El café suspendido, sueño de una noche de otoño
Por Valerio Pellegrini
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Estamos en el centro de Nápoles. Las voces de los comerciantes y los turistas llenan las calles de color y alegría. Mientras nos perdemos en los pequeños callejones adyacentes a Via S. Gregorio Armeno, entre los olores de la pizza y las castañas, vemos una cafetería. Así que decidimos entrar a tomar algo, sí, ¡un buen café es lo que necesitamos después de este agradable paseo! Vamos al mostrador a pedir el café cuando inesperadamente nos sirven sin tener que pagar, “está suspendido” dice el camarero. Nos sorprendemos y, de repente, descubrimos y nos encontramos catapultados a esta tradición napolitana del “café suspendido”. Un café que nos espera, ofrecido por alguien que ha pasado antes que nosotros, alguien que ni siquiera conocemos, para los que vendrían después.

Foto: A. Fajardo
A partir de esta tradición me gustaría hablarles de la espera, dado el inminente comienzo del Adviento. La espera es un tema central en nuestra modernidad donde todo parece ser tan rápido; hecho de momentos, de instantes que se pierden entre un lugar y otro, entre una persona y otra, momentos que hay que robar del presente para sentirse vivo aunque sea por unos segundos.
Tantos momentos que ya no somos capaces de vivir plenamente, saboreando su intensidad, porque ya estamos esperando el próximo instante: ¡quizás sea el bueno para ser finalmente, plenamente, nosotros mismos! Casi parece que, en este torbellino que va entre un mensaje en las redes sociales, un e-mail y una llamada, nos encontramos continuamente inmersos en las callejuelas de Nápoles hechas de colores, olores, alegría, caos, vagando sin rumbo entre un restaurante, una tienda y un aperitivo. Como los callejones de Nápoles, los continuos inputs a los que estamos sometidos podrían desorientarnos, hacernos sentir perdidos e incluso solos, como nuevos Robinson Crusoe metropolitanos. ¿Hemos perdido la capacidad de esperar y tener paciencia? ¿Hemos perdido la capacidad de saborear lentamente los diferentes gustos del presente y de la vida? Sin embargo y paradójicamente ¡es precisamente al estar presentes en el aquí y ahora que descubrimos la belleza de la vida! Lo que experimentamos en cambio es una insatisfacción constante, una voracidad, un hambre de momentos que reaviva nuestra dopamina un segundo tras otro.

Foto: A. Fajardo
Nos preguntamos entonces con T.S. Eliot: “¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?” Es interesante que la palabra sabiduría tenga origen en la palabra latina “sapere”, que significa exactamente saborear. Tal vez para comprender plenamente la dinámica de la espera y su raíz sea necesario entrar de lleno en la dinámica del café suspendido, una dinámica de gratuidad para saborear que nos saca por un momento del caos de Nápoles y de todos sus continuos estímulos. ¿Pero qué tiene que ver la gratuidad con la espera? ¿Cómo puede un simple café ofrecido a nosotros hablar de espera?
En este punto es necesario dar un salto atrás y entrar en el misterio de las palabras. No es coincidencia que la palabra espera en español tenga la misma raíz que la palabra esperanza, el latín “spes”, que a su vez viene del sánscrito “spa” que significa mirar. Un significado similar se encuentra curiosamente en el italiano “aspettare”, del latín ad-spicere, que significa mirar hacia algo/alguien, y también en el verbo inglés to wait, que tiene la misma raíz que el verbo to watch: el franco wahtijan, que significa también mirar. Ya estos breves indicios etimológicos nos hacen darnos cuenta de que la palabra “espera” tiene algo que ver con el “mirar”. Pero, ¿por qué mirar? ¿Qué significa mirar? ¿Y luego mirar a quién o qué? ¿Basta con mirarnos a nosotros mismos para esperar o es necesario mirar a alguien más? Es aquí, quizás, donde se nos revela el misterio del café suspendido y, por lo tanto, también de la espera. La sociedad en la que vivimos parece invitarnos continuamente a mirar, pero a mirarnos a nosotros mismos, a nuestras necesidades, a crear nuestra vida como una historia de Instagram para ser mirados o para mirarnos a nosotros mismos, pero raramente nos invita a mirar las necesidades del otro.
Una vez que entramos en ese café de Nápoles, el tiempo se detuvo. Estábamos suspendidos en el presente, como el café. Nos sorprendimos, de repente nos sentimos mirados, esperados, en una palabra, amados. La experiencia de la gratuidad nos devolvió el tiempo, el presente; alguien había dado algo de sí mismo por nosotros, había mirado no sólo a sí mismo sino también a nosotros.

El hecho de no esperar nada, paradójicamente, nos dio la esperanza, la capacidad de esperar y luego de amar, no sólo a nosotros mismos, sino también al otro y a lo que nos rodea. La persona que había pagado nuestro café nos había mirado, aunque no nos conocía y no sabía quién sería el próximo cliente, había dado sin esperar nada a cambio.
Nuestra habilidad para esperar es sabernos esperados, el café suspendido es quizás una metáfora para hablarnos a todos en estos tiempos tan difíciles, confusos, rápidos en que todos estamos esperando buenas noticias.

Foto: A. Fajardo
El café en suspensión nos habla precisamente del Adviento, un momento en el que nos ponemos a la espera de encontrarnos esperados. ¿Qué es la espera del nacimiento de Jesús sino un momento suspendido en el que nos descubrimos amados, esperados por la buena noticia del amor que viene y vendrá cada día? ¿Qué es el nacimiento de Jesús sino esa gracia, esa inesperada gratuidad que nos sorprende cada día de nuestra vida, que nos devuelve la capacidad de esperar, de tener esperanza y de amar?

Foto: A. Fajardo
El que nos dio ese café ha esperado para que nosotros podamos esperar; en su don nos descubrimos donados. Cuando salimos de esa cafetería en Nápoles podemos mirar todos esos colores, esos sabores, esos sonidos que antes parecían sin sentido, que nos llevaron a una excitante confusión o incluso perdidos y solos con ojos nuevos, con los ojos del que espera, que acoge y todo, de repente, recupera el sentido.
Nada es como antes, ya no somos ladrones de instantes, ya no tenemos que buscarnos entre una emoción y otra o defendernos de este aparente caos, sino que de repente somos transformados, somos amados y amantes. ¡Un verdadero misterio, una verdadera gracia, una verdadera buena noticia que nos abre a la esperanza!
Justo en estos días en la iglesia de San Severo fuori le mura, en el Rione Sanità, en el corazón de Nápoles, comenzó la iniciativa del test suspendido de la asociación Sanità Diritti in Salute y la Fundación San Gennaro que permite hacer una prueba Covid por 18 euros. Quien quiera, también puede donar un test a aquellos que no pueden pagarlo.