Apología del refugiado

Apología del refugiado

Por Giovanni Ordóñez Capuano

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La filósofa, Adela Cortina, creó la palabra aporofobia para definir el miedo y el rechazo a los pobres. En diversos textos ha explicado que en Europa el rechazo a los refugiados de otras nacionalidades es diferente a la xenofobia, pues no existe un miedo hacia el extranjero en sí, ya que en el año 2008 España tuvo ochenta y tres millones de visitantes extranjeros según el informe del Instituto Nacional de Estadística del 2019. Si en España existiera una fobia hacia los extranjeros es evidente que no podría tener la mencionada cantidad de visitantes cada año. Cortina señala que el rechazo hacia el refugiado no es porque sea extranjero sino porque es pobre. Como no existía un término que definiera el miedo al pobre, acuñó la palabra aporofobia; reconocida por el Diccionario de la lengua española desde el año 2017. 

¿Cómo se llama al refugiado rechazado de una guerra que no es europeo?

En el periódico El País se lee en su edición en línea del día 25 de febrero de 2022 que “Un abrazo recibe en Polonia a los que huyen de la guerra de Ucrania”. En contraste con esa noticia, se pueden ver en las redes sociales y en otras publicaciones internacionales videos que presentan testimonios de que los brazos abiertos o abrazos sólo son para los refugiados ucranianos, pero no sucede lo mismo con los refugiados que no son ucranianos. En esos testimonios las escenas son semejantes: por un lado se puede ver que se recibe a los refugiados ucranianos con agua, comida, ropa, muñecos de peluche para los niños y albergues temporales; por el otro lado se puede apreciar personas africanas, indias y árabes que son contenidas por los militares para que no suban los trenes en su éxodo hacia la frontera, o bien a los militares en las fronteras de los países vecinos que golpean y no dejan pasar a las personas que no son ucranianas, sino hasta después de muchas horas.

Refugiados ucranianos cruzando la frontera de Polonia,
marzo 2022. Créditos: Mvs.gov.ua

¿Acaso se trata de xenofobia por el sólo hecho de ser extranjeros? No podría serlo porque en el caso de Polonia, por mencionar un ejemplo, en el año 2018 tuvo más de seis millones de visitantes extranjeros de acuerdo a la Organización Mundial de Turismo. ¿Se trata de aporofobia

En un reportaje de National Geographic publicado el 18 de marzo de 2022, titulado Guerra y racismo: así discriminan a los migrantes de Ucrania en las fronteras europeas, se puede leer que: El 90% de los refugiados son mujeres y niños. Y no todos son de origen ucraniano. Muchos son estudiantes originarios de África e India. Lamentablemente, desde que que tuvieron lugar los primeros ataques en suelo ucraniano, los testimonios de discriminación en las fronteras se han hecho más frecuentes.

“Fue una pesadilla”, “las autoridades nos clasificaban”, “nos rechazan sólo por ser negros”, “no se permite el paso a ningún africano”, son algunos de los testimonios recogidos por medios franceses y británicos de estudiantes extranjeros que han denunciado un trato diferente e irrespetuoso mientras intentaban huir de la misma guerra: “Dejan pasar primero a los ucranianos y luego al resto.”

De acuerdo con el reporte, algunos de los refugiados son estudiantes de África e India, entonces ¿se trata de un miedo hacia los estudiantes africanos e indios? ¿Cómo se define ese miedo?

Campo de refugiados sirio. Foto: Ahmed Akacha.

En la actualidad además del conflicto bélico en Ucrania, existen guerras y bombardeos en Etiopía, Siria, Afganistán, Yemen, Somalia, Israel-Palestina y Mozambique, por mencionar las más relevantes. En estas guerras ha sido una constante  observar que personas de esos países, que no son parte de su milicia, se vean obligados a emigrar a otros países como refugiados para evitar las consecuencias inherentes a esos conflictos, incluyendo la posibilidad de morir. La Organización de las Naciones Unidas tiene desde 1950 una agencia específica para esos casos, denominada el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que en sus principios rectores tiene como objetivo representar la voluntad política de la comunidad internacional para fortalecer la cooperación y la solidaridad con los refugiados y los países de acogida afectados, que se estima supera los cuarenta y seis millones de personas. Lo que está sucediendo en Ucrania no es ajeno a esto.

De acuerdo con la ONU antes de la invasión Rusa, en Ucrania, había casi cinco millones de inmigrantes, de los cuales setenta y cinco por ciento provienen de Rusia, Bielorrusia y Kazajistán, pero también hay personas provenientes de África, India Asia y América Latina por mencionar algunos puntos de origen. Con motivo de la guerra, al 21 de marzo de 2022, la ONU estima que casi 3.5 millones de personas han cruzado la frontera como refugiados, quienes en un acto “solidario” han sido recibidos por sus vecinos, la mayoría en Polonia y Alemania. 

Para los ucranianos que son recibidos como refugiados en otros países con actos de bienvenida y alimentos, el término que se ha utilizado es el de solidaridad, pero ¿qué termino se puede dar a la recepción de refugiados no ucranianos en las fronteras que son recibidos de forma diferente a los refugiados ucranianos? 

Campo de refugiados sirios. Foto: Ahmed Akacha

En la lógica formal existe el principio de no contradicción, el cual consiste en que dos proposiciones contradictorias no pueden ser a la vez verdaderas. Con base en ese principio es evidente que no puede ser verdad la solidaridad que se pregona para los ucranianos y la no solidaridad que se utiliza para los no ucranianos. La solidaridad es una e indivisible; es un valor fundamental para las relaciones internacionales del siglo XXI reconocido por las Naciones Unidas.

Los actos contrarios a la solidaridad para los refugiados no ucranianos, como los que se han denunciado ¿son actos de racismo, discriminación y odio? Los actos cometidos por los militares en el trato hacia los refugiados no ucranianos, son actos del Estado, porque los ejecutores obedecen órdenes de un mando superior que pertenece al Estado. Esta discriminación es un acto político bastante grave. 

El sentido de las guerras entre diferentes grupos o países no ha cambiado mucho en la historia de la humanidad, pero sí la forma en la cual las conocemos. Ahora con el uso de la tecnología podemos conocer en tiempo real lo que está ocurriendo en la guerra con las víctimas y también con los refugiados.

Así es como se ha tenido acceso a múltiples videos y reportajes que dan testimonio de los actos contrarios a dignidad de las personas refugiadas, en específico al trato que se ha dado a los no ucranianos en las fronteras con Ucrania, entre los cuales se encuentran estudiantes y familias. 

Campo de refugiados sirios. Foto: Ahmed Akacha.

La fobia al extranjero se llama xenofobia, la fobia al pobre se llama aporofobia, pero ¿en qué categoría entra el rechazo hacia los refugiados no ucranianos que también huyen de la guerra? 

Los motivos de las guerras son múltiples y diversos, entre los cuales está el indebido concepto de “raza”, como sucedió con los judíos antes y durante la Segunda Guerra Mundial. 
Hanna Arendt, en Los Orígenes del totalitarismo, refiere que: 

“El racismo puede, desde luego, llevar a la ruina al mundo occidental y, lo que importa, al conjunto de la civilización humana. Cuando los rusos se hayan convertido en eslavos, cuando los franceses hayan asumido el papel de dirigentes de una force noire, cuando los ingleses se hayan trocado en “hombres blancos”, como ya por desastroso maleficio se convirtieron en arios todos los alemanes, entonces esta transformación significará en sí misma el final del hombre occidental. Porque, pese a lo que cultos científicos puedan afirmar, la raza no es, políticamente hablando, el comienzo de la humanidad, sino su final; no es el origen de los pueblos, sino su declive; no el nacimiento natural del hombre, sino su muerte antinatural.”

Policía en Kiev. Foto: алесь-усцінаў.

Martin Buber escribió que únicamente en la relación viva podemos reconocer inmediatamente la esencia peculiar del hombre, porque también el gorila es un individuo, también una termitera es una colectividad, pero el “yo” y el “tú” sólo se dan en nuestro mundo, porque existen el hombre y el yo, ciertamente a través de la relación con el tú. 

Esa relación del “yo” con el “tú”, el “tú” con el “yo” y el nosotros se debería dar incluso en la guerra, en los actos de solidaridad sin comillas, en el reconocimiento pleno en el otro de su dignidad humana, en el sentido mismo de la vida y la existencia, con la única raza que se tiene, que es la humana.

Así como somos testigos en tiempo real del trato que se ha dado a los refugiados no ucranianos al tratar de salir de Ucrania para salvar su vida, podemos ser actores en tiempo real de los actos de solidaridad a los refugiados no ucranianos que huyen de la guerra. Los medios los tenemos al alcance de la palma de nuestra mano, para expresar que esos actos no son normales, que son actos contrarios a la dignidad humana, que no se deben permitir porque son contrarios a nuestra humanidad misma.

Si hay un miedo o una fobia no debería ser hacia el refugiado no ucraniano ni hacia aquel que es diferente. Los términos xenofobia y aporofobia sólo denotan a un predicado de la persona y dejan la totalidad de su ser, que sin importar el origen o sus posesiones es siempre digno. Si tememos a las diferencias y no reconocemos a todos como personas igualmente dignas, entonces nos enfrentamos, como diría Arendt, con el final de la humanidad, el declive y la muerte antinatural del hombre. 

Apología del refugiado

Una maestra afgana en Berlín: La historia de Maryam H.

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Afganistán ha estado varias veces en la mira y como centro de las noticas: país clave para la ruta de la seda, régimen talibán, ocupación soviética, guerra civil, invasión y abandono de las tropas estadounidenses, la captura y muerte de Osama bin Laden y el regreso de los talibanes. Afganistán tiene una vasta historia y cultura, que  desgraciadamente es casi ignorada e incluso intenta ser borrada por el régimen totalitario. Las ruinas arqueológicas no sólo no son estudiadas, sino que incluso son destruidas en un afán de borrar la memoria histórica, dejando al pueblo en la ignorancia de sus orígenes.

Desde hace años, Afganistán tiene una situación precaria: pobreza, corrupción, guerra, violencia y falta de libertad. Debido a estos y otros problemas más, se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos del mundo para las mujeres. 

En una provincia cercana a Kabul, nació Maryam H., una de las pocas mujeres afganas que ha podido ir a la universidad. Maryam estudió para convertirse en maestra y trabajaba en una escuela de su localidad. El padre de Maryam era un hombre más liberal, por lo que permitió que su hija estudiara y fuera más independiente; es la única mujer de su familia que ha estudiado hasta la universidad. La mayoría atiende la escuela hasta los 8 o 9 años. Sin embargo, aunque las mujeres estudien y trabajen, siempre van a depender de un hombre que se los permita. La hermana menor de Maryam no corrió con la misma suerte. Cuando su padre murió, su hermano se convirtió en su tutor y decidió que se quedara en casa a ayudar a su madre y cuñada en las labores del hogar. 

Maryam se enfrentó a un régimen retrógrado al estudiar y trabajar, pero también ha luchado constantemente contra los papeles establecidos por la sociedad. En una comunidad que pide sumisión femenina, ella salía con su velo a educar a los niños y ganaba el dinero suficiente para sentirse independiente e ignorar las habladurías. Se dice que el ocio es la madre de todos los vicios, y en efecto, una mala concepción de ocio lo es. El aburrimiento nos hace estar muy al pendiente de lo que hace el vecino. En cuanto nos aburrimos, abrimos Facebook para chismosear lo que otros hacen o al menos los memes que comparten. 

“Stop wars on migration” Detengan la guerra contra la migración. Edificio en Alexanderplatz, Berlín. Foto: AF

En un país en el que casi no hay trabajo y un gran porcentaje de desocupación los cotilleos no se hacen esperar: que si estudia; que si trabaja; que si no limpia bien la casa; que si es mala ama de casa; que no cocina bien; que no es buena anfitriona; que si sale con sus amigas; que si es seria o se ríe; que se compró una blusa nueva con su salario; que no atiende al marido como se debe; que está casada y no ha tenido hijos; que si es buena o mala musulmana e hija. Porque, a fin de cuentas, un pueblo chico es un infierno grande. 

Hace casi cuatro años un cerebro se fugó de Afganistán: Maryam y su esposo tomaron un vuelo hacia Berlín y pidieron asilo político. Afortunadamente, no experimentaron una travesía riesgosa, de vida o muerte, como muchos migrantes que, huyendo de la violencia y la miseria, se ahogan en el Mediterráneo. Alí, el esposo de Maryam, vivió durante varios años en Italia por lo que les resultó un poco más fácil llegar a Alemania y pedir refugio. Sin embargo, esto no significa que la vida súbitamente se haya tornado sencilla. 

Es un error pensar que el migrante se encuentra en una situación por completo privilegiada, si bien ya no teme que le corten la cabeza, en caso de que huyera de la violencia, tiene otras preocupaciones y tristezas.

No por estar en un país primermundista, de pronto, te encuentras nadando en dinero y con lujos. Quizá la mayor tristeza del migrante, y hablo también por mí misma, es tener el corazón partido en dos: estás aquí, en Berlín, pero también estás allá, en tu tierra (Heimat) y con los tuyos. Y tienes el corazón desgarrado: estás en un lugar donde los tuyos no están y piensas en tus padres, hermanos, amigos y en tu gente. Porque aunque estés en otro lugar, el destino de tu país te sigue importando. El migrante vive con un pie aquí y otro allá.

“Así surge algo en el mundo que parece ser la infancia de todos y en el que nadie ha estado todavía: el hogar”. Museo judío de Berlín. Foto: AF.

Hace algunos años conocí a Maryam en el curso de integración, que todos los migrantes que llegan a Alemania deben tomar. En estos cursos, he conocido a muchos migrantes con calidad de refugiados, con historias muy fuertes e interesantes, dignas de una película, de esas que te hacen llorar. 

En esas clases, estaba Maryam, con sus hiyabs coloridos y sonriente, inmediatamente nos hicimos amigas. A pesar de las diferencias culturales e historia de vida, compartimos el hecho de ser mujeres migrantes en Alemania; y eso nos permite ponernos en los zapatos de la otra. Cada vez que en los cursos nos preguntaban de dónde veníamos, qué hacíamos antes, por qué estábamos en Berlín y cuáles eran nuestros planes; me sentía un poco avergonzada porque mi motivo puede resultar banal en comparación con los motivos de mis compañeros. No escapé de la guerra y tampoco me jugué la vida cruzando fronteras. Simplemente tomé un vuelo, con un par de escalas, desde la Ciudad de México con destino a Berlín. Ante aquellas preguntas, rompehielos, respondía escuetamente: me casé con un alemán y por eso estoy aquí. Banal o no, ese es mi motivo e historia.

Por el contrario, aunque Maryam tuviera un trabajo, se fue de Afganistán por la violencia y desempleo que azotaban al país. Maryam era maestra y no cabe duda que hacía un gran bien en Afganistán, sin embargo, su tierra no tenía las condiciones necesarias para que ella se desarrollara ahí; y eso es una mayor pérdida para Afganistán que para ella. 

El camino del migrante en Alemania es más lento en comparación con los migrantes que van a lugares con un idioma más accesible. Primero, tiene que aprender el idioma y muchas veces tiene que replantearse lo que quiere hacer en el futuro.

Maryam era maestra en Afganistán, pero es muy posible que no vuelva a pararse en un salón de clases frente a los estudiantes. Para ello necesitaría un nivel de alemán muy alto, como si fuera su lengua materna, además de revalidar sus títulos (en caso de que sus estudios pudieran ser reconocidos en Alemania) y muy posiblemente tendría que estudiar de nuevo una carrera para ser maestra. No es imposible, pero es un largo camino. Por circunstancias como esta, muchos migrantes, a pesar de sus estudios universitarios y vocación, tienen que dar un giro laboral drástico al dejar su país. La llegada a un país obliga a reflexionar sobre el futuro, a buscar nuevas pasiones y diversas perspectivas.

Panorama berlinés. Terraza Klunkerkranich. Foto: AF

Ser migrante no es sencillo, y creo que ser refugiado es aún más difícil, aunque en ocasiones los refugiados tienen más ayudas gubernamentales que los migrantes, al menos en Alemania.

Maryam vivió por tres años en diferentes campos de refugiados. Al principio, pasó seis meses en una casa de mujeres, separada de su esposo. Después los asignaron a un nuevo refugio (Heim), en el que al fin pudieron estar juntos. Tenían una habitación propia y podían utilizar la sala común, los aseos y la cocina. Para evitarle preocupaciones a su madre, Maryam no le contó cómo vivían, y en una video-llamada le mostró la casa de una amiga como si fuera la suya. Mientras en Afganistán, todos hablaban de ella, sobre todo juzgándola porque no enviaba dinero a su familia ¿Pero qué dinero iba a enviar, si vivía en un refugio y sólo tenía los euros necesarios para la despensa mensual? Y si no la juzgaban por su supuesta fortuna, la juzgaban por su bebé perdido, presionando a su marido para que se divorciara de ella y se casara con una mujer que pudiera darle hijos. 

Las preocupaciones y tristezas de Maryam eran muchas: el idioma, encontrar un departamento, buscar trabajo, la burocracia, que el marido cediera a la presión y la dejara, el bebé que perdió, la salud de su madre, la escasez de su tierra y recientemente el regreso de los talibanes que pone en peligro la vida de su hermana menor. 

Afortunadamente, no todo en la vida es drama. Hace un año le avisaron a Maryam que habían sido elegidos para ocupar un departamento. Al fin tenía un lugar propio, que sí podía enseñar a su madre. Ya no tendría que mentirle para no preocuparla.

Maryam es una afgana moderna, aunque no reniega de su religión y costumbres; estudió, trabajó y se está integrando a la sociedad alemana. Maryam está construyendo una vida en Berlín. Después de mucho tiempo y los cuidados intensivos de un embarazo de riesgo, y soportando la presión social que la apachurraba desde Afganistán, dio a luz a una pequeña. 

Hace un par de meses la visité, me sorprendió que me recibiera sin hiyab, por estar en casa y ser de confianza, en seguida me presentó a la pequeña Diana. Un nombre que me pareció más occidental que afgano. Ella me dijo que es mejor así, sin duda la decisión le facilitará las cosas a la bebé afgano-alemana. Aunque para la sociedad afgana lo más deseable es un varón, esas tonterías tienen sin cuidado a Maryam, quien está desbordada de amor y alegría por Diana. La pequeña tendrá el ejemplo de una mujer fuerte que hizo lo que quiso en una tierra llena de prohibiciones, y la pequeña gozará de libertad de ser lo que quiera en un país que no sofoca a las mujeres.

Foto: AF

En el exilio judío en Babilonia (586 – 537 a. C.), el emperador Nabucodonosor seleccionó a los intelectuales y a los que podrían ser de utilidad para ser deportados a su imperio, uno de los primeros registros de fuga de cerebros. Qué ironía que alguna vez estas tierras pertenecieron a un imperio que, lejos de expulsar cerebros, quisiera acapararlos. 

Lo esperable es que cada miembro de la sociedad mejore la comunidad en que vive, no sólo por el bien propio, sino del país.

¿Qué se espera de una tierra que no ofrece las condiciones para que sus cerebros se desarrollen? Aridez. Así de simple. Alguna razón tendrán para desear que su gente continúe en la miseria, la turbulencia de la violencia y la ignorancia ¿Cuánto bien no habría hecho Maryam en Afganistán? ¿A cuántos niños habría educado? ¿A cuántas niñas habría inspirado a estudiar? Nunca lo sabremos. 

Con certeza, puedo afirmar que Afganistán perdió a un miembro clave de su sociedad, que habría colaborado en transformar a Afganistán en un lugar mejor. Porque el bien común se construye a diario con pequeñas acciones. Maryam perdió su patria, probablemente nunca vuelva a pisar Afganistán; probablemente ni siquiera podrá acompañar a su madre cuando muera. No puede ayudar a su hermana, no verá a sus sobrinos crecer y se convertirán en desconocidos.

Mientras que la pequeña Diana crecerá hablando alemán, con algunas nociones del persa, conocerá a su abuela y a su tía solamente de oídas y sin una relación directa con la tierra de sus padres. Junto con la maestra Maryam, Afganistán perdió el abanico de posibilidades que representa Diana, quien sin duda tendrá más oportunidades en Alemania. El impacto de la fuga de cerebros muchas veces alcanza más de una generación.

Maryam tiene el corazón partido en dos, dividido entre Afganistán y Berlín; entre la familia que dejó y la familia que está formando; entre su pasado y el futuro que espera construir. 

MDNMDN