Love kills, scars you from the start: de la independencia a la dependencia
“El amor mata, te hiere desde el principio”;”El amor no te deja solo”: así dice la famosa canción de Queen.
En un mundo en el que vivimos en el mito de la independencia y la soledad universal, el amor parece ser sólo un peligro del que hay que huir o con el que hay que llegar a un compromiso para alcanzar algún objetivo predeterminado (una familia, unos hijos, un trabajo), algo que hay que controlar, algo que nos da miedo. Se acerca San Valentín, y estamos dispuestos a celebrar nuestra soledad, nuestra independencia, con regalos que cubran nuestro miedo ¿Se ha convertido el amor en una formalidad como cualquier otra? ¿Se ha reducido a algo que debe contenerse entre las paredes de un hogar, en una pareja, en una pequeña comunidad? ¿Ha perdido su naturaleza universal? ¿Es una pérdida de tiempo?
Hemos crecido en una cultura en la que el mito a seguir es el de la independencia económica y emocional, el de salir adelante por nosotros mismos. Hemos trasladado los paradigmas del razonamiento económico a los de la sociedad. Hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad de mercado en la que todo tiene un precio, el precio de nuestra independencia, o la ilusión de ella; el precio del tiempo que se ha convertido en dinero.
Hay muchos caminos psicológicos, de coaching, de crecimiento personal, que celebran obsesivamente la “libertad” y la independencia. Mucha gente está ahora obsesionada con ser afectivamente dependiente de alguien; un mal que hay que curar, un mal que hay que evitar o, si pierdes el control, del que hay que escapar. Cuando algo va mal en una relación, estamos listos para llamarla tóxica, para huir inmediatamente; el riesgo es… el riesgo es… …. morir ¿Pero no es eso el amor? El amor duele desde el principio ¿No es el enamoramiento la apertura de una herida? ¿No busca el amante el contrapunto de su propia fragilidad buscando la herida del otro, incluso creándola él mismo?
Si lo pensamos, toda la fase del enamoramiento, hoy en día, también es vista de forma negativa, como una pérdida de tiempo para alcanzar el ansiado vínculo corporal, dominada por una sexualidad imperante que cubre el vínculo más profundo elegido como único lenguaje de los amantes (“la sexualidad emancipa” es el lema desde el 68′ hasta hoy) ¿No es el enamoramiento una herida, una apertura de una herida para amar?
El amante suspira en las esperas, en los silencios, en los miedos, en las dudas; espera una palabra del otro que le confirme que está herido tanto como él, una herida en la que reconoce la suya. Es ahí, en ese encuentro de heridas, de fragilidad, donde nace el amor. Muchos hablan del amor como una elección, pero toda elección es fruto de una herida ya abierta, el enamoramiento ya es amor.

Foto: Valerio Pellegrini
La primera cita es un riesgo terrible a partir del cual toda la historia puede dar un giro u otro. Las imágenes, los olores, los sueños y los deseos que ambos se transmiten son el resultado de sus respectivas heridas que se vuelven comunes, universales, se transfiguran en algo que no eran. Enamorarse es ya hacerse dependiente de una herida común, es empezar a vivirla en profundidad hasta el punto en que eliges, comprendes que quizás esa no era una herida sino era el amor mismo.
A menudo, en nuestra sociedad tendemos a ver incluso la etapa del enamoramiento como algo negativo, un paso obligado o casi una pérdida de tiempo. El realismo quiere que el enamoramiento y el amor sean dos cosas diferentes, pero, en realidad, ambos son amor, sólo que el primero aún no se ha revelado a quienes ya están inmersos en él. Enamorarse es una confesión de dependencia, es dar tiempo al amor para que se revele, es la herida de vivir en el tiempo del otro y no en el nuestro, entrar en un tiempo eterno y no en el nuestro.

Foto: Valerio Pellegrini
La emancipación no es sexual, no es económica, no tiene que ver con el poder, como subraya obsesivamente esta sociedad, sino que está paradójicamente en la dependencia, en los vínculos que se establecen a nivel espiritual, en las relaciones. Dependemos de nuestras heridas y de las de los demás. Tantos amores de hoy caen precisamente en este punto, en una dependencia irredenta, en heridas que no son acogidas. Cuántas veces hemos escuchado la frase: necesito mi espacio.
Pero, ¿qué son estos espacios sino la falta de voluntad de admitirse a sí mismo que se es dependiente? ¿No se siente perdonado por ser dependiente? No hay nada malo en ser dependiente, ¡en eso consiste el amor! La famosa independencia, o libertad, está precisamente en sentirnos perdonados en nuestra dependencia. Nuestra libertad está en perdonar nuestro no ser libres. La paz en una relación es admitir que no es nuestra y que no depende de nosotros. La unión es aceptar que unidos, en realidad, quizás no queremos estarlo.
La verdad es que hemos hecho del enamoramiento, y por tanto del amor, un miedo, o un temor a tener miedo, a mostrarnos débiles, a cubrirnos con actos materiales, pero estos descienden del vínculo y no al revés. Sólo cuando el vínculo prevalezca estarán llenos de sentido; un sentido que no hay que buscar sino que se revela a las dos heridas; un sentido que trasciende y traspasa la pareja, las paredes de las casas, una familia, una pequeña comunidad, un sentido universal, y las transforma.

Foto: Valerio Pellegrini
Un sentido que comienza con una mirada o con el miedo a una mirada, con abrir el corazón o cerrarlo, con un intercambio de bromas o con caer mal, con la libertad, el coraje, los miedos y las angustias, con soñar y desear un futuro que aún no existe o tener miedo de él. Tal vez el amor sea soñar/desear o tener miedo de un futuro que aún no existe pero que sabemos que ya está ahí, es nuestra herida, es nuestra dependencia del amor y del otro presente, pasada y futura. Así que recuperemos el romance, tal vez el más real de los amores, la confesión de nuestra indigencia, de nuestra carencia, de nuestros vacíos, de nuestras resistencias, de un tiempo entregado sin miedo porque si el tiempo es ya eterno como nuestras heridas, entonces, nunca se pierde y nuestras pre-concepciones sobre el otro son sólo revelación de nosotros mismos.

Foto: Valerio Pellegrini
Me gusta pensar en el amor con una etimología poética no confirmada que ve el origen de la palabra amor en el latín a-mors, lo que va más allá de la muerte, lo que es sin muerte, quizás porque el amor es la “muerte” misma (o lo que llamamos muerte pero que en realidad es vida plena), es, como decíamos, nuestra propia dependencia de ello. Somos mendigos del amor, es decir, de Dios. Vivamos, pues, al máximo esta dependencia; vivamos este día de San Valentín como nuestra fiesta de la dependencia, la confesión de la dependencia del amor, o la del miedo a la dependencia del amor, que es Dios mismo. Vivámosla como la fiesta de la acogida del tiempo/herida del otro y, por tanto, también del nuestro, de un tiempo que es un eterno presente. Miremos a nuestro amante con una mirada romántica que huela a eterno, donde nuestra soledad se comparte, y el fuego en el corazón arde. Si el Cantar de los Cantares dice que “fuerte como la muerte es el amor”…. entonces tiene caso decir… ¡ay amor!

Foto: Valerio Pellegrini