Tu escritor favorito

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Hace ya cinco años que Alberto decidió ser poeta. Quería dejar el agreste mundo de la publicidad y el diseño. Todo gracias a que rescató una foto de su difunta madre, donde aparecía arrullándolo con poesías de Antonio Machado y Xavier Villaurrutia. Exploró lo más profundo de sus vivencias, leyó libros de mitología e historia de todo el mundo y encontró alguno que otro simbolismo que desarrolló durante todo un poemario.

Su objetivo no era enviar sus textos a concursos; no confiaba en los fallos de esas élites y gobiernos cuyos premios parecían ya apalabrados con anterioridad. Decidió saltar directo a la gente y armar todo un performance en sus redes sociales. No obstante, pronto se dio cuenta de que, como escritor, no generaba el gancho para que la gente le prestara atención; además de que sus escritos parecían un anacronismo con respecto a las tendencias del mercado literario. Era un chico aburrido que tuvo una infancia feliz que no vende o no se suele preservar en las bibliotecas eruditas de hoy. 

Decidió inventarse un personaje: Albermus. Un sórdido hijo de prostituta que tuvo que vender droga para pagarse sus estudios y leer la mayoría de los libros en mal estado de las bibliotecas públicas.  De algo tenían que servir sus años haciendo publicidad.

El éxito fue inmediato, las historias de este personaje eran muy atractivas y traían tráfico al instante. Pronto vio cómo ese avatar lo había hecho salir del anonimato y lo hacían una persona interesante para todo tipo de materiales de difusión. 

Una noche, mientras escribía un libro autobiográfico para una editorial que lo contactó,  se dio cuenta de que se había acabado el café, y salió a comprar un paquete a la tienda. Nadie lo atendió; todos lo ignoraron como si fuera un fantasma. Regresó intrigado y admiró con horror que Albermus estaba en la sala reescribiendo el libro.

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