Un niño en la Tierra del Fuego: conversación con Shahriyar Nasirov
Foto: Ilgar Jafarov. Refugiados azeríes de Nagorno-Karabaj (1993).
Cerca del Mar Caspio, a las afueras de la ciudad de Bakú, se encuentra Yanar Dag o “La Montaña del fuego eterno”, una montaña ardiente, donde las llamas pueden alcanzar tres metros de altura. El fuego no se extingue y hay registros muy antiguos, sobre todo del Zoroastrismo. Zaratustra fundó el Zoroastrismo, la religión predominante del Imperio Persa, que afirmaba la lucha entre el bien y el mal. El fuego era un símbolo de la luz y del bien; y jugaba un papel central para los “adoradores del fuego”, no sólo para sus meditaciones, sino también para los rituales. El fuego destruirá lo creado y restaurará el orden perfecto de las cosas.
La Montaña del fuego eterno ya no representa al Zoroastrismo, pero sí define de alguna medida que Azerbaiyán sea conocido como La Tierra del Fuego. La montaña y otras zonas arden por el gas que se filtra del subsuelo entre la roca. Azerbaiyán es rico en petróleo, tiene uno de los mayores yacimientos de hidrocarburos. Tras la caída de la Unión Soviética, Azerbaiyán se convirtió en una república independiente que con los años ha sabido explotar sus recursos naturales, se ha modernizado y enriquecido. Al sobrenombre de Tierra del Fuego, se le puede añadir el de “la perla del Cáucaso”.

Recientemente, Azerbaiyán ha estado en los titulares por el conflicto de Nagorno-Karabaj y la reciente restitución de hogares de aquellas familias que hace 30 años fueron desplazadas y que hoy intentan reconstruir en sus tierras.
El conflicto de Nagorno-Karabaj aún dista de terminarse, las heridas del pasado y del presente tienen que sanar para que los pobladores de la Tierra del fuego puedan construir la paz. La cuestión no sólo abarca los efectos geo-políticos, sino sobre todo la carga emocional de los desplazados. Para intentar ser lo más objetivos posible hay que analizar las diferencias entre los países del Cáucaso y leer su historia sin tomar partido por uno u otro bando. Walter Benjamin nos exhortaría a leer entre líneas la historia de los vencidos y no la de los vencedores, sin embargo, es difícil trazar una línea divisoria, al igual que es difuso hablar de las fronteras, y quizá la distinción seguiría causando división. Tanto los armenios como los azeríes han padecido, y las bajas del conflicto del pasado septiembre (2020) son de ambos bandos.
Azerbaiyán y Armenia están rodeados por tres países grandes, cada uno con sus propios intereses políticos y económicos: Rusia, Turquía e Irán. La región es compleja y más si consideramos que solamente Azerbaiyán es un país multiétnico, tiene una población conformada por al menos 13 etnias diferentes, cada una con su propio idioma, historia, cultura, religión y tradiciones. La región ha pasado por diversas manos, desde el Imperio Romano, la conquista árabe y, finalmente, el influjo de la Unión Soviética hasta su caída en 1991.

La zona en disputa es Nagorno-Karabaj de la provincia de Karabaj, que internacionalmente se reconoce como parte de Azerbaiyán. Una pequeña región montañosa habitada por diversas etnias, entre ellas una mayoría armenia y una minoría azerí.
En 1991, la población armenia proclamó la independencia de la región Nagorno-Karabaj, llamándola República de Artsaj. Sin embargo, la República de Artsaj no fue reconocida por la ONU y los demás países. Siete distritos de alrededor de Nagorno-Karabaj también fueron ocupados, lo que causó el desplazamiento interno de un millón de refugiados azeríes.
La guerra del 92 y la de este año han causado grandes pérdidas y desplazamientos de ambas partes; se perdieron vidas, tierras y casas de un día para otro, dejando familias rotas que lloran por sus muertos. La región es un polvorín, y la guerra ha cambiado, aunque la miseria que deja tras de sí es la misma. La guerra del 92 dejó aproximadamente seis mil muertos y un millón de desplazados; la guerra del 2021, en tan sólo 44 días, dejó alrededor de 30 mil muertos.
La crudeza de la guerra deja mucho que pensar. Es más sencillo destruir que construir, una casa puede tardar años en construirse, pero en un minuto una bomba puede dejarla hasta los cimientos; un niño se convierte en hombre después de años y, en un minuto, la vida puede dar un vuelco. Con los años, hemos perfeccionado la tecnología y la hemos usado en la guerra; los muertos de cada guerra son mayores, más vidas en menos tiempo, el colmo de la eficiencia.
La guerra es un excelente negocio para algunos observadores distantes, que no tienen empacho en vender armas cada vez más letales; sin importar la destrucción de las vidas, ya sea arrebatándolas o dejando cicatrices físicas y emocionales que acompañarán a los sobrevivientes hasta su último día.
Conversamos con Shahriyar Nasirov, Doctor en Energía Renovable y profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez en Chile, sobre el conflicto y su infancia en la Tierra del Fuego. Shahriyar nos explicó que los medios suelen confundir la región, por lo que debe quedar muy claro que el conflicto se desarrolla en Nagorno-Karabaj y no en toda la provincia de Karabaj.

¿Por qué después de 30 años explotó nuevamente el conflicto en Nagorno-Karabaj?
No es un conflicto que estalló de la noche a la mañana, sino que a lo largo de todos estos años ha estado latente. Es una cuestión de demanda territorial por parte de Armenia. La República de Artsaj nunca ha sido reconocida, sino que se trata de una ocupación en el propio territorio de Azerbaiyán. También por eso se explica la falta de intervención internacional, ya que se trataba de un conflicto interno ¿Por qué después de 30 años se hace esta demanda territorial? Porque basta pensar que 1 de cada 10 azeríes son refugiados. La guerra de septiembre estalló por la presión al gobierno de todos los desplazados internos que desde el 92 perdieron su hogar y que durante treinta años han vivido en campos de refugiados; toda esta gente que ha vivido tantos años como desplazada, sin ser de aquí o de allá, quiere volver a su tierra. Cuando hay un millón de desplazados y presión, no queda otra opción que invertir en la guerra.
La etnia armenia que habita en la región de Nagorno-Karabaj considera que el territorio es suyo, ¿en qué sentido se habla de una demanda territorial?
En los 90´s, Azerbaiyán era un país muy pobre, apenas comenzaba a ser independiente, y el territorio se perdió fácilmente porque no había modo de luchar por él. Las fronteras son reconocidas internacionalmente y los territorios también e, internacionalmente, Nagorno-Karabaj pertenece a Azerbaiyán, y es por eso que no se puede hablar de invasión. Los reclamos históricos no son aceptables, no podemos vivir en el pasado de las glorias históricas. Si extrapolamos los reclamos históricos, entonces, en algún momento los italianos podrían reclamar los territorios del imperio Romano y los mexicanos reclamarían Texas, California y todos los territorios perdidos.
Estos reclamos históricos son imposibles de satisfacer una vez que los tratados han configurado las fronteras geo-políticas. Es necesario respetar las fronteras de cada país y los territorios internacionalmente reconocidos.
El que habite una etnia en un territorio no implica que ese territorio sea una nación independiente; en ese caso, entonces, los azeríes que viven en Georgia reclamarían el lugar como suyo y harían una república independiente; y los mexicanos que viven en Texas lo reclamarían simplemente por vivir ahí. Los azeríes que viven en Georgia son ciudadanos de Georgia, los armenios que viven en Nagorno-Karabaj son ciudadanos azeríes, y los mexicanos que viven en Texas son ciudadanos estadounidenses.
Claro, después de vivir tantos años en esa región son ciudadanos de ese país y en caso de que fueran nuevos sería un caso de migración, pero ¿es posible vivir en paz entre las distintas etnias?
La diversidad de etnias siempre ha estado presente en Azerbaiyán. Incluso hay distintas etnias dentro de una misma familia. La nación está construida sobre distintas etnias, sin que una prevalezca ante la otra, sino como ciudadanos del país Azerbaiyán. Y no solamente entre etnias, sino también entre nacionalidades. Por ejemplo, yo soy azerí, pero mi mujer es rusa y mis hijos chilenos.

Ya que tocas el punto de la familia, ¿podrías hablar un poco sobre tu infancia antes de la guerra?
Vivía en el pueblo de Agdaban de la región de Karabaj. Un pueblo montañoso, que en invierno quedaba casi completamente aislado de los demás pueblos. Recuerdo ir al colegio; mi abuelo era maestro en la escuela rural. Mi abuelo jugó un papel fundamental en mi vida y educación. Para mi abuelo, la educación era muy importante, tanto que mis padres y tíos tienen estudios universitarios, por eso éramos conocidos en el pueblo.
Una infancia con claroscuros, al principio una infancia normal, ¿cómo interrumpió la guerra tu infancia?
Tenía 8 años cuando mi abuela me dijo que debía dejar el pueblo y el colegio porque ya no era seguro. Eso me causó mucho dolor, saber que dejaría de ver a mis amigos y que tendría que irme. Mis abuelos seguían las noticias por la radio y se enteraron de la masacre de Khojali. Las fuerzas armenias se acercaban.
Un día mi padre y un tío llegaron con un camión para llevarse a la familia, pero mis abuelos dijeron que no podían abandonar el hogar de toda su vida. Me despedí de mis abuelos y de dos tíos, esa fue la última vez que los vi.
Cuando los militares llegaron a Agdaban, incendiaron las casas y tomaron rehenes. Mi abuelo fue uno de sus rehenes. El 8 de abril asesinaron a mi abuela y a mi tío, junto con otras 67 personas. Mis parientes se sentían humillados y no contaron la historia, pero este es un testimonio semejante al de un millón de desplazados.
Lo siento mucho. Y ¿a dónde fuiste con tus padres?
Como todos los refugiados, vivimos en los campos para desplazados que estaban a las afueras de las ciudades. A veces eran colegios y edificios públicos. Los campos de refugiados duraron en operación algunos años, después usualmente los refugiados se iban integrando a las localidades y regiones. Aunque en algunas ciudades hay refugiados que todavía viven en edificios públicos o en ciudades de refugiados.
Hace 4 años, el gobierno le entregó una casa a mis padres en una de estas ciudades. A veces vivíamos en casa de otros parientes, también dependía mucho del trabajo, aunque para mis padres era un poco más sencillo conseguir empleo gracias a su educación.
Los desplazados pasaban temporadas en distintas regiones, hasta que encontraban un lugar y empezaban a construir. Los refugiados recibíamos ayuda mensual del gobierno para la luz y algunos servicios. Incluso para la universidad. También había ayudas internacionales que repartían despensas básicas. De hecho, hasta la fecha, viviendo en Chile, tengo estatus de refugiado.
¿Cómo fue tu infancia durante el periodo del desplazamiento?
Recuerdo jugar con otros niños, el calor y el frío. Fue un tiempo muy extraño y difícil. Mi padre no encontraba trabajo, a pesar de sus estudios, y se fue a trabajar a Rusia. Fue un periodo de angustia, porque los que más sufren la guerra son los niños.
Me veo a mí mismo, como niño, preguntando “¿cómo salimos de esta situación?” Una pregunta muy dura para un niño que no ha hecho nada malo, que no tiene verdaderos enemigos y que, de pronto, se encuentra sin techo, sin escuela y con las heridas de la guerra. Y ¿cómo salimos de esta situación? Con el estudio.
El estudio es clave y siempre ha estado presente en tu vida; desde tu abuelo, hasta tus padre y ahora tú, que eres profesor. ¿Cómo ha sido ese camino: desde el estudio en los campos de desplazados hasta tu doctorado?
Mi abuelo siempre impulsó la educación de la familia. Durante varios años estudiaba en casa, afortunadamente mis padres podían educarme. Muchos niños no tuvieron la suerte de que sus padres pudieran impulsar su educación.
Parte del éxito de los alumnos depende de la influencia de la familia; ahora yo también reviso lo que mis hijos aprenden en el colegio y los motivo a estudiar. Después tuve la fortuna de tener varias becas, una en Georgia y otra en España, donde hice el Doctorado en Energía Renovable. Y ahora estoy en Chile y soy profesor asociado de políticas energéticas.
Además de la educación, algo que aprendí con el desplazamiento y que valoro mucho es la unión con la familia. Es un periodo de sufrimiento, sufres mucho, pero tienes el apoyo de tus padres y de tu familia. Eso es algo que le falta hoy a muchas familias: no basta con ofrecer lo material, sino que hay que ser cercanos, guiar y conversar con la familia.

Sin duda tus padres fueron un gran apoyo. Ahora con el proceso de devolución de las tierras ¿quieren volver a tu pueblo?
Imagina que a pesar del trauma por las pérdidas y el cautiverio, casi todos los desplazados quieren volver a su hogar. Mi abuelo, antes de morir, pidió ser enterrado en Agdaban junto con mi abuela, cuando el territorio fuera liberado.
Mis padres ya están haciendo las maletas, quieren reconstruir su hogar; y aunque ahora no hay nada, hay que volver a reconstruir desde las piedras.
Hay proyectos internacionales para la reconstrucción y seguramente cuando comience, mis padres volverán. Mi madre llora de felicidad por regresar, aunque sabe que no hay a dónde volver; que requiere tiempo e inversión para reconstruir todo y que el proceso de pacificación puede demorar mínimo de 5 a 10 años.
Como parte de este proceso de pacificación se instauró un corredor con tropas rusas, sin embargo hay intereses en juego de los 3 países circundantes (Rusia, Turquía e Irán) entonces ¿por qué Rusia resguarda la frontera y no alguna otra nación u organismo internacional?
Buena pregunta. Rusia tiene un rol importante en el conflicto. Si Rusia quiere que seamos buenos vecinos o enemigos, lo seremos. Los tanques están ahí y también los intereses. Ojalá que otros países puedan equilibrar la influencia rusa.
La incógnita es cuál será el rol de Rusia en el futuro. No es una situación sencilla, y lo ideal sería alcanzar un balance. Rusia tiene un interés propio. Y si un día los azeríes y los armenios viven felices juntos ¿para qué necesitaríamos tropas rusas en el territorio? ¿A Rusia le interesa que seamos amigos?
Para concluir quisiera reflexionar sobre cómo se podría construir la paz entre ambas etnias. Mencionas que el proceso puede tardar al menos 5 años, porque las viejas heridas aún no han sanado y se hicieron nuevas. Hay gente que ha perdido un hijo, un padre o un hermano recientemente y hay que dar un tiempo al corazón para sanar y aprender a vivir con nuestra propia historia. Tú mismo lo has hecho y deseas la paz entre las etnias ¿Cuáles crees que son los puntos para fomentar la paz?
La región del Cáucaso es muy complicada; con armas y una ideología nacionalista puede crearse fácilmente un conflicto. La guerra es un desastre humanitario; matan a tu familia y te quitan tu hogar. Esa es una carga para toda la vida y las heridas por las pérdidas recientes no sanan de un día para otro.
Sin embargo, hay que comenzar a buscar los intereses comunes para intentar construir la paz en conjunto y evitar los desplazamientos.
Quizá hay que comenzar con los intereses comerciales y económicos. Mientras exista una dependencia económica y un proyecto grande entre ambos países, se puede mantener una relación que vaya de lo comercial hasta una futura amistad.
No solamente ambos países se desarrollarían, sino toda la región del Cáucaso. Es necesario levantar la infraestructura, respetar los derechos e integridad de todos y reconocernos como ciudadanos.
Es posible superar los conflictos, por ejemplo: Alemania y Francia son dos países que históricamente han tenido conflictos, pero ahora viven en paz y comparten una unión económica y de fronteras.
Ojalá podamos generar una Unión Cáucaso, semejante a la Unión Europea, con fronteras abiertas. El nacionalismo y el separatismo son peligrosos, es necesario eliminar las raíces nacionalistas de ambos lados porque el futuro de la región son las fronteras abiertas.
Ésta ya no es la época de los nacionalismos y fronteras belicosas, tampoco de ver al otro como un extraño. La guerra ha dejado más de 30 mil muertos, ¿valía la pena?
La paz debe reconstruirse dejando atrás la venganza, porque ya hemos pagando un costo bastante alto. Las heridas son difíciles de sanar de un día para otro, pero Azerbaiyán necesita a Armenia y Armenia necesita a Azerbaiyán.
Hay que reconocer el pasado para poder vivir juntos. Aunque toma tiempo, siempre queda la esperanza y la posibilidad de construir la paz.