Cada vez está más de moda ser “eco-friendly” y surgen propuestas que como individuos podemos ejecutar, desde pedir bebidas sin popote, llevar bolsas de algodón o de cualquier material al supermercado, reducir el consumo de carne y de ropa (fast fashion), compensar los vuelos o comprar alimentos con menos empaques.
Desde hace algunos años, hemos escuchado más sobre ecología y algunas personas han intentado reflexionar y hacer algo para solucionar el cambio climático. Un ejemplo es la encíclica Laudato si del Papa Francisco, otro es la conferencia de París del 2015 en que trataron el tema o las manifestaciones llamadas Fridays for Future que comenzó la activista Greta Thunberg. Sin embargo el interés por la creación y su cuidado es anterior, de otro modo Francisco de Asís no habría llamado hermanos al lobo, al sol y a la luna.
El 22 de abril se celebra el día de la tierra y para conmemorar la ocasión les presentamos a dos santas eco-friendly: Hildegarda de Bingen y Kateri Tekakwitha.
Una monja enamorada de la Creación, fiel a la tierra y llena de cielo
Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) fue una santa alemana del siglo XII que fue elevada a doctora de la Iglesia en el 2012 por el papa emérito Benedicto XVI. Esta interesante mujer además de llevar una vida de santidad, fue una erudita en las ciencias de su época.
Estaba orgullosa de ser mujer y afirmaba que Dios creó el género femenino como “espejo de Su belleza”, para abrazar amorosamente a toda la Creación.
Hildegarda fue compositora, escritora, filósofa, científica, naturalista, médica, abadesa, mística, teóloga… Sí, parece increíble, pero fue capaz de ahondar en muy diversos saberes. Sus estudios, científicos y literarios, profundizaron tanto en la materia hasta tal punto que es considerada por muchos como la madre de la historia natural. Ningún monje, sabio o místico del siglo XII se dedicó tan atentamente a la observación de la naturaleza y con tan apasionada entrega a la solución de los misterios del mundo como esta abadesa.
La visión de Hildegarda constituye toda una teología en su canto de alabanza al cosmos saturado de amor:
“Desde lo más profundo de la tierra hasta lo más alto de las estrellas, he aquí que el amor inunda el universo, y amando se ha unido a todo cuanto existe, pues le dio un beso de paz al Rey, al Altísimo.”
Hoy es considerada patrona de la ecología, de los músicos, de los escritores, y de la medicina natural.
Para saber más sobre Santa Hidegarda, les recomendamos la biografía que se titula Hildegarda de Bingen. Una vida entre la genialidad y la fe de Christian Feldmann en la editorial Herder. https://www.herdereditorial.com/hildegarda-de-bingen
Visión de Hildegard von Bingen. Fuente: Liber Divinorum Operum.
El lirio de los mohawks
Kateri Tekakwitha (1656-1680) fue una joven Mohawk cuya conversión al catolicismo, valentía de cara al sufrimiento, santidad extraordinaria y amor por la naturaleza son una inspiración para todos.
Kateri nació en una comunidad indígena en lo que hoy es Nueva York. Cuando tenía sólo 4 años sus padres murieron en una epidemia de viruela y Kateri quedó con cicatrices en el rostro y daños en la vista como secuelas de la enfermedad. A pesar de esto, cultivó una gran belleza interior por haber comprendido que el camino al amor auténtico provenía solo de Jesús.
Debido a su mala visión, Kateri fue llamada Tekakwitha, que significa “la que se tropieza con las cosas”. El resto de su familia intentó que se casara, pero Kateri quiso dedicar su vida a Dios.
Kateri fue marginada y acosada por su fe cristiana y su voto de virginidad; sin embargo se mantuvo fiel a ambos. Viajó más de 320 kilómetros por bosques, pantanos y ríos, a pie y en canoa, para poder establecerse en la misión jesuita de San Francisco Javier, cerca de Montreal. Allí pasó tiempo en los bosques, en profunda oración, muchas veces con el Santísimo Sacramento.
Era conocida por su dulzura, amabilidad y buen humor. En Canadá, Kateri enseñaba oraciones a los niños y trabajaba con los ancianos y enfermos.
Durante los últimos años de su vida, Kateri, soportó un gran sufrimiento por una enfermedad grave y murió a los 24 años. Sus últimas palabras fueron: “Jesos Konoronkwa”, que significa: “Jesús, te amo”. A los pocos minutos de su muerte, su rostro milagrosamente se transformó y todas las cicatrices que le había dejado la viruela desaparecieron.
Hoy es considerada patrona de los ecologistas y de los indios de norteamérica.
Para saber más sobre Santa Kateri recomendamos visitar la página de Saint Kateri Conservation Center https://www.kateri.org/our-patron-saint/(en inglés) y conocer la interesante labor de este grupo.
Así reza una reciente publicidad en Alemania: “¿Futuro o asesino del clima?”, en la imagen se veía a una mujer amamantando a un recién nacido. Es realmente sorprendente el avance de la ecología profunda, la cual considera al hombre como enemigo de la naturaleza. Al ver esa publicidad inmediatamente hice conexión intelectual con dos hechos recientes: una cita de Peter Singer que leí, donde invitaba a esterilizar a todo el género humano para ser voluntariamente la última generación sobre la Tierra y vivir de fiesta hasta la extinción; y una intervención de una universitaria en clase, quien afirmaba que no tendría hijos por motivos éticos, para evitar el sobrecalentamiento del planeta. De pronto todo encajaba: el hombre es el enemigo del planeta; hay un imperativo ético de acabar con él.
“¿Futuro o asesino del clima?” Foto tomada de la estación central de Berlín por TheoBlog.de
La cultura de la muerte tiene una cara aséptica e incluso altruista: la preocupación no por la humanidad, sino por el planeta. Podemos incluso sacrificar la humanidad en el altar del planeta. ¿Es justo hacerlo? Para muchos enemigos de la vida humana parece ser así. Ya no es que se mire con recelo a las familias numerosas, por considerarlas irresponsables, estamos un paso adelante, de forma que traer vida al mundo no se considera un bien, un motivo de alegría o felicitación. Se comienza a cuestionar la moralidad de traer vidas humanas a este planeta cansado y a este mundo enfermo de violencia, injusticia y corrupción.
El desencanto por lo humano está consumado. Se ha cerrado el círculo, como proféticamente vio el Concilio Vaticano II: “sin el Creador, la creatura se diluye”. El humanismo ateo, que parte de la premisa de la negación de Dios, culmina por afirmar la negación del hombre. Quizá alguien pueda objetar que se trata de casos de élites intelectuales, pero que el grueso de la población no piensa así. Dos hechos, uno global y otro casero, me hacen calificar a tal aseveración de optimista: la drástica caída de la natalidad en los países desarrollados; es decir, los que mejor viven no consideran a la vida digna de ser vivida; y, en segundo lugar, la experiencia de mi barrio clasemediero alto: la gran cantidad de personas paseando perros, inversamente proporcional a la presencia de niños. No, la vida humana en los sectores altos de la población ya no se considera como una bendición, una forma de realizarse y trascender. Se recela de ella.
“Los dinosaurios creían que todavía tenían tiempo. Actúa ahora”. Cartel para la manifestación contra la crisis climática en Berlín.
El recelo tiene una causa subjetiva: el sacrificio que supone. Es mucho más sencillo tener una mascota que un hijo. Pero ahora ese motivo, egoísta, al fin y al cabo, tiene una motivación intelectual fuerte: la defensa y el cuidado del planeta. Cada hijo supone una gran cantidad de consumo, de calor, de energía, de desgaste para el planeta. Es triste que la vida humana, que biológicamente hablando, es la mayor maravilla que pueda contemplarse hasta el momento en el universo –pues finalmente es el único ejemplo de vida consciente del que tengamos evidencia- se vea empobrecida hasta esos límites inauditos.
La visión cristiana, ahora en clara minoría, es diametralmente opuesta. Se siguen considerando a las familias numerosas como una bendición de Dios. Se sigue viendo a cada vida humana como un milagro, cada ser humano se considera único e irrepetible. Cada persona tiene dignidad y por ello un valor inalienable. Sigue viendo en el mundo en particular y en el universo en general, como un inmenso don, que Dios confía al hombre. Se valora al mundo y todo lo que él contiene, pero no como un fin, sino como un medio.
Yo no soy tan optimista, pues por tratarse de una élite, controlan los contenidos y los programas educativos. Poco a poco tal visión va ir permeando, como la única éticamente solvente, y los que no comulguemos con ella seremos mirados con recelo, cuando no reprimidos social, cultural e incluso penalmente (no quedan muy lejanos los castigos en China por tener más de un hijo). Tal parece que la única alternativa para un futuro esperanzado de la humanidad es la vuelta a un humanismo cristiano. La pregunta es ¿todavía es posible?, ¿todavía estamos a tiempo o es ya demasiado tarde?
El año 2020 va a quedar en la memoria colectiva como el año del impacto. El impacto meteórico de un virus que se cobró muchas vidas y alteró de manera definitiva el curso de nuestra vida cotidiana.
El 2021 se inició con la esperanza puesta en la aparición de las vacunas. Pero si bien sus avances son notorios, los coletazos del shock inicial perduran con fuerza, y las secuelas de esta pandemia todavía son incalculables. Todo eso sin mencionar el negacionismo antivacunas.
El 2022 recién está comenzando y no sabemos aún qué nos depara. Veamos por lo pronto cuáles son los temas que el cine nos anticipa. Netflix nos propone la historia de otro impacto: No mires hacia arriba (Don´t look up). Hagamos una breve reseña.
No mires hacia arriba trata del inminente impacto de un cometa contra la Tierra y el desesperado intento de dos científicos, una estudiante de astronomía y su profesor, por hacer entender al mundo sobre la devastación planetaria que generará si no se toman medidas a tiempo. La necedad del cálculo político, la desinteligencia de la administración pública, los intereses económicos de los actuales gigantes tecnológicos, la polarización de la opinión pública y ese vulgar negacionismo popular que ya nos es natural anuncian el inevitable final sin necesidad de spoilear.
¿Cómo es posible no reaccionar ante la total evidencia de un peligro tan enorme? ¿Qué más pruebas se necesita para hacer de una vez por todas lo que ya se sabe que hay que hacer? Cuando al parecer ni siquiera el “ver para creer” basta, el mensaje tiene que ser más rudo. La película trata de un cometa a punto de impactar contra nuestro mundo, tal como lo conocemos. Esta es la trama, pero en realidad el tema principal es otro.
La película trata precisamente del peligro de un drástico impacto y de cómo reaccionaríamos ante él y, lo peor, de cómo reaccionaríamos en general ante la proximidad de un cataclismo todavía evitable. Por eso es claro entrever que más bien se refiere ante un impacto sí, pero al “impacto ambiental” que nuestras irrenunciables prácticas cotidianas provocan: la contaminación de todos nuestros elementos vitales, el aire, la tierra y el agua, y el consecuente cambio climático que esto acarrea, y sobre el frustrante intento de los científicos por hacernos entender que ese impacto es un hecho que podríamos evitar. Sus protagonistas son por eso precisamente dos científicos. Ella, una joven que, como la activista sueca Greta Thunberg, por la ferocidad y crudeza con que advierte sobre la gravedad de estos problemas es cruelmente denostada en las redes sociales y ridiculizada a través de burdos memes. Él, más estereotipado, logra tener mayor llegada a los medios masivos de comunicación y a las altas esferas del poder político, económico y tecnológico. Pero justamente por eso mismo queda enredado en los vicios de estos y su ruego tampoco se hace escuchar.
La principal virtud de esta película es la obviedad de su mensaje. Enmascarada en una divertida parodia, hace uso de todos los elementos comunicativos para sacudir hasta el más distraído. Está dirigida en un lenguaje inequívoco al común de los mortales, para que respondamos ante las señales de alarma que ya suenan en todos los puntos del planeta. Hasta incluye un show musical, por si todavía alguien no había entendido del todo. Tal como aparece en los anuncios “está basada en hechos que podrían ser reales” y como tal no es una mera ficción de la realidad, sino que muestra la realidad de la ficción en la que la vorágine de nuestro actual sistema mundial nos obliga a seguir viviendo negando sus daños. Una amenaza semejante como la de un cometa en irrefrenable picada hacia la Tierra es una evidente alegoría de los peligros ecológicos en la que estamos inmersos y cuyo tratamiento ya no es posible postergar.
Finalmente, no se trata de mirar hacia arriba, ni hacia abajo, sino hacia adentro nuestro, hacia adentro de nuestra sociedad, hacia adentro de nuestra especie para entender cómo manejarnos sanamente con el entorno del cual somos parte.
San Juan Pablo II en tres ocasiones (1986, 1993 y 2002) reunió a los líderes religiosos del mundo para orar por la paz en Asís. Quería mostrar de esa forma cómo la religión en general puede ser una fuerza de paz, generar paz a su entorno y no violencia como algunas veces sucede — en el 2002 estaba muy reciente el atentado a las Torres Gemelas perpetrado por fundamentalistas islámicos. La crítica atea suele señalar que la religión es quizá la causa más profunda de la de división en el mundo, y por ello sería un deber moral atacarla. El Papa santo salió a refutar tal crítica tendenciosa y mostró cómo los líderes religiosos pueden obviar sus diferencias, dialogar y unirse para orar por la paz.
Ahora, en el 2021, la humanidad, junto con la necesidad de paz, que nunca puede darse por descontada, tiene la urgencia de cuidar el planeta. ¿Pueden unirse las religiones para pedir por la salud del planeta y hacer frente al cambio climático? Lo que san Juan Pablo II hizo por la paz, lo hace ahora Francisco con el cambio climático: El Papa reunió en el Vaticano cerca de 40 líderes religiosos para expresar su apoyo a la COP 26 de Glasgow y su preocupación por el cambio climático. Todos firmaron un llamamiento para frenar el cambio climático. Entre los participantes se encontraban el Arzobispo de Canterbury, el Patriarca Ecuménico Bartolomé y el Imán de Al-Azhar, entre otros: Las religiones unidas para hacer frente a la contaminación y defender la salud del planeta.
Basura en el bosque. Foto: Leonid Danilov
Junto a los representantes de las diferentes confesiones cristianas, había líderes judíos, musulmanes, hinduistas, budistas, sijs, confucionistas, taoístas y zoroástricos. Representantes de las religiones más representativas del planeta. Todos expresaban su común preocupación por el clima y la ecología. Esta realidad muestra cómo las religiones tienen puntos en común, a pesar de sus diferencias históricas y culturales, y esos puntos en común convergen en beneficio de la humanidad. El cambio climático contribuye de esa forma también a la unidad entre los diferentes credos, pues muestra como todos juntos pueden trabajar en pro del hombre y la sociedad. Las diferencias doctrinales no son obstáculo para poder hacer el bien en conjunto, en equipo.
El Papa Francisco tuvo el detalle de no leer su discurso, para no extender en demasía la ceremonia y dar pie a que los demás líderes religiosos pudieran explayarse. Pero les entregó escrita su intervención. En ella insiste, fiel a su habitual esquema de pensamiento, en tres puntos: “la mirada de la interdependencia y de compartir, el motor del amor y la vocación al respeto”. Fiel a sus intuiciones de fondo, Francisco recuerda que “todo está conectado”, y por ello debemos tener una “mirada abierta a la interdependencia y al compartir”. Todos somos miembros de la única familia humana, y compartimos la responsabilidad de sacarla adelante.
“Planeta sobre beneficio”. Manifestación Fridays for future. Foto: Markus Spiske.
El tercer elemento señalado por Francisco es el “respeto por la creación, respeto por el prójimo, respeto por sí mismos y respeto hacia al Creador. Pero también respeto mutuo entre fe y ciencia”, para que el fecundo diálogo entre ellas esté orientado al “cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y fraternidad”. Como se puede observar, el Papa Francisco es ambicioso en su perspectiva. Considera que es mucho lo que la religión puede aportar a la ciencia, y cómo juntas pueden contribuir para frenar el cambio climático. En el ámbito cristiano, este cuidado formaría parte la espiritualidad católica.
El progreso tecnológico, especialmente en el transporte, ha hecho los viajes más eficientes; ahora es posible recorrer grandes distancias en tiempos menores: podemos volar de Toronto a Buenos Aires, atravesar el Canal de Panamá en barco, recorrer en el famoso Expreso de Oriente el tramo que va de París a Estambul e incluso viajar a Marte con una nave espacial. Ahora es posible viajar por todo el mundo.
Los viajes, especialmente a destinos exóticos y alejados de nuestro hogar, han ganado popularidad por los precios, que en ocasiones son muy bajos por las promociones de las aerolíneas de bajo costo. Pero ¿pagamos un precio justo por nuestros numerosos viajes y cuáles son las consecuencias negativas de nuestros viajes para el medio ambiente?
El concepto “compensación” conlleva el intento de contrarrestar una consecuencia negativa y reparar un daño en la medida de lo posible. La compensación de vuelos intenta subsanar los daños ocasionados por los viajes y, en este caso, contrarrestar los efectos del CO2 que se producen por cada vuelo. Por ejemplo: un vuelo México-Berlín en clase económica produce un total de 4.856 kg de CO2. Compensar este vuelo costaría aproximadamente 112 euros (2,717 pesos), que se invertirían en algún proyecto ecológico. No es posible eliminar el CO2 producido, aunque podemos reparar algunos de sus efectos.
“Melting ice” manifestación Fridays for Future Berlin 20.09.2019 Foto: A. Fajardo
Los viajes de larga distancia no son nada baratos. Normalmente un vuelo de ida y vuelta entre la Ciudad de México y Berlín cuesta aproximadamente 1.000 euros (25,000 pesos). Esta cantidad ya es bastante alta y no todos los fines de semana podemos permitirnos un viaje de este tipo. Si a esta cantidad le sumamos la compensación, los viajes serían cada vez más difíciles de realizar.
El principal argumento en contra de la compensación de vuelos es la diferencia de ingresos entre los que ganan más y los que ganan menos: con precios más altos, viajar sólo sería asequible para los ricos, o las personas con altos ingresos.
Una segunda crítica apunta al uso de las compensaciones. ¿Realmente se utilizará el dinero de la compensación para las prometidas medidas de protección del medio ambiente o se perderá en algún bolsillo?
Más allá de estas críticas, es preciso combatir el agravamiento de condiciones meteorológicas extremas, como las inundaciones, las sequías, los incendios forestales, el deshielo de los polos, el aumento del nivel del mar y la acidificación de los océanos, etc. La compensación de vuelos es un tema importante para el cuidado del medio ambiente.
Respecto al buen uso del dinero de las compensaciones, es posible saber qué ocurre con el importe pagado y esperar que el dinero se utilice realmente para sembrar árboles y otros proyectos. El importe podría depositarse directamente en instituciones externas como Atmosfair o Plant-for-the-Planet, que incluso nos permite elegir a qué proyecto donar.
Plant for the Planetes una fundación creada por el joven alemán Felix Finkbeiner, que desde el 2007 tiene diversos proyectos de reforestación a nivel mundial, uno muy importante está en la Península de Yucatán.
Entrevista a Felix Finkbeiner
Por último, la distribución de la riqueza es un gran problema. Precios más elevados y la compensación de los vuelos no contribuyen a aliviar la situación. Viajes de largas distancias o intercontinentales podrían volverse aún más el privilegio de unos cuantos y para los que estamos lejos de casa, requeriría un mayor esfuerzo y ahorro.
Por otro lado, la destrucción de la naturaleza tiene un impacto superior en países con mayor índice de pobreza, como Bangladesh, que también es asolado por la industria de la fast-fashion. Y la mayor cantidad de viajeros procede de países ricos, como Alemania.
¿Puede hablarse de un “derecho a viajar” cuando las consecuencias de estos viajes ponen en peligro los medios de subsistencia de otras personas?
“No hay planeta B” Foto: A. Fajardo
La moneda siempre tiene dos caras: es agradable viajar y conocer otros lugares, y es además una importante fuente de ingresos para muchos destinos turísticos. Por otro lado, los propios lugares que se visitan y las personas que viven en ellos pueden estar en peligro. Los daños no se quedan en un espectro local, sino que tienen un impacto global.
Es una cuestión problemática porque concierne a nuestros bolsillos y es nuestro dinero el que está en juego. Quizá parte de la solución es que los vuelos internos sean sustituidos por servicios de trenes y autobuses; que en los vuelos de bajo costo se pidiera un impuesto de compensación y ser más conscientes sobre cómo podemos cuidar nuestro hogar.
Es importante detenernos a reflexionar: ¿qué sucedería si disponemos del dinero suficiente para viajar, pero ya no hay ningún lugar para visitar porque no hemos cuidado el planeta?