Una mirada armenia: conversación con Davtyan Sahak
Si tiene que morir, entonces debería morir de tal manera para que su muerte pueda servir a su patria.
Garegin Nzhdeh
El 27 de septiembre comenzó una guerra entre Armenia y Azerbaiyán por la República de Artsaj. En la actualidad, esta región forma parte de la república de Azerbaiyán, pero gran parte del territorio desde principios de la década de 1990 está controlado por la autoproclamada, aunque no reconocida, República de Artsaj donde la mayoría de la población es armenia, desde hace siglos.
El pasado septiembre, 2020, en plena crisis sanitaria, estalló de nuevo el conflicto. Azerbaiyán, con la ayuda de su aliada Turquía, inició una guerra contra el pueblo armenio, que duró seis semanas. Una jugada premeditada.
En el Cáucaso no se preocupan por la pandemia, sino por la guerra.
El ejército azerí pronto unió fuerzas con el ejército turco y con mercenarios procedentes de Siria y Libia, formando una impresionante coalición. Una guerra que ha durado seis semanas y que evoca un enfrentamiento entre un gigante contra un pequeño niño que sólo arroja piedrecillas. Para hacernos una idea, basta con mencionar que la suma poblacional azerí y turca es de aproximadamente 93 millones, mientras que la población armenia apenas suma los 3 millones.

Tras la caída de la ciudad Shusha, que es de las más grandes del territorio de Nagorno-Karabaj, resultaba difícil mantener el ritmo de batalla sin sufrir más pérdidas.
El 9 de noviembre los líderes de Rusia, Armenia y Azerbaiyán firmaron un acuerdo de alto el fuego por videoconferencia. Sin embargo, para muchos armenios el tratado es inaceptable. Las protestas en Ereván, la capital de Armenia, no se hicieron esperar.
Aproximadamente 100.000 habitantes de Artsaj empezaron a emigrar desde la República en caravanas al territorio de Armenia.
El presidente de la República de Turquía, Erdogan, apoyó a sus hermanos entrenando al ejército y repartiendo armas, especialmente drones, que además de destruir armamento y soldados armenios atacaron también hospitales, iglesias y civiles.
Parecería que Rusia había olvidado el pacto de defensa militar en el sur del Cáucaso firmado con Armenia. Supuestamente en caso de que el territorio armenio (las fronteras internacionalmente reconocidas) fuera atacado, Rusia intervendría en su condición de aliada. La ayuda no llegó, porque, aunque estuvieran agrediendo a la población armenia, técnicamente, el conflicto se desarrollaba en la República del Alto Karabaj.
El acuerdo de alto el fuego pretende evitar la expulsión de la población armenia en la República de Artsaj; el intercambio de prisioneros, la división del territorio y, además, Rusia enviará tropas que patrullarán la frontera entre Artsaj y Azerbaiyán por los siguientes 5 años.
Tras la guerra es inevitable recontar las pérdidas, no solamente de soldados, sino también de civiles.
Conversé con mi buen amigo Davtyan Sahak, quien preocupado me contó sobre la guerra; con la esperanza de que, al hablar, alza la voz por su pueblo para que dirijamos hacia Armenia nuestra mirada.
Agradezco también la colaboración de Naira Stepanyan y a David Ghahramanyan por sus fotografías.

El conflicto por el enclave de la República de Artsaj no ha sido resuelto en estos últimos 30 años y observamos que esta guerra es un efecto.
Es una herida que permanece abierta desde hace mucho tiempo. No solamente desde la guerra de 1990, sino que todo comenzó mucho antes. La historia armenia es complicada. De lo que fue el Imperio armenio no queda casi nada. Ni siquiera el Monte Ararat, tan importante para nosotros, nos pertenece. El Imperio otomano capturó alrededor de un 80% del territorio armenio. Aunque quizá lo más grave en la historia fue el genocidio de nuestro pueblo: el exterminio de un millón y medio de armenios, y que hasta la fecha no es reconocido por el gobierno turco.
Por el contexto histórico, es muy significativo el apoyo turco a los azeríes y la situación geográfica no lo hace más sencillo. ¿Crees que la religión está relacionada?
El genocidio de 1915 tenía como finalidad eliminar a la población armenia, que es completamente cristiana ortodoxa, porque resultaba impensable para el nacionalismo turco con ideas radicales la coexistencia de cristianos y musulmanes. El mecanismo fue, primero, eliminar a la élite intelectual y política; después, eliminar a los soldados y jóvenes aptos para luchas y, después, a los civiles. Imagina gente indefensa, presa en campos de concentración en Siria e Irak, sin que la comunidad internacional protestara, porque se aprovechó el caos de la Primera Guerra Mundial. Una masacre en masa -la primera- con un mecanismo de terror semejante al de los campos de exterminio nazis. En 1914 el Imperio otomano declaró la yihad, que es la persecución y muerte al infiel: por ley, aquellos que no fueran musulmanes, los infieles, los cristianos, tenían que morir. Cuando la Primera Guerra Mundial terminó, el Imperio otomano fue dividido, pero eso no significa que los líderes fueran castigados. El genocidio fue una limpieza étnica, pero con raíces religiosas. Por eso nos ha preocupado tanto el apoyo de Turquía a Azerbaiyán. Es inevitable pensar en el pasado, porque los armenios somos una minoría profundamente cristiana.
Según tú, ¿de dónde y con qué finalidad fueron enviados los mercenarios?
Según los hechos, la mayoría de los mercenarios son de Siria y de Libia. Las fuerzas armenias lograron capturar a algunos. Según los interrogatorios a los mercenarios, les habían prometido dos mil dólares mensuales. Es terrible escuchar que por cada cabeza que cortan obtienen un bono de cien dólares. ¿Tan poco vale la vida?

¿Tienes amigos en el frente?
Algunos de mis amigos y familiares estaban sirviendo en el ejército donde había muchos voluntarios. Muchos fueron a la guerra: algunos regresaron con minusvalía, muchos han podido volver sin tener heridas importantes, pero desgraciadamente algunos no regresaron a casa. Si preguntas a cualquiera, sabrás que no hay ni una sola familia que no haya tenido a un hijo en el frente.
Se ha firmado un acuerdo de alto el fuego, ¿qué significa para ti?
Es complicado, es necesario evitar más muertes. No podemos sacrificar más jóvenes, pero el acuerdo no me tranquiliza. Aunque pretendan evitar la expulsión de armenios, esto no significa que los que se queden en Artsaj estarán a salvo. Por eso muchos han tomado lo que han podido, han dejado su hogar y tendrán que comenzar desde cero una nueva vida. Ha comenzado nuevamente la diáspora. Habrá que esperar y confiar en Dios.

Foto: David Ghahramanyan