Malos ciudadanos

Malos ciudadanos

Muerte por acidia, parte 6 de 13

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¿Qué podemos pensar de una ciudadanía a la que es más fácil comprar con despensas o con puestos, que comprometer y convencer con proyectos comunes que mejoren la vida de todos en nuestra sociedad?

¿Qué podemos pensar de una ciudadanía a la que es más fácil comprar con despensas o con puestos, que comprometer y convencer con proyectos comunes que mejoren la vida de todos en nuestra sociedad?

Es común escuchar la decepción y la justificada molestia de muchos candidatos de diversos partidos al toparse durante sus campañas con ciudadanos que solo tienen una inquietud: “¿Qué van a recibir a cambio de su voto?” Desde costales de cemento hasta puestos en la administración pública, incontables ciudadanos piensan que la participación política, al nivel que sea, es un camino para hacerse de privilegios y seguir saqueando al gran botín que es México.

Más allá de estos casos, otros vicios extendidos en nuestra ciudadanía son: la apatía; el pesimismo; la ironía y el sarcasmo; la desconfianza absoluta; la tendencia a creer teorías de la conspiración y por último el desprecio al poder. Permítaseme abundar en cada uno de estos vicios.

Apatía como anulación de la ciudadanía

La apatía quiere decir etimológicamente la ausencia de “páthos” o de emociones y afectos. La apatía política es la indiferencia frente a los asuntos públicos, asuntos que nos conciernen a todos como ciudadanos porque afectan nuestra forma de vida individualmente y como sociedad. Asuntos públicos que se dan lo mismo a nivel nacional e internacional que a nivel municipal, a nivel de la colonia o incluso de la manzana. Asuntos tan diversos como el cambio climático, el problema de la basura, la contaminación de los mantos acuíferos o la transparencia en la asignación de contratos multimillonarios de obra pública; pero también asuntos de una escala menor, como una coladera destapada (las más de las veces porque alguien se robó la tapa de la coladera) un vagabundo con problemas mentales que requiere atención, o una lámpara del alumbrado público que no funciona.

La política en cualquiera de sus múltiples niveles y dimensiones se encarga de asuntos que nos competen a todos, y nos afectan a todos. La ciudadanía es la disposición para ocuparse de esos asuntos, ya sea dentro o fuera de un partido político o dentro y fuera de la administración pública. La apatía es por ello una de las formas de  anulación de la ciudadanía.

Foto: Faruk Touglougu

El pesimismo y fatalismo

La indiferencia frente a los asuntos públicos es justificada muchas veces con una actitud pesimista y fatalista. El pesimismo es una  postura característica de los intelectuales cobardes. Pero el pesimismo desafortunadamente no se limita a aquellos que se consideran intelectuales, muy por el contrario es una actitud que afecta a toda la ciudadanía.

El pesimismo además de dar una justificación intelectual para la pasividad, la falta de compromiso y el desánimo, es una postura que permite tener siempre la razón. Aunque no lo parezca, el pesimismo es una apuesta al futuro ─ una apuesta a que en el futuro todo va a ser peor a como es ahora.

El pesimismo desemboca necesariamente en una actitud fatalista ante la vida y en especial ante la vida política. Fatalismo que se define como la certeza de que nada de lo que hagamos en el ámbito público tendrá  a la larga incidencia en nuestra vida política y en la articulación de nuestra sociedad.

El fatalismo promulga que todos nuestros esfuerzos por mejorar nuestra sociedad a través de la participación política están condenados  a fracasar.

Para esta visión pesimista y fatalista cualquier éxito presente o pasado es o bien solo una victoria pírrica —una victoria que se consigue a  un precio demasiado alto— o bien solo una aparente victoria. De prevalecer y difundirse el fatalismo, conducirá a la larga a nuestra sociedad a una degradación política cada vez mayor; degradación que por supuesto hará sentir sus efectos en el ámbito económico y social.[1]

Foto: Eva Bronzini

La ironía y el sarcasmo

La irrupción de la ironía en la vida pública de una sociedad tuvo lugar como es bien sabido con Sócrates en la Atenas clásica. Como muestran Platón y Jenofonte, la ironía era una estrategia de Sócrates para desenmascarar las falsas pretensiones de sabiduría de muchos de sus contemporáneos, y especialmente de los más activos en la vida política: los retóricos, los poetas y aquellos que eran considerados “gente importante” en la sociedad de la época.[2]

La ironía socrática es una forma de la humildad de la razón — de aquel que se presenta al diálogo con los otros reconociendo su propia ignorancia y lo frágil y pasajero del conocimiento humano. Aquel que ciertamente está dispuesto a señalar los errores del otro, pero valora mucho más que le señalen los errores propios y lo ayuden a acercarse a la verdad. 

El mismo Sócrates presenció cómo algunos jóvenes que gustaban de escucharlo utilizaban la ironía, sin reconocer a la vez su propia y juvenil ignorancia. Jóvenes que transformaban la ironía que debía ser una estrategia para descubrir los errores propios y ajenos, en una herramienta para ganar discusiones a toda costa, sin ninguna consideración respecto a la verdad o falsedad de lo afirmado.[3]

La ironía de Sócrates se dirigía en primer lugar a sí mismo y evidenciaba frente a sí y frente a los demás sus tan humanas limitaciones. Sócrates no se tomaba demasiado en serio a sí mismo, y eso le permitía tomar en serio las argumentaciones de los demás.

Por el contrario, la ironía predominante en el debate público contemporáneo se esgrime casi siempre separada de toda humildad de la razón.

La ironía se utiliza como el arma de refutación última, como el golpe de “¡basta!” sobre la mesa, que pone punto final a cualquier discusión, y que evita la conversación.

La ironía que esgrimen numerosos ciudadanos contra los políticos vuelve irrisorio cualquier argumento y ridiculiza cualquier iniciativa. Quizá porque se toman demasiado en serio, y se dan demasiada importancia a sí mismos y a sus opiniones muchos ciudadanos son incapaces de tratar con seriedad cualquier asunto público.

La ironía, como ha explicado con clarividencia el historiador Stefan Pyne, implica separarnos de aquello sobre  lo que ironizamos.[4] Y es esa separación la que permite ver las iniciativas de los políticos, los proyectos de ley, las reformas del ejecutivo y las sentencias del poder judicial como iniciativas ridículas, incapaces de detener el miasma de la corrupción y hacer frente así a la marea del fatalismo.

A la distancia incluso las acciones públicas más nobles lucen ridículas y las intenciones más transparentes se vuelven ambiguas y sospechosas. Por eso la ironía va tan de la mano de la apatía y del pesimismo: la ironía nos permite descalificar de antemano cualquier iniciativa política, sin tener que dedicar tiempo a escuchar y a dialogar con nuestros políticos y gobernantes. La ironía es el último “argumento” de los pesimistas, el as bajo la manga que nos autoriza para mantenernos en la pasividad.

La ironía tiene un hermano gemelo, que se parece a ella en sus efectos, pero que es más violento y más fuerte, me refiero por supuesto al sarcasmo. Si la ironía se caracteriza por desacreditar discretamente y sin aspavientos —pero con un dejo de burla imposible de disimular— a  cualquier interlocutor y a sus argumentos, el sarcasmo se caracteriza porque la burla es abierta, directa y mucho más fuerte.

La raíz griega del sustantivo “sarcasmo” es el verbo “sarcaso” (σαρκάζω). Verbo que designa el acto de desagarrar la carne con los dientes, “como los perros”, acota el diccionario (σάρξ, es la palabra griega para carne).

Si la ironía es como una boca entreabierta que apenas y deja escapar la burla, el sarcasmo es, según una de sus definiciones etimológicas, la risa burlona del iracundo.[5]

El sarcasmo es una boca con los dientes expuestos que “desagarra” con palabras hirientes y entre risotadas que parecen ladridos los argumentos contrarios. El sarcasmo “mastica” la credibilidad moral del adversario.

El sarcasmo es muchas veces la última defensa que le queda a quien sufre abuso de poder contra el poderoso. Es el arma para lastimar al poderoso y al arrogante, si no en su integridad física por lo menos en su ego.

El sarcasmo, como la ironía y la sátira, tienen un lugar insustituible en la democracia: Son elementos indispensables de la libertad de prensa. Armas que en el debate público nos permiten recordarles a los tiranos y a aquellos malos demócratas con tendencias autoritarias que son tan vulnerables y frágiles como todos nosotros.

Pero al igual que la ironía, el sarcasmo también se utiliza en exceso en nuestro debate público, y transforma lo que debiera ser un debate acalorado y apasionante pero también sensato y moderado, en una vociferación entre sordos.

Como la ironía, el sarcasmo en el presente se utiliza para impedir la discusión, no para fomentarla. Para ponderar el papel destructivo del sarcasmo basta un vistazo a las redes sociales: “saracaso, como perros salvajes y hambrientos al disputarse un trozo de carne”, tiende uno a pensar con el diccionario.

Foto: Markus Spiske

La desconfianza absoluta, la reprobación permanente

De la mano de la apatía, el pesimismo, el fatalismo,  la ironía y el sarcasmo como recursos destructivos del diálogo, entre nuestros  ciudadanos cunde también una epidemia de desconfianza absoluta con respecto a los políticos y gobernantes. Y de reprobación permanente como único juicio aceptable de sus acciones y proyectos.

Esta desconfianza absoluta ocasiona que los ciudadanos se distancien aún más de sus representantes y de los temas políticos que nos conciernen a todos. 

La desconfianza es una virtud democrática que se traduce en el reiterado “llamado a cuentas” de quien ocupa un cargo público, en el balance de poderes, en la sujeción de todos —también de los gobernantes—  a la ley, y en la asignación de cargos públicos por elección popular y por un tiempo determinado.

Sin embargo una cosa es desconfiar de un político específico, de sus actuaciones y decisiones particulares, y otra muy distinta es desconfiar de todo el sistema político y de todos los políticos.

El juego de fuerzas democrático depende del voto de confianza que la ciudadanía otorga o retira a políticos específicos y a sus partidos. Voto que se hace en periodos específicos, y que implica concederle a cada político un cierto margen de libertad en su actuación en el gobierno.

El problema de la desconfianza absoluta de muchos ciudadanos frente a los políticos es la descalificación injustificada y generalizada de todos los políticos. Descalificar a la clase política en general, implica descalificar a la democracia como sistema de gobierno.

La confianza, aunque tampoco debe ser nunca absoluta, es enormemente relevante para el sano funcionamiento de una sociedad: En la administración pública, en cualquier empresa, institución educativa, fábrica o despacho jurídico, el sistema en conjunto funciona bien sólo cuando cada uno hace lo que le corresponde y asume que los otros harán también lo que les corresponde.

Los mecanismos de control y vigilancia aunque indispensables dentro de empresas y organismos públicos no garantizan el éxito. No hay mejor sistema de control que la confianza fundada en la integridad y responsabilidad de cada uno de los miembros del órgano administrativo o de la empresa.[6]

En México se toma muchas veces la desconfianza absoluta frente a todos los políticos como una característica de la gente “educada” y “bien informada” que no se deja engañar y descalifica de antemano cualquier iniciativa de un político como mal intencionada y deshonesta.

De esta desconfianza absoluta surge la reprobación permanente como la única evaluación “moralmente” aceptable del actuar de los políticos y de los servidores públicos.[7]

Foto: Gerardo Manzano

Si el veredicto y la sanción reprobatoria es anterior a la acción ¿qué razón tiene un político para esforzarse en buscar nuevas soluciones a los problemas y en mantenerse fiel a sus principios éticos y resistir las numerosas tentaciones de corrupción, si de cualquier forma su esfuerzo no será reconocido ni honrado por  sus conciudadanos? ¿Por qué apegarse a una ética profesional y personal que la opinión pública no reconoce ni admira?

Desde la antigüedad el buen nombre y la honra han sido motivaciones centrales para que los políticos actúen en favor de su ciudad y de la ciudadanía. De la misma manera que la opinión pública censura a los políticos corruptos, conviene que honre a aquellos íntegros; justo porque ser íntegro en la política del hoy y en el contexto mexicano  es enormemente difícil.

Muchos ciudadanos que retiran su apoyo y confianza a los políticos muestran únicamente su arrogancia moral y su coqueteo con el fatalismo, que los lleva a creer y proclamar que “todos los políticos son iguales”.

El desprestigio de la clase política in toto, el “desencanto de la política”, es el mejor campo de cultivo para los dictadores y tiranos. Los ciudadanos decepcionados de sus políticos y de su sistema político son presa fácil de vendedores de ilusiones con tonos redencionistas.

Mejorar los partidos políticos y el sistema democrático de una nación es una labor hercúlea de todos los ciudadanos que dura generaciones e implica trabajo constante, empeñado y arduo en muy diversos campos como la educación, la economía y la cultura.

Los mesías populistas prometen en cambio una especie de fast track, una vía rápida y sencilla de una democracia naciente, pobre y que camina entre tropezones, a un país supuestamente grande, igualitario y rico.  

Hugo Chávez fue uno de los primeros anti-políticos de esta nueva ola de desconfianza hacia los partidos y la forma de vida democrática y así fue como llegó al poder en Venezuela: presentándose como alguien que viene de “fuera de la política”, que no pertenece al grupo de “los políticos” (corruptos y enemigos del pueblo). Alimentando el odio y el distanciamiento ciudadano con respecto a las instituciones políticas a la clase política; acusando a los políticos de todos los males que aquejaban a Venezuela; generando grupos paramilitares, como hicieron los Nazis; aprovechándose de la rabia de todos esos ciudadanos hartos. Murió el perro… pero contrario al adagio no se acabó la rabia.

La desconfianza de la política y la reprobación permanente se sirven de una debilidad política tradicional en las sociedades democráticas. A saber, la tendencia de muchos ciudadanos a creer en las teorías de la conspiración. Aunque esta tendencia forma parte de los rasgos de una mala ciudadanía, por su complejidad y por el peligro que representa para la democracia merece un apartado propio.


[1] Sobre el papel de la confianza en la política mundial Cf. Francis Fukuyama. Trust. (Nueva York: Free Press, 1996). Sobre el papel de la confianza en los negocios Cf. Robert Solomon et Fernando Flores. Building Trust. (Nueva York: Oxford University Press, 2001).

[2] Roberto Frega apunta con acierto que la desconfianza ciudadana hacia los políticos es un reflejo de la desconfianza de los políticos a sus ciudadanos. Y pone como ejemplo las rigidez y obligatoriedad de las medidas de contención de la epidemia Covid: Países como España, Italia y Francia impusieron medidas mucho más restrictivas y sanciones en ocasiones “draconianas” para contener la movilidad; mientras que en otros países como Gran Bretaña o Bélgica las medidas de confinamiento han sido mucho menos restrictivas. Distintos niveles de confianza en la ciudadanía provocan que algunos gobiernos confíen más en “el ejercicio razonable de la autonomía individual” que otros. Véase Roberto Frega “Les dimensions de la confiance” en Esprit, Octubre 2020.

[3] εἰρωνεία, , disimulación del hablar. Cuando alguien se presenta como si no supiera algo que sí sabe. Herramienta con la que Sócrates atacaba a los sofistas, ver por ejemplo:  Plat. Rep. I, 337 a. Arist. Eth. 4, 8, 13. De acuerdo con el diccionario griego-alemán de George Pape: Pape.Griechisch-Deutsch, pg.25633 de la versión digital (cf. Pape-GDHW Vol. 1, pg. 736). Véase también: īrōnīa, ae, f. (είρωνεια), la fina burla, la ironía  como figura retórica en Cic. Brut. 292 u. 293; de or. 2, 270. Sen. contr. 1, 7, 13. De acuerdo con el diccionario latín-alemán de Karl Ernst Georges. Georges. Lateinisch-Deutsch / Deutsch-Lateinisch, pg. 31020 de la edición digital (cf. Georges-LDHW Vol. 2, pg. 447)

[4] Cf. Platón. Apología 23c-d.

[5] Cf. Payne, Stephen. Voice and Vision. (Massachusetts: Harvard University Press, 2009) Pg. 48-51.

[6] σαρκασμός, , la risa burlona, la palabra burlona, el discurso burlón, la burla amarga de acuerdo al Pape: Griechisch-Deutsch, Pg. 81493 de la versión digital (Cf. Pape-GDHW Vol. 2, pg. 863). Y en latín. sarcasmos, ī, m. (σαρκασμός), la burla hiriente, la burla amarga, por ejemplo en Charis. 276, 25. Diom. 462, 6 u. 33. Serv. Verg. Aen. 2, 547. VéaseGeorges: Lateinisch-Deutsch / Deutsch-Lateinisch, pg. 49815 de la versión digital (cf. Georges-LDHW Vol. 2, pg. 2489)

[7] Sobre el impacto permisivo de la desesperación en la vida política de un país y el paso de esta desesperación a una utopía maníaca véase Fritz Stern, The Politics of Cultural Despair. (California: Anchor, 1961). Sobre las vías de salida a este pesimismo véase Runciman, David. The Confidence Trap (Princeton: Princeton University Press, 2011), Tourraine, Allan Comment sortir du libéralisme ?. (París: Fayard, 1998). Así como el ensayo de Hessel, Stephan. Indignez-vous! (Montpelier: Indigène éditions, 2011). Hessel, héroe de la resistencia francesa, reflexiona poco tiempo antes de morir sobre los retos que enfrentan las generaciones jóvenes. 

El mono y la navaja

El mono y la navaja

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El 2023 es un año electoral en Argentina. Eso significa que todo el país entra en un indescifrable suspenso que se cierne sobre todas las cosas. El destino general de todo un pueblo, su proyección política y social, como así también todos sus planes personales, sus cálculos financieros, sus decisiones a largo, corto e inmediato plazo, sus conversaciones cotidianas, sus ánimos diarios, hasta el interior de su vida íntima, incluyendo sus frustraciones y sus deseos, todo se ve supeditado por lo que pueda llegar a suceder en las elecciones. Este año se renuevan los cargos de la Presidencia Nacional, de parte de los Diputados y Senadores del Congreso de la Nación y de varias gobernaciones provinciales e intendencias municipales, entre otros. Y de eso pareciera depender todo.

El domingo 13 de agosto se efectuaron las votaciones primarias, las llamadas PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) a fin de elegir previamente las candidaturas para competir en las elecciones generales del próximo 22 de octubre. Un extraño recurso preelectoral en el que muchos partidos presentan un único candidato, o sea se vota para elegir entre no opciones, o bien, los partidos que sí presentan opciones, encuentran una ocasión para exponer obscenamente sus irreconciliables diferencias internas y la puja de sus intereses personales (y los de los privados que financian a cada quien).

Si bien este año en Argentina se cumplen 40 años ya del regreso de la Democracia, el ejercicio del derecho al voto sigue siendo obligatorio. Sin embargo, según datos oficiales, la participación en las PASO fue sólo del 69%, lo que significa que cerca de 11 millones de argentinos se abstuvieron de votar. Desilusión, hartazgo, apatía son algunas de sus causas en un país que vive en estado de crisis crónica. Desde que tengo memoria, Argentina está en crisis: crisis económicas, crisis políticas, crisis sociales, crisis de representación, que en sus fundamentos son efectos de la crisis moral de una clase política que se disputa indolente la alternancia en el poder.

En un país en el que el índice de pobreza alcanza casi a la mitad de la población, en las presentes elecciones se juega mucho más que una serie de puestos a cubrir. La falta de expectativas, la ausencia de propuestas sólidas, la mezquindad y mediocridad de la clase dirigente que conducen en definitiva a la suma de todas las incertidumbres, hace muy difícil para muchos tomar una decisión satisfactoria. Más que votar, es más bien botar.

En cualquiera de los casos, alguien tendrá que salir finalmente electo. En vistas a la Presidencia, de más de una veintena de partidos, coaliciones y alianzas presentados, cinco son los que quedaron en carrera. Aunque la elección final se va a dirimir entre sólo tres de ellos. El flamante partido “La Libertad Avanza” (30,04%) se alzó en primer lugar con la figura de Javier Milei. Lo cual constituye una verdadera sorpresa para muchos, aunque también pavor para otros tantos. En segundo lugar, Patricia Bullrich fue la que se impuso en la interna dentro de “Juntos por el cambio” (28,27%). Y en un tercer incómodo lugar, el oficialismo representado por “Unión por la Patria” (27,27%) posicionó a Sergio Massa como su eventual heredero. Si bien la diferencia de porcentajes a nivel partido no es rotunda, marca sin embargo una tendencia significativa ya que de manera individual Milei efectivamente fue el candidato más votado.

Javier Milei.

El búnker de su partido era una fiesta. En su consagración como candidato ganador, Milei hace su aparición en escena. Desde el estrado representa una vez más su teatral arenga, proclamando vehemente las mismas ardientes diatribas que lo llevaron al triunfo. Palabras más, palabras menos, hay un enemigo y debe ser aniquilado (políticamente hablando, vale aclarar). Un séquito complaciente se hace eco unísono de sus palabras, repitiendo como un salmo ciertas máximas “libertarias”. Hasta que finalmente su garganta se desarticula enardecida en un vibrante grito de “¡Viva la libertad, carajo!”, seguido de vigorosos “¡viva…viva…viva!”

¿Quién puede oponerse lúcidamente a la idea de “libertad”? Sería como oponerse a la idea de “amor”, de “paz” y de tantas otras excelsas palabras. La paradoja en todo caso se abre cuando una curiosa y bien circunscripta idea de libertad es la quiere imponerse de manera excluyente, arbitraria y a los gritos.

Javier Milei es economista de formación. Tras años de fuerte exposición mediática en la que no se privó de entrar en todo tipo de controversia, fue forjando un llamativo personaje con un discurso fuerte y aguerrido, casi feroz, como el del león que porta como logotipo personal, figura de su icónica cabellera. Su orientación ideológica está en línea con el “liberalismo libertario”, pero más le gusta autodefinirse como “anarcocapitalista”, con todo lo que eso pueda llegar a significar. Su carisma se enciende al presentarse a sí mismo como “antipolítico”, en el sentido en que su lucha es contra la “casta” política partidaria tradicional, atestada de maquiavelismos y corrupción.

Asimismo, se expresa explícitamente en contra de la “justicia social”, cuya propiedad intelectual se la adjudica de manera exclusiva el “Justicialismo”, mejor conocido como Peronismo”, cuya reapropiación actual la encarna principalmente el “Kirchnerismo” o simplemente “Los K”. A quienes acusa de agigantar irresponsablemente al Estado, haciéndolo lastimosamente deficitario y culpablemente clientelista, en vistas de esa pretendida justicia social.

Patricia Bullrich.

El kirchnerismo es un movimiento político que actualmente ejerce el gobierno en la Argentina, promovido originalmente por el matrimonio de Néstor Kirchner (fallecido en 2010) y Cristina Fernández, quienes, a lo largo de sus respectivas presidencias, han impregnado profundamente la política argentina de las últimas dos décadas. Por eso es que Milei enarbola nuevamente aquel lema que caracterizó la crisis argentina del 2001, previa a la era Kirchner: “¡Que se vayan todos!”. Que se vayan todos los políticos de casta, que se anquilosan en el poder, pero primero que nadie, que se vayan todos los K.

Algo mesiánico, algo “loco”, como indica un viejo apodo suyo, Milei se desempeña desde 2021 como Diputado nacional, cargo desde el cual ha sabido diferenciarse de sus pares por sortear mes a mes el sueldo que cobra por su banca. En la campaña electoral actual, signada por un abismal vacío de ideas, se jacta de ser el único en presentar propuestas programáticas concretas. Las cuales, cuanto más irritantes resultan, más vocifera con exaltada emoción. Uno de sus acting más célebres es cuando explica apasionado la reducción del Estado mediante la eliminación de Ministerios, entre otros ajustes, recortes y detonaciones, aplicando su consabido “plan motosierra”. Son muchos los que coinciden en que el Estado argentino está sin duda sobredimensionado. Pero si, como dice el dicho, no hay nada “más peligroso que mono con navaja”, ¿qué nos espera de un león con motosierra?

Pese a todas las alarmas, los números demuestran que son muchos los seducidos por esta nueva forma de liderazgo. En particular, según muestran los sondeos, los jóvenes son al parecer los más entusiastas. En el contexto de una inflación económica indomable y la persistente y extenuante devaluación del peso, toda perspectiva de futuro se torna incierta. La economía pareciera haberse vuelto una ciencia oculta. Y la poción mágica de Milei es dolarizar de una vez por todas la moneda nacional.  Bajo el argumento entonces de que los políticos de siempre, lejos de sacar adelante al país, no han hecho más que hundirlo más y más, por qué no probar una receta que rompa con todo lo conocido. Pero esto no deja de ser una apuesta a ciegas. Temeraria y desesperada.

Milei supo capitalizar la rabia social. ¡Al punto que hasta en la Antártida ganó! La grieta de polarización política que padece la Argentina traza con él una nueva fisura. En su lógica de “uno contra todos” y “todos contra uno”, Milei sería así la voz ultra rebelde de la sociedad, al punto que hasta las izquierdas se ven usurpadas por él en su típica vocación contestaria, siendo él una personificación autóctona de las nuevas derechas.

Dentro de la tríada de candidatos finalistas, Patricia Bullrich es la de mayor trayectoria. Sus orígenes políticos se remontan a la militancia en la “Juventud Peronista”, en medio mismo de los turbulentos años setenta. Hay quienes señalan su vinculación en ese entonces al movimiento “Montoneros”, ala armada de la izquierda peronista; lo cual ella simplemente niega. Tras el golpe de Estado de 1976, perpetrado por las Fuerzas Armadas, se exilia del país hasta el restablecimiento de la Democracia en el año 1983. Desde entonces ha tenido una activa participación en diferentes espacios partidarios. Fundó un partido propio, generó alianzas con otros, hasta fundirse finalmente con el PRO, partido al cual ella llegó a presidir y cuyo principal referente es el ex Presidente de la Nación Mauricio Macri. A lo largo de distintos gobiernos, ocupó importantes cargos ministeriales y legislativos. Durante el gobierno de Macri fue Ministra de Seguridad, donde consolidó su imagen de “mano dura”.

Sergio Massa.

Actualmente en las PASO, dentro de la coalición “Juntos por el cambio”, Patricia Bullrich acaba de ganar la interna frente a Horacio Rodríguez Larreta. Una fiera lucha intestina que terminó hiriendo a ambos precandidatos, poniendo de manifiesto lo endeble de su unión. Una riña entre halcones y palomas, como se ha dado en llamar.

Bullrich es un halcón que siempre fue halcón. Sin embargo, es un verdadero fenómeno de transformación. Los seres vivos completan sus mutaciones de generación en generación. Ella, como verdadero animal político, las completó en vida. Increíblemente, ella es referente hoy de un sector de la sociedad que la hubiera denostado irrevocablemente en sus inicios.

Por su parte, Rodríguez Larreta, actual Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, quiso emular a dos predecesores suyos, quienes desde el mismo puesto al frente de la Capital Federal de la República Argentina, se catapultaron hacia la Presidencia de la Nación. Más proclive a hacer el amor y no la guerra, Larreta realizó un minucioso trabajo de automarketing, en el que se encargó de moldear su perfil de “conciliador”. Hizo uso y abuso de la propaganda de su gestión en la ciudad; pero ni los carriles exclusivos para buses, ni las sendas para bicicletas llegan al interior de las restantes 23 provincias argentinas, como para recibir de ellas generosamente sus votos.

En estas elecciones el oficialismo está representado por la coalición “Unión por la Patria”. A diferencia de otras elecciones en que todo el aparato partidario se mueve en bloque obediente tras un solo candidato, esta vez simularon una interna entre Sergio Massa, actual Ministro de Economía del gobierno de Alberto Fernández, y Juan Grabois, un revoltoso dirigente social que acredita cada vez que puede su cercanía al Papa. Pero para este no había tanta chance, ya que Massa había sido ungido el candidato estrella por la misma Cristina Fernández de Kirchner. Pero Cristina amparó sin embargo también la precandidatura de Grabois a fin de colectar todos aquellos votos K para quienes Massa resultaba invotable, al menos en esta primera vuelta. Es de mencionar que sobre la Vicepresidenta pesa actualmente una condena de 6 años de prisión por corrupción en la obra pública; sin embargo, por sus fueros, no puede ser detenida.

Massa comenzó en la política muy joven. En su carrera tuvo tiempo de pasarse una y otra vez de bando, ocupando distintos cargos públicos y candidaturas. Llegó a ser Jefe de Gabinete del primer gobierno de Cristina, para luego abjurar por completo del kirchnerismo y formar un partido propio, por el cual llegó a candidatearse para Presidente en 2015. Pero las vueltas de la vida lo llevaron ahora a ser el candidato K. Y por eso, la metáfora más obvia es la del camaleón. Un camaléon, al que ya le son muy visibles las capas despintadas de sus distintos camuflajes.

La historia argentina está poblada de animales. Distintos personajes políticos han sido tradicionalmente singularizados con los atributos de muchos de ellos. Desde calificar de gorilas a todo antiperonista, como la de referirse a los K como pingüinos, en este zoológico hubo también un sapo, un zorro, una tortuga, un chingolo, una lechuza, un pavo, un peludo, un tapir, un chanchito, un burrito cordobés, una morsa, un bulldog, un gato, entre otros. Hasta Perón mismo se autodenominó curiosamente como “león herbívoro”.

Las PASO ya pasaron. Ya está. Los candidatos son estos. El pueblo argentino se enfrenta una vez más ante una disyuntiva imposible. Dentro de esta fauna política en la que se encuentran un león, un halcón y un camaleón, ¿a cuál de ellos el electorado le otorgará la navaja de mando?

5. México como botín / Muerte por acidia

5. México como botín / Muerte por acidia

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Ir a la parte 1 “Ciudadanos rabiosos”

Ir a la parte 4 “Las virtudes de la anti-política y los vicios de los políticos”

En el origen de estos vicios se encuentra la carencia de una formación política sólida compuesta por ideales, principios e ideas.

Muchos políticos no tienen claro qué ideales son los que orientan su actuar, no han pensado o han olvidado hacia qué metas, anhelos profundos y horizontes dirigen sus acciones. Tampoco tienen claro sus principios: aquellos lineamientos de su actuar en los que no están dispuestos a transigir, al margen del costo electoral que esto pueda tener o de la recompensa monetaria. Sin ideales y principios es muy difícil tener ideas nuevas, que nos ayuden a transformar nuestra realidad.

El vacío de ideales y principios, y la carencia de ideas es quizá lo que ha permitido el auge del marketing político como la dimensión esencial de la actividad política contemporánea. El marketing político es un hijo bastardo de la política  que tiene antecedentes en la práctica sofística denunciada magistralmente por Platón en “Gorgias”, y que adquirió una nueva fuerza con la conjugación del advenimiento de la televisión y el genio norteamericano para vender todo, hasta políticos.[1]

El marketing político es una forma suave de la propaganda, esa estrategia de manipulación de masas perfeccionada por Joseph Goebbels durante el régimen Nazi y tan popular también en el otro totalitarismo stalinista. Pero no por suave es menos peligroso, adictivo y dañino para la vida democrática. El marketing político es propaganda “sin alcohol”, pero no sin azúcar. Y una adicción a las bebidas azucaradas es también dañina.

Afiche de propaganda conmemorativo del partido NSDAP. Nuremberg 1933. Fuente: Alexander Schulz

El marketing político substituye el contenido por la forma: lo importante no es tener un buen candidato, con ideales claros y nobles, principios firmes y muchas ideas. Lo importante más bien es cómo ven las masas al candidato, cómo retrata en televisión, si da la apariencia de ser una persona confiable y amable; o más bien parece un arrogante y egoísta.

En la última década el marketing político ha acaparado la mente y la imaginación de los estrategas de campaña, y ha substituido la creación de un discurso coherente y la presentación de una visión política esperanzadora, ambiciosa y de grandes horizontes, por la obsesión con la apariencia y con los aspectos más triviales del candidato o la candidata: si usa o no bigote, si se presenta con falda o pantalón; si utiliza saco o chamarra; si va o no con corbata; si utiliza colores obscuros o colores pastel; si tiene un “distintivo” como un zarape, o un rebozo.[2]

No es de extrañar por eso ni el hartazgo ni la rabia de millones de ciudadanos frente a campañas insípidas, con las mismas promesas vacías de siempre, las mismas fotografías y frases huecas de los candidatos.

La homogeneidad en los diseños visuales y auditivos de las campañas, y la nula creatividad en la propuesta, deja entrever que en México no existen suficientes agencias de marketing, o que todos los partidos recurren a las mismas malas agencias.

El marketing político, con el complemento de la obsesión por las encuestas, es la mezcla perfecta para reducir el ejercicio político y las campañas para ganar el voto ciudadano a algo similar al lanzamiento y la colocación en el mercado de un nuevo champú o de una crema de afeitar.

Fuente: El País

Uno de los “méritos” del marketing político, es haber transformado el periodo de campañas en México en las semanas más desagradables para ver la televisión o escuchar la radio; bombardeados por anuncios insulsos e idénticos entre sí, la mayoría de los mexicanos añoramos el fin de las campañas y el retorno de los anuncios insulsos e idénticos entre sí de productos, no de candidatos.

La carencia de una visión y formación política sólida, así como los excesos cotidianos del marketing político llevan a muchos mexicanos a pensar que para la llamada clase política México es más un botín, que una promesa; un botín del que hay que apoderarse a toda costa. Un botín de privilegios económicos y jurídicos que permite, a quien es lo suficientemente descarado y temerario, tener más que los demás, violar la ley con impunidad y abusar de los otros.

La actitud cínica y destructiva de tantos políticos muestra que, aunque añoran y viven para alcanzar el poder, no saben qué es el poder, ni para qué sirve: “Macht bessesen, macht vergessen” en la concisa y contundente frase de Richard von Weizäcker[3].


[1] Al respecto es enormemente interesante el artículo de la historiadora Jill Lepore, “The Lie Factory,” New Yorker, 24 de septiembre del 2011. Véase también Robert Shiller y George Akerlof,  Phishing for Phools (Princeton: Princeton University Press, 2015) en específico el capítulo 5 “Phishing in Politics”.

[2] De nuevo es recommendable Jill Lepore, “Politics and the New Machine,” New Yorker, 16 de noviembre de 2015. Y Jill Lepore, “The Party Crashers,” New Yorker, 22 de febrero de 2016. También es muy enriquecedora la reflexión de David Axelrod, Believer (Nueva York: Penguin, 2015) Pg. 74 ss. David Axelrod fue estratega de las campañas de Obama.

[3] La frase podría traducirse así: “Nuestros políticos están poseídos por el poder, y se han olvidado de para qué sirve el poder”. Y era una de las frases de Richard von Weizäcker, sexto Presidente de la República Federal Alemana. Debo la referencia a Mathias Geffrat, „Können Protestbewegungen etwas ändern? Eine Zwischenbilanz der Proteste. Teil 3 von 3.” [¿Pueden cambiar algo los movimientos de protesta? Un balance intermedio de la protesta. Tercera de tres partes.] Programa radiofónico “Essay und Diskurs” emitido el 4 de marzo de 2012.

The Second Coming

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Traducción de Fernando Galindo y Alberto D. Horner

Collage de Gabriel S. Delgado

BY WILLIAM BUTLER YEATS

Turning and turning in the widening gyre
The falcon cannot hear the falconer;
Things fall apart; the centre cannot hold;
Mere anarchy is loosed upon the world,
The blood-dimmed tide is loosed, and everywhere
The ceremony of innocence is drowned;
The best lack all conviction, while the worst
Are full of passionate intensity.

Surely some revelation is at hand;
Surely the Second Coming is at hand.
The Second Coming! Hardly are those words out
When a vast image out of Spiritus Mundi
Troubles my sight: somewhere in sands of the desert
A shape with lion body and the head of a man,
A gaze blank and pitiless as the sun,
Is moving its slow thighs, while all about it
Reel shadows of the indignant desert birds.
The darkness drops again; but now I know
That twenty centuries of stony sleep
Were vexed to nightmare by a rocking cradle,
And what rough beast, its hour come round at last,
Slouches towards Bethlehem to be born?

Vuelta tras vuelta en la torva creciente
no puede oír al cetrero el halcón.
Todo se destruye; el centro no puede resistir;
crasa, la anarquía se desborda sobre el mundo;
opaca de sangre, la marea se desborda, y por doquier
la ceremonia de la inocencia se ahoga.
Los mejores carecen de toda convicción; en cambio, los peores
están llenos de brío apasionado.

Seguramente alguna revelación se apronta
Seguramente la segunda venida se apronta
¡La segunda venida! Difícilmente surgen esas palabras
cuando una vasta imagen fuera del Spiritus mundi
turba mi vista: en algún lugar, en las arenas del desierto,
una figura con cuerpo de león y cabeza de hombre,
una mirada blanca e inmisericorde como el sol,
mueve sus lentos muslos, mientras todo en derredor
revuelve las sombras de las desérticas aves indignadas.
Cae la oscuridad de nuevo; pero ahora sé
que veinte siglos de sueño pétreo
fueron turbados hasta la pesadilla por una cuna meciéndose,
¿y qué burda, salvaje bestia, al llegar al fin su hora,
se contorsiona hacia Belén para nacer?

Source: The Collected Poems of W. B. Yeats (1989)

Nación en llamas: Laicismo, individualismo y la creciente islamización de Europa

Nación en llamas: Laicismo, individualismo y la creciente islamización de Europa

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Manent, Pierre.
Situation de la France.
Paris: Desclée de Brouwer, 2015.

En el libro, Situación de Francia, Manent plantea la cuestión de la relación de la comunidad musulmana y Europa.  Manent aplica sus décadas de experiencia en el campo de la filosofía política al malestar y la crisis actual de Francia y propone una vuelta a la nación reemplazando la sociedad laicista secularizada por una amistad cívica que tenga presente el valor social de la religión. Para Manent, los desafíos de incorporar a los musulmanes a la vida de la sociedad francesa constituyen una crisis cívica derivada de la incapacidad de los ciudadanos franceses en su conjunto para visualizar el bien común. La actual situación francesa se deriva no sólo de la expansión global del islam sino también de la crisis de autocomprensión colectiva francesa y europea.

Como el propio Manent señala, su ambición es “que el análisisde la experiencia europea sea suficientemente adecuado para que [los franceses] podamos ver el islam como una realidad objetiva, en lugar de que permanezca como el reflejo de nuestra propia ignorancia y desconocimiento de nosotros mismos.”

Esta crisis es resultado de varios procesos:

Desde la agitación cultural de 1968, la mayoría de las formas de autoridad se han degradado. Las políticas francesas que combinaron individualismo con rechazo a la ley mermaron la legitimidad de la nación, la Iglesia, y la familia. Se abandonó la idea de bien común, se deslegitimaron las reglas colectivas y se perdió la lealtad a la comunidad. Realmente se vació de sentido la nación francesa que era una república laica con corazón católico. 

La política francesa de laicidad de principios de siglo XX, que armónicamente integraba un estado laico, con educación nacional y una sociedad civil católica, se transformó en un proyecto de secularización de la sociedad y desnacionalización de Francia. El resultado es un espacio social formado por individuos consumidores que tienen derechos y se mantienen parcialmente unidos por una burocracia europea transnacional. 

Portada del libro “Situation de la France”, Pierre Manent.

Hoy se sacrifican las formas de autoridad colectiva en el altar de los derechos individuales. Existen muchos individuos “con derechos” solos y sin ninguna esperanza en la política nacional ni en la religión, pero que aspiran a un estado europeo postnacional donde primen sociedades radicalmente laicistas libres de deberes compartidos. En Francia, el estado laicista ha neutralizado todo lo que su pueblo tenía en común y ha otorgado soberanía ilimitada al individuo.

Ante este panorama, los franceses, tienen problemas para ver y entender el desafío que representa la llegada del islam a lo poco que queda de la vida común francesa. Para Manent, la razón es que los franceses no toman en serio la nación ni la religión católica fuertemente vinculada a su historia. Las élites no logran entender la nueva presencia del islam porque no se toman en serio la religión, en particular el cristianismo y sus efectos en la nación.

Para Manent, hay dos obstáculos para abordar de manera efectiva la cuestión musulmana en Francia. 

El primero es el laicismo cuya versión más radical busca sacar el islam y toda religión de la arena pública, a pesar de la innegable impronta cristiana del país. Manent sugiere que la versión más agresiva del laicismo es impotente ya que no puede unir a los ciudadanos porque va en contra de su experiencia histórica y además es demasiado débil para hacer frente a la fuerza colectiva del islam. Acostumbrados a varios siglos de laicismo como regla de la asociación política “hoy no sabemos más cómo hablar de la religión como un hecho social o político”. Para los occidentales, la religión es un asunto privado y no puede ser motivo legítimo para la acción política. Sin embargo, esta separación no se ha vivido entre los pueblos musulmanes.

Una de las principales tesis de Manent es que el actual laicismo francés es un fracaso. Ciertamente la laicidad como principio de gobierno que separa religión y política ha sido beneficiosa para Europa. Pero, el laicismo que hoy pretenden vivir los franceses es un laicismo “imaginario”, un laicismo que quiere “hacer desaparecer la religión como cosa social y espiritual”. 

El segundo obstáculo para atender esta nueva situación de Francia es la comprensión europea dominante de la religión como algo privado e individualizado.

Esta postura que busca deshacerse del papel social e integrador de la religión, es impuesta como norma política y es central para la comprensión europea de la modernidad como una inevitable marcha hacia la secularización. Esta comprensión de la modernidad y de la religión, constituye un doble problema según Manent. Primero, porque no permite el acercamiento al islam como una tradición orientada hacia la comunidad y fuerza moral en la vida política. En segundo lugar, porque el supuesto punto de vista de la modernidad libre de religión impide a los franceses y europeos involucrarse en este desafío recuperando los fundamentos espirituales de la religión cristiana “propios” de la vida política europea. 

Pierre Manent en la “Semaines sociales de France”, Noviembre 2011.

Otorgar una soberanía ilimitada a los individuos, mantener que la religión es meramente una opinión privada y aceptar las diferencias de la vida siempre que no se violen los derechos de los demás, ha fracasado al tratar con la población musulmana de rápido crecimiento en Francia. La suposición laicista de que todos los problemas con los musulmanes se disiparán porque eventualmente se volverán modernos, seculares y democráticos, ha demostrado ser errónea. La vida pública para los musulmanes es un conjunto de moral y costumbres, no un entorno que garantiza derechos. 

Aunado a esto, los países europeos sufren la deslegitimación de la nación como marco político de la vida y se debilita el Estado y su papel en la articulación e institucionalización del bien común. Europa sufre un debilitamiento del Estado que se ve agravado por el progresivo borrado de fronteras políticas, que indirectamente refuerza la legitimidad de las fronteras religiosas, principalmente del Islam, que se presenta como un “todo” lleno de sentido. Tenemos así, por un lado, la Europa “cristiana”, cuya forma política es el debilitado Estado-nación y que adopta el discurso de los derechos humanos, y por otro, el mundo musulmán, que habla el lenguaje de la ley y las costumbres religiosas, y cuya forma política ha sido inestable. Son dos formas totalmente diferentes de asociarse, pero deben encontrar un principio de convivencia. 

Ante la fortaleza de unos y la debilidad de otros, Manent, concluye que el régimen político francés no tiene más remedio que ceder

Los movimientos culturales de 1968 erosionaron la vida común y dieron paso a la islamización de Francia, ya que no proporcionaron ninguna vía para que sus propios ciudadanos o los inmigrantes musulmanes se unieran. Los laicistas proponen una aplicación más rigurosa del actual laicismo radical y los multiculturalistas proponen intentar preservar la identidad francesa a pesar de la presencia de musulmanes. Sin embargo, ambas posturas tratan a los musulmanes franceses como una abstracción y no como una realidad concreta. Y tampoco proponen ninguna acción política. Ambos apuestan por un proceso de despolitización. Algunos quieren más laicismo y otros simplemente denuncian el suicidio y decadencia nacional.

En contraste con esto, Manent responde que la única “política posible” es una política “igualmente alejada de las ensoñaciones de una “diversidad feliz” y de las inclinaciones mal reprimidas de un “retorno” de los inmigrantes “a sus casas”. Una “política de lo posible” implica un gran compromiso entre los ciudadanos musulmanes franceses y el resto del cuerpo político. Por un lado, Francia renuncia a “modernizar” las costumbres de los musulmanes y les otorga un lugar concreto dentro de las instituciones sociales. Por otro lado, establece claramente prohibiciones para preservar ciertos rasgos fundamentales de su régimen.

“Así que creo que las restricciones que nuestro sistema político está obligado a imponer a las costumbres musulmanas tradicionales se reducen a la prohibición de la poligamia y el velo completo. … El segundo principio que anuncié, se refiere a la preservación, o a la reafirmación de ciertos elementos constitutivos de nuestra vida común que pueden resultarles más difíciles de aceptar… [como] la completa libertad de pensamiento y expresión. Es un requisito que se encuentra en el corazón de la historia europea moderna. 
… La única condición para participar efectivamente en la sociedad europea es dar la cara y aceptar que la ley política no pone límites a lo que se puede pensar, decir, escribir, dibujar.”

La filosofía política detrás de estas propuestas se expone a lo largo de todo el libro La situación de Francia. Manent quiere recordar la naturaleza de la acción política. Los seres humanos tienen una “naturaleza política”,  necesitan y se sienten atraídos por un arreglo de vida común que armonice las diferencias y que los una a todos a algo superior a ellos mismos, es decir, al bien común. 

Manent critica las opiniones dominantes sobre los seres humanos y su convivencia, las cuales se resumen en el individualismo y el laicismo. Ninguno de los dos permite ver la realidad política y social tal como es, y ambos son incapaces de proporcionar alguna fuente de cohesión política. Bajo esta óptica, el desafío que ofrece el islam se suma al planteado por la despolitización contemporánea. 

Sin embargo, esta situación obliga a Francia a plantearse si debe continuar con su búsqueda de un estilo de vida “post-político” –donde no se les pide nada a los ciudadanos excepto ser individuos con derechos y sin membresía en cuerpos políticos intermedios como la familia, la Iglesia y la escuela–, o si sería mejor recuperar aspectos de su antigua constitución como nación y llevar decididamente su “marca cristiana”.

En un auténtico espíritu Aristotélico, Manent escribe que “Toda acción, y especialmente la acción cívica o política, se despliega con miras al bien, especialmente con miras al bien común.” Por ello, para Manent, el principal problema de Francia es la ceguera ante este bien, que históricamente se expresó en términos espirituales, y que ahora se ha combinado con la necesidad de acomodar e integrar a la relativamente nueva población musulmana de Europa. Los estados sacrificaron el bien común (y finalmente a sí mismos) al dar prioridad al individualismo hasta el punto de que los “ciudadanos-individuos” contemporáneos no logran ver la persistencia y el significado político de las relaciones, las familias y el grupo o comunidad. Los europeos de hoy necesitan restaurar la creencia en un bien común.

Foto: Alotrobo.

Para Manent, lo distintivo de Europa es “el gobierno de sí mismo en relación con la proposición cristiana”. Bajo este tenor, la principal contribución política europea no sería el principio de la separación Iglesia-Estado sino la íntima unión entre proyectos políticos y religiosos, que vincula el orgullo de un ciudadano a la humildad de un cristiano. La historia europea no estuvo marcada por la separación radical o completa de la religión y la política (como imaginan los laicistas radicales), sino por la interacción prudencial de la religión y la política. Además, el cristianismo encontró su forma política en la nación, o la pluralidad de naciones que primero se llamó “cristiandad” y luego “Europa”. En palabras de Manent:

“En lugar de considerar la separación como el secreto … del desarrollo europeo, debemos buscar lo que ha sido a lo largo de nuestra historia el principio de reunión y de asociación del hombre europeo. La separación, tan útil e incluso necesaria como se ha vuelto, no es en sí misma un principio de vida. La unidad, o más bien la búsqueda de la unidad, es principio de vida.
… Este es pues el punto de partida, el principio de la historia europea: gobernarse a sí mismo en una cierta relación con la propuesta cristiana.
… Fue en una forma política sin precedentes [la nación] que los europeos emprendieron este proceso político y religioso sin precedentes: gobernarse a sí mismos obedeciendo el plan benévolo de Dios. Se podría decir: buscar constantemente conjugar el orgullo del ciudadano, o en general del hombre activo, y la humildad del cristiano. En este sentido, lo específico de Europa no es la separación entre lo religioso y lo político, sino la búsqueda de una unión más íntima entre ambos.
… Lo que se busca constantemente en Europa puede definirse, en términos teológicos, como la acción común de la gracia y la libertad, y, en términos políticos, como la alianza de la comunión y la libertad.”

Para volver a poner en el centro el bien común y la esencia de la grandeza espiritual de Europa, los musulmanes no necesitan abandonar su religión, sino que deben verse a sí mismos como “ciudadanos musulmanes miembros de una comunidad nacional” y así, al entregarse a Francia y participar como ciudadanos, a la vez que reciben de ella la libertad de vivir su cultura y religión. Un estado laico puede ser neutral a la religión, pero la sociedad nunca puede serlo. Reconocer que Francia es una nación marcada principalmente por el cristianismo no significa que los musulmanes deban ser ciudadanos de segunda. De aquí surge la necesidad de reavivar la vida cívica y el régimen de representación. Los musulmanes deben participar en la plaza pública como musulmanes al igual que los cristianos y cualquier otro ciudadano. Para Pierre Manent, revitalizar la nación europea y la participación cívica ante la entrada del Islam y el agotamiento de un “EuroEstado” secular, es una oportunidad para apostar juntos como nación.

“… acogerlos sin más sería privarlos de su mejor oportunidad de vida cívica, o más bien abandonarlos en una Europa sin forma ni bien común. No es suficiente para reunir a las personas el declarar o incluso garantizar sus derechos. Necesitan una forma de vida común. El futuro de la nación de marca cristiana es un tema que nos une a todos.”

El libro de Manent es un llamado a los europeos a llegar a un acuerdo con el islam y aumentar su aceptación del estilo de vida musulmán tomando en serio el significado social de todas las religiones. Esta reconceptualización de la religión y el repensar el legado del laicismo, tendría dos efectos según Manent. En primer lugar, obligaría a los europeos a recuperar su “antigua constitución” para que el cristianismo pueda volver a vigorizar la vida política; y en segundo lugar, permitiría a los musulmanes encontrar su lugar en un país de marca cristiana y contribuir a la vida pública afirmando abiertamente sus compromisos religiosos. La “comunidad de ciudadanos”, según Manent, no es ni musulmana ni cristiana, pero, el carácter público de las identidades religiosas colabora para revivir el principal proyecto republicano, que es la amistad cívica y una visión compartida de bien común.
En conclusión, los planteamientos de Pierre Manent en su libro Situation de la France ciertamente contribuyen a una mejor deliberación política en Francia sobre la situación de los musulmanes ese país al afirmar que todos los ciudadanos deben tener una responsabilidad y capacidad para contribuir a los ideales del bien común de la nación. Sólo de esta manera se dejará atrás una visión del desafío como una guerra entre “ellos” y “nosotros”. La superación de la crisis cívica consistiría en la conversión de los musulmanes franceses en ciudadanos completamente franceses en una renovada “nación de marca cristiana”.

MDNMDN