Purificación de la memoria

Purificación de la memoria

Por Pbro. Mario Arroyo

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Recientemente han sido noticia los escándalos de pedofilia clerical en diversos países, como Francia o Alemania. Nunca nos cansaremos de repudiar tan aberrantes hechos, sin embargo, puede decirse que algo trascendental ha cambiado el escenario. En efecto, antes era un grupo avezado de periodistas los que sacaban a la luz los trapos sucios de la Iglesia. Ahora, en cambio, es la Iglesia misma la que exhibe sus miserias, en un alarde de sinceridad y autenticidad.

La diferencia es radical y denota un cambio de actitud muy importante. Si antes fueron necesarias las investigaciones del Boston Globe, o las de Carmen Aristegui para perseguir implacablemente a los criminales y exhibirlos; ahora es la Iglesia la que toma la iniciativa y sin pudor alguno muestra su lado oscuro. ¿Cuál es el motivo? Indudablemente no se trata de un deseo de autodestrucción, o una especie de tirar la toalla con la actitud del que ya no le encuentra sentido a su causa. Se trata de un ejercicio de transparencia institucional y de purificación de la memoria.

La Iglesia misma es la primera interesada en ver lo que hay dentro de esa caja negra de la pederastia, para dimensionar su responsabilidad al respecto y pedir perdón a las víctimas. Por eso en Francia como país o en diversas diócesis alemanas, la última de ellas Múnich, han encargado a un agente externo que realice la investigación pertinente. Cabe decir que, en muchos casos, se abren heridas del pasado, que ya habían cicatrizado por la fuerza del tiempo.  En Múnich, por ejemplo, se estudiaron expedientes prácticamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Algo semejante sucedió en Francia; es decir, en la mayor parte de los casos, se trata de eventos acaecidos hace muchos años, de los que apenas se toma conciencia.

Ahora bien, este es un tema muy delicado, que puede prestarse a una especie de cacería de brujas. Utilizarse como expediente para empañar el prestigio de algunas personalidades, en forma selectiva. Tal parece ser el caso de Benedicto XVI, al embarrarlo con cuatro casos mal gestionados durante su mandato en la diócesis de Múnich hace más de 40 años. No podemos olvidar que siempre es injusto juzgar las acciones del pasado con el criterio presente. Han tenido que pasar muchas cosas tristes en la Iglesia para que cobráramos conciencia de la magnitud del problema; conciencia de la que hace 40 años se carecía. No le podemos pedir a un obispo de hace treinta, cuarenta o cincuenta años, que tome las medidas precautorias que se tomarían hoy por el mismo problema.

Lo que casi nadie ha dicho, del periodo en que Ratzinger estuvo al frente de la diócesis de Múnich-Freising, es que no hubo ni un solo caso de abuso sexual a menores. Los que le imputan al Papa emérito sucedieron antes fuera de su diócesis o después; es decir, cuando no tenía potestad sobre la misma ni capacidad de decisión. Las medidas disciplinarias que no tomó, corresponden a las medidas que comenzaron a ser promovidas por el mismo Ratzinger 20 años después de los sucesos, al tomar conciencia de la dimensión que tenía el problema, gran parte gracias a la investigación del Boston Globe. Pero a principios de los años 80 del siglo XX, tomó las medidas usuales en aquel entonces; en el caso más sonado, retirar de la práctica pastoral a un sacerdote y someterlo a un tratamiento psiquiátrico.

La Iglesia ha reaccionado tarde, pero ha reaccionado, gracias en gran medida a los escándalos periodísticos: Boston Globe, Maciel, Karadima. Ahora ha aprendido la lección: no esperar a que los medios ventaneen sus miserias, sino mostrar todas las cartas sobre la mesa, en un ejercicio de humildad y transparencia, orientado a pedir perdón, reparar y purificar la memoria. Ha seguido entonces el consejo que daba Valentina Alazraki a los obispos en una reunión organizada por el Papa Francisco para estudiar el tema del abuso sexual en la Iglesia: adelantarse a los periodistas. Cabe preguntarse si otras diócesis latinoamericanas seguirán el ejemplo de Pensilvania, Berlín, Múnich y toda Francia. O si la experiencia del escándalo orquestado por este acto de sinceridad aconsejará un silencio prudente. Pienso que, aunque doloroso, se trata de un proceso necesario, un paso duro y difícil que la Iglesia debe dar para recobrar credibilidad.

Purificación de la memoria

Memoria y olvido en RRSS

Por Mariana Barry

La memoria no sólo ha perdido su divinidad,
sino que lleva buen camino de perder su humanidad.
Mnemósine se ha convertido en una máquina
”.
Nicholas Carr, Superficiales

Año 1540, sur de Francia. Un campesino de nombre Martin Guerre desaparece repentinamente, abandonando a su mujer y a su hijo. Años más tarde, simplemente, reaparece. El pueblo y su familia lo reciben con naturalidad y reconocen en él a su hijo pródigo. Pronto Martin retoma sus labores y su vida conyugal, teniendo dos hijas más con su esposa Bertrande. La vida se reinicia en el punto donde había quedado. Sin embargo, años más tarde, Bertrande lo denuncia ante las autoridades. Este marido, amoroso y comprensivo, no sería Martin Guerre. Las sospechas en el pueblo comenzaron a volverse cada vez más fuertes: se trataría de un impostor. 

El acusado fue sometido a juicio. Su presunto parecido, ciertas marcas físicas y su minuciosa memoria referentes a la identidad de aquel Martin Guerre, que una vez había partido y dejado todo sin aviso, hacían difícil al tribunal dictaminar su culpabilidad.  Entre los testimonios en su contra se destacaba el relato de un soldado que, de paso por la aldea, declaró haber conocido a Martin en la guerra y que éste habría perdido una pierna en batalla. El juicio continuó, hasta que, finalmente un día, Martin Guerre, el verdadero, efectivamente regresó, con su pata de madera. La farsa se desmoronó. El embaucador identificado como Arnaud du Tihl, alias “Pansette”, fue declarado culpable de impostura y condenado a morir en la horca en septiembre de 1560. 


Este curioso caso marcó un inusitado hito en tratados judiciales, planteó nuevas ópticas a los historiadores, como en la obra de Natalie Zemon Davis, El regreso de Martin Guerre y nutrió de argumento a copiosas novelas, obras de teatro e incluso una película, protagonizada por Gérard Depardieu. 

Pansette no sólo logró suplantar una “identidad”, sino, mucho peor, logró suplantar por un buen tiempo la “memoria” de todo un pueblo. Hoy en día, casi 500 años después, no nos libramos, sin embargo, de este tipo de simulacros. Muy por el contrario, la profusión de información personal que se encuentra online facilita el engaño. Pansette bien podría hoy crear a la vez varios perfiles en sus redes sociales, una como Arnaud, otra como Martin. Sin demasiada investigación, conocería al detalle las amarguras de Bertrande, las peripecias de Martin lejos de su tierra, así como la vida y obra de todos los habitantes de la aldea. Incluso, no habría sido necesario siquiera fingir un regreso. Haciéndose pasar por Martin, Pansette podría haber chateado largamente con Bertrande, narrando anécdotas ajenas y enviándole fotos robadas. “Phishing”, “Grooming”, entre otros, son los modos más perversos de suplantación de identidad que existen en la actualidad.

Claramente, la historia nos muestra que no es la tecnología la que hace al fraude. Pero la sofisticación de sus herramientas, la omnipresencia de sus dispositivos, la incontenible afición que genera y la liviandad con la que le entregamos datos y relatos cotidianos anestesian nuestros reflejos y nos impiden reaccionar ante este aluvión en el que la información se embarra en la desinformación. Los vínculos se transformaron vertiginosamente en hipervínculos.

La tecnología de las redes sociales nos abre un inabarcable universo de relaciones en el que ya nos sentimos medianamente familiarizados. En ellas, podemos llevar un registro casi al instante de todo lo que les sucede a nuestros contactos: eventos significativos, logros profesionales, comidas siempre sabrosas, opiniones radicales, viajes inolvidables, recuerdos de infancia, ventajosas compras, experiencias extremas, caras sonrientes, vivencias únicas, memes, etc. La vida misma parece más vivible allí. Real o irreal, genuina o simulada, allí queda plasmada la memoria cotidiana común. Las redes sociales tienden a convertirse así en la principal fuente testimonial de nuestra historia personal y como tal, casi único reaseguro de nuestra identidad.

¿Qué hubiera sido de las redes sociales en el siglo XVI? Más allá de la manifiesta intención de engaño por parte de Pansette, Bertrande hubiera contado hoy con una infinidad de recursos para comparar uno y otro de los Martin Guerre de su vida. Hubiera tenido interminables fotos de Martin de chico, videos de su boda, fotos de Martin labrando el campo y posando junto a buenas cosechas, selfies de Martin en la guerra, en actitud arriesgada o en poses heroicas y sin saber bien por qué, de acuerdo al historial de búsquedas de su marido, hubiera recibido variadas ofertas sobre prótesis ortopédicas.

Incluso, si Bertrande se hubiera dispuesto a olvidar a Martin tras su partida, ciertas aplicaciones le hubieran traído, sin pedirlas, imágenes, por ejemplo, de un año o de dos años atrás, aún cuando ella las hubiera eliminado de su teléfono móvil.

El jurado por su parte podría haberse servido de toda la información volcada en los perfiles de Pansette para recabar datos a fin de reconstruir la perpetración del fraude.

Pero por otra parte, si no hubiera terminado en la horca, Arnaud du Tihl podría haber reclamado ante los tribunales lo que hoy se conoce como “derecho al olvido” o “derecho de supresión”, por el cual un ciudadano podría solicitar que se eliminen de la red datos o sucesos personales con información sensible que ya no sean necesarios para la finalidad con la que fueron publicados, o no haya habido un consentimiento para hacerlo, solicitando a su vez que se bloqueen todos los enlaces que conducen a esa información en los buscadores. ¿La historia sobre el fraudulento regreso de Martin Guerre hubiera desaparecido?

Mucho se habla sin duda del “peligro” de las redes sociales, sin embargo, es algo que tan sólo intuimos, pero que no terminamos de visualizar en qué consiste concretamente. La cuestión que se plantea con las redes sociales, no se trata solamente de meros avances tecnológicos, sino de una nueva dinámica de interrelación e interactividad, cuyos alcances nos resultan aún insospechados, en particular, en relación a la configuración de nuestros propios recuerdos.

En su libro “Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?”, Nicholas Carr indica que “la red rápidamente llegó a verse como un sustituto, más que un suplemento de la memoria personal” y alude a la “memoria de silicio” como nuestra memoria externa. Las fotos que guardo, mis publicaciones e información personal quedan alojadas en dispositivos externos, como terminales obligadas de nuestra memoria. Sin mencionar que, como toda tecnología, también es falible y se puede llegar a borrar…

Inadvertidamente, delegamos en la red y en las redes la gerencia de nuestra memoria y de nuestro olvido. Se trata ahora al menos de ser conscientes de ello.

MDNMDN