La baba que engendra violencia

La baba que engendra violencia

Por Irene Hernández Oñate

Hace ya algunos años, durante la construcción del deprimido de Río Mixcoac entre Revolución e Insurgentes, bajo un puente peatonal, estaba el campamento de los albañiles que trabajaban en dicha obra.
Un día a la hora de la salida de los niños de primaria de una escuela cercana, los referidos trabajadores de la construcción estaban comiendo su almuerzo bajo el puente peatonal y observé  cómo un niño en uniforme se entretenía dejando escurrir hilos de su saliva tratando de atinarle, asomado desde el puente, a alguno de los trabajadores que estaban comiendo su almuerzo abajo.

Temiendo por la integridad física del niño, en caso de que fuera descubierto por alguno de los trabajadores, me acerqué a él y le pregunté si a él le gustaría que le escupieran desde lo alto tal y como él lo estaba haciendo. Lo que pretendía con la pregunta era hacerlo reflexionar sobre su acción y las consecuencias que podrían suscitarse.

Mi instinto de madre protectora me hizo preocuparme por el hecho de que, si alguno de los trabajadores era afectado, fácilmente él y sus compañeros atajarían al niño en cualquiera de los dos extremos del puente y cuando menos se llevaría una buena zarandeada y un gran susto. También consideré que era una oportunidad para enseñarle al niño la famosa regla de oro: “trata a tus semejantes como quisieras que ellos te trataran a ti”.

Estaba interpelando al niño cuando vio a su mamá subiendo el puente y salió disparado hacia ella. La señora alcanzó a ver que yo estaba hablando con su hijo y en desaforada carrera se me vino encima gritando: “Oye tú cabr#&!*, ¿por qué te metes con mi hijo?” y, con una violencia pavorosa, me dio un fuerte empujón contra el barandal del puente. La señora no me dio oportunidad de explicarme o de iniciar conversación alguna. Todo se le iba en “mentarme la madre” y en acorralarme contra el barandal dando oportunidad a que varias de sus amigas, mamás de otros niños de la escuela, se aproximaran con una actitud bastante beligerante y violenta.

Me asusté muchísimo y en verdad temí por mi integridad física pues era un grupo de mujeres agresivas y sus hijos estupefactos atrás de ellas acechando de manera amenazante; me quedé paralizada sin atinar a hacer nada sólo pidiendo disculpas. Pasados unos momentos, que me parecieron una eternidad, la mamá del niño me fintó con un toque en la mejilla y me dijo: “La próxima no la cuentas pend#&!*”. Acto seguido, otras dos señoras me fintaron con un pequeño empujón y toda la turba comenzó a retirarse del lugar. 

Cabezas, Streetart Valencia. Foto: A. Fajardo

Recuerdo que, cuando niña, era normal que cualquier adulto nos interpelara para corregirnos a mis hermanos o a mí, y lo que mis padres hacían en esas circunstancias era despedirse amablemente de quien nos corrigió y abochornados inmediatamente decirnos: “Se siente mucha vergüenza cuando un desconocido nos señala nuestros malos comportamientos ¿verdad? Sin embargo, estoy seguro de que en la vida lo volverás a hacer”.

La anécdota hace referencia a un fenómeno que está difundiéndose en la vida cotidiana: el de la violencia pasional privada que, en mi opinión, deriva de una decadencia de la conciencia moral, no educada, no acompañada, empapada de un pesimismo social que ha apagado en el espíritu de las personas el gusto por la convivencia amable, acomedida y de buen trato personal.

Su Santidad Pablo VI en su mensaje para la celebración de la XI jornada de la paz resaltó que “La violencia no es fortaleza. Es la explosión de una energía ciega que degrada al hombre que se abandona a ella, rebajándolo del nivel racional al pasional; incluso cuando la violencia conserva un cierto dominio de sí, busca vías innobles para afirmarse, las vías de la insidia, de la sorpresa, de la prevalencia física sobre un adversario más débil y posiblemente indefenso”.

A la distancia del incidente referido, me pregunto: ¿cómo marcó a aquel niño la manera violenta en que reaccionaron su madre y las amigas de su madre? ¿el incidente ayudó a formar un ciudadano pacífico o a un bruto? Su Santidad Juan Pablo II en su mensaje para la XXVII jornada de la paz nos hace conscientes de que “Los niños son el futuro ya presente en medio de nosotros; es, pues, necesario que puedan experimentar lo que significa la paz, para que sean capaces de crear un futuro de paz”.

Lo que percibo es la exagerada preponderancia con que en nuestros días se defiende el ámbito de lo privado dando lugar a un individualismo donde cada uno puede reivindicar sus derechos como mejor le parezca sin hacerse responsable del bien común. Y como dice José I. González Faus “… no es sólo la violencia ya ejercida lo que engendra violencia; es también la violencia preparada, o la agresividad, lo que engendra otro modo de ser violento. Y si no siempre vivimos en una de esas clásicas <<espirales de violencia>>, sí que vivimos casi siempre en una espiral de agresividad”.

El no. 496 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia señala “que la violencia es un mal, que la violencia es inaceptable como solución de los problemas, que la violencia es indigna del hombre. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano”.

Si alguien le dijera a tu hijo que escupir a una persona es un acto deleznable e indecente, ¿cómo reaccionarías? ¿Qué saben nuestros niños acerca de las consecuencias violentas que el uso vulgar de su saliva puede provocar?

Un poco de “baba” resulta no ser tan inofensivo… Desafortunadamente, al tratar de evitar violencia, resulté agredida violentamente.

MDNMDN