Barbie: crítica social y búsqueda de humanidad

Barbie: crítica social y búsqueda de humanidad

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La película de Barbie ha causado furor. Ha hecho pensar a quienes la vieron. Generó placer en unos grupos y crítica en otros. A fin de hacer una reflexión filosófica y sintética fui a verla. Me llevé una sorpresa. Si bien, no suscribo necesariamente todas las tesis propuestas en la película, sí me encontré con un trasfondo interesante de búsqueda de humanidad, de la felicidad y de la trascendencia.

La película está en la tradición de la comedia clásica. Prueba de ello es que ha incomodado a muchas personas y ha dado de qué hablar. Tal como lo hicieron las comedias de Aristófanes en la Atenas clásica del siglo IV. A.C. No hay que olvidar que las tragedias muestran a los hombres mejor de lo que son, y las comedias los muestran peor de lo que son, tal como lo mencionó Aristóteles en la Poética. Por eso hay que pensar que la película de Barbie, como comedia, juega con las imágenes, el lenguaje, lo social, lo humano, lo verosímil y la verdad. Como cualquier obra de arte, la película dice algo verosímil, semejante a la verdad, pero no la verdad misma, la cual tiene que descubrir el espectador en su vida. Igualmente, como comedia, hace una crítica social que incomoda, genera risas, y que pretende llevar a la crítica y la acción.

No reseñaré la película, no quiero arruinársela al lector. Propongo unos puntos de reflexión sobre algunos momentos e ideas interesantes que llamaron mi atención y que vale la pena tomar en cuenta. Primeramente aparece el tema de la búsqueda de la humanidad, tanto de Barbie como de Ken. Luego el control mercadológico del consumismo sobre la individualidad humana. Por último se trata de la apertura a la trascendencia, que la película sugiere.

Busto de Aristófanes.

Barbie en busca de su humanidad

Barbie vive en Barbieland, en un matriarcado, un lugar imaginario en el que las mujeres pueden ser lo que quieran ser. Uno de los problemas de poder ser lo que se quiera radica en no saber qué se quiere ser. Justamente entran aquí las exigencias de la sociedad, en la que Barbie empieza a desencajar. Es por esta experiencia que comienza la búsqueda de su humanidad, que es reflejo de la humanidad de su dueña, Gloria.

Es de notar que Barbie y Ken van juntos en su viaje de búsqueda de humanidad, como si el hombre y la mujer fueran juntos en ese viaje complementándose. Ambos, Barbie y Ken, tienen intuiciones de los aspectos de humanidad que buscan. Cada quien busca cosas diferentes. Originalmente, Barbie es estereotípica e ingenua. Asume que su vida tiene que ser perfecta todos los días, es decir, que “cada día es el día perfecto para siempre”, pero tiene un gran poder intuitivo, porque considera que la felicidad no puede ser superficial. La Barbie rara, que tiene una conexión especial con lo humano y es, en cierto aspecto, una filósofa, la exhorta a encontrar la verdad sobre el cosmos, que sólo puede hallarse a través de un viaje interior. Barbie acepta ser valiente para buscar lo que la hace humana y también lo que significa ser mujer. Es notable que Barbie no está fuertemente conectada con su sexualidad.

Ante los albañiles dice que ella y Ken no tienen genitales, lo que él niega. Esta afirmación es llamativa porque es una muestra de la inmadurez que representa la Barbie estereotípica, que termina aceptando su feminidad cuando visita al ginecólogo.

Igualmente, Ken está en búsqueda de su libertad. Tiene una conciencia de su sexualidad, tanto como la Barbie rara. Busca la otredad de Barbie y la libertad validada de su identidad varonil, que no sabe dónde encontrar o cómo reconocerla de modo recto. Por eso tiene el problema de considerarse a sí mismo, inmaduramente, como sólo un acompañante de Barbie. Cuando Ken ve las relaciones entre varones se encuentra con algo nuevo. Se entusiasma y malinterpreta la masculinidad por el vacío de sus expectativas.

Esta historia recuerda dos relatos clásicos griegos que tratan sobre la relación entre lo humano, lo femenino y lo masculino. Estos relatos son Dafnis y Cloe, de Longo, y Lisístrata, de Aristófanes. La novela Dafnis y Cloe, del autor griego del siglo II D.C. Longo de Lesbos, es una de las pocas novelas de la antigüedad que se conservan. En ella, el pastor Dafnis y su compañera Cloe comparten su infancia y comienzan a crecer juntos. Ambos viven su crecimiento y se encuentran con diversos problemas para resolver y eso les lleva a ser maduros. Al final plenifican su relación de amistad cuando ambos descubren juntos la sexualidad y el erotismo como parte de la naturaleza humana. En la película, Barbie y Ken, descubren este aspecto de su humanidad, cada uno a su modo, aunque su relación no llegue a ser correspondida.

Escultura Dafnis y Cloe de Virginio Arias.

Barbie quiere profundizar en la experiencia humana que comienza a vivir, de un modo más interior, afectivo e independiente. Por su parte, Ken se da cuenta de que es valioso por sí mismo, y que no necesita ganar la validación femenina de Barbie como perfección de su masculinidad. Como se ve, Barbie y Ken difieren de Dafnis y Cloe porque, al final, sus historias y amores no se entrelazan, lo cual también es válido. Pero ambas historias comparten la búsqueda de la genuina humanidad, la madurez y de una vida auténtica que valga la pena.

Por otra parte, la historia crítica y cómica en la que las mujeres tienen el poder y exigen a los hombres un mejor trato no es nueva. Es el argumento de Lisístrata, la comedia de Aristófanes. En esta comedia, la personaje principal, Lisístrata, organiza a las mujeres atenienses en una huelga; sin que puedan unirse con sus maridos. Todas las atenienses se encierran en la Acrópolis hasta que los hombres cambien su actitud machista, exageradamente masculina sin medida y poco humana.

En la película, se sigue un argumento parecido. Los Kens instauran un gobierno de masculinidad exagerada y viciosa. Antes ni siquiera tenían una casa propia, y llegan al poder con muchos cambios: la llamada masculinidad tóxica. Esto porque no han encontrado el fundamento de su humanidad y no tienen un parámetro para saber cómo ser un hombre en sí mismo, sin necesidad de aparentar una masculinidad exagerada para conquistar a las Barbies. Barbie estereotípica y Barbie rara, con ayuda de las humanas Gloria y Sasha, hacen una revuelta política, como Lisístrata en la Acrópolis, y logran restaurar el gobierno anterior.

La Barbie presidenta no permite que los Kens tengan un lugar en la Suprema Corte, lo cual es una imagen cómica de la situación real y lamentable en la que muchas mujeres no tienen acceso al poder, y la imagen cómica pretende incomodar y generar consciencia sobre ello. La idea es que las mujeres ayudan a encontrar la masculinidad virtuosa. Y al revés, pues algunas Barbies formaron pareja con sus respectivos Kens al final. La idea es sugerente: la masculinidad y feminidad impuestas, exageradas, no le hacen bien a la sociedad ni a los individuos. Sólo pueden ser si antes tienen un fundamento
humano integrado, donde mente, sentimientos, y cuerpo vayan unidos.

Grabado Lisístrata, Aubrey Beardsley.

El mercado y el individuo

En la película resalta el tema de la relación entre el individuo, el mercado y la felicidad. Naturalmente, se presenta como una sátira risible, pero tiene un trasfondo de verdad. Como un producto de las corporaciones, Barbie, es la imagen de la manipulación que las marcas y el mercado hacen de los seres humanos. En especial, de las mujeres, pues por una perspectiva corporativa y empresarial, Mattel lleva a Barbie a pensar que ella puede ser lo que quiera ser. Pero, incluso con esto, Barbie está perdida entre un montón de posibilidades, y no sabe quién es. Por eso, la pregunta “¿Quién soy, para qué estoy aquí? es fundamental en la búsqueda humana de Barbie y Ken.

La identidad humana y personal sólo puede encontrarse en la aceptación de lo que somos, sin idealizar las expectativas. Sin vivir para plenificar los planes de la sociedad, la pareja, las empresas o el mercado. El director de Mattel pretende mostrar lo que las mujeres y los hombres deben de ser con la idealización de lo femenino y lo masculino en Barbie y Ken. Justamente esta idealización impide que los personajes descubran su humanidad. Cargan con tal idealización como un lastre que les impide la autenticidad. Barbie siempre debe de ser perfecta y ese peso, dice Gloria la humana, le impide ser una mujer auténtica si sólo trata de plenificar lo establecido por el mercado y la sociedad.

Igualmente, Ken, sufre algo semejante cuando se encuentra con el patriarcado, o más bien, lo qué él entiende erróneamente por patriarcado como poder masculino. Cuando busca su felicidad en lo que el mercado o las empresas dicen que debe de ser lo masculino le hace un gran mal a su sociedad y a los hombres que en ella viven. Los hace cargar un peso externo que no va en concordancia con la autenticidad que surge de la vida interior. En general, la crítica es hacia la vida vertida exclusivamente hacia el exterior, o sea, la que trata de cumplir los criterios de los otros y no los propios en una vida auténtica de la interioridad. Barbie y Ken se acercan a su humanidad cuando se alejan de cumplir las expectativas de una vida exterior y cumplen con las intuiciones de su vida interior.

La apertura a la trascendencia

Por último aparece el tema de la apertura a la trascendencia, entendida como el encuentro, en vida, con Dios, más allá del mundo sensible y de plástico rosa. Mi opinión es que Dios está representado por Ruth Handler, que se presenta como la creadora de Barbie. Ellas hablan cara a cara, al tú por tú. Ruth es una de las pocas que comprende a Barbie en su búsqueda de sentido existencial. Pueden hablar de las cosas humanas que no son atractivas para la vida exterior, sino que son íntimas y sensibles en el mundo interior.

Me parece que Ruth es la imagen de Dios porque es la única que le dice a Barbie que fue creada para la libertad y para la felicidad. Ruth dice que la libertad es un regalo y que tiene sentido en función de la búsqueda de la libertad. Por eso Ruth insta a Barbie a que viva una vida humana, que brote del interior, pues la plenitud de la vida no está en la satisfacción de lo que el exterior nos pide. El encuentro entre Ruth y Barbie me parece que simboliza el encuentro entre el ser humano y Dios, en el que hay sentido, intimidad y comprensión, al margen de lo que diga el mundo exterior. Creo que ese símbolo es muy valioso para volver nuestros ojos a Dios en la trascendencia.

En suma, creo que la película tiene valiosas enseñanzas filosóficas, sobre todo antropológicas. Maneja muy bien las analogías de significado en las relaciones entre Barbie, Ken, Gloria y Sasha y Ruth, representando a Dios. Es una crítica fresca a la sociedad contemporánea y propone algunas reflexiones sobre lo que implica ser mujer, ser varón, ser humano.

Barbie: crítica social y búsqueda de humanidad

Resistencia informática

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Reconocemos que la mensajería instantánea y las redes sociales han perjudicado (al menos parcialmente) nuestras vidas. Nos molesta que las personas prefieran consultar su celular en vez de escuchar la conversación. También advertimos lo mucho que las redes sociales espolean la preocupación por las apariencias, y la manera en que inflan la aprobación social como objeto de deseo. Sin embargo, no parece que haya suficientes razones para prescindir deliberadamente de ellas o de la mensajería instantánea (el número de usuarios lo dice todo). Cosa entendible, porque su uso en verdad trae muchos beneficios y abre muchas posibilidades.

Algunos argumentos en contra de las redes sociales han sido malentendidos. Por ejemplo, al hablar de privacidad, he escuchado a varias personas responder «yo no soy tan importante como para que les interese mi información». Tienen razón en el hecho de que no son tan importantes. Es en serio. Ninguna corporación administradora de redes sociales se preocupa por la individualidad de sus usuarios en tanto que individuos (a menos que se trate de una persona realmente poderosa, como sucedió en el caso de Trump). Pero quienes así responden no tienen razón en que su insignificancia como individuos frente a dichas corporaciones los deslinda de todo riesgo y detrimento. Existe un riesgo político y social que nos compete a todos.

El poder que adquieren corporaciones como Facebook, Google, o Amazon no reside (no principalmente) en el chisme o en la amenaza a nuestras reputaciones, sino en la suma de toda esa información que nosotros les regalamos y, al mismo tiempo, en la suma de nuestra atención (también regalada) disponible para recibir la información que ellas deseen taladrarnos. Además de bombardear con comerciales personalizados, la suma de información permite encontrar tendencias políticas y diseñar propaganda política, lo cual causa una disociación entre lo que realmente sería un buen gobierno y lo que públicamente se dice que sería un buen gobierno.

La sustitución de bienes reales por bienes aparentes es un daño inminente. Los fabricantes y las empresas descuidan la calidad de sus productos al preocuparse por la aprobación de sus consumidores. La mercadotecnia es sofistería y nos deja indefensos ante su persuasión cuando dispone de nuestros datos. En la industria alimenticia y en otras más, como la de herramientas electrónicas, cada vez es más difícil para el usuario inexperto discernir la calidad de los productos, puesto que los procesos de elaboración y la tecnología del funcionamiento son cada vez más complejos y opacos. Si las empresas no tuviesen acceso a las bases de datos de sus posibles consumidores, ignorarían la posible futura aprobación del producto y concentrarían su empeño en la efectiva calidad del producto. Dicha concentración conllevaría prosperidad; quizás, incluso, contrarrestaría en alguna medida la obsolescencia programada.

¿La internet ha traído grandes beneficios para la sociedad?

En cuestiones políticas… tomemos el caso de Facebook. Su concentración de poder ha borrado las fronteras entre lo social y lo político. En 2009 trató de instituir reformas de manera democrática; permitió a sus usuarios votar para determinar sus políticas, pero sólo 0.32 por ciento de los usuarios votaron. En 2012 el proyecto fue abandonado. No obstante, el esquema permanece; la corporación es el gobierno, los usuarios son los gobernados y tiene sentido: la plataforma es el territorio. Es un espacio cerrado. En vez de pagar impuestos, se cultivan datos.

Últimamente Facebook intenta crear un consejo supervisor (busca otra forma de gobierno). El consejo, en caso de ser exitoso, supuestamente tendrá más autoridad que Mark Zuckerberg en cuestiones de libertad de expresión dentro de la plataforma. Sobre todo, para decidir qué publicaciones censurar y cuáles no; cuáles promover y cuáles frenar. Por el momento, las decisiones del consejo no sientan precedente; es decir, cuando la decisión les ha sido delegada, tienen la última palabra respecto de quitar o dejar en línea la publicación en cuestión, pero eso no implica que Facebook deba aplicar el mismo criterio a todas las demás publicaciones. El consejo apenas comienza a tener algunas decisiones, mas sí han intentado en las juntas (hasta ahora sólo han sido intentos) llegar a especificaciones que permitan diseñar algoritmos para regular las publicaciones. Es decir, persiguen un sistema legal. (Sobre el consejo supervisor, léase Inside the Making of Facebook’s Supreme Court”, de Kate Klonick, en The New Yorker, 12 de febrero, 2021.)

Los gobernantes de los distintos países están sujetos a las normas de Facebook en tanto que usuarios. Además, puesto que es una empresa internacional, para los gobiernos de los países es más difícil tomar acciones legales contra ella. Países como Australia, Alemania, Francia y Finlandia están preocupados por la justa remuneración a los periodistas cuyo trabajo se difunde en Facebook. Ha sido muy difícil negociar con la compañía. En Francia, las publicaciones de noticias no muestran imágenes ni textos llamativos. En Australia, Facebook consiguió un acuerdo con el gobierno para negociar directamente con los periodistas, luego de eliminar por completo durante un tiempo el contenido de noticias en el país. En Estados Unidos y en Reino Unido (casos excepcionales), hay una sección especial de noticias en Facebook que promueve suscripciones, aunque no está claro si los periodistas están recibiendo la ganancia debida. (Véase el número del 24 de febrero de 2021 de The Wall Street Journal. En primera plana se lee “Facebook enfrenta más peleas por tarifas, en tanto que concreta un acuerdo con Australia” (la traducción es mía).)

Con gazmoñería, Facebook pregona libertad de expresión, pero sus acciones limitan de un modo apabullante las ganancias de los periodistas. Al mismo tiempo, aprovecha el periodismo para capturar más usuarios y crecer como compañía. A pesar de que potencia la difusión del contenido, debilita las ganancias de los periodistas, sin las cuales ellos no siempre pueden solventar las investigaciones necesarias para sus trabajos. Quizás está de más recordar que sin una prensa libre y robusta, todas las demás libertades carecen de protección.

Haber digitalizado el África subsahariana es otra cosa de la que se jacta Facebook, pero el acceso a la red que proporciona a los africanos de ese lugar se da exclusivamente desde su plataforma. Como consecuencia, no hay distinción para ellos entre internet y Facebook; la compañía regula de manera total el acceso a la información en esa región y, por supuesto, no permite que la información que la desfavorece llegue a los usuarios. (Véase La red del engaño, un ensayo de Esteban Illades, en Nexos, marzo, 2020). Esa es la lógica de Facebook: abusar de la vulnerabilidad y de la debilidad humana disfrazado de altruismo por un mero interés de crecimiento empresarial. No reprocho el interés de crecimiento, sino lo que están dispuestos a pisar.

Ray Bradbury retrata la deshumanización que causa la censura del conocimiento y el diálogo.

La historia sobre cómo Zuckerberg conquistó y pervirtió Instagram es otro ejemplo: cuando en 2012 Facebook compró Instagram, le prometió a Kevin Systrom (uno de sus fundadores y, en esos tiempos, director) independencia operativa. Su promesa resultó ser un fiasco. La ambición de Facebook pudo más que sus palabras (acaparar la mayor cantidad de usuarios durante el mayor tiempo posible, para así comerciar con su atención digital). Sobre el caso de Instagram y Facebook, está el reportaje de Sarah Frier “No Filter”, del cual la reseña de Sophie McBain me parece muy buena. En sus inicios, Instagram promovía imágenes artísticas y enriquecedoras, y evitaba la autopromoción nudista. En 2018 Mike Kriegger y Kevin Systrom (los fundadores de Instagram) renunciaron. Para entonces, Facebook se negaba a apoyarlos para combatir la venta de drogas y otros problemas mayores de la plataforma.

El exceso de poder me parece una razón suficiente para plantar resistencia contra las redes sociales vinculadas con Facebook (WhatsApp e Instagram son las más famosas). La ambición inhumana con la que se dirige la corporación es otra razón. No estoy de acuerdo con esa visión de la vida y las relaciones humanas, y tampoco estoy de acuerdo con promoverlas.

Los propósitos de Facebook, su afán de lucro y de poder, no son malvados; sólo son codicia y ruindad: incapacidad para reconocer que hay bienes más importantes que la fama y el placer. Quisiera que esto no se leyera como una serie de motivos para enjuiciar a Zuckerberg. Muchas personas harían lo mismo si estuvieran en su lugar. Lo preocupante es la ingenuidad de nosotros, lo usuarios. No es casualidad que en esto se entrevean similitudes con la resistencia a la tiranía. En los gobiernos autoritarios la mayor responsabilidad la tienen los ciudadanos, que permiten pusilánimes el abuso de poder. Creo que es posible la resistencia a estos gigantes tecnológicos, primero, mediante la difusión de la imagen real de sus corporaciones, pero, más aún, mostrando que es razonable tomar decisiones y hacer sacrificios en favor de esta resistencia.

Ya casi se cumplen dos años desde que abandoné WhatsApp, y creo que cuatro desde que abandoné mi cuenta personal de Facebook. (Es alarmante que esto suene como a confesión de alcohólicos anónimos.) Nunca tuve Instagram. Abstenerme me ha permitido ponderar las ventajas y pérdidas de primera mano. Duré un año entero sin usar una sola red social más allá del correo electrónico; después regresé a Twitter y a Telegram, más por la fuerza de las circunstancias que por convicción propia.

Ya que no he encontrado mucho escrito sobre la posibilidad de abstenerse de las redes en entornos que las imponen, espero que mi testimonio sirva de algo. Me queda claro que se pierde mucho al rechazar las redes. O, puesto al revés, las redes y otras plataformas informáticas nos benefician mucho. Con mi abstención de Facebook y asociados perdí contactos, me distancié de familiares y amigos, y perdí también oportunidades laborales. Afortunadamente estaba en una situación que me permitía aceptar el costo. No sólo me desconecté por razones políticas; también por ideas respecto de las actividades en las que conviene invertir el tiempo, del tipo de discursos que pululan en las redes, y de lo que conviene que sean las relaciones humanas. Para muchas personas las redes son una ventaja económica; para muchas más son una ventaja social, pero eso sólo sucede a corto plazo. A largo plazo nos destruyen más de lo que nos enriquecen. Este esquema de bienes a corto plazo les confiere el carácter de adicciones.

Cuando digo que perdemos más de lo que ganamos me refiero a las corrientes patógenas de la vida política social e individual, a las corrientes consumistas y cosificantes que se abren paso y ensanchan su cauce con nuestro consentimiento (tácito en el mejor de los casos); pero también me refiero a un asunto de mera justicia conmutativa: nuestros datos y nuestra atención (digital o análoga) valen más que lo que ellos nos ofrecen a cambio. Los mecanismos por los cuales estas y otras plataformas se apoderan de nuestros datos son injustos. (Léase sobre esto How Much of Your Stuff Belongs to Big Tech?”, de Elizabeth Kolbert en The New Yorker, 8 de marzo, 2020.)

En “Un mundo feliz”, Huxley muestra una sociedad consumista y superficial.

Entre los casos que muestran el colmo de este abuso en la minería de datos, destaca WeVibe: una marca de juguetes sexuales. La compañía Standard Inovation, dueña de la marca, ofrece una aplicación para configurar y operar los vibradores We-Vibe mediante la cual recopila información vinculada a las personas sobre los momentos en que utilizan los vibradores y, por si fuera poco, sobre la intensidad, la duración y la temperatura con que los utilizan. Más allá de si el uso de juguetes sexuales es una práctica sana o deseable, aquí hay un asunto de injusticia conmutativa. Personas que ya pagaron por los dispositivos con su dinero, ¿por qué tienen que pagar, además, con sus datos?

Las políticas de privacidad están diseñadas para que el usuario sea incapaz de leerlas. Un botón resaltado nos acucia en todo momento para omitirlas: ‘aceptar’. «He leído los términos y condiciones». En las redes sociales no pagamos con dinero por los servicios; nuestra moneda son nuestros datos. La transacción, de cualquier modo (incluso si es legal), es injusta. Lo que las compañías ganan con eso excede desproporcionalmente lo que ellas nos ofrecen. Es que las redes sociales no son un servicio; son una carnada.

Muchas veces no estamos dispuestos a admitir cuánto desmedran nuestras vidas los intereses mercadotécnicos de los grandes monopolios. Oponernos a ellos no es algo sencillo, y la posibilidad de oposición disminuirá conforme la aplacemos, porque el poder de los monopolios crece.

Una instancia de este crecimiento monopólico es Google, compañía subsidiaria de Alphabet. Hace varios años, en 2010, la compañía Oracle compró Sun Microsystems; la transacción incluyó la tecnología Java. Ese mismo año, Oracle demandó a Google por la copia ilegal de más de 11,000 líneas de código Java API en el desarrollo de Android. Oracle estimó los daños en nueve mil millones de dólares. El juicio se resolvió apenas en abril de este año (2021), y se resolvió a favor de Google: según seis de los ocho jueces, que Google dispusiera de esas líneas de código sin el consentimiento de sus dueños no representa injusticia alguna.

Kent Walker, el director ejecutivo de asuntos legales de Google, argumentó que el uso de esas líneas de código fue justo, pero sus argumentos no parecen del todo pertinentes. Adujo que sólo así se puede llevar a cabo la innovación y la interoperabilidad que el mundo necesita. Es verdad que esas líneas de código fueron la base para la innovación e interoperabilidad (compatibilidad con otros programas) de Android. Sin embargo, no era la única manera de hacerlo, y no es verdad que esos propósitos justifican el uso de las líneas de código en cuestión.

Las declaraciones de Oracle son sugerentes: «La plataforma Google sólo creció y su poder mercantil incrementó. Las barreras para entrar [al mercado] se hicieron más altas y la capacidad para competir decreció. Robaron Java y se dispusieron a litigar durante una década como sólo un monopolista puede». Karsten Weide, analista de medios digitales, de International Data, manifestó también su desacuerdo públicamente: «los nuevos emprendedores dirán “invertí mucho tiempo en el desarrollo de este código y Google o alguien más puede venir simplemente y robárselo”».

Imagen tomada de Financial Times.

Parte del problema estriba en los huecos legales respecto de los derechos de explotación (copyright)del código Java API. El reportaje sobre el caso lo publicó The Wall Street Journal en primera plana el 6 de abril de 2021. El punto es que el poder de los monopolios informáticos excede el hurto de nuestros datos con cosas como el despojo del fruto del trabajo ajeno.

Se sabe que la resolución de un caso así sienta precedente en el sistema judicial de Estados Unidos. En la medida en que estas empresas y estos negocios son transnacionales, resoluciones y precedentes como éste afectan directamente a los demás países.

Propongo resistencia. No aconsejo abandonar estos medios de tajo; hay quienes perderían el trabajo si lo hicieran, o el contacto con seres queridos que de otra forma no tendrían (para muchos migrantes, Facebook es el único medio de comunicación con sus familias; lo sé porque ellos me lo han dicho). La imposibilidad de este abandono evidencia un poder que ya se impone: nos ataron la correa en nuestro bolsillo y en nuestros afectos.

Apronto, más bien, las acciones que nos habilitarán en un futuro la posibilidad de abandonar estos medios o, para quien así lo prefiera, la posibilidad de negociar de manera justa y franca en lo que concierne a nuestra información y atención digital. Salir de las aplicaciones de las que aún no dependemos, distribuir el tráfico de nuestra actividad en medios que no estén aún constituidos como monopolios, cambiar de navegador web, consultar las noticias directamente en las plataformas de las revistas y los periódicos (o mejor, aún, suscribirse a las ediciones impresas), llamar a los amigos y procurar las conversaciones rostro a rostro son acciones que nos acercarán a ese futuro. Si no podemos evitar que las compañías dispongan de nuestra información a su capricho, al menos evitemos que quienes la adquieren sean siempre las mismas personas que concentran cada vez más el poder. Podemos también cambiar el discurso: promover la abstención de actividad innecesaria en estos medios, del mismo modo en que se promueven otras causas sociales. En este caso, recuperar medios alternos de comunicación e interacción humana, aunque parezca que desandamos un poco el camino, será un progreso.

Por Alberto Domínguez Horner
Twitter: @HornerAlberto

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