El paraíso perdido

El paraíso perdido

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Cuando una nueva persona empieza a formar parte de nuestra vida, especialmente si sentimos fuertes sentimientos hacia ella, una de las primeras cosas que hacemos es enseñarle nuestras fotos de cuando éramos niños. Es quizás una forma de decirle, “mira esto soy yo, esta es mi esencia, ¡mira que lindo era! Ahora tal vez soy totalmente diferente y me siento feo” pero es como si quisiéramos enfatizar: “¡mira no soy lo que ves hoy, soy ese!” 

El tema de la infancia está estrechamente relacionado con el del origen de nuestra naturaleza más profunda. Origen que de alguna manera sentimos que hemos perdido o que necesitamos revelar para mostrar a los demás quiénes somos, o más bien para recordarnos a nosotros mismos quiénes somos.

Es interesante observar cómo necesitamos recordar quiénes somos precisamente cuando dejamos que alguien entre en nuestra vida o que algo la afecte, como si el otro, en sentido amplio, con su sola presencia pusiera en cuestión nuestra identidad. En efecto, la palabra “altro” (otro en italiano) viene del latín “alter”, el otro por su propia naturaleza altera nuestro equilibrio, lo pone en crisis (en un momento de decisión).

Es ahí donde para compensar este vacío que experimentamos necesitamos volver a nuestros orígenes, mostrando fotos de nuestra infancia, de nuestros amigos y familiares. No tenemos otra forma de decir quiénes somos que, paradójicamente, mostrando un “otro” o “otros”. Sí, otro, porque ya no somos lo que éramos; somos otra persona y mirando hacia atrás vemos a otra persona. Al no aceptar esta “otredad” nos arriesgamos a vivir en una continua melancolía, una a-relación con nosotros mismos. 

Robert Doisneau, Les écoliers de la rue Damesme, 1956 @ Atelier Robert Doisneau

La infancia también suele estar relacionada con la gratuidad del amor, una especie de paraíso, precisamente porque experimentamos un afecto incondicional y un amor que no pide nada a cambio. Al experimentar esta gratuidad que recibimos de los demás basamos nuestra forma de actuar en el futuro.

Por tanto, es normal experimentar esta melancolía por algo que ya no está, pero quizás sea aún más natural recordar la infancia como un lugar propulsor de nuestro presente y futuro por el que estar agradecidos. Evidentemente, como toda la vida, la infancia puede estar salpicada de traumas más o menos grandes, por lo que también es necesario protegerla con todos los medios posibles.

Lo que ocurre muy a menudo es que nunca salimos de la infancia, ya sea porque la consideramos un paraíso a redescubrir o por traumas que no conseguimos superar. Para algunos, la infancia dura toda la vida. La palabra infancia deriva del verbo latino arcaico fari, que significa hablar, y con la adición de in- adquiere el significado de quien no habla. ¡Cuántas veces seguimos siendo incapaces de hablar, de expresar nuestra voz, lo que somos, nuestro ser!

Todos somos niños a veces. Es quizás al dejar ir ese “origen” y todos nuestros “orígenes” que podemos volver a ser un origen para nosotros mismos y para los demás ¡cuántas infancias hemos vivido y vivimos en nuestras vidas que no queremos abandonar! Sin embargo, todo origen es tal porque es libre, no pide permiso, lo es.

Robert Doisneau, L’information scolaire, Paris 1956 © Atelier Robert Doisneau

Tal vez sea comprendiendo y aceptando la libertad de lo que nos precede y nos trasciende que nosotros también podremos vivir libres; y no en un perpetuo síndrome de abandono en busca de nuestros paraísos perdidos o de nuestros traumas. Tal vez sea así como podamos por fin salir de la infancia y empezar a hablar de verdad, no de lo que hemos perdido sino de la libertad que nos enseñó esa ausencia de lo que nos hacía felices en la gratuidad, o de lo que nos traumatizaba para vivir en una continuidad con el origen.

Creo que  todo este misterio de la infancia puede ser resumido con un lindo dibujo de Snoopy que dice “cuando eres pequeño te enseñan a hablar, cuando eres grande tienes que aprender a callar. Rarezas de la existencia”. 

Dennis Stock, Venice Beach Rock Festival, 1968
MDNMDN