Este 2020 tan complicado nos está privando de muchas de nuestras costumbres y celebraciones. Mejor dicho, nos está obligando a adaptarlas de algún modo. Eso mismo pasará, seguramente, con la noche de Halloween, en la que no podrán reunirse muchas personas a celebrar. Pero, ya que cada uno tendrá que pasarla en su propia casa, y quizá sin poder ver a amigos o vecinos, una alternativa para que no decaiga el espíritu de la temporada es echar mano de la música. Precisamente por eso, desde este espacio les comparto un Top 10 de canciones que no podrían ser más apropiadas para la también llamada “Noche de Brujas”.
Happy Phantom de Tori Amos.
El tiempo ya se acerca. El tiempo de ser un fantasma. Todos los días estamos más cerca. El sol ya se está poniendo. ¿Tendremos que pagar por haber sido quienes fuimos?
La gran Tori Amos presenta una perspectiva lúdica sobre la vida después de la muerte, libre de todas las limitaciones que el mundo y la sociedad nos imponen, pero al mismo tiempo se plantea la pregunta acerca de si ese “fantasma feliz” con el que ella fantasea convertirse tendrá que asumir consecuencias por la vida que vivió.
Spectrum de Florence+The Machine.
Cuando recién llegamos, estábamos fríos y claros, sin color en la piel, ligeros y delgados como el papel.
En una potente y rítmica canción de Florence+The Machine, se establece una atmósfera etérea y fantasmagórica que sólo se llena de luz y de colores en cuanto “ese alguien” deja entrar al espectro y dice su nombre.
Anabelle Lee de Sailors
Pero nosotros nos amábamos con un amor que era más que amor, mi Anabelle Lee y yo; con un amor que los alados corazones de los ángeles nos envidiaban a ella y a mí.
Tal vez no te suene demasiado el nombre de la banda Sailors, ni tampoco su disco Sailing the Taverns, pero en él incluyeron, entre otras canciones tradicionales del siglo XIX, una muy afortunada musicalización retro del último poema escrito por Edgar Allan Poe, que cuenta la trágica historia de la relación entre el poeta y una chica llamada Anabelle Lee, que murió a causa de la envidia que los serafines le tenían a su amor.
Jack the Ripper de Morrisey
Cae en mis brazos, te quiero. No estás de acuerdo, pero tampoco te rehúsas, te conozco.
Morrisey, el eterno incomprendido, se mete en la piel de ese otro enigma que es Jack “El Destripador”, para cantar sobre el deseo malsano de poseer a alguien, que puede disfrazarse de amor, pero no deja de ser destructivo.
Thoughts of a Dying Atheist de Muse
Me asusta muchísimo, y el final es lo único que puedo ver.
Los pensamientos de un ateo en el momento de su muerte son la inspiración para esta poderosa canción de Muse, en la que se combinan la desesperanza y el asedio tormentoso de los recuerdos.
Highwayman de Jimmy Webb
Y cuando llegue al otro lado, si puedo, encontraré un lugar para el descanso de mi espíritu. Tal vez me convierta en salteador de caminos de nuevo, o simplemente sea una gota de lluvia, pero permaneceré y volveré otra vez y otra vez.
Cuatro enormes leyendas del country –Johnny Cash, Willie Nelson, Waylon Jennings y Kris Kristofferson– se unieron en 1985 y grabaron una canción de Jimmy Webb que cuenta la historia de un alma que ha encarnado ya en varias ocasiones, y ha sido salteador de caminos, marinero, constructor de presas y hasta capitán de una nave espacial; y cada vez que muere sabe que ha de regresar.
Season of the Witch de Donovan
Cuando miro por encima de mi hombro, ¿qué crees que veo?: a otro gato viendo por encima de su hombro hacia mí. Y es extraño, seguro que es extraño. No puedes dar puntada sin hilo. Debe ser la temporada de la bruja.
El rock psicodélico también tiene su espacio en Halloween. Y, justamente, una de las primeras canciones de ese género, escrita por Donovan (a su vez, uno de los más queridos representantes de la cultura hippie en Gran Bretaña) tiene arcanas referencias a la brujería.
(Don’t Fear) The Reaper de Blue Öyster Cult
Ni las estaciones le temen a la parca, ni el viento, ni el sol, ni la lluvia. Nosotros podemos ser como ellos. Vamos, nena, no le temas a la parca.
Blue Öyster Cult siempre fue una banda… rara, por decirlo de algún modo. Y quizá su canción más conocida sea justamente, The Reaper, acerca de no tenerle miedo a la muerte, y acerca de la eternidad del amor.
Midnight City de M83
Esperando un coche. Esperando un aventón en la noche. La ciudad nocturna crece, mira sus ojos: resplandecen.
Si bien la canción habla, literalmente, sobre la ciudad a medianoche, la atmósfera que genera es claramente sobrenatural, tanto que su video presenta la historia de unos niños con poderes telequinéticos, que escapan del internado en el que estaban. La canción también fue usada en la comedia romántica de temática zombie, Warm Bodies.
Thriller de Michael Jackson
No por ser la más obvia se iba a quedar fuera, porque no puede haber playlist de Halloween que no incluya Thriller, la canción más terrorífica del pop, sobre espíritus, terrores nocturnos y visitas sobrenaturales. Además, cuenta con la escalofriante voz del clásico de los clásicos de terror, Vincent Price, que recita en mitad de la canción:
La oscuridad cae sobre la tierra
La medianoche está ya cerca
Las criaturas se arrastran con ánimo sanguinario
Para aterrorizar al vecindario
Y quienquiera que sea encontrado
Sin alma para bajar
A los sabuesos del infierno, va a tener que enfrentar
Y en el caparazón de un cadáver pudrirse al final
Por si se quedaron con ganas de escuchar estas propuestas, lo pueden hacer en la playlist “Halloween”, que se encuentra en la siguiente liga de Spotify:
Cada año, por estas fechas, revive una pugna que divide a la sociedad mexicana en dos grupos bien definidos: a quienes les gusta celebrar el Halloween y quienes lo rechazan.
Cada quien es libre de mantener la posición que quiera y de celebrar o no determinadas fechas según sus preferencias; sin embargo, vale la pena preguntarnos acerca de las razones por las que una persona decide rechazar o respaldar cualquier práctica social, incluidas las celebraciones.
Este año, quizá, no se puedan llevar a cabo demasiadas fiestas, o por lo menos no en las formas más usuales; pero eso también representa una oportunidad para plantearnos de nuevo qué significan para cada uno de nosotros las fiestas de las que, por ahora, nos vemos privados.
El Halloween tiene un lejano origen europeo, pero su configuración actual y las costumbres que se asocian con él son más bien modernas y se terminaron de formar en los Estados Unidos. Tal vez por eso, una de las razones por las que es más criticado en nuestro país es por considerarlo ajeno o extranjerizante; hay quienes incluso lo acusan de ser una amenaza para nuestra tradicional celebración del Día de Muertos.
Sin embargo, no es necesariamente cierto que las fiestas de Halloween y de Día de Muertos se excluyan entre sí; por lo menos en mi apreciación, más bien tienden a potenciarse: los niños, por ejemplo, se emocionan de saber que van a poder disfrazarse y pedir dulces a sus vecinos y, al mismo tiempo, también disfrutan los altares de muertos con sus ofrendas, como parte orgánica de una gran celebración de tres días que, de cualquier manera, para nosotros siempre tiene sabor a pan de muerto.
Lo cierto es que la adopción de costumbres y prácticas provenientes de otras culturas, y luego su resignificación y adaptación a la idiosincrasia local, es un fenómeno tan inevitable como enriquecedor.
Nuestra cultura es, en sí misma, la combinación de muchas culturas; así como muchos de nuestros procesos sociales, políticos y económicos más relevantes serían incomprensibles si no fuera por la influencia de personas, ideas, costumbres y proyectos que vinieron de fuera. No puedo ni imaginarme cómo sería este país sin la música, el cine, la televisión o la comida de otros países; todos ellos, productos culturales de los que luego nosotros nos apropiamos; los adoptamos y también los adaptamos (si no me creen, piensen en las pizzas con jalapeños o en el sushi con chile y queso crema).
Ya si al margen de toda consideración, alguien sostiene que la pura infiltración de costumbres extranjeras es por sí misma reprobable o que la mezcla de celebraciones supone una forma de degradación de “lo nuestro”, quizá le vendría bien examinar si no padece de un posible caso de chauvinismo.
Pero hay otra crítica al Halloween que me parece más interesante: la acusación reiterada por parte de algunas comunidades cristianas, incluidos muchos miembros de la Iglesia Católica, que lo consideran pagano y oscuro.
Respecto de la posible perversidad del Halloween y el tono, digamos, tenebroso que puede llegar a tener, se pueden hacer distintas consideraciones.
Por un lado, están quienes proponen que los católicos, especialmente los niños, debieran disfrazarse de ángeles en vez de diablos, o de santos en lugar de monstruos. Es una posibilidad que me parece interesante, y que representa, además, una maravillosa oportunidad para recordar y transmitir las historias de la Biblia o de la vida de los santos; yo mismo me he disfrazado en varias ocasiones de personajes bíblicos o históricos para las fiestas de Halloween y me ha resultado muy divertido, especialmente por la preparación del disfraz.
Pero tampoco hay por qué ponerse fundamentalistas y suponer que esa es la única manera aceptable para que los católicos podamos celebrar el Halloween.
Ciertamente, el mal en general y los agentes del mal en particular –más aún el demonio– no son temas que deban trivializarse, pero ser cristiano es también tener una conciencia muy clara sobre la presencia del mal en el mundo, y sobre la necesidad humana de liberación respecto de ese mal. Los niños son especialmente receptivos a este mensaje; no es casual que los cuentos infantiles sean, precisamente, los relatos que se ocupan más frontalmente del problema de la lucha entre el bien y el mal.
Con el lenguaje apropiado (y tanto los disfraces como las fiestas pueden ser un lenguaje apropiado), los niños son perfectamente capaces de comprender este tema, y muchas veces tienen más claro que nosotros de qué lado hay que estar.
Sobre esto, yo diría que disfrazarse de un personaje temible y dedicar una noche al performance de lo tenebroso también puede ser una manera didáctica de favorecer la reflexión sobre los grandes problemas del mal y de la muerte, que en el fondo empuje a los niños (y a los no tan niños) a plantearse el triunfo del bien y la esperanza de la vida eterna.
Habrá quienes me digan que eso no pasa y que todo el asunto queda en una experiencia lúdica y superficial. No puedo generalizar nada al respecto, pero sí diré que –por lo menos en mi experiencia– cada Halloween (así como cada experiencia recurrente en la vida) va dejando sedimentos con los que luego –probablemente al cabo de muchos años– uno va construyendo una reflexión propia.
Si me apuran, incluso diría que es mejor que los niños celebren el Halloween y se vean confrontados en un ambiente seguro y divertido con los temas del mal y de la muerte, y no que pasen por la vida sin planteárselos nunca, como si no existieran; porque después, cuando sean adolescentes o –peor aún– adultos, van a tener menos herramientas para pensar en ellos.
Ahora bien, la crítica sobre el paganismo detrás de esta fiesta tampoco puede ser tan simplista. Es cierto que el Halloween tiene un origen pagano; parece estar emparentado con diversas festividades, tanto de origen celta como greco-romano, vinculadas con las cosechas. Sin embargo, esas festividades no sobrevivieron directamente, sino que fueron tamizadas por las creencias cristianas y se convirtieron en una fiesta diferente, inscrita ya en la lógica de la civilización cristiana.
Hasta en su nombre, el Halloween (All Hallows Eve) denota su herencia cristiana: es la víspera de la fiesta de Todos los Santos, que se celebra el 1º de Noviembre en el calendario litúrgico de la Iglesia, y que prepara también al 2 de noviembre, festividad de los Fieles Difuntos. Dicho sea de paso, no se me ocurre nada más pagano que la manera tradicional en que se celebra el Día de Muertos en México, con los altares, las calaveras, los relatos sobre la visita nocturna de las almas, la sustitución de la celebración de todos los santos por el recuerdo de los “muertos-niños”, etc.
Si los creyentes no nos ocupamos de transmitir, sobre todo en el seno de nuestras familias, el sentido religioso de estas fiestas, claramente el problema es nuestro, no de las fiestas (pasa lo mismo que con Santa Claus y la comercialización de la Navidad, por proponer otro caso).
Además, las raíces paganas del Halloween no son una excepción entre las fiestas cristianas. Ciertamente, el Halloween es una de las cuatro vísperas más celebradas del año litúrgico católico, junto con la Víspera de Navidad, la Vigilia Pascual y la Noche de San Juan; y todas ellas están emparentadas con antiguas fiestas paganas, que en el fondo se regían por el cambio de las estaciones y por los ciclos agrarios.
Así, la Navidad se vincula con el invierno y la esperanza de una vida que eventualmente triunfará; la Pascua representa, precisamente, el triunfo de la vida sobre la muerte, por lo que se relaciona naturalmente con la primavera (de hecho, la Vigilia Pascual se celebra la noche del sábado siguiente al primer plenilunio de primavera, y define todo el calendario litúrgico católico); la Noche de San Juan, que se celebra en la madrugada del 23 al 24 de junio, se relaciona claramente con el verano y la llegada de las lluvias, precisamente por eso el agua es tan importante en las celebraciones ligadas con esa fiesta y, por supuesto, el Halloween corresponde al otoño, que nos recuerda la proximidad de la muerte y la necesidad de prepararnos para recoger los frutos de lo que hayamos sembrado en nuestra vida.
El origen pagano de algunas costumbres y la ubicación de cada fiesta dentro del año no es el problema. Lo realmente crucial es que la tradición cristiana ha sido capaz de encontrarse con esos datos culturales, releerlos y dotarlos de nuevos significados a la luz de su fe.
Por lo tanto, la pregunta no es si los cristianos debemos abstenernos de ésta u otras celebraciones, o de sus tradiciones complementarias, sino más bien, si somos capaces de darles un sentido más profundo y de aprovechar estas oportunidades para divertirnos y al mismo tiempo enriquecernos espiritualmente.
Por todas esas razones, sostengo que la celebración del Halloween no hace a nadie menos mexicano ni tampoco menos cristiano; y que además de ser muy divertida, es una fiesta que sí tiene contenidos culturales y espirituales importantes por descubrir y, por lo tanto, una gran capacidad civilizadora.
En todo caso, ya las decisiones personales en esta materia dependen enteramente del gusto y de las preferencias de cada cual; por lo que nos sitúan en el campo de aquella famosa y sabia máxima atribuida a San Agustín: En lo necesario, unidad. En lo discutible, libertad. En todo, caridad.