Cuando las paredes oyen: entre lo privado y lo público

Cuando las paredes oyen: entre lo privado y lo público

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Ilustración: David Zertuche

El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín y, con ello, la República Democrática Alemana (RDA) comenzó a diluirse poco a poco. Algunos días después, el 13 de noviembre, el parlamento de la RDA llamado la “Cámara del pueblo” (Volkskammer), entró en sesión para discutir sobre la reunificación. Entre sus miembros se encontraba Erich Mielke, quien fuera el Ministro de la Stasi. La RDA contaba con un servicio de inteligencia muy eficiente y que también fue un instrumento de opresión, control y vigilancia de los alemanes orientales; el Ministerio para la Seguridad Estatal (MfS) era el servicio de seguridad estatal (Staatssicherheit), mejor conocida como la Stasi. 

El parlamento convocó a Erich Mielke para que rindiera cuenta por los crímenes de la Stasi. Mielke continuaba dirigiéndose a todos con el término “camaradas” (Genossen), exasperando a varios; cuando finalmente subió al estrado, uno de los hombres más temibles de la RDA formuló una bizarra e irónica declaración de amor: “ich liebe doch alle, alle Menschen” (yo amo a todos, a todos los hombres). El parlamento, y seguramente los alemanes que seguían la sesión por televisión, explotaron de risa. 

Video Erich Mielke “Amo a todos los hombres”.

Por amor a los camaradas la Stasi tenía que oprimir, vigilar, manipular, torturar y, muchas veces, convertir en colaboradores informales a la población. Se vivía una constante paranoia, porque no era posible saber quién era un agente o un colaborador, incluso entre familias y amigos. Una madre, un buen amigo o el hijo del vecino podían ser colaboradores informales.

Las conversaciones eran escuchadas y, para ello, había varios métodos de vigilancia muy efectivos. Popularmente, se dice que “las paredes oyen”, y con la Stasi “velando por la seguridad nacional” el dicho se cumplía: se implantaban micrófonos y hasta la conversación más banal era escuchada con atención y protocolada minuciosamente. Ni siquiera en la intimidad y privacidad del hogar se podía estar seguro, porque la esfera privada se había vuelto pública. 

Con la caída del Muro de Berlín y la toma del cuartel principal de la Stasi, las actas se hicieron públicas. Con “públicas” no me refiero a que cualquiera puede acceder a los archivos y leer las actas de la Stasi, porque sería una violación a la privacidad; sino que aquellos que tienen una acta o sus familiares directos pueden leerla en el archivo general. Las actas tenían que volverse públicas, para reparar un poco la privacidad violada de las víctimas. 

Sin duda, debe ser aterrador leer un protocolo detallado de tu vida diaria: a dónde fuiste, con quién hablaste, cuánto tiempo tardaste en llegar, los lugares que frecuentas, si algo te gusta o no te gusta, lo último que dijiste, la carta que escribiste a tu padre, tus problemas de alcoba e, incluso, el tiempo que estuviste sentado en el váter. La minuciosidad con la que todo queda registrado es escalofriante

¿Hay algún lugar dentro de mi intimidad al que no pueden acceder? Quizá a mi pensamiento, si es que no se ha vuelto predecible, tras la continua vigilancia ¿Te resulta conocido? La Stasi no colocó micrófonos secretos en tu hogar, cada uno de nosotros colocó su propio micrófono: el móvil o la querida Alexa. Nosotros abrimos la puerta.

Pandemia Digital
Acuarela: David Zertuche

La filósofa alemana, Hannah Arendt, propone que el mundo es un espacio de apariencias conformado por dos esferas coexistentes: la esfera pública y la esfera privada. Sin embargo, estas esferas no se contraponen, sino que cada una requiere de la otra para conformarse, son interdependientes e iguales. La esfera privada se identifica con el hogar y la intimidad, mientras que la esfera pública tiene como característica principal el discurso y la acción, esto posibilita que la esfera pública pueda ser también política. 

Las facultades del espíritu –el pensamiento, la voluntad y el juicio– son invisibles, pero se manifiestan por medio del lenguaje. En el mundo, aparecen cosas y seres que son públicos y privados, que se perciben por medio de los sentidos y que se expresan por medio del lenguaje.

Cada uno de nosotros percibimos el mundo que nos rodea, pero también queremos ser percibidos y mostrarnos al mundo. La interacción entre el mundo exterior y el interior de la persona se logra por medio del lenguaje que expresa las facultades del espíritu, y que permite distinguir entre lo público y lo privado. 

La actividad de las facultades del espíritu se vive en el interior, pero, desde lo privado, se puede dar el salto a lo público, al mundo externo. Decidimos, en nuestro interior, cómo mostrarnos y revelarnos en público. Las esferas, privada y pública, son dependientes entre sí y en cada una está la potencialidad de la otra.

Arendt señala que, aunque el campo político es el espacio para la libertad, es necesario mantener la esfera privada. Por el contrario, en un estado totalitario, todo se vuelve político y público; la esfera privada desaparece y con ella se acalla la identidad, la diferencia y la pluralidad. 

Que lo privado se vuelva público es peligroso, especialmente si ambas esferas están mediatizadas. El filósofo Jürgen Habermas ha reflexionado por mucho tiempo sobre la esfera pública (Öffentlichkeit) y considera que es el entorno para deliberar espontáneamente y en comunidad sobre lo racional, sin las interferencias del estado, los intereses económicos y los medios de comunicación.

Sin embargo, lo público es aquello que tiene visibilidad y, por lo tanto, está mediatizado por los medios de comunicación que se encargan de producir una realidad pública que tiene el poder de controlar y determinar por medio de narrativas mediáticas, las pocas visiones del mundo que se imponen. 

Drain your brain,
Roma. Foto: A. Fajardo

Estas narrativas procuran entretener para adormecer la razón. Los actores con legitimidad para expresarse públicamente son los políticos, periodistas y la “opinión pública”; sin embargo, el internet ha fragmentado la mediatización, porque cualquiera puede escribir sus opiniones en Facebook o Twitter

¿Se trata de una superación de la mediatización o sólo se ha modificado la estructura de mediatización pero ésta sigue siendo necesaria? 

Un buen ejemplo de la mediatización es la película “They live” (1988) de John Carpenter, basada en el relato de ciencia ficción de Ray Nelson Eight O´Clock in the Morning, el protagonista observa a través de unas gafas especiales que hay unos seres diferentes, extraterrestres, que controlan el mundo a través de los medios de comunicación, especialmente la televisión. John Nada ve en los anuncios publicitarios el mensaje subliminal: obedece, cásate y reprodúcete, consume, trabaja ocho horas; y el dinero, afirmaba, “este es tu dios”. El control se ejercía por la mediatización: La esfera privada se determinaba de acuerdo con una simulación de la esfera pública que imponía su visión del mundo pero que no estaba en realidad abierta ni a la libertad, ni al disenso ni a la pluralidad. . 

They live de John Carpenter

Da la impresión de que desde el arribo de las redes sociales y quizá un poco antes la delgada línea entre la esfera pública y la esfera privada se ha diluido y vuelto confusa. Desde hace algunos años, comenzó a exhibirse la vida privada. Primero, la de los artistas en los programas de cotilleos, luego, la de los políticos y, ahora, nosotros exhibimos, sin que nadie nos lo pida, nuestra privacidad. Fotografiamos lo que comemos, lo que vestimos, los lugares a los que vamos y hasta los momentos más íntimos y delicados. Lo privado se vuelve público. Incluso surgió un nuevo trabajo: los influencers, quienes comercian con su vida diaria.

El lema feminista de los años 60 “lo personal es político” afirma que lo que acontece en la esfera privada puede y debe discutirse en la esfera pública; y, aunque se pretende reivindicar la dimensión política de la vida privada y la participación, lo político se vuelve personal y puede resultar peligroso. 

Obey, Berlín
Foto: A. Fajardo

La esfera privada puede enriquecer la esfera pública; la esfera privada es la condición de posibilidad de existencia de la esfera pública y viceversa. Sin embargo, no por ello todo lo privado debe hacerse público. Exhibir nuestra privacidad sólo nos vuelve más vulnerables ante la mediatización y elimina el ámbito de la intimidad; ámbito protegido de la luz pública y que todos necesitamos para vivir plenamente y mantener nuestra salud mental.

Cada vez que entramos a un sitio de Internet nos aparece una leyenda que afirma preocuparse por nuestra privacidad, autorizamos diferentes aplicaciones para que tengan acceso a nuestra imágenes, micrófono y contactos; y recientemente los cambios de la privacidad de Whatsapp inquietaron a algunos. Los memes no se hicieron esperar, y otros afirmaban que, en realidad, nadie puede estar interesado en los mensajes de tu madre, los chistes de tu tío, las recetas de la abuela, las conversaciones tóxicas con tu ex y los memes del Baby Yoda que te envían tus amigos.

Podría parecer intrascendente y banal y, sin embargo, la información recopilada es valiosa, de otro modo, no habría servidores para almacenarla y algoritmos cada vez más precisos para analizarla. “Cuando algo es gratis, entonces, tú eres el producto”, aplica tanto para los covers del antro, como para las aplicaciones que recopilan nuestros datos. La frase “la información es poder” quizá parezca trillada y de superación personal, pero no ha perdido nada de su relevancia.

Pienso que la esfera pública continua mediatizada y ahora las personas con poder suficiente cuentan con instrumentos más eficientes para la manipulación, y también la esfera privada se ha visto afectada. Si la esfera privada desaparece y todo se vuelve público, no habrá espacio para el silencio ni la interioridad; la privacidad está en peligro. Si la esfera pública llega a ser dominada por unos cuantos, la democracia y la libertad estarán en peligro.

“Wake up! Reality is here!” Street art Roma.
Foto: A. Fajardo

La invasión a la privacidad llevada a cabo por la Stasi intimidó e intentó controlar la vida de muchos alemanes. Horroriza pensar que alguien entre sin nuestro consentimiento a nuestro hogar, coloque micrófonos por todas partes y hurgue en nuestros cajones; pero ahora nosotros les abrimos las puertas y los recibimos con los brazos abiertos.

Hay un tercero -invisible- en la habitación, escuchando y llevando un protocolo detallado de nuestras actividades, de lo que hablamos, escribimos, pensamos, de nuestras reuniones, contactos, compras, del tiempo que miramos una imagen, de los gestos que hicimos e incluso de nuestros momentos más íntimos; y así, vigilan descaradamente nuestra privacidad. Lo intuimos, pero no lo vemos; incapaces de escapar a su juego, dejamos de sentir miedo y procuramos vivir como si no estuviera ahí. 

MDNMDN