Maternidades invisibles, cómo sobrevivir la pérdida de un hijo: Conversación con María del Carmen Alva

Maternidades invisibles, cómo sobrevivir la pérdida de un hijo: Conversación con María del Carmen Alva

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“Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre,
como uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?”

Elegías de Duino, Rainer Maria Rilke

Desde hace algunos años el paradigma de la maternidad se ha modificado. Ser madre es poco deseado e incluso es algo que se da por sentado. Cada vez es más común que las mujeres no quieran tener hijos; la maternidad ha dejado de configurar el rol dentro de la sociedad para la mujer y se han creado nuevos sustitutos: carrera, viajes, compras y mascotas. 

Así como no se debe romantizar la maternidad, tampoco se puede negar su papel fundacional, no sólo como principio de vida, sino como soporte a lo largo de la existencia, porque queramos o no hay una relación íntima entre cada ser y su madre. Y es que con nadie podremos alcanzar el mismo nivel de conexión como con nuestras madres.

La biología ha denominado a esta conexión microquimerismo que implica que la madre guarda memoria de cada embarazo. Algunas células del hijo se comparten durante y después del embarazo; estas células se almacenan en la médula ósea de la madre y después se distribuyen a sus órganos. Estas células combinadas con las famosas células madre, las cuales no están sexuadas, tienen una gran capacidad de renovación y regeneración de diversos tejidos. De tal suerte que durante el embarazo, la madre y el bebé, se ayudan mutuamente y por medio de estas células dan mantenimiento a sus cuerpos. Incluso existen casos en que el corazón de madres con cardiopatía es reparado. Bajo ninguna circunstancia se puede expresar una unión tan estrecha, en la que alguien es verdaderamente carne de su carne y hueso de su hueso. 

El bebé que subsiste por la madre, con toda su pequeñez y vulnerabilidad, con el rostro incógnito al que se le va dando forma durante esos meses, en los que milagrosamente dos cuerpos coexisten en el mismo espacio y dos corazones laten al unísono, son los que forman un vínculo con el que cargaremos hasta el último de nuestros días. Quizá es por ello que no existe dolor más grande que perder un hijo.

Ni siquiera en alemán, que es un idioma muy preciso, existe la palabra para denominar a quien ha perdido a un hijo. Si pierdes a tu pareja, te vuelves viudo y si pierdes a tus padres te vuelves huérfano, pero si pierdes a tu hijo ni siquiera hay una palabra para nombrar a este luto. Recientemente la RAE ante el predicamento sugirió la palabra huérfilo, pero me parece un desatino con la buena intención de visibilizar algo que parecería invisible. La palabra tiene sentido, si pensamos que filo viene del latín y significa hijo. Pero no suena bien, es un término que me parece se queda corto. Así que prefiero recordar a mi abuela, afirmando sabiamente, que no existe palabra para nombrar la pérdida de un hijo porque nada puede llenar el silencio y el vacío indescriptible de la pérdida.

“En Ramá se escuchan voces, ayes y llantos amargos: Raquel llora a sus hijos, y no quiere que la consuelen, pues sus hijos ya no existen”. (Jr. 31, 15) Raquel, que representa a las madres, está sumida en su dolor y no hay nada que pueda consolarla, su lamento es apropiado con la magnitud de su dolor. Un dolor con el que se aprende a vivir, pero que nunca se marcha. Hablemos de las maternidades –y también las paternidades– invisibles, que son mucho más comunes de lo que pensamos y se llevan aún más silenciosamente. El duelo que se experimenta al perder un hijo durante la gestación es diferente, porque conlleva la conexión íntima del embarazo, las posibilidades infinitas truncadas que carga el nuevo ser y la intangibilidad. Porque a veces para sobrellevar el duelo puedes echar mano de la memoria y recordar el rostro de tu abuela, pero ¿cómo puedes extrañar y llorar a alguien a quien no has visto y con quien no compartes tantos recuerdos? 

En esta ocasión conversé con María del Carmen Alva fundadora del instituto IRMA donde hace 22 años se dedican a acompañar terapéuticamente a los padres que han perdido un bebé antes de nacer, sin importar si se trata de una pérdida inducida o espontánea. Todo comenzó con una tesis que después se convirtió en un libro y que del papel dio el salto a la realidad. IRMA es una institución no confesional en la que los pacientes son tratados por terapeutas profesionales y funciona por aportaciones y donaciones. Además de las sesiones psicológicas, también tienen talleres y retiros, como “Viñedo de Raquel”.

A pesar de la pandemia, el acompañamiento, no se ha detenido e incluso les ha dado la posibilidad de expandirse, para que mujeres y hombres, de diferentes sitios de la república puedan acercarse y recibir la ayuda que necesitan. El año pasado atendieron alrededor de 168 pacientes, de los cuales 9 de cada 10 eran mujeres. 

Foto: Maria del Carmen Alva.

La pérdida de un hijo antes de nacer es una situación mucho más común de lo que pensamos. No creo exagerar si afirmo que todos conocemos por lo menos a una persona que ha perdido a un hijo durante la gestación. 

Como dices, es algo muy triste, desde siempre se han perdido bebés antes de nacer. El porcentaje es altísimo y muy difícil de cuantificar, porque muchos no se registran. Muchas pérdidas se viven en la casa y se guardan en el corazón. 

IRMA es una institución de ayuda social que se mantiene principalmente con donaciones, tanto de las terapeutas, como de personas que se suman a la causa y los propios pacientes. Podrías hablar más al respecto. ¿Con cuántos terapeutas cuentan actualmente y qué requisitos se piden para poder formar parte del equipo?

Somos una organización de puertas abiertas: quien quiera, cuando quiera, sin importar las circunstancias y el tiempo gestacional en que se perdió el bebé; basta con tener un huequito que te duela para poder venir y que vayamos caminando contigo.
Actualmente son doce terapeutas que se han ido formando y especializando. La mayoría de las terapeutas son voluntarias, o sea que donan parte de su tiempo y servicio. También hay terapeutas externas que supervisan el trabajo de las terapeutas con los pacientes y las capacitan. Además hay un equipo de colaboradores y proveedores externos de otros servicios como talleres de autoestima, sexualidad, violencia y fortalecimiento. A la paciente de IRMA se le hace un estudio socioeconómico y de acuerdo con éste se determina su aportación.

Muchas veces nos cuesta trabajo admitir que necesitamos ayuda o hay veces que intentamos ignorar nuestros sentimientos hasta que de pronto dejamos de percibirlos. ¿Cómo puede alguien identificar que necesita ayuda? ¿Cómo funciona IRMA? ¿Cómo puede alguien comenzar el proceso?

Siempre hemos buscado mostrar que en realidad sucede algo, que se puedan identificar con ciertas señales: estar triste o enojada, llorar todo el tiempo, si te cuesta trabajo relacionarte con niños de la edad que tendría tu hijo, insomnio, depresión, angustia, pesadillas o ansiedad. Una vez que alguien identifica estas señales, les mostramos que hay un lugar en el que pueden pedir ayuda y eso es ya la mitad del trabajo, porque reconoces que algo te pasa y que hay un lugar en el que te pueden atender. Después aparece el primer contacto que por lo regular es telefónico y hay un pequeño desahogo y les informamos que es un lugar seguro, confidencial y de ayuda social; y les damos una cita. Así funcionaba antes de la pandemia y sólo estábamos en la Ciudad de México. 

Aunque hemos intentado capacitar profesionales para que estén en otros estados, nuestro centro está en la Ciudad de México. Pero, con la pandemia, empezamos a trabajar de forma virtual y así hemos logrado llegar a otras ciudades. Lo hemos hecho por videollamadas. A pesar de que lo ideal es estar en vivo, lo importante es poder vernos y observar las reacciones y conductas no verbales. Lo primero que hacemos es aplicar unas pruebas para que podamos tener más elementos de conocimiento para saber cómo estás. Tras la entrevista inicial y las pruebas se asigna un terapeuta que acompañará todo el proceso. Por lo general se reúnen una vez a la semana y a las 10 semanas se vuelven a hacer las mismas pruebas para poder medir el avance y el historial de pérdidas. Hasta que llega el momento en que se puede decir que el duelo terminó. No porque la herida haya desaparecido, sino porque tienes las herramientas para poder vivir con eso y te reconcilias con la maternidad. 
Aunque no somos una institución confesional, si alguien comparte que tiene una vida de fe y son religiosas, les ofrecemos la alternativa de un retiro de fin de semana, por ejemplo Los viñedos de Raquel, para que puedan terminar de trabajar su duelo a la luz de su fe. 

¿Nos puedes contar cómo es el retiro? ¿Y cuál es la diferencia con el acompañamiento terapéutico?

Estos retiros son una invitación personal y los organizamos eventualmente para quienes tienen interés de trabajar la pérdida desde su fe; además para poder participar en el retiro tienen que haber iniciado ya el proceso para que puedan ir más tranquilas. Este modelo de retiro se fundó en 1994 por Kevin y Theresa Burke, y la idea es que por un fin de semana se reúnan personas con una historia similar. Theresa además de ser la fundadora del Viñedo de Raquel, también es la autora del manual que se usa durante el retiro; y que ha permitido que pueda replicarse en varios países.
Muchas veces pasa que la persona no ha hablado del aborto con nadie o que sólo lo ha hecho con el terapeuta y en el retiro están en un ambiente de comunidad, confidencialidad y respeto; pueden escuchar de otras personas cómo han vivido su pérdida y así sentirse más acompañados. El retiro es una oportunidad para relacionarte de una nueva manera con Dios, con tu bebé y con quien sea que necesites perdonar. Y también tiene que ver con el silencio: se rompe el silencio en un espacio respetuoso, amable y cálido. En el retiro se vive el proceso de duelo en un espacio en el que no estás sola, estás acompañada y te van a escuchar; como cuando se atiende a un funeral. Esto ayuda a terminar de materializar la pérdida desde la fe. 

Equipo IRMA.

Últimamente se ha atacado mucho a la paternidad, como si sólo existiera la figura del padre ausente, pero ¿qué hay de los hombres que sí están? Muchas veces el hombre tiene que ser el soporte de la mujer, que se siente destrozada por la pérdida, y en ese sentido parece que acalla más su propio dolor. ¿Cómo es que comenzaron a tratar también a los padres? 

Se fue dando con el tiempo. IRMA es un nombre femenino y al inicio parecería que no los contemplamos, que es una institución sólo para mujeres, pero en el fondo desde hace 22 años teníamos la idea de que a los hombres les pasa algo porque la paternidad también se fractura y lastima. Empezamos a tratar a los padres con los primeros que decidieron vivir el duelo. Muchas veces el hombre llevaba a su mujer, a su novia, amiga a la terapia; con la idea de que ellos tenían que ser los fuertes por ellas y no se permitían voltearse a ver. En esos momentos les preguntábamos si ellos no querían también pasar. Y así comenzamos a recibir a los primeros hombres, de quienes también aprendimos mucho; porque cada situación es distinta, desde quien presionó, el que abandonó o el que está sufriendo mucho porque el bebé no nació. Y dentro de toda esta gama de circunstancias e historias es increíble que llega un punto en el que aceptan que se sienten mal porque también era su hijo; o porque quieren a su mujer o incluso porque no la querían y por eso tenían que romper el vínculo y después se arrepienten porque sacrificaron su paternidad. 

Quizá para los padres es aún más complicado; mientras que las mujeres desarrollan el vínculo con el bebé desde el principio, para los hombres el vínculo aparece tras el nacimiento. Y puede pasar que un dolor tan profundo separe a la pareja. En el caso en que ambos padres acuden a la terapia, ¿cómo funciona, atienden a las sesiones juntos?

Los hombres han roto con muchos esquemas como la idea de que no lloran y eso es sinónimo de fortaleza. Se han dado cuenta de que ese querer ser fuerte sólo los ha alejado de su pareja, porque a veces esa fortaleza se interpreta como si a él no le importara ni le doliera y al final eso rompía la relación; cuando podía ser todo lo contrario y que ese dolor los uniera.
Es importante que cada quien tenga su propio espacio y que cada quien procese su propio duelo, porque cada uno tiene un modo diferente de vivir esa experiencia. Cada uno necesita su propio espacio, aunque en algún punto pueden juntarse y hablar del duelo como pareja. 
También los hombres se deprimen y viven el estrés postraumático, aunque claro, los procesos son diferentes, a veces salen más rápido. Porque aunque el padre tenga sus expectativas y sueños, la paternidad es referencial y se alimenta de lo que la madre le comparte. 

Es muy bueno que tengan este espacio abierto para los hombres. Y que, como dices, con los años han ido aprendiendo cada vez más; lo que empezó como una tesis y después un libro, se volvió práctico. 

Sí, cada persona que se acerca se convierte en un maestro. Esto ha existido siempre, tanto el aborto espontáneo como el inducido, pero es increíble que no hayamos volteado a ver a las personas que han perdido a un hijo. Es triste que incluso haya una escisión entre el aborto espontáneo y el provocado, porque aunque hay diferencias, en ambos casos muere un hijo. 
Esta escisión del debate público hace que no podamos reflexionar sobre cómo vamos a vivir la maternidad en el futuro, porque la forma en la que te relacionas con el mundo, los niños y las mujeres embarazadas cambia. Si te sientes no atendida y no vista, cargas con un peso y enojo. Algunos pacientes han llegado y no soportaban estar cerca de un hombre, porque representaban el abandono y el abuso. Es importante visibilizar estas pérdidas. 

Flyer IRMA.

Claro, es importante visibilizarlo y hablarlo, porque esta pérdida se lleva en silencio y creo que ese es uno de los factores más duros de este tipo de duelo. A veces se puede incluso llegar a ridiculizar, “ni lo conociste, sólo fueron tres semanas”, entonces no deberías sentir lo que sientes.

Justamente, como si no hubiera derecho para sentirlo. Cuando comparamos los dos tipos de pérdidas se vuelve más evidente. En el espontáneo se llega a pensar que no existe el duelo, porque es como un duelo pequeño. Y en el provocado no tienes derecho al duelo. Y eso es muy fuerte porque en ambos casos es una maternidad que no se ve, que se vive en silencio, que no se valora, que se relativiza. Se relativiza el dolor según el tamaño del ataúd, si es un ataúd grande el dolor es grande y si es chiquito pues es un dolor chiquito. Pero además hay veces que ni siquiera hay ataúd. A veces no lo ves ni lo percibes.
Ahora lo podemos entender con el inicio de la pandemia, los familiares de alguien que entraba al hospital y después recibían solamente una caja de cenizas, sin la posibilidad de despedirse. O las personas que fallecen en un accidente muy dramático y no hay un cuerpo que enterrar. Es angustioso.

Es increíble que en pleno siglo XXI en que tanto se habla de la salud mental no se consideren a las personas que perdieron a un hijo antes de nacer, que se siga ignorando que esas personas también padecen depresión y su salud mental se ve afectada. Es muy importante que durante el proceso la persona se vaya haciendo más consciente de lo que siente. Hay una depresión real y tenemos que medirla y ponerle nombre; dar un diagnóstico ya es el primer paso de la ayuda. Sin etiquetar a nadie, pero saber por qué te sientes como te sientes y que es normal, te puede ayudar a ser más consciente y más libre para poder salir adelante. Porque pedir ayuda también te regresa cierta autonomía.
Antes se veía muy mal ir al psicólogo, pero ahora ya el tabú no existe y las personas se acercan cada vez más al proceso terapéutico, no para que alguien les diga cómo vivir su vida, sino que te ayude a descubrir aquellas cosas que tienes escondidas.

Nos han vendido la idea de que la maternidad es algo muy fácil, que basta con acostarse con alguien para inmediatamente producir vida, cuando la realidad no es así. Y si la maternidad se banaliza entonces el aborto también. Y también está el problema de cómo se vende el aborto: en este momento no puedes o no quieres a este bebé, no importa, después puedes tener otro, como si el siguiente hijo sustituyera al anterior.

Claro que no es sencillo, si hasta tiene que haber cierta compatibilidad. Eso es algo muy cierto y complicado, porque es muy doloroso perder un hijo, aún cuando piensas que no era el mejor momento y hayas decidido abortar, porque no eres de papel y hay algo que te duele. Se genera un vacío. Hay algo dentro de ti que te dice que algo te falta y tienes que vivir el duelo. El problema es cuando no se elabora el duelo. Incluso cuando perdemos un objeto –un trabajo, un anillo que te heredó la abuela– que consideramos valioso, vivimos un momento de duelo, porque aquello que consideramos tiene un valor ya no está; y en el caso de una pérdida humana este proceso es más grande porque tiene un valor mucho mayor. Entonces, está bien que nos demos permiso de experimentar el dolor de perder a alguien. Tenemos que vivir el proceso del duelo para poder sanar el corazón y poderlo abrir después. 

Por ejemplo, cuando cortas con un novio, tienes que pasar por un proceso de duelo, no puedes al día siguiente sustituirlo por otro porque no estás lista. Ahora imagínate a un hijo que no conociste, pero que estuvo dentro de ti y te quedaste con muchas expectativas, por eso es un duelo muy complicado. Tienes que terminar de procesarlo y después puedes abrirte a una nueva maternidad, entendiendo que el nuevo hijo no es un sustituto del que ya no está. Tenemos que distinguir que uno es diferente del otro y que el segundo no repone al primero.
Tras la pérdida se tiene que sanar para poder estar abierta a otra maternidad, porque no se trata de reemplazar. Nadie repone a nadie. Incluso fisiológicamente puedes estar sana, pero si tu corazón no ha sanado, no se logra tan fácilmente otro embarazo.

Me parece que también es un duelo complicado porque de cierto modo es intangible. En el bebé está toda la potencia de lo que puede ser, contiene dentro de sí un infinito, pero a la vez aún ha dejado un rastro en el mundo, te va a quedar la espinita de todo lo que pudo haber sido. Cuando muere tu abuela puedes pensar en todo lo que ya vivió y tienes algo a qué asirte, pero cuando muere un hijo, además de ser más doloroso hay que sumar esta intangibilidad, porque ni siquiera puedes consolarte con el pensamiento de haberlo tenido en tus brazos.

Una de nuestras terapeutas tanatóloga y dice que cuando pierdes a un ser querido lo que conservas son los recuerdos, experiencias, lo que viviste; y a mayor edad conservas más recuerdos y menos expectativas. Con el caso de la abuelita que tienes muchos recuerdos, pero ya no tienes la expectativa de que cargue a los bisnietos porque eres realista. Pero cuando pierdes un bebé que no llega a nacer tienes muchas expectativas y nada de recuerdos, porque incluso puede ser que no lo hayas sentido, puede ser que todavía no llegaras a sentir las pataditas, y eso tiene un dolor especial bajo cualquier circunstancia. Y se abren las incógnitas: y si sí hubiera podido, y si hubiera sido buena mamá; y si lo hubiera hecho aunque él me hubiera abandonado. Son una serie de cosas que te gritan por auxilio, pero, si no sabes reconocer que necesitas ayuda, te comes el dolor y esas experiencias, y comienzas a vivir justificándote, negándolo e ignorando ese peso que te oprime.

Por otro lado, la cosmovisión actual apuntala hacia la cultura de la muerte y del descarte, sin darse cuenta de una gran paradoja. Por un lado promueve en la esfera pública una muerte aparentemente digna –como la eutanasia y el aborto– y por otro lado le tiene pavor a la vida –porque la vida implica envejecimiento y vulnerabilidad–. La cultura de la muerte, prefiere la juventud sin afrontar la decrepitud, sin darse cuenta de que al negar la vulnerabilidad y la muerte, niega de cierto modo la vida. Mientras menos muerte y decadencia se vea, mejor. Se promueve el aborto, pero es aparentemente libre de duelo. 
Acercarte a la muerte te vuelve más sabio, aunque debe ser muy duro escuchar y acompañar en el duelo.

Sí aprendes mucho y el corazón se te vuelca de mil maneras. Lo ideal es que tras cualquier pérdida pudiéramos recibir ayuda, porque de cada pérdida aprendemos algo, así la existencia haya sido tan pequeña, y tenemos derecho a identificar qué nos dejó. Tras el duelo terminas con una sabiduría única. Otra paradoja es el tema de las mascotas, que sean mascotas por adopción e hijos por catálogo. Está mal visto buscar cierto tipo de raza, pero vamos al banco de esperma buscando ciertas características. A esto hay que sumarle el problema ético de la maternidad subrogada, que es un daño tanto para las mujeres, como para los niños.

Creo que es un problema de nuestro tiempo: no queremos vivir el dolor e intentamos evadirlo por todos los medios. Nos duele la cabeza e inmediatamente tomamos la pastilla. No queremos escuchar al cuerpo y los síntomas. Y cómo nos va a hablar nuestra psicología: con tristeza, enojo, desgano.

Ese es muy buen ejemplo. Hay estudios en los que se afirma que la relación materno-filial comienza a las 24 horas, desde la concepción. Hay una señal de que ahí hay alguien, es el microquimerismo materno. Hay una comunicación a nivel molecular, es información que se aloja en el cuerpo de la mujer y así ella percibe la maternidad; se aloja en la piel, en las vísceras. Dos cuerpos, dos seres con un ADN distinto que habitan en el mismo espacio y ese mensaje está ahí y grita, pero lo callamos, porque si lo dejamos nos vuelve locos. Aún tras la pérdida, el cuerpo tarda en notarlo. Y no existe la cultura y modo adecuado para tratar a una madre que perdió a su bebé, porque igual debe volver pronto al trabajo, sin vivir su pérdida y todos la tratan distinto sin hablar del tema.

Tienes mucha razón, hay heridas que están cerradas, pero aún así queda la marca. De cierto modo va a sanar, pero no va a desaparecer y a lo largo de tu vida habrá siempre algo que te haga recordarlo, algo que te vuelva a soltar las lágrimas: una canción, un lugar o un mes. Es necesario volver a llamar las cosas por su nombre, no callarlo, es como una olla a presión que tras mucho contenerse de pronto explota. 

Es difícil enfrentar ciertas cosas, pero como sociedad nos podemos ir educando. Desde niños podemos aprender a valorar la vida y la muerte, a darles su lugar, y a tratar los duelos con más naturalidad. Como niños podemos aprender fácilmente a enfrentarlo si te ayudan. También es cultural. A lo mejor la primera relación de los niños con la muerte es la de la mascota, pero se les oculta. Les decimos que no murió sino que duerme. Y así les quitamos el proceso del duelo que es natural porque no está mal llorar. Y así se enseña poco a poco a enfrentar la muerte y a manejar las emociones. Porque las emociones son el mensajero de que pasó algo. Se vale enojarse, pero no se puede vivir siempre enojado, de otro modo nuestra sociedad se vuelve violenta. 

En IRMA atienden a mujeres –y hombres– que han pasado por abortos espontáneos y provocados. ¿Podrías mencionar las similitudes y diferencias del proceso de duelo en ambos casos?

Es todo un proceso, los humanos somos muy complejos, tomamos una decisión y luego pensamos que fue la decisión correcta y si de pronto no estamos tan seguros de que aquello que elegimos fue correcto; suceden dos cosas: me inquieta y quizá no hacemos nada o buscamos promoverlo. Puede pasar que como alguien lo vivió en un lugar insalubre y bajo condiciones terribles, quiera promover que el aborto se haga de otro modo, con otras circunstancias, un aborto “bonito”. “A mi me dolió porque me lo hicieron mal, no porque esté mal”. Pero la muerte es muerte. Pero claro que te pueden matar con una pastillita o a cuchilladas, y la segunda es mucho más traumática, pero al final la muerte sigue siendo la muerte. No todas las mujeres tenían total claridad de a lo que iban. Y cuando no hay opciones entonces no hay decisión real. Quizá estás reaccionando, pero no estás decidiendo del todo, porque no te muestran todas las alternativas.

La gente recibe tantos mensajes contradictorios y confusos, y entonces si se sienten mal las descalifican para que acallen ese sentimiento. Quien tiene un aborto espontáneo puede pensar que, como no lo conoció, entonces no le debería doler. Es una falta de cultura, en la que cuestionamos el dolor y lo juzgamos antes de poder hacer algo para ayudar. En el caso de la pérdida provocada parece que como así lo quisieron no deberían sentirse mal. Pero eso no es correcto porque siempre pueden sentir algo.

Es complicado porque en ambos casos no se visibiliza el duelo, son maternidades invisibles, porque no tienen el hijo y porque además no se habla de ellas. Son contrastes muy evidentes.

Ahora que mencionas los contrastes, a veces escuchamos historias de nuestros pacientes que parecen de terror, al lado de la mujer que está feliz porque acaba de dar a luz, está la que lo acaba de perder y ni siquiera le dejaron ver el cuerpo y lo tiraron en los desechos orgánicos. Todo esto es un reflejo del poco trato digno. ¿Qué nos dice esto? Que no era valioso, que era basura. Y si esto pasa en el aborto espontáneo, imagínate en el aborto inducido. 
En muchos hospitales no te dan certificados de defunción hasta los seis meses, entonces no lo puedes enterrar o cremar, pero si te cortan un brazo, hasta te dan un formulario para preguntar qué hacemos con el brazo. ¡Pero a un hijo no!

Columpio vacío. Foto: Antonio G.

Qué impresión. No se reconoce la dignidad del cuerpo y más que vivimos los duelos de manera física. Necesitamos un cuerpo que enterrar, lloramos ante un ataúd, pero si no tenemos nada, nos arrebatan una parte fundamental para sobrellevar el dolor y el hueco se hace más grande. Y es terrible que ni siquiera tengamos el derecho jurídico de enterrar a nuestros hijos. Me parece que mientras se siga promoviendo legalizar el aborto esto será imposible, porque si reconocemos el derecho de las madres a enterrar a sus hijos, así sean de pocas semanas, entonces estamos reconociendo que aquella interrupción del crecimiento del saco de células es también tu hijo.

Claro, esto es central en el debate. Si reconocemos la dignidad del hijo que se pierde naturalmente, estamos a pocos pasos de reconocer la dignidad del bebé que se pierde en un aborto inducido; y que eso no puede ser un derecho. Si reconocemos a uno, tenemos que reconocer al otro. Los dos valen exactamente lo mismo, no es que el valor cambie según el perfil del fallecido. No es que unos tengan más derecho a nacer que otros. Pero el aborto es un buen negocio, porque no tienes que ayudar a una mujer en dificultad, sino que pasas de una situación a otra; y que alguien más se encargue del daño psicológico. 
Por ejemplo, si una enfermera hubiera pasado por eso, después podría tratar mal a los pacientes, porque tampoco ella fue tratada con dignidad.

Un herido hiere. 

Exacto, un herido hiere, y no por malo, sino porque así recibió el mensaje, porque su propio dolor no le deja ver más allá. Muchas veces ni siquiera es consciente, sino que es su manera de reaccionar. 
Tenemos la esperanza de que algún día ambas pérdidas sean vistas con los mismos derechos. Hace un tiempo participamos en un congreso que trataba sobre la salud mental materna; nos invitaron porque analizábamos la diferencia entre el aborto espontáneo y el provocado. En muchas ocasiones no se trata el provocado porque se considera un derecho y que no debería afectar la salud mental, pero esto no ocurre así. A pesar de sus diferencias, en ambos casos hay muerte y un duelo. Nuestro sueño es que se vea, hacer visible la pérdida y acompañar a quien lo necesite para sanar el dolor. Y que en ambos casos tienes el derecho de ser acompañado.

Para finalizar, quisiera preguntarte: ¿Cómo podemos acompañar –como amigo o familia– a alguien que ha perdido a su bebé?

Muy buena pregunta, porque los amigos son la clave. Son los que tienen la información y la llave de ese secreto; cuando alguien te comparte un secreto o algo de su intimidad te da permiso de hablar, de decirle algo. Si alguien te comparte su herida, como amigo o familiar, tienes permiso de escucharlo y hablarlo. Puedes ayudarlo a que tome conciencia de que puede pedir ayuda, que esos enojos y tristezas son los signos de que necesita cierto acompañamiento. Aunque no todos necesitan un acompañamiento terapéutico, sólo quienes de cierto modo se han paralizado y han quedado marcados de una manera tan significativa que los ha dejado sin recursos emocionales. Si tu detectas esto puedes escuchar sus sentimientos y validarlos; además de decirle que hay un lugar en el que se le puede brindar ayuda. 
Es como en un funeral, hay dos tipos de personas, el que te dice que no debes llorar y que debes de ser fuerte; y el que te apapacha mientras te escucha. Tenemos que ser la segunda clase de personas, sin que importe que hayan pasado más de 10 años de la pérdida, porque nunca es tarde para sanar una herida. 

Si conoces a alguien que esté pasando por esta situación, puedes acompañar en el proceso, el primer paso es pedir ayuda. Pueden contactar a la institución IRMA.

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La espiral de la eutanasia

Por Pbro. Mario Arroyo

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Recientemente, con pocas horas de diferencia, recibieron la eutanasia Víctor Escobar y Martha Sepúlveda en Colombia. En ambos casos padecían enfermedades no terminales. Se comprueba, una vez más, al igual que en Holanda y Bélgica, la denominada “espiral de la eutanasia.” ¿En qué consiste? Una vez que la vida humana ha dejado de ser intangible, y comienza a valorarse de acuerdo a patrones subjetivos, cae en una pendiente resbaladiza, donde progresivamente vale cada vez menos.

Me explico. La eutanasia entra en la sociedad por medio de situaciones límites. El típico enfermo, en estado terminal, al que solo le resta sufrir estoicamente esperando el desenlace final, al que se le ofrece la oportunidad de acortar sus sufrimientos recurriendo a la eutanasia. Esta práctica se despenaliza pensando siempre en este caso extremo, con el que genera empatía dentro de la sociedad, pues siempre queda en el aire el fantasma de pensar “¿qué haría yo si estuviera en su lugar?”, la gente prefiere tener todas las puertas abiertas, por si llegara a encontrar en una situación semejante. Esa empatía con el moribundo, comprensible ciertamente, no deja de tener algo de sentimental, que desvía la atención del hecho de fondo: le hemos quitado a la vida su valor intangible, su carácter absoluto y, al hacerlo, de alguna forma entra en una especie de “leyes de mercado” donde a veces puede valer más, pero otras menos.

Foto: Karolina Grabowska.

El siguiente peldaño de esa espiral de la muerte que es la eutanasia, es el de las enfermedades crónicas, como las que padecían los dos colombianos recientemente asesinados legalmente. Es decir, la “compasión” se extiende a quienes ya no tienen esperanza de curación, cuyo pronóstico de vida no es alentador, pues les obliga a convivir con el sufrimiento de manera habitual. Obviamente nadie quiere estar en esa situación, pero si se está, ¿se tiene derecho al suicidio? En Colombia la eutanasia, ya está permitida en estos casos, e incluso en el de enfermedades psíquicas, lo cual supone un paso más en la espiral de la eutanasia: si ya pueden los enfermos terminales y los crónicos, ¿por qué no los psíquicos? Muchas veces los padecimientos psíquicos producen mayores vejaciones que los somáticos. Pero, en resumen, con cada paso en esa dirección, la vida va valiendo menos.

Nótese que esta espiral desnaturaliza la medicina; pues en vez de buscar la curación, o por lo menos el mejoramiento de la situación vital del enfermo a través de los cuidados paliativos, va a zanjar el problema, simplemente procurando la muerte del paciente. El médico, cuya vocación es sanar, estar al servicio de la vida, se pone a disposición de la muerte. Todo ello, no lo olvidemos, porque nosotros nos hemos atribuido la facultad de decidir sobre nuestra vida hasta el extremo de poder terminar con ella, lo cual no deja de ser curioso, pues ninguno de nosotros decidió vivir, todos hemos recibido la vida como un don.

Hospital. Foto: Erkan Utu.

¿Cuál es el siguiente paso en la espiral de la eutanasia? Todavía no lo ha dado Colombia, pero sí Holanda, donde ya puede aplicarse a menores de edad, desde los 12 años con el consentimiento de los padres, desde los 16 sin ese consentimiento. Ya pueden postular a ella incluso personas sanas, que simplemente se han hartado de vivir. Ahí el valor de la vida ha sido sacrificado en el altar de la libertad. Esperemos que Colombia no llegue a estos extremos.

Pero no solo existe la “espiral de la eutanasia”, también está “la paradoja de la eutanasia.” ¿En qué consiste? Normalmente son grupos libertarios los que promueven la eutanasia arguyendo que las personas tienen derecho a tomar el control de sus vidas y decir “hasta aquí”. Pero lo que ha pasado, por lo menos en Holanda y Bélgica, es que muchas veces no son los pacientes los que deciden la eutanasia; sino sus familias y, más frecuentemente, los doctores mismos. Lo que comenzó como ícono de la autodeterminación terminó siendo el campo en el que los especialistas deciden hasta dónde merece la pena o no vivir. Así ha sido en Holanda y Bélgica: la espiral de la eutanasia termina convirtiéndose en la paradoja de la eutanasia. Una vez que le hemos quitado el carácter sagrado y por ello intangible a la vida humana, ésta se desliza por una pendiente en la que cada vez vale menos.

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Historia de dos embarazos

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Por Mary Eberstadt

First published in First Things

La mayoría de las personas que consideran que el aborto está mal, sostienen que se trata de una acción intrínsecamente mala. En contraste, aquellos que creen que abortar no es un acto malo siguen una deducción utilitarista: Un niño que llega en un mal momento puede ser algo malo. Por lo tanto, terminar con su vida puede ser algo bueno. Tal posición asume que el derecho a abortar incrementa la felicidad humana.

Ésta lógica casi nunca se enuncia explícitamente. Ejerce su poder como una intuición, una empatía instintiva hacia las mujeres en circunstancias difíciles. Como tal, es una forma de pensar que opera en un plano en el que los argumentos explícitos y razonables rara vez se hacen presentes. Así que dejemos los argumentos a un lado y probemos en su lugar la defensa utilitarista del aborto a partir de dos historias imaginarias de vidas paralelas.

Primavera 1975. Patricia es una estudiante de primer año en una prestigiosa universidad del noreste de Estados Unidos. Espera convertirse en la primera abogada de la familia. Hoy está sentada en la banqueta de una calle tranquila de un pueblo de Nueva Inglaterra, a unos cuantos kilómetros del campus. Después de varios días plagados de preocupaciones y noches de insomnio, acaba de confirmar en la clínica local de “Planned Parenthood” (planificación familiar) el secreto que lleva dentro: está embarazada. Su novio, un estudiante de la misma universidad, fue con ella para escuchar la noticia. Sentada sin moverse, con el rostro bañado de lágrimas, Patricia piensa en el futuro, en sus padres y en lo que viene. Algo tiene que hacer.

A varios estados de distancia y en un mundo socioeconómico totalmente diferente, otra veinteañera también llora. Kelly acaba de escuchar la misma noticia de un doctor local: está embarazada. Kelly no es una estudiante universitaria, sino una graduada de la preparatoria de un pueblo de la otrora región industrial de Estados Unidos conocida, no sin ironía, como “el cinturón de óxido”. Desde hace dos años trabaja como recepcionista en la agencia automotriz más grande del lugar, un trabajo que le gusta. El novio de Kelly no la acompañó a recibir la noticia. El novio trabaja en el turno de la mañana en el molino industrial; Kelly tendrá que darle la noticia hoy por la noche. Al igual que Patricia, Kelly permanece inmóvil mientras piensa en su futuro en sus padres y en lo que viene. Tiene que hacer algo.

Prueba de embarazo

Imbuido en el esquema mental que nos ha dejado el caso Roe contra Wade[1], toda historia contada sobre embarazos no deseados comienza donde Patricia y Kelly se encuentran ahora: inmersas en el tsunami emocional que conlleva el descubrimiento de un embarazo inesperado. Estos relatos también terminan en ese momento, con esa fotografía instantánea. Es como si ninguna otra cosa pudiera suceder en la vida de una mujer o en las vidas de aquellos que las rodean nunca más. Nadie en el movimiento pro-abortista parece preguntarse cómo se vería la decisión de Patricia o Kelly en retrospectiva. Nadie se pregunta por los efectos a largo plazo de un aborto, no sólo en la mujer en cuestión, sino también en las personas que la rodean, que entran y salen de sus vidas.

Así que haremos algo que la narrativa pro-abortista no hace. Preguntaremos qué les ocurre a nuestros personajes después.

Dos meses después. Patricia ya no está embarazada. Tras varias noches terribles y sin decirle a nadie, a excepción de su novio y su mejor amiga, regresó a la clínica local de Planned Parenthood y abortó. Ella sentía que era la decisión más lógica, y no permitiría que ninguna objeción religiosa o de otro tipo interfiriera con su decisión.

El novio de Patricia la llevó y recogió del procedimiento. De hecho, ahora es su ex novio. Como suele ocurrir, el embarazo se convirtió en el Rubicón que el romance no pudo cruzar. Con el novio y el procedimiento superados, Patricia retoma sus estudios. Con respecto al aborto, sólo siente alivio. Nunca olvidará éste sentimiento. Más adelante se convertirá en una defensora apasionada de la causa pro-elección.

Kelly tampoco tiene objeciones religiosas o de cualquier otro tipo sobre el aborto. Pero tras varias noches sin dormir, Kelly optó por la decisión contraria. No sabe por qué se resiste a terminar con su embarazo, más allá de una inexplicable indecisión. Sea cual sea el motivo, decide tener el bebé.

Su madre se molestó mucho con la decisión al principio, pero con el tiempo ha ido cambiando su actitud y ahora está tranquila y ofrece su apoyo. Juntas han comenzado a pensar cómo organizarse una vez que el bebé nazca. El hermano menor de Kelly, curioso y entusiasmado por convertirse en tío, la anima. Con el padre del bebé la situación es diferente: Él dejó claro que no está listo ni para casarse ni para formar un hogar con Kelly y el bebé. Como suele ocurrir, el embarazo se convirtió en el Rubicón del romance. Ahora es el ex novio de Kelly.

Foto: Rafael Henrique.

Hasta el momento en nuestra historia —sobre todo porque nos esforzamos en mantener constantes ciertos detalles de la trama, como el complejo de Peter Pan de los novios y las convicciones seculares— el guion utilitarista puede parecer plausible. Sin embargo, a sólo dos meses en la historia, apenas comenzamos a ver los efectos de cada elección.

Seis meses después. No hay duda de que en este momento particular, preferiríamos estar en los zapatos de Patricia, no de Kelly. Hoy está Kelly en labor de parto y el dolor es intenso. La epidural, ahora tan común en las grandes ciudades, todavía no está disponible en el hospital local en el que dará a luz.

En las pausas que le dan las contracciones Kelly se piensa preocupada en el futuro: ¿Cómo encontrará un novio decente si es madre soltera? ¿Soportará vivir con su madre una vez que el bebé nazca? ¿Cuánto tiempo podrá tomar como permiso de maternidad sin  perder su empleo?

Mientras tanto y en el mismo momento, Patricia ha vuelto a casa a pasar las vacaciones de Navidad. Ha terminado el periodo de exámenes y ella ha tenido buenos resultados. Además de su nota media de 3,8 también obtuvo una puntuación en el examen de admisión a la carrera de Derecho (LSAT) superior a la que ella había imaginado como su nota ideal más alta. Sus padres están orgullosos; la tierra prometida de su futuro se vislumbra en el horizonte. Patricia  espera disfrutar varias semanas de descanso y salir de fiesta con sus amigos a beber y bailar en la nueva moda llamada “discoteca”.

Patricia terminó con su embarazo; sus perspectivas de futuro parecen intactas. Kelly, con toda probabilidad, está por convertirse en una estadística más: una madre soltera sin título universitario, quizás rondando el umbral de la pobreza. Pero si dejamos a un lado el crudo materialismo, descubriremos una realidad más profunda: la decisión de Kelly está transformando radicalmente su mundo y a sus seres queridos.

Foto: Kristina Paukshtite

Incluso desde el útero, el bebé de Kelly estaba tocando las relaciones entre Kelly y aquellos que la rodeaban. Una mujer ansiosa de mediana edad se convirtió  en una abuela emocionada con la espera; un hermano adolescente es ahora un tío en ciernes. Después del parto, el bebé continuará alterando las identidades de aquellos a cuyo círculo se une. Transformará la comunidad en la que nació. Y este proceso continuará por el resto de las vidas de todos los miembros de la familia, incluso alcanzando a las generaciones futuras de sus descendientes.

Cinco años después. La hija de Kelly  ha comenzado a asistir al kínder. Las horas de trabajo de Kelly, su vida social, sus rutinas para las compras, su casa —estos y la mayoría de los detalles de su vida— giran de un modo u otro en torno a esa niña de cinco años. El padre de la niña no la apoya económicamente, por lo que Kelly recurrió a los tribunales. De vez en cuando el padre recoge a la niña y la lleva a McDonald´s o le deja algún juguete. Mientras tanto, el hermano de Kelly, enseña a su sobrina a jugar futbol. Inesperadamente, los padres de Kelly, se han acercado e incluso algunas veces cuidan a la niña.

En efecto, Kelly perdió su trabajo en la agencia automotriz al no volver inmediatamente terminado su permiso de maternidad. Ahora trabaja en la oficina del colegio de su hija, por lo que tienen el mismo horario. La máquina mimeográfica acaba de ser sustituida por la magia de la Xerox. Algunos días, al final de la jornada laboral, Kelly y su hija juegan en la oficina de la escuela. La niña se divierte mientras imprime imágenes fantasmales de sus manos y cara. Kelly manda enmarcar algunas de esas imágenes.

Ni Kelly, ni nadie más en la familia, puede imaginar cómo serían sus vidas sin esta creatura, que alguna vez la propia Kelly consideró no traer al mundo. Ella nunca olvidará la profundidad de sus sentimientos por la inesperada hija. En los siguientes años, Kelly se convertirá en una promotora apasionada de la vida.

Podríamos retocar los detalles de la historia de Kelly e imaginarla más rica o más pobre, más o menos educada, más afortunada o desafortunada en el amor, etcétera. Pero el fundamento permanecería constante y eso es exactamente el punto. La vida de Kelly es complicada y enriquecida, simultánea e inconmensurablemente, por el cuidado de su hija. Sin lugar a dudas su hija es esencial para ella. La elección que amenazaba con hacer la vida de Kelly miserable se ha convertido en el tejido y el contexto de su vida. Es la fuente de su más profunda satisfacción y consuelo, y en diferentes grados, lo mismo sucede con los otros miembros de la familia.

Fiesta de cumpleaños. Foto: Samanta

Después de los mismos cinco años, Patricia, casi nunca piensa en su embarazo. Inmediatamente al terminar la universidad fue contratada por una firma corporativa de abogados muy prestigiosa de Nueva York. Rutinariamente trabaja doce horas al día, casi todos los sábados y a veces incluso más. Vive bien. Por su trabajo viaja a Paris, Londres y Frankfurt. Le fascinan las ventajas de los años ochenta en Nueva York: el portero del edificio, el gimnasio y un apartamento de una habitación en el Village.

Patricia siempre encuentra mejores partidos que Kelly. Patricia, una mujer atractiva en sus veintes, es socialmente muy demandada. Es dedicada con el control de su fertilidad,  y tiene otros detalles de su vida personal controlados para que el error que cometió en la universidad nunca se repita.

Al igual que la historia de Kelly, la de Patricia podría también tener otras variables, pero tiene características inmutables, justo como la de Kelly. La vida de Patricia es la que ensalzan los defensores del aborto: plenitud personal, sin restricciones por la responsabilidad materna. El éxito profesional y el poder adquisitivo no son incidentales en el caso utilitarista; son el summum bonum de la defensa pro-elección. La idea central se explicita en el inicio del manifiesto “Grita tu aborto”: “El aborto es bueno para las mujeres, las familias y las comunidades… el aborto es dos ingresos en vez de uno… el aborto es responsabilidad fiscal.”

Sin embargo el aborto conlleva otras consecuencias que no pueden reducirse burdamente a dólares y centavos. La crianza de los hijos es un trabajo difícil. Pero también es, por lo general y a lo largo del tiempo, una de las tareas humanas más satisfactorias. Muchos padres incluso la considerarían la vocación más noble de todas. Si la felicidad y la plenitud personal son el summum bonum de la elección de Patricia, entonces esta omisión debe añadirse .

Foto: Alexandra Maria.

Es 1995. Kelly tiene cuarenta años. Ahora es madre de tres, se casó con el gerente de la cafetería de la escuela y tuvieron gemelos. La hija de Kelly tiene veinte años y trabaja de tiempo completo en el Denny´s de la localidad. Los gemelos son adolescentes. La vida de sus padres, y en algunas ocasiones la de su hermana mayor, están llenas de juegos escolares y otras actividades sociales típicas de los adolescentes.

Para cuando Patricia tiene cuarenta años también es madre. Tras quince años de trabajar para el despacho, comenzó a notar que sus colegas masculinos, que antes le prestaban tanta atención, ahora preferían la compañía de las jóvenes asociadas. Hace dos años, a sus treinta y ocho, se casó con otro abogado que la había pretendido por años. Ella había visto a demasiadas amigas esperando por demasiado tiempo a que llegara la pareja perfecta; Patricia quería un esposo y un hijo antes de que fuera demasiado tarde.

En el ámbito profesional, Patricia, ha alcanzado lo que quería: es una socia importante de la firma. Viaja a Europa y a donde quiera en Business Class. Con el tiempo estos viajes se han vuelto más cansados y aburridos de lo que eran antes, porque ahora tiene un hijo. Dos años de FIV (fecundación in vitro) han dado fruto: ella y su esposo tienen un pequeño niño al que adoran. Se han informado sobre las mejores guarderías de Nueva York y tuvieron la suerte de dar con una excelente niñera de tiempo completo. Aunque Patricia no ve demasiada televisión, algunas veces ve un show llamado Murphy Brown, y siente una extraña sensación mezcla de auto aprobación y alivio, porque al menos ella, al contrario de Murphy, sí está casada.

Foto: Pavel Danilyuk.

Aquí llegamos a otra verdad que la imagen congelada de una mujer llorando no logra captar. La defensa utilitarista del aborto —la insistencia de que hace a las mujeres más felices— pierde mucho de su aparente verosimilitud cuando Patricia y Kelly llegan a la edad madura. El aplazamiento de Patricia para formar una familia ha resultado en una cuantiosa ganancia material y en libertad personal. Pero también conlleva riesgos como la infertilidad y su tratamiento, y desventajas permanentes: ha hecho que su círculo familiar sea más pequeño de lo que podría haber sido.

En cuanto a Kelly, ya ha dejado atrás el trabajo más pesado, y la consolación del crecimiento de sus hijos y su compañía se incrementa.

En el 2005, Kelly y Patricia, cumplen cincuenta años. Kelly festeja con su familia en el Cheescake Factory del centro comercial. Los hijos de Kelly ya no viven en su casa; su hija está casada y tiene dos niños pequeños. Kelly cuida seguido a sus nietos después de las clases mientras los padres de los niños trabajan.

Cena familiar. Foto: Nicole Michalou

Patricia celebra sus cincuenta años con su esposo en el hotel Relais & Chateaux en la costa de Portugal. Su hijo, tiene doce años, y se quedó en Nueva York con la niñera.

Daremos un salto en el tiempo, de dieciséis años, y llegamos al 2021. Kelly y Patricia murieron este año de cáncer. Como ocurre con la muerte, el mundo de ambas se contrae en un pequeño reparto de personajes: los seres queridos. Kelly estuvo rodeada sus últimos meses por sus hijos, nietos y el resto de la familia. Mientras que el hijo de Patricia, a sus veintiocho años, la conforta. Sus cenizas serán depositadas en el río Hudson, cerca de la cabaña que ella y su esposo compraron cuando ella se volvió socia de la firma.

Al final de las historias de nuestros dos personajes, volvemos a la pregunta inicial, pero desde otro ángulo. ¿Qué tan convincente es la defensa utilitarista del aborto desde la perspectiva del final de la vida? La perspectiva utilitarista niega por completo el hecho de que el aborto legal tiene costos ocultos en forma de alegrías perdidas y pospuestas. Si miramos la “elección” desde el final de la vida de quien elige, y no sólo en el momento de la elección, nos confronta una verdad universal: que la vida es buena y punto; esto nunca es tan evidente como cuando se encara la muerte.

Foto: Bret Sayles

Cuestionar la hipótesis utilitarista no implica “juzgar” o condenar a nadie. Difícilmente existe un personaje en la tierra que despierte más simpatía que una joven aterrorizada con un embarazo inesperado. Por eso, desde la época de Roe, el movimiento próvida ha respondido con los brazos abiertos a las mujeres y hombres atrapados en el aborto, por no hablar de las organizaciones benéficas que van desde residencias hasta servicios psicológicos y médicos. En vez de celebrar y multiplicar la decisión de abortar, los defensores del aborto deberían haberse unido hace tiempo a los próvida para confrontar a las fuerzas que llevan a mujeres, como Patricia y Kelly, a considerar el aborto de entrada como una salida a su situación.

Detrás de cada mujer que opta por terminar un embarazo existen fallos sistémicos: la pérdida de las normas sexuales causada por la revolución sexual; pornografía; consumismo; la sexualización de los niños ocasionada por programas escolares pervertidos; las iglesias que han cambiado las enseñanzas cristianas por las últimas modas consideradas “progre”. De superarse Roe el aborto seguirá existiendo en Estados Unidos y en América. La misión de la siguiente generación del movimiento pro-vida deberá ser diseñar estrategias que reduzcan estos factores ocultos.

Las historias de Kelly y Patricia muestran en última instancia que los argumentos utilitaristas a favor del aborto fracasan evaluados de acuerdo con su propio criterio. La verdadera felicidad no puede separarse de las vidas entretejidas —especialmente por el nacimiento de un hijo. Este es el tapiz sagrado que es necesario reparar. Esto es lo que la espantosa lógica de Roe y Casey[2] intentó hacernos olvidar. El niño no nacido al que tememos al principio de muchos embarazos se convierte en algo totalmente distinto con el paso del tiempo: el nieto que ilumina un asilo de ancianos, la hermana que lleva al hermano menor al baile de graduación, el hijo adulto que sostiene la mano de su madre en el lecho de muerte.

Mientras nos atrevemos a imaginar un mejor futuro para los hombres, mujeres y niños –que aquellos impuestos por la Suprema Corte en 1973- meditemos también sobre estas realidades.

Traducción y edición: Andrea Fajardo y Fernando Galindo. Agradecemos la autorización de R. R. Reno, editor de First Things y de Mary Eberstadt para traducir y publicar este artículo. Aparecido originalmente en First Things.


[1] Se conoce como “Roe vs. Wade” a un caso juzgado por la Suprema Corte de Justicia en 1973 que sentó el precedente jurídico para la despenalización del aborto en Estados Unidos. La opinión mayoritaria de la Corte determinó que declarar como ilegal el aborto atentaría contra el derecho a la privacidad de la mujer. Tal derecho a la privacidad comprendía el derecho a abortar sin restricciones por parte del gobierno federal o estatal. En opinión del juez Blackmun “la maternidad, o hijos adicionales, podrían imponer a la mujer una vida y un futuro llenos de angustias. El daño psicológico puede ser inminente. La salud mental y física puede ser afectada por el cuidado del niño. Y se da también la angustia asociada con el niño no deseado que afecta a todos aquellos relacionados con él.” 410. U.S. at 153 (1973) Op. Cit. Chemerinsky E. Pg. 887 (2019) Este es precisamente el “esquema mental” al que se refiere la autora.  [Nota de los editores]

[2] “Casey” refiere al caso “Planned Parenthood vs. Casey “, juzgado por la Suprema Corte de Justicia en 1992. El querellante en el caso “Planned Parenthood” (organización dedicada a la “salud reproductiva” y principal facilitadora de abortos en Estados Unidos) demandaba la abrogación de 5 regulaciones restrictivas del aborto en la Pennsylvania Abortion Control Act por considerarlas inconstitucionales. Las 5 restricciones eran: 1. Consentimiento informado de la mujer, tras haber recibido información sobre el posible impacto nocivo del aborto en su salud y sobre la viabilidad del nonato. 2) Notificación al cónyuge. 3) Consentimiento de los padres, en caso de tratarse de una menor. 4) Respetar un plazo de 24 horas entre la decisión de abortar y la realización el procedimiento. 5) Las instalaciones que realicen abortos deberán guardar ciertos registros.  Únicamente el requerimiento 2) fue declarado como inconstitucional, pero de nuevo el juez Blackmun en una opinión conjunta con el juez Stevens ejemplifica la mentalidad mencionada por la autora: “La madre que lleva a un niño a término padece ansiedades, constreñimientos físicos, dolor que solo ella debe cargar.” 505 U.S. at 852 (1992) Op. Cit.  Chemerinsky E. Pg. 893 (2019) [Nota de los editores]

¿Hay esperanza en una cultura abortista?

Por Ana Fernández Núñez

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Se ha hablado mucho en los últimos días acerca de la resolución de la Suprema Corte sobre la supuesta inconstitucionalidad de la prohibición del aborto en México. Nunca dejará de ser un tema ampliamente polarizado entre pañuelos azules y verdes. Independientemente del marco legal que ahora existe en nuestro país quisiera plantear algunas cuestiones importantes a propósito del comunicado que publicó la Conferencia del Episcopado Mexicano el pasado 8 de septiembre.

            Me sumo a la invitación que hace la CEM a todos los llamados actores sociales: reflexionar, fuera de la polarización ideológica y política, para llegar a un camino común hacia la solución de las grandes problemáticas que existen alrededor del aborto y la realidad de la mujer mexicana. Además me parece sumamente relevante, hoy más que nunca, formar en una cultura de la vida: de la seguridad, del amor y de la entrega.

            Fuera de todos los estudios estadísticos que se han hecho sobre el aborto hay una realidad muy clara: el proceso por el cual una mujer llega a siquiera plantearse abortar es difícil y doloroso. Por eso, como promueve la CEM, hemos de considerar a la mujer que sufre antes de dar nuestra opinión respecto al tema… pero que esto no nos lleve a negar el  valor absoluto que tiene la vida del ser humano en el vientre de la madre. Como mujer, me duelen muchos comentarios que he escuchado en la semana. Por un lado, algunas celebran el día histórico en el que México “superó una legislación retrógrada”. También me duelen quienes pierden la esperanza en el país, pues consideran que no hay marcha atrás.

            Sin embargo, hemos de comprender qué significa la resolución de la Corte. Me alegro por la claridad del comunicado emitido por la CEM. El cuestionamiento más importante al que nos invita es el siguiente: ¿qué estamos valorando como sociedad? Sumándose a una expresión del Papa Francisco, la CEM afirma que vivimos en una época de «patologías sociales». En este punto estoy completamente de acuerdo. Las posturas que adoptamos tienen consecuencias sociales graves. Este no es un asunto para tomarse a la ligera. La posibilidad de un aborto es muy grave, así como las circunstancias que orillan a la mujer a cometerlo.

            Pero hay esperanza. Hay esperanza para todas aquellas mujeres que son violentadas. Hay esperanza para todas las personas no nacidas. Hay esperanza para que México salga de la cultura del aborto y comience una cultura de la vida en la que el marco legal sea lo de menos.

MDNMDN