Cuando la gente piensa en México, a la mayoría le viene a la mente su rica cultura y tradiciones. Los mexicanos deben muchas de éstas al enriquecedor encuentro que se produjo entre los españoles y las culturas indígenas. Sin embargo, hay quienes piensan que México fue una colonia española con una situación similar de los países africanos bajo el dominio europeo, pero tal idea es completamente errónea y absolutamente ignorante de la historia mexicana.
Si pensamos en una relación en cierta forma perjudicial para México, deberíamos re-enfocar nuestra mirada hacia sus vecinos del norte. Pero, ¿por qué es así? ¿Acaso los españoles no mataron a gran parte de la población indígena? ¿Qué no invadió Estados Unidos a México una sola vez?
La oposición entre México y Estados Unidos es antigua y se remonta a la América precolombina. “El norte del continente estaba poblado por naciones nómadas y guerreras; Mesoamérica, en cambio, conoció una civilización agrícola, dueña de complejas instituciones sociales y políticas”. Unos pobladores eran cazadores y otros, agricultores. Esta división influyó enormemente en las políticas de los ingleses y los españoles hacia los nativos americanos.
Las diferencias entre los ingleses y los españoles que respectivamente fundaron “Nueva Inglaterra” y “Nueva España” también fueron decisivas: “en Inglaterra triunfó la Reforma mientras que España fue la campeona de la Contrarreforma”. Conquista y evangelización, ambas palabras profundamente españolas y católicas, describen mejor lo que ocurrió en México. La expansión colonial de Inglaterra no tuvo relación con ellas.
El catolicismo traído a México por los españoles estuvo lleno de asimilación y hubo una mezcla de culturas. De la cultura indígena, México conservó: la familia, la amistad, las actitudes hacia el padre y la madre, la imagen de la autoridad y el poder político, la visión de la muerte, el trabajo y la fiesta. De la cultura española, México conservó: la lengua, la religión, las instituciones políticas y el espíritu aventurero y valiente. México es una nación nacida de dos civilizaciones con un rico pasado, tanto de los indígenas como de los españoles.
Por el contrario, en Estados Unidos no hay ningún elemento indígena. La mayoría de los nativos americanos fueron exterminados, y los pocos que quedaron fueron recluidos en “reservaciones”. Como escribió el premio Nobel mexicano Octavio Paz, “los Estados Unidos se fundaron sobre una tierra sin pasado”. Estados Unidos no tiene raíces, y exactamente lo contrario ocurre con México, que tiene una herencia muy vasta. En uno de sus ensayos, Octavio Paz sugiere que la actitud del catolicismo hispano es incluyente, y la del protestantismo inglés es excluyente: asimilación vs. segregación.
Otra oposición significativa se relaciona con la actitud de cada nación hacia el trabajo y la fiesta. Para la sociedad novohispana, el trabajo no redimía, y el trabajo manual era servil. El hombre superior mandaba, contemplaba y disfrutaba. El ocio era noble. Y si se tenía riqueza, se construían iglesias y palacios y se hacían grandes celebraciones. Por el contrario, la sociedad protestante de Estados Unidos, afirmaba el valor redentor del trabajo y rechazaba el valor de la fiesta. Para los puritanos, el trabajo era redentor porque liberaba al hombre, y esa liberación era una señal de la elección divina.
La sociedad mexicana era muy heterogénea, por lo que requería un gobierno central fuerte controlado por el monarca español y la Iglesia católica. La situación de Estados Unidos era diferente. Las pequeñas comunidades coloniales eran más bien homogéneas, y las instituciones democráticas podían florecer allí más fácilmente.
Para Octavio Paz, el mayor contraste entre estos países es su posición respecto al tiempo. Estados Unidos es una sociedad orientada hacia el futuro. “El norteamericano vive en el límite extremo del ahora, siempre dispuesto a saltar hacia el futuro. El fundamento de la nación no está en el pasado sino en el porvenir… su acta de fundación, fue una promesa de futuro”. La posición de México es justo la contraria. “[E]l ideal fue perdurar a imagen de la inmutabilidad divina… pluralidad de pasados, todos ellos presentes y combatiendo en el alma de cada mexicano… La utopía, para ellos, no consistía en construir el porvenir sino en regresar al origen, al comienzo.”
Estas historias y caminos distintos han hecho que ambos países sean profundamente diferentes. Sin embargo, hay que decir que la sociedad mexicana era más rica y próspera que la estadounidense hasta finales del siglo XVIII. Pero todo cambió…
Justo después de la independencia de México, Estados Unidos, comenzó a perturbar aún más la inestable situación de la nueva nación. Una de las figuras más oscuras del imperialismo estadounidense y uno de sus mejores espías y alborotadores fue Joel R. Poinsett, el primer agente especial estadounidense en Sudamérica y ministro plenipotenciario de Estados Unidos en México. Era un oficial protestante, masón, anticatólico, antihispano, antimonárquico, codicioso y de mente clara, decidido a obtener el mayor beneficio para Estados Unidos de la situación política mexicana. Podríamos decir que era bastante anti-mexicano.
Fue enviado a promover un ajuste fronterizo que concediera a Estados Unidos dos tercios del territorio mexicano. Por supuesto, su petición fue denegada. Pero tras sus intentos fallidos, optó por una estrategia diferente: dividir a los mexicanos y fomentar intrigas entre ellos. Para ello, estableció las logias masónicas, que desde entonces han manejado y desgraciado a los gobiernos mexicanos. Además, fomentó la “leyenda negra” antiespañola que dice que los españoles solo robaron y asesinaron a las grandes culturas indígenas. Pero esto no es preciso. La nación mexicana es mestiza, lo que significa que surge de la mezcla de españoles e indígenas. Por supuesto hubo algunos abusos, pero el balance es más positivo que negativo. La situación en México propició los primeros desarrollos de la noción de los derechos humanos por parte de los misioneros religiosos y México no tuvo esclavos como Estados Unidos porque sus ciudadanos eran súbditos directos del reyes españoles como lo pidió la reina Isabel desde que Colón descubrió estas tierras.
Las malas intenciones de Poinsett también fomentaron la expulsión de los españoles que quedaban, lo que produjo una mayor crisis en México en muchos sentidos: hubo una pérdida de población en varias regiones que quedaron como presa fácil para americanos ambiciosos, una pérdida de capital e industria necesarios para el desarrollo del nuevo país, y la pérdida de muchos sacerdotes y misioneros. Finalmente, se pidió la expulsión de Poinsett del país por toda la inestabilidad que estaba provocando. Pero en 1847, Estados Unidos invadió México, lo ocupó y le impuso terribles y pesadas condiciones de paz. Fue la guerra mexicano-estadounidense en la que Estados Unidos obligó a México a ceder más de la mitad de su territorio. La codiciosa expansión territorial del presidente Polk dejó a México con una agitación interna peor, muchas vidas perdidas y un sentimiento nacional en un estado de degradación y ruina.
Durante gran parte del siglo XIX, México sufrió guerras civiles, y los liberales mexicanos (principalmente masones dejados por obra de Poinsett) trataron de implantar una república democrática enfrentándose a la Iglesia católica. Esto supuso una ruptura radical con el pasado y produjo más división interna. Esta ruptura con la Iglesia hizo colapsar la educación y produjo que mucha gente quedara analfabeta y pobre. Las guerras acabaron produciendo el militarismo que llevó a la dictadura del presidente Díaz, que a su vez condujo a la Revolución Mexicana, que no pudo implantar una verdadera democracia sino sólo un régimen autoritario con una máscara de democracia. La desigualdad social y la acción de los monopolios económicos, entre ellos los de Estados Unidos, han dificultado desde entonces en gran medida el desarrollo de México.
Hasta estos días, la injerencia estadounidense en la política mexicana continúa pero se ha transformado en la presión económica de las grandes empresas y su poder para manipular y abusar de las frágiles instituciones mexicanas corroídas por la corrupción. Además, Estados Unidos abusa de alguna manera de la dependencia de su vecino del sur y se aprovecha de la mano de obra barata sin proporcionar derechos laborales ni seguridad a las familias de los empleados.
Una situación particular de injusticia en las relaciones México-Estados Unidos que puede ser retratada como una “sombra global” es la relacionada con la guerra contra las drogas. Es una sombra multifacética de poder, privilegio, inconsistencia e irresponsabilidad porque el gobierno de Estados Unidos ha avanzado poco en la reducción de la demanda y el consumo de drogas ilegales. Esto ha fomentado el crecimiento del mercado de las drogas, lo que detona también el crecimiento de los cárteles y desencadena muchos círculos viciosos al mismo tiempo. La violencia del narcotráfico destruye las comunidades y muchos jóvenes mueren por la violencia relacionada con las drogas o por sobredosis. Las madres tienen que trabajar en fábricas (lejos de sus casas) para mantener a sus hijos, y mientras tanto, los niños quedan solos a merced de los cárteles de la droga que los enrolan para su negocio. El consumo de drogas es un mal social, pero los más afectados son los más vulnerables. A Estados Unidos parece importarle sólo su beneficio económico y se lava las manos proporcionando más armas para combatir a los cárteles, pero no hace nada para solucionar el vicio de sus ciudadanos que causa todos los problemas. Mientras tanto, además de todos sus problemas, México mismo se está convirtiendo en un consumidor de drogas, y la legalización de la marihuana en algunas jurisdicciones estadounidenses ha empujado a las organizaciones del narco a concentrarse en drogas más duras.
Caricatura M. Wuerker.
Una solución podría ser reducir el consumo mediante campañas serias y no fomentar más el consumo mediante la legalización de las drogas. Hay que cambiar la cultura. La enfermedad de Estados Unidos es moral, y su hedonismo es otra cara de la desesperación. El libertinaje no es libertad. La libertad no es hacer lo que uno quiera. La verdadera libertad es hacer el Bien. Enseñemos a nuestros jóvenes a usar su libertad para servir al prójimo con amor.
Los defensores de la legalización de las drogas dicen que se erradicará el mercado negro, pero bien podrían seguir vendiendo marihuana a menor precio y a los menores de edad. NO a la marihuana y SÍ a la educación. Al buscar el bien común, el Estado debe proteger a sus ciudadanos. Ejerciendo la verdadera libertad, uno no se perjudica a sí mismo ni a los demás…
“Hoy los Estados Unidos se enfrentan a enemigos muy poderosos pero el peligro mortal no está fuera sino dentro: no es Moscú sino esa mezcla de arrogancia y oportunismo, ceguera y maquiavelismo a corto plazo, volubilidad y terquedad, que ha caracterizado a su política exterior en los últimos años … Para vencer a sus enemigos, los Estados Unidos tienen primero que vencerse a sí mismos: regresar a sus orígenes. Pero no para repetirlos sino para rectificarlos: el otro y los otros —las minorías del interior tanto como los pueblos y naciones marginales del exterior— existen. Si los Estados Unidos han de recobrar la entereza y la lucidez, tienen que recobrarse a sí mismos y para recobrarse a sí mismos tienen que recobrar a los otros: a los excluidos del Occidente”.
Octavio Paz, “Reflections Mexico and United States”.
La frase “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los estados Unidos” se atribuye a Porfirio Díaz.
When people think about Mexico, I guess most people think of its rich culture and traditions. For many of these, Mexicans owe them to the rich encounter that took place between the Spanish and the indigenous cultures. Moreover, some people think that Mexico was a colony of Spain similar to the situation of African countries under European rule, but such an idea is completely mistaken and absolutely ignorant of Mexican history.
If we are to consider an important relationship of harm toward Mexico, we should shift our sight toward their neighbors in the north. But, why is this so? Didn’t the Spanish kill a lot of the indigenous population? Didn’t the United States invade Mexico only once?
The differences between these two countries are more profound than the evident socio-economic divide and the opposition between development and underdevelopment, wealth and poverty, and domination and dependence. To fully understand the complex relation between Mexico and the United States and the profound differences between them, we need to go back in time.
The opposition between Mexico and the United States is an ancient one dating back to pre-Columbian America. The northern part of the continent was settled by nomadic, warrior nations; Mesoamerica, on the other hand, was home to settled agricultural civilizations with complex social and political institutions. The first ones were hunters, and the second ones were farmers. This division greatly influenced the policies of the English and the Spanish toward the Native Americans.
The differences between the English and the Spaniards who founded “New England” and “New Spain” were also decisive: in England, the Reformation triumphed, whereas Spain was the champion of the Counter-Reformation. Conquest and evangelization, both words deeply Spanish and Catholic, best describe what happened in Mexico. England’s colonial expansion had no relation with these.
Catholicism brought to Mexico by the Spaniards was full of assimilation and there was a mix of cultures. From the Indigenous culture, Mexico kept: the family, friendship, attitudes toward one’s father and mother, the image of authority and political power, the vision of death, work, and festivity. From the Spanish culture, Mexico kept: the language, religion, political institutions, and a brave adventurous spirit. Mexico is a nation born of two civilizations with a rich past, from both the indigenous and the Spanish.
In the United States, there is no native element. Most Native Americans were exterminated, and the few who were left were put on “reservations.” As Mexican Nobel Prize winner Octavio Paz wrote, “the United States was founded on a land without a past.” The United States has no roots, and exactly the opposite is true of Mexico, which has an abundance of heritage. In one of his essays, Octavio Paz suggests that the attitude of Hispanic Catholicism is inclusive, and the attitude of English Protestantism is exclusive: assimilation vs. segregation.
Another significant opposition relates to the attitude of each nation toward work and festivity. For the society in New Spain, work did not redeem, and manual work was servile. The superior man commanded, contemplated, and enjoyed himself. Leisure was noble. And if you had wealth, you built churches and palaces and made big celebrations. On the contrary, the Protestant society in the United States affirmed the redemptive value of work and rejected the value of festivity. For the Puritans, work was redemptive because it freed man, and this liberation was a sign of God’s choice.
Mexican society was very heterogeneous, so this required a strong central government tied by both the Spanish monarch and the Catholic Church. The situation of the United States was different. The small colonial communities were rather homogenous, and democratic institutions could flourish there more easily.
For Octavio Paz, these countries’ strongest contrast is their position regarding time. The United States is a society oriented toward the future. “The American lives on the very edge of the now, always ready to leap toward the future. The country’s foundations are in the future, not in the past … the act of its founding was a promise of the future.” Mexico’s position is just the opposite. “Its ideal is to conserve the image of divine immutability… it has a plurality of pasts, all present and at war within every Mexican’s soul… Utopia for them [is] a return to the source, to the beginning.”
These different stories and paths have made both countries profoundly different. However, it must be said that Mexican society was richer and more prosperous than American society up until the end of the eighteenth century. But everything changed…
Right after Mexico’s independence, the United States started disrupting even more the unstable situation of the new nation. One of the darkest figures of U.S. imperialism and one of its finest spies and troublemakers was Joel R. Poinsett, the first U.S. agent in South America and first U.S. minister to Mexico. He was a Protestant, mason, anti-Catholic, anti-Hispanic, anti-monarchy, greedy, and clear-minded officer determined to get the most benefit for the United States out of the Mexican political situation —very much anti-Mexican.
He was sent to promote a border adjustment that would grant the United States two-thirds of Mexican territory. Of course, his petition was denied. But after his attempts failed, he chose a different strategy: dividing Mexicans and fostering intrigues among them. For this purpose, he established masonic lodges, which have disrupted and managed Mexican governments ever since. Additionally, he fostered the anti-Spanish “black legend” that suggests that the Spaniards robbed and murdered the great indigenous cultures. But this is not true since the Mexican nation is mestiza, which means the combination of both Spanish and Indigenous. Of course, there were some abuses, but the balance is more positive than negative. The situation in Mexico fostered the first developments of the notion of human rights by religious missionaries and Mexico did not have slaves as the U.S. because its citizens were direct subjects to the King of Spain as requested by queen Elizabeth since Columbus discovered this land.
Poinsett’s evil intentions also encouraged the expulsion of the remaining Spaniards, which produced a greater crisis in Mexico in many ways: there was a loss in population in several regions that were left as easy prey for ambitious Americans, a loss in capital and industry needed for the development of the new country, and the loss of many priests and missionaries. Finally, people asked for Poinsett’s expulsion of the country because of all the instability that he was causing. But in 1847, the United States invaded Mexico, occupied it, and imposed on it terrible and heavy conditions of peace. This was the Mexican-American War in which the United States forced Mexico to cede more than half of its territory. The greedy territorial expansion of President Polk left Mexico with worse domestic turmoil, lots of lost lives, and its national sentiment in a state of degradation and ruin.
During much of the nineteenth century, Mexico suffered civil wars, and Mexican liberals (mainly masons left by Poinsett’s work) tried to implant a democratic republic by confronting the Catholic Church. This meant a radical break with the past and produced more internal division. This rupture with the Church made education collapse and resulted in leaving lots of people uneducated and poor. The wars eventually produced the militarism that led to the dictatorship of president Díaz, which in turn led to the Mexican Revolution, which could not implant true democracy but only an authoritarian regime with a mask of democracy. Social inequality and the actions of economic monopolies, among them those of the United States, have made it more difficult for Mexico to develop ever since.
Up until these days, American interference in Mexican politics continues but it has morphed into the economic pressure of big companies and their power to manipulate and abuse Mexico’s frail institutions corroded by corruption. Additionally, the United States somehow abuses its southern neighbor’s dependence and takes advantage of cheap labor without providing labor rights or security to the employees’ families.
A particular situation of injustice in the Mexico-U.S. relations that can be portrayed as a “global shadow” is the one related to the war on drugs. It is a multifaceted shadow of power, privilege, inconsistency, and irresponsibility because the U.S. government has made little progress in reducing the demand and consumption of illegal drugs. This has encouraged market growth for drugs, which fosters cartel growth too and triggers many vicious cycles at the same time. Drug violence disrupts communities and many young people die from drug-related violence or drug overdoses. Moms have to work in factories (far from their homes) to provide for their kids, and in the meantime, kids are left alone at the mercy of drug cartels that enroll them for their business. Drug consumption is a societal ill, but the most affected are the most vulnerable. The United States seems to care only for its economic profit and washes its hands by providing more weapons to combat the cartels but does nothing to address the vice of its citizens that causes all the trouble. In the meantime, in addition to all its problems, Mexico is becoming a drug consumer itself, and the legalization of marijuana in some U.S. jurisdictions has pushed drug trafficking organizations to refocus on harder drugs.
One solution could be reducing consumption through serious campaigns and not further encouraging consumption through the legalization of drugs. Culture must be changed. The sickness of the United States is moral, and its hedonism is another face of desperation. Licentiousness is not liberty. Freedom is not doing whatever one wants. True freedom is to do the Good. Let us teach our young ones to use their freedom to serve one another in love.
Proponents of drug legalization say it will eradicate the black market, but it may as well continue selling marijuana at a lower price and to the underaged. Say NO to marijuana YES to education. In seeking the common good, the state should protect its citizens. By exercising true freedom, you do not harm yourself nor others…
Paz’s genius ends his insightful essay about Mexico and the United States with a warning that is still valid today:
“Today, the United States faces very powerful enemies, but the mortal danger comes from within: not from Moscow but from that mixture of arrogance and opportunism, blindness and short-term Machiavellianism, volubility and stubbornness which has characterized its foreign policies during recent years … To conquer its enemies, the United States must first conquer itself—return to its origins. Not to repeat them but to rectify them: the “others”—the minorities inside as well as the marginal countries and nations outside—do exist. … If the United States is to recover fortitude and lucidity, it must recover itself, and to recover itself it must recover the “others”—the outcast of the Western World.”
Octavio Paz, “Reflections-Mexico and United States”, The New Yorker, September 1979.
“Gran paradoja del amor, tal vez la central, su nudo trágico: amamos simultáneamente un cuerpo mortal, sujeto al tiempo y sus accidentes, y un alma inmortal.”
Octavio Paz, La llama doble
Mucho se ha escrito ya sobre el amor. Desde poemas en los que el amante es fulminado como un polvo enamorado que es constante a pesar de la muerte; hasta actos de amor épicos como recorrer el infierno y el purgatorio por la amada, preferir el veneno antes que la posibilidad de no poseer al amado o luchar contra cíclopes, sirenas y los naufragios para volver con la mujer que te espera. El imaginario amoroso está plagado de personajes que con facilidad ejecutan grandes gestos románticos.
Algunos podrán culpar a Disney por sus expectativas y estándares románticos: la princesa que finalmente encuentra al príncipe y tras una pequeña dificultad –porque sin clímax no es posible el desenlace– se casan. ¿Pero qué pasa después cuando a la princesa le salen estrías y al príncipe le cuelga el estómago? ¿Qué es eso de “vivir felices por siempre”?
Reniego de habitar en Disneylandia, en lo personal y francamente, me resulta un imaginario bastante pobre. Ninguno de los príncipes le llega a los talones a Mr. Darcy: un excelente prototipo de héroe romántico, creado por una mujer, dicho sea de paso. Los personajes de Jane Austen son entrañables, aunque no sean encantadores. Porque una de sus mayores enseñanzas es que no todo aquello que brilla es oro, sino que muchas veces es latón reluciente, mientras que lo que puede pasar desapercibido es realidad más valioso; así que antes de cualquier juicio deberíamos abstenernos de los prejuicios.
Muchas veces el hombre que resulta más encantador es en realidad el peor partido. Los personajes de Austen son antagónicos, seres que se contraponen, pero que justamente la oposición ayuda a la comparación: la tosquedad de Darcy se opone con la simpatía de Wickham; la seriedad del Coronel Brandon se opone con el apasionado John Willougby y aunque a primera vista ni Darcy ni Brandon resultan la opción más atrayente (dejando de lado la cuestión monetaria), en el desarrollo de la historia, al conocer a Darcy, Brandon e incluso al insulso Edward Ferrars a profundidad, es inevitable no preferirlos. Porque aunque carecen de gestos desbordados, su pasión se nota en los detalles.
Así que si a alguien tuviera que culpar, entonces culpo a Austen de mis iniciales expectativas románticas. Claro que es preciso tener cuidado, porque a fin de cuentas, la idea de un hombre, el ideal, puede terminar no existiendo. Y por buscar aquel ser mitológico, más extraño que el unicornio, podemos no ver a quien tenemos de frente.
Podríamos argumentar que es imposible que exista un hombre o una mujer con las características que proponen Austin, Shakespeare, Dante, García Márquez o Cortázar. Además el cine no lo hace más sencillo, porque en mis treinta años de vida, nadie me ha esperado debajo de mi ventana a pesar del temporal, como hizo Toto en Cinema Paradiso; y mucho menos me he metido a la Fontana de Trevi, esperando que un Marcello Mastroiani me acompañara. Sin embargo creo que si algo puede ser imaginado, es porque en la realidad se han observado algunos atributos: la realidad sí puede llegar a superar la ficción, para bien o para mal. La tumba de Beatriz puede visitarse, y aunque Dante la idealizó, debajo de aquella imagen encontramos una Beatriz de carne y hueso.
Ahí yace con sus características humanas y deficientes, perfecta en su imperfección, pero debemos prestar atención de no convertir a la persona de nuestra vida en un personaje y ser conscientes de que sus actos no son material de filmación.
La cuestión es, que aquello que es un gran detalle romántico para alguien, puede no serlo para otro. Por ejemplo: un amigo le dijo a Steffen –el condenado a pasar el resto de su vida conmigo- que debería ser más romántico y recibirme con un ramo de flores en el aeropuerto. Podría ser un gran detalle, pero a decir verdad, no me gustan los ramos de flores y él lo sabe. En dado caso tendría que llevar una maceta y no una flor en agonía. Aún así, si un día lo hiciera, se lo agradecería. Para una persona puede ser desastroso que no la reciban con flores, mientras que a otro no le hace ni fu ni fa. Alguien puede requerir de detalles cursis para sentirse amado y otro no. Así de variado es el mundo.
Es preciso cuidarnos de la absoluta idealización, porque por esperar un ideal Austiniano, Dantesco o de cualquier clase, podemos dejar pasar de largo a nuestra persona deficientemente perfecta.
¿Qué más se puede decir sobre el amor? En principio, se puede decir mucho, porque es una experiencia universal que se aplica a una vivencia particular. Incluso podemos definirlo, los filósofos lo han hecho desde hace siglos, algunos con mayor entusiasmo y otros con mayor cinismo. Y las teorías son polifacéticas: desde mitades que se buscan, escalas ascendentes hasta alcanzar la idea y así vivir la mejor de las vidas posibles; desear lo que no se tiene; encontrarnos a nosotros mismos en nuestro opuesto; alcanzar la alegría con un estímulo externo; el genio de la especie que se manifiesta en dos individuos para procrear uno nuevo; ser validado por el otro; la exclusión de las oposiciones que vence la escisión e incluso dar algo que no se tiene a alguien que no lo quiere.
Jacques Lacan afirma “amar es dar lo que no se tiene a alguien que no es”. Esta frase, tan célebre, se relaciona con la teoría de la transferencia que, grosso modo, podemos explicar como la búsqueda en alguien de experiencias pasadas y de otra persona. Por ejemplo: si hemos idealizado una relación previa y buscamos las mismas características en una nueva relación; o si nos volvemos más freudianos, quien busca algunos atributos paternos en su marido. La transferencia es el intento de recrear un paraíso perdido.
Pero si renunciáramos a ese recuerdo paradisiaco podríamos realmente dejar de buscar a ese otro, a ese fantasma, a Mr. Darcy. En caso de no renunciar a esa idea, seremos incapaces de ver al otro en plenitud y de crear un vínculo verdadero; en ese caso, el otro, el que tenemos de frente, está condenado a nunca ser y a que pasemos de largo. Si lo extrapolamos, entonces resultará, que nunca hemos tenido al otro, parafraseando a Cortázar, no poseemos al otro ni siquiera en lo más hondo de la posesión; en pocas palabras, realmente no poseemos ni somos del otro porque no recibimos ni damos.
Es imposible dar lo que no se tiene. Juan Gabriel lo canta: “no tengo dinero, ni nada que dar”, como si fuera poca cosa, solamente puede ofrecer amor. Dar ese amor, es aceptar al otro sin comparaciones imaginarias y donarse radicalmente todos los días. Podría resultar cínico afirmar, como Lacan, que el amor es dar lo que no se tiene (a nosotros mismos en plenitud) a quien no es… como si estuviéramos incapacitados para ver al otro y aceptarlo tal y como es. No pretendo refutarlo con teorías filosóficas, psicológicas, sociológicas, literarias o de ningún tipo. Simplemente me remitiré a narrar un par de hechos, porque puedo afirmar que he conocido a más de uno que da lo que tiene a quien sí es.
Jacques Lacan. Acuarela Nemomain.
Hace un par de días murió Jörg y desde que cerró sus ojos, Renate, su mujer, ya lo extrañaba. Al menos le resta el consuelo de tantos años y que en lo últimos momentos permanecieron juntos. Renate me escribió para darme la noticia; tras una larga enfermedad se despidieron en la estación de cuidados paliativos escuchando música, leyendo y hablando, es decir acompañándose mutuamente como siempre lo hacían. Disfrutaron los últimos días, a pesar de la carga de saber que cualquier minuto podía ser el último, festejando la vida en la agonía, con la fortaleza de acompañar hasta el final, conscientes de que no hay mejor lugar para morir que en los brazos que por tantos años te han abrazado.
¿Quiénes son Jörg y Renate? Una pareja alemana como cualquier otra que se quiere. Coloquialmente podemos definir a Jörg como un tipazo, un hombre realmente encantador y que cabe muy bien como ejemplo del significado de la palabra amable. Según el diccionario, la segunda acepción –aunque debería ser la primera– alguien amable es quien merece o inspira amor. La etimología nos ayuda aún más: su raíz latina amabilis significa “digno de ser amado”; el verbo es amare y el sufijo ble implica la posibilidad. La posibilidad de que alguien sea digno de ser amado (liebenswürdig es precisamente la palabra en alemán). Y de ahí surgen otras palabras como la amabilidad, que ya es propiamente la cualidad.
Incluso los seres más despreciables tienen la capacidad de inspirar afecto, por lo que parece que todos somos dignos de ser amados, de otro modo no se cumpliría el refrán “para todo roto hay un descosido”. Aunque también hay que matizar, que algunos seres son tan amables, que realmente facilitan el acto, hay que reconocer que es más fácil querer a algunas personas. Y así sucedía con Jörg, que era muy sencillo quererlo, vaya que no costaba ningún esfuerzo, porque transmitía el gozo por la vida e incluso parecía que no había barreras. Siempre sonriente y abierto incluso a los desconocidos. De verlo, jamás pensarías que estuviera tan enfermo. Vivir el cáncer con buen carácter no es tarea sencilla, pero la esperanza y el buen ánimo jugaron a su favor.
Huellas en la nieve. Berlín, Karlshorst. Foto: A. Fajardo
Recuerdo una noche obscura y fría, caía un poco de nieve, Renate y yo salíamos de la iglesia tomadas del brazo –porque cuatro piernas son mejor equilibrio que dos– caminábamos lentamente porque el pavimento estaba resbaloso. Además íbamos muy concentradas: yo balbuceando alemán y ella procurando entenderme, así que no notamos la figura que esperaba en la esquina debajo de un árbol, hasta que una mano nos detuvo. Del susto pasamos a las risas, era Jörg, que apenas unos días antes había salido del hospital, pero preocupado de que ella no veía bien de noche, del frío, del pavimento y de que el clima no lo hacía más sencillo, fue a alcanzarla.
Quizá para los estándares de Hollywood esta escena no sea dramáticamente romántica, pero para mi y seguro para muchos otros, fue un gesto radicalmente amable. Jörg no pensaba en sí mismo, sino que pensaba en ella y por eso tomó su chaqueta, su sombrero y salió a pesar del frío, la noche y la enfermedad. Este acto, en apariencia sencillo y del que ni siquiera habría espectadores, tuvo más grandeza que todas las superproducciones para pedir matrimonio. Lo mejor de todo: podría haber pasado desapercibido, porque no era del mundo, sino de ellos.
Muchas veces pensamos que el amor está plagado de gestos radicales, pensamos en términos absolutos; ignorando que la vida se compone de los pequeños momentos que consideramos cotidianos e incluso hasta banales, ignorando que no hay acto más radical que la congruencia en el día a día.
Me rebeló ante la idea de los flechazos y las pasiones desenfrenadas, porque el amor se encuentra en los pequeños detalles y para que perdure se debe construir con cimientos fuertes, más profundos que un apasionamiento que bien puede ser pasajero. Ahí está justamente la distinción que hace Paz, en La llama doble, entre el amor y el erotismo.
“No, no es lo mismo con éste o con aquél. Y ésta es la línea que señala la frontera entre el amor y el erotismo. El amor es una atracción hacia una persona única: a un cuerpo y a una alma. El amor es elección; el erotismo, aceptación. Sin erotismo –sin forma visible que entra por los sentidos- no hay amor pero el amor traspasa al cuerpo deseado y busca al alma en el cuerpo y, en el alma, al cuerpo. A la persona entera”.
La llama doble.
Es preciso llegar al núcleo, abandonar la periferia que termina confundiéndonos. No nos distraigamos antes las grandes declaraciones exaltadas, porque el ímpetu inicial decae con el tiempo, y hay mayor profundidad en las manifestaciones cotidianas que en los apasionamientos pasajeros.
El beso, Gustav Klimt.
Observé el amor en las esperas, acompañamientos, en la calidez de la mano que sostiene en la fragilidad, en la aceptación de la vulnerabilidad, en los buenos tiempos, en los malos y la enfermedad. Porque el amor es: acompañarse a recibir las buenas y malas noticias; complementarse –cuando Renate escucha mejor que Jörg y Jörg ve mejor que Renate– sentarse todos los días a las tres de la tarde y preparar el café como al otro le gusta.
El amor te vuelve clarividente, siempre vas un paso adelante, porque conoces y estás atento a la necesidad del otro, porque el amor te da nuevos ojos. Como escribió el gran Borges en el Otro poema de los dones: “por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad”.
Sin embargo, no crea el apreciable lector que Jörg y Renate son la excepción de la regla, la aguja en el pajar y el caso que se manifiesta por cada millón de parejas. He observado un amor asombrosamente cotidiano en muchos otros y puedo enumerar algunos ejemplos para motivarlos: por la pareja germano-colombiana que se mira con la misma ternura de los primeros días sin que los años y cuatro hijos disminuya el amor, sino que lo transforma; por la mujer que aún sabiendo de una enfermedad degenerativa prefirió quedarse; por el hombre que cuidó por veinte años a su mujer postrada en cama y que llora su ausencia deseando más tiempo a su lado.
Así que los invito a abandonar las expectativas burdas y los gestos de las películas porque se quedan cortos. La realidad supera con creces la ficción; pero la ficción puede embriagarnos con quimeras y distraernos de aquellos actos de amor absolutos.
No permitamos que estos actos pasen desapercibidos, que sean irrelevantes y superfluos, cuando son en realidad las actos más veraces y radicales, capaces de traspasar la temporalidad y que van más allá de la muerte.
Así como a Cortázar no le sirve un amor pasamontañas, puerta o llave; a mí tampoco me sirve una expectativa exacerbada que permanece en la superficie. No me funcionan los ideales de película, ni de Austen y mucho menos de Disney. No debemos basar nuestros ideales, expectativas y gustos en lo que observamos de otros, que son lineamientos e inspiraciones para que no abandonemos la batalla cuando más cruda es.
Los otros son directrices, ejemplos reales que pueden enseñarnos a amar sin reservas, dando todo aquello que tenemos a quien verdaderamente es. No temamos a mirar de frente, con sus virtudes y deficiencias, a quien duerme al lado; que aunque para el mundo sea nadie, para el que contempla lo es todo. No temamos a dar el salto a ese puente que se construye de dos lados.
Nunca olvidaré las tardes que visitaba a Renate y Jörg –una intrusa bienvenida y observadora de su intimidad– la ternura de sus abrazos, su apertura de corazón y el cariño con el que me incluyeron en la familia al autodenominarse Oma und Opa, mis abuelos alemanes.
Mi balcón cubierto de nieve.
Cada domingo a las diez de la mañana Jörg se asomaba al balcón, esperaba a que Renate apareciera en el camino. Con una gran sonrisa aguardaba, en cuanto la reconocía, agitaba la mano y los dos se miraban como si se hubieran separado una eternidad. Ella se transformaba, aceleraba el paso y se sonrojaba como si tuviera quince años y lo viera por primera vez. Así los imagino, a Jörg esperándola, esta vez desde las alturas, y las miradas del reencuentro.
Dicen que de amor nadie se muere, pero médicamente, un corazón roto padece características semejantes a un pre-infarto; por un momento una parte de la función cardiaca se interrumpe y el resto del corazón se contrae con mayor fuerza, falta el aire y duele el pecho. El corazón llora la ausencia y es inevitable.
No puedo evitar cierta angustia de pensar que si yo echaré de menos a Jörg en el balcón, ella tiene el corazón resquebrajado; que cada rincón de su hogar rebela la presencia fugaz del recuerdo; que costará un esfuerzo descomunal acostumbrarse a una nueva soledad, porque ningún día y ningún domingo volverá a ser igual con la ausencia lapidaria de su figura en el balcón.
A finales de agosto se celebró el centenario del filósofo mexicano Emilio Uranga (1921-1988) discípulo de José Gaos y parte del grupo Hiperión, junto con Ricardo Guerra y Luis Villoro. Los hiperiones tenían influencias del Existencialismo y la Fenomenología; y querían estudiar el ser de lo mexicano. Para celebrar el centenario de Uranga se organizó un coloquio y se escribieron varios textos; un buen amigo, me compartió dos artículos, uno de ellos era “Emilio Uranga: genio olvidado de la filosofía” de José Manuel Cuéllar.
Uranga reflexionó constantemente sobre lo mexicano en sus obras Análisis del ser mexicano y Ensayo de una ontología del mexicano; en las que acuñó términos como “nepantla” y “zozobra” que hacen referencia al modo de ser del mexicano. Nepantla es estar en la disyuntiva entre dos términos, la neutralidad entre el sí y el no, el centro, el punto medio de un movimiento oscilatorio. La zozobra, un término muy poético e inspirado en López Velarde, alude a una experiencia insoportable: ser y encontrarse en lo accidental, contingente, finito, ambigüedad e incompletud; la zozobra es reconocerse herido y desgarrado para aceptar el dolor. Sin embargo estos términos no son únicamente mexicanos, sino que pueden comprenderse como una experiencia universal humana.
Es septiembre, el mes más adecuado, para preguntarnos sobre la vivencia de ser mexicano. Porque no basta con desempolvar las banderas y colocarlas en los edificios, las puertas, las ventanas, los coches y hasta en nuestra cara; es necesario detenernos a reflexionar sobre la esencia que nos une como nación. Y no basta con desempolvar la bandera, sino que hay que leer de nuevo al patrimonio intelectual mexicano: a los poetas, los literatos y los filósofos.
José Manuel es Maestro en Filosofía de la Cultura por la UNAM y Contemporánea por la Universidad de Barcelona. Sus intereses filosóficos, culturales y literarios lo vuelven un muy buen conversador. Por su juventud y trayectoria, bien se puede observar que está dejando huella en el círculo intelectual mexicano.
Cuéllar es autor de La Revolución inconclusa. La filosofía de Emilio Uranga, artífice oculto del PRI (Ariel, 2018); editor y compilador del libro La exquisita dolencia. Ensayos de Emilio Uranga sobre Ramón López Velarde (Bonilla Artigas, 2021).
Ha escrito tres novelas y las tres han sido premiadas: El caso de Armando Huerta (Premio Nacional Luis Arturo Ramos 2009), El club de las medias rotas (Premio Elefante de Novela 2010) y Ciudademéxico (Premio Nacional de Novela Joven José Revueltas 2014).
Ha publicado varios artículos, académicos y culturales, lo que muestra su versatilidad de pensamiento, que puede dar saltos desde la rigurosidad de los argumentos académicos, hasta la liviandad que produce una buena pluma. José Manuel sigue el consejo de su filósofo de cabecera: es necesario escribir con estilo.
Portada “La revolución inconclusa” de J. M. Cuéllar.
Además de filósofo eres literato, ¿qué autores han influido en tu vida y te han formado? Y aunque es muy difícil de responder, ¿cuál es tu libro preferido y que sin duda recomendarías?
En la adolescencia deglutí con fruición todos y cada uno de los libros de Carlos Fuentes y de Gabriel García Márquez. Del primero me llamaban la atención sus digresiones sesudas sobre la realidad nacional. Creo que experimenté algo parecido a un sentimiento de arraigo o a una inquietud por México recorriendo a galope las páginas de La muerte de Artemio Cruz o los cuentos de El naranjo (“Las dos orillas” me impresionó profundamente). Con Gabriel García Márquez tuve una experiencia distinta. Con él aprendí que el lenguaje es una especie de materia dúctil y que en cada anécdota nimia se oculta una epopeya digna de narración. En Crónica de una muerte anunciada el autor nos lleva de un personaje y de un tiempo a otro sin que apenas nos demos cuenta. Esto, a mis quince años, me parecía un acto de prestidigitación. En mi cumpleaños número 20 recibí dos libros: Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin, y La muerte de Virgilio, de Hermann Broch. No tenía idea de que el flujo del lenguaje y el flujo de la conciencia pudieran fundirse de ese modo tan extraordinario. Más tarde me di de bruces con la Ética de Spinoza. La desgrané con paciencia textualista. Esa lectura me llenó de satisfacciones. Fue una conquista en toda regla. Fue como escalar el Everest. Así lo sentí en su momento.
Así como tras una conferencia de Alfonso Reyes, Emilio Uranga decidió estudiar filosofía, ¿qué es lo que te llevó a estudiar filosofía?
Tengo una imagen grabada en la memoria: la del Dr. Héctor Zagal entrando a un salón de la Prepa UP, detenerse unos instantes en el umbral a observar a su espantada audiencia y soltar a quemarropa la primera tarea del curso: “Para el siguiente lunes un reporte de la Ilíada”. Me tomé muy en serio la tarea. Acabé exhausto, como si hubiese corrido un maratón. Al lunes siguiente, el Dr. Zagal recolectó las tareas, nos miró por encima de sus anteojos y dijo: “Para el siguiente lunes un reporte de la Odisea”. Al mes ya me sentía un atleta olímpico.
Detrás de cada alumno ha habido algún profesor que influyó en el desarrollo intelectual y personal de su estudiante. ¿Quiénes han sido tus mentores y qué aprendiste de ellos?
Luis Patiño me introdujo a la figura de Emilio Uranga en un curso de la UNAM. Adolfo Castañón me enseñó el arte de editar y anotar un texto. Mientras trabajaba en el diario alemán de Emilio Uranga no podía menos que sentirme como una especie de miniaturista. Así de delicado y artesanal era el trabajo. Guillermo Hurtado ha sido un guía sumamente atento. Cada conversación con él –y conversamos muy seguido– me descubre líneas de investigación. De él he adoptado la convicción metodológica de que no hay ideas aisladas y desencarnadas. Lo que hay es, en cualquier caso, un “clima de ideas”.
Guillermo Hurtado te nombra el experto en Emilio Uranga y en tu libro La revolución inconclusa (Ariel, 2018) analizas su papel como artífice de la ideología priista. También lo describes como un hombre de inteligencia endemoniada y promesa de la filosofía. ¿Cuál consideras que es su mayor aportación filosófica?
Estoy escribiendo todo un libro para dar cuenta de sus aportaciones (porque son muchas y muy fecundas), pero para decirlo muy apretada y provocadoramente: Emilio Uranga acuñó un nuevo filosofema, “el-ser-para-el-accidente”, que se parece en algún sentido al “ser-para-la-muerte” de Heidegger (Sein zum Tode), pero con una notable ventaja: no sólo suena menos tétrico, sino que pone en primer plano la libertad (y, por consiguiente, la responsabilidad) que ostenta toda persona. Uranga nos obsequió con una brillante lectura de Ramón López Velarde. El poeta de Jerez aparece ante nosotros como el gran pensador de la intersubjetividad (por encima de Husserl). Términos como “zozobra” o “nepantla” siguen dando de qué hablar y siguen mostrándose muy eficaces a la hora de pensar identidades fronterizas, ambiguas o no binarias. El estilo literario de Uranga vale por sí solo como una aportación. “No hay que escribir bien, sino con estilo”, llegó a declarar Uranga y su prosa lo demuestra. Pensar no equivale a escanciar ideas en un molde. Uranga aprovechó sus columnas en el periódico para desarrollar una concepción “originaria” de la Revolución como gesta humanista. En fin. Sus aportaciones son muchas.
Portada del libro “La exquisita dolencia: Ensayos sobre Ramón López Velarde” de Uranga. Edición J. M. Cuéllar.
La filosofía mexicana ha sido relegada incluso dentro de México y sin embargo hay autores que además de reflexionar sobre el ser del mexicano escriben muy bien, como Vasconcelos, Paz, Ramos, Uranga y otros. Pero a veces parece que la filosofía mexicana se entiende únicamente a partir de categorías de lo mexicano. ¿Consideras que esta filosofía puede entenderse también a partir de términos universales? Y ¿cuál sería una de sus aportaciones más importantes?
Habría que hacer una larga parada en cada una de esas estaciones (Vasconcelos, Paz, Ramos, Uranga). Basta quizá con decir que para todos ellos “lo mexicano” no era el punto de llegada sino el punto de partida. Todos ellos denunciaron sin ambages la experiencia de la exclusión (del mexicano, pero también de cualquier pueblo oprimido), el imperialismo cultural, la mecanización de la condición humana. Todos ellos sintieron como propia la responsabilidad de sacar adelante al país y de promover transformaciones morales. Muchas veces no comprendemos esto y los juzgamos. A mí, por lo menos, se me dificulta entender qué significa que un filósofo tenga una vocación moral y pretenda en un mismo gesto inmiscuirse en los debates de la plaza pública y profanar las bóvedas de la conciencia de sus lectores.
Quizá es un poco injusto preguntarte lo siguiente, porque da para un análisis complejo y detallado, pero en pocas y sencillas palabras ¿cómo definirías lo mexicano?
“Lo mexicano” es un quehacer colectivo, una manera de ser, una decisión que debemos tomar a diario y que exige de nosotros acción y compromiso. “Lo mexicano” no es lo mismo que la “mexicanidad”. No tiene nada que ver con banderines de colores y chinas poblanas. “Lo mexicano” es una vivencia. En el caso de Uranga, la vivencia de una accidentalidad y una insuficiencia constitutivas. “Lo mexicano” es un modo de abrirse a la mendicidad y a la modestia de la condición humana. De aquí que “lo mexicano” no sea una gaveta que nos peculiariza sino un “canal de riego”. “Lo mexicano” es justamente aquello que no se elabora ni se define en el escritorio de un “filósofo docto”.
Cambiando un poco el tema. El debate político contemporáneo parece vacío de contenido, se enfoca más en las formas que en el fondo; esta deficiencia de los políticos mexicanos, aunados a otros problemas como la corrupción, ha generado escepticismo y apatía. ¿Qué consejo le darías a los jóvenes mexicanos contra la apatía política?
He dicho en otros lugares que los mexicanos –jóvenes y no tan jóvenes– debemos recuperar el suelo de la historia y de la filosofía. El enemigo a combatir es la desmemoria y el adanismo, es decir, la desconcertante sensación de que somos los primeros hombres de la Creación y de que no existe nada por encima de nuestro hombro. Hay que desempolvar a nuestros maestros espirituales, cuidar de nuestro patrimonio, cultivar el sentimiento de pertenencia a una tradición que nos desborda, escapar despavoridamente del letargo academicista y hacer uso de las nuevas –ya no tan nuevas– vías de comunicación.
Finalmente quisiera saber ¿tienes un nuevo proyecto en puerta y es posible que nos hables un poco sobre ello?
Estoy escribiendo la biografía intelectual de Emilio Uranga (ya casi acabo). Está por publicarse el diario alemán de Uranga (1954-56), junto con la correspondencia a Luis Villoro y la correspondencia cruzada Uranga-Reyes. Acaba de salir un libro que tuve el gusto de editar y compilar: La exquisita dolencia (Bonilla Artigas, 2021). Se trata de los ensayos que Uranga dedicó a López Velarde a lo largo de tres décadas. No todo es Emilio Uranga. He estado escribiendo papers sobre el Conde de Keyserling (me parece escandaloso que no se reconozca su influencia en la filosofía mexicana), sobre las interpretaciones filosóficas de la Independencia, sobre Antonio Caso (“el Maestro de la cabellera leonina”), sobre el discurso de Ávila Camacho y hasta sobre la pandemia y sobre la 4T… Pero lo que de verdad quiero es volver a escribir una novela.
Hace tres años, contra todo pronóstico, me casé y, desde ese día, cuando hablo con mis amigos me preguntan: “¿Cómo va la vida matrimonial?” La pregunta siempre me causa un poco de extrañeza y, a decir verdad, no sé qué respuesta esperan. Contar las cuitas de amor es, hasta cierto punto, entretenido, pero desnudar el día a día de un matrimonio no lo es; se vive la cotidianeidad, mejor que sea sin sobresaltos, y se elige todos los días seguir construyendo el matrimonio.
Cf. Historia de un matrimonio
Antes creía que el amor era una pasión exaltada y casi descontrolada, pero con los años he aprendido que el amor se construye con pequeños detalles todos los días: sacar la mantequilla media hora antes para que cuando desayunes puedas untarla más fácilmente, una cobija extra para el frío o retirar los anteojos si te quedas dormido. En el amor, el otro, está presente en los pequeños detalles y está atento a las necesidades del otro; ese otro puede ser tu pareja, tu hijo, tu hermano, tus padres o tus amigos. Porque, a decir verdad, el corazón es bastante amplio.
Sé que la pregunta de mis amigos es bienintencionada; quizá les da curiosidad que dos personas tan opuestas entre sí estén juntas, porque tenemos pocos gustos en común y hay que añadir que las diferencias pueden dificultar la convivencia. Cuando preguntan suelo cambiar el tema, no para evitar responder, sino porque, en realidad, no sé qué respuesta esperan. Lo que sí puedo decir es que el amor tiene un componente de destino y libertad.
“El amor a primera vista, ahorra muchísimo tiempo.” Anuncio en Nápoles. Foto: A. Fajardo
Existen muchas aplicaciones de citas, en algunas, los algoritmos te muestran los perfiles con los que tendrías más química; en otras, basta con ver las fotografías de los que están más cerca de tu área y, entre tanta variedad, a veces es incluso más difícil elegir, porque tal parece que en el amor no se elige.
A veces, cuando terminamos una relación y pasa el tiempo, nos sorprendemos por nuestros gustos, y nos preguntamos ¿en qué diablos estaba pensando? Aunque la historia no terminara mal, y el otro no sea un mal sujeto, tampoco nos queda claro por qué estábamos ahí y qué mirábamos.
Stencil: Bleu Foto: A. Fajardo
No queda del todo claro por qué nos atrae una persona y otra no, como si se tratara de un encantamiento, la posición de los astros, los humores, la predestinación, las feromonas o un algoritmo. Es un misterio. Un refrán popular afirma: “matrimonio y mortaja del cielo bajan.”
Algunos buscan semejanzas y puntos en común; otros, sin saber por qué, terminan casados con alguien completamente opuesto. Tanto las semejanzas como los opuestos funcionan si ponemos empeño en que funcionen. Y es que, si algo queda claro en el amor, es que se trata de un balance entre destino y libertad.
Buscamos cualidades –semejantes o contrarias- en el otro y, una vez que las encontramos, lo idealizamos, pero este es un primer paso de enamoramiento, que todavía no es amor y que puede derivar en una idolatría del otro — una construcción que hacemos nosotros mismos para seguir encantados. Buscar las cualidades y construirlas en el otro es una elección fabricada. Si me preguntaran ¿por qué elegiste a “x”? en realidad no podría dar una respuesta exacta; puedo enumerar cualidades e incluso afirmar que somos completamente contrarios, pero, en realidad, no lo sé.
“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al vesre. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto.”
Cortázar, Rayuela, cap. 93.
Para Cortázar, el amor no se elige, es algo que se padece, es una lluvia que te empapa y cala hasta los huesos, pero no se elige, tiene un componente de destino, pero también de libertad, porque se puede elegir entre dejar que la lluvia te empape o abrir un paraguas y continuar con tu camino.
Algunas veces se dice que se ama, por la inseguridad que se experimenta en la soledad, por la ausencia o porque no podemos poseer al otro:
“Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames… me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado.”
Rayuela, cap. 93
Sin estar seguros de por qué elegimos a alguien, intentamos construir ese puente, que debe sostenerse por ambos lados: Se elige libremente la construcción del puente, que une al yo-con-el-otro, pero también es una tarea diaria mantener el puente en funcionamiento. Nos buscamos a nosotros mismos en el otro y, para que el querer no sea un mero capricho o una obsesión fruto del pensamiento, es preciso dar el salto hacia el otro lado del puente y mantenerlo.
El amor es la mezcla de predestinación y libertad. A veces no se sabe por qué se elige a quien se elige y, sin embargo, día a día se elige continuar o soltar la toalla; Paz escribe en La llama doble, que “el amor es un nudo en el que se atan, indisolublemente, destino y libertad.” El amor inicia como algo involuntario y termina convirtiéndose en algo voluntario, porque cada individuo –como amante– decide continuar amando. Aunque no sabemos bien a bien por qué elegimos a alguien, sí podemos elegir continuar o interrumpir el sentimiento. Es por el libre albedrío por el que hay amores no correspondidos, porque el amor no por fuerza debe ser recíproco, a diferencia de la amistad.
Quizá la siguiente vez que me pregunten: ¿cómo va la vida matrimonial? Pueda responder con tranquilidad que el destino nos unió, pero en libertad mantenemos –de ambos lados– el puente cada día con las pequeñas cosas de la vida cotidiana.