El 8M suele reavivar la discusión sobre el aborto. Les presentamos un informe realizado en febrero de este año (2023) sobre la situación actual en torno al aborto en México, lo que realmente estamos viviendo después de la sentencia que realizó la SCJN de 2021 con respecto al código penal de Coahuila. Hay dudas, por ejemplo, sobre si “la Corte ya dijo que el aborto es un derecho”.
Podemos ver que la Corte declaró inconstitucional sancionar con prisión a la mujer que aborta voluntariamente. No queremos castigar con prisión a las mujeres que han abortado, pues ellas, junto del bebé que estaba por nacer, son las segundas víctimas. Pero también sabemos que en este caso los ministros fueron claramente más allá de sus facultades. No está en su poder ‘crear derechos’; su labor es solamente interpretar los derechos reconocidos en la Constitución Federal y en los tratados de derechos humanos con los que se ha comprometido México.
El aborto sucede en una situación de crisis; a las personas que han pasado por esa situación, les debemos acompañamiento, apoyo y escucha. Pero, por razones de mucho peso, lo mejor es, al mismo tiempo, mantener la prohibición del aborto voluntario para los 21 estados que hasta ahora no han modificado su código penal. La primera razón es que mantener la prohibición impide que la industria del aborto irrumpa en nuestro territorio. La segunda la vemos en los servicios de salud: evitamos que el presupuesto escaso de estos servicios se vea menoscabado por este motivo, y que el personal sanitario sea obligado a violar su consciencia. En tercer lugar, mantiene con vida el mensaje de nuestro orden jurídico: la vida de todos los seres humanos es valiosa sin importar su edad, grado de desarrollo o apariencia. Y en cuarto lugar, contrario a lo que a veces se piensa, necesitamos que sea así para proteger de la violencia a las mujeres y adolescentes.
Nuestras circunstancias nos urgen a darle a este problema un lugar primordial en nuestra agenda como sociedad. Sería muy cómodo para el Estado que su respuesta a las mujeres embarazadas en situación de necesidad consista en una única alternativa: el aborto. No queremos eso, y pensamos que esos problemas se tienen que resolver de la manera más profunda y humana posible. Necesitamos alternativas para proteger el espíritu de nuestra sociedad: respetar la dignidad de todos los seres humanos, y permitir y promover que se realicen plenamente. Para ello, siempre es mejor estar informados. Les compartimos el informe completo, lo pueden descargar aquí:
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Cuando hablamos del aborto, no podemos ignorar que hay mucho sufrimiento en derredor. Personas que buscan el aborto con la creencia de que remediará o evitará cierto sufrimiento, personas que sufren por haber abortado, personas cuyo sufrimiento consistió en una muerte antes de nacer, personas que fueron obligadas o engañadas para abortar, y los detalles pueden irse al infinito. El aborto y la pérdida de bebés no nacidos es un tema del que debemos hablar, pero en el que, además y sobre todo, debemos escuchar mucho y atender al sufrimiento de los demás.
Hace un tiempo, publicamos en Spes una entrevista a la directora de IRMA, el Instituto para la Rehabilitación de la Mujer y la Familia. Ellas realizan una labor muy importante para escuchar, comprender y fortalecer a las mujeres que sufrieron la pérdida de un hijo (bueno, una de cada diez personas que busca ayuda en IRMA es varón). Recientemente, Aracely Ornelas Duarte, miembro de IRMA y SOPHIA (un programa de investigación académica que nació gracias a la experiencia de IRMA) hizo un ‘Manual pastoral para el acompañamiento a quien ha perdido un hijo antes de nacer’, titulado: Hacia un cambio de paradigma. Como lo indica el subtítulo, el manual se propone orientar a quien acompaña a personas que han perdido un hijo antes de que naciera, y se puede descargar gratuitamente aquí en Spes. En nuestra revista, agradecemos a Aracely Ornelas por compartirnos y concedernos el archivo. Sabemos que su trabajo hará mucho bien a incontables personas.
Cuando lees el manual, te enteras de que (o quizás ya lo sabías, pero es una buena noticia) hay muchas más organizaciones en distintas partes del mundo que realizan labores similares a las de IRMA. Es el tipo de cosas que hace mucho bien saber, seguramente puedes mejorar la vida de alguna persona cercana recomendándole que busque a tal o cual organización. Te compartimos aquí algunas de las entrevistas del manual.
Proyecto esperanza (Chile), entrevista a Elizabeth Bunster, fundadora y directora
¿Cuál es la esencia de Proyecto Esperanza? El encuentro con la misericordia y el amor de Dios frente al duelo por un hijo no nacido. Con la convicción de que ese hijo ‘vive en el señor’, buscamos ayudar a restaurar el vínculo espiritual con ese hijo, porque la maternidad y paternidad son vínculos indestructibles.
¿Cómo funciona proyecto Esperanza? Es un programa de acompañamiento pastoral en caso de aborto provocado o espontáneo. Atendemos a hombres y mujeres; sin embargo, la mayoría de las personas que recibimos nos buscan a causa de un aborto provocado. No es una estructura; es un servicio que se trata de insertar en la pastoral familiar o pastoral de la salud de cada diócesis y en los centros de apoyo a la familia y a la mujer.
¿Cómo llegan a ustedes las personas? Nos damos a conocer a través de parroquias y de Radio María. También hay unas tarjetas que entregan los sacerdotes a las personas que van a confesión por aborto. Una vez que la persona llama, se le escucha, se confirma que desea recibir acompañamiento. Se le señala que se pondrá en contacto con ella una persona.
¿Cómo es su proceso de acompañamiento? Consta de nueve etapas. Cada etapa puede tener una o dos sesiones. El acompañamiento puede durar de cuatro a seis meses; las sesiones son semanales. Se ve la historia completa de la persona: cómo se asumen los duelos, cuáles son sus valores. Se indaga cómo fue la decisión de abortar o cómo fue el proceso de pérdida espontánea.
Después de canalizar los enojos, incluido el enojo contra Dios, se llega a la parte del perdón. A partir de ahí, se va resignificando el sentido de la vida de ese hijo, no obstante haya sido una vida muy corta. Luego se invita al Espíritu Santo para conocer a ese hijo, darle un nombre; se le escribe una carta y se termina con una liturgia. Se tiene un símbolo en casa para que todos vean que el hijo está presente en el hogar. Las personas descubren al hijo que está presente en el corazón y que es parte de la familia.
¿Cómo consideras que influye el ámbito cultural en el sentir de las mujeres que han experimentado el aborto? La mujer siente que ella no puede transmitir a los otros la sensación de vacío que experimenta. El resto del mundo la mira como si estuviera exagerando, sin reconocer que están frente a una persona que llora la muerte de un hijo. Hay un ámbito cultural que no le da valor al hijo no nacido. Es doloroso estar en un entorno que no comprende tu dolor y que da mensajes que invalidan el duelo.
Sisters for Life (Estados Unidos), entrevista a la hermana Veronica Mary, de la misión “Hope and Healing”
¿A quiénes sirven en su ministerio? Trabajamos con mujeres que han pasado por aborto provocado, con hombres trabajamos poco.
¿Cuál es el motor de su ministerio? Nos mueve una fe inquebrantable en la misericordia de Dios. Escuchamos los gritos de las mujeres que claman misericordia. Cuando alguien habla porque está dañada por haber abortado, escuchamos cómo sus corazones preguntan “¿Hay esperanza para mí?” y hay prácticamente un alivio instantáneo cuando escuchan que “no sólo hay esperanza, hay mucha esperanza”.
¿Cómo llegan las mujeres a ustedes? Las mujeres nos llaman por teléfono o nos mandan un mensaje a través de nuestra página web. Generalmente nos buscan porque conocieron a una hermana o leyeron sobre nosotras en algún boletín parroquial, nos vieron en televisión, nos escucharon en la radio o algún sacerdote les habló de nosotras en el confesionario.
¿En qué consiste su ministerio a las mujeres que experimentan la herida del aborto provocado? Tenemos días de oración y sanación, retiros y ‘días especiales’ para ellas. Podemos llevar con ellas al mismo tiempo un proceso de manera individual en el que nos van contando su historia, se les dice que hay esperanza para ellas pues ningún pecado es más grande que la misericordia de Dios, ahí es el inicio del acompañamiento y de una amistad con nosotras. No vamos ‘más rápido’ que ellas, no juzgamos, sino que vamos a su paso, escuchando, alentando y todo el tiempo guiándolas a Jesús como la única fuente de sanación. Sin embargo, esto no pasará en un día ni en un retiro. Algunas de las mujeres han estado con nosotras por quince años; algunas nos llaman ‘mamá’ y, después, son ellas las que dan testimonio a otros.
¿Qué necesitan escuchar las mujeres en esta situación? Llegan con una herida muy profunda, nosotras hablamos directamente a esa herida y les decimos quiénes son a los ojos de Dios: “Eres una mujer amada, que tiene gran dignidad. Dios quiere restaurarte, quitar tus miedos y ayudarte a encontrar la integridad y sanación que ansías”.
Grávida (Argentina), entrevista al Pbro. Bernardo Ruiz Moreno, Asesor espiritual nacional
¿Qué es Grávida? Es un servicio de la Iglesia conformado por voluntarios que se constituyen en comunidades de servicio. Dichas comunidades se insertan en cada Iglesia diocesana con la misión de cuidar de la vida desde la concepción, alentando el reconocimiento y vivencia de la maternidad y la paternidad como don. Esto se traduce en el acompañamiento de embarazadas en dificultad, sea en riesgo de aborto o en riesgo social. También se acompañan a mamás y papás que han sufrido la pérdida de un hijo antes de nacer, ya sea por aborto provocado o espontáneo, y sufren la herida en su vida.
Este trabajo está fundado y alimentado por una espiritualidad mariana, sencilla, que toca toda la vivencia humana de María, quien camina entre nosotros, como madre y como mujer. Sostenida por el modo actual de ser Iglesia, plasmada en el Magisterio y la invitación del papa Francisco, una Iglesia en salida al encuentro de las periferias. Asumimos la pedagogía del encuentro, para salir e ir al encuentro de las mujeres y varones que se nos confían.
¿Cómo atienden a quienes sufren a causa del aborto? A partir de la difusión en distintos ámbitos del Programa de sanación. La propuesta del programa es llegar a que la persona, que padece esta herida, solicite ella misma la atención. Una vez que llega, la recibimos y le ofrecemos un camino de sanación, presentándole la metodología de Programa Raquel en Grávida. Es un proceso de sanación y reconciliación personal. Se atienden mujeres y hombres, hermanos, abuelos y personal de salud que han sido partícipes directa o indirectamente de un aborto. Lo llevan adelante equipos conformados por consejeros laicos, sacerdotes y profesionales de la salud mental, capacitados específicamente para ofrecer y vivir este ministerio.
¿Cuál ha sido la experiencia de la comunidad de Grávida en este apostolado? Nos damos cuenta de que podemos ser instrumentos de la misericordia de Dios, más allá de nuestras debilidades y limitaciones. Nuestra comunidad en Grávida ha sido testigo del hacer de Dios en la vida de las personas, de cómo las sana y restituye sus vidas. Estos son pequeños grandes privilegios de quienes nos ofrecemos como acompañantes en este camino. Surge la gratitud ante esto. Parte de la misión de la Iglesia es ponerse al lado del que sufre para caminar juntos.
¿Cuál es el mensaje que necesitan escuchar las personas dolientes? El mensaje es de esperanza y misericordia, no de juicio y condena. Yo diría que, más que mensaje, son dos regalos que necesitan las personas que han vivido un aborto y sufren las heridas que deja en sus vidas: abrazo y ternura por parte de la Iglesia, y experimentar el amor y la misericordia de nuestro Padre Dios.
Cada otoño el Centro de Nicola para la Ética y la Cultura de la Universidad de Notre Dame realiza su congreso anual. Su última edición se llevó a cabo del 11 al 13 de noviembre de 2021 y el tema del congreso fue “Te he llamado por tu nombre: Dignidad Humana en un mundo secular”. Este coloquio interdisciplinario abordó el tema de la dignidad humana desde distintas perspectivas y disciplinas (filosofía, teología, literatura, medicina, ética, etc.) con más de 100 presentaciones y conferencias magistrales de profesores de la talla de Mary Ann Glendon (Harvard Law School) y Alasdair MacIntyre (Notre Dame University).
Uno de los paneles más interesantes y divertidos fue el de “La dignidad del cuerpo sexuado: asimetría, igualdad y justicia reproductiva real” con tres mujeres extraordinarias: Ericka Bachiochi, Abigail Favale y Leah Libresco.
Leah Libresco, quien fuera una conocida bloguera atea alumna de Yale, se convirtió en 2012 al catolicismo. Actualmente es escritora freelance y cubre temas sobre religión, estadísticas y teatro. Ha escrito textos para First Things y es autora de Arriving at Amen, un libro que cuenta la historia de cómo aprendió a rezar y Building the Benedict Option sobre cómo crear comunidades cristianas sólidas. Actualmente trabaja en la atención de Laicos con estudiantes de Princeton. También tiene un proyecto de substack que se llama Other Feminisms basado en la dignidad de la interdependencia. Es esposa y madre de dos hijos.
A continuación traducimos su exposición en el Congreso de Otoño de Notre Dame.
Leah Libresco en el congreso de Notre Dame.
Discurso de Leah Libresco
Una verdad fundamental que las feministas mainstream sí captan, que es muy valiosa y es un buen punto de partida para involucrarse con el resto de la cultura es que “las mujeres son iguales en dignidad a los hombres y [desgraciadamente] navegamos en un mundo construido bajo la idea de que los hombres son la persona default esperada”. Y eso pone importantes obstáculos a la participación de las mujeres como ciudadanas, amigas, familiares y en todos los ámbitos de la vida humana. Pero esas trabas no siempre están motivadas por la animadversión. A veces están motivadas por la negligencia, a veces están motivadas por la ignorancia. ¿En quién se piensa cuando se está diseñando una herramienta? No se piensa en el espectro completo de la experiencia humana.
Algunas personas, al igual que un niño pequeño, experimentan que el mundo tiene el tamaño y la forma incorrectos para interactuar con él. Pero tenemos la expectativa de que para un niño esta es una etapa temporal. Con el tiempo, crecerán y se convertirán en “nativos” del mundo construido y podrán navegarlo cómodamente. Para muchas mujeres en muchos ámbitos, ese momento nunca llega. Es común encontrar herramientas, incluso herramientas tan cotidianas como los teléfonos inteligentes, que no se diseñan teniendo en cuenta las proporciones femeninas: teléfonos excesivamente grandes que las mujeres no pueden sostener y que no pueden guardar en los inexistentes bolsillos de su ropa.
Estos son de los ejemplos más divertidos, pero vivir en un mundo que no se construye teniendo a las mujeres en mente, que no considera ni contempla una gama completa de humanos, no es sólo un inconveniente o algo a lo que simplemente le podamos dar la vuelta; puede ser peligroso.
Uno de los ejemplos más notables de lo peligroso que puede ser este olvido, es el hecho de que las mujeres a menudo corren un mayor riesgo en accidentes automovilísticos. Y la razón es que las mujeres tienen las piernas más cortas que los hombres, en promedio. Eso implica que para alcanzar los pedales en el automóvil las mujeres a menudo están más cerca del volante que un conductor masculino, lo que significa que están colocadas más cerca de la “bolsa de aire”, que está calibrada a la distancia que un conductor masculino se sienta. Por ello la bolsa de aira al ser expulsada golpea a una mujer con más fuerza.
La consecuencia de esta falla es una mayor tasa de muertes de mujeres por accidentes de coche. Especialmente porque, en su mayor parte, la seguridad de los automóviles se prueba utilizando maniquíes con proporciones y pesos masculinos, por lo que los peligros particulares para las mujeres no se toman en cuenta en los cálculos de riesgo reales.
Cuando se les presenta este problema a los fabricantes de automóviles, la respuesta es ambigua; hay una cita que quisiera decir textualmente de un fabricante: comprende que esto es un problema, pero realmente desearía que las mujeres se responsabilizaran de ser el problema, esencialmente. Él dice que “biológicamente, las mujeres son un poco más débiles y las mujeres sentadas más cerca del volante pueden ser un problema.
Hay una diferencia entre hombres y mujeres, lo reconozco, y reconozco que esto puede ser difícil de aceptar para las mujeres. Pero este no es un problema fácil de resolver. Se podría decir lo mismo de las personas mayores, porque tampoco son “normales”: La población que envejece también es más vulnerable que el conductor promedio debido a la debilidad de sus huesos y la masa y el tono muscular”. ¡Y ese es su comentario! Las mujeres no cumplen las condiones para ser conductoras, para ser personas; el problema es de las mujeres, no de la ingeniería, y noes un problema el ingeniero deba resolver per sé
¿Quizás las mujeres y los ancianos deberían considerar ponerse una armadura o ropa acolchonada? El fabricante no piensa en cuál es la solución ¿Se puede esperar que este señor diseñe automóviles que funcionen para mujeres o ancianos o personas con capacidades especiales?
Prueba de choque con los maniquíes Vince y Larry. Imagen: Departamento de Transportes Estados Unidos.
Consideremos también que cada vez que empezamos a reducir nuestra definición de quién es un ser humano, encontramos que muchas personas quedan fuera. Las mujeres son uno de los grupos más grandes habitualmente excluidos. Y sucede en todos los ámbitos que excluyen a la mujer, que esta exclusión va acompañada de la marginación de ancianos, personas discapacitadas y niños.
La causa de tales exclusiones esa una concepción muy estrecha de quién es normal. Quienes respaldan esta concepcíon a veces se preguntan con la mejor de las intenciones: “¿Cómo podemos ayudar a todas estas extrañas-mujeres-personas a superar el hecho de que son hombres deficientes?” Creo que esta es precisamente la trampa en la que a veces cae el feminismo –a veces con la mejor de las intenciones. Porque es difícil entender cómo enmendamos una cultura que no ve a las mujeres como iguales en dignidad, como si necesitaran ajustes “personalizados” –es gracioso, porque no decimos que los autos estén “personalizados” o adaptados para los hombres. Como si las mujeres no merecieran ciertos ajustes y adaptaciones para moverse cómodamente por el mundo.
Numerosas activistas feministas activas, que verdaderamente creen en la igualdad de dignidad de la mujer, tristemente se enfocan más bien en responder a la pregunta de “¿cómo puedo ayudar a las mujeres a hacerse pasar por mejores intentos de hombres para que puedan disfrutar de las libertades a las que sé que tienen derecho?”.
Otro ejemplo curioso. Una escritora descubrió que podía hacer que el sistema de navegación GPS de su automóvil reconociera mejor su voz si hablaba de manera exagerada con un tono de voz más grave, porque los diseñadores del sistema de navegación no habían probado el sistema de reconocmiento de voz del GPS con voces femeninas y la inteligencia artificial no estaba preparada para reconocerlas.
Esto es gracioso, pero no es tan diferente de muchos de los consejos que da Sheryl Sandberg en su libro Lean In, que trata sobre cómo navegar en el mundo corporativo construido alrededor de ciertas normas de conversación masculinas, algunas de las cuales son buenas, otras moralmente neutrales y otras un poco tóxicas. Dice Sandberg: “las mujeres tienen que aprender a dejar de disculparse o pedir permiso a otras personas para hacer cosas”. Y luego, si aprenden lo suficientemente bien cómo hacer el “equivalente conversacional” de hablar con voz fingida grave, entonces podrán mantener puestos de trabajo. Y ¿ no nos llena de entusiasmo eso? Podríamos decirle a nuestros autos a dónde ir y luego podríamos desarrollarnos en nuestra carrera profesional siempre que recordemos no decir “Esto es sólo una idea, pero quizá” o “Oh, lamento no haberme dado cuenta de que eso interfería con tu proyecto”. En lugar de estas expresiones amables tenemos que aprender a decir: : “¡No! ¡Me importa un bledo lo que pienses! ¡Mi proyecto va por encima del tuyo y el tuyo lo voy a pisotear y destruir!”
Quizá parezca que estos “ajustes” son más fáciles de hacer que el ideal de diseñar un ámbito profesional incluyente y amigable para las mujeres. Sin embargo permanece la insatisfacción de pretender que dar cabida a las mujeres en el ámbito de negocios, implica adoptar una forma única de moverse en el mundo, una forma única de interactuar que ni siquiera va acorde con el carácte y la personalidad de mcuhos hombres. Esta visión pretende únicamente forzar a más mujeres y hombres a adaptarse a este modelo estrecho como camisa de fuerza…
Muchas de quienes están a favor del “derecho a decidir” piensan que la resolución de Roe vs. Wade no fue una reivindicación del derehco a la privacidad, sino una reivindicación de igual protección ante la ley. Y su reclamo es que las mujeres no pueden tener la misma protección ante la ley, no pueden ser iguales como ciudadanas, sin pagar el precio de entrada a la sociedad, es decir: la capacidad de abandonar a alguien que es vulnerable y depende de ti.
Creo que en la descripción de esa realidad tienen razón, ese es el precio de entrada que le hemos puesto a la pertenencia a nuestra sociedad. El aborto es una exigencia injusta para las mujeres. No es la única exigencia injusta que hemos impuesto a las mujeres. Exigir que las mujeres vuelvan a trabajar o pierdan sus trabajos, días o incluso semanas después de dar a luz a un bebé, niega también no solo la dignidad de un niño, sino la misma realidad física de un niño.
Me gustaría encontrar más formas de animar a la gente a que se preocupe profundamente por la dignidad de las mujeres, que puedan darse cuenta de estas demandas injustas que se nos imponen una y otra vez, para que caigan en la cuenta de que el aborto es un ejemplo más de estas injusticias. Un ejemplo más en el que le decimos a una mujer: “el problema es que eres mujer; es tu responsabilidad encontrar la manera en que no tengamos que lidiar con esa realidad desagradable, y cualquier exigencia, cualquier sacrificio, cualquier cosa, el sufrimiento que tienes que causar para superar eso vale la pena, porque aquí no tenemos lugar para las mujeres”. Cuando no tenemos espacio para las mujeres, tampoco tenemos espacio para bebés y viceversa.
Generar un ambiente de acogida para mujeres y niños demanda un compromiso de nuestra parte para reconocer quiénes somos las mujeres y quiénes somos todos.
Dicho de llanamente: nuestro mundo facilita a los hombres vivir dentro de la mentira de que todos somos seres humanos autónomos. Algo que tampoco es cierto para los hombres. Y creo que cualquier hombre sabe que no es un ser autónomo y no necesita que se lo recordemos. Sin embargo en el presente nuestro mundo está un poco más dispuesto a aceptar las necesidades particulares que tienen los hombres o incluso a pedirles que hagan voluntariamente concesiones injustas; nuestra sociedad les ha pedido estas concesiones por tanto tiempo, que a los hombres ya no les parecen absurdas, a pesar de serlo.
En una discusión reciente sobre la licencia de paternidad de Pete Buttigieg, los ataques de detractores se enfocaban en negar que los padres cumplieran alguna función o tarea de cuidado de los hijos. Esto implica negar que el padre tenga obligaciones reales de atención al bebé, aunque obviamente no amamante al bebé. Es negar que existan obligaciones paternales no solo respecto a la esposa, sino directamente con el hijo. Obligaciones que requieren tiempo y espacio para cumplirse. Es negar también que la finalidad de tener un Estado sea garantizar que las personas tengan la libertad para poder cumplir con sus auténticos deberes.
Y sin embargo la forma en que reaccionamos frente a las obligaciones de las mujeres es diciéndoles que la condición que da lugar a esas obligaciones es un problema del que queremos liberarlas. Al igual que con el ingeniero automotriz, el problema fundamental es que las mujeres son demasiado vulnerables, demasiado cercanas. Y la pregunta es: ¿Dónde estamos estableciendo nuestro punto de referencia de cuán vulnerable es demasiado vulnerable; y de quién, o en el caso del automóvil, de qué estamos demasiado cerca?
Foto: Josh Willink.
Una de las cosas que me parecieron conmovedoras sobre el libro recientemente publicado de O. Carter Snead “What it means to be human” es que articula la defensa de la dignidad de un bebé en el útero de una manera muy diferente al tipo de defensa que se esgrime más a menudo.
Por lo general, los argumentos que escucho en favor de los no nacidos afirman algo así como: “dado que el bebé es casi como la madre, y dado que ambos son muy cercanos, podemos suplir las carencias del bebé con las capacidades de la madre”. Este tipo de argumento es el que aparece en la película de Juno: “¡Tu bebé tiene uñas, como tú! ¡Son básicamente lo mismo!” Resulta sorprendente tal afirmación viniendo de quienes suelen repetir que el nonato no es más que “un montón de células”.
Parece entonces que entre posiciones encontradas pueden señalarse algunos puntos de coincidencia. Es cierto por otra parte que mi hija (en mi vientre) en este punto puede percibir la luz si sus ojos están abiertos; puede escucharnos también; pero aún está lejos de desarrollar capacidades auditivas y visuales equivalentes a las mías. Pero la dignidad de mi hija no aumentó ni disminuyo cuando desarrolló capacidades auditivas y visuales embrionarias.
Me parece sorprendente del libro de Snead, que no defiende la dignidad del nonato afirmando que “el bebé es básicamente como su madre adulta”; por el contrario, Snead afirma que “la madre es básicamente como el bebé”. ¿No suele ser un insulto comparar a alguien con un bebé? ¿No es infantilizante? Se considera un insulto poruque se asume que afirmar cualquier dependencia mutua de dos personas es denigrante. Snead sostiene que el bebé tiene una exigencia justa ante su madre y es vulnerable y requiere apoyo.
Como mujer embarazada pienso que tengo una exigencia justa hacia mi esposo. Los dos, en virtud de la necesidad creada por la vulnerabilidad de mi embarazo, tenemos una exigencia ante las personas que nos rodean. Y al igual que mi bebé “me exige” en cierta forma y con mucha razón muchas acciones y cuidados, que continue con el embarazo pero también: “aliméntate mejor; descansa más tiempo, haz una pausa en tus actividades”; de una manera análoga yo también tengo derecho a exigir ciertas cosas. El origen de ese derecho es mi vulnerabilidad y mis necesidades derivadas de mi condición de madre embarazada.
Rara vez he visto que la causa pro-vida recura a esta argumentación, que parte del reconocimiento de la debilidad, de la profunda vulnerabilidad y la incapacidad del niño. Y que defiende que esta condición vulnerable y carente es esencialmente igual a la de cualquier otro ser humano.
Leah Libresco y su bebé.
Por eso, un mundo que es particularmente hostil a las vulnerabilidades específicas de las mujeres siempre será hostil a la necesidad y la carencia humana en general. Un feminismo que aboga por la dignidad de la mujer, por la dignidad de la reproducción de la mujer es un feminismo que en última instancia es benéfico para los hombres, para los ancianos, bueno para los niños y para los discapacitados, porque afirma: “Tenemos que acoger a los demás tal como son: Somos seres vulnerables. Ser humano es ser por naturaleza “una carga” para los demás.”
No sigamos la lógica de que “todos estamos muy cerca de ser autónomos” y que el objetivo es simplemente “elevar un poquito la autonomía de todos” y si esto no resulta entonces “elevarla un poquito más” en la creencia de que el sentido de la vida del ser humano es ser independiente. La independencia no es ni posible, ni deseable, discapacitados o no, embarazadas o no, en el vientre materno o fuera de él.
“El gran dragón rojo y la mujer vestida de sol”. Acuarela: William Blake.
Por Agustín Bernal
Si se me permitiera describirme en una frase diría que mi vida entera ha sido un ensayo y error para no ser malvado. Mi punto de partida es la eterna pregunta de Job: ¿Por qué Dios deja que prosperen los malvados?
El problema es que la cuestión del ser malvado no es tan simple cuando nuestras acciones libres pueden ser cuestionadas por el velo de la sospecha. No somos dueños de nosotros mismos. Kant se equivocó: no manda la razón, pero tampoco sabemos quién manda: ¿el inconsciente? ¿la voluntad de poder? ¿el materialismo histórico? ¿Las estructuras de poder? Sin embargo, todos los días se habla de responsabilidad, es más, hay quienes se han convertido en emisarios de la responsabilidad.
Movimientos sociales exigen justicia y plantean soluciones basadas en la responsabilidad. Evidentemente, es fácil reconocer al malvado cuando sostiene el cuchillo que mata, pero la exigencia de la responsabilidad va más allá de la imputabilidad, no sólo se es responsable por sostener el cuchillo también por el pensamiento de sostenerlo. Exigir responsabilidad, he entendido, es un lujo del racionalismo: se debe suponer que el ser humano es o puede llegar a ser completamente dueño de sus acciones, como si las intenciones estuvieran tan claras cual fantasmas revelados con talco. Pero la mayoría de nosotros somos seres humanos grises que fluyen con el acontecer del día a día.
En lo personal, persigo molinos de viento; no hay nada que me afecte más que equivocarme moralmente, la pérdida de control sobre mis acciones morales me espanta (esta es una de las razones, por ejemplo, por las que no tomo alcohol en exceso, la sola idea de perder el control es monstruosa), y aún así, en el intrincado de mi vida, la resaca del ¿por qué diablos hice eso? me tira en cama por días y me hace auto-flagelarme hasta el cansancio. Soy juez y parte de mis pecados y no me los perdono.
Ángel con las virtudes Temperancia y Humildad contra Demonio con los pecados Ira y Odio. Fresco 1717 iglesia de San Nicolás en Cukovetz, Bulgaria. Foto: Edal Anton Lefterov.
Hubo un tiempo en el que encontré en Nietzsche la solución: volverse dueño de sus propios instintos. Pero no funcionó. Soy propenso al perfeccionismo. No quiero ser malvado. Agreguen a la mezcla un escepticismo excesivo y un solipsismo crónico que me hace voltear automáticamente la mirada cuando una masa defiende con inmenso fervor un punto. No es que me guste ser polémico, renuente y necio, es que así soy en automático. Le temo al autoritarismo, a los flautistas de Hamelin y a los discursos que interpretan al mundo desde un podio. Le temo a las palabras y a perder la voz; a la multitud y a la soledad; a la cordura y la locura; a la pequeñez y a la inmensidad. Por ello, la pregunta de Job no me parece tan aterradora ni tan problemática como la siguiente: ¿Por qué Dios deja que nos equivoquemos y hagamos el mal sin intenciones de hacerlo? Esa pregunta me ha quitado el sueño varios años.
Pueden quitar a Dios del esquema, y sólo preguntar ¿por qué nos equivocamos y hacemos el mal sin intenciones de hacerlo? En pocos minutos se encontrarán inmersos en los dédalos de los sesgos inconscientes, la sociedad rousseauniana y la deconstrucción como despertar de conciencias. Desde mi punto de vista, ese laberinto es el patíbulo de la libertad humana. Por eso inicié la pregunta desde la trascendencia. Desde el postrarse y exclamar “Eli, Eli, ¿lama sabactani?”. De profundis clamavi.
Una de mis canciones favoritas reza: “libre, libre, como el pensamiento, impredecible, siendo objetivos, si no tan libre, lo menos manipulable posible” y otra más afirma con sabiduría: “la libertad no trae escrito qué hacer con los remordimientos”. Parece que cuando acepta el postulado de la libertad viene con cargos extras y sin posibilidad de devolución. El infierno de Dante se organiza desde la incapacidad para domar la concupiscencia hasta la acción racional malvada: el lujurioso es un ser humano que se rindió a su lado animal; el traidor pervirtió su propia racionalidad humana. El malvado quebranta su realidad humana, puede entonces juzgársele divinamente y terrenalmente. La responsabilidad y la imputabilidad recaen en las fauces del demonio que devora a Bruto, Casio y Judas. Mas el ser humano promedio no es ni Bruto, ni Casio ni Judas, sino un anónimo benefactor y malefactor que es incapaz de responderse: ¿quién soy yo? ¿Por qué nací? ¿Qué sigue?
“Libre” de Buena Fe.
En la serie The Good Place, se plantea la maldad del ser humano gris y se reflexiona en torno a ella: la mujer que no apoya causas sociales y no siente empatía por los oprimidos, el hombre que siempre dice la verdad sin importar si daña al otro, el idiota que peca de ignorante y por ignorante y bruto es malvado; la persona de baja autestima que busca aprobación de todos y realiza el bien sólo por quedar bien. No son ni Bruto, ni Casio, ni Judas. TheGood Place se torna en una maravilla cuando un programa de computadora revela por qué nadie ha entrado al Good Place en siglos: todos los seres humanos son grises y el mundo es un intrincado de males banales que los convierte a todos en malvados.
Algo parecido al planteamiento de la cábala judía sobre cómo ciertas sefirot (atributos o emanaciones divinas) se quebraron y se crearon las qfilot (emanaciones malignas), causantes de la maldad. La solución: el Tikun Olám, la reparación del mundo, a menudo, explicado en términos de justicia social, (porque si la red de maldades es lo que convierte al ser humano gris en malvado, quizá hay que aprender a ser tejedores y reparar las redes para que lo grisáceo no sea malvado). Pero el Tikun Olám es más que un llamado: es el poder de rectificar lo que hicimos mal, es un llamado a la responsabilidad. Resulta entonces que la libertad sí trae escrito qué hacer con los remordimientos: rectificarlos. El camino del ser humano gris es ese: la rectificación de su libertad, borrar lo malo, escribir lo bueno. Mas esto no es equivalente a un cambio en el discurso propio, ni una corrección dialógica humana o una hermeneútica ilustrada que a veces le hace de Barón de Münchhausen, no es la aceptación de un discurso hegemónico ni la anexión de uno mismo a una causa, no es un despertar de consciencia social, sino una revelación de indigencia humana y grandeza divina, una cimera estética-teológica, la aceptación de que uno es una escultura incompleta que se cincela día a día, el misterio de la libertad más allá de los confines miserables de la racionalidad y el contrato social.
“Puerta de la luz” de Josef Gikatilla. El hombre sostiene el árbol con las 10 sefirot.
La aceptación de que algo me trasciende y yo mismo soy trascendencia si me rectifico ante mí mismo, ante los otros y ante un Dios que me busca día a día, porque he aprendido que no es el ser humano quien busca a Dios, sino Dios quien busca al ser humano. Y esa búsqueda es un acto de amor, una relación no correspondida por el ser humano, pero siempre tejida por un Dios que está, pero no vemos, porque creemos que verlo nos haría menos.
¿Ante un amor así, de qué sirven los tratados de filosofía política más importantes? Cito otra canción: “Mis células del cuerpo en estado de gracia/ ¿están en dictadura o en democracia? Acogen mi espíritu, reparan mi risa, poco que me importa cómo se organizan”. El amor antes que el discurso. La responsabilidad transformada en un camino hacia la trascendencia y no hacia la perpetua rueda de la bota que pisa a la hormiga.
¿Por qué nos equivocamos y hacemos mal aún sin querer hacerlo? Puedo brindar algunas reflexiones al respecto, pero no una respuesta final. En Gen. 18:17-19 se lee: “Y el Señor dijo: ¿Ocultaré a Abraham lo que voy a hacer, puesto que ciertamente Abraham llegará a ser una nación grande y poderosa, y en él serán benditas todas las naciones de la tierra? Porque yo lo he escogido para que mande a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y rectitud, para que el Señor cumpla en Abraham todo lo que Él ha dicho acerca de él”. El plan que Dios se pregunta si debe guardar no es poca cosa: la destrucción de Sodoma y Gomorra (hoy lo llamaríamos genocidio). La historia se sabe: las ciudades fueron destruidas. Pero antes de eso, Dios sí reveló su plan a Abraham y éste le increpó: “¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gen. 18, 23:27).
Abraham asume que la destrucción de las ciudades es una acción injusta y por eso increpa a Dios, lo que sigue es una negociación entre Dios y Abraham, una especie de regateo de mercado: ¿cuántos seres humanos justos se necesitarían para no destruir la ciudad? La puja empieza en 50, termina en 10. “No la destruiré por consideración a los diez”. Abraham no logra encontrar a los justos, y no es que le faltara el juicio, sino que en verdad no había seres humanos justos en Sodoma. En Gen. 19:4 se confirma: “los hombres de Sodoma, rodearon la casa, tanto jóvenes como viejos, todo el pueblo sin excepción”. La destrucción de la ciudad era una acción justa.
La destrucción de Sodoma y Gomorra. Óleo: John Martin (1852)
Regresemos al primer pasaje, el de la duda divina sobre revelar su plan de genocidio. Dios insiste en la tarea encomendada a Abraham: “mande a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y rectitud”. Consideremos ahora que Dios lo ve todo y lo sabe todo, por tanto, Él sabía de la ausencia de seres humanos justos en Sodoma. Sin embargo, Abraham, un ser humano, incapaz de ver el tapiz celestial, no lo sabía. Así, la destrucción de Sodoma habría sido injusta si hubiera sido cometida por un ser humano, porque somos incapaces de mirar el todo.
Entonces, ¿cómo puede Abraham guardar y hacer guardar el camino del Señor, haciendo justicia y rectitud si no lo puede ver todo? E incluyamos en el todo, la oscuridad de los corazones y las omisiones más reprobables. Un ser humano no puede andar destruyendo ciudades en nombre de la justicia, no puede andar sacrificando a justos e impíos con esperanza de que Dios los separe. No le corresponde tal hazaña de justicia divina, porque sería injusticia humana. Por eso, la justicia considerada como una construcción social, o la visión de la religión como un opio de pueblo, decantan en tiranías que convierten lo sanguíneo en sanguinario, porque niegan el misterio o carecen de la humildad para aceptar que existe una justicia trascendental que sí puede juzgar pensamiento, palabra, obra y omisión. Y, cojas de espiritualidad, pero henchidas de indignación y sufrimiento, las teorías sociales de las estructuras riegan la maldad en todos los seres humanos y, así, eliminan cualquier regateo de seres humanos justos, y buscan la inmaculada concepción social de un ser humano juez de pensamientos, palabras, obras y omisiones.
En un mundo así, todos somos impíos pero algunos son más impíos que otros, la redención no tiene lugar más que como un postulado reservado para la inmaculada sociedad del futuro, donde la impiedad no se traduce en injusticia; lo urgente es la purga, la pugna, el señalamiento, la distancia, el distinguirse del más impío, y lo peor: la injusticia vestida de gala desfila como justicia mientras los espectadores toman fotografías y aplauden.
“La mejor pieza de la noche constó de un elegantísimo traje de gala que logró combinar a la perfección la piedra con la espalda de la modelo”, escribe un crítico de moda por la mañana, “un signo claro de que no queremos más injusticias”. Pero tampoco es una malignidad creerse juez y parte, más bien, es una perspectiva imposible para el ser humano, así, la justicia tendría que comprenderse más como catalejo que como un estructura: un acercar lo lejano, un enfocar lo justo, un identificar a aquellos diez seres humanos justos por los que vale la pena mantener en pie a una ciudad de pecadores.
A mi modo de ver, esa es la tarea humana. Y es por eso que nos equivocamos y hacemos el mal aún sin quererlo, porque, incapaces de vista celestial, encontramos lo celestial en el curso de nuestros pensamientos, palabras, obras y omisiones y, como en una especie de iluminismo, sólo podemos rectificar cuando la luz está prendida. Pero no debe confundirse el interruptor de encendido con un discurso armado de causas y efectos, de estructuras que nos atraviesan como alfileres y prohibiciones de risas o empatías irreflexivas, pues si se privilegia el discurso pronto defenderemos que se arrojen bombas sin separar a justos de ímpios. Y en un mundo de muertos nadie llora luto.
Otra respuesta que puedo esbozar, proviene de mis reflexiones en torno al Gran Gatsby de Fitzgerald. El narrador, espectador de lo sucedido, comienza el relato con una defensa ante el consejo de un padre a un hijo: “Cuando sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste”. Un consejo que es casi una calca de cualquier comentario actual de red social donde se señala la falta de empatía y la irreflexión del privilegio.
Portada “El gran Gatsby” de F. Scott Fitzgerald
La diferencia es que el narrador de la historia de Gatsby se percata de un límite que no es una línea recta, sino una compleja red de causas, intenciones, palabras, omisiones, pensamientos y obras ante las cuales el juicio es casi una obligación. Apenas uno termina la primera parte del libro, advierte que el relato entero es un juicio obligado que contradice el consejo de un padre. El narrador convierte al lector en juez, una transformación que se da poco a poco, pero que termina en un juicio inevitable hacia todos los personajes de la novela.
Debo decir que de no haber leído la novela, el juicio de la figura de Daisy puede errarse, pues ninguna de las dos adaptaciones cinematográficas logran captar la complejidad del personaje y el espectador corre el peligro de juzgarla, ya sea como una mujer desalmada e ingrata o como una mujer sumisa incapaz de desatarse de su marido. La Daisy de Fitzgerald es mucho más compleja que un dilema de sumisión, es un personaje que siente, ama, se arrepiente; una mujer víctima de su época atrapada en un dilema romántico donde el amor del pasado se le junta con el amor del presente.
La idea de amor de Daisy contrasta con el fijismo romántico del Gatsby, atrapado en la contemplación del ser amado, como si éste fuera el primer motor. Toda la historia de Gatsby puede leerse como una confrontación de diferentes perspectivas sobre el amor, donde todos los personajes se convierten en víctimas y victimarios de sus propias decisiones. Aunque el ideal romántico más peligroso termina por ser el del Gatsby, pues aquel amor por Daisy se convierte en una mentira, en un miedo, en una llamada que nunca llegó, en una bala mortal, y en la soledad de un sepulcro, porque aquel hombre misterioso creyó que el amor era suficiente para exculpar sus negocios opacos; aquel pobre diablo creyó que el amor de Daisy convertía lo impío en justo. Gatsby es la prueba de que el amor también condena.
Nietzsche señala, como es bien sabido gracias a las tarjetas del 14 de febrero, que el amor se encuentra más allá del bien y del mal. Su afirmación no es una defensa cursi, sino una verdad terrible: el amor desdibuja la moral, es un cáliz de oro con veneno. Villaurrutia describe al amor en su poema Amor condusse noi ad una morte con temeridad: “Amar es una cólera secreta, una helada y diabólica soberbia”.
Actualmente, el amor pasa por el discurso y después de un lavado estructural se le quita lo terrible y se le añade lo aceptable, no sin antes culpar al romanticismo y a Disney por ponerlo en un pedestal. En conclusión: el Gatsby no hubiera muerto si hubiera sabido que si duele, no es amor; que si hay celos, no es amor. El Gatsby estaría vivo si no hubiera creído en una estructura social que le hizo creer que Daisy lo amaba. No, Gatsby, eso no era amor. Era cualquier cosa, menos amor; una opresión dormida, un gigante que pisa, una mala interpretación, una deuda histórica. Ahórrate la pena de morirte, Gatsby, aprende, infórmate, porque la próxima vez que lea tu historia termine contigo vivo, pobre y sin Daisy, quizá con otra mujer, como en la película de Batman, sentado en un restaurante, con una sonrisa de satisfacción y no con la ansiedad de recibir una llamada que no llegará mientras te desangras en la piscina. No, Gatsby, deja de ser un eterno retorno.
Por fortuna, para rehuirle a esta explicación, hay un personaje de la novela que nos quita el peso del juez: un letrero de gafas que ve todo lo que sucede frente al taller (el taller también es un personaje que habla, después de todo, en él o cerca de él sucede todo). Supongamos que las gafas son Dios y el taller es el mundo. La conclusión es obvia: Dios lo vio todo. Dios lo sabe todo. Dios sabe quién engañó, quién atropelló, quién mintió, quién portó la pistola, quién murió. Lector, narrador y letrero se entrelazan, pero el misterio permanece: el lector podrá juzgar a los personajes al final, pero ni el narrador ni el letrero con gafas revelan su juicio.
Nebulosa de Helix imagen conocida como “el ojo de Dios”. Imagen del telescopio Hubble.
¿Qué juicio resulta correcto? No lo sabemos. Nunca lo sabremos. Pero no por ello nuestro juicio es vano, sino al contrario: sirve para rectificar a los personajes, y en esa rectificación nos añadimos. Como si el libro fuera un consejero y una advertencia. Así, los personajes se equivocan y hacen el mal sin quererlo porque es la única forma en la que la tragedia del Gatsby es posible de ser juzgada: ¿Daisy amaba a Gatsby? ¿El asesino quería matar a Gatsby a consciencia o fue víctima de su pena? ¿La mentira se justifica a pesar de la tragedia? ¿Gatsby es un héroe romántico o un tonto?
Las equivocaciones separan al ser humano gris del malvado, porque en las equivocaciones están las semillas del juicio. Nos equivocamos y hacemos el mal sin quererlo, no porque lo hemos normalizado y lo hayamos perdido de vista, sino porque la equivocación es parte del proceso para identificar el mal. Pero no como un proceso racional de discursos y silogismos, o de poderes que atraviesan, sino como un proceso que parte desde la humildad menos ilustrada posible, un proceso común que no necesita de logos ni de artículos de revista científica, un proceso común a ignorantes y sabios. Un proceso tejido por un amor que nunca se terminará de entender y el misterio de una justicia que nos rebasa.
Después de todo, la historia del Gatsby es una historia de amor donde el observador último permanece expectante, callado y trascendental, divinamente aburrido. Nos equivocamos y hacemos el mal sin intención de hacerlo porque sólo así aprenderemos a hacer el bien a conciencia, y esto sólo es posible si la rectificación trasciende lo humano y apunta hacia el misterio de lo divino.