Annus Terribilis Operis Dei

Annus Terribilis Operis Dei

Por Salvador Fabre

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Sin temor a exagerar, se puede decir que el Opus Dei está viviendo ahora su “annus terribilis”, “su año terrible.” En efecto, la Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei se ha visto afectada, en el seno de la Iglesia, por varios frentes canónicos -relativos a la ley de la Iglesia-, en concreto, por cómo entiende la Iglesia la inserción de la Prelatura en su seno y, muy secundariamente, pero significativa y simbólicamente hablando, el cambio en la jurisdicción del Santuario de Torreciudad, promovido y realizado por el Opus Dei, que pasa de ser un oratorio de la Prelatura, a ser santuario de la diócesis de Barbastro-Monzón.

La pesadilla de la Obra comenzó con la entrada en vigor de la Constitución Apostólica sobre la Curia Romana y su servicio a la Iglesia y el Mundo Praedicate Evangelium, el 5 de junio del 2022. A partir de ese momento, cuando entró en vigor la nueva organización de la Iglesia propuesta por Francisco, la Prelatura deja de depender de la Congregación de Obispos y pasa a depender de la Congregación del Clero. En efecto, el número 117 de dicho documento dice escuetamente: “Compete al dicasterio [Dicasterio para el Clero] todo lo que corresponde a la Santa Sede sobre las prelaturas personales.” Lo cual no deja de ser curioso, en una institución en la que la mayor parte de sus fieles son mujeres y sólo el 2% de los mismos son sacerdotes, cuyo mensaje está fundamentalmente -no exclusivamente- dirigido a los laicos.

Un segundo momento de “desconcierto jurídico” dentro de la Obra lo constituyó el Motu Proprio Ad Charisma Tuendum del Papa Francisco, que entró en vigor el 4 de agosto de 2022. En este breve texto Francisco, deja claro no solamente que la Obra depende ahora de la Congregación del Clero, a la cual deberá informar anualmente de sus actividades y que el prelado no podrá ser nombrado obispo -como lo fueron los dos primeros prelados del Opus Dei: el Beato Álvaro del Portillo y Monseñor Javier Echevarría, consagrados obispos por san Juan Pablo II-, sino -y esto es lo más importante-, que el Opus Dei es un fenómeno carismático y no jerárquico en el seno de la Iglesia. Con sus propias palabras: “Con este Motu Proprio se busca confirmar a la Prelatura del Opus Dei en el ámbito auténticamente carismático de la Iglesia.” La Prelatura siempre había entendido que sin ser propiamente una “Iglesia particular” se asemejaba a ella, a las diócesis y, particularmente, a los ordinariatos militares, de manera que se trataba de una realidad jerárquica, más que carismática, en el seno de la Iglesia. Puede verse un apretado resumen de esta postura en el capítulo “Implantación de la Prelatura Personal” del libro “Historia del Opus Dei” de José Luis González Gullón y John F. Coverdale, publicado apenas un año antes, en 2021. Sobra decir que esa era la mente del legislador -el que erigió el Opus Dei en Prelatura Personal-, es decir, la idea de san Juan Pablo II.

El tercer acto de la “deconstrución” de las Prelaturas Personales, como el puntillazo que cambia definitivamente la comprensión que de las mismas tiene la Iglesia, está constituido por el Motu Proprio del Papa Francisco, fechado el 8 de agosto de 2023, con el que modifica los cánones del Código de Derecho Canónico vigente, respectivos a las Prelaturas Personales. De esta forma, el Canon 295&1 dice con claridad: “la Prelatura personal se asimila a las asociaciones públicas clericales de derecho pontificio [y no a las diócesis u ordinariatos militares], con facultad para incardinar clérigos.”

¿Qué supone en definitiva todo esto? Podríamos resumirlo con un ejemplo muy gráfico, al que tristemente nos hemos habituado. Con las Prelaturas Personales ha sucedido algo semejante a lo que le pasó a la institución del Matrimonio en el derecho civil, en los países en los que se ha legislado el “matrimonio igualitario.” En la ley se le sigue llamando “matrimonio”, pero ya no es lo mismo, la comprensión añeja, secular de lo que era, se ha vaciado de contenido. Algo análogo sucede ahora con la figura de las prelaturas personales: ya no son lo que eran, lo que previó el Concilio Vaticano II en el Decreto Presbyterorum Ordinis, n.10 o, particularmente para el Opus Dei, única prelatura personal existente en la Iglesia, lo que legisló san Juan Pablo II en la Constitución Apostólica Ut sit, y confirmó en su discurso del 17 de marzo de 2001, dirigido a fieles de la prelatura que se habían reunido en un “Congreso sobre la Novo millennio ineunte.”

¿Cómo ha sucedido esto? La clave también se puede buscar en el capítulo “Implantación de la Prelatura Personal.” Ahí veladamente se alude a la posición que un eminente canonista de la Universidad Gregoriana, hoy cardenal de la Santa Iglesia Católica, el P. Ghirlanda, ha sostenido durante años sobre las prelaturas personales. De hecho, fue el P. Ghirlanda S. J. el principal encargado de elaborar la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, es decir, la ley que regula el funcionamiento de la Curia; por eso fue creado cardenal. Tras bambalinas se comenta que esa ha sido la postura de Ghirlanda, porque considera que fue el Beato Álvaro del Portillo quien pujó para que se introdujera en el Decreto Presbyterorum Ordinis la figura de la Prelatura Personal pensando en el Opus Dei. Esto último no sería descabellado, pues fue secretario de la comisión encargada de elaborar ese decreto conciliar. Digamos que Ghirlanda vendría a enmendar la página.

Ahora bien, a todo esto, es objetivamente negativo para la Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei, ¿cómo ha reaccionado la Obra? Se puede decir que, en esta página difícil de su historia, ha reaccionado como lo hubiera hecho san Josemaría, su fundador: con un profundo sentido sobrenatural. En efecto, las sucesivas declaraciones del actual Prelado de la Obra, Monseñor Fernando Ocáriz han ido siempre por la misma línea: unidad con el Papa, rezar por él, aceptar dócilmente sus disposiciones. En el último mensaje enviado por él, con motivo del Motu Proprio del 8 de agosto nos dice:

Monseñor Fernando Ocáriz y el Papa Francisco (2017).
Fuente: Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei

“… acogemos con sincera obediencia filial esas disposiciones del Santo Padre, y para pediros que también en esto permanezcamos todas y todos muy unidos. Seguimos así el espíritu con el que vivieron san Josemaría y sus sucesores ante cualquier disposición del Papa relacionada con el Opus Dei. Siendo la Obra una realidad de Dios y de la Iglesia, el Espíritu Santo nos conduce en todo momento.”

La reacción del Prelado, como puede verse, ha sido ejemplar, de perfecta sintonía y unidad con lo que el Papa y la Iglesia dispongan para la Obra. De hecho, así está diseñada la Obra, que en palabras de su fundador, “está para servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida.” De esa actitud quedó huella histórica en la vida interior de san Josemaría, que en dos ocasiones experimentó lo que él denominó “la prueba cruel”, la cual consistía en considerar que la Obra no era de Dios sino de él; en ambas ocasiones reaccionó con decisión, encarándose con Dios y diciéndole: “si la Obra no es para servir a la Iglesia, ¡destrúyela ahora mismo!” Como en el caso de Abraham, no fue necesario ese sacrificio, pero dejó así marcado para sus fieles, cuál habría de ser siempre el camino a seguir.

Cabe pensar que el obispo de Barbastro-Monzón, Ángel Javier Pérez Pueyo, ha sabido aprovechar el momento histórico -no corren buenos tiempos para el Opus Dei- y, audazmente, ha dado un golpe de mano para hacerse con Torreciudad, una de las últimas “locuras de san Josemaría”, imponente santuario mariano construido, mantenido y gestionado por el Opus Dei. Realmente pareciera un “robo de puños blancos”, pues supone apropiarse de lo que uno no ha hecho, ni mantenido, ni gestionado. Quedarse con algo que era de otro, pero todo, dentro de lo “eclesiásticamente correcto.” La Obra no está ahora para polémicas y Pérez Pueyo lo sabe. Por eso presidió la santa Misa de Nuestra Señora de los Ángeles el día de su fiesta -22 de agosto-, y dejó claro que el futuro del santuario era ser diocesano, no de la prelatura. La prelatura, dócilmente, manifestó su tácita aceptación del hecho consumado, con la presencia del Vicario Regional de España, Ignacio Barrera, en la ceremonia. En este caso importa más la unidad de la Iglesia, que la estricta justicia.

¿Está preparada la Obra para vivir esta “contradicción de los buenos”? Todo parece indicar que sí. De hecho, ahora el Opus Dei vive colectivamente, como institución, lo que san Josemaría vivió y predicó insistentemente a sus hijos: el “Omnia in bonum” (todo es para bien), que toma de san Pablo (Romanos 8, 28: “para los que aman a Dios todo es para bien”). Digamos que el Opus Dei está diseñado para besar los pies de los que le dan patadas, sobre todo si esos forman parte de la Iglesia.

Se podría resumir su actitud en lo que recoge este santo en sus apuntes íntimos, cuando los mismos que ahora ponen obstáculos a la Obra lo acusaron a él ante el Santo Oficio: “¡Roma! Agradezco al Señor el amor a la Iglesia que me ha dado. Por eso me siento romano. Roma para mí es Pedro… de Roma, del Papa, no puede venirme más que la luz y el bien. – No es fácil que este pobre sacerdote olvide esa gracia de su amor a la Iglesia, al Papa, a Roma. ¡Roma!”

Homenaje a Benedicto XVI: tres puntos para recordarlo

Homenaje a Benedicto XVI: tres puntos para recordarlo

Imagen: Benedicto XVI (Europa Press)

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Murió Benedicto XVI. Es una noticia que entristece a muchos. A otros les pasa indiferente. A todos nos toma como novedad, pues es la primera vez, en más de seiscientos años, que un Papa emérito recibe los funerales sin que se convoque a Cónclave. Para muchos, Benedicto XVI pasó con la figura de ser un paladín del conservadurismo católico. Tenía fama de Gran Inquisidor para muchos latinoamericanos.
Yo hablo desde mi experiencia: quisiera decir que fue un gran Papa sin más, como todo fiel. Pero, sobre todo, fue para mi una inspiración profesional. En gran parte le debo al Dr. Ratzinger mi vocación a la academia y al estudio, puesto que fue uno de mis ejemplos a seguir en tres cosas: la confianza en el diálogo entre la fe y la razón, la lectura de los clásicos, y la redacción directa.

Mi primer acercamiento a Ratzinger fue antes de que se convirtiera en Benedicto XVI. Conocí su figura y algunas de sus ideas a través de mi padre. Él leía algunos artículos del cardenal bávaro en la extinta revista 30 Giorni. “Qué gran portento es Ratzinger”, decía mi padre, y desde entonces lo identifiqué como una personalidad importante. De este modo, el día de su elección pontificia lo pude identificar como un escritor, más que como un arzobispo. En aquel tiempo mucha gente de mi edad, que éramos muchachos de secundaria, veía en Benedicto XVI a una figura lejana: demasiado dura, seria e intelectual. A mi me llamaba la atención que el Papa reviviera ornamentos litúrgicos y prendas olvidadas como la muceta de armiño, el camauro, etc.

Papa Benedicto XVI,  audiencia 16 de enero 2013.
Papa Benedicto XVI,
audiencia 16 de enero 2013.

Nunca pensé que el Dr. Ratzinger fuera a ser para mi un ejemplo profesional, más allá de la pontificia figura de autoridad y paternidad espiritual. Me comencé a identificar con él cuando decidí estudiar filosofía, para mi propia sorpresa (yo quería ser médico, primero). Como yo procedía de una formación más biológica que humanística, consideraba que mi preparación en los grandes autores filosóficos era
deficiente. Por eso trataba de sistematizarlos cuando los estudiaba, más que encontrarme con sus ideas y experimentarlas. Llegué a pensar que el cristianismo era un tipo de filosofía o, más bien, un modo de pensar la realidad, en donde Cristo sería el Logos encarnado dentro del mundo como Razón, más que Dios en el mundo. Yo ya había leído algunas páginas de la encíclica Deus caritas est. Sin embargo, los textos ratzingerianos que más he disfrutado y más me acercaron a comprender mejor el significado del cristianismo fueron Creación y pecado e Introducción al cristianismo. Me los recomendaron profesores como Rocío Mier y Terán o José Antonio Coronel.

Del primer texto me sorprendió la capacidad argumentativa de Ratzinger ante las ciencias duras, así como su nivel hermenéutico de la Sagrada Escritura, expresado en un estilo tan sencillo, claro y consecuente. Ahí comencé a aprender la actitud de diálogo del creyente con las ciencias naturales, en las que, en ese entonces, yo estaba mejor preparado. El segundo texto, la Introducción al cristianismo, fue fundamental para mi formación intelectual y de fe. Me condujo su alta síntesis, así como su magistral uso de las más diversas autoridades y citas. En un sentido
técnico aprendí que el académico debe de usar las citas y autoridades que le favorezcan y ayuden a que la exposición de su texto sea más fluida y asimilable. No es necesario citar a todas las autoridades y a todas las ideas al mismo tiempo.

Portada “Creación y Pecado”
de J. Ratzinger.

Sobre todo, con esa lectura, encontré que el cristianismo no es una filosofía ni una serie de bellas ideas abstractas, sino la relación con la persona de Cristo, en el aquí y en el ahora, que no es puramente la Razón encarnada, sino que es presencia amorosa de Dios en el mundo que ofrece la plenitud de la felicidad a cada una de las personas humanas. Esto lo aprendí con el extraordinario capítulo de la Introducción al cristianismo titulado “El Dios de la fe y el Dios de los filósofos”, de cuyo estudio agradezco mi primera publicación de un artículo formal sobre el encuentro de las razones divina y humana en la presencia de Cristo en el mundo. De estas lecturas comprendí mejor la colaboración entre fe y razón como disciplinas distintas, pero complementarias al ser partícipes de la naturaleza humana. Tenemos fe en la razón, pero también podemos usar la razón para comprender mejor la fe, decía el Dr. Zagal, siguiendo esta idea.

La erudición del Dr. Ratzinger fue evidente siempre. Citaba a los autores más diversos: desde san Agustín hasta Ives Congar, desde Karl Marx hasta Jacques Monod, sin dejar de mencionar a Aristóteles y a San Buenaventura, en quien era especialista. Cuando me aficioné a leer textos ratzingerianos breves, como algunas de sus homilías o sus alocuciones sobre los Padres de la Iglesia en las audiencias generales, aprendí que un buen académico puede barajar sus ideas entre varios interlocutores. Ahora bien, el ser interlocutor no siempre significa estar de acuerdo en lo mismo, pero sí implica tener capacidad de apertura y contraste para conocer mejor la realidad. En este sentido, Ratzinger siempre habló con los clásicos de muchos tipos: los clásicos griegos: Sócrates, Platón y Aristóteles. Los clásicos Padres de la Iglesia: San Agustín, Los capadocios, San Benito. Los clásicos medievales: Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, Santa Hildegarda de Bingen. Los clásicos del Concilio Vaticano II, con quienes trabajó: Ives Congar, Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac. Y los clásicos científicos: Charles Darwin, Jacques Monod, Stephen Hawking, con quienes dialogó con amables argumentos.

Aclaro que Benedicto XVI sí fue un gran Papa. En parte, llegó a serlo por su gran capacidad de síntesis, la cual le dio una redacción clara de pensamientos complejos. Leer a Ratzinger es como escuchar a Mozart. Hay consecuencia entre un movimiento y otro. Hay direccionalidad, sentido y consistencia. Hay un telón de fondo, un tema agradable que se repite sin cansancio, y que hace que sea más fácil recordar lo leído. Cuando escribo, trato de seguir el estilo académico ratzingeriano: establecer una idea con claridad, darle pocas pero concisas vueltas con el comentario de alguna autoridad, y llevarla a conclusiones que se desprendan naturalmente de los argumentos expuestos. A veces introducir alguna anécdota, y cerrar puntualmente, con la confianza de que lo escrito es claro y asequible. El estilo ratzingeriano funciona no solo para la teología, sino también para los textos filosóficos, para las clases y las conversaciones.

Portada Introducción al Cristianismo,
de J. Ratzinger.

Me duele mucho la partida de Benedicto XVI. Me uno en oración por su eterno descanso y deseo que pudiera tener un lugar entre las grandes mentes doctorales del cristianismo, Deo Volente. Nunca pude conocerlo en persona. Me quedé con las ganas. Sin embargo, no hay palabras con las que yo pueda agradecer la formación intelectual, profesional y en la fe que me dio el encuentro con su trabajo y su
ejemplo personal.

Vielen Dank, Herr Doktor Joseph Alois Ratzinger, Paps Benedikt XVI!

Homenaje a Benedicto XVI: tres puntos para recordarlo

Obsesión por el aborto

Por Pbro. Mario Arroyo

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Un profesor universitario me preguntó: “¿estamos obsesionados los católicos con el aborto?”, a raíz de mi desconcierto sobre la afirmación de Joe Biden, quien sostiene que el Papa le dijo que era un buen católico y que podía acercarse a comulgar. Son dos temas diferentes, aunque confluyen en la triste realidad del aborto.

No es que los católicos estemos obsesionados con el aborto, pero ciertamente se trata de un rubro importante en el mundo de hoy. En expresión de la Conferencia Episcopal Norteamericana, se puede decir que es una “prioridad preeminente” de la agenda católica, pero ser preeminente prioridad no significa que sea la única o que sea excluyente, como bien explica el arzobispo Cordilione: “preeminente no significa única”. La diferencia estribaría en que las otras realidades que preocupan a la Iglesia Católica no son tan controversiales, hay un consenso bastante generalizado al respecto. En efecto, la protección a los migrantes, la lucha contra la trata de personas, la erradicación de la pobreza, la preocupación por el cambio climático, o la búsqueda de la paz, por citar algunas, son algunas de las preocupaciones de la Iglesia compartidas por el grueso de la sociedad; no así el aborto.

Ilustración de Yekaterina Glazkova para campaña provida en Polonia. Foto: Lukasz Klatewa

Eso se notó en la reciente reunión entre el Papa Francisco y Joe Biden. Si hemos de creer en lo que afirmó el segundo –y no hay razón de peso para no hacerlo-, no se habló del aborto –lo que nos hubiera gustado a todos los que somos provida– y en cambio se abordaron todos los demás temas que permitían alcanzar un consenso y trabajar en común. Esto es una muestra práctica de que los católicos no estamos obsesionados con el tema del aborto. Tampoco significa que al Papa no le importe el aborto, pues, por ejemplo, recientemente ha bendecido unas “campanas pro-vida”, “para recordar la voz de los no nacidos” y “anunciar el Evangelio de la vida”. Entonces ¿por qué no trató el tema con Biden? Claramente tiene más trascendencia negociar al respecto con el Presidente de los Estados Unidos que bendecir unas campanas. Aquí es donde está la incógnita, resolverla significaría interpretar a Francisco.

Adentrándonos en el pantanoso mundo de las interpretaciones, pienso que el Papa toma la opción fundamental por tender puentes, eludiendo las cuestiones controversiales, porque sabe que no va a conseguir demasiado y va a perder oportunidades de crear sinergia en otros temas importantes. Me parece una actitud análoga a la de Pio XII de no condenar públicamente el holocausto. Nuevamente se trata de un holocausto silencioso de millones de niños, pero Francisco sabe que enarbolar esta bandera fue uno de los factores para que Biden ganara la presidencia, y que no va a conseguir nada confrontándose con él. Es decir, se trata de una decisión de prudencia política, equivalente a considerar perdida una batalla e intentar ganar puntos en otras importantes. Nuevamente, es evidente, los católicos no estamos obsesionados con el aborto y nuestra agenda es mucho más rica que ese monotema, aunque nos duela particularmente ver la evolución del problema.

Papa Francisco y Joe Biden (2015) Foto: David Lienemann
Papa Francisco y Joe Biden (2015) Foto: David Lienemann

Lo que me parece más cuestionable, sin embargo, es que el Papa le haya animado a comulgar. Yo, personalmente, dudo mucho que así haya sido; y dudo también que el Papa lo vaya a desmentir públicamente. En este rubro, me parece, Biden está utilizando al Papa, para “defenderse” de la Conferencia Episcopal Norteamericana, que tiene pendiente, por petición del mismo Francisco, establecer una política clara al respecto.

Biden puede ser muy sagaz e instrumentalizar a Francisco. Puede que le “autoricen” comulgar. Pero es un hecho que está promoviendo a nivel global uno de los crímenes más graves contra la vida humana, y que eso pesa sobre su conciencia, pues es su responsabilidad ineludible. En este sentido, si eventualmente se acerca a comulgar, no va a ser en beneficio propio, pues ningún Papa puede abolir la Escritura, que claramente sentencia “quien come y bebe indignamente el Cuerpo, come y bebe su propia condenación”. Y cara a Dios, el Presidente de los Estados Unidos es un ser humano igual que todos, pues “Dios no hace acepción de personas”. Sus credenciales y astucias de poco servirán cara al juicio divino, y lo triste es que parece no darse cuenta. Recemos por él.

MDNMDN