“[H]a llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una transformación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga”.
Mensaje de clausura del Concilio Vaticano II
Los críticos de la Iglesia Católica frecuentemente se burlan de la insistencia de la Iglesia en que las mujeres tienen dones únicos para la Iglesia y el mundo. De hecho, las exhortaciones del Papa Juan Pablo II a las mujeres, para que empleen su “genio femenino” para construir una cultura de la vida, a menudo se enfrentan con posturas inconformes dentro y fuera de la Iglesia. El mantra trillado es que “hasta que las mujeres sean ordenadas al sacerdocio, la Iglesia es culpable de discriminación”.
¿Cómo deberían responder los católicos a estas acusaciones? ¿Cómo pueden las mujeres católicas comunicar las verdades más profundas del “efecto y poder” de la vocación femenina?
Una respuesta rápida es que es ilógico pensar que la Iglesia confiaría la enorme misión de “ayudar a que la humanidad no decaiga” a ciudadanos de segunda. De hecho, la Iglesia ha llamado a las mujeres a ser el arma secreta del siglo XXI. Ella necesita y busca con urgencia la participación particular y activa de sus hijas.
El poder innato del genio femenino se pone de manifiesto sólo cuando la vocación de la mujer se capta adecuadamente. La Iglesia reconoce que la cultura de la muerte tiene éxito allí donde las mujeres abdican de su vocación única; por tanto, llama a las mujeres a recuperar la plenitud de su vocación, la plenitud necesaria para “ayudar a la humanidad a no caer”.
Esta plenitud de la vocación femenina hace falta en el debate sobre “compartir el poder” en la Iglesia y la insistencia en la ordenación de mujeres, porque la plenitud de la experiencia humana sólo puede realizarse cuando los dones inherentes a cada género están ordenados el uno al otro. Esta es la “verdad conocida, pero olvidada” que ha resultado espinosa para quienes critican a la Iglesia.
Dignidad y Vocación
La frase “genio femenino” se atribuye a Juan Pablo II, pero el concepto se esboza en algunas exhortaciones del Papa Pío XII, en particular a la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (1957). El Concilio Vaticano II profundizó aun más en la actualidad de las contribuciones definitivamente femeninas a la sociedad. Sin embargo, el resumen más completo del significado de la feminidad a la luz de esta “hora” de la historia es Mulieris Dignitatem (Sobre la dignidad y la vocación de la mujer). Promulgada por Juan Pablo II en la fiesta de la Asunción en el año mariano de 1988, Mulieris es una reflexión sobre la fuerza espiritual y moral de la mujer. El Papa reflexionó más sobre el tema en su Carta a las mujeres de 1995, que abordó el desafío del feminismo contemporáneo y ofreció una advertencia sobre las formas de ideología feminista que son más destructivas que constructivas.
Está claro que la Iglesia ve una importancia extraordinaria en los atributos femeninos y su potencial para construir una cultura de la vida, y Mulieris ofrece a las mujeres formas prácticas de aplicar su genio femenino al mundo que las rodea. Cuatro aspectos de esa genialidad son claves en el plan de batalla femenino para “ayudar a la humanidad a no decaer”: receptividad, sensibilidad, generosidad y maternidad.
Foto: Nandhu Kumar
Receptividad
Fue una mujer, la Santísima Virgen María, quien primero recibió al Hijo de Dios. La esencia del fiat de María es la receptividad femenina sin mancha del pecado original. En la Anunciación, el cielo invita –no obliga– a María a recibir al Dios-hecho-Hombre. Como María, todas las mujeres están llamadas a ser un “genio” de la receptividad –biológica, emocional y espiritualmente. Los cuerpos de las mujeres están creados para recibir nueva vida, pero para ser completamente femeninas, los corazones y espíritus de las mujeres también deben ser receptivos.
La naturaleza receptiva de las mujeres es primordial para comprender el genio femenino. La naturaleza de los hombres es generativa: los hombres están llamados a dar su vida –incluso hasta la muerte– por la defensa y protección de la mujer. Pero la naturaleza y los dones de los hombres son sólo la mitad del diseño de Dios para la humanidad. El don de sí mismo del hombre y su forma masculina de relacionarse con el mundo se atrofian y son estériles cuando no puede entenderse a sí mismo en relación con la mujer, tanto física como espiritualmente.
En el Génesis, Adán carece de una pareja adecuada hasta que Dios crea a Eva. Ella es como él en su humanidad pero hermosamente diferente en su modo de ser específicamente femenino. Asimismo, ella está completa –es plenamente femenina–sólo en relación con la dimensión masculina del ser humano. Por lo tanto, los atributos masculinos y femeninos sólo pueden entenderse en relación el uno con el otro.
Así, vemos que Dios confió el futuro de la humanidad a la mujer y su capacidad de amar sacrificialmente y que la dignidad de cada mujer es completa cuando ama a la humanidad en su calidad de imagen de Dios. En Mulieris, Juan Pablo II escribe sobre las “cualidades femeninas” de Dios que se encuentran de manera más prominente en el Antiguo Testamento (por ejemplo, “Como uno a quien su madre consuela, así yo os consolaré” [Isaías 66:13]). Cuando la mujer trabaja desde su natural naturaleza receptiva, ella se realiza personalmente y la comunidad que la rodea es bendecida por el aspecto femenino de la experiencia humana.
Cuando las mujeres están abiertas a recibir la vida, el mundo vuelve a florecer.
La receptividad es la base de todos los demás atributos femeninos. La mujer encuentra en cada vida algo irrepetible, algo maravilloso. El don de sí para la mujer es un don de vida para toda la humanidad. Cuando las mujeres trabajan de acuerdo con el principio de receptividad, fomentan políticas pro-vida y pro-familia en el lugar de trabajo y en la cultura.
Foto: Josh Willink.
Sensibilidad
La naturaleza receptiva de una mujer está en el corazón de su sensibilidad. Tener la capacidad de acoger la vida dentro de su propio cuerpo la hace estar siempre alerta a la vida interior de los demás. Antes de que el mundo conozca a este nuevo ser, ella es sensible a sus necesidades y tiene esperanzas para su futuro.
Mucha gente ve la sensibilidad como una debilidad, sin darse cuenta de que en realidad es una fortaleza, un don que tiene la mujer para ver más allá del exterior y mirar en las necesidades más profundas del corazón, sin separar nunca la persona interior de su aportación exterior.
Esta sensibilidad hacia los demás puede emplearse en el ámbito público y tener una influencia incalculable en las políticas públicas. Cuando una adolescente católica enfrentó los dictados de moda de una gran tienda departamental, la tienda escuchó su exigencia por ropa de moda que también fuera modesta. Cuando las enfermeras hablaron a favor de aumentar la nutrición de los pacientes que no respondían en los hospitales, las políticas de los hospitales cambiaron. En un número significativo de estos casos “sin ninguna esperanza”, esta mayor atención devolvió la salud a los pacientes.
Cuando las mujeres cabildean por un trato más humano de los reclusos, se modifican las leyes. Cuando las mujeres luchan contra los ataques de la industria del sexo a los valores de la comunidad, las leyes de zonificación cambian. Cuando las mujeres luchan contra los daños que ocasiona la pornografía hacia la persona humana, las políticas públicas siguen su ejemplo. (Muchas mujeres han sido engañadas con la idea de que el “trabajo sexual” debería ser legal para que una mujer pueda “elegir” degradarse a sí misma.
La Iglesia se rehúsa a permitir que las mujeres sean oprimidas de esta manera, por “legal” que sea. Nada podría ser más insensible a la persona humana que reducir los cuerpos de las personas a una mercancía para ser vendida. Si las mujeres no usan su sensibilidad para oponerse a esto, un nuevo “Mundo feliz” de canibalismo clínico se cierne ante nosotros: úteros de alquiler, órganos humanos en venta, seres humanos clonados a los que se les quitan partes como a un coche viejo.) La Iglesia insta a las mujeres a ejercitar su sensibilidad para recuperar la conciencia de la humanidad de cada persona.
Las mujeres pueden mostrar a la sociedad, tanto pública como privada, cómo ser abiertas, receptivas y sensibles a las necesidades humanas más profundas.
Generosidad
La capacidad de generosidad de una mujer está íntimamente ligada a su naturaleza receptiva. La generosidad hace que una mujer esté disponible para las necesidades de su comunidad y de su profesión, necesidades que van mucho más allá de la eficiencia operativa.
El primer acto de generosidad es acoger una nueva vida, y en esto María es nuestro mejor ejemplo. Pero los Evangelios están repletos de relatos de mujeres generosas. Por ejemplo, la historia de la ofrenda de las dos moneditas que depositó la viuda recuerda a las mujeres contemporáneas que el tamaño de nuestra ofrenda es menos importante que la orientación de nuestro corazón. Y la mujer que ungió a Jesús con el perfume precioso nos enseña a reconocer el valor humano por encima del valor material.
La generosa hospitalidad de Marta y María tiene un atractivo universal para todos los que anhelan la calidez de la comunión humana. Los críticos que confunden su generoso servicio con servidumbre no entienden el punto: Jesús muestra un gran interés en la vida de las mujeres y su entorno, y las invita a participar en su obra. Su deseo de comunión humana es satisfecho no sólo por los apóstoles sino también por mujeres como Marta y María. Esto se demuestra en su profundo intercambio espiritual e intelectual con Marta (Juan 11:21-27). Jesús confió en los corazones generosos de las mujeres su propia necesidad humana de hospitalidad, apoyo y comprensión de su misión.
La Iglesia percibe el grave peligro de la propaganda que seduce a las mujeres para alejarlas de su naturaleza inherentemente generosa y sostiene que todos los niveles de interacción humana se benefician de la influencia de las mujeres como mujeres –es decir, de acuerdo con su auténtica naturaleza femenina. Esa generosidad natural, un arma contra el cientificismo deshumanizador, se manifiesta cuando las mujeres enfatizan las dimensiones sociales y éticas para equilibrar los logros científicos y tecnológicos de la humanidad (ver Carta a las Mujeres 9).
Foto: Alex Green.
Maternidad
El misterio de la maternidad no se puede agotar ni capturar con palabras, pero ha sido descartado por algunas mujeres que creen erróneamente que la igualdad se logrará borrando las diferencias entre hombres y mujeres. Algunas querrían que las mujeres emularan los rasgos masculinos para lograr la igualdad, pero el triste resultado de ese enfoque ha sido una disminución de los auténticos aspectos femeninos de la familia humana.
Juan Pablo II escribe que la mujer ejerce “una maternidad afectiva, cultural y espiritual, de un valor verdaderamente inestimable, por la influencia que tiene en el desarrollo de la personas y en el futuro de la sociedad” (Carta a las Mujeres 9). También destaca la maternidad, biológica y espiritual: “La mujer es más capaz […] de dirigir su atención hacia la persona concreta” (Mulieris Dignitatem 18). Este rasgo singular –que la prepara para la maternidad, no sólo física, sino también afectiva y espiritualmente– es inherente al designio de Dios, que confió el ser humano a la mujer de manera muy especial (cf. ibíd., 30).
Juan Pablo II entiende que es esta orientación maternal la que construye comunidades cohesionadas y que afirman la vida. Es la influencia materna la que promueve la unidad dentro de las familias y es la génesis de la paz en toda la familia humana.
Mary Ann Glendon –esposa, madre y profesora de derecho en la Universidad de Harvard– recordó a las mujeres que:
Vamos a pedir una transformación cultural. Brindar cuidados, lo cual merece todo el respeto, es una de las formas más importantes del trabajo humano [y también resulta fundamental] la reestructuración del mundo del trabajo de tal manera que la seguridad y el progreso de las mujeres no tengan que ser a expensas de la vida familiar.
La Iglesia ha puesto un enorme énfasis en el papel de la mujer en esta hora de la historia. La cultura de la vida simplemente no se puede construir sin la influencia de las mujeres. Afortunadamente, la esperanza en las mujeres como agentes de esta restauración está bien fundamentada en un hecho demográfico clave: las mujeres, como nunca antes en la historia, ocupan posiciones cruciales en la plaza pública. Los avances que las mujeres han logrado profesional y culturalmente las colocan a ellas y a su “genio femenino” en el epicentro del cambio social. Las mujeres pueden abrir nuevas perspectivas para la cultura de la vida desde sus lugares de autoridad y poder de en una sociedad que valora los derechos de las mujeres. Por supuesto, solo las mujeres con una formación y una comprensión de su genio femenino podrán lograr esos cambios.
El Papa Juan Pablo II escribe que “la mujer tiene un genio propio, que es vitalmente esencial tanto para la sociedad como para la Iglesia”. Así, “han de considerarse profundamente injustas, no sólo con respecto a las mismas mujeres, sino también con respecto a la sociedad entera, las situaciones en las que se impide a las mujeres desarrollar todas sus potencialidades y ofrecer la riqueza de sus dones.” (Mensaje del Ángelus del 23 de julio de 1995).
En última instancia, el genio femenino se centra en el acto redentor de Jesucristo. Alice von Hildebrand comentó que “cuando la piedad se extingue en las mujeres, la sociedad se ve amenazada en su tejido mismo, ya que la relación de una mujer con lo sagrado mantiene a la Iglesia y a la sociedad en equilibrio, y cuando se rompe este vínculo, ambas se ven amenazadas por una total caos moral”. (First Things, abril 2003, 37)
Las mujeres que deseen tomar su lugar en esta guerra por la vida deben anclar sus esfuerzos en la Eucaristía, que “expresa el acto redentor de Cristo” (Mulieris Dignitatem 26). Son las mujeres, unidas a Cristo eucarísticamente, las que tienen el poder y la perseverancia para extender esa redención a la sociedad en su forma única y femenina.
Foto: Lan Yao
Mary Jo Anderson es editora colaboradora de Crisis y forma parte del consejo editorial de Voices (la revista de Women for Faith and Family). Vive con su esposo en Orlando, Florida.
Traducción: Irene González Hernández. Este artículo apareció en Catholic Answers, Inc. en Agosto 2005. Agradecemos la autorización de Mary Jo Anderson y Catholic Answers para traducir y publicar este artículo.
Cada otoño el Centro de Nicola para la Ética y la Cultura de la Universidad de Notre Dame realiza su congreso anual. Su última edición se llevó a cabo del 11 al 13 de noviembre de 2021 y el tema del congreso fue “Te he llamado por tu nombre: Dignidad Humana en un mundo secular”. Este coloquio interdisciplinario abordó el tema de la dignidad humana desde distintas perspectivas y disciplinas (filosofía, teología, literatura, medicina, ética, etc.) con más de 100 presentaciones y conferencias magistrales de profesores de la talla de Mary Ann Glendon (Harvard Law School) y Alasdair MacIntyre (Notre Dame University).
Uno de los paneles más interesantes y divertidos fue el de “La dignidad del cuerpo sexuado: asimetría, igualdad y justicia reproductiva real” con tres mujeres extraordinarias: Ericka Bachiochi, Abigail Favale y Leah Libresco.
Leah Libresco, quien fuera una conocida bloguera atea alumna de Yale, se convirtió en 2012 al catolicismo. Actualmente es escritora freelance y cubre temas sobre religión, estadísticas y teatro. Ha escrito textos para First Things y es autora de Arriving at Amen, un libro que cuenta la historia de cómo aprendió a rezar y Building the Benedict Option sobre cómo crear comunidades cristianas sólidas. Actualmente trabaja en la atención de Laicos con estudiantes de Princeton. También tiene un proyecto de substack que se llama Other Feminisms basado en la dignidad de la interdependencia. Es esposa y madre de dos hijos.
A continuación traducimos su exposición en el Congreso de Otoño de Notre Dame.
Leah Libresco en el congreso de Notre Dame.
Discurso de Leah Libresco
Una verdad fundamental que las feministas mainstream sí captan, que es muy valiosa y es un buen punto de partida para involucrarse con el resto de la cultura es que “las mujeres son iguales en dignidad a los hombres y [desgraciadamente] navegamos en un mundo construido bajo la idea de que los hombres son la persona default esperada”. Y eso pone importantes obstáculos a la participación de las mujeres como ciudadanas, amigas, familiares y en todos los ámbitos de la vida humana. Pero esas trabas no siempre están motivadas por la animadversión. A veces están motivadas por la negligencia, a veces están motivadas por la ignorancia. ¿En quién se piensa cuando se está diseñando una herramienta? No se piensa en el espectro completo de la experiencia humana.
Algunas personas, al igual que un niño pequeño, experimentan que el mundo tiene el tamaño y la forma incorrectos para interactuar con él. Pero tenemos la expectativa de que para un niño esta es una etapa temporal. Con el tiempo, crecerán y se convertirán en “nativos” del mundo construido y podrán navegarlo cómodamente. Para muchas mujeres en muchos ámbitos, ese momento nunca llega. Es común encontrar herramientas, incluso herramientas tan cotidianas como los teléfonos inteligentes, que no se diseñan teniendo en cuenta las proporciones femeninas: teléfonos excesivamente grandes que las mujeres no pueden sostener y que no pueden guardar en los inexistentes bolsillos de su ropa.
Estos son de los ejemplos más divertidos, pero vivir en un mundo que no se construye teniendo a las mujeres en mente, que no considera ni contempla una gama completa de humanos, no es sólo un inconveniente o algo a lo que simplemente le podamos dar la vuelta; puede ser peligroso.
Uno de los ejemplos más notables de lo peligroso que puede ser este olvido, es el hecho de que las mujeres a menudo corren un mayor riesgo en accidentes automovilísticos. Y la razón es que las mujeres tienen las piernas más cortas que los hombres, en promedio. Eso implica que para alcanzar los pedales en el automóvil las mujeres a menudo están más cerca del volante que un conductor masculino, lo que significa que están colocadas más cerca de la “bolsa de aire”, que está calibrada a la distancia que un conductor masculino se sienta. Por ello la bolsa de aira al ser expulsada golpea a una mujer con más fuerza.
La consecuencia de esta falla es una mayor tasa de muertes de mujeres por accidentes de coche. Especialmente porque, en su mayor parte, la seguridad de los automóviles se prueba utilizando maniquíes con proporciones y pesos masculinos, por lo que los peligros particulares para las mujeres no se toman en cuenta en los cálculos de riesgo reales.
Cuando se les presenta este problema a los fabricantes de automóviles, la respuesta es ambigua; hay una cita que quisiera decir textualmente de un fabricante: comprende que esto es un problema, pero realmente desearía que las mujeres se responsabilizaran de ser el problema, esencialmente. Él dice que “biológicamente, las mujeres son un poco más débiles y las mujeres sentadas más cerca del volante pueden ser un problema.
Hay una diferencia entre hombres y mujeres, lo reconozco, y reconozco que esto puede ser difícil de aceptar para las mujeres. Pero este no es un problema fácil de resolver. Se podría decir lo mismo de las personas mayores, porque tampoco son “normales”: La población que envejece también es más vulnerable que el conductor promedio debido a la debilidad de sus huesos y la masa y el tono muscular”. ¡Y ese es su comentario! Las mujeres no cumplen las condiones para ser conductoras, para ser personas; el problema es de las mujeres, no de la ingeniería, y noes un problema el ingeniero deba resolver per sé
¿Quizás las mujeres y los ancianos deberían considerar ponerse una armadura o ropa acolchonada? El fabricante no piensa en cuál es la solución ¿Se puede esperar que este señor diseñe automóviles que funcionen para mujeres o ancianos o personas con capacidades especiales?
Prueba de choque con los maniquíes Vince y Larry. Imagen: Departamento de Transportes Estados Unidos.
Consideremos también que cada vez que empezamos a reducir nuestra definición de quién es un ser humano, encontramos que muchas personas quedan fuera. Las mujeres son uno de los grupos más grandes habitualmente excluidos. Y sucede en todos los ámbitos que excluyen a la mujer, que esta exclusión va acompañada de la marginación de ancianos, personas discapacitadas y niños.
La causa de tales exclusiones esa una concepción muy estrecha de quién es normal. Quienes respaldan esta concepcíon a veces se preguntan con la mejor de las intenciones: “¿Cómo podemos ayudar a todas estas extrañas-mujeres-personas a superar el hecho de que son hombres deficientes?” Creo que esta es precisamente la trampa en la que a veces cae el feminismo –a veces con la mejor de las intenciones. Porque es difícil entender cómo enmendamos una cultura que no ve a las mujeres como iguales en dignidad, como si necesitaran ajustes “personalizados” –es gracioso, porque no decimos que los autos estén “personalizados” o adaptados para los hombres. Como si las mujeres no merecieran ciertos ajustes y adaptaciones para moverse cómodamente por el mundo.
Numerosas activistas feministas activas, que verdaderamente creen en la igualdad de dignidad de la mujer, tristemente se enfocan más bien en responder a la pregunta de “¿cómo puedo ayudar a las mujeres a hacerse pasar por mejores intentos de hombres para que puedan disfrutar de las libertades a las que sé que tienen derecho?”.
Otro ejemplo curioso. Una escritora descubrió que podía hacer que el sistema de navegación GPS de su automóvil reconociera mejor su voz si hablaba de manera exagerada con un tono de voz más grave, porque los diseñadores del sistema de navegación no habían probado el sistema de reconocmiento de voz del GPS con voces femeninas y la inteligencia artificial no estaba preparada para reconocerlas.
Esto es gracioso, pero no es tan diferente de muchos de los consejos que da Sheryl Sandberg en su libro Lean In, que trata sobre cómo navegar en el mundo corporativo construido alrededor de ciertas normas de conversación masculinas, algunas de las cuales son buenas, otras moralmente neutrales y otras un poco tóxicas. Dice Sandberg: “las mujeres tienen que aprender a dejar de disculparse o pedir permiso a otras personas para hacer cosas”. Y luego, si aprenden lo suficientemente bien cómo hacer el “equivalente conversacional” de hablar con voz fingida grave, entonces podrán mantener puestos de trabajo. Y ¿ no nos llena de entusiasmo eso? Podríamos decirle a nuestros autos a dónde ir y luego podríamos desarrollarnos en nuestra carrera profesional siempre que recordemos no decir “Esto es sólo una idea, pero quizá” o “Oh, lamento no haberme dado cuenta de que eso interfería con tu proyecto”. En lugar de estas expresiones amables tenemos que aprender a decir: : “¡No! ¡Me importa un bledo lo que pienses! ¡Mi proyecto va por encima del tuyo y el tuyo lo voy a pisotear y destruir!”
Quizá parezca que estos “ajustes” son más fáciles de hacer que el ideal de diseñar un ámbito profesional incluyente y amigable para las mujeres. Sin embargo permanece la insatisfacción de pretender que dar cabida a las mujeres en el ámbito de negocios, implica adoptar una forma única de moverse en el mundo, una forma única de interactuar que ni siquiera va acorde con el carácte y la personalidad de mcuhos hombres. Esta visión pretende únicamente forzar a más mujeres y hombres a adaptarse a este modelo estrecho como camisa de fuerza…
Muchas de quienes están a favor del “derecho a decidir” piensan que la resolución de Roe vs. Wade no fue una reivindicación del derehco a la privacidad, sino una reivindicación de igual protección ante la ley. Y su reclamo es que las mujeres no pueden tener la misma protección ante la ley, no pueden ser iguales como ciudadanas, sin pagar el precio de entrada a la sociedad, es decir: la capacidad de abandonar a alguien que es vulnerable y depende de ti.
Creo que en la descripción de esa realidad tienen razón, ese es el precio de entrada que le hemos puesto a la pertenencia a nuestra sociedad. El aborto es una exigencia injusta para las mujeres. No es la única exigencia injusta que hemos impuesto a las mujeres. Exigir que las mujeres vuelvan a trabajar o pierdan sus trabajos, días o incluso semanas después de dar a luz a un bebé, niega también no solo la dignidad de un niño, sino la misma realidad física de un niño.
Me gustaría encontrar más formas de animar a la gente a que se preocupe profundamente por la dignidad de las mujeres, que puedan darse cuenta de estas demandas injustas que se nos imponen una y otra vez, para que caigan en la cuenta de que el aborto es un ejemplo más de estas injusticias. Un ejemplo más en el que le decimos a una mujer: “el problema es que eres mujer; es tu responsabilidad encontrar la manera en que no tengamos que lidiar con esa realidad desagradable, y cualquier exigencia, cualquier sacrificio, cualquier cosa, el sufrimiento que tienes que causar para superar eso vale la pena, porque aquí no tenemos lugar para las mujeres”. Cuando no tenemos espacio para las mujeres, tampoco tenemos espacio para bebés y viceversa.
Generar un ambiente de acogida para mujeres y niños demanda un compromiso de nuestra parte para reconocer quiénes somos las mujeres y quiénes somos todos.
Dicho de llanamente: nuestro mundo facilita a los hombres vivir dentro de la mentira de que todos somos seres humanos autónomos. Algo que tampoco es cierto para los hombres. Y creo que cualquier hombre sabe que no es un ser autónomo y no necesita que se lo recordemos. Sin embargo en el presente nuestro mundo está un poco más dispuesto a aceptar las necesidades particulares que tienen los hombres o incluso a pedirles que hagan voluntariamente concesiones injustas; nuestra sociedad les ha pedido estas concesiones por tanto tiempo, que a los hombres ya no les parecen absurdas, a pesar de serlo.
En una discusión reciente sobre la licencia de paternidad de Pete Buttigieg, los ataques de detractores se enfocaban en negar que los padres cumplieran alguna función o tarea de cuidado de los hijos. Esto implica negar que el padre tenga obligaciones reales de atención al bebé, aunque obviamente no amamante al bebé. Es negar que existan obligaciones paternales no solo respecto a la esposa, sino directamente con el hijo. Obligaciones que requieren tiempo y espacio para cumplirse. Es negar también que la finalidad de tener un Estado sea garantizar que las personas tengan la libertad para poder cumplir con sus auténticos deberes.
Y sin embargo la forma en que reaccionamos frente a las obligaciones de las mujeres es diciéndoles que la condición que da lugar a esas obligaciones es un problema del que queremos liberarlas. Al igual que con el ingeniero automotriz, el problema fundamental es que las mujeres son demasiado vulnerables, demasiado cercanas. Y la pregunta es: ¿Dónde estamos estableciendo nuestro punto de referencia de cuán vulnerable es demasiado vulnerable; y de quién, o en el caso del automóvil, de qué estamos demasiado cerca?
Foto: Josh Willink.
Una de las cosas que me parecieron conmovedoras sobre el libro recientemente publicado de O. Carter Snead “What it means to be human” es que articula la defensa de la dignidad de un bebé en el útero de una manera muy diferente al tipo de defensa que se esgrime más a menudo.
Por lo general, los argumentos que escucho en favor de los no nacidos afirman algo así como: “dado que el bebé es casi como la madre, y dado que ambos son muy cercanos, podemos suplir las carencias del bebé con las capacidades de la madre”. Este tipo de argumento es el que aparece en la película de Juno: “¡Tu bebé tiene uñas, como tú! ¡Son básicamente lo mismo!” Resulta sorprendente tal afirmación viniendo de quienes suelen repetir que el nonato no es más que “un montón de células”.
Parece entonces que entre posiciones encontradas pueden señalarse algunos puntos de coincidencia. Es cierto por otra parte que mi hija (en mi vientre) en este punto puede percibir la luz si sus ojos están abiertos; puede escucharnos también; pero aún está lejos de desarrollar capacidades auditivas y visuales equivalentes a las mías. Pero la dignidad de mi hija no aumentó ni disminuyo cuando desarrolló capacidades auditivas y visuales embrionarias.
Me parece sorprendente del libro de Snead, que no defiende la dignidad del nonato afirmando que “el bebé es básicamente como su madre adulta”; por el contrario, Snead afirma que “la madre es básicamente como el bebé”. ¿No suele ser un insulto comparar a alguien con un bebé? ¿No es infantilizante? Se considera un insulto poruque se asume que afirmar cualquier dependencia mutua de dos personas es denigrante. Snead sostiene que el bebé tiene una exigencia justa ante su madre y es vulnerable y requiere apoyo.
Como mujer embarazada pienso que tengo una exigencia justa hacia mi esposo. Los dos, en virtud de la necesidad creada por la vulnerabilidad de mi embarazo, tenemos una exigencia ante las personas que nos rodean. Y al igual que mi bebé “me exige” en cierta forma y con mucha razón muchas acciones y cuidados, que continue con el embarazo pero también: “aliméntate mejor; descansa más tiempo, haz una pausa en tus actividades”; de una manera análoga yo también tengo derecho a exigir ciertas cosas. El origen de ese derecho es mi vulnerabilidad y mis necesidades derivadas de mi condición de madre embarazada.
Rara vez he visto que la causa pro-vida recura a esta argumentación, que parte del reconocimiento de la debilidad, de la profunda vulnerabilidad y la incapacidad del niño. Y que defiende que esta condición vulnerable y carente es esencialmente igual a la de cualquier otro ser humano.
Leah Libresco y su bebé.
Por eso, un mundo que es particularmente hostil a las vulnerabilidades específicas de las mujeres siempre será hostil a la necesidad y la carencia humana en general. Un feminismo que aboga por la dignidad de la mujer, por la dignidad de la reproducción de la mujer es un feminismo que en última instancia es benéfico para los hombres, para los ancianos, bueno para los niños y para los discapacitados, porque afirma: “Tenemos que acoger a los demás tal como son: Somos seres vulnerables. Ser humano es ser por naturaleza “una carga” para los demás.”
No sigamos la lógica de que “todos estamos muy cerca de ser autónomos” y que el objetivo es simplemente “elevar un poquito la autonomía de todos” y si esto no resulta entonces “elevarla un poquito más” en la creencia de que el sentido de la vida del ser humano es ser independiente. La independencia no es ni posible, ni deseable, discapacitados o no, embarazadas o no, en el vientre materno o fuera de él.
Dios ha bendecido mi casa con la presencia y el trabajo doméstico de una persona a quien admiro y respeto: la Sra María Pedro Pablo originaria de Nochixtlán, Oaxaca. Llegó conmigo para alivianar la carga de mi trajín doméstico. Cuando la conocí, me limité a preguntarle si estaba casada y si tenía hijos. Me contestó que estaba casada sólo por la iglesia y que tenía dos hijos: Alberta de siete años y Carlos Daniel de cuatro.
Acto seguido le indiqué sus responsabilidades, los días que necesitaba que viniera a trabajar y su paga diaria. En esa época no me interesaba conocer más de las circunstancias de su vida. Así dio inicio una relación que empezó siendo sólo laboral a secas, que dura ya más de veinte años y que ha madurado y se ha convertido en una relación fraterna-laboral. Durante los primeros diez años de convivencia, ella padeció muchas vicisitudes en su vida personal: al poco tiempo de nacer su ultimo hijo Oswaldo, su frustrado esposo comenzó a golpearla y pasado el tiempo también comenzó a golpear a su hijita Alberta, de diez años, hasta que el hombre acabó abandonando a su familia.
Mujer indígena. Ilustración Claudio Linati del libro “Costumbres civiles, militares y religiosas de México”.
María vivía arrimada, con sus tres niños pequeños, en un cuartito con techo de lámina propiedad de su padre; sus hermanos solteros comenzaron a maltratar física y psicológicamente a sus niños mientras ella tenía que trabajar. Dejaba su cuartito muy temprano en la mañana pues hacía dos horas de camino a su lugar de trabajo, es decir, mi casa; y regresaba ya de noche con sus niños. Al abandonarla, su esposo la despojó del único patrimonio que entre los dos estaban creando: un terrenito en un área popular del estado de México.
Pasados tres años de todas estas vicisitudes, la Sra. María me sorprendió un día con una solicitud desesperada: “Sra. Irene, necesito que me preste $5,000.00 para no perder un terrenito que estoy pagando. Mis padres y mis hermanos no tienen la voluntad ni los medios para ayudarme. Mi padre me increpó porque las mujeres no saben nada de negocios y que mejor debo dejar perder el terreno y no meterle más dinero bueno al malo”. Nunca me esperé que con el magro ingreso que obtenía de trabajar conmigo (a estas alturas ya trabajaba conmigo cinco días a la semana y yo era su única patrona), todavía tuviera la “disciplina financiera” de limitar sus gastos (básicamente agua, luz, gas y comida para ella y sus tres hijos) y poder pagar ella sola los abonos mensuales de un nuevo terrenito. Ustedes pensarán: qué buen corazón de la Sra. Irene. ¡Le prestó los cinco mil pesitos! Pues no, realmente no le creí lo del pago del terrenito en mensualidades, así que le pedí los papeles donde constara dicha situación. ¡Y me los trajo! Me quedé con el ojo cuadrado, y ahora sí, le presté los $5,000.00 los cuales fue pagando semana a semana.
Pasada una década de relación, Dios nos iluminó a mi esposo y a mí, para reconocerle su trabajo diligente y honrado y convenimos en otorgarle una gratificación para que pudiera construir un cuartito y poder así, liberarse ella y sus hijos del infierno en el que vivían por ser arrimados en casa de su padre. ¿En dónde creen que iba a construir el susodicho cuartito? Pues ni más ni menos que en el terrenito que ella sola terminó de pagar y del cual me trajo sus papeles de posesión. Se trata de un área en el Estado de México regularizada durante la gestión del presidente Vicente Fox. Mi esposo y yo le pedimos que nos trajera un presupuesto del costo de dicho cuartito y le dimos su gratificación. ¡Esta mujer hace milagros con el dinero! Le alcanzó para hacer dos cuartitos en lugar de uno y callarle la boca a su padre. Su padre es trabajador de la construcción y terminó por ayudarle con su mano de obra y su “know-how” de albañil.
Mirando en retrospectiva ella es la roca invisible, inadvertida que sostiene mi cordura por su constancia, su honradez, su lealtad y su diligencia, así como la suave discreción que caracteriza su personalidad. Y por ello tiene mi eterno agradecimiento. Tristemente su personalidad discreta proviene del sometimiento machista que a la fecha vive en su propia familia (ahora sus dos hijos varones son los que la hacen sufrir) y del que vivió con el padre de sus hijos hasta que la abandonó.
El Papa Juan Pablo II -en su discurso dirigido a los colombianos en el parque El Tunal en Bogotá el jueves 3 de julio de 1986- decía que entre ustedes, hijos de Dios “… habrá muchos que encuentran en el trabajo grandes satisfacciones. Un trabajo seguro, con un salario suficiente para poder sustentar la propia familia; felices de poder ofrecer a los hijos una mesa bien servida, en un hogar decente y acogedor, vestirlos bien, darles una buena educación con miras a un futuro mejor”. Si este es tu caso el Papa te aconseja: “Mostrad por ello siempre un corazón agradecido a Dios”. Pero el Papa también te pide que no pierdas de vista que hay “también no pocos con grandes dificultades. Me refiero a cuantos sufrís el dolor de ver a los hijos privados de lo necesario para su alimento, vestido, educación; o que vivís en la estrechez de un humilde cuarto, carentes de los servicios elementales, lejos de vuestros sitios de trabajo; un trabajo a veces mal remunerado e incierto; angustiados por la inseguridad del futuro. Y hay también, por desgracia, muchos de entre vosotros que sois víctimas del desempleo. Sufrís porque no tenéis trabajo, después de haberlo buscado inútilmente y a pesar de estar capacitados para ello”.
Esta última descripción del Papa señala a cabalidad las angustias de la mayoría de las “Marys”, conserjes y chóferes particulares de mi colonia; y he corroborado que a muchas de mis “vecinas patronas” no les interesa conocer la vida personal de sus “Marys” y mucho menos involucrarse en sus vicisitudes. Desgraciadamente, las patronas que más aguantaron, a los tres meses del encierro forzoso por la pandemia despidieron a sus “Marys”.
La muchacha de la escuderia. Lienzo Jean-Baptiste Simeon Chardin
En mi familia hicimos un gran esfuerzo, pero apoyamos a la Sra. María pagándole íntegro su sueldo durante 10 meses y medio sin que tuviera que venir a trabajar, para evitar así que se expusiera al Covid por tener que usar transporte público. Si antes de la pandemia tú eras una patrona agraciada con el privilegio de tener una “Mary” a tu servicio, deseo de corazón que hayas hecho un esfuerzo por pagarle su día o semana o mes a pesar de no aceptarla a trabajar en tu casa por el riesgo que corría tu familia de contagiarse de Covid19 y de no correrla dejándola a su suerte.
Me despido con una última reflexión del Papa Juan Pablo II del mismo discurso antes mencionado: “El trabajo, que lleva siempre el sello de la dignidad del hombre, no es superior o más digno porque sea objetivamente más importante o mejor remunerado; también los trabajos más humildes y fatigosos tienen como distintivo propio la dignidad personal. En consecuencia, no olvidéis que la dignidad del trabajo depende no tanto de lo que se hace, cuanto de quien lo ejecuta que, en caso del hombre, es un ser espiritual, inteligente y libre”.
¿Tú has admirado a alguna de las “Marys” que Dios ha puesto en tu vida? ¿Alguna de ellas ha crecido en humanidad al trabajar para ti?