La grieta

La grieta

Una de las insignias más valiosas de la democracia es la libertad de expresión. La democracia como sistema es el modo de dar curso y realización a las más diversas voces. Por el contrario, en un sistema totalitario lo primero que se liquida, por definición, es ese derecho a expresar la propia opinión. Ejemplos históricos hay de sobra.

Tal como se formula en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo número 19: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”

La libertad de expresión es un derecho de todos y de cada uno, y como tal ni su manifestación, ni su defensa están libres de conflicto. Los mecanismos democráticos deben afinarse para darle cumplimiento aún en las más profundas divergencias, a fin de garantizar la convivencia pacífica de todos sus actores. Hasta ahí, la bella teoría.  

Lamentablemente, esta posibilidad de expresarse libremente sufre a veces ciertas mutaciones que la convierten en una especie de “uróboro”, una criatura que indefinidamente se muerde a sí misma la cola. La figura del uróboro está presente en variadas mitologías, tomando distintas simbologías. En este contexto resulta claro para graficar una recurrente tendencia autodestructiva que en la actualidad se evidencia en muchos países: la polarización absoluta. Un tironeo entre extremos que se censuran mutuamente en pos de la libertad de expresión.



Uróboro (Foto de Abake)

Desde hace ya unos años, al menos en Argentina, este fenómeno se conoce bajo el nombre de “la grieta”. Desconozco quién fue el mentor original de este término, pero se ha popularizado hasta tal punto que con esta imagen se entiende inmediatamente la existencia de bandos políticos contrapuestos entre los cuales el diálogo se ha vuelto imposible. La idea es clara: nada se puede construir sobre una grieta.

Hoy en día, por suerte y por desgracia, las cuestiones políticas se colaron en todos los ámbitos de la vida cotidiana, tanto públicos, como privados. El interés por el debate político no se da solamente en discusiones formales, sino que ha ido en avanzada en conversaciones casuales, callejeras e incluso hogareñas, pero extendiendo a su paso la imparable traza de esta grieta, que no sólo afecta a organizaciones, partidos e instituciones, sino que separa a colegas de trabajo, grupos de amigos, adentrándose incluso en el interior mismo de muchas familias. Muchas personas de buena voluntad se ven urgidas a tomar partido de manera indeclinable. Muchos creen encontrar así un modo genuino de cristalizar sus ilusiones políticas. Lo curioso es que una vez que están identificados con un bando, se encolumnan irreflexivamente ante la moción o lema de turno y se encuentran a sí mismos defendiendo una idea que no condice ni con su ideología de base. Los medios de comunicación, por su parte, fogonean morbosamente el espectáculo resultante. Y los líderes políticos, por supuesto, aprovechan la redada. 

La grieta ha cobrado sustancia, vida propia. La ferocidad de los ataques que se vivencian en las redes sociales la alimentan. Expresar la propia opinión se reduce a la desacreditación total de la opinión contraria, entrando en un ciclo sin fin, en el que la libertad de expresión se fagocita a sí misma.

Foto de Monstera en Pexels
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