Cuaresma ¿Otra vez?  Cuatro claves para experimentar el desierto

Cuaresma ¿Otra vez? Cuatro claves para experimentar el desierto

Por Mauricio Fajardo

“Miren cómo se aman”

Cuando era mortalmente peligroso ser cristiano en los primeros siglos, antes de la era de Constantino, la Iglesia estaba principalmente formada por hombres y mujeres convencidos de su fe.
La sangre era un precio que estaban dispuestos a pagar por su fe. Se bautizaban personas previamente catequizadas y conversas no sólo en cuanto a los dogmas, sino congruentes en acto y pensamiento. A tal grado llegaba la fe de los cristianos, que los contemporáneos se admiraban, positiva o negativamente, de la fuerza que demostraban ante el martirio y en el día a día: “Mirad cómo se aman…Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro.” (Tertuliano)

El día de hoy, no tenemos que escondernos en catacumbas (al menos en occidente), ni ser la deshonra de la familia por convertirnos al cristianismo; podemos afirmar, cuando nos preguntan, que somos “católicos de nacimiento”. Algunos quizás afirman “creo en Dios, pero no en la Iglesia.”
Nos bautizan cuando no podemos elegirlo y, al crecer, nos llevan a la Misa dominical, donde aprendemos a sentarnos y levantarnos, a persignarnos y a decir amén. 

Con el correr de los años, el secularismo parece ganar terreno y, para muchos, ya es raro ir a Misa incluso en los días más solemnes. En muchos hogares, la abuela es quizás el último vestigio de superstición que queda, y la acompañamos a misa o rezamos el Rosario sólo para darle gusto. Algunas tradiciones continúan entre nosotros, aunque con otro significado: en Navidad hacemos fiestas y nos deseamos lo mejor;  el día de reyes partimos roscas de Baby Yoda; en Cuaresma podemos ir a Burger King y pedir la hamburguesa de pollo, en vez de la hamburguesa de carne. No puedo evitar recordar a un amigo agnóstico de la facultad que se espantó al recordar que era viernes de vigilia y había comido carne.

Parece que, en estos tiempos, la religión es más tradición que un modo de vida interiorizado. El calendario sigue pasando y, de nuevo, nos encontramos en el tiempo de Cuaresma para llegar a la Pascua y nos preguntamos: ¿Otra vez? He escuchado algunos comentarios sobre esta fecha, uno que llamó especialmente mi atención fue: “Ya dejen en paz al pobre Jesús, que suficiente tuvo con sufrir una vez, como para que año con año lo estemos recordando.”

Iglesia Dominus Flevit (“El Señor lloró”), Jerusalén.
Arq. Antonio Barluzzi, Foto: Mauricio Fajardo

Así es… otra vez. El calendario se repite año con año, pero la vida no es siempre la misma. Una misma fecha puede vivirse de distintas maneras cada vez, y por eso deberíamos conocer un poco más sobre este tiempo para vivirlo del mejor modo.

El sentido de la Cuaresma

¿Qué significa realmente la Cuaresma? ¿Puede “servirme” de algo vivirla? La Cuaresma es tiempo de purificación y de preparación para la Pascua, es decir, preparación para renovar en el corazón el acto de amor más grande, que tiene el poder de dar verdadero piso y sentido a tu vida. 

La Muerte y Resurrección de Cristo sucedieron históricamente en abril del año 33 d.C., pero no conmemoramos a un maestro de moralidad que murió y ahora vive en nuestra memoria colectiva.  Más bien renovamos nuestra relación con Dios, que se hizo hombre para que todo aquel que ha respirado en esta Tierra -en el pasado, presente y futuro- pueda tener vida eterna ahora y cuando nos vayamos de este mundo. Y así seamos alimentados con el pan del sentido.

Joseph Ratzinger nos explica en su libro Introducción al cristianismo que “el sentido es el pan de que se alimenta el hombre en lo más íntimo de su ser. Huérfano de palabra, de sentido y de amor cae en el <<ya no vale la pena vivir>>, aunque viva en medio de un confort extraordinario.”

En miércoles de ceniza mientras el sacerdote o ministro coloca una cruz en la frente, se recita: “Arrepentíos y creed en el Evangelio” (Mc. 1, 15), citando las palabras con que Jesús comienza su misión después de un prolongado ayuno de 40 días en el desierto cercano a Jericó.


Siguiendo la tradición judeocristiana, los números tienen una carga simbólica muy importante, el número 40, bíblicamente significa “cambio” y también “historia del mundo con relación a Dios”. De ahí que los 40 días que Jesús pasó en el desierto y que nosotros también vivimos, desde el miércoles de ceniza hasta la Pascua, sea un tiempo de transición.

Pantocrator
Icono: M. Fajardo

El lugar privilegiado de los momentos de transición y transformación es el desierto. Es un lugar de soledad y simplicidad, donde ocurre el despojo de lo superficial y el encuentro con lo esencial. El tiempo de Cuaresma es un desierto.

En el libro del profeta Oseas, Dios manda al profeta casarse con una prostituta, simbolizando así como en un espejo, la infidelidad de la humanidad y de mi persona con Dios. Esta prostituta tenía amantes en la carne y en el alma, pues lejos de buscar a Dios, buscaba ídolos, falsos dioses, “Baales” que quiere decir “dueños”. 

En otras palabras, podemos decir que buscaba mentiras que terminaban dominándola.  Pues, como dice Plutarco: “Quien tiene muchos vicios, tiene muchos amos”.


Sin embargo, Dios permanece fiel ante la infidelidad y desea siempre el bien de sus amados, lleva a esta mujer a una purificación. La lleva al desierto: “Así, la atraeré y la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2,16).

El corazón de la Cuaresma

El corazón es el punto donde encontramos la síntesis de lo que somos, pensamos, sentimos y queremos. Es en el desierto donde Dios ayuda al corazón a encontrar esa verdad y esa paz que busca sin encontrar.

Recordando las palabras de San Agustín, nuestros corazones están inquietos y descansarán de esta búsqueda e inquietud hasta que reposen en aquel que nos ha amado antes que cualquiera.


En el desierto de la cuaresma, en medio de reflexión, vigilancia interior y la gracia de Dios, que podemos hallar la conversión.

¿No es una exageración, una provocación e incluso un escándalo pedir en medio de este mundo trepidante y lleno de bagatelas reflexión, vigilancia interior y ayuno? ¿No es acaso una actitud exclusivamente monacal, propia de ciertas personas consagradas o tal vez fanáticos religiosos? No, la actitud interior de la Cuaresma no es ni un resabio exótico de otros tiempos ni una manía religiosa: Cualquiera tiene la capacidad de buscar (y encontrar) a Cristo, para que su vida se llene de sentido, de amor y de una actitud sensible a los movimientos espirituales internos.

Masada, Israel
Foto: M. Fajardo

Conversión y humildad

Para entender un poco mejor esta posibilidad siempre vigente, quizá nos ayude comprender el significado de  la palabra “conversión”. En la Biblia se utilizan dos verbos griegos: epistréphein y metanoéin. Ambos significan volver, dar media vuelta y arrepentirse. Sin embargo, el primer verbo se refiere más a un cambio de conducta externa en nuestras prácticas, conductas observables; mientras que el segundo se refiere a una transformación interior que implica cambiar la orientación del propio pensamiento.

La conversión no consiste en afirmar un credo particular o adoptar ciertas normas y actitudes que corresponden a “las buenas personas”.
La conversión es más bien la transformación de la mente y del espíritu: “Antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.” (Rm 12,2)
La renovación de la mente es el primer paso que, paralelamente y de forma congruente, transformará los actos externos.

Es interesante conocer el sentido que algunas corrientes psicológicas le dan al concepto de metanoia-conversión. Para Carl Jung “indica un intento espontáneo de la psique por curarse de un conflicto insoportable a través de su desestructuración y posterior renacimiento en una forma más adaptativa”.


Para otros psicoanalistas, la conversión es la explosión de ideas y sentimientos incubados en el inconsciente, que salen a la superficie de la conciencia, impulsados por nuestra tendencia de reemplazar elementos caducos de nuestra síntesis mental, por un principio más fuerte y unificador. Esto nos recuerda la parábola imagen evangélica del escriba sabio: “Y él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.»” (Mt 13, 52)

El camino de la conversión no se transita solamente una vez, sino muchas. Quizás necesitamos convertirnos todos los días. Pues la plenitud a la que somos llamados no tiene límites. Sin embargo, la austeridad a la que nos invitan la Cuaresma y la Pascua, de manera especial nos conducen a uno de los medios forzosos para encontrar conversión: la humildad.

El buen Pastor
Ilustración: Mauricio Fajardo

No es casualidad, que otra frase utilizada el miércoles de ceniza sea: “Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver”, citando al libro del Génesis. 3, 19. Después de todo, en la Biblia encontramos que “El Señor formó al Hombre (Adam, en hebreo) del polvo de la tierra (adamá)”. La etimología hebrea Adam (אָדָם) proviene de dos raíces: dam (דַּם) que significa sangre y adamá (אֲדָמָה) que significa tierra; la misma relación sucede en latín, hombre humanus proviene de la palabra humus que a su vez significa tierra. 

Somos tierra, polvo y esta vida es pasajera ¿Acaso se trata entonces de autocompadecerse y mirar con pesimismo nuestra existencia? No.

Esta frase es un recordatorio de la humildad. La humildad tiene como raíz la palabra latina humus que quiere decir “tierra”. La tierra es símbolo de verdad y realidad; es lo que nos sostiene a fin de cuentas. Santa Teresa de Ávila decía que la humildad es “andar en la verdad. “

La conversión es, en conclusión, encontrar la verdad de quién eres, de lo que buscas en realidad y la verdad de quién es Dios para ti. Este piso firme de realidad nos dará descanso. Pues es agotador ir por la vida buscando fantasmas y quimeras de lo que debimos ser. La Cuaresma es un periodo de desierto para buscar la humildad, la realidad y la verdad que iluminará y destruirá todo aquello que no somos, para mostrarnos nuestro verdadero ser.

Volver a Dios, convertirse, significa corregir el rumbo para encontrarnos con la verdad, la belleza y el bien. Bruce Marshall decía que el hombre que toca la puerta de un burdel está buscando a Dios. Buscamos en lugares equivocados el amor y plenitud que sólo puede darnos Aquél que lo ha creado todo. Y es que el sentido y la vida que anhelamos, no es algo abstracto, sino una Persona.

¿Cómo debemos vivir el desierto de la Cuaresma para encontrar la conversión y prepararnos para la Pascua? Te propongo cuatro claves para experimentar el desierto:

“In hoc signo vinces” (en éste signo vencerás)
Foto: M. Fajardo

Oración

La oración es un tratar amistoso con quien sabemos nos ama. Las variantes de la oración son múltiples, y es tarea de cada quien elegir la más adecuada con su personalidad. Hay a quienes les sienta mejor una oración contemplativa, otros se valen más de la imaginación o del intelecto y hay quienes oran a través de la música. 

La clave es determinarnos a orar por lo menos 10 minutos a conciencia y sin prisa. Entablando una conversación de completa sinceridad y sin máscaras con el Dios que nos conoce mejor que nosotros mismos. Es importante que la voluntad le gane al sentimiento de desgane. Incluso, cuando no sentimos nada, hay que perseverar, porque ninguna oración se pierde. Conquistar el hábito de orar ya es un gran trabajo de purificación personal.

Ayuno y penitencia

Es habitual hacer algún ayuno, algún sacrificio o acto de austeridad, y está muy bien, pero hay que tener cuidado: muchos profetas del Antiguo Testamento denunciaban los sacrificios, ayunos y penitencias como actos hipócritas. Así mismo lo hizo Jesús, pues mientras algunas personas observaban rigurosamente preceptos y penitencias, trataban sin justicia a los pobres, guardaban rencores y se encontraban ávidos de respetos humanos.  Este tipo de penitencias y sacrificios, que ejemplifican actos ascéticos o de purificación, son poderosos y útiles cuando se hacen con la intención correcta. Y la intención correcta es la conversión personal.

El sacrificio nos recuerda que podemos crecer en libertad interior, porque quien no se posee no puede entregarse libremente. Si no sabemos decir “no” entonces nuestro “sí” no vale nada. El sacrificio nos recuerda también que, aunque el mundo y los placeres ordenados son buenos, hay realidades y bienes espirituales más valiosos, nobles y trascendentes.

Hay muchas opciones para ejercitarnos en estos pequeños sacrificios: podemos empezar a comer raciones más pequeñas de comida, no tomar postre o bebidas que nos agraden (café, te o alcohol). Podemos ofrecer nuestro tiempo cuando usualmente no lo haríamos. Podemos dejar de mirar las redes sociales a partir de determinada hora del día.

Es muy bueno también, y muy dificil, vigilar nuestra lengua: las cosas que decimos y cómo las decimos. Quizás nos percatemos de que nuestras palabras son en ocasiones “tóxicas”: palabras de críticas y quejas. Un gran ayuno sería corregir nuestro diálogo interno y externo, sustituir la maledicencia por la benedicencia. Practicar el Agere ad contra (actuar en contra) de San Ignacio, que establece un contraataque a todos aquellos vicios que tenemos con la acción opuesta.

Examen interior

El examen interior es un ejercicio de discernimiento. Antes de dormir, en clima de oración, pedir al Espíritu de Dios su guía para encontrar aquellas emociones y pensamientos que a lo largo del día tienen un significado espiritual. Pareciera una práctica trivial, pero el examen cuando se hace bien nos ayudará a revelar malestares prolongados en nuestra vida, sentimientos destructivos como resentimientos o envidias; heridas no purificadas o no atendidas; deseos dañinos como desearle el mal a alguien. Dios quiere que nos conozcamos realmente, para que podamos cambiar y mejorar. Esta vigilancia bajo el impulso espiritual de Dios es indispensable para alcanzar conversión.

La liturgia y la Comunión

Especialmente en Cuaresma podemos darnos la oportunidad de experimentar con una mente nueva la liturgia, que está llena de tesoros espirituales; la oportunidad de escuchar atentamente la palabra de Dios, sin asumir que sabemos lo que dice, como solemos hacer. Podemos darnos la oportunidad de leer el Evangelio de cada día con un espíritu de escucha y aprendizaje. Y sobre todo podemos revalorar el regalo de la Comunión.

El dicho popular afirma: “tú eres lo que comes”, de ahí la importancia de una buena alimentación espiritual. Es preciso alimentarnos de lo que en verdad nutre el espíritu y, en la medida de lo posible, comulgar diariamente. El tiempo del desierto es silencioso, pero nunca será solitario, aunque a veces lo sintamos así, porque Dios estará presente.

Guiados por Dios en la oración, el sacrificio, la reflexión y la Palabra. Caminaremos con paso seguro en el desierto de la Cuaresma y podremos encontrar un significado completamente nuevo de la Pascua. Encontraremos que esta tradición es la oportunidad que tenemos cada año para volver a hablar de “tú” con Dios

MDNMDN