el tiempo. IRMA es un nombre femenino y al inicio parecería que no los contemplamos, que es una institución sólo para mujeres, pero en el fondo desde hace 22 años teníamos la idea de que a los hombres les pasa algo porque la paternidad también se fractura y lastima. Empezamos a tratar a los padres con los primeros que decidieron vivir el duelo. Muchas veces el hombre llevaba a su mujer, a su novia, amiga a la terapia; con la idea de que ellos tenían que ser los fuertes por ellas y no se permitían voltearse a ver. En esos momentos les preguntábamos si ellos no querían también pasar. Y así comenzamos a recibir a los primeros hombres, de quienes también aprendimos mucho; porque cada situación es distinta, desde quien presionó, el que abandonó o el que está sufriendo mucho porque el bebé no nació. Y dentro de toda esta gama de circunstancias e historias es increíble que llega un punto en el que aceptan que se sienten mal porque también era su hijo; o porque quieren a su mujer o incluso porque no la querían y por eso tenían que romper el vínculo y después se arrepienten porque sacrificaron su paternidad.
Quizá para los padres es aún más complicado; mientras que las mujeres desarrollan el vínculo con el bebé desde el principio, para los hombres el vínculo aparece tras el nacimiento. Y puede pasar que un dolor tan profundo separe a la pareja. En el caso en que ambos padres acuden a la terapia, ¿cómo funciona, atienden a las sesiones juntos?
Los hombres han roto con muchos esquemas como la idea de que no lloran y eso es sinónimo de fortaleza. Se han dado cuenta de que ese querer ser fuerte sólo los ha alejado de su pareja, porque a veces esa fortaleza se interpreta como si a él no le importara ni le doliera y al final eso rompía la relación; cuando podía ser todo lo contrario y que ese dolor los uniera. Es importante que cada quien tenga su propio espacio y que cada quien procese su propio duelo, porque cada uno tiene un modo diferente de vivir esa experiencia. Cada uno necesita su propio espacio, aunque en algún punto pueden juntarse y hablar del duelo como pareja. También los hombres se deprimen y viven el estrés postraumático, aunque claro, los procesos son diferentes, a veces salen más rápido. Porque aunque el padre tenga sus expectativas y sueños, la paternidad es referencial y se alimenta de lo que la madre le comparte.
Es muy bueno que tengan este espacio abierto para los hombres. Y que, como dices, con los años han ido aprendiendo cada vez más; lo que empezó como una tesis y después un libro, se volvió práctico.
Sí, cada persona que se acerca se convierte en un maestro. Esto ha existido siempre, tanto el aborto espontáneo como el inducido, pero es increíble que no hayamos volteado a ver a las personas que han perdido a un hijo. Es triste que incluso haya una escisión entre el aborto espontáneo y el provocado, porque aunque hay diferencias, en ambos casos muere un hijo. Esta escisión del debate público hace que no podamos reflexionar sobre cómo vamos a vivir la maternidad en el futuro, porque la forma en la que te relacionas con el mundo, los niños y las mujeres embarazadas cambia. Si te sientes no atendida y no vista, cargas con un peso y enojo. Algunos pacientes han llegado y no soportaban estar cerca de un hombre, porque representaban el abandono y el abuso. Es importante visibilizar estas pérdidas.
Flyer IRMA.
Claro, es importante visibilizarlo y hablarlo, porque esta pérdida se lleva en silencio y creo que ese es uno de los factores más duros de este tipo de duelo. A veces se puede incluso llegar a ridiculizar, “ni lo conociste, sólo fueron tres semanas”, entonces no deberías sentir lo que sientes.
Justamente, como si no hubiera derecho para sentirlo. Cuando comparamos los dos tipos de pérdidas se vuelve más evidente. En el espontáneo se llega a pensar que no existe el duelo, porque es como un duelo pequeño. Y en el provocado no tienes derecho al duelo. Y eso es muy fuerte porque en ambos casos es una maternidad que no se ve, que se vive en silencio, que no se valora, que se relativiza. Se relativiza el dolor según el tamaño del ataúd, si es un ataúd grande el dolor es grande y si es chiquito pues es un dolor chiquito. Pero además hay veces que ni siquiera hay ataúd. A veces no lo ves ni lo percibes. Ahora lo podemos entender con el inicio de la pandemia, los familiares de alguien que entraba al hospital y después recibían solamente una caja de cenizas, sin la posibilidad de despedirse. O las personas que fallecen en un accidente muy dramático y no hay un cuerpo que enterrar. Es angustioso.
Es increíble que en pleno siglo XXI en que tanto se habla de la salud mental no se consideren a las personas que perdieron a un hijo antes de nacer, que se siga ignorando que esas personas también padecen depresión y su salud mental se ve afectada. Es muy importante que durante el proceso la persona se vaya haciendo más consciente de lo que siente. Hay una depresión real y tenemos que medirla y ponerle nombre; dar un diagnóstico ya es el primer paso de la ayuda. Sin etiquetar a nadie, pero saber por qué te sientes como te sientes y que es normal, te puede ayudar a ser más consciente y más libre para poder salir adelante. Porque pedir ayuda también te regresa cierta autonomía. Antes se veía muy mal ir al psicólogo, pero ahora ya el tabú no existe y las personas se acercan cada vez más al proceso terapéutico, no para que alguien les diga cómo vivir su vida, sino que te ayude a descubrir aquellas cosas que tienes escondidas.
Nos han vendido la idea de que la maternidad es algo muy fácil, que basta con acostarse con alguien para inmediatamente producir vida, cuando la realidad no es así. Y si la maternidad se banaliza entonces el aborto también. Y también está el problema de cómo se vende el aborto: en este momento no puedes o no quieres a este bebé, no importa, después puedes tener otro, como si el siguiente hijo sustituyera al anterior.
Claro que no es sencillo, si hasta tiene que haber cierta compatibilidad. Eso es algo muy cierto y complicado, porque es muy doloroso perder un hijo, aún cuando piensas que no era el mejor momento y hayas decidido abortar, porque no eres de papel y hay algo que te duele. Se genera un vacío. Hay algo dentro de ti que te dice que algo te falta y tienes que vivir el duelo. El problema es cuando no se elabora el duelo. Incluso cuando perdemos un objeto –un trabajo, un anillo que te heredó la abuela– que consideramos valioso, vivimos un momento de duelo, porque aquello que consideramos tiene un valor ya no está; y en el caso de una pérdida humana este proceso es más grande porque tiene un valor mucho mayor. Entonces, está bien que nos demos permiso de experimentar el dolor de perder a alguien. Tenemos que vivir el proceso del duelo para poder sanar el corazón y poderlo abrir después.
Por ejemplo, cuando cortas con un novio, tienes que pasar por un proceso de duelo, no puedes al día siguiente sustituirlo por otro porque no estás lista. Ahora imagínate a un hijo que no conociste, pero que estuvo dentro de ti y te quedaste con muchas expectativas, por eso es un duelo muy complicado. Tienes que terminar de procesarlo y después puedes abrirte a una nueva maternidad, entendiendo que el nuevo hijo no es un sustituto del que ya no está. Tenemos que distinguir que uno es diferente del otro y que el segundo no repone al primero. Tras la pérdida se tiene que sanar para poder estar abierta a otra maternidad, porque no se trata de reemplazar. Nadie repone a nadie. Incluso fisiológicamente puedes estar sana, pero si tu corazón no ha sanado, no se logra tan fácilmente otro embarazo.
Me parece que también es un duelo complicado porque de cierto modo es intangible. En el bebé está toda la potencia de lo que puede ser, contiene dentro de sí un infinito, pero a la vez aún ha dejado un rastro en el mundo, te va a quedar la espinita de todo lo que pudo haber sido. Cuando muere tu abuela puedes pensar en todo lo que ya vivió y tienes algo a qué asirte, pero cuando muere un hijo, además de ser más doloroso hay que sumar esta intangibilidad, porque ni siquiera puedes consolarte con el pensamiento de haberlo tenido en tus brazos.
Una de nuestras terapeutas tanatóloga y dice que cuando pierdes a un ser querido lo que conservas son los recuerdos, experiencias, lo que viviste; y a mayor edad conservas más recuerdos y menos expectativas. Con el caso de la abuelita que tienes muchos recuerdos, pero ya no tienes la expectativa de que cargue a los bisnietos porque eres realista. Pero cuando pierdes un bebé que no llega a nacer tienes muchas expectativas y nada de recuerdos, porque incluso puede ser que no lo hayas sentido, puede ser que todavía no llegaras a sentir las pataditas, y eso tiene un dolor especial bajo cualquier circunstancia. Y se abren las incógnitas: y si sí hubiera podido, y si hubiera sido buena mamá; y si lo hubiera hecho aunque él me hubiera abandonado. Son una serie de cosas que te gritan por auxilio, pero, si no sabes reconocer que necesitas ayuda, te comes el dolor y esas experiencias, y comienzas a vivir justificándote, negándolo e ignorando ese peso que te oprime.
Por otro lado, la cosmovisión actual apuntala hacia la cultura de la muerte y del descarte, sin darse cuenta de una gran paradoja. Por un lado promueve en la esfera pública una muerte aparentemente digna –como la eutanasia y el aborto– y por otro lado le tiene pavor a la vida –porque la vida implica envejecimiento y vulnerabilidad–. La cultura de la muerte, prefiere la juventud sin afrontar la decrepitud, sin darse cuenta de que al negar la vulnerabilidad y la muerte, niega de cierto modo la vida. Mientras menos muerte y decadencia se vea, mejor. Se promueve el aborto, pero es aparentemente libre de duelo. Acercarte a la muerte te vuelve más sabio, aunque debe ser muy duro escuchar y acompañar en el duelo.
Sí aprendes mucho y el corazón se te vuelca de mil maneras. Lo ideal es que tras cualquier pérdida pudiéramos recibir ayuda, porque de cada pérdida aprendemos algo, así la existencia haya sido tan pequeña, y tenemos derecho a identificar qué nos dejó. Tras el duelo terminas con una sabiduría única. Otra paradoja es el tema de las mascotas, que sean mascotas por adopción e hijos por catálogo. Está mal visto buscar cierto tipo de raza, pero vamos al banco de esperma buscando ciertas características. A esto hay que sumarle el problema ético de la maternidad subrogada, que es un daño tanto para las mujeres, como para los niños.
Creo que es un problema de nuestro tiempo: no queremos vivir el dolor e intentamos evadirlo por todos los medios. Nos duele la cabeza e inmediatamente tomamos la pastilla. No queremos escuchar al cuerpo y los síntomas. Y cómo nos va a hablar nuestra psicología: con tristeza, enojo, desgano.
Ese es muy buen ejemplo. Hay estudios en los que se afirma que la relación materno-filial comienza a las 24 horas, desde la concepción. Hay una señal de que ahí hay alguien, es el microquimerismo materno. Hay una comunicación a nivel molecular, es información que se aloja en el cuerpo de la mujer y así ella percibe la maternidad; se aloja en la piel, en las vísceras. Dos cuerpos, dos seres con un ADN distinto que habitan en el mismo espacio y ese mensaje está ahí y grita, pero lo callamos, porque si lo dejamos nos vuelve locos. Aún tras la pérdida, el cuerpo tarda en notarlo. Y no existe la cultura y modo adecuado para tratar a una madre que perdió a su bebé, porque igual debe volver pronto al trabajo, sin vivir su pérdida y todos la tratan distinto sin hablar del tema.
Tienes mucha razón, hay heridas que están cerradas, pero aún así queda la marca. De cierto modo va a sanar, pero no va a desaparecer y a lo largo de tu vida habrá siempre algo que te haga recordarlo, algo que te vuelva a soltar las lágrimas: una canción, un lugar o un mes. Es necesario volver a llamar las cosas por su nombre, no callarlo, es como una olla a presión que tras mucho contenerse de pronto explota.
Es difícil enfrentar ciertas cosas, pero como sociedad nos podemos ir educando. Desde niños podemos aprender a valorar la vida y la muerte, a darles su lugar, y a tratar los duelos con más naturalidad. Como niños podemos aprender fácilmente a enfrentarlo si te ayudan. También es cultural. A lo mejor la primera relación de los niños con la muerte es la de la mascota, pero se les oculta. Les decimos que no murió sino que duerme. Y así les quitamos el proceso del duelo que es natural porque no está mal llorar. Y así se enseña poco a poco a enfrentar la muerte y a manejar las emociones. Porque las emociones son el mensajero de que pasó algo. Se vale enojarse, pero no se puede vivir siempre enojado, de otro modo nuestra sociedad se vuelve violenta.
En IRMA atienden a mujeres –y hombres– que han pasado por abortos espontáneos y provocados. ¿Podrías mencionar las similitudes y diferencias del proceso de duelo en ambos casos?
Es todo un proceso, los humanos somos muy complejos, tomamos una decisión y luego pensamos que fue la decisión correcta y si de pronto no estamos tan seguros de que aquello que elegimos fue correcto; suceden dos cosas: me inquieta y quizá no hacemos nada o buscamos promoverlo. Puede pasar que como alguien lo vivió en un lugar insalubre y bajo condiciones terribles, quiera promover que el aborto se haga de otro modo, con otras circunstancias, un aborto “bonito”. “A mi me dolió porque me lo hicieron mal, no porque esté mal”. Pero la muerte es muerte. Pero claro que te pueden matar con una pastillita o a cuchilladas, y la segunda es mucho más traumática, pero al final la muerte sigue siendo la muerte. No todas las mujeres tenían total claridad de a lo que iban. Y cuando no hay opciones entonces no hay decisión real. Quizá estás reaccionando, pero no estás decidiendo del todo, porque no te muestran todas las alternativas.
La gente recibe tantos mensajes contradictorios y confusos, y entonces si se sienten mal las descalifican para que acallen ese sentimiento. Quien tiene un aborto espontáneo puede pensar que, como no lo conoció, entonces no le debería doler. Es una falta de cultura, en la que cuestionamos el dolor y lo juzgamos antes de poder hacer algo para ayudar. En el caso de la pérdida provocada parece que como así lo quisieron no deberían sentirse mal. Pero eso no es correcto porque siempre pueden sentir algo.
Es complicado porque en ambos casos no se visibiliza el duelo, son maternidades invisibles, porque no tienen el hijo y porque además no se habla de ellas. Son contrastes muy evidentes.
Ahora que mencionas los contrastes, a veces escuchamos historias de nuestros pacientes que parecen de terror, al lado de la mujer que está feliz porque acaba de dar a luz, está la que lo acaba de perder y ni siquiera le dejaron ver el cuerpo y lo tiraron en los desechos orgánicos. Todo esto es un reflejo del poco trato digno. ¿Qué nos dice esto? Que no era valioso, que era basura. Y si esto pasa en el aborto espontáneo, imagínate en el aborto inducido. En muchos hospitales no te dan certificados de defunción hasta los seis meses, entonces no lo puedes enterrar o cremar, pero si te cortan un brazo, hasta te dan un formulario para preguntar qué hacemos con el brazo. ¡Pero a un hijo no!
Columpio vacío. Foto: Antonio G.
Qué impresión. No se reconoce la dignidad del cuerpo y más que vivimos los duelos de manera física. Necesitamos un cuerpo que enterrar, lloramos ante un ataúd, pero si no tenemos nada, nos arrebatan una parte fundamental para sobrellevar el dolor y el hueco se hace más grande. Y es terrible que ni siquiera tengamos el derecho jurídico de enterrar a nuestros hijos. Me parece que mientras se siga promoviendo legalizar el aborto esto será imposible, porque si reconocemos el derecho de las madres a enterrar a sus hijos, así sean de pocas semanas, entonces estamos reconociendo que aquella interrupción del crecimiento del saco de células es también tu hijo.
Claro, esto es central en el debate. Si reconocemos la dignidad del hijo que se pierde naturalmente, estamos a pocos pasos de reconocer la dignidad del bebé que se pierde en un aborto inducido; y que eso no puede ser un derecho. Si reconocemos a uno, tenemos que reconocer al otro. Los dos valen exactamente lo mismo, no es que el valor cambie según el perfil del fallecido. No es que unos tengan más derecho a nacer que otros. Pero el aborto es un buen negocio, porque no tienes que ayudar a una mujer en dificultad, sino que pasas de una situación a otra; y que alguien más se encargue del daño psicológico. Por ejemplo, si una enfermera hubiera pasado por eso, después podría tratar mal a los pacientes, porque tampoco ella fue tratada con dignidad.
Un herido hiere.
Exacto, un herido hiere, y no por malo, sino porque así recibió el mensaje, porque su propio dolor no le deja ver más allá. Muchas veces ni siquiera es consciente, sino que es su manera de reaccionar. Tenemos la esperanza de que algún día ambas pérdidas sean vistas con los mismos derechos. Hace un tiempo participamos en un congreso que trataba sobre la salud mental materna; nos invitaron porque analizábamos la diferencia entre el aborto espontáneo y el provocado. En muchas ocasiones no se trata el provocado porque se considera un derecho y que no debería afectar la salud mental, pero esto no ocurre así. A pesar de sus diferencias, en ambos casos hay muerte y un duelo. Nuestro sueño es que se vea, hacer visible la pérdida y acompañar a quien lo necesite para sanar el dolor. Y que en ambos casos tienes el derecho de ser acompañado.
Para finalizar, quisiera preguntarte: ¿Cómo podemos acompañar –como amigo o familia– a alguien que ha perdido a su bebé?
Muy buena pregunta, porque los amigos son la clave. Son los que tienen la información y la llave de ese secreto; cuando alguien te comparte un secreto o algo de su intimidad te da permiso de hablar, de decirle algo. Si alguien te comparte su herida, como amigo o familiar, tienes permiso de escucharlo y hablarlo. Puedes ayudarlo a que tome conciencia de que puede pedir ayuda, que esos enojos y tristezas son los signos de que necesita cierto acompañamiento. Aunque no todos necesitan un acompañamiento terapéutico, sólo quienes de cierto modo se han paralizado y han quedado marcados de una manera tan significativa que los ha dejado sin recursos emocionales. Si tu detectas esto puedes escuchar sus sentimientos y validarlos; además de decirle que hay un lugar en el que se le puede brindar ayuda. Es como en un funeral, hay dos tipos de personas, el que te dice que no debes llorar y que debes de ser fuerte; y el que te apapacha mientras te escucha. Tenemos que ser la segunda clase de personas, sin que importe que hayan pasado más de 10 años de la pérdida, porque nunca es tarde para sanar una herida.
Si conoces a alguien que esté pasando por esta situación, puedes acompañar en el proceso, el primer paso es pedir ayuda. Pueden contactar a la institución IRMA.
¿Cómo vive la Iglesia el “Día Internacional de la Mujer”? Habría que preguntarle al Papa, pues es su representante oficial. La verdad es que ya lo ha hecho en repetidas ocasiones, pero su mensaje ha generado rechazo por parte del ala más radical del feminismo. Así por ejemplo, cuando en el 2019 twitteó que “la mujer embellece el mundo”, fue duramente criticado: “no somos adorno”. Además, se reabrieron viejos y eternos lugares comunes: “no se meta en nuestros ovarios”, “aborto libre ya”, “¿entonces por qué no hay ninguna mujer en la curia?” y la letanía podría seguir. Es decir, hay un grave problema de comunicación.
Por todo lo anterior, podríamos decir, que el Día Internacional de la Mujer se vive, por lo menos en amplios sectores de la Iglesia, con una sensación agridulce, con sentimientos encontrados. En efecto, la Iglesia y el Vaticano luchan por la dignidad de la mujer en diversos importantes sectores del mundo. Por ejemplo, la lucha casi personal de Francisco contra la trata de personas, la oposición a los vientres de alquiler por considerarlos nocivos para la dignidad de la mujer, la lucha contra el aborto selectivo de niñas en China y la India, el rechazo de la pornografía, son solo algunos de los rubros en los que la Iglesia presenta diariamente la batalla por la dignidad femenina.
Mujer en Harar, Etiopía. Foto: Habeshaw.
El problema es que esos aspectos no son valorados por las organizadoras del 8M, no son visibles. Y siguen denunciando la oposición de la Iglesia al aborto, como si la piedra angular de la dignidad de la mujer fuera su capacidad de abortar; así como siguen exigiendo cuotas de poder en la Curia Romana. Para la Iglesia esta ceguera selectiva es muy dolorosa, porque aparte de infravalorar su importante papel en la lucha por la dignidad de la mujer, testimonia un hecho en extremo doloroso: estamos perdiendo a la mujer en el mundo. La mujer, que clásicamente desempeñaba y desempeña todavía, un papel fundamental en el seno de la Iglesia, poco a poco se va alejando de ella, sobre todo las generaciones jóvenes, que se dejan cautivar por los ideales del 8M.
El 8M resulta doloroso también, en algunas partes, porque vemos a unas mujeres poco femeninas, transformadas en valkirias furiosas que, en medio de una furia iconoclasta, lo destruyen todo a su paso, cebándose particularmente en los templos religiosos. Resulta penoso tener que defender los templos con cadenas humanas, y muchas veces no se pueden defender todos. En algunos lugares, como en Chile, se ha llegado a incendiar iglesias con motivo del 8M. Tal pareciera que la Igualdad de Género exige como sacrificio la destrucción de la Iglesia.
“Las mujeres molestas cambiarán el mundo”. Foto: Flavia Jacquier.
Es verdad que no todas las que salen a marchar lo hacen con estos aires; son simplemente las más radicales; pero son precisamente éstas quienes más ruido hacen y quienes encabezan el movimiento. Tristemente, muchas mujeres que marchan por la igualdad, por la dignidad, por la eliminación de toda forma de violencia contra la mujer –todas estas causas legítimas que comparte la Iglesia– son utilizadas por un grupo creciente de mujeres, cuya causa es el aborto libre y gratuito, así como el rechazo de la Iglesia. En algunos lugares han marchado incluso monjas católicas oponiéndose a la violencia contra la mujer, y han sido utilizadas como “idiotas útiles” por quienes buscan desmantelar a la Iglesia y constituir al aborto en un súper derecho.
Por todos estos motivos, la celebración del 8M tiene tintes dolorosos para la Iglesia. Ella no puede, sin embargo, dejar de ser fiel a sí misma, lo que supone dos cosas simultáneas, difícilmente conciliables para las feministas radicales. Por un lado, continuar dando la batalla por la igualdad de la mujer y por la eliminación de toda forma de violencia hacia ella, su denuncia valiente y profética de todas las formas en la que es vejada su dignidad. Pero, junto a ese rubro, en el que podríamos ir de la mano con las feministas, está el otro, al que tampoco puede renunciar, y que es causa de conflicto: la denuncia del aborto como una grave ofensa a la dignidad humana, y el hecho de que el sacerdocio esté reservado a los varones por voluntad expresa de Jesucristo. Vista así, la situación de la Iglesia es ambivalente respecto del 8M. Ojalá que podamos encontrar cauces civilizados de diálogo, que pongan el acento más en lo que nos une, que en aquello que nos separa.