Nos hemos malacostumbrado a los cárteles de “se busca”. Los vemos diariamente, a veces los compartimos y otras pasamos de largo. Estos carteles son el pan cotidiano de un país en el que cada hora desaparecen al menos tres niños. Sabemos que uno de los grandes males que aqueja a México es el narcotráfico, pero el tráfico de personas, especialmente el tráfico infantil (que es sexual, esclavista y de órganos), es tan lucrativo que compite duramente con el tráfico de armas y de narcóticos.
¿Por qué es tan lucrativo? Porque una bolsa de cocaína se vende una vez, mientras que a un mismo niño se le puede vender –explotar– varias veces al día e incluso su muerte puede aprovecharse. El tráfico infantil tiene un gran consumidor que es Estados Unidos y las herramientas son las plataformas de la dark web, que muchas veces incia con las redes sociales. Lo que comienza como una búsqueda de pornografía puede derivar incluso en viajes de turismo sexual, por lo que se pasa de espectador a delincuente por contacto (contact offender).
El futuro son los niños y es por ello que es nuestro deber moral proteger su integridad física y salvaguardar su inocencia. El ser humano es digno desde el momento de la concepción hasta la muerte, fin en sí mismo, nunca medio, ni consumidor, ni producto, sino persona. Y como persona no debería estar nadie a la venta: “los niños de Dios no están a la venta”, es una de las frases que se escucha en la película Sonido de libertad (Sound of Freedom), producida por Eduardo Verástegui y protagonizada por Jim Caviezel (La Pasión).
Una película dura, pero necesaria, basada en la historia real de Tim Ballard, que tardó ocho años en realizarse, por la investigación que requirió. Ballard es un ex agente del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, quien tras su renuncia, decide dedicarse a salvar niños del tráfico infantil con su propia fundación (2013) sin fines de lucro –Operation Underground Railroad, inspirado en los abolicionistas de la esclavitud en Estados Unidos–. En la película, Ballard (Jim Caviezel) promete a un pequeño niño de siete años rescatado de una red de tráfico, que también buscaría a su hermana, lo que lo llevó a salvar a 121 niños en la selva colombiana.
¿Por qué es tan importante esta película? Por la denuncia. Cuando se menciona el problema, podemos tomar conciencia e intentar prevenirlo desde nuestras trincheras. Sucedía lo mismo con la mafia, que parte de su poder radicaba en la clandestinidad y el secreto, pero una vez que comienza a denunciarse, se da el primer paso para solucionar el problema. Es más fácil operar cuando nadie cree que existes, porque así nadie se mete en tus asuntos y tienes más libertad de movimiento. Del mismo modo actúa el acusador.
En una entrevista Caviziel señala que, así como tras ver La lista de Schindler surge en los espectadores la intención de hacer algo, lo mismo sucede con Sonido de libertad, con la diferencia de que ahora estamos realmente en el momento histórico del problema y por ende nos compete hacer algo.
¿Qué acciones concretas podemos hacer para proteger a los niños cercanos a nosotros? Podemos comenzar desde cosas pequeñas como no exponerlos en redes sociales, porque una foto inocente y linda, será vista con malos ojos por aquellos pervertidores. Una segunda acción es tener mucho cuidado con el contenido que los pequeños consumen y limitar el uso de los dispositivos y juegos. Muchas veces los juegos en línea se prestan para que los pedófilos contacten a los niños, reporta Tim Ballard en una entrevista con Lewis Howes, pues es una técnica común que les pidan fotos o que se desnuden mientras juegan. Tim Ballard señala que lo más importante es entender las aplicaciones, juegos y saber lo que nuestros hijos hacen en línea. Una tercera acción es oponernos a la sexualización de los menores que muchas veces deriva en abuso y en otros casos en confusión de identidad (las llamadas infancias trans).
El 4 de julio se estrenó Sonido de libertad en Estados Unidos y ya desde la preventa fue todo un éxito. Varios han recomendado la película entre ellos Mel Gibson, quien afirma que “uno de los problemas más perturbadores del mundo actual es la trata de personas y en particular el tráfico infantil. El primer paso para erradicarlo es tomar conciencia”.
Aproximadamente a finales de agosto se estrenará en México, pero desde ahora podemos pedir que la proyecten en los cines más cercanos, para así hacer ruido, mostrar que somos legión y que no nos vamos a quedar callados porque ningún niño está a la venta.
No es una noticia nueva que desde hace años la tasa de natalidad en Europa ha disminuido considerablemente. Esta medida, independiente de la estabilidad económica, decrece todavía más con los años. Cuando miramos las noticias y el mundo en general, nos cuestionamos seriamente si acaso es el momento adecuado para tener un hijo. Llegaron los cuatro jinetes: crisis económicas, políticas, sociales y ecológicas. Tal parece que es un mundo aterrador y en decadencia. Y sigues escuchando: guerra, bombas, destrucción, conflictos, el coste de la energía que se incrementa y los salarios que permanecen igual. Sabes que el invierno será frío y que será impagable encender la calefacción. Todo parece poco esperanzador y no es de extrañar que al observar todos estos factores externos la natalidad decrezca.
Sin embargo las guerras, la miseria y los problemas nunca han sido un verdadero impedimento y esto lo confirman las generaciones que nacieron durante el tiempo de la guerra y la posguerra. No afirmo que estas sean condiciones adecuadas para la infancia, pero lo cierto es que incluso en momentos así, estas generaciones tienen buenas memorias.
Mi vecina octogenaria recuerda a su madre con dos maletas minúsculas –llenas con lo poco que pudo tomar al abandonar su hogar– y dos niñas pequeñas. Los alemanes que vivían en territorio polaco tenían que dejar absolutamente todo para establecerse en un país en ruinas. Eran tiempos oscuros y fríos, muchos niños morían por los efectos de la guerra y el hambre. Y su madre cargando dos maletas y dos niñas llegó a Dresden, ayudó en la reconstrucción, trabajó arduamente y construyó un nuevo hogar para su familia. Con el tiempo, lograron reencontrarse con su padre, quien con mucho esfuerzo sobrevivió su estancia en el frente, y sin medios adecuados y haciendo galas de habilidades detectivescas logró para encontrar a su mujer e hijas . Podríamos pensar que no merece la pena vivir una infancia carente, pero mi vecina ha sido muy feliz y no se arrepiente de vivir, tampoco detesta su infancia carente de juguetes, sino que recuerda con alegría a sus padres.
Trümmerfrauen “mujeres de los escombros” en Leipzig (1949). Foto: R. Rössing. Fuente: Deutsche Fotothek.
Hace algunos meses mientras paseábamos por el bosque y la guerra entre Ucrania y Rusia comenzaba, justo hablábamos sobre la natalidad. Mi vecina comentó que percibía que uno de los argumentos de mi generación para no tener hijos era justamente la guerra y las crisis. Ella me miró y me dijo: “este es un gran problema”. Luego me contó –con más detalles– los hechos que relaté anteriormente y continuó “el problema no es la guerra, siempre hay conflictos; el problema es que los jóvenes piensen que sólo bajo ciertas condiciones materiales vale la pena vivir. El problema es su miedo y su poca esperanza. Si todos pensaran así, si se paralizaran por el miedo y la desesperanza, y esperaran al momento propicio, hace ya mucho tiempo que ya no habrían seres humanos”.
Basta decir que me dejó muda, porque es cierto, de algún modo la desesperanza nos ha paralizado y es uno de los males que nos aqueja. Miramos el futuro con ojos pesimistas. Querido Leibniz, te equivocaste, este es el peor de los mundos posibles.
Sin embargo, no creo que sea el único factor. Dentro de estas cuestiones externas podríamos añadir las nuevas dificultades para encontrar pareja, antes parecía mucho más sencillo, ahora ni siquiera las aplicaciones de citas son tan efectivas. Quizá podemos sumar que nos hemos concentrado más en nosotros mismos: mis viajes, mis compras, mi auto; todo lo que es mío y que gira alrededor de mí. Porque lo importante es que yo sea estable, que yo sea exitosa, que yo haga carrera, que yo sea feliz… sí, queremos ser felices, nadie por naturaleza desea ser desgraciado, pero entonces ¿por qué en una época con tantos avances somos de las generaciones más miserables? ¿Por qué la mayoría está deprimida? ¿Por qué tantos son diagnosticados con ansiedad? Preguntas complejas. Quizá tomamos todo demasiado seriamente, incluidos a nosotros mismos.
Un factor que no puedo dejar pasar de largo, porque considero que es crucial, es la visión de la mujer. El rol social de la mujer ha cambiado con los años, la mujer ya no se queda en casa, sino que también estudia, trabaja, crece, viaja y decide. En ese sentido la maternidad se vuelve menos atractiva. Pensamos que la maternidad es un tiempo en blanco para el curriculum, aunque no son vidas excluyentes, hay madres que trabajan en una oficina o fábrica y cuando llegan a casa se ocupan de la familia. Pero incluso durante el turno laboral, nunca dejan de ser madres.
La maternidad y paternidad son el único trabajo en el que no hay jubilación, no hay hora de entrada y tampoco de salida y por supuesto tampoco hay una remuneración. Realmente nunca ha tenido un valor monetario, pero al menos antes no estaba mal visto. Al menos antes la mujer podía decir sin vergüenza que era madre. El problema es justamente ese, que ya no lo consideramos algo importante, sino que incluso puede ser una carga.
La diferencia entre el grado de estudios de mis abuelas y el mío es relevante, es probable que ellas estudiaran hasta la preparatoria y después se dedicaran al hogar y a criar al menos 5 hijos; mientras que yo hice una carrera universitaria ¿eso las vuelve a ellas incompetentes y a mí competente? ¿Las vuelve tontas y a mi inteligente? ¿Las vuelve sumisas y a mi liberada, independiente y empoderada? Absolutamente no.
El mundo laboral y la oficina de impuestos nos quiere siempre trabajando: producir y consumir, producir y consumir, producir y consumir. Y así sigue la cadena. Entonces miramos un poco con desdén a la mujer que se queda en casa; porque aparentemente no produce nada; porque aparentemente ese no es un trabajo; porque aparentemente no hace nada por la sociedad; porque aparentemente ser madre es una existencia carente de sentido.
Y como mujeres nos preocupamos y nos desgarra tener que elegir entre la casa y la vida laboral. La mujer salió de casa no solamente con el afán de realizar su propia carrera, también salió impulsada por la estrechez económica. Seamos sincero: un sólo salario ya no alcanza. ¿Son malvadas las madres que trabajan? Por supuesto que no, se dividen e incluso trabajan más eficientemente para regresar a casa lo antes posible y cuidar a sus hijos.
¿Por qué no se considera el trabajo del hogar y la maternidad un trabajo? ¿Acaso no desarrollan habilidades? Puedo asegurar que una amiga –madre de 4 niños– tiene más capacidad de coordinar un proyecto que varios egresados de distintas carreras. La maternidad le ha enseñado nuevas técnicas y habilidades muy deseables para el mundo laboral; no se quedó en casa de brazos cruzados — administra, coordina y crea un hogar. Así que cualquier empresa debería estar feliz de contratar a una mujer que ha desarrollado estas cualidades.
En El cuento de la criada, Margaret Atwood, imagina una sociedad distópica y semejante a nuestra actualidad. La autora canadiense parte de la idea de que todo es posible bajo ciertas circunstancias e incluso se inspiró en algunos acontecimientos históricos que ocurrieron con anterioridad. Su estancia en Berlín y la división entre Oriente y Occidente jugó un papel fundamental durante su proceso creativo.
Portada “El cuento de la criada” de Margaret Atwood. Editorial Salamandra.
La premisa de la novela comienza con la reducción de la población por la contaminación y una serie de problemas ecológicos; la fertilidad corre riesgo y es por ello que las mujeres fértiles son el bien más preciado. En Gilead –lo que antes era Estados Unidos– un nuevo régimen teocrático y extremista ha tomado el control; con una lectura fundamentalista y literal de algunas historias bíblicas, como la de Sara o Raquel –mujeres que no podían procrear y que ofrecen a sus criadas para que tengan descendencia–, deciden distribuir a las mujeres fértiles –las criadas– entre los hombres poderosos y con esposas infértiles. La única función de las criadas es engendrar. Pero el hijo no será de la criada, sino de los esposos; la criada es despojada de la maternidad, y es utilizada únicamente como una incubadora.
La idea de Atwood es interesante y ha inspirado a varios proyectos creativos, no solamente una adaptación cinematográfica en 1990 y que no fue tan exitosa, sino también 5 temporadas de una serie –la primera se basó en el libro y las siguientes son el producto de alargar un fenómeno popular– y sobre todo se ha constituido como parte del imaginario pro-choice estadounidense. Algunas de las mujeres que protestan por la legalización del aborto utilizan las capas rojas y los tocados blancos, que caracterizaban a las criadas; a fin de cuentas los símbolos son más fuertes que las consignas.
Atwood escribe, en la voz del comandante, “¿Acaso no recuerdas los bares para solteros, la indignidad de las citas a ciegas en el instituto o en la universidad? El mercado de la carne. ¿No recuerdas la enorme diferencia entre las que conseguían fácilmente un hombre y las que no? Algunas llegaban a la desesperación, se morían de hambre para adelgazar, se llenaban los pechos de silicona, se hacían recortar la nariz. Piensa en la miseria humana”. La realidad supera la ficción de una novela publicada en los años 80. Nuestra sociedad se ve reflejada en estas mismas preguntas, que al final recaen en ese anhelo tan humano de sentirse amado.
Y no basta con eso, es claro que también la irresponsabilidad de algunos hombres juega un papel decisivo en la vida de algunas mujeres, el monólogo del comandante continúa: “si llegaban a casarse, las abandonaban con un niño, dos niños, sus maridos se hartaban, y se marchaban. O, de lo contrario, él se quedaba y las golpeaba.” Aunque no podemos cerrar los ojos ante el abuso y el abandono, no todo hombre es por naturaleza un padre irresponsable y golpeador. No todo hombre es aquel violador, aquel acosador esquinero que tanto proclama el feminismo radical. Pero si la feminidad está fragmentada, ¿no podemos esperar lo mismo de la masculinidad?
Prosiguiendo con el discurso del capitán llegamos a la clave que mencioné con anterioridad: la cuestión monetaria: “O, si tenían trabajo, debían dejar a los niños en la guardería o al cuidado de alguna mujer cruel e ignorante, y tenían que pagarlo de su bolsillo, con sus sueldos miserables. Como la única medida del valor de cada uno era el dinero, las madres no obtenían ningún respeto. No me extraña que renunciaran a todo el asunto.”
Madre e hijo en Bangladesh. Foto: Mumtahina Tanni.
En una sociedad capitalista, en la que el valor de la persona no reside en el hecho de ser persona, sino en aquello que puede producir y consumir, no es de extrañar que aquellos seres incapaces de hacerlo sean mal vistos y poco deseados. Si lo único que nos define es la ley de la oferta y la demanda, no debe extrañarnos que se abandone a los ancianos porque-ya-no-son-útiles; no debe extrañarnos que el aborto sea un derecho porque aquello que está en el vientre es un producto, no un ser con toda dignidad; no debe extrañarnos que la maternidad no sea deseada porque no paga impuestos y ni gana un salario.
Un problema contemporáneo es que estamos peleados con todo aquello que tiene un valor trascendental, quizá por la desesperanza frente al futuro en este mundo y al abandono de un futuro trascendente, pero también porque nos hemos enredado con los conceptos. Ahora tenemos más de 32 pronombres diferentes para designar a dos sexos. La ideología vence a la biología. Y si por un lado despreciamos la maternidad, al grado de ya no querer identificarla con el sexo femenino, no debemos extrañarnos que ahora sea tan difícil responder a la pregunta ¿qué es una mujer? Además de lo escandaloso de este hecho, debería preocuparnos que con el fin de no herir ciertas susceptibilidades incluso haya quienes propugnen por dejar de usar la palabra mujer. Al no poder responder lo que es ser una mujer, tampoco podemos defender a la mujer y a la maternidad.
Un ejemplo de esto son las injusticias de las atletas femeninas que son vencidas por hombres que transcisionan para “ser-mujeres”. En todo caso lo más justo sería que aquellos atletas trans tuvieran su propia categoría y que compitieran entre sí. Hay que aceptarlo, jurídicamente la igualdad es posible, pero fisiológicamente es imposible, incluso entre atletas muy bien preparados. Otro ejemplo son las mujeres encarceladas que han sido violentadas por un hombre que se identifica como una mujer. ¿Acaso no nos estamos olvidando de proteger verdaderamente y dar un lugar a la mujer? Aquí es también donde el feminismo se divide, entre aquellas que consideran que un hombre trans es verdaderamente una mujer y aquellas que consternadas claman que a pesar de la transición, y por mucho que el hombre trans lo desee jamás será una mujer, y los espacios de las mujeres deben ser defendidos.
Una última anotación que me resulta interesante de Atwood aparece casi al final de El cuento de la criada, cuando Gilead tiene un nuevo régimen y los ciudadanos se encuentran en un congreso que estudia los tiempos antiguos. El especialista afirma “el modo más eficaz de controlar a las mujeres en la reproducción y otros aspectos era mediante las mujeres mismas. Existen varios precedentes históricos de ello; de hecho, ningún imperio impuesto por las fuerzas o por otros medios ha carecido de esta característica: el control de los nativos mediante miembros de su mismo grupo”.
En la sociedad que propone Atwood las criadas eran controladas por las esposas y educadas en sus deberes por las tías, y todo giraba en torno a la reproducción, por lo que eran otras mujeres las que decidían y hablan por las otras mujeres. Es algo curioso, porque Atwood es una autora considerada feminista, y últimamente me da la impresión de que el movimiento feminista es quien afirma llevar la voz sonante de la mujer, aún cuando este movimiento no representa a todas.
La maternidad es la manzana de la discordia, afirman que toda mujer debe decidir si quiere o no quiere ser madre, a la vez que critican a aquellas que deciden ser madres y quedarse en casa: sumisas, retrógradas, patriarcales. ¿Acaso el feminismo no controla también la reproducción femenina? ¿Acaso no nos dice cómo debería ser una mujer empoderada? Con banderas de fraternidad y sororidad descartan a las mujeres que no entendemos el feminismo o la lucha de reivindicación femenina en esos mismos términos. O sea que en este movimiento de máxima apertura hay sin embargo un pensamiento hegemónico que no se puede contradecir.
Es necesario matizar que hay diferentes olas de feminismo, unos más o menos radicales que otros. Sin embargo, no es mi intención definir y demarcar el feminismo y la deconstrucción del patriarcado. Basta con decir que el feminismo se ha infiltrado incluso en universidades y ambientes católicos, en los que podría considerarse una contradicción el feminismo radical con la postura pro-vida que defiende la Iglesia. Aunque no son los únicos que se han infiltrado en ambientes ajeno: una fuente anónima con quien pude conversar hace labor dentro de los grupos feministas, del mismo modo que las feministas hacen labor dentro de estos grupos universitarios católicos. Nuestra informante cuenta que al principio comenzó discutiendo las posturas, pero con el tiempo se dio cuenta de que para verdaderamente ayudar a la mujer tienes que concentrarte en ellas –en la mujer– y no en ideologías.
Pero no es posible ayudar si estamos rotos y lastimados; a la mujer en crisis no basta con decirle “aquí estamos”, sino que es necesario estar presente y meter las manos. Ayudar va más allá de decirte qué pastilla puedes tomar para abortar, o qué método anticonceptivo debes usar. Ayudar a la mujer consiste en escucharla, orientarla y acompañarla.
Madre e hijo. Foto: Sippakorn Yamkasiko.
Sorprendentemente encontré una película en Netflix que se parecía mucho al artículo Historia de dos embarazos de Mary Eberstadt que publcamos hace poco. Recalco que fue sorprendente, porque es una postura más moderada y de centro, un poco disonante respecto a la agenda que regularmente sigue Netflix. En Mis dos vidas una chica recién graduada se encuentra ante una prueba de embarazo, que bien puede ser positiva o negativa. Así vemos cómo se desarrollaría la vida de la protagonista durante los siguientes 5 años. Con la prueba positiva, decide tener a su hija y abandonar su carrera, mientras que con la prueba negativa cumple sus planes y entra a trabajar en un estudio de animación en Los Ángeles. En ambas posibilidades tiene dificultades y tras muchos esfuerzos logra su sueño profesional como dibujante y pareja. Una trama bastante previsible, pero ¿qué hubiera pasado si se apegara más a la realidad, una realidad en la que no siempre cumplimos nuestros sueños incluso cuando vivimos la vida que deseábamos? La película termina con la chica y la prueba entre sus manos, mientras que sus dos posibles versiones futuras afirman que todo estará bien. Así que al final, sin importar cuál de las dos versiones pudieran suceder, ambas son igualmente buenas.
Nadie puede decirnos cómo vivir y al final por mucho que planeemos nuestra vida hay acontecimientos que lo cambian todo radicalmente y a veces suceden de forma espontánea. Podríamos ser optimistas y pensar que todo va a estar bien, que al final tendremos la carrera perfecta, la familia y los viajes. La realidad es que las mujeres parecen tener menos oportunidades, especialmente si se deciden por la maternidad, aunque nada les garantiza que sacrificarla les traerá felicidad.
Abandonemos el miedo y la desesperanza. Abandonemos la idea de los momentos ideales que sólo ocurren en las películas. Abandonemos la concepción de que el trabajo del hogar y la maternidad no tienen valor sólo por no tener un salario.
Si una futura madre lee este texto, quiero invitarla a que abandone el miedo de perderse a sí misma, esa idea de que pondrá su vida en pausa. Quizá no sea todavía el mejor de los mundos posibles, pero cada día debemos trabajar desde cada trinchera para que sea mejor. Una trinchera cuya primera línea de defensa es la maternidad — un trabajo que es fundamental para crear mejores sociedades; un trabajo sin pausas, sin horas de entrada y de salida, sin jubilación, sin quincena, sin aguinaldo y sin un perfil rimbombante de LinkedIn; pero un trabajo que mantiene unida a la sociedad, es más, un trabajo que permite que exista la sociedad.
No deja de ser provocativo el título del interesante documental de Matt Walsh sobre la mujer. Nos enfrenta con la dificultad de definir lo evidente, lo que está frente a nuestros ojos, palpamos todos los días y, sin embargo, somos incapaces de precisar. En principio se supondría que todos sabemos lo que es una mujer, que se trata de una pregunta banal, pero en el video sucede todo lo contrario. Se lo pregunta a especialistas en género, a personas que hacen operaciones de cambio de sexo, terapistas, profesores universitarios, trangéneros, mujeres en la marcha por la mujer… ¡nadie responde! Es la ironía en su más pura expresión.
Pero, en el camino de la tan valorada definición, va poniendo en evidencia, cantidad de cosas que se dan por supuestas en la teoría queer, o teoría del gender, y que en realidad no se saben. Al mejor estilo de la mayéutica socrática, va mostrando cómo los “expertos” en realidad no saben lo que están haciendo, sobre todo en lo referente a las cirugías y terapias de cambio de sexo. Pone en evidencia los abusos que están sufriendo los niños por esta “moda intelectual” frente a la cual padres y profesores tienen atadas las manos.
Es muy interesante la batería de entrevistados que ofrece, pues muestra cómo los políticos, cuando se ven encajonados por las preguntas, simplemente huyen, los profesores universitarios se molestan, las personas se sienten “agredidas” cuando lo único que está buscando Walsh, y lo repite con insistencia, es la verdad. Simple y llanamente la verdad. Pareciera que a muchos les ofende esa palabra, o la descalifican como “esencialista”, pero el resultado es simple y claro: son incapaces de ofrecer una definición. Sólo pueden ofrecer un metadiscurso enrevesado, para justificar finalmente que se apoyen los cambios de sexo desde la infancia en Estados Unidos.
Matt Walsh. Foto: Gage Skidmore.
Matt también entrevista a las mujeres perjudicadas. A la mujer que se operó para hacerse hombre, y que no salió bien de la operación. Ha sufrido infecciones tras infecciones, cirugías van, cirugías vienen, y no queda bien. De hecho, ella misma confiesa –teniendo cuerpo y apariencia de varón- que no será nunca un hombre, y que su vida peligra por complicaciones para la salud; las cuales le fueron ocultadas antes de su operación de cambio de sexo. Recuerda el dato, de cómo la más alta tasa de intentos de suicidio se da precisamente entre personas que han sufrido una operación de reasignación de sexo. Insiste en que la presión que se hace a los padres americanos es un chantaje emocional: “qué prefieres, tener un hijo muerto –por suicidio, se entiende- o una hija viva –por cambio de sexo– “, cuando en realidad, ¡los que más se suicidan lo hacen por haber hecho el cambio!
Otras de las mujeres afectadas son las deportistas, que ven frustrada su carrera deportiva al competir, una y otra vez, con atletas transgénero que las superan por mucho continuamente. Lo que eso supone también para la obtención de becas deportivas, y cómo, si se les ocurre reclamar, las envían al psicólogo, e incluso llegan a amenazarlas con acabar con su carrera, acusándolas de transfóbicas (una de las entrevistadas tiene miedo de eso y permanece en el anonimato).
El audiovisual es claro: la situación es dramática. Entrevista, por ejemplo, a un padre de familia, en arresto domiciliario, por haberse opuesto al tratamiento de hormonas de su hija para cambiar de sexo. Matt Walsh llega incluso al congreso de Virginia, donde le dan un minuto para hablar, y les dice con claridad que son pervertidores de niños. En fin, en cualquier caso, lo que busca es la verdad, y lo hace civilizadamente. Los que viven en el error, los que han construido una inmensa teoría de la mentira no lo pueden soportar y eso se refleja en el video.
Sorprende la actitud ecuánime de Matt Walsh durante toda la filmación. No muestra los sentimientos ni por una flexión muscular en el rostro. Plantea la pregunta “¿qué es una mujer?”, busca simplemente la verdad. No ha podido encontrarla en la teoría de género. Por eso busca en la sabiduría ancestral de los Masái, evidenciando cómo el sentido común está de su lado y no en el occidente desarrollado. Esperemos que documentales como estos sean vistos por nuestros legisladores, antes de copiar los experimentos de nuestros vecinos del norte.
“La familia pequeña vive mejor” fue un eslogan gubernamental en nuestro país a principios de los años setenta; su objetivo era detener la tasa de crecimiento poblacional del país. México crecía en ese entonces a una tasa anual del 3.1 % (en 2020 la tasa anual fue del 1.2%).
En 1970 yo tenía ocho años y recuerdo que mi padre hizo de dicho eslogan el mantra, de lo que él quería transmitir a sus tres hijos, como el secreto de las familias felices. Siempre que tenía oportunidad ponderaba las ventajas de las familias que sólo tenían dos hijos con aseveraciones como las siguientes: “en los restaurantes la mayoría de las mesas son para cuatro comensales”; “en los autobuses la disposición de los asientos es de dos en dos”; “para cruzar la calle sólo podemos tomar de la mano a dos niños pequeños a la vez”; y “en los autos sedanes la comodidad es sólo para cuatro pasajeros”.
Imagen publicada en El Imparcial, 1974.
A la distancia reflexiono la cantaleta del “mal tercio” que infinidad de veces sacó a colación mi padre; la percibí como una agresión, ya que mis hermanos y yo éramos tres, y definitivamente el “tres” descomponía la ecuación de la familia feliz que tanto exaltaba mi padre. ¡Y si yo percibía esto como una agresión imagínense con cuánta más razón mi hermana menor! ¿Qué tenía de malo que los niños en las familias superaran el número dos? Este era mi desazonado cuestionamiento interior.
¿A qué viene esta triste anécdota? Creo que lo que mi padre consideraba en aquel entonces una convicción personal, en realidad fue una ideologización sutil que lo atrapó simplemente porque nunca tuvo formación ética cristiana de ningún tipo. Era el clásico bautizado no practicante de su fe y, por tanto, susceptible de enajenarse con cualquier frase que a su entender vendiera alguna ventaja o beneficio existencial.
Atención, esta ideologización que atrapó a mi padre es en realidad, desde mi punto de vista, violencia velada contra la vida humana, en especial contra los niños, tanto los que están en gestación, como los que ya disfrutan de la luz del sol. Porque como lo cantan las sirenas del individualismo rampante: “los niños son los que en términos de cantidad de confort, disminuyen el confort notablemente en relación inversa a su existencia en números absolutos.” (Entre más niños menos confort, pues).
A este respecto vale la pena conocer lo que nuestra madre y maestra, la Iglesia, en la Instrucción Donum Vitae nos enseña: “El hijo no es algo debido y no puede ser considerado como objeto de propiedad: es más bien un don, el más grande y el más gratuito del matrimonio (…) y tiene también derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción”.
En esta misma instrucción “a la luz de la verdad sobre el don de la vida humana y de los principios morales consiguientes, se invita a cada uno a comportarse, en el ámbito de su propia responsabilidad, como el buen samaritano y a reconocer en el más pequeño de los hijos de los hombres al propio prójimo. Resuenan aquí de modo nuevo y particular las palabras de Cristo: <<Cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo>> (Mt 25,40)”.
Familia Shumard. 1950. Archivo municipal de Seattle.
¡Violencia contra los niños, bonita sociedad la nuestra! Una sociedad que pregona su añoranza por la paz, pero que ejerce violencia sobre sus propios miembros. Pablo VI en su mensaje para la X Jornada de la paz de 1977 afirmaba claramente que “paz y Vida son bienes supremos en el orden civil y además son bienes correlativos pues es innegable la relación de la paz con la concepción que el mundo tiene de la vida humana. ¿Queremos la paz? ¡Defendamos la vida!” El ahora papa Santo, Pablo VI, a su vez nos advierte:
“Pero no es fácil, no es sencillo lograrlo porque hay demasiadas objeciones custodiadas en el inmenso arsenal de las pseudo-convicciones, de los prejuicios empíricos y utilitarios, de las llamadas razones de Estado o de las costumbres históricas y tradicionales. […] Para encontrar la clave de la verdad en este conflicto, que de teórico y moral se convierte en trágicamente real […] son esenciales tres imperativos: <<defender la Vida, cuidar laVida, promover la Vida>>”.
Pablo VI
Por último quisiera también compartir un pensamiento de Giovanni Papini sobre Jesús y los niños:
Familia. Foto: Vidal Balielo.
“Jesús a quien nadie llamó padre, se sintió especialmente atraído por los niños como por los pecadores. La inocencia y la caída eran, para él, prendas de salvación; la inocencia, porque no ha menester limpieza alguna; la abyección, porque siente más agudamente la necesidad de limpiarse. […] Jesús vuelve las cosas del revés. Los mayores deben tomar ejemplo de los pequeños; los ancianos deben esforzarse en volverse niños; los padres deben imitar a sus pequeños. En el mundo donde prevalecía la fuerza, donde únicamente se apreciaba el arte de enriquecerse y de sobresalir, el niño era tenido apenas por una larva de humanidad. En el nuevo mundo, en el mundo anunciado por Cristo, donde reinarán la pureza confiada y el amor de la inocencia, los niños son los arquetipos de la ciudadanía feliz”.
Giovanni Papini
Con franqueza, yo, que soy madre puedo decir que una de las alegrías que no defraudan (entre las muchas alegrías superfluas con que se engañan los hombres) es la de abrazar o tener en las rodillas a un infante de cara chapeada por una sangre que es también la nuestra.
Llegamos a Catania, Sicilia, cuando ya estaba oscuro. Tomamos el autobús hacia el centro y nos bajamos en el puerto. No era un malecón en el que se pudiera pasear, sino que era la zona del puerto de carga, con contenedores y barcos gigantes. En resumen: una zona poco turística.
Al menos otras cuatro personas se bajaron en la misma estación. Los autos y motonetas no se detenían, así que le dije a Steffen, mi compañero de viaje, que ignorara su mentalidad alemana, porque cruzaríamos la calle a la italo-mexicana. Después de varias semanas se acostumbró, aunque realmente le fastidió la velocidad y la falta de reglas viales.
Una vez, del otro lado, continuamos derecho al menos cuatro cuadras más. Cabe destacar que era una calle empinada de un sólo sentido, aunque esto no evitaba que se estacionaran. Habían varias bolsas de basura y un polvo negro –al día siguiente a plena luz me di cuenta de que el polvo negro era ceniza del volcán Etna- la zona se veía un poco descuidada y nos pusimos nerviosos. Finalmente, giramos a la izquierda en una estrecha calle, obscura y solitaria. Steffen me preguntó si llegamos a la dirección correcta. Eso es lo que marcaba el mapa, pero, si el lugar estaba muy mal, al día siguiente buscaríamos otro.
Edificios abandonados en Catania. Foto: A. Fajardo
Cuando reservé la habitación me fijé que era un lugar muy céntrico a un precio relativamente razonable. Después leí en los comentarios que los turistas percibían que el barrio no era muy tranquilo, pero, para los primeros días en que no tendríamos un auto, estaría bien. Claro que después, sabiendo que el mayor índice de autos robados es en Catania, preferí buscar otro lugar para la última noche. Afortunadamente, nunca utilizamos el seguro en Sicilia.
Giuseppe nos abrió el portón y, después de saludarnos, nos advirtió: “esta calle puede llevarlos directo al centro, pero mejor no la usen, especialmente de noche. Si quieren ir al centro salgan de nuevo a la calle más ancha y después caminen por la avenida o una de las calles principales. No pasa nada, pero mejor no vayan por ahí.” Teníamos hambre, así que después de dejar las maletas, caminamos hacia la calle principal y encontramos un local a punto de cerrar en el que compramos una arancina, que es un plato típico siciliano, una bola de arroz empanizado relleno de Ragù u otros sabores.
Hicimos caso a la advertencia. Volvimos y cenamos en la habitación. Al día siguiente, respaldados por el sol, comprobamos que la zona no era tranquila, que en la calle por la que no deberíamos pasar había varias prostitutas y chulos. La calle estaba prácticamente vacía y aún así te sentías observado. También encontramos muchísimos edificios abandonados, un fenómeno que se observa en toda Sicilia.
Casas abandonadas en Paceco, provincia de Trapani. Foto: A. Fajardo
Entre Sicilia y México hay muchas semejanzas: el paisaje –las buganvilias y nopales– a veces árido, otras montañoso, es una de ellas, pero sobre todo la gente amable, dispuesta a ayudar y de carácter alegre. Otra semejanza se observa en los cambios radicales de zonas: caminas por un lugar normal y, si te desvías una calle, entras a un barrio que ya no es bonito, ni limpio, ni tranquilo. Esto sucedió varias veces, pero recuerdo una especialmente.
Hace más de ocho años estuve una semana en Palermo y fue un tiempo fantástico, así que quería rememorar aquella semana de mi juventud. Y claro que lo hicimos, por ejemplo, cenamos en el mercado de la Vucciria, justo como lo hice hace años con mis amigos, aunque ahora el mercado es bastante popular, especialmente para los turistas. Buscando las calles que antes había recorrido, de pronto, nos encontramos caminando en una zona en la que nos sentimos un poco inseguros, las calles y los edificios se notaban abandonados y lo único que pudimos hacer es caminar lo más rápido posible e intentar orientarnos buscando la catedral. No me espanta. Lo mismo sucede en México.
Ni siquiera era el barrio más peligroso; aquel en el que los policías viven acuartelados en la estación -como nos contó un amigo que además es militar- en el que el ejército entra como si estuviese en situación de guerra: siempre en contacto con la caserma, monitoreando sobre todo su entrada y salida. Mi amigo confesó que al entrar al barrio Zen1, en la zona de Brancanccio, experimentaba el mismo estado de alerta que el periodo que pasó en Afganistán. No es una exageración. En las zonas en las que estas organizaciones mandan, la mortandad es equiparable a las zonas en guerra.
Streetart en algún barrio palermitano. Foto: A. Fajardo
Las semejanzas más brutales y tristes entre México y Sicilia son las causas y efectos de las organizaciones criminales: los narcos y la mafia. No hablo de la romantización que se ha hecho de estos personajes, sino de las familias destruidas, la mala fama que acarrea, la libertad aprisionada y sus consecuencias.
La trilogía de El padrino de Francis Ford Coppola es una de las obras maestras del cine y también de mis películas favoritas. Todo comienza y gira en torno de la vendetta, un concepto crucial para comprender la antigua mafia. Vito Andolini sufre el asesinato de su padre a manos de un jefe mafioso (Don Ciccio) que, para evitar que se vengara en el futuro, decide también matarlo a él. Porque la venganza se transmite de generación en generación. Así que su madre lo envía a Estados Unidos.
No es mi intención reseñar la trilogía, sino abrir la conversación. Basta con mencionar que, tras establecerse en Nueva York, Vito Andolini se convierte en Don Vito Corleone (Marlon Brando y en su juventud Robert De Niro) un importante jefe mafioso, el padrino, quien hacía ofertas que no podrías rechazar.
Stencil Don Vito Corleone en el mercado de la Vucciria, Palermo. Foto: A. Fajardo
Sonny y Fredo siguen los pasos de su padre en el negocio y Michael (Al Pacino) prefiere mantenerse al margen. Sonny muere tras querer vengarse de un intento de asesinato a su padre y eso lleva a que Michael lo vengue y tenga que huir por un tiempo a Sicilia. En pocas palabras, Michael toma el lugar de Don Vito y se convierte en el padrino; y en la última película su sobrino tomará su lugar.
Como dato cultural, las escenas de El padrino no fueron filmadas en Corleone, sino en el pequeño pueblo sobre un acantilado llamado Savoca y que es considerado uno de los más bellos de Italia, y donde todavía puedes sentarte a tomar un café en el mítico Bar Vitelli, el lugar en el que Michael le pide al padre de Apollonia conocerla. La iglesia en la que Apollonia y Michael se casaron es de la Santísima Anunciación en el pueblo de Forza d ́Agrò; la famosa Villa en la que explota el automóvil se encuentra en Fiumefreddo di Sicilia, un sitio en las faldas del Etna.
Bar Vitelli en Savoca. Foto: A. Fajardo.
Una de las escenas más impactantes y mejor logradas de la historia del cine: el intento de asesinato a Michael mientras en el fondo suena la opera Cavalleria Rusticana y culmina con la muerte de su hija, sucede en el Teatro Massimo de Palermo.
¿Por qué no filmaron en Corleone si todo te hace pensar que el origen de la familia es corleonesi? La película está ambientada en los años 50, pero fue filmada en los 70, así que para ese entonces Corleone no era el sitio adecuado. Estaba demasiado modernizado.
Se ha especulado mucho sobre quién inspiró el personaje de Don Vito. Incluso en una entrevista, Mario Puzo, afirmó que algunas historias se las contaba su madre cuando era niño y que se inspiró en ella para crear a un personaje fuerte y sabio. Aunque, claro, también tuvo que documentarse sobre la mafia y para ello hay dos personajes clave: Carlo Gambino y Totò Riina.
Teatro Massimo, Palermo. Foto: A. Fajardo.
Carlo Gambino fue el líder de la Familia Gambino, una organización que existe hasta la fecha y sus negocios se diversificaban entre el transporte, construcción, sindicatos y recolección de basura. Gambino nació en la provincia de Palermo y emigró a Estados Unidos en 1921. En los años 50 fue elegido el jefe de la mafia en Nueva York; mantenía el perfil bajo y se oponía al narcotráfico. También se relacionó con políticos e, incluso, con Frank Sinatra. Vivió 74 años, de los cuales solamente 22 meses estuvo en prisión; tuvo tres hijos y su primo Paul Castellano tomó su lugar cuando murió. Con esta breve información, casi podemos afirmar que la vida ficcional de Don Vito Corleone es casi idéntica a la de Carlo Gambino. Especialmente por su oposición al narcotráfico. Recordemos que en la película, el dinero provenía de la protección (pizzo), transportes, sindicatos, construcción, armas y después Fredo introdujo los casinos.
Pero como siempre ocurre, la realidad supera a la ficción y, aunque la mafia comienza así y claramente diversifica sus negocios, también es evidente que se ha liado con el narcotráfico, especialmente la cocaína.
Roberto Saviano escribe en el libro Cero, cero, cero: Cómo la cocaína gobierna el mundo al respecto y analiza cómo los narcotraficantes blanquean el dinero; las conexiones entre estas organizaciones sobrepasan fronteras; no es casualidad que en la última captura del Chapo encontraran una copia de este libro entre sus pertenencias. De cierta forma, la figura del Padrino ha inspirado a más de uno e incluso existe una versión mexicana: el padrino Miguel Ángel Félix Gallardo, el jefe de jefes o el zar de la cocaína; líder en los 80´s del cártel de Guadalajara.
Portada italiana del libro “Cero, cero, cero” de Roberto Saviano.
La vida de Salvatore (Totò) Riina no es tan semejante a la de Carlo Gambino, pero es posible que también influyera a Puzo y sin duda marcó la región y ha sido uno de los capos más influyentes. Riina nació en 1930 en Corleone; la provincia era muy pobre y la familia pasaba hambre, un día su padre y hermano encontraron una bomba americana en el campo y decidieron abrirla para vender el metal y la pólvora, pero explotaron. Tras la muerte de sus padres se acercó al mafioso local, Liggio, que trabajaba para Don Navarra, el capo de Corleone. Basta decir que, con tan sólo diecinueve años, Totò Riina fue condenado a doce años en prisión por homicidio. En 1956 es liberado y junto con Liggio comienza una lucha. Uno tras otro eliminan a los hombres de Don Navarra, pero para 1963 es nuevamente encarcelado por portar un arma sin permiso y documentos falsos. En 1969 es puesto en libertad por “insuficiencia de pruebas”, lo que significa que amenazó a los jueces y sus familias. Él, Liggio y Provenzano ganaron fama de sanguinarios, y comenzaron a hacer negocios con las familias palermitanas de la Cosa Nostra.
Totò Riina fue relacionado con la masacre de la calle Lazio, en la que eliminaron al capo rebelde Michele Cavataio. Tristemente la mafia llegó al estado y formó su escuadra política, como en el caso de Vito Ciancimino quien fuera alcalde de Palermo en 1971 y tenía evidentes conexiones mafiosas.
En 1978, comienza una guerra entre las familias mafiosas para eliminar a los viejos capos, pero también a políticos y procuradores que luchan contra la mafia como: Piersanti Mattarella, Pio La Torre, Rizzotto, Della Chiesa, Bernardino Verra y los famosos asesinatos de los procuradores del Maxiproceso de 1992: Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Los dos últimos asesinatos fueron la gota que derramó el vaso, la gente estaba harta y en 1993 arrestaron a Riina, quien murió en 2017 a los 87 años.
Mural Bernardino Verro, General Carlo Alberto della Chiesa y Placido Rizzotto en el CIDMA, Corleone. Foto: A. Fajardo
Sea quien sea la inspiración de Mario Puzo, entre la mafia de la pantalla y la real existen algunas inconsistencias. En primera, nos muestran hombres bien vestidos y con gabardinas, acorde a la moda de los años 50, y de ahí no hemos podido modificar mucho nuestro imaginario. Cuando la mayoría de las veces ni siquiera se ven como los imaginamos. Roberto Saviano analiza sobre todo el caso de los narcotraficantes mexicanos, que quizá antes usaban camisas a cuadros, botas y sombreros, pero ahora los hijos estudian en universidades prestigiosas, hablan inglés fluidamente, son expertos en negocios y marketing, se visten con trajes de Armani y relojes carísimos.
En segunda instancia, nos los muestran como hombres honorables y de familia; claro que tienen una familia, pero tendríamos que repensar en qué clase de vida sumergen a sus hijos y a sus esposas. Como último punto, afirma que respetan por sobre todas las cosas a niños y mujeres. Pero entonces ¿qué sucedió con Giovani De Mattei en 1993 y Cocò Castelongo en 2014?
El pequeño Giovanni era hijo de un hombre que decidió hablar con la policía y al que transfirieron a una localidad protegida. En 1993, unos hombres vestidos de policía secuestraron a Giovanni. El pequeño estuvo mucho tiempo secuestrado hasta que finalmente el boss decide asesinarlo y deshacer su cuerpecito en ácido.
El pequeño Cocò tenía 3 años, su madre Maria Antonia Ianicelli estaba en prisión por asociación delictiva. El pequeño y sus hermanas vivían en casa de sus abuelos, pero era una familia perteneciente a la ́ Ndrangheta.
Giuseppe Ianicelli, el padre de Maria Antonia, era un capo de poca monta que pasó varios años encarcelado. Cuando salió de la cárcel, su hija pensó que quizá querría cambiar de vida, pero Ianicelli empezó a formar un nuevo clan. Cuando Ianicelli salía a la calle, utilizaba de escudo al pequeño Cocò y a su amante, una chica marroquí. Los tres fueron asesinados a sangre fría y sus cuerpos fueron quemados. En la escena del crimen dejaron una moneda de cincuenta centavos, que significaba lo poco que valían sus vidas. Maria Antonia Ianicelli narra el suceso en el documental Mafia is Cose Nostre (2018). El acto conmocionó a toda Italia. ¿Qué hay del respeto por los niños y las mujeres? Nulo. Esa es la verdadera cara de la mafia.
Busto de Bernardino Verra en Corleone. Foto: A. Fajardo
La mafia surgió en el siglo XIX tras la unidad de Italia, sobre todo en tres regiones -Sicilia, Calabria y Nápoles- como una asociación delictiva que imitaba las estructuras de las asociaciones secretas y usan métodos de represión e intimidación. Su mayor poder era precisamente el silencio, para moverse entre las sombras.
Nunca es demasiado tarde para hacer los matices pertinentes y es que, aunque el gusto por el crimen, la violencia, el silencio y los métodos suelen ser parecidos, al grado de que todo lo englobamos en la abstracción de “mafia y mafiosos”, hay que distinguir también sus diferencias, que no son únicamente regionales.
En Sicilia se encuentra la mafia o Cosa Nostra, que es la estructura jerárquica que observamos en las películas y que emigró a los Estados Unidos: los soldados son los que simplemente ejecutan órdenes; después está el Capodecina o sea el jefe de diez esbirros y cada capo de familia tendrá a un Consigliere o consejero que le ayuda en la toma de decisiones. Tres familias conforman un mandato, que a su vez está bajo las órdenes de la comisión provincial. El capo de todas las comisiones es el Capo dei capi o jefe de jefes y es la punta de la pirámide. Aunque se habla de familias, no por fuerza tienen una relación sanguínea; además de que los jefes son regularmente votados.
En Calabria mandan los capos de la ´Ndrangheta, su nombre significa irónicamente “actúo como un hombre decente”. Es la única mafia que tiene negocios en los cinco continentes y la mafia más rica de Europa. Se consideraba que era la menos poderosa, porque actúa en zonas rurales y por eso no es el centro de la noticia, sin embargo, al subestimarla y perseguir a la Camorra y a la Cosa Nostra, le dieron pie a que creciera. Si estás ocupado con el chico problemático y que hace mucho ruido, descuidas a los otros y es posible que surja una nueva cabecilla. Justamente esto sucedió con la ´Ndrangheta, que controla el negocio de la cocaína, los juego de azar y los desechos tóxicos y radioactivos. Aunque también hay cierta jerarquía, el poder se hereda de padres a hijos.
En Nápoles se encuentra la Camorra, que es una organización más horizontal. Hay varios clanes y cada uno tiene su propio boss y jerarquía. Es un poco menos estable que las otras dos, precisamente por la guerra entre los clanes que luchan entre sí, como el clan de Raffaele Cutolo contra el clan de la Nuova Famiglia. En los años 80 se contaban 32 clanes, pero ahora hay por lo menos 108, además de que se pensaba que era una variante desorganizada de la mafia. Del 2004 al 2007 fueron los años más sanguinarios y aunque la mayoría de los muertos pertenecen a un clan, siempre hay por ahí una bala perdida.
Roberto Saviano escuchaba por una radio cuando alguien informaba sobre un crimen y a veces llegaba antes que la policía, en su scooter, para registrar e investigar. Así fue como comenzó sus investigaciones sobre la Camorra y los clanes Di Lauro, Nuvoletta y dei Casalesi. En 2006 -a los 29 años- publicó el libro Gomorra y en 2008 Matteo Garrone dirigió la película, que ha sido una de las más vistas en Italia. El libro también fue todo un éxito publicado en 52 países. Saviano desmanteló la estructura y la Camorra lo amenazó de muerte, de cierta forma, la fama del libro lo condenó a vivir como persona protegida. Aunque afirma que el interés por sus palabras lo mantiene seguro, cuando la atención mediática decayera, entonces correría más peligro.
Portada del libro Gomorra de Roberto Saviano.
Ya desde el principio es escalofriante, Gomorra comienza en el puerto de Nápoles. Cargan un contenedor. Cuando lo abren, caen los cuerpos de aquellos migrantes chinos que son explotados para producir falsificaciones de bolsas, zapatos y ropa. Llegan muchas personas y cargan como si fuera algo muy normal los cuerpos en otro contenedor. Cuando los migrantes chinos mueren, utilizan los mismos documentos, para que otro emigrante chino lo reemplace y, a cambio, la mafia transporta sus cuerpos a China para que los entierren. Incluso uno de estos diseñadores hizo un vestido que fue utilizado por una celebridad en una alfombra roja, aunque, claro, el diseño era de una gran casa de moda, no de un sastre chino oculto en alguna provincia napolitana. Pero las falsificaciones no son el único negocio de la Camorra, otro muy productivo es el tratamiento de los desechos tóxicos, que simplemente son botados en un orificio de la tierra, traspasando el manto acuífero y produciendo enfermedades entre los pobladores. La Camorra no solamente tiene el negocio de la droga, sino que con estos otros negocios incluso puede ramificarse hacia negocios que aparentemente son limpios y dentro del sistema. La denuncia más triste es la de los chicos que desde pequeños están envueltos en este mundo, que quieren imitar al gánster del momento, a las películas y que se convierten en copias burdas, que se prestan para hacer las tareas más básicas de recaderos, pero que poco a poco suben escalones en el clan.
Curiosamente, narra Saviano, la mayoría de los capos, cuando no son eliminados entre ellos, cometen deslices que les pueden resultar caros: la mayoría han sido descubiertos al salir de sus escondites, al reunirse con alguna mujer. Cabe resaltar, que aunque se consideren hombres de familia, se les encuentra cuando no pueden soportar por más tiempo eludir un encuentro con sus amantes. Rechazan tanto los pequeños placeres cotidianos, que terminan arriesgando todo por cinco minutos de un polvo frenético. El patrón se repite, es parte de su naturaleza.
Saviano no es un idealista y tampoco un temerario, sino que denuncia con valentía, justo como exhorta Paolo Borsellino: “Hablen de la mafia, hablen en el radio, en televisión y en los periódicos. ¡Pero hablen!” Saviano habló y ahora vive las consecuencias, y aunque es una vida dura, hizo lo que tenía que hacer. Porque parte de la solución del problema es señalarlo y delimitarlo para poder hacer un plan de acción.
Manta Falcone y Borsellino. Foto: Orzetto.
El poder de la mafia radica justamente en el silencio, que la muestra como algo casi inexistente, pero cuando la nombramos y pasamos de las abstracciones a las personas concretas también la lucha se materializa. Además de que es preciso observar su evolución, para estar preparados. Las organizaciones criminales han cambiado con el tiempo, del silencio absoluto han pasado a los perfiles de Facebook y vídeos de TikTok. Hace algunos meses publicaron en el periódico Frankfurter Allgemeine (FAZ) una nota sobre cómo la mafia utilizaba el TikTok y la cultura popular, como en el caso de Emanuelle Sibillo un boss de diecinueve años que murió en una guerra de clanes. Algunos hacen videos en los que besan su busto o se muestran emocionados visitando una capilla que levantaron en su honor. Además de que Sibillo subía a Facebook varios vídeos donde mostraba su poder, para amedrentar y reclutar jóvenes. Otro caso es la Fanpage de Vincenzo Torcasio, alias Japan, de la ´Ndrangheta, que aunque está en prisión con una condena de 30 años, su cuenta tiene aproximadamente ochenta mil seguidores. Ellos no son los únicos, en México, los narcos comenzaron a subir en el –arcaico– Youtube sus propios vídeos mucho antes de que estas nuevas generaciones de camorristas utilizaran el TikTok.
Estas páginas de personas públicas, son una de las tantas hipocresías de Facebook, por mencionar otra, están los grupos que sin lugar a dudas son pedófilos y en los que incluso podría haber un mercado de trata. Pero claro, eso no es nada, en lugar de eso, es mejor bloquear contenido y memes que podrían herir susceptibilidades de corrección política.
Un punto clave y peligroso es la imitación. Si deslizamos nuestro dedo en TikTok nos aparecen vídeos de lo más variados y entre ellos podría haber alguno de un camorrista, en la que los emojis tienen otro significado y son propiamente un lenguaje secreto aunque a la vista, y los niños y adolescentes los miran sin discernir lo que ven. Consumen contenido mafioso y como muestran el lado cool de los viajes, los relojes, los autos y las mujeres, pueden comenzar a imitar y ponerse en contacto con ellos. Mi denuncia no es nueva y los efectos se ven desde hace algún tiempo: los niños en Sinaloa disfrazados de sicarios, las mujeres que se operan de acuerdo con la estética que les gusta a los narcos, los niños que cobran dinero a sus compañeros para no molestarlos.
Quizá las series sobre Pablo Escobar y Narcos (Colombia y México) muestran más la crudeza, pero también de cierta forma muestran un tipo de vida que a algunos les puede resultar atractiva. Lo peor es que también se genera cierta empatía y admiración. Y así es como llegamos incluso a “documentales” como el de Kate del Castillo y su encuentro con el Chapo.
La romantización de la mafia ni siquiera muestra por completo las jerarquías, porque obviamente no vivirán con los mismos lujos el jefe que el sicario. Y ni siquiera muestran la mayor paradoja: jefes millonarios que viven escondidos en cuchitriles, porque el dinero no les compra la libertad.
Archivo de la policía: Salvatore (Totò) Riina.
No me refiero solamente a la libertad contrapuesta con la prisión, sino que en algún punto la persona deja de pertenecerse. Obedecen órdenes, casi como androides, sin importar su jerarquía. Aunque tienen el dinero y las excentricidades para tener un zoológico como Escobar, un Cadillac como Al Capone, celulares bañados en oro, o un mausoleo que parece mansión; al mismo tiempo viven sin libertad, escondidos en búnkeres obscuros o lugares en los que viven miserablemente, pero sobre todo lejos de aquellos a los que aman y con el miedo constante a perderlo todo, a la policía o a que alguien más poderoso decida asesinarte en la madrugada.
Giacomo Campiotti -el director de Prefiero el paraíso (2010), Bakhita (2009); Moscati: el médico de los pobres (2007) entre otras- filmó una película que no tiene desperdicio: Liberi da scegliere: Hijos de la ´Ndrangheta (2019) basada en una historia real. Pertenecer a la ´Ndangheta se transmite de generación en generación, al igual que la vendetta, los niños crecen rodeados de armas, odio e inestabilidad. La idea de familia es casi sagrada, sólo se confía en la familia, pero es una familia disfuncional; en la que el padre es un proveedor ausente y la madre se limita a cocinar y criar en esos valores mafiosos. Los hijos obedecen las órdenes del padre y siguen su camino: delincuencia, cárcel y muerte. Las hijas tienen que ser amas de casa sumisas, condenadas a repetir las vidas de sus madres: casarse con alguno de los hombres del clan, visitar a sus hijos en prisión y llorarles cuando mueran.
Un juez –a pesar de la amenaza de muerte y de que otros no quisieran colaborar por miedo– le da la libertad condicional a Domenico, un menor de edad, pero establece que su madre es incapaz de cuidarlo, por lo que el estado se volverá su tutor. Para ello tiene que sacarlo de Calabria, cruzan el estrecho de Messina (entre la bota y Sicilia) y vive en una casa de acogida junto con otros jóvenes. Al principio se muestra renuente, pero después experimenta la diferencia entre una vida libre y otra en la que debe obedecer en todo al capo, entre una vida que le permite las alegrías de la vida, como cenar con amigos y nadar en el mar, a diferencia de la constante ansiedad de las armas.
Al principio la decisión fue muy cuestionada, ¿acaso las madres de mafia no tienen derechos sobre sus hijos? Sí y no. El bienestar del niño es el principal derecho y si la madre no puede garantizar que el niño tenga una vida buena, entonces tampoco debería tener ese derecho. La mafia se cultiva en la familia, por lo que esta iniciativa es una lucha contra una de las raíces más profundas de la mafia, al tiempo de que garantizas una vida digna. Los niños de la mafia están obligados a crecer muy rápido y ningún niño debería pasar por eso.
Portada de la película Libres para elegir: los hijos de la ´Ndrangheta.
Recorrimos muchos caminos en Sicilia, evitamos las autopistas, para poder detenernos cuando quisiéramos y mirar el paisaje. A fin de cuentas el viaje era el camino. Salimos de Palermo con dirección a Villa Adriano, el pueblo en el que Giuseppe Tornatore filmó Cinema Paradiso; y dormiríamos en Corleone. El navegador a veces nos llevaba por caminos francamente intransitables, y así fue como condujimos por el monte y en carreteras curveadas en las que sólo podía pasar un auto. Terracería y del otro lado el barranco. Ahí noté que comienzo a parecerme a mi madre o que quizá confío más cuando mi padre va al volante, cualquiera de las dos opciones es posible. En algún punto tuvimos que detenernos porque los borregos nos rodearon y bloquearon el paso. Casi al final del día llegamos a Corleone, aunque semanas antes mi querida amiga siciliana me había advertido “en Corleone no hay nada”; ella se refería a que no es un lugar tan turístico. Yo ya sabía que no vería nada de El Padrino ahí, pero de todos modos pensé que si estaba en Sicilia, tenía que ir a Corleone, porque aunque no es el pueblo más bello, sí es significativo.
Borregos en la carretera siciliana. Foto: A. Fajardo
El Centro Internacional de Documentación de la Mafia y el Movimiento Antimafia (CIDMA) estaba a punto de cerrar y nos unimos a la última visita guiada. En el centro se pueden observar varias fotografías, pero necesitas que la guía te cuente la historia de cada una, para que comprendas que la mafia tiene siempre esa doble cara. De un lado las fotos de las mujeres de los capos, con pieles en salones con mármol y bebiendo champaña; del otro lado las mujeres en la miseria sosteniendo a un hijo muerto en brazos. En este lugar aprendí que la mafia no debe ser romantizada, que debemos mostrar más su cara perversa: que el TikTok con el Ferrari y los zapatos Gucci tienen un precio de sangre; que la mafia no respeta ni a niños ni a mujeres, empezando por los propios; que viven sin libertad.
En una de las salas también se encuentran las carpetas con la documentación del Maxiproceso, son copias, pero la información es pública y además es la representación del cambio de estructura. Al principio, algún procurador investigaba a algún capo y cuando el procurador era asesinado la información también desaparecía y tenían que empezar desde cero. Con el Maxiproceso todos podían acceder a la investigación, así que si alguien era asesinado, el proceso no se detenía. De ahí la importancia de Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.
Sala de las carpetas. CIDMA, Corleone. Foto: A. Fajardo
Además de concientizar sobre la verdadera cara de la mafia, la población se ha revelado, especialmente los jóvenes, quienes ya no están dispuestos a vivir en la opresión y con pequeñas acciones concretas, pero poderosas, lo demuestran. Qui non si paga il pizzo, afirman con una pegatina a la entrada de algún negocio, cafetería o cooperativa. Con una mezcla de valentía y miedo resisten las amenazas y libran una batalla, porque no seguirán pagando por “protección”. No seguirán sometidos.
Giovanni Falcone definió a la mafia en Cosas de la Cosa Nostra como un poder que abusa de los valores, como la familia y el honor:
“La mafia: sistema de poder, articulación del poder, metáfora del poder, patología del poder. La mafia, que se transforma en estado y donde el estado está trágicamente ausente. La mafia: sistema económico, por siempre implicado en actividades ilícitas, fructíferas y que pueden ser explotadas metódicamente. La mafia es la organización criminal que usa y abusa de los tradicionales valores sicilianos”.
Giovanni Falcone, Cosas de la Cosa Nostra
El poder es la facultad de hacer alguna cosa, pero al vivir dentro de una comunidad el poder tiene límites delimitados por el bien común. Es por eso que la mafia, aunque tenga poder y así lo manifiesta, tiene un poder viciado, enfermo, patológico. Tienen el poder de hacer lo que quieren y por eso no tienen escrúpulos, pero tienen una aparente libertad. Son juegos de poder, en los que viven con el ansia de perder lo que tienen. Son poderosos, pero viven ocultos en un búnker húmedo con una hornilla eléctrica y sus familias son las que pagan las consecuencias.
La mafia ha cambiado su modo de operación, ahora llevan cuellos blancos, pero siguen manchados de sangre. Ya no les importa ser mediáticos, incluso parece que es su nueva estrategia de marketing, aunque no por ello los periodistas y procuradores dejan de ser asesinados. Su poder se extiende en el mundo y aún así son sólo un puñado en comparación con la gente de buena voluntad. Hablemos de ellos y de lo que hacen, hablemos para que los niños sigan siendo niños y no se les fuerce a crecer con las falsas imágenes, hablemos para que los niños quieran ser como aquellos que sin miedo se han atrevido a hablar.