Repensar los Derechos Humanos a la luz de Fratelli Tutti y el bien común

Repensar los Derechos Humanos a la luz de Fratelli Tutti y el bien común

Síguenos en nuestro canal de Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

El concepto de derechos humanos se ha convertido en una de las categorías más importantes, si no fundamental, de la vida social contemporánea. Sin embargo, uno de los mayores problemas actuales que ha erosionado las relaciones interpersonales es, a nuestro parecer, la alienación que ha generado en nuestra sociedad una mala compresión de los derechos humanos. Como advierte el Papa Francisco en Fratelli Tutti, paradójicamente también puede hacerse un mal uso de estos.

Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales … individualistas …, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social …, casi como una ‘mónada’, cada vez más insensible. […] Si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande [el bien común], termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias”.

Fratelli Tutti.

Cuando no existe claridad respecto de quién es la persona humana, una antropología inadecuada puede también conducir a una desintegración social. Cuando los “derechos humanos” reflejan una idea errónea de hombre, como mero individuo egoísta, esto fomenta una cierta “ética” que a su vez tiene implicaciones de orden social. 

Foto: Thom González

Una buena práctica de los derechos humanos depende de una buena comprensión de quiénes somos. Como nos enseña el Evangelio, nuestra verdadera identidad es la de ser hijos muy amados del Padre y, por ende, hermanos y “compañeros de camino” como indica el Papa Francisco. Sólo bajo esta luz entendemos el sentido de la verdadera fraternidad social y del adecuado sentido de los derechos humanos, encaminados hacia la solidaridad humana.

Una concepción individualista y liberal de los derechos humanos es problemática y alienante de diversas maneras. El derecho debiera estar esencialmente vinculado al bien común, pero la realidad de esta vinculación se vuelve insostenible con una concepción individualista de los derechos humanos. Cuando los derechos humanos se entienden como una garantía individualista inmunizada de toda exigencia del bien común, éstos no aparecen como la participación de un sujeto en el bien de su comunidad, sino que aparecen más bien como el patrimonio de un individuo que se ha alienado frente a cualquier requerimiento por parte de las necesidades colectivas de su sociedad. En el liberalismo individualista, “ser sujeto de derechos es precisamente la condición según la cual un sujeto queda exonerado de las exigencias colectivas, de tener en cuenta y velar por las condiciones del bien común”.

Por el contrario, al definir derechos, lo que debiéramos estar haciendo es custodiar y fortalecer una serie de relaciones sociales que, en virtud de su estructura, permitan la realización de la persona en su actuar junto con otros. Como nos recuerda el Papa Francisco, “El amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal. Nadie madura ni alcanza su plenitud aislándose. Por su propia dinámica, el amor reclama una creciente apertura, mayor capacidad de acoger a otros, en una aventura nunca acabada que integra todas las periferias hacia un pleno sentido de pertenencia mutua. Jesús nos decía: «Todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8)”

Pareciera que el liberalismo individualista concibe los derechos humanos como formas de autoposesión, como expresión de dominio o posesión que el individuo tiene de sí mismo. Pero como ya advertía Karol Wojtyla al desarrollar su antropología personalista, la verdadera autoposesión, que se liga con la autorrealización, proviene de una acción en la que uno vive la donación de sí mismo a los demás en comunidad.

El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común .

Fratelli Tutti

Resulta muy peligroso y alienante entender el derecho como la independencia del individuo respecto de lo común. Bajo esta óptica, la libre disposición que cada uno tiene de sí mismo se vuelve una acción desvinculada de toda función social y descargada de toda responsabilidad colectiva. En cambio, bajo una antropología como la que nos ofrece San Juan Pablo II y una fraternidad y amistad social como nos propone Francisco, los derechos se entenderían como medios y condiciones para una participación real y “realizante” en una tarea común. Los derechos se entenderían como participación en la realidad de la comunidad. Los derechos no serían las condiciones de nuestra perfecta individualidad, sino las condiciones de nuestra plena condición como personas. 

Foto: Mumtahina Tanni

En este sentido, los planteamientos de nuestros queridos Papas nos permiten atinar que los derechos no deben ser tratados como realidades absolutas existentes en sí mismas y al margen de las relaciones humanas que pueden establecerse en el seno de una comunidad. 

Quizá, gracias a Dios, nos hemos alejado del peligro de la instrumentalización del ser humano por parte del Estado, pero aún corremos el riesgo de instrumentalizar la sociedad por un supuesto “bien individual”. Aunque hayan disminuido las amenazas del totalitarismo, hoy más que nunca enfrentamos el reto del individualismo alienante cuando los derechos humanos son concebidos como derechos del individuo y no como derechos de quien es miembro de una comunidad.

La encíclica Fratelli Tutti, con la brillantez pastoral de S.S. Francisco, nos da luz sobre una política que articula y promueve procesos al servicio del verdadero bien común y de la caridad social, en vistas a construir la civilización del amor. Ahí, Francisco menciona algo que me parece muy sugerente: “[e]n medio de la actividad política, «los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de llenarnos el alma y el corazón”. ¡Nuestros hermanos tienen derecho de llenarnos el alma y el corazón! ¡Qué manera de colmar de sentido evangélico el concepto de “derecho”!

Pensar la vida social desde el individuo acaba siendo deshumanizante. El reconocimiento del otro como persona tiene exigencias más profundas e implicaciones más positivas en la vida social que apelar a los derechos humanos como prerrogativas pre-políticas, universales, abstractas, y al margen del Bien Común, que no fomentan la gratitud, la solidaridad, el sentido de comunidad, ni la amistad social. 

Creo que el Espíritu Santo que inspira al Papa nos plantea el reto de repensar los derechos. Si lo que hace a la vida realmente humana, como nos lo enseñó Cristo, es el amor y la donación de sí, entonces los verdaderos derechos humanos, aquellos que nos llevan a dar un salto cuántico del yo hacia un nosotros, son el derecho a la generosidad, a la hospitalidad y al amor. 

Repensar los Derechos Humanos a la luz de Fratelli Tutti y el bien común

Divorciado y ¿santo?

Por Pbro. Mario Arroyo

Síguenos en nuestro canal de Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

Sí, aunque parezca una paradoja, es posible, más incluso, es deseable que algún divorciado sea canonizado. ¿Cómo así? Los santos son modelos para las personas de cada época. Por eso san Juan Pablo II agilizó los procesos de canonización, para ofrecer ejemplos relevantes a los hombres de nuestro tiempo. Y, tristemente, nuestro tiempo se caracteriza por la frecuencia de las rupturas matrimoniales, lo cual es una auténtica tragedia. Pero, en medio de esa dolorosa situación, una de las partes puede permanecer fiel al vínculo matrimonial. Porque le da valor a su promesa, porque sabe que fue hecha ante Dios, y porque descubre en ella una forma de fidelidad a Dios, a su cónyuge y a sí mismo.

No es infrecuente escuchar historias como la siguiente: “ya no quiero seguir contigo, no siento nada por ti, para qué continuar simulando, lo mejor es que esto termine cuanto antes”. Palabras más, palabras menos, pero con frecuencia la ruptura familiar es unilateral. Es decir, que sea sólo una de las partes la que quiere terminar el compromiso, siendo afectada la otra, que lucha decididamente por su permanencia o restablecimiento. Es decir, hay una parte que se esfuerza por permanecer fiel al vínculo y a la promesa, mientras que la otra se empeña en terminarla de una vez.

En estos casos, si la determinación de la parte rompiente es suficiente, se termina por destruir el matrimonio. Pasa con frecuencia. La otra parte se encuentra con cinco, diez, treinta años de su vida compartidos con alguien que ahora lo abandona. No es una situación fácil; por el contrario, es muy dolorosa, pues se había proyectado una vida en común, quizá haya hijos de por medio, los cuales muchas ocasiones son los más afectados. Luego viene el dolor, también común, de ver a la esposa o al esposo todavía amados, conviviendo con otra persona. A veces el padre tiene que soportar ver cómo su hijo o sus hijos conviven con la nueva pareja de su esposa y él sólo puede disfrutarlos el fin de semana y con horario restringido. El dolor en estas situaciones es inmenso.

A ese dolor se unen los consejos de los “amigos” y familiares: “deberías rehacer tu vida”, “todavía estás joven, puedes conseguirte una nueva pareja”. Cuando ante ese dolor y esas propuestas fáciles, permanece la determinación firme del interesado de permanecer fiel al compromiso que un día adquirió cara a Dios y a su cónyuge, aunque su cónyuge no lo haya honrado, nos encontramos ante un ejemplo de heroicidad cristiana, ante un testigo del valor del matrimonio cristiano o, como podría denominárseles, ante un “mártir del matrimonio”. Por esa fidelidad a toda prueba, que se puede dar únicamente cara a Dios y con su ayuda, se puede afirmar, sin temor a exagerar, que esa persona es santa o va por caminos de santidad.

Cuando alguien pone con sinceridad todos los medios para salvar su matrimonio y aun así se rompe, y cuando a pesar de la ruptura decide libremente permanecer fiel al compromiso, es decir, no se busca una nueva pareja, está dando un valiosísimo testimonio del valor del sacramento. La Iglesia no puede sino prestarle un particular apoyo y sostenimiento para su difícil situación, al tiempo que reconoce su heroísmo, pues se trata de vivir el celibato sin tener vocación para ello.

Como Iglesia tenemos el enorme desafío de ofrecer sostén espiritual, amical y afectivo a quienes pasan por esa dolorosa situación. No es sencillo, pues muchas veces las estructuras eclesiásticas pecan de impersonales. Depende del celo del sacerdote el saber detectar esos casos y buscar un cauce de apoyo, una estructura eclesial que les dé sostén, pues se encuentran habitualmente en una situación de difícil heroicidad.

Además la Iglesia debería proponer a algunas personas que hayan tenido que sufrir esa dolorosa situación, como modelo para todos los cristianos y testigos del valor del matrimonio, de la palabra dada y los compromisos adquiridos. Por ello, es urgente que detectando los casos más ejemplares al respecto, quienes hayan mantenido su promesa hasta el final de su vida, sean reconocidos públicamente como santos. Eso daría una bocanada de aliento y una luz de esperanza, una clave de sentido y significado a quienes pasan por la dolorosa separación involuntaria. La ruptura también puede conducir a Dios.

Repensar los Derechos Humanos a la luz de Fratelli Tutti y el bien común

Genio Femenino

Por Mary Jo Anderson

Síguenos en nuestro canal de Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

“[H]a llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia,
un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora.
Por eso, en este momento en que la humanidad
conoce una transformación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga”.

Mensaje de clausura del Concilio Vaticano II

Los críticos de la Iglesia Católica frecuentemente se burlan de la insistencia de la Iglesia en que las mujeres tienen dones únicos para la Iglesia y el mundo.  De hecho, las exhortaciones del Papa Juan Pablo II a las mujeres, para que empleen su “genio femenino” para construir una cultura de la vida, a menudo se enfrentan con posturas inconformes dentro y fuera de la Iglesia.  El mantra trillado es que “hasta que las mujeres sean ordenadas al sacerdocio, la Iglesia es culpable de discriminación”.

¿Cómo deberían responder los católicos a estas acusaciones? ¿Cómo pueden las mujeres católicas comunicar las verdades más profundas del “efecto y poder” de la vocación femenina?

Una respuesta rápida es que es ilógico pensar que la Iglesia confiaría la enorme misión de “ayudar a que la humanidad no decaiga” a ciudadanos de segunda.  De hecho, la Iglesia ha llamado a las mujeres a ser el arma secreta del siglo XXI.  Ella necesita y busca con urgencia la participación particular y activa de sus hijas.

El poder innato del genio femenino se pone de manifiesto sólo cuando la vocación de la mujer se capta adecuadamente.  La Iglesia reconoce que la cultura de la muerte tiene éxito allí donde las mujeres abdican de su vocación única;  por tanto, llama a las mujeres a recuperar la plenitud de su vocación, la plenitud necesaria para “ayudar a la humanidad a no caer”.

Esta plenitud de la vocación femenina hace falta en el debate sobre “compartir el poder” en la Iglesia y la insistencia en la ordenación de mujeres, porque la plenitud de la experiencia humana sólo puede realizarse cuando los dones inherentes a cada género están ordenados el uno al otro.  Esta es la “verdad conocida, pero olvidada” que ha resultado espinosa para quienes critican a la Iglesia.

Dignidad y Vocación

La frase “genio femenino” se atribuye a Juan Pablo II, pero el concepto se esboza en algunas exhortaciones del Papa Pío XII, en particular a la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (1957).  El Concilio Vaticano II profundizó aun más en la actualidad de las contribuciones definitivamente femeninas a la sociedad. Sin embargo, el resumen más completo del significado de la feminidad a la luz de esta “hora” de la historia es Mulieris Dignitatem (Sobre la dignidad y la vocación de la mujer).  Promulgada por Juan Pablo II en la fiesta de la Asunción en el año mariano de 1988, Mulieris es una reflexión sobre la fuerza espiritual y moral de la mujer.  El Papa reflexionó más sobre el tema en su Carta a las mujeres de 1995, que abordó el desafío del feminismo contemporáneo y ofreció una advertencia sobre las formas de ideología feminista que son más destructivas que constructivas.

Está claro que la Iglesia ve una importancia extraordinaria en los atributos femeninos y su potencial para construir una cultura de la vida, y Mulieris ofrece a las mujeres formas prácticas de aplicar su genio femenino al mundo que las rodea.  Cuatro aspectos de esa genialidad son claves en el plan de batalla femenino para “ayudar a la humanidad a no decaer”: receptividad, sensibilidad, generosidad y maternidad.

Foto: Nandhu Kumar

Receptividad

Fue una mujer, la Santísima Virgen María, quien primero recibió al Hijo de Dios. La esencia del fiat de María es la receptividad femenina sin mancha del pecado original.  En la Anunciación, el cielo invita –no obliga– a María a recibir al Dios-hecho-Hombre.  Como María, todas las mujeres están llamadas a ser un “genio” de la receptividad –biológica, emocional y espiritualmente.  Los cuerpos de las mujeres están creados para recibir nueva vida, pero para ser completamente femeninas, los corazones y espíritus de las mujeres también deben ser receptivos.

La naturaleza receptiva de las mujeres es primordial para comprender el genio femenino.  La naturaleza de los hombres es generativa: los hombres están llamados a dar su vida –incluso hasta la muerte– por la defensa y protección de la mujer. Pero la naturaleza y los dones de los hombres son sólo la mitad del diseño de Dios para la humanidad.  El don de sí mismo del hombre y su forma masculina de relacionarse con el mundo se atrofian y son estériles cuando no puede entenderse a sí mismo en relación con la mujer, tanto física como espiritualmente.

En el Génesis, Adán carece de una pareja adecuada hasta que Dios crea a Eva.  Ella es como él en su humanidad pero hermosamente diferente en su modo de ser específicamente femenino.  Asimismo, ella está completa –es plenamente femenina–sólo en relación con la dimensión masculina del ser humano. Por lo tanto, los atributos masculinos y femeninos sólo pueden entenderse en relación el uno con el otro.

Así, vemos que Dios confió el futuro de la humanidad a la mujer y su capacidad de amar sacrificialmente y que la dignidad de cada mujer es completa cuando ama a la humanidad en su calidad de imagen de Dios.  En Mulieris, Juan Pablo II escribe sobre las “cualidades femeninas” de Dios que se encuentran de manera más prominente en el Antiguo Testamento (por ejemplo, “Como uno a quien su madre consuela, así yo os consolaré” [Isaías 66:13]). Cuando la mujer trabaja desde su natural naturaleza receptiva, ella se realiza personalmente y la comunidad que la rodea es bendecida por el aspecto femenino de la experiencia humana.

 Cuando las mujeres están abiertas a recibir la vida, el mundo vuelve a florecer.

La receptividad es la base de todos los demás atributos femeninos. La mujer encuentra en cada vida algo irrepetible, algo maravilloso.  El don de sí para la mujer es un don de vida para toda la humanidad.  Cuando las mujeres trabajan de acuerdo con el principio de receptividad, fomentan políticas pro-vida y pro-familia en el lugar de trabajo y en la cultura.

Foto: Josh Willink.

Sensibilidad

La naturaleza receptiva de una mujer está en el corazón de su sensibilidad. Tener la capacidad de acoger la vida dentro de su propio cuerpo la hace estar siempre alerta a la vida interior de los demás. Antes de que el mundo conozca a este nuevo ser, ella es sensible a sus necesidades y tiene esperanzas para su futuro.

Mucha gente ve la sensibilidad como una debilidad, sin darse cuenta de que en realidad es una fortaleza, un don que tiene la mujer para ver más allá del exterior y mirar en las necesidades más profundas del corazón, sin separar nunca la persona interior de su aportación exterior.

Esta sensibilidad hacia los demás puede emplearse en el ámbito público y tener una influencia incalculable en las políticas públicas. Cuando una adolescente católica enfrentó los dictados de moda de una gran tienda departamental, la tienda escuchó su exigencia por ropa de moda que también fuera modesta. Cuando las enfermeras hablaron a favor de aumentar la nutrición de los pacientes que no respondían en los hospitales, las políticas de los hospitales cambiaron. En un número significativo de estos casos “sin ninguna esperanza”, esta mayor atención devolvió la salud a los pacientes.

Cuando las mujeres cabildean por un trato más humano de los reclusos, se modifican las leyes. Cuando las mujeres luchan contra los ataques de la industria del sexo a los valores de la comunidad, las leyes de zonificación cambian. Cuando las mujeres luchan contra los daños que ocasiona la pornografía hacia la persona humana, las políticas públicas siguen su ejemplo. (Muchas mujeres han sido engañadas con la idea de que el “trabajo sexual” debería ser legal para que una mujer pueda “elegir” degradarse a sí misma.

La Iglesia se rehúsa a permitir que las mujeres sean oprimidas de esta manera, por “legal” que sea. Nada podría ser más insensible a la persona humana que reducir los cuerpos de las personas a una mercancía para ser vendida. Si las mujeres no usan su sensibilidad para oponerse a esto, un nuevo “Mundo feliz” de canibalismo clínico se cierne ante nosotros: úteros de alquiler, órganos humanos en venta, seres humanos clonados a los que se les quitan partes como a un coche viejo.) La Iglesia insta a las mujeres a ejercitar su sensibilidad para recuperar la conciencia de la humanidad de cada persona.

Las mujeres pueden mostrar a la sociedad, tanto pública como privada, cómo ser abiertas, receptivas y sensibles a las necesidades humanas más profundas.

 Generosidad

La capacidad de generosidad de una mujer está íntimamente ligada a su naturaleza receptiva. La generosidad hace que una mujer esté disponible para las necesidades de su comunidad y de su profesión, necesidades que van mucho más allá de la eficiencia operativa.

El primer acto de generosidad es acoger una nueva vida, y en esto María es nuestro mejor ejemplo. Pero los Evangelios están repletos de relatos de mujeres generosas. Por ejemplo, la historia de la ofrenda de las dos moneditas que depositó la viuda recuerda a las mujeres contemporáneas que el tamaño de nuestra ofrenda es menos importante que la orientación de nuestro corazón. Y la mujer que ungió a Jesús con el perfume precioso nos enseña a reconocer el valor humano por encima del valor material.

La generosa hospitalidad de Marta y María tiene un atractivo universal para todos los que anhelan la calidez de la comunión humana. Los críticos que confunden su generoso servicio con servidumbre no entienden el punto: Jesús muestra un gran interés en la vida de las mujeres y su entorno, y las invita a participar en su obra. Su deseo de comunión humana es satisfecho no sólo por los apóstoles sino también por mujeres como Marta y María. Esto se demuestra en su profundo intercambio espiritual e intelectual con Marta (Juan 11:21-27). Jesús confió en los corazones generosos de las mujeres su propia necesidad humana de hospitalidad, apoyo y comprensión de su misión.

La Iglesia percibe el grave peligro de la propaganda que seduce a las mujeres para alejarlas de su naturaleza inherentemente generosa y sostiene que todos los niveles de interacción humana se benefician de la influencia de las mujeres como mujeres –es decir, de acuerdo con su auténtica naturaleza femenina. Esa generosidad natural, un arma contra el cientificismo deshumanizador, se manifiesta cuando las mujeres enfatizan las dimensiones sociales y éticas para equilibrar los logros científicos y tecnológicos de la humanidad (ver Carta a las Mujeres 9).

Foto: Alex Green.

Maternidad

El misterio de la maternidad no se puede agotar ni capturar con palabras, pero ha sido descartado por algunas mujeres que creen erróneamente que la igualdad se logrará borrando las diferencias entre hombres y mujeres. Algunas querrían que las mujeres emularan los rasgos masculinos para lograr la igualdad, pero el triste resultado de ese enfoque ha sido una disminución de los auténticos aspectos femeninos de la familia humana.

Juan Pablo II escribe que la mujer ejerce “una maternidad afectiva, cultural y espiritual, de un valor verdaderamente inestimable, por la influencia que tiene en el desarrollo de la personas y en el futuro de la sociedad” (Carta a las Mujeres 9). También destaca la maternidad, biológica y espiritual: “La mujer es más capaz […] de dirigir su atención hacia la persona concreta” (Mulieris Dignitatem 18).  Este rasgo singular –que la prepara para la maternidad, no sólo física, sino también afectiva y espiritualmente– es inherente al designio de Dios, que confió el ser humano a la mujer de manera muy especial (cf. ibíd., 30).

Juan Pablo II entiende que es esta orientación maternal la que construye comunidades cohesionadas y que afirman la vida.  Es la influencia materna la que promueve la unidad dentro de las familias y es la génesis de la paz en toda la familia humana.

Mary Ann Glendon –esposa, madre y profesora de derecho en la Universidad de Harvard– recordó a las mujeres que:

Vamos a pedir una transformación cultural. Brindar cuidados, lo cual merece todo el respeto, es una de las formas más importantes del trabajo humano [y también resulta fundamental] la reestructuración del mundo del trabajo de tal manera que la seguridad y el progreso de las mujeres no tengan que ser a expensas de la vida familiar.

Catholic.org
Foto: Tatiana Syrikova

 El tiempo es ahora

La Iglesia ha puesto un enorme énfasis en el papel de la mujer en esta hora de la historia.  La cultura de la vida simplemente no se puede construir sin la influencia de las mujeres.  Afortunadamente, la esperanza en las mujeres como agentes de esta restauración está bien fundamentada en un hecho demográfico clave: las mujeres, como nunca antes en la historia, ocupan posiciones cruciales en la plaza pública. Los avances que las mujeres han logrado profesional y culturalmente las colocan a ellas y a su “genio femenino” en el epicentro del cambio social. Las mujeres pueden abrir nuevas perspectivas para la cultura de la vida desde sus lugares de autoridad y poder de en una sociedad que valora los derechos de las mujeres. Por supuesto, solo las mujeres con una formación y una comprensión de su genio femenino podrán lograr esos cambios.

El Papa Juan Pablo II escribe que “la mujer tiene un genio propio, que es vitalmente esencial tanto para la sociedad como para la Iglesia”.  Así, “han de considerarse profundamente injustas, no sólo con respecto a las mismas mujeres, sino también con respecto a la sociedad entera, las situaciones en las que se impide a las mujeres desarrollar todas sus potencialidades y ofrecer la riqueza de sus dones.” (Mensaje del Ángelus del 23 de julio de 1995).

En última instancia, el genio femenino se centra en el acto redentor de Jesucristo. Alice von Hildebrand comentó que “cuando la piedad se extingue en las mujeres, la sociedad se ve amenazada en su tejido mismo, ya que la relación de una mujer con lo sagrado mantiene a la Iglesia y a la sociedad en equilibrio, y cuando se rompe este vínculo, ambas se ven amenazadas por una total caos moral”. (First Things, abril 2003, 37)

Las mujeres que deseen tomar su lugar en esta guerra por la vida deben anclar sus esfuerzos en la Eucaristía, que “expresa el acto redentor de Cristo” (Mulieris Dignitatem 26). Son las mujeres, unidas a Cristo eucarísticamente, las que tienen el poder y la perseverancia para extender esa redención a la sociedad en su forma única y femenina.

Foto: Lan Yao

Mary Jo Anderson es editora colaboradora de Crisis y forma parte del consejo editorial de Voices (la revista de Women for Faith and Family).  Vive con su esposo en Orlando, Florida.


Traducción: Irene González Hernández. Este artículo apareció en Catholic Answers, Inc. en Agosto 2005. Agradecemos la autorización de Mary Jo Anderson y Catholic Answers para traducir y publicar este artículo.

Repensar los Derechos Humanos a la luz de Fratelli Tutti y el bien común

Dolor en clave cristiana

Por Pbro. Mario Arroyo

Síguenos en nuestro canal de Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

Pregunta un alumno de medicina: “Padre, en la Nueva Carta a los Agentes Sanitarios se dice que algunas personas pueden rechazar los analgésicos para unirse a la Cruz de Jesucristo, para ofrecer sus dolores a Dios. ¿Qué gana Dios con nuestro sufrimiento? No tiene sentido tal aseveración.” Efectivamente, es muy aguda la observación del alumno, y comprensible en un mundo descristianizado. Son pocos los lugares en el Magisterio reciente donde se recuerda tal posibilidad, pareciera una práctica perdida, residuo de antiguas visiones tremendistas del cristianismo.

Caricatura "dolor de cabeza" de G. Cruikshank. (1835)
Caricatura “dolor de cabeza” de G. Cruikshank. (1835)

Sin embargo, tal perspectiva no ha desaparecido totalmente del Magisterio de la Iglesia y de la práctica cristiana. Baste recordar dos textos: En la Nueva Carta a los Agentes Sanitarios, documento del 2017, dice en su número 95: “El dolor puede tener para el cristiano un alto significado penitencial y salvífico… No debe, pues, sorprender que algunos cristianos deseen moderar el uso de los analgésicos, para aceptar voluntariamente al menos una parte de sus sufrimientos y asociarse así, de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado.”

El otro texto es de Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi n. 40, donde pareciera que hace una reminiscencia de prácticas ya materialmente perdidas, o en desuso dentro de la Iglesia, pero que sería interesante recuperar:

“La idea de poder «ofrecer» las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, era parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta hace no mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada. En esta devoción había sin duda cosas exageradas y quizá hasta malsanas, pero conviene preguntarse si acaso no comportaba de algún modo algo esencial que pudiera sernos de ayuda. ¿Qué quiere decir «ofrecer»? Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com-padecer de Cristo, y que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. De esta manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar también un sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres.”

Vale la pena citar ambos textos por extenso, pues son esporádicas las alusiones del Magisterio a esta realidad, que por otra parte es una práctica muy habitual entre muchos católicos: Enfrentarnos al tema del dolor y darle un sentido cristiano. El alumno de la clase convenía en la oportunidad de ofrecer tal dolor si no podía evitarse; pero no entendía el hecho de no evitar un sufrimiento, pudiendo hacerlo. No es culpa suya, ha crecido en un ambiente hedonista, donde el bien es el placer, lo que se debe buscar; y el mal es el dolor, lo que se debe evitar. No entraba en su cabeza la posibilidad de negarse a evitar voluntariamente un dolor. Su pregunta es una muestra práctica, fehaciente, de la cultura secularizada, hondamente descristianizada. Frente a esta cultura y mentalidad, el mensaje cristiano de la penitencia puede sonar más o menos a chino, es decir, incomprensible.

"Los 21 mártires" del pintor copto Wael Mories.
“Los 21 mártires” del pintor copto Wael Mories.

No es el tema nuclear, pero sí es medular en el cristianismo la realidad de la Cruz. El sufrimiento de Cristo y la posibilidad de unirnos a ese sufrimiento. Un cristianismo sin cruz no es auténtico. Vale la pena recordar algunas de las “ventajas” del dolor, leído en clave cristiana, pues es una realidad que no podemos evitar del todo y con la que nos hemos topado abruptamente ahora, durante la pandemia. El dolor es ambivalente: nos puede destruir interiormente o nos puede hacer crecer, madurar, ser más humanos y comprensivos con nuestros semejantes. Todos tenemos pecados, y por tanto todos necesitamos de la penitencia para purificarnos y poder gozar de Dios al final de nuestras vidas. Y un sentido más profundo, “místico” del sufrimiento, es la posibilidad espiritual de unirnos a Jesús sufriente a través del sufrimiento.

Una catequesis completa sobre el sentido cristiano del sufrimiento la encontramos en san Juan Pablo II, en el ya lejano 1984, con su carta Salvifici doloris. Es muy aconsejable darle una releída, una desempolvada, pues tendemos a confrontar al sufrimiento sin las claves cristianas capaces de darle un sentido positivo. En el fondo, lo que Jesús nos enseña en la Cruz es a amar a través del dolor; nosotros a veces podemos buscar el dolor para amar de esa forma, a veces no lo podemos evitar y necesitamos encontrar ese camino, para brindarle el sentido que nos lo haga más llevadero.

Repensar los Derechos Humanos a la luz de Fratelli Tutti y el bien común

Religiones y cambio climático

Por Pbro. Mario Arroyo

Síguenos en nuestro canal de Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

San Juan Pablo II en tres ocasiones (1986, 1993 y 2002) reunió a los líderes religiosos del mundo para orar por la paz en Asís. Quería mostrar de esa forma cómo la religión en general puede ser una fuerza de paz, generar paz a su entorno y no violencia como algunas veces sucede — en el 2002 estaba muy reciente el atentado a las Torres Gemelas perpetrado por fundamentalistas islámicos. La crítica atea suele señalar que la religión es quizá la causa más profunda de la de división en el mundo, y por ello sería un deber moral atacarla. El Papa santo salió a refutar tal crítica tendenciosa y mostró cómo los líderes religiosos pueden obviar sus diferencias, dialogar y unirse para orar por la paz.

Ahora, en el 2021, la humanidad, junto con la necesidad de paz, que nunca puede darse por descontada, tiene la urgencia de cuidar el planeta. ¿Pueden unirse las religiones para pedir por la salud del planeta y hacer frente al cambio climático? Lo que san Juan Pablo II hizo por la paz, lo hace ahora Francisco con el cambio climático: El Papa reunió en el Vaticano cerca de 40 líderes religiosos para expresar su apoyo a la COP 26 de Glasgow y su preocupación por el cambio climático. Todos firmaron un llamamiento para frenar el cambio climático. Entre los participantes se encontraban el Arzobispo de Canterbury, el Patriarca Ecuménico Bartolomé y el Imán de Al-Azhar, entre otros: Las religiones unidas para hacer frente a la contaminación y defender la salud del planeta.

Basura en el bosque. Foto: Leonid Danilov

Junto a los representantes de las diferentes confesiones cristianas, había líderes judíos, musulmanes, hinduistas, budistas, sijs, confucionistas, taoístas y zoroástricos. Representantes de las religiones más representativas del planeta. Todos expresaban su común preocupación por el clima y la ecología. Esta realidad muestra cómo las religiones tienen puntos en común, a pesar de sus diferencias históricas y culturales, y esos puntos en común convergen en beneficio de la humanidad. El cambio climático contribuye de esa forma también a la unidad entre los diferentes credos, pues muestra como todos juntos pueden trabajar en pro del hombre y la sociedad. Las diferencias doctrinales no son obstáculo para poder hacer el bien en conjunto, en equipo.

El Papa Francisco tuvo el detalle de no leer su discurso, para no extender en demasía la ceremonia y dar pie a que los demás líderes religiosos pudieran explayarse. Pero les entregó escrita su intervención. En ella insiste, fiel a su habitual esquema de pensamiento, en tres puntos: “la mirada de la interdependencia y de compartir, el motor del amor y la vocación al respeto”. Fiel a sus intuiciones de fondo, Francisco recuerda que “todo está conectado”, y por ello debemos tener una “mirada abierta a la interdependencia y al compartir”. Todos somos miembros de la única familia humana, y compartimos la responsabilidad de sacarla adelante.

“Planeta sobre beneficio”. Manifestación Fridays for future.
Foto: Markus Spiske.

El tercer elemento señalado por Francisco es el “respeto por la creación, respeto por el prójimo, respeto por sí mismos y respeto hacia al Creador. Pero también respeto mutuo entre fe y ciencia”, para que el fecundo diálogo entre ellas esté orientado al “cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y fraternidad”. Como se puede observar, el Papa Francisco es ambicioso en su perspectiva. Considera que es mucho lo que la religión puede aportar a la ciencia, y cómo juntas pueden contribuir para frenar el cambio climático. En el ámbito cristiano, este cuidado formaría parte la espiritualidad católica.

MDNMDN