Recientemente, con pocas horas de diferencia, recibieron la eutanasia Víctor Escobar y Martha Sepúlveda en Colombia. En ambos casos padecían enfermedades no terminales. Se comprueba, una vez más, al igual que en Holanda y Bélgica, la denominada “espiral de la eutanasia.” ¿En qué consiste? Una vez que la vida humana ha dejado de ser intangible, y comienza a valorarse de acuerdo a patrones subjetivos, cae en una pendiente resbaladiza, donde progresivamente vale cada vez menos.
Me explico. La eutanasia entra en la sociedad por medio de situaciones límites. El típico enfermo, en estado terminal, al que solo le resta sufrir estoicamente esperando el desenlace final, al que se le ofrece la oportunidad de acortar sus sufrimientos recurriendo a la eutanasia. Esta práctica se despenaliza pensando siempre en este caso extremo, con el que genera empatía dentro de la sociedad, pues siempre queda en el aire el fantasma de pensar “¿qué haría yo si estuviera en su lugar?”, la gente prefiere tener todas las puertas abiertas, por si llegara a encontrar en una situación semejante. Esa empatía con el moribundo, comprensible ciertamente, no deja de tener algo de sentimental, que desvía la atención del hecho de fondo: le hemos quitado a la vida su valor intangible, su carácter absoluto y, al hacerlo, de alguna forma entra en una especie de “leyes de mercado” donde a veces puede valer más, pero otras menos.
Foto: Karolina Grabowska.
El siguiente peldaño de esa espiral de la muerte que es la eutanasia, es el de las enfermedades crónicas, como las que padecían los dos colombianos recientemente asesinados legalmente. Es decir, la “compasión” se extiende a quienes ya no tienen esperanza de curación, cuyo pronóstico de vida no es alentador, pues les obliga a convivir con el sufrimiento de manera habitual. Obviamente nadie quiere estar en esa situación, pero si se está, ¿se tiene derecho al suicidio? En Colombia la eutanasia, ya está permitida en estos casos, e incluso en el de enfermedades psíquicas, lo cual supone un paso más en la espiral de la eutanasia: si ya pueden los enfermos terminales y los crónicos, ¿por qué no los psíquicos? Muchas veces los padecimientos psíquicos producen mayores vejaciones que los somáticos. Pero, en resumen, con cada paso en esa dirección, la vida va valiendo menos.
Nótese que esta espiral desnaturaliza la medicina; pues en vez de buscar la curación, o por lo menos el mejoramiento de la situación vital del enfermo a través de los cuidados paliativos, va a zanjar el problema, simplemente procurando la muerte del paciente. El médico, cuya vocación es sanar, estar al servicio de la vida, se pone a disposición de la muerte. Todo ello, no lo olvidemos, porque nosotros nos hemos atribuido la facultad de decidir sobre nuestra vida hasta el extremo de poder terminar con ella, lo cual no deja de ser curioso, pues ninguno de nosotros decidió vivir, todos hemos recibido la vida como un don.
Hospital. Foto: Erkan Utu.
¿Cuál es el siguiente paso en la espiral de la eutanasia? Todavía no lo ha dado Colombia, pero sí Holanda, donde ya puede aplicarse a menores de edad, desde los 12 años con el consentimiento de los padres, desde los 16 sin ese consentimiento. Ya pueden postular a ella incluso personas sanas, que simplemente se han hartado de vivir. Ahí el valor de la vida ha sido sacrificado en el altar de la libertad. Esperemos que Colombia no llegue a estos extremos.
Pero no solo existe la “espiral de la eutanasia”, también está “la paradoja de la eutanasia.” ¿En qué consiste? Normalmente son grupos libertarios los que promueven la eutanasia arguyendo que las personas tienen derecho a tomar el control de sus vidas y decir “hasta aquí”. Pero lo que ha pasado, por lo menos en Holanda y Bélgica, es que muchas veces no son los pacientes los que deciden la eutanasia; sino sus familias y, más frecuentemente, los doctores mismos. Lo que comenzó como ícono de la autodeterminación terminó siendo el campo en el que los especialistas deciden hasta dónde merece la pena o no vivir. Así ha sido en Holanda y Bélgica: la espiral de la eutanasia termina convirtiéndose en la paradoja de la eutanasia. Una vez que le hemos quitado el carácter sagrado y por ello intangible a la vida humana, ésta se desliza por una pendiente en la que cada vez vale menos.
El 7 de octubre se celebra a Nuestra Señora del Rosario, una fiesta instituida tras la batalla de Lepanto en 1571. Los cronistas narran que el resultado victorioso de la batalla fue producto de la intervención de María Auxiliadora. Aunque tradicionalmente Octubre es el mes del rosario, cualquier época del año es adecuada para rezar el rosario solos o en familia.
En esta oración, se consideran diferentes pasajes de la vida de Jesús. Los misterios dolorosos son realmente de dolor, nos recuerdan la Pasión de Jesús, desde la oración en el Huerto de los Olivos hasta su crucifixión y muerte, pasando por la flagelación, la coronación de espinas y el camino del calvario. Un muy alto precio, pagado por Él, para redimir a la humanidad.
Es cierto que el dolor es inevitable en la vida humana. Dios no priva a nadie de él, a pesar de que todos preferiríamos una vida sin dolor. La vida es más bien agridulce y muchas veces los momentos alegres van unidos estrechamente al dolor.
Dios Padre dio a sus seres más queridos: Jesús, María y José, una muy buena dosis de dolor. Un claro ejemplo de esto son los misterios del rosario llamados gozosos, que incluyen aspectos muy dolorosos. Analicemos un poco cada uno:
1º La anunciación. Cuando el ángel Gabriel dijo a María “Dios te ha favorecido, concebirás y darás a luz un hijo; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo y su reino no tendrá fin”, anunciándole así que sería la madre de Dios, del Mesías prometido, fue para ella un momento muy gozoso. Pero no alcanzó a comprender cómo sería eso, ya que, junto con José su prometido, había ofrecido permanecer virgen. Seguramente se sintió desorientada pues Dios le pedía algo en contra de esta promesa. Sin embargo, se declaró esclava del Señor y aceptó la misión.
La Anunciación. Fra Angelico. Museo del Prado.
2º La visita de María a su prima Santa Isabel. María, con tres meses de gestación, salió de Nazaret para ayudar a su prima que también estaba embarazada y a punto de dar a luz. Isabel era de edad avanzada y había sido estéril, pero Dios le concedió ser madre de un niño: Juan, quien más tarde sería llamado el Bautista. Al escuchar las alabanzas de Isabel, María agradeció a Dios diciendo: “Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador”. Sin embargo, sabía que cuando regresara a su ciudad, José notaría su propio embarazo e imaginaba su reacción ante este hecho tan desconcertante para él. ¿Cómo era posible que ella estuviera a punto de dar a luz si no habían convivido como esposos? María temía el enojo, decepción y tal vez hasta rechazo de parte de alguien tan amado, a quien no quería hacer sufrir. Al regresar no le explicó nada, hasta que José (que había pensado repudiarla en secreto) recibió directamente de parte de Dios la explicación que aclaraba todo y regresaba a María a su justa posición, pues el embarazo había sido virginal, por medio del Espíritu Santo.
La visitación. El Greco.
3º El nacimiento del niño Dios en un portal de Belén. Siempre es una gran bendición la llegada de un nuevo ser al mundo. ¡Y qué decir del Hijo de Dios encarnado!, pero no todo fue gozo. En nuestras tradicionales posadas mexicanas solemos meditar sobre la angustia creciente de José al no poder encontrar un lugar adecuado para que su esposa diera a luz. Nos hemos hecho una idea romántica del Nacimiento, imaginando una agradable cueva o un portal rústico y un pesebre limpio. En realidad, era un sitio con corrientes de aire frío, sucio, maloliente y con animales compartiendo el espacio; un lugar muy poco adecuado para que naciera un bebé. Esto debió haber sido muy difícil para ambos padres. Por supuesto que hubo un gran gozo cuando el ángel anunció al mundo que nos había nacido un Salvador, y que la señal era que el recién nacido estaría envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Esto, junto con la aparición de una multitud del ejército celestial, alabando a Dios, compensaba las incomodidades sufridas por la Sagrada Familia.
Adoración de los pastores. Matthias Stomer.
4º La presentación en el Templo. Pasado el tiempo reglamentario después del nacimiento, fueron los dos jóvenes padres al Templo de Jerusalén para cumplir con la norma de presentar al Niño y se encontraron con Simeón. Este anciano justo y piadoso, esperaba el cumplimiento de lo que le había revelado el Espíritu Santo: que no moriría sin ver al Mesías. Al encontrarse con Jesús, alabó a Dios diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos”. Así, los padres volvieron a confirmar la grandeza de su misión en la tierra: cuidar al Hijo de Dios. Sin embargo, Simeón añadió, dirigiéndose a María: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón”. Los esposos no entendieron con claridad de qué les hablaba. Era demasiado oscuro y seguramente se angustiaron ante el sufrimiento anunciado.
Presentación del Señor en el templo. Giovanni Bellini.
5º El niño Jesús perdido y hallado en el templo. Cuando el Niño cumplió doce años, subieron los tres a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Tal vez el gozo se debía a que era la primera vez que Jesús asistía a esta importante celebración religiosa. Pero, acabada la fiesta, Jesús permaneció en Jerusalén sin que José y María se dieran cuenta. Ellos, después de haber recorrido el camino de regreso durante una jornada completa, tuvieron que volver a Jerusalén en su búsqueda.
Algunas personas conocen la angustia de perder a un hijo. Es algo terrible, vienen a la cabeza los peores pensamientos y presentimientos y la desazón es inmensa. Eso vivieron José y María durante tres interminables días mientras buscaban y preguntaban aquí y allá si alguien había visto al pequeño Jesús. Finalmente, encontraron a su hijo en medio de los doctores del templo. Y al preguntarle por qué había hecho esto, Él les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?». Ellos no entendieron lo que les decía.
Cristo a los doce años en el templo, de la serie Los siete dolores de Maria. Albrecht Dürer.
Otro periodo muy difícil en la vida de José y María fue cuando tuvieron que huir a Egipto porque Herodes buscaba al Niño para matarlo. Como migrantes, con unos cuantos bienes, tuvieron que abrirse paso en una tierra lejana y desconocida, empezando desde cero. Y aunque no se considera este hecho entre los misterios del rosario, no podemos pasarlo por alto si contemplamos los dolores de la Sagrada Familia.
En nuestra vida cotidiana, muchas veces no entendemos por qué pasa algo. La parte dolorosa de los acontecimientos que nos toca vivir es difícil de comprender y aprovechar. Pidamos luz para aceptar tanto lo bueno como lo malo y una actitud abierta a la voluntad de Dios.
Pregunta un alumno de medicina: “Padre, en la Nueva Carta a los Agentes Sanitarios se dice que algunas personas pueden rechazar los analgésicos para unirse a la Cruz de Jesucristo, para ofrecer sus dolores a Dios. ¿Qué gana Dios con nuestro sufrimiento? No tiene sentido tal aseveración.” Efectivamente, es muy aguda la observación del alumno, y comprensible en un mundo descristianizado. Son pocos los lugares en el Magisterio reciente donde se recuerda tal posibilidad, pareciera una práctica perdida, residuo de antiguas visiones tremendistas del cristianismo.
Caricatura “dolor de cabeza” de G. Cruikshank. (1835)
Sin embargo, tal perspectiva no ha desaparecido totalmente del Magisterio de la Iglesia y de la práctica cristiana. Baste recordar dos textos: En la Nueva Carta a los Agentes Sanitarios, documento del 2017, dice en su número 95: “El dolor puede tener para el cristiano un alto significado penitencial y salvífico… No debe, pues, sorprender que algunos cristianos deseen moderar el uso de los analgésicos, para aceptar voluntariamente al menos una parte de sus sufrimientos y asociarse así, de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado.”
El otro texto es de Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi n. 40, donde pareciera que hace una reminiscencia de prácticas ya materialmente perdidas, o en desuso dentro de la Iglesia, pero que sería interesante recuperar:
“La idea de poder «ofrecer» las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, era parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta hace no mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada. En esta devoción había sin duda cosas exageradas y quizá hasta malsanas, pero conviene preguntarse si acaso no comportaba de algún modo algo esencial que pudiera sernos de ayuda. ¿Qué quiere decir «ofrecer»? Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo, y que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. De esta manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar también un sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres.”
Vale la pena citar ambos textos por extenso, pues son esporádicas las alusiones del Magisterio a esta realidad, que por otra parte es una práctica muy habitual entre muchos católicos: Enfrentarnos al tema del dolor y darle un sentido cristiano. El alumno de la clase convenía en la oportunidad de ofrecer tal dolor si no podía evitarse; pero no entendía el hecho de no evitar un sufrimiento, pudiendo hacerlo. No es culpa suya, ha crecido en un ambiente hedonista, donde el bien es el placer, lo que se debe buscar; y el mal es el dolor, lo que se debe evitar. No entraba en su cabeza la posibilidad de negarse a evitar voluntariamente un dolor. Su pregunta es una muestra práctica, fehaciente, de la cultura secularizada, hondamente descristianizada. Frente a esta cultura y mentalidad, el mensaje cristiano de la penitencia puede sonar más o menos a chino, es decir, incomprensible.
“Los 21 mártires” del pintor copto Wael Mories.
No es el tema nuclear, pero sí es medular en el cristianismo la realidad de la Cruz. El sufrimiento de Cristo y la posibilidad de unirnos a ese sufrimiento. Un cristianismo sin cruz no es auténtico. Vale la pena recordar algunas de las “ventajas” del dolor, leído en clave cristiana, pues es una realidad que no podemos evitar del todo y con la que nos hemos topado abruptamente ahora, durante la pandemia. El dolor es ambivalente: nos puede destruir interiormente o nos puede hacer crecer, madurar, ser más humanos y comprensivos con nuestros semejantes. Todos tenemos pecados, y por tanto todos necesitamos de la penitencia para purificarnos y poder gozar de Dios al final de nuestras vidas. Y un sentido más profundo, “místico” del sufrimiento, es la posibilidad espiritual de unirnos a Jesús sufriente a través del sufrimiento.
Una catequesis completa sobre el sentido cristiano del sufrimiento la encontramos en san Juan Pablo II, en el ya lejano 1984, con su carta Salvifici doloris. Es muy aconsejable darle una releída, una desempolvada, pues tendemos a confrontar al sufrimiento sin las claves cristianas capaces de darle un sentido positivo. En el fondo, lo que Jesús nos enseña en la Cruz es a amar a través del dolor; nosotros a veces podemos buscar el dolor para amar de esa forma, a veces no lo podemos evitar y necesitamos encontrar ese camino, para brindarle el sentido que nos lo haga más llevadero.