Cristo y la nada plenificada

Cristo y la nada plenificada

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Para Jorge Rodriguez Martínez, in memoriam

Pareciera que mirar al Crucifijo es mirar a la nada: al despojo y al triunfo del vacío que es la muerte. La idea de la muerte de Dios no es nietzscheana. Al contrario, Nietzsche sabía muy bien que el origen de este pensamiento está en la experiencia cristiana. Ratzinger también defendió que la experiencia de la nada en la muerte de Dios está enraizada en la relación que el cristiano tiene de Dios en la contemplación del Crucificado. (La angustia de una ausencia, 2006)  ¿Cómo comprender la nada de la muerte de Cristo? ¿Cómo, si no es razonable, a lo menos acercarse a esta experiencia de un vacío en el que Cristo se sumerge? La reflexión filosófica puede ser una herramienta para contemplar el misterio (no así para resolverlo, sino vivirlo).

Se puede proponer que hay dos tipos de nada: la nada del vacío y la Nada soberana. Por una parte, la nada de la vaciedad, o la nada vacía, se ha pensado desde la antigüedad como la oposición a la realidad experimentable en el ámbito del ser o del mundo. Justamente la oposición entre la plenitud de las cosas naturales y su ausencia, dinamizada en los ciclos de los elementos llevó a los filósofos presocráticos a poner las bases de la metafísica. El mundo es de modo inestable, y por ser, su estructura se opone a la nada, que se piensa como lo que no es. Lo ente es, de modo trascendental y estable.

Se opone de modo óptimo a la nada. Esta doble noción de nada se refiere a la ausencia de algo, ya sea inestable o estable. Pero siempre va en contraposición o correlato de algo que es. Esta nada es la del vacío. Por ejemplo: un cajón que debería de tener un libro, pero no lo tiene, tiene nada, porque se nota la ausencia del libro. El mejor exponente de esta propuesta es Parménides, quien incluso llegó a pensar que sólo hay ser y entidad, y que la nada sólo es una imagen en nuestra mente. Aristóteles continuó en esta línea, pues pensaba que toda la naturaleza está llena de entidad, y que la nada, como vaciedad, es un concepto en la mente. El ser humano experimenta el miedo a la nada vacía cuando contempla la fragilidad de su propia vida y asoma por el abismo de la muerte, en pobreza existencial.

Por otra parte, está la Nada del Absoluto o Nada soberana. Esta es una de las grandes conquistas de la filosofía clásica. Sobre todo, es un trofeo obtenido por Plotino y sus seguidores. Las escuelas anteriores habían pensado en la nada como la negación del ser. Esto es, como una categoría aristotélica que, por default, por falta, está vacía de ser. Pues, como se dijo, Aristóteles concibe a la negación como la manifestación lingüística de la ausencia de una substancia. (Metafísica, IV, 7).

De este modo, Aristóteles se acerca a la nada a través de la negación de una substancia, como categoría del pensamiento.  Sin embargo Plotino profundiza su exploración sobre la nada y ahonda más allá de las categorías aristotélicas. Fue Platón quien comenzó a postular esta paradoja en República VI, 22, donde se dice que el principio de las cosas que son está más allá de la substancia. Por su parte, en las Enéadas III, 8, Plotino, el filósofo de Licópolis, explica esta como una de las mayores y mejores paradojas de todo el pensamiento occidental: que el bien sumo está más allá del ser y de las categorías de substancia o accidente. Esto significa que el sumo bien está por encima de la existencia y más allá de sus categorías. El sumo bien vive en una nadeidad no porque sea la ausencia de una realidad, sino porque no es ninguna de las cosas y porque, más bien, es causa de todas ellas. Plotino lo dice así:

“Mas si alguno pensase que aquél es el Uno mismo a la vez que todas las cosas, será según eso, o todas las cosas una a una o todas juntas. Pues bien, si es todas las cosas agrupadas juntamente, será posterior a todas; pero si es anterior a todas, todas serán distintas de él y él de todas. Por otra parte, si es a la vez él mismo y todas las cosas, no será el principio; ahora bien, es preciso que él mismo sea el principio y que exista antes que todas las cosas para que todas existan también a continuación de él. Pero si es todas las cosas una a una, en primer lugar, una cualquiera será idéntica a cualquier otra; en segundo lugar, aquél será todas las cosas juntas y no hará distinción de ninguna. De este modo, la conclusión es que no es ninguna de todas las cosas, sino anterior a todas.”

Enn. III, 8, 9, 45 – 58.

El sumo bien, que Plotino identifica con el Uno, también se puede pensar como Dios. Ninguna cosa se identifica con el Uno. Él no es cosa, en un contexto concreto, ni en contingencia, sino que vive como la causa del ser y de las cosas y, misteriosamente, está en todas ellas, pero no es una de ellas. En este sentido se puede pensar que Plotino piensa en la vida del Uno y sumo bien más allá del ser como una Nada soberana, porque vive de modo absoluto, incondicionada y libre de las categorías del ser y de la substancia. Con esto podríamos decir que Dios no está atado a las categorías del ser, y mucho menos a las categorías de nuestra imaginación o expectativas. Incluso desde la filosofía, acercarse al misterio de Dios es aprender a usar el lenguaje de las paradojas y del asombro.

Platón y Aristóteles. Escuela de Atenas, Rafael Sanzio.

Antes de la aparición de Cristo en el mundo, la filosofía antigua contemplaba estas paradojas mencionadas. Pero con el crecimiento del cristianismo, luego de la aparente derrota de la Cruz, las meditaciones paradójicas sobre la Nada soberana se convirtieron en una poderosa herramienta para esclarecer la doctrina cristiana. ¿Qué predica el cristianismo? Que Cristo es Dios, que murió en el dolor y la ignominia y que volvió a la vida con su Resurrección. Ahora bien, si Cristo es Dios y hombre -al mismo tiempo- y Cristo muere, eso significa que Cristo se sumerge en el abismo de la aniquilación que tanto tememos los hombres. Esto es, Cristo, como Dios, no es cosa, y vive en la soberanía absoluta como principio de la substancia, en trascendencia y plenitud, pero se sumerge en la nada vacía de nuestra fragilidad humana, con la que nos puede plenificar. Aparece aquí uno de los misterios del cristianismo por la que somos unidos a Dios: en Cristo se encuentran dos Nadas, la Nada soberana de su divinidad absoluta, plena, feliz y trascendente, que no es ninguna cosa, que se abaja a la nada nuestra, de vaciedad y contingencia, para llenarla con su presencia solidaria que abre las puertas de la vida verdadera y eterna. Ratzinger lo expresaba así:

“Porque esto es el sábado santo: el día en que Dios se oculta, el día de esa inmensa paradoja que expresamos en el credo con las palabras «descendió a los infiernos», descendió al misterio de la muerte. El viernes santo podíamos contemplar aún al traspasado; el sábado santo está vacío, la pesada piedra de la tumba oculta al muerto, todo ha terminado, la fe parece haberse revelado a última hora como un fanatismo. (…) Tengamos en cuenta que la muerte no es la misma desde que Jesús descendió a ella, la penetró y asumió; igual que la vida, el ser humano no es el mismo desde que la naturaleza humana se puso en contacto con el ser de Dios a través de Cristo. Antes, la muerte era solamente muerte, separación del mundo de los vivos y –aunque con distinta intensidad– algo parecido al «infierno», a la zona nocturna de la existencia, a la oscuridad impenetrable. Pero ahora la muerte es también vida, y cuando atravesamos la fría soledad de las puertas de la muerte encontramos a aquél que es la vida, al que quiso acompañarnos en nuestras últimas soledades y participó de nuestro abandono en la soledad mortal del huerto y de la cruz, clamando: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?».

La angustia de una ausencia, 2006.

Podemos ver que la Nada supersubstancial, que no es ninguna cosa, sino que vive de manera inefable, perfecta, feliz, y misteriosa para nosotros, llena nuestro vacío humano que es ausencia. No es que Cristo no sea nada, o que no sea real, sino que, al ser el principio de la realidad, “el Logos por quien todas las cosas fueron hechas” (Jn, 1, 3), se solidariza con los hombres y llena su nada vacía con la plenitud de su soberanía supersubstancial y principial, que no es comparable con ninguna cosa contingente del mundo.

El texto donde mejor se muestra cómo Cristo llena el vacío de la nada humana contingente con su soberanía supersubstancial es el famoso himno cristológico de San Pablo en Filipenses 2, 6-11. San Pablo, como judío de cultura helénica, estaba al tanto de las grandes autoridades del pensamiento griego. Habla como Píndaro sobre los juegos. Conoce la filosofía estoica. Ha oído hablar de poetas sagrados como Homero, Hesíodo y Orfeo. Conoce de lógica y retórica. También conocía sobre la filosofía platónica, y griega en general, y comenzó a usar sus términos para aclarar mejor la Sagrada doctrina. El himno cristológico de Filipenses contiene multitud de términos filosóficos como morfé; forma, yparjo; existir, y kénosis; vacío, etc. Todos estos términos son usados para aclarar cómo Cristo, siendo el principio de las entidades, plenifica el vacío humano con su presencia. El himno dice así:

“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús -toda rodilla se doble- en los cielos, en la tierra y en los abismos, -y toda lengua confiese- que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre.”

Flp, 2, 5 – 11, Biblia de Jerusalén.

El himno cuenta y alaba el hecho del vaciamiento (kénosis) de Cristo de su forma de Dios para tomar la forma de siervo humano. Hecho como los hombres, y ya exaltado, abrió para ellos la posibilidad de experimentar la plenitud de la vida. Como el Solidario, Cristo deja la soberanía de no ser ninguna cosa, sino el principio de todas, y llena con su presencia el vacío de la nada humana pobre, y le comunica la vida de su soberanía supersubstancial, que es vida eterna, perfecta y feliz. Es así que Cristo llena nuestros vacíos, existenciales y diarios, con su presencia. Ser cristianos implica siempre vivir maravillado de cara a esta paradoja hermosa, en la que Cristo, tan lejano, se hace el más cercano; y tan trascendente se hace el más inmanente.

Al cantar somos medio y somos puente: Conversación con Mercedes y Flores

Al cantar somos medio y somos puente: Conversación con Mercedes y Flores

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“Sin música, la vida sería un error” afirma el filósofo Nietzsche en una carta a Heinrich Köselitz, quien prefería el pseudónimo: Peter Gast. En la frase completa no sólo afirma que una vida así sería un error, sino también una fatiga y un exilio. Nietzsche, el melómano que idolatró a Wagner –porque en sus óperas alcanzaba el equilibrio entre lo dionisiaco y lo apolíneo–, compuso algunos himnos y piezas para piano. Sin embargo, Nietzsche, no es conocido como compositor, sino como filósofo, filólogo, esteta y melómano. 

La necesidad de la música en la vida cotidiana no pertenece exclusivamente a los melómanos y entendidos, sino que es una experiencia universal. Aunque no se puede determinar un origen preciso del descubrimiento de la música, se puede considerar que el primer instrumento fue la voz y en ese sentido se pudo haber desarrollado a la par que el lenguaje. Esos primeros sonidos, provocados por el aire que pasaba a través de las cuerdas vocales dieron origen a los primeros armónicos. No todos somos capaces de producir sonidos musicales afinados –algunos sólo cantamos en la ducha o cuando nos aseguramos de que nadie nos escucha–, pero sí tenemos la capacidad para percibir la entonación, el ritmo y queramos o no nuestro cerebro reacciona al estímulo. 

Conocemos el mundo a través de cinco sentidos y uno de ellos es el oído. Las vibraciones golpean el tímpano; el martillo, yunque y estribo amplifican las ondas sonoras y llegan hasta el oído interno donde se tornan impulsos eléctricos que van hacia el cerebro. Finalmente el cerebro los identifica como un sonido. Y lo que escuchamos puede interferir con nuestra química cerebral, sentimientos y psicología: una canción estimula nuestra memoria y así evocamos un recuerdo, una sensación o puede cambiarnos de humor. De ahí la importancia de poner atención a lo que escuchamos. 

La música tiene la capacidad de alcanzar ciertas regiones psicológicas y del alma con mayor facilidad porque se trata de un lenguaje universal que nos habla al interior al tiempo que nos permite compartirlo con el mundo que nos rodea, con la vida. Por ejemplo: podemos sentirnos melancólicos al escuchar la voz de Jeff Buckley y Amy Winehouse, o la canción Tears in heaven que Eric Clapton compuso y canta por la muerte de su hijo. A veces ni siquiera importa la letra, porque el ritmo y la voz, tienen la capacidad de ponernos la piel de gallina. Esto no sucede únicamente con la tristeza y melancolía, sino con toda la gama de emociones que somos capaces de sentir. Así producimos dopamina y nos alegramos con Don´t stop me now de Queen o Color esperanza de Diego Torres; nos relajamos o asustamos con las voces graves de los cantos gregorianos; nos energizamos con la rapidez del goa y el psytrance; o incluso se nos hace un hueco en el estómago con Bad de David Guetta porque produce cierta ansiedad.

Dicen que en gustos se rompen géneros y es que la música no sólo tiene un efecto en nuestras emociones y psicología, sino en nuestra vida cotidiana, eso es lo que nos permite volverla referencial y apropiarnos de esa emoción e incluso identificarla y relacionarla con algún recuerdo. Escuchar a Bach me remite a una querida amiga y los días de la preparatoria; y cuando escucho a Queen recuerdo uno de los mejores días de mi vida con mi abuela, mi hermano y mi madre saltando en la cama con el concierto a todo volumen. Esas memorias irremplazables e intransferibles estarán grabadas en mi mente por siempre y me pertenecen al grado de que no puedo compartirlas, porque aunque describiera ese momento lo mejor posible, el otro, no tendrá la misma emoción; sino una diferente, una propia que también es intransferible.

En ésta ocasión conversé con Mercedes –quien participó en el concurso de La Voz y recientemente ha lanzado los sencillos Tiburones y ¿Qué hubiera sido?– sobre el canto, la música, la vida y la importancia de la introspección. Para Mercedes y Flores, la música es su vida. Melómana y cantante, sabe escuchar, producir armónicos e interpretarlos.

Tiburones. Mercedes y Flores con Pablo Preciado.

Muchas veces las aficiones y aptitudes musicales o artísticas se descubren a temprana edad y eso es lo que permite la práctica y perfeccionamiento. Un claro ejemplo es Mozart, de quien se cuenta que desde los seis años ya componía y era considerado un genio y virtuoso. En tu caso, Mer, ¿cómo descubriste este gusto y talento musical?

Es algo muy curioso y lindo porque el gusto por la música viene de familia. Mi mamá toca el piano y canta, su abuela era concertista de piano, mi abuelo tiene un oído muy afinado y toca varios instrumentos. Es lindo porque esta herencia musical nos une como familia. 

Desde pequeños, mis hermanos y yo, estuvimos en Kindermusik, que es un concepto alemán para estimular el cerebro de los bebés y niños mediante la música además de aprender afinación. Desde que tengo memoria cantaba y bailaba y después en la escuela hicieron audiciones para el coro, fue mi turno y me pareció muy sencillo, natural y entré al coro de la escuela a los 9 años. Cantaba en el coro y también como solista y eso al principio no me gustaba mucho porque me ponía nerviosa, pero en retrospectiva fue algo muy bueno porque me dio tablas. 

Después dejé el coro y como también me gusta bailar me metí de porrista. Tiempo después cuando empecé la carrera retomé el canto. 

Vaya que heredaste el gusto y el talento musical. Entonces dejaste el coro y las clases de canto y las retomaste cuando empezaste la universidad. ¿Cómo fue el reencuentro? 

Comencé a extrañar cantar y busqué una maestra de canto. Y ahí es cuando la historia familiar vuelve a entrelazarse. Mi mamá toca muy bien el piano y si hubiera querido podría haber sido pianista; la maestra de piano de mi mamá tiene una hija que es cantante de ópera y que ahora es mi maestra de canto. Entonces hay una relación entre madres e hijas que nos une en la enseñanza y aprendizaje. Es algo muy especial. Toda la vida había tenido en el corazón el deseo de cantar, pero no estaba lista, entonces durante la carrera también fue un tiempo de reflexión: ¿quiero cantar? ¿Me quiero dedicar a esto? 

Playlist Mercedes y Flores en Spotify.

Fue un tiempo de mucha reflexión. Tienes una vena musical hereditaria muy fuerte, además de que cantar es tu pasión y ya tenías el deseo desde pequeña, pero no asististe al conservatorio, sino que estudiaste psicología, una rama que también es muy interesante, pero quisiera saber más sobre esta decisión. 

Para mis papás era muy importante que estudiara una carrera que no fuera música. Me dijeron que hiciera lo que quisiera, pero que antes estudiara una carrera. Cómo si la música no fuera una carrera. Pero la psicología me gusta bastante. La verdad es que antes me costaba un poco la escuela, pero entrando a la facultad me gustó tanto que ya no me costaba ningún trabajo sentarme a estudiar. Además mi mamá también estudió psicología y está por terminar su maestría en psicoanálisis, entonces fue una decisión natural. Pero no creas que empecé la carrera y dejé la música; al mismo tiempo seguía con las clases de canto, porque mi corazón no me permitía dejarlo. 

Cuando terminé la universidad empecé a trabajar y por la vida tuve que renunciar. Pero ya con la universidad terminada y el título en mano, se lo entregué a mis papás y les dije: “ahora sí, ya quiero hacer lo que más me gusta”. Y fue que empecé a dedicarme más a este sueño y pasaron cosas muy bonitas como La Voz y ya pronto lanzaré una canción original. 

Aunque de hecho la psicología me ha ayudado a interpretar, porque puedo entender mejor el sentimiento del compositor para poder cantar la canción lo mejor posible. Por ejemplo, una canción triste se debe cantar tristemente porque eso es lo que debe transmitir, cierta melancolía; no se debería cantar una canción triste como si estuvieras contento porque es contradictorio. 

Una canción propia, eso está muy bien, porque pasas de la interpretación a la composición. Hay cantantes que solamente interpretan y compositores que solamente componen, aunque en ambos debe haber una gran sensibilidad musical. Pero también hay veces en los que el cantante compone, pienso en Juan Gabriel, que hacía ambos, pero también algunas de sus canciones las interpretaba muy bien Rocío Durcal. O en el ejemplo de Sia, quien comenzó como compositora y que ahora compone y canta. Esta es una pregunta un poco difícil, ¿cómo comienzas a componer? ¿Qué es lo que te mueve o te lleva a escribir una canción? En pocas palabras: ¿qué te inspira? 

Siendo sincera, antes no me había planteado componer porque me daba pena. Pensaba que yo estaba para interpretar y no para componer. Pero con la pandemia las vidas de todos cambiaron: el encierro nos lleva a pensar en todas las cosas que tenemos por decir y cada quien a su manera. El aislamiento me llevó a ser más introspectiva. Y comencé un reto, escribir la letra de una canción diaria, lo que fuera saliendo. Después conocí a una maestra de composición y he estado practicando: es un músculo que hay que ejercitar. 

Lo que me inspira son mis vivencias, al ser algo tan personal es también lo más real que tengo para ofrecer. Claro que podría inspirarme en algo más, en algo externo, pero al ser algo tan mío es más puro y real. Y eso es incluso mejor para interpretarlo porque se puede transmitir mucho mejor.

Participaste en el concurso de La Voz y cuando te presentaron dijiste que querías mover a la gente que sintiera la interpretación. Esto me lleva a pensar en los conciertos de Queen y cómo la gente se volvía parte del espectáculo.

El intérprete debe sentir primero para que quien nos escucha pueda sentirlo. Como intérprete tienes el privilegio de poder cantarlo para que los demás puedan percibirlo. ¿Viste la película de Rocketman sobre Elton John? Te la recomiendo. Hay una escena en la que él levita mientras canta y todo el público está levitando junto con él. Sentir lo que cantas es crucial, porque si tú no lo sientes nadie lo va a sentir. Lo mismo sucede con la composición, que es tan tuya que la sientes más y es más real. 

Claro, es que te conviertes en un medio que lleva a los que te escuchan a otra realidad o incluso a adentrarse en sí mismos. 

Sí, somos medio. Somos puente. He descubierto que ayudas a la gente a dejarse sentir, eso es como ayudarlos a despertar. Estamos muy distraídos con otras cosas y apagados con el celular, y la música es un puente muy poderoso para volver a conectar con nosotros mismos y con el mundo. Y no sólo la música: el arte, la literatura. Como medio y puente tienes la responsabilidad de ayudar, y claro que a veces tú también estás perdido y apagado, pero justamente el arte y la música vuelve a despertar tu sensibilidad.

Ahora que mencionas lo del puente; la primera vez que te escuché cantar fue la canción Tocaré el borde de tu manto, que está basada en la historia de la hemorroísa que queda sanada al tocar el manto de Jesús. Y me conmovió muchísimo. De hecho cuando pienso en esa canción la recuerdo con tu voz. La tradición le atribuye a San Agustín una frase muy conocida: “cantar es orar dos veces” y que se relaciona con el salmo 73, porque quien canta lo hace con el corazón y ama a quien le canta. ¿Qué significa para ti cantar en la iglesia canciones religiosas? 

Siento que cantar para la iglesia es algo personal: cuando canto estoy rezando. Creo que te santificas en el trabajo, entonces al cantar, no solamente canciones religiosas me estoy santificando porque Dios está en mi vida. Cuando cantas una canción religiosa es una experiencia más celestial, pero al cantar música popular es algo muy humano, es lo que me regresa a mi propia humanidad. 

Hay una canción que me gusta mucho que se llama Oceans que es de cuando Pedro está en la barca y Jesús le dice que vaya a él sin miedo; entonces antes de salir a cantar, escuchaba está canción para sentir a Dios al lado mío para vencer los nervios. 

La voz es un instrumento muy privado porque a diferencia de un violín o un piano que son instrumentos tocados por un sujeto; en el caso de la voz, eres sujeto e instrumento a la vez. ¿Qué significa para ti cantar y cuáles son sus implicaciones? 

Cantar es un proceso en el que hay que conectar con nuestro interior, sea bueno o malo, pero eres tú, y eso comienza desde la respiración. Para interpretar tenemos que confrontarnos a nosotros mismos porque te estás mostrando como eres y eso es difícil. Además de que es un ejercicio catártico y terapéutico. Por ejemplo: los armónicos, que son notas dentro de una nota, que muchas veces el oído no puede percibir. Pero entre más trabajes con la respiración puedes generar más sonidos. Recientemente lo he entendido. Dependiendo de dónde se coloca el aire se genera un sonido diferente y según cómo nos relacionemos con el entorno (inhalar) podemos relacionarnos con nosotros mismos (exhalar) y así se produce la respiración. Lo tienes que entender primero para poder sacarlo y transmitirlo. 

Lo que más te gusta es la música pop, pero ¿qué es lo que más disfrutas cantar? 

Sinceramente depende de cómo me siento. Hay días en los que quiero probar mi capacidad vocal y ver hasta dónde llega. Lo que más me gusta son las baladas y creo que es lo que se me da más fácil. Las canciones más rítmicas me gustan porque me gusta bailar, pero son más difíciles. Las baladas me salen más naturales porque puedo conectar más fácil conmigo misma y así lo transmito mejor.

Aunque existan parecidos entre las voces, siempre hay algún tono que la hace diferente. Quizá a excepción de los imitadores que realmente buscan producir un sonido lo más similar a quien se está imitando, el resto puede tener ciertas semejanzas sin llegar a ser completamente iguales. Por ejemplo cuando Amaia Montero dejó La oreja de van Gogh, se buscó una voz muy semejante y entró Leire Martínez, quizá porque una voz más grave o completamente diferente cambiaría el estilo del grupo. En ese sentido quisiera preguntar a quién admiras particularmente, ¿quién o qué voz te parece especialmente inspiradora? ¿A quién consideras tu mentor? 

Mi mamá es mi primera mentora, ella fue quien primero me enseñó a cantar; también mi maestra de canto, Merishe, que me ha acompañado por mucho tiempo. Crecí escuchando música pop, pero también hay una voz que descubrí a los 9 años, recuerdo la primera vez que la escuché, dónde estaba e incluso lo que sentí, porque me pareció una voz muy bonita, no podía creer que alguien pudiera cantar así: Céline Dion. Ella fue mi primera inspiración y la canción My heart will go on, la del Titanic, fue un parteaguas en mi vida. 

Aprovechando que mencionas de nuevo a tu mamá, ¿podrías hablarme un poco más del disco Somos familia? Que es un disco que grabaste con tus padres y hermanos.

Ese disco representa muchas cosas para nosotros, porque la música nos une como familia. Para mi significó un agradecimiento a mi mamá por lo que hizo ella por inculcarnos el amor a la música. Ella nos enseñó a apreciarla y a cantar. 

Cambiando un poco el tema. ¿Cómo ves la situación de la industria musical en México? 

Lo que he observado es que está el gremio de los músicos independientes que son muy talentosos, pero que seguimos intentándolo. Porque el talento no es suficiente. Y luego están los músicos ya reconocidos. De lo que me he dado cuenta es de que la industria musical es un mundo muy pequeño, en algún punto nos conocemos. 

Sabes, hay algo que noté con los que hacen música urbana, reguetón, crecieron mucho porque se apoyan entre ellos: hacen colaboraciones y entonces sus públicos crecen juntos. Entre ellos se ayudan incluso al producir canciones y así fue como la industria de la música urbana creció tanto, imagínate que Bad Bunny puede llenar dos Estadios Azteca y es su primera presentación en México. Pero en la industria de la música pop no hay tanto apoyo. Alguna vez escuché en una entrevista que los chicos de Reik, cuando estaban empezando, llegaban con artistas a enseñarles sus canciones o a pedirles abrir un concierto y que sólo les decían “ya llegará tu momento”, pero cuando llegaron con los de urbano enseguida aceptaron. Creo que hace falta aprender a compartir, a luchar con los egos y comprender que es mejor crecer juntos.

Para finalizar, vivimos en una sociedad en la que el éxito social y económico es muy importante y por lo regular nos movemos alrededor de ciertos estereotipos que muchas veces determinan lo que vamos a estudiar o el trabajo que vamos a desempeñar.  Sin embargo, no siempre el dinero influye en nuestras decisiones. De otro modo las humanidades y las artes hubieran desaparecido hace algún tiempo. Sin considerar las posibilidades de fama, éxito, dinero y poder quisiera saber ¿qué consejo le darías a los chicos que quieren dedicarse a la música, arte, literatura o carreras poco convencionales que no son bien remuneradas? 

Creo que les diría que el miedo es parte de la vida. No quieras no sentir miedo, porque somos humanos, sino que abraza ese miedo, sal, y a ver qué tal nos va. El principal motor de que las cosas no sucedan es el miedo a que nos digan que no, a que las cosas no sucedan, a no ser lo suficientemente buenos, a no ser remunerados. Mi consejo es tener un acompañamiento terapéutico para lidiar con esos miedos. Pero sobre todo hacer las cosas y buscar, no esperar a que te lleguen las oportunidades, sino intentarlo hasta que te digan que sí. También la disciplina es crucial: trabaja tu arte, porque entre más lo hagas tendrás más herramientas para poder ser lo que quieres ser. La disciplina es lo más importante, porque el talento no basta, y las probabilidades aumentan mientras más trabajamos en ellas. Y estar abierto siempre, porque incluso cuando estás hasta arriba, habrá algo nuevo por aprender. En pocas palabras acepta el miedo, se disciplinado y sal a buscar las oportunidades.

Al cantar somos medio y somos puente: Conversación con Mercedes y Flores

Psicólogos en tiempos de crisis

Por Claudia Alaluf

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El campo de la psicología se ha visto muy afectado por corrientes de pensamiento que no terminan de llevar al hombre a ninguna parte. Si vamos al origen la palabra psicología proviene del término griego psique que significa alma, y logos, que significa estudio. Pero hoy la psicología ni siquiera sabe ya ni es capaz de afirmar si el ser humano tiene alma. 

Los psicólogos de antes estudiaban filosofía, incluso los primeros psicólogos fueron los mismos filósofos. Hoy sucede que los psicólogos no tienen más allá de una asignatura universitaria en las que se les hable de ontología, ética y ni siquiera de filosofía en general. Pues al convertir a la psicología en una ciencia puramente biológica, se le dejó desprovista de todo su acervo filosófico y ontológico. Los principales afectados han sido los psicólogos clínicos y psicoterapeutas, pues al trabajar directamente con el ser humano -en el campo de su alma-,  tienen que valerse de otros recursos más afectivos y humanos, que no necesariamente tienen una correcta antropología o fundamento filosófico, tal como las terapias alternativas o del new age que hoy lamentablemente son muy comunes en el campo de la práctica psicoterapéutica.

El mismo origen de la psicología moderna marcada por el psicoanálisis de Freud, plantea ya en sí mismo el conflicto. Aunque Freud no lo afirmó así, es sobresaliente la influencia de la filosofía de Nietzsche en su teoría psicoanalítica. Tanto Freud como Nietzsche llegan a planteamientos muy semejantes acerca del ser humano y que tienen un corte que ahora podemos denominar relativista –aunque el término empleado por Nietzsche fue perpectivismo–; estos filósofos de la sospecha, Nietzsche, Freud y Marx, comienzan a dudar de la conciencia y proveer nuevas interpretaciones en la que la verdad como una y absoluta es excluida y que da pie a un sistema de pensamiento basado en el ateísmo, la lucha contra la religión, especialmente el cristianismo, el desecho de los valores y el énfasis en la liberación de los impulsos. Con esta hermenéutica de la sospecha, terminamos sospechando hasta de nosotros mismos y es precisamente en este momento, en que estos intérpretes asumen sin dudar de las intenciones que conocen mejor nuestras motivaciones que nosotros mismos. 

Sigmund Freud, 1921.
Fotografía: Max Halberstadt.

Es muy curioso cómo coinciden los dos investigadores; Nietzsche llegando por el ámbito de la filosofía y la cultura, pero con grandes intereses por la psicología, y Freud surgiendo por el campo de la medicina, pero también a su vez con un profundo interés por el estudio filosófico. Es así como la influencia del pensamiento nietzscheano en el campo de la psicología, ha generado todo un campo teórico en el que el psicólogo de hoy se sigue formando. 

Nietzsche mismo se empeña en ignorar la realidad, en afirmar que ésta se construye con lo que uno piensa. Se empeña en decirnos que hay que construir una nueva moral e incluso da las pautas aunque al final no se atreve a llamarse a sí mismo superhombre.. Y es precisamente su obsesión, un círculo vicioso del que no hay escapatoria, una teoría circular tal como el psicoanálisis, en el que si uno acepta o no acepta la teoría propuesta, siempre confirma la conjetura.

La forma en la que Nietzsche describe al ser humano es dolorosa y vacía. Para él la debilidad y la vulnerabilidad deben ser eliminadas; la vanidad y la malicia son lo único que hay de cierto en el hombre. Todo es falso excepto la mentira, y sólo es verdad su falsedad. Hasta cierto punto, es verdad que el tipo de hombre que describe en, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, tiene mucha coincidencia con la sociedad contemporánea: “profundamente sumergidos en ilusiones y ensueños, sus miradas se limitan a deslizarse sobre la superficie de las cosas y percibir formas, sus sensaciones no conducen en ningún caso a la verdad, sino que se contentan con recibir estímulos”. 

Pero es injusta la generalización, pues muchos, aún fuera de la masificación intentamos dar honor a lo que afirmó Aristóteles: “el hombre por naturaleza desea conocer la verdad”.

Es cierto, en general la gente de hoy está dormida. Prefiere creer y seguir a ciegas aquello en lo que le aseguran el confort, la certeza, el no tener que preocuparse por pensar más allá de lo cotidiano. Podríamos ser llamados “la sociedad de la pastilla”, que con una pastilla queremos curar todo mal, olvidarnos del dolor, del pesar, incluso, todos recordamos aquella famosa película en la que también con una pastilla podemos acceder a conocer la verdad.

La solución propuesta por Nietzsche – el superhombre – es ambiciosa en el sentido filosófico, pero ingenuo en el sentido realista, y es porque se le escapa la gran flecha que ha guiado a los hombres más virtuosos conocidos sobre la tierra, y esto es el sentido de la vida inspirado por lo divino. Nietzsche con su propuesta del superhombre, cree que el ser humano puede ser feliz cuando por fin se acepta a sí mismo, incluyendo sus impulsos y pasiones que no tiene por qué seguir reprimiendo, cuando deja de actuar por lo que otros piensen y comienza a actuar conforme a su propia guía de valores, cuando busca ser mejor y más perfecto, pero sólo por su propia motivación. 

El problema con el superhombre de Nietzsche es que pone al hombre como máximo grado de perfección, del cuál derivaría su autoperfeccionamiento, cosa prácticamente imposible, ¿pues cómo podría el ser humano ser su propia fuente de perfeccionamiento, si antes él mismo ha planteado que es pura falsedad, malicia, mentira y crueldad? ¿Cómo el hombre mismo podría ser fuente de su propia perfección si es lo peor?

Friedrich Nietzsche.

En sí, justo aquello de lo que Nietzsche buscaba escapar era la culpa y el sufrimiento. Se peleó tanto con la religión que llegó a creer que el sufrimiento era un signo de una moral débil y que se identifica con el cristianismo, pero con el tiempo, él mismo no pudo escapar del sufrimiento que le deparaba el final de su vida, padeciendo una fuerte enfermedad que desequilibró todo su ser tanto a nivel físico como mental. El sufrimiento no es una ideología y ninguna religión promueve sufrir por gusto, sino que es un camino de purificación y fortaleza, pero eso es una elección, pues al evitarlo también nos debilitamos. Al final, siempre es así, la realidad se impone.

Podemos ver que no son sino acrobacias intelectuales con las que Nietzsche juega para sacar de su ficción a Dios, metaforizando todo, pero proponiendo luego como base realista lo improbable. No es sino la expresión más ingenua de la soberbia.

Esa es precisamente la ficción del mismo Nietzsche: niega la verdad para volver a crearla. Se dice que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, y esa es la verdad de la que Nietzsche habló, no la verdadera sino la construída. Y esas mentiras repetidas son precisamente el mal que aqueja hoy a nuestra sociedad, que camina ya hacia el absurdo y lo ilógico sin medida, un paso cada día.

Una de las grandes trampas a las que se enfrenta el psicólogo de hoy, es la gran cantidad de corrientes ideológicas que hay. Pero si en algo coinciden tantas es precisamente en el relativismo y el desecho de la verdad como guía.

Y es muy grave, pues como alguna vez dijo Rudolf Allers, psicólogo alemán estudioso de Tomás de Aquino: “Para hacer el bien no basta con la intención, es necesario saber qué es lo bueno y qué no lo es”. Y ante esto surge la pregunta, ¿cómo pueden los psicólogos hacer el bien, si hoy cualquier cosa puede ser “buena”?

Divan de Freud, Londres.
Foto: Robert Huffstutter.

Los psicólogos tenemos un gran reto por delante, y es recuperar nuestra capacidad de discernimiento, así como nuestra capacidad de juicio. Muchos psicólogos hoy están preparados para decir “yo no juzgo”, y debemos entonces pensar qué infructífero sería sentarnos a la terapia de un psicólogo desquiciado, es decir falto de juicio.

Siempre que llega un nuevo paciente a terapia, busca algo, muchas veces no sabe exactamente qué busca o que espera encontrar, pero siempre todos tienen una cosa suficientemente clara: y es que quieren estar bien. Saben que no están bien y quieren estarlo. Quieren estar mejor. ¿Pero cómo puede un psicólogo ayudarle si no sabe qué es lo bueno, o si pretende aceptar que todo es relativo? Hace falta mucho por profundizar, por comprender, pero sobre todo, por limpiar nuestros ojos de ideas preconcebidas para volver a empezar por mirar una cosa: la realidad.

Al cantar somos medio y somos puente: Conversación con Mercedes y Flores

Sobre hacer el mal sin saberlo

“El gran dragón rojo y la mujer vestida de sol”. Acuarela: William Blake.

Por Agustín Bernal

Si se me permitiera describirme en una frase diría que mi vida entera ha sido un ensayo y error para no ser malvado. Mi punto de partida es la eterna pregunta de Job: ¿Por qué Dios deja que prosperen los malvados?

El problema es que la cuestión del ser malvado no es tan simple cuando nuestras acciones libres pueden ser cuestionadas por el velo de la sospecha. No somos dueños de nosotros mismos. Kant se equivocó: no manda la razón, pero tampoco sabemos quién manda: ¿el inconsciente? ¿la voluntad de poder? ¿el materialismo histórico? ¿Las estructuras de poder? Sin embargo, todos los días se habla de responsabilidad, es más, hay quienes se han convertido en emisarios de la responsabilidad.

Movimientos sociales exigen justicia y plantean soluciones basadas en la responsabilidad. Evidentemente, es fácil reconocer al malvado cuando sostiene el cuchillo que mata, pero la exigencia de la responsabilidad va más allá de la imputabilidad, no sólo se es responsable por sostener el cuchillo también por el pensamiento de sostenerlo. Exigir responsabilidad, he entendido, es un lujo del racionalismo: se debe suponer que el ser humano es o puede llegar a ser completamente dueño de sus acciones, como si las intenciones estuvieran tan claras cual fantasmas revelados con talco. Pero la mayoría de nosotros somos seres humanos grises que fluyen con el acontecer del día a día. 

En lo personal, persigo molinos de viento; no hay nada que me afecte más que equivocarme moralmente, la pérdida de control sobre mis acciones morales me espanta (esta es una de las razones, por ejemplo, por las que no tomo alcohol en exceso, la sola idea de perder el control es monstruosa), y aún así, en el intrincado de mi vida, la resaca del ¿por qué diablos hice eso? me tira en cama por días y me hace auto-flagelarme hasta el cansancio. Soy juez y parte de mis pecados y no me los perdono. 

Ángel con las virtudes Temperancia y Humildad contra Demonio con los pecados Ira y Odio. Fresco 1717 iglesia de San Nicolás en Cukovetz, Bulgaria. Foto: Edal Anton Lefterov.

Hubo un tiempo en el que encontré en Nietzsche la solución: volverse dueño de sus propios instintos. Pero no funcionó. Soy propenso al perfeccionismo. No quiero ser malvado. Agreguen a la mezcla un escepticismo excesivo y un solipsismo crónico que me hace voltear automáticamente la mirada cuando una masa defiende con inmenso fervor un punto. No es que me guste ser polémico, renuente y necio, es que así soy en automático. Le temo al autoritarismo, a los flautistas de Hamelin y a los discursos que interpretan al mundo desde un podio. Le temo a las palabras y a perder la voz; a la multitud y a la soledad; a la cordura y la locura; a la pequeñez y a la inmensidad. Por ello, la pregunta de Job no me parece tan aterradora ni tan problemática como la siguiente: ¿Por qué Dios deja que nos equivoquemos y hagamos el mal sin intenciones de hacerlo? Esa pregunta me ha quitado el sueño varios años. 

Pueden quitar a Dios del esquema, y sólo preguntar ¿por qué nos equivocamos y hacemos el mal sin intenciones de hacerlo? En pocos minutos se encontrarán inmersos en los dédalos de los sesgos inconscientes, la sociedad rousseauniana y la deconstrucción como despertar de conciencias. Desde mi punto de vista, ese laberinto es el patíbulo de la libertad humana. Por eso inicié la pregunta desde la trascendencia. Desde el postrarse y exclamar “Eli, Eli, ¿lama sabactani?”. De profundis clamavi

Una de mis canciones favoritas reza: “libre, libre, como el pensamiento, impredecible, siendo objetivos, si no tan libre, lo menos manipulable posible” y otra más afirma con sabiduría: “la libertad no trae escrito qué hacer con los remordimientos”. Parece que cuando acepta el postulado de la libertad viene con cargos extras y sin posibilidad de devolución. El infierno de Dante se organiza desde la incapacidad para domar la concupiscencia hasta la acción racional malvada: el lujurioso es un ser humano que se rindió a su lado animal; el traidor pervirtió su propia racionalidad humana. El malvado quebranta su realidad humana, puede entonces juzgársele divinamente y terrenalmente. La responsabilidad y la imputabilidad recaen en las fauces del demonio que devora a Bruto, Casio y Judas. Mas el ser humano promedio no es ni Bruto, ni Casio ni Judas, sino un anónimo benefactor y malefactor que es incapaz de responderse: ¿quién soy yo? ¿Por qué nací? ¿Qué sigue? 

“Libre” de Buena Fe.

En la serie The Good Place, se plantea la maldad del ser humano gris y se reflexiona en torno a ella: la mujer que no apoya causas sociales y no siente empatía por los oprimidos, el hombre que siempre dice la verdad sin importar si daña al otro, el idiota que peca de ignorante y por ignorante y bruto es malvado; la persona de baja autestima que busca aprobación de todos y realiza el bien sólo por quedar bien. No son ni Bruto, ni Casio, ni Judas. The Good Place se torna en una maravilla cuando un programa de computadora revela por qué nadie ha entrado al Good Place en siglos: todos los seres humanos son grises y el mundo es un intrincado de males banales que los convierte a todos en malvados. 

Algo parecido al planteamiento de la cábala judía sobre cómo ciertas sefirot (atributos o emanaciones divinas) se quebraron y se crearon las qfilot (emanaciones malignas), causantes de la maldad. La solución: el Tikun Olám, la reparación del mundo, a menudo, explicado en términos de justicia social, (porque si la red de maldades es lo que convierte al ser humano gris en malvado, quizá hay que aprender a ser tejedores y reparar las redes para que lo grisáceo no sea malvado). Pero el Tikun Olám es más que un llamado: es el poder de rectificar lo que hicimos mal, es un llamado a la responsabilidad. Resulta entonces que la libertad sí trae escrito qué hacer con los remordimientos: rectificarlos. El camino del ser humano gris es ese: la rectificación de su libertad, borrar lo malo, escribir lo bueno. Mas esto no es equivalente a un cambio en el discurso propio, ni una corrección dialógica humana o una hermeneútica ilustrada que a veces le hace de Barón de Münchhausen, no es la aceptación de un discurso hegemónico ni la anexión de uno mismo a una causa, no es un despertar de consciencia social, sino una revelación de indigencia humana y grandeza divina, una cimera estética-teológica, la aceptación de que uno es una escultura incompleta que se cincela día a día, el misterio de la libertad más allá de los confines miserables de la racionalidad y el contrato social. 

“Puerta de la luz” de Josef Gikatilla.
El hombre sostiene el árbol
con las 10 sefirot.

La aceptación de que algo me trasciende y yo mismo soy trascendencia si me rectifico ante mí mismo, ante los otros y ante un Dios que me busca día a día, porque he aprendido que no es el ser humano quien busca a Dios, sino Dios quien busca al ser humano. Y esa búsqueda es un acto de amor, una relación no correspondida por el ser humano, pero siempre tejida por un Dios que está, pero no vemos, porque creemos que verlo nos haría menos.

¿Ante un amor así, de qué sirven los tratados de filosofía política más importantes? Cito otra canción: “Mis células del cuerpo en estado de gracia/ ¿están en dictadura o en democracia? Acogen mi espíritu, reparan mi risa, poco que me importa cómo se organizan”. El amor antes que el discurso. La responsabilidad transformada en un camino hacia la trascendencia y no hacia la perpetua rueda de la bota que pisa a la hormiga.

¿Por qué nos equivocamos y hacemos mal aún sin querer hacerlo? Puedo brindar algunas reflexiones al respecto, pero no una respuesta final. En Gen. 18:17-19 se lee: “Y el Señor dijo: ¿Ocultaré a Abraham lo que voy a hacer, puesto que ciertamente Abraham llegará a ser una nación grande y poderosa, y en él serán benditas todas las naciones de la tierra? Porque yo lo he escogido para que mande a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y rectitud, para que el Señor cumpla en Abraham todo lo que Él ha dicho acerca de él”. El plan que Dios se pregunta si debe guardar no es poca cosa: la destrucción de Sodoma y Gomorra (hoy lo llamaríamos genocidio). La historia se sabe: las ciudades fueron destruidas. Pero antes de eso, Dios sí reveló su plan a Abraham y éste le increpó: “¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gen. 18, 23:27). 

Abraham asume que la destrucción de las ciudades es una acción injusta y por eso increpa a Dios, lo que sigue es una negociación entre Dios y Abraham, una especie de regateo de mercado: ¿cuántos seres humanos justos se necesitarían para no destruir la ciudad? La puja empieza en 50, termina en 10. “No la destruiré por consideración a los diez”. Abraham no logra encontrar a los justos, y no es que le faltara el juicio, sino que en verdad no había seres humanos justos en Sodoma. En Gen. 19:4 se confirma: “los hombres de Sodoma, rodearon la casa, tanto jóvenes como viejos, todo el pueblo sin excepción”. La destrucción de la ciudad era una acción justa. 

La destrucción de Sodoma y Gomorra. Óleo: John Martin (1852)

Regresemos al primer pasaje, el de la duda divina sobre revelar su plan de genocidio. Dios insiste en la tarea encomendada a Abraham: “mande a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y rectitud”. Consideremos ahora que Dios lo ve todo y lo sabe todo, por tanto, Él sabía de la ausencia de seres humanos justos en Sodoma. Sin embargo, Abraham, un ser humano, incapaz de ver el tapiz celestial, no lo sabía. Así, la destrucción de Sodoma habría sido injusta si hubiera sido cometida por un ser humano, porque somos incapaces de mirar el todo.

Entonces, ¿cómo puede Abraham guardar y hacer guardar el camino del Señor, haciendo justicia y rectitud si no lo puede ver todo? E incluyamos en el todo, la oscuridad de los corazones y las omisiones más reprobables. Un ser humano no puede andar destruyendo ciudades en nombre de la justicia, no puede andar sacrificando a justos e impíos con esperanza de que Dios los separe. No le corresponde tal hazaña de justicia divina, porque sería injusticia humana. Por eso, la justicia considerada como una construcción social, o la visión de la religión como un opio de pueblo, decantan en tiranías que convierten lo sanguíneo en sanguinario, porque niegan el misterio o carecen de la humildad para aceptar que existe una justicia trascendental que sí puede juzgar pensamiento, palabra, obra y omisión. Y, cojas de espiritualidad, pero henchidas de indignación y sufrimiento, las teorías sociales de las estructuras riegan la maldad en todos los seres humanos y, así, eliminan cualquier regateo de seres humanos justos, y buscan la inmaculada concepción social de un ser humano juez de pensamientos, palabras, obras y omisiones.

En un mundo así, todos somos impíos pero algunos son más impíos que otros, la redención no tiene lugar más que como un postulado reservado para la inmaculada sociedad del futuro, donde la impiedad no se traduce en injusticia; lo urgente es la purga, la pugna, el señalamiento, la distancia, el distinguirse del más impío, y lo peor: la injusticia vestida de gala desfila como justicia mientras los espectadores toman fotografías y aplauden. 

“La mejor pieza de la noche constó de un elegantísimo traje de gala que logró combinar a la perfección la piedra con la espalda de la modelo”, escribe un crítico de moda por la mañana, “un signo claro de que no queremos más injusticias”. Pero tampoco es una malignidad creerse juez y parte, más bien, es una perspectiva imposible para el ser humano, así, la justicia tendría que comprenderse más como catalejo que como un estructura: un acercar lo lejano,  un enfocar lo justo, un identificar a aquellos diez seres humanos justos por los que vale la pena mantener en pie a una ciudad de pecadores. 

A mi modo de ver, esa es la tarea humana. Y es por eso que nos equivocamos y hacemos el mal aún sin quererlo, porque, incapaces de vista celestial, encontramos lo celestial en el curso de nuestros pensamientos, palabras, obras y omisiones y, como en una especie de iluminismo, sólo podemos rectificar cuando la luz está prendida. Pero no debe confundirse el interruptor de encendido con un discurso armado de causas y efectos, de estructuras que nos atraviesan como alfileres y prohibiciones de risas o empatías irreflexivas, pues si se privilegia el discurso pronto defenderemos que se arrojen bombas sin separar a justos de ímpios. Y en un mundo de muertos nadie llora luto.

Otra respuesta que puedo esbozar, proviene de mis reflexiones en torno al Gran Gatsby de Fitzgerald. El narrador, espectador de lo sucedido, comienza el relato con una defensa ante el consejo de un padre a un hijo: “Cuando sientas deseos de criticar a alguien, recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste”. Un consejo que es casi una calca de cualquier comentario actual de red social donde se señala la falta de empatía y la irreflexión del privilegio. 

Portada “El gran Gatsby” de F. Scott Fitzgerald

La diferencia es que el narrador de la historia de Gatsby se percata de un límite que no es una línea recta, sino una compleja red de causas, intenciones, palabras, omisiones, pensamientos y obras ante las cuales el juicio es casi una obligación. Apenas uno termina la primera parte del libro, advierte que el relato entero es un juicio obligado que contradice el consejo de un padre. El narrador convierte al lector en juez, una transformación que se da poco a poco, pero que termina en un juicio inevitable hacia todos los personajes de la novela. 

Debo decir que de no haber leído la novela, el juicio de la figura de Daisy puede errarse, pues ninguna de las dos adaptaciones cinematográficas logran captar la complejidad del personaje y el espectador corre el peligro de juzgarla, ya sea como una mujer desalmada e ingrata o como una mujer sumisa incapaz de desatarse de su marido. La Daisy de Fitzgerald es mucho más compleja que un dilema de sumisión, es un personaje que siente, ama, se arrepiente; una mujer víctima de su época atrapada en un dilema romántico donde el amor del pasado se le junta con el amor del presente. 

La idea de amor de Daisy contrasta con el fijismo romántico del Gatsby, atrapado en la contemplación del ser amado, como si éste fuera el primer motor. Toda la historia de Gatsby puede leerse como una confrontación de diferentes perspectivas sobre el amor, donde todos los personajes se convierten en víctimas y victimarios de sus propias decisiones. Aunque el ideal romántico más peligroso termina por ser el del Gatsby, pues aquel amor por Daisy se convierte en una mentira, en un miedo, en una llamada que nunca llegó, en una bala mortal, y en la soledad de un sepulcro, porque aquel hombre misterioso creyó que el amor era suficiente para exculpar sus negocios opacos; aquel pobre diablo creyó que el amor de Daisy convertía lo impío en justo. Gatsby es la prueba de que el amor también condena. 

Nietzsche señala, como es bien sabido gracias a las tarjetas del 14 de febrero, que el amor se encuentra más allá del bien y del mal. Su afirmación no es una defensa cursi, sino una verdad terrible: el amor desdibuja la moral, es un cáliz de oro con veneno. Villaurrutia describe al amor en su poema Amor condusse noi ad una morte con temeridad: “Amar es una cólera secreta, una helada y diabólica soberbia”. 

Actualmente, el amor pasa por el discurso y después de un lavado estructural se le quita lo terrible y se le añade lo aceptable, no sin antes culpar al romanticismo y a Disney por ponerlo en un pedestal. En conclusión: el Gatsby no hubiera muerto si hubiera sabido que si duele, no es amor; que si hay celos, no es amor. El Gatsby estaría vivo si no hubiera creído en una estructura social que le hizo creer que Daisy lo amaba. No, Gatsby, eso no era amor. Era cualquier cosa, menos amor; una opresión dormida, un gigante que pisa, una mala interpretación, una deuda histórica. Ahórrate la pena de morirte, Gatsby, aprende, infórmate, porque la próxima vez que lea tu historia termine contigo vivo, pobre y sin Daisy, quizá con otra mujer, como en la película de Batman, sentado en un restaurante, con una sonrisa de satisfacción y no con la ansiedad de recibir una llamada que no llegará mientras te desangras en la piscina. No, Gatsby, deja de ser un eterno retorno. 

Por fortuna, para rehuirle a esta explicación, hay un personaje de la novela que nos quita el peso del juez: un letrero de gafas que ve todo lo que sucede frente al taller (el taller también es un personaje que habla, después de todo, en él o cerca de él sucede todo). Supongamos que las gafas son Dios y el taller es el mundo. La conclusión es obvia: Dios lo vio todo. Dios lo sabe todo. Dios sabe quién engañó, quién atropelló, quién mintió, quién portó la pistola, quién murió. Lector, narrador y letrero se entrelazan, pero el misterio permanece: el lector podrá juzgar a los personajes al final, pero ni el narrador ni el letrero con gafas revelan su juicio.

Nebulosa de Helix imagen conocida como “el ojo de Dios”. Imagen del telescopio Hubble.

¿Qué juicio resulta correcto? No lo sabemos. Nunca lo sabremos. Pero no por ello nuestro juicio es vano, sino al contrario: sirve para rectificar a los personajes, y en esa rectificación nos añadimos. Como si el libro fuera un consejero y una advertencia. Así, los personajes se equivocan y hacen el mal sin quererlo porque es la única forma en la que la tragedia del Gatsby es posible de ser juzgada: ¿Daisy amaba a Gatsby? ¿El asesino quería matar a Gatsby a consciencia o fue víctima de su pena? ¿La mentira se justifica a pesar de la tragedia? ¿Gatsby es un héroe romántico o un tonto? 

Las equivocaciones separan al ser humano gris del malvado, porque en las equivocaciones están las semillas del juicio. Nos equivocamos y hacemos el mal sin quererlo, no porque lo hemos normalizado y lo hayamos perdido de vista, sino porque la equivocación es parte del proceso para identificar el mal. Pero no como un proceso racional de discursos y silogismos, o de poderes que atraviesan, sino como un proceso que parte desde la humildad menos ilustrada posible, un proceso común que no necesita de logos ni de artículos de revista científica, un proceso común a ignorantes y sabios. Un proceso tejido por un amor que nunca se terminará de entender y el misterio de una justicia que nos rebasa. 

Después de todo, la historia del Gatsby es una historia de amor donde el observador último permanece expectante, callado y trascendental, divinamente aburrido. Nos equivocamos y hacemos el mal sin intención de hacerlo porque sólo así aprenderemos a hacer el bien a conciencia, y esto sólo es posible si la rectificación trasciende lo humano y apunta hacia el misterio de lo divino.

MDNMDN