En 1966 el artista Gunter Demnig comenzó un proyecto llamado Stolpersteine, que podríamos traducir como piedras de tropiezo. Berlín amaneció desde entonces con adoquines que saltan a la vista: una piedra de concreto de 10 cm cubierta con una placa de metal. Tras una investigación, se colocan las Stolpersteine, en el último lugar de residencia de las víctimas del nazismo. Los nombres, la fecha de nacimiento, de deportación y de muerte están grabados en la placa. Con el tiempo las piedras de tropiezo se difundieron por toda Europa.
Estas pequeñas piedras nos hacen recordar, por ejemplo a la pintora Charlotte Salomon, quien huyó a la Costa Azul; después de unos meses fue deportada a Auschwitz y murió –embarazada– en la cámara de gas; así como a su padre Albert Salomon –un famoso médico– y su madrastra Paula Lindberg –una cantante de ópera– quienes lograron sobrevivir.
“Aquí vivió Charlotte Salomon, nacida en 1917, huyó en 1938 a Francia. Internada en los campos de Gur y Drancy en 1940. Deportada y asesinada en Auschwitz en 1943.”
Las tumbas nos traen a la memoria a aquellos que partieron primero, pero ¿qué sucede cuando no hay una tumba que nos permita recordar? Estas piedras que “nos hacen tropezar”, porque saltan a la vista, son un llamado a la memoria.
Entre el Valle del Cedrón y el Monte de los Olivos –fuera de las murallas de Jerusalén y mirando directamente al Monte del Templo– se encuentra uno de los cementerios judíos más importantes del mundo. Construido aproximadamente hace 3000 años –tiempo del Primer Templo– el cementerio se expandió durante el Medioevo. Ahí descansan 150.000 judíos de diversas épocas y lugares. Algunos arqueólogos señalan que en este cementerio se encuentran las tumbas de los profetas Zacarías y Malaquías.
Quizá lo más significativo de todo cementerio judío es la falta de flores. Es parte de la tradición colocar una piedra, no solamente para señalar la visita, sino porque al contrario de las flores, las piedras no se marchitan: son duraderas y simbolizan la permanencia –de los difuntos– en nuestra memoria.
Las piedras son también un símbolo de esperanza en la resurrección: cuando el profeta Elías toque el shofar anunciando la llegada del Mesías, los muertos resucitarán y con las piedras de sus tumbas comenzarán a reconstruir el Templo de Jerusalén.