Maternidades invisibles, cómo sobrevivir la pérdida de un hijo: Conversación con María del Carmen Alva

Maternidades invisibles, cómo sobrevivir la pérdida de un hijo: Conversación con María del Carmen Alva

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“Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre,
como uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?”

Elegías de Duino, Rainer Maria Rilke

Desde hace algunos años el paradigma de la maternidad se ha modificado. Ser madre es poco deseado e incluso es algo que se da por sentado. Cada vez es más común que las mujeres no quieran tener hijos; la maternidad ha dejado de configurar el rol dentro de la sociedad para la mujer y se han creado nuevos sustitutos: carrera, viajes, compras y mascotas. 

Así como no se debe romantizar la maternidad, tampoco se puede negar su papel fundacional, no sólo como principio de vida, sino como soporte a lo largo de la existencia, porque queramos o no hay una relación íntima entre cada ser y su madre. Y es que con nadie podremos alcanzar el mismo nivel de conexión como con nuestras madres.

La biología ha denominado a esta conexión microquimerismo que implica que la madre guarda memoria de cada embarazo. Algunas células del hijo se comparten durante y después del embarazo; estas células se almacenan en la médula ósea de la madre y después se distribuyen a sus órganos. Estas células combinadas con las famosas células madre, las cuales no están sexuadas, tienen una gran capacidad de renovación y regeneración de diversos tejidos. De tal suerte que durante el embarazo, la madre y el bebé, se ayudan mutuamente y por medio de estas células dan mantenimiento a sus cuerpos. Incluso existen casos en que el corazón de madres con cardiopatía es reparado. Bajo ninguna circunstancia se puede expresar una unión tan estrecha, en la que alguien es verdaderamente carne de su carne y hueso de su hueso. 

El bebé que subsiste por la madre, con toda su pequeñez y vulnerabilidad, con el rostro incógnito al que se le va dando forma durante esos meses, en los que milagrosamente dos cuerpos coexisten en el mismo espacio y dos corazones laten al unísono, son los que forman un vínculo con el que cargaremos hasta el último de nuestros días. Quizá es por ello que no existe dolor más grande que perder un hijo.

Ni siquiera en alemán, que es un idioma muy preciso, existe la palabra para denominar a quien ha perdido a un hijo. Si pierdes a tu pareja, te vuelves viudo y si pierdes a tus padres te vuelves huérfano, pero si pierdes a tu hijo ni siquiera hay una palabra para nombrar a este luto. Recientemente la RAE ante el predicamento sugirió la palabra huérfilo, pero me parece un desatino con la buena intención de visibilizar algo que parecería invisible. La palabra tiene sentido, si pensamos que filo viene del latín y significa hijo. Pero no suena bien, es un término que me parece se queda corto. Así que prefiero recordar a mi abuela, afirmando sabiamente, que no existe palabra para nombrar la pérdida de un hijo porque nada puede llenar el silencio y el vacío indescriptible de la pérdida.

“En Ramá se escuchan voces, ayes y llantos amargos: Raquel llora a sus hijos, y no quiere que la consuelen, pues sus hijos ya no existen”. (Jr. 31, 15) Raquel, que representa a las madres, está sumida en su dolor y no hay nada que pueda consolarla, su lamento es apropiado con la magnitud de su dolor. Un dolor con el que se aprende a vivir, pero que nunca se marcha. Hablemos de las maternidades –y también las paternidades– invisibles, que son mucho más comunes de lo que pensamos y se llevan aún más silenciosamente. El duelo que se experimenta al perder un hijo durante la gestación es diferente, porque conlleva la conexión íntima del embarazo, las posibilidades infinitas truncadas que carga el nuevo ser y la intangibilidad. Porque a veces para sobrellevar el duelo puedes echar mano de la memoria y recordar el rostro de tu abuela, pero ¿cómo puedes extrañar y llorar a alguien a quien no has visto y con quien no compartes tantos recuerdos? 

En esta ocasión conversé con María del Carmen Alva fundadora del instituto IRMA donde hace 22 años se dedican a acompañar terapéuticamente a los padres que han perdido un bebé antes de nacer, sin importar si se trata de una pérdida inducida o espontánea. Todo comenzó con una tesis que después se convirtió en un libro y que del papel dio el salto a la realidad. IRMA es una institución no confesional en la que los pacientes son tratados por terapeutas profesionales y funciona por aportaciones y donaciones. Además de las sesiones psicológicas, también tienen talleres y retiros, como “Viñedo de Raquel”.

A pesar de la pandemia, el acompañamiento, no se ha detenido e incluso les ha dado la posibilidad de expandirse, para que mujeres y hombres, de diferentes sitios de la república puedan acercarse y recibir la ayuda que necesitan. El año pasado atendieron alrededor de 168 pacientes, de los cuales 9 de cada 10 eran mujeres. 

Foto: Maria del Carmen Alva.

La pérdida de un hijo antes de nacer es una situación mucho más común de lo que pensamos. No creo exagerar si afirmo que todos conocemos por lo menos a una persona que ha perdido a un hijo durante la gestación. 

Como dices, es algo muy triste, desde siempre se han perdido bebés antes de nacer. El porcentaje es altísimo y muy difícil de cuantificar, porque muchos no se registran. Muchas pérdidas se viven en la casa y se guardan en el corazón. 

IRMA es una institución de ayuda social que se mantiene principalmente con donaciones, tanto de las terapeutas, como de personas que se suman a la causa y los propios pacientes. Podrías hablar más al respecto. ¿Con cuántos terapeutas cuentan actualmente y qué requisitos se piden para poder formar parte del equipo?

Somos una organización de puertas abiertas: quien quiera, cuando quiera, sin importar las circunstancias y el tiempo gestacional en que se perdió el bebé; basta con tener un huequito que te duela para poder venir y que vayamos caminando contigo.
Actualmente son doce terapeutas que se han ido formando y especializando. La mayoría de las terapeutas son voluntarias, o sea que donan parte de su tiempo y servicio. También hay terapeutas externas que supervisan el trabajo de las terapeutas con los pacientes y las capacitan. Además hay un equipo de colaboradores y proveedores externos de otros servicios como talleres de autoestima, sexualidad, violencia y fortalecimiento. A la paciente de IRMA se le hace un estudio socioeconómico y de acuerdo con éste se determina su aportación.

Muchas veces nos cuesta trabajo admitir que necesitamos ayuda o hay veces que intentamos ignorar nuestros sentimientos hasta que de pronto dejamos de percibirlos. ¿Cómo puede alguien identificar que necesita ayuda? ¿Cómo funciona IRMA? ¿Cómo puede alguien comenzar el proceso?

Siempre hemos buscado mostrar que en realidad sucede algo, que se puedan identificar con ciertas señales: estar triste o enojada, llorar todo el tiempo, si te cuesta trabajo relacionarte con niños de la edad que tendría tu hijo, insomnio, depresión, angustia, pesadillas o ansiedad. Una vez que alguien identifica estas señales, les mostramos que hay un lugar en el que pueden pedir ayuda y eso es ya la mitad del trabajo, porque reconoces que algo te pasa y que hay un lugar en el que te pueden atender. Después aparece el primer contacto que por lo regular es telefónico y hay un pequeño desahogo y les informamos que es un lugar seguro, confidencial y de ayuda social; y les damos una cita. Así funcionaba antes de la pandemia y sólo estábamos en la Ciudad de México. 

Aunque hemos intentado capacitar profesionales para que estén en otros estados, nuestro centro está en la Ciudad de México. Pero, con la pandemia, empezamos a trabajar de forma virtual y así hemos logrado llegar a otras ciudades. Lo hemos hecho por videollamadas. A pesar de que lo ideal es estar en vivo, lo importante es poder vernos y observar las reacciones y conductas no verbales. Lo primero que hacemos es aplicar unas pruebas para que podamos tener más elementos de conocimiento para saber cómo estás. Tras la entrevista inicial y las pruebas se asigna un terapeuta que acompañará todo el proceso. Por lo general se reúnen una vez a la semana y a las 10 semanas se vuelven a hacer las mismas pruebas para poder medir el avance y el historial de pérdidas. Hasta que llega el momento en que se puede decir que el duelo terminó. No porque la herida haya desaparecido, sino porque tienes las herramientas para poder vivir con eso y te reconcilias con la maternidad. 
Aunque no somos una institución confesional, si alguien comparte que tiene una vida de fe y son religiosas, les ofrecemos la alternativa de un retiro de fin de semana, por ejemplo Los viñedos de Raquel, para que puedan terminar de trabajar su duelo a la luz de su fe. 

¿Nos puedes contar cómo es el retiro? ¿Y cuál es la diferencia con el acompañamiento terapéutico?

Estos retiros son una invitación personal y los organizamos eventualmente para quienes tienen interés de trabajar la pérdida desde su fe; además para poder participar en el retiro tienen que haber iniciado ya el proceso para que puedan ir más tranquilas. Este modelo de retiro se fundó en 1994 por Kevin y Theresa Burke, y la idea es que por un fin de semana se reúnan personas con una historia similar. Theresa además de ser la fundadora del Viñedo de Raquel, también es la autora del manual que se usa durante el retiro; y que ha permitido que pueda replicarse en varios países.
Muchas veces pasa que la persona no ha hablado del aborto con nadie o que sólo lo ha hecho con el terapeuta y en el retiro están en un ambiente de comunidad, confidencialidad y respeto; pueden escuchar de otras personas cómo han vivido su pérdida y así sentirse más acompañados. El retiro es una oportunidad para relacionarte de una nueva manera con Dios, con tu bebé y con quien sea que necesites perdonar. Y también tiene que ver con el silencio: se rompe el silencio en un espacio respetuoso, amable y cálido. En el retiro se vive el proceso de duelo en un espacio en el que no estás sola, estás acompañada y te van a escuchar; como cuando se atiende a un funeral. Esto ayuda a terminar de materializar la pérdida desde la fe. 

Equipo IRMA.

Últimamente se ha atacado mucho a la paternidad, como si sólo existiera la figura del padre ausente, pero ¿qué hay de los hombres que sí están? Muchas veces el hombre tiene que ser el soporte de la mujer, que se siente destrozada por la pérdida, y en ese sentido parece que acalla más su propio dolor. ¿Cómo es que comenzaron a tratar también a los padres? 

Se fue dando con el tiempo. IRMA es un nombre femenino y al inicio parecería que no los contemplamos, que es una institución sólo para mujeres, pero en el fondo desde hace 22 años teníamos la idea de que a los hombres les pasa algo porque la paternidad también se fractura y lastima. Empezamos a tratar a los padres con los primeros que decidieron vivir el duelo. Muchas veces el hombre llevaba a su mujer, a su novia, amiga a la terapia; con la idea de que ellos tenían que ser los fuertes por ellas y no se permitían voltearse a ver. En esos momentos les preguntábamos si ellos no querían también pasar. Y así comenzamos a recibir a los primeros hombres, de quienes también aprendimos mucho; porque cada situación es distinta, desde quien presionó, el que abandonó o el que está sufriendo mucho porque el bebé no nació. Y dentro de toda esta gama de circunstancias e historias es increíble que llega un punto en el que aceptan que se sienten mal porque también era su hijo; o porque quieren a su mujer o incluso porque no la querían y por eso tenían que romper el vínculo y después se arrepienten porque sacrificaron su paternidad. 

Quizá para los padres es aún más complicado; mientras que las mujeres desarrollan el vínculo con el bebé desde el principio, para los hombres el vínculo aparece tras el nacimiento. Y puede pasar que un dolor tan profundo separe a la pareja. En el caso en que ambos padres acuden a la terapia, ¿cómo funciona, atienden a las sesiones juntos?

Los hombres han roto con muchos esquemas como la idea de que no lloran y eso es sinónimo de fortaleza. Se han dado cuenta de que ese querer ser fuerte sólo los ha alejado de su pareja, porque a veces esa fortaleza se interpreta como si a él no le importara ni le doliera y al final eso rompía la relación; cuando podía ser todo lo contrario y que ese dolor los uniera.
Es importante que cada quien tenga su propio espacio y que cada quien procese su propio duelo, porque cada uno tiene un modo diferente de vivir esa experiencia. Cada uno necesita su propio espacio, aunque en algún punto pueden juntarse y hablar del duelo como pareja. 
También los hombres se deprimen y viven el estrés postraumático, aunque claro, los procesos son diferentes, a veces salen más rápido. Porque aunque el padre tenga sus expectativas y sueños, la paternidad es referencial y se alimenta de lo que la madre le comparte. 

Es muy bueno que tengan este espacio abierto para los hombres. Y que, como dices, con los años han ido aprendiendo cada vez más; lo que empezó como una tesis y después un libro, se volvió práctico. 

Sí, cada persona que se acerca se convierte en un maestro. Esto ha existido siempre, tanto el aborto espontáneo como el inducido, pero es increíble que no hayamos volteado a ver a las personas que han perdido a un hijo. Es triste que incluso haya una escisión entre el aborto espontáneo y el provocado, porque aunque hay diferencias, en ambos casos muere un hijo. 
Esta escisión del debate público hace que no podamos reflexionar sobre cómo vamos a vivir la maternidad en el futuro, porque la forma en la que te relacionas con el mundo, los niños y las mujeres embarazadas cambia. Si te sientes no atendida y no vista, cargas con un peso y enojo. Algunos pacientes han llegado y no soportaban estar cerca de un hombre, porque representaban el abandono y el abuso. Es importante visibilizar estas pérdidas. 

Flyer IRMA.

Claro, es importante visibilizarlo y hablarlo, porque esta pérdida se lleva en silencio y creo que ese es uno de los factores más duros de este tipo de duelo. A veces se puede incluso llegar a ridiculizar, “ni lo conociste, sólo fueron tres semanas”, entonces no deberías sentir lo que sientes.

Justamente, como si no hubiera derecho para sentirlo. Cuando comparamos los dos tipos de pérdidas se vuelve más evidente. En el espontáneo se llega a pensar que no existe el duelo, porque es como un duelo pequeño. Y en el provocado no tienes derecho al duelo. Y eso es muy fuerte porque en ambos casos es una maternidad que no se ve, que se vive en silencio, que no se valora, que se relativiza. Se relativiza el dolor según el tamaño del ataúd, si es un ataúd grande el dolor es grande y si es chiquito pues es un dolor chiquito. Pero además hay veces que ni siquiera hay ataúd. A veces no lo ves ni lo percibes.
Ahora lo podemos entender con el inicio de la pandemia, los familiares de alguien que entraba al hospital y después recibían solamente una caja de cenizas, sin la posibilidad de despedirse. O las personas que fallecen en un accidente muy dramático y no hay un cuerpo que enterrar. Es angustioso.

Es increíble que en pleno siglo XXI en que tanto se habla de la salud mental no se consideren a las personas que perdieron a un hijo antes de nacer, que se siga ignorando que esas personas también padecen depresión y su salud mental se ve afectada. Es muy importante que durante el proceso la persona se vaya haciendo más consciente de lo que siente. Hay una depresión real y tenemos que medirla y ponerle nombre; dar un diagnóstico ya es el primer paso de la ayuda. Sin etiquetar a nadie, pero saber por qué te sientes como te sientes y que es normal, te puede ayudar a ser más consciente y más libre para poder salir adelante. Porque pedir ayuda también te regresa cierta autonomía.
Antes se veía muy mal ir al psicólogo, pero ahora ya el tabú no existe y las personas se acercan cada vez más al proceso terapéutico, no para que alguien les diga cómo vivir su vida, sino que te ayude a descubrir aquellas cosas que tienes escondidas.

Nos han vendido la idea de que la maternidad es algo muy fácil, que basta con acostarse con alguien para inmediatamente producir vida, cuando la realidad no es así. Y si la maternidad se banaliza entonces el aborto también. Y también está el problema de cómo se vende el aborto: en este momento no puedes o no quieres a este bebé, no importa, después puedes tener otro, como si el siguiente hijo sustituyera al anterior.

Claro que no es sencillo, si hasta tiene que haber cierta compatibilidad. Eso es algo muy cierto y complicado, porque es muy doloroso perder un hijo, aún cuando piensas que no era el mejor momento y hayas decidido abortar, porque no eres de papel y hay algo que te duele. Se genera un vacío. Hay algo dentro de ti que te dice que algo te falta y tienes que vivir el duelo. El problema es cuando no se elabora el duelo. Incluso cuando perdemos un objeto –un trabajo, un anillo que te heredó la abuela– que consideramos valioso, vivimos un momento de duelo, porque aquello que consideramos tiene un valor ya no está; y en el caso de una pérdida humana este proceso es más grande porque tiene un valor mucho mayor. Entonces, está bien que nos demos permiso de experimentar el dolor de perder a alguien. Tenemos que vivir el proceso del duelo para poder sanar el corazón y poderlo abrir después. 

Por ejemplo, cuando cortas con un novio, tienes que pasar por un proceso de duelo, no puedes al día siguiente sustituirlo por otro porque no estás lista. Ahora imagínate a un hijo que no conociste, pero que estuvo dentro de ti y te quedaste con muchas expectativas, por eso es un duelo muy complicado. Tienes que terminar de procesarlo y después puedes abrirte a una nueva maternidad, entendiendo que el nuevo hijo no es un sustituto del que ya no está. Tenemos que distinguir que uno es diferente del otro y que el segundo no repone al primero.
Tras la pérdida se tiene que sanar para poder estar abierta a otra maternidad, porque no se trata de reemplazar. Nadie repone a nadie. Incluso fisiológicamente puedes estar sana, pero si tu corazón no ha sanado, no se logra tan fácilmente otro embarazo.

Me parece que también es un duelo complicado porque de cierto modo es intangible. En el bebé está toda la potencia de lo que puede ser, contiene dentro de sí un infinito, pero a la vez aún ha dejado un rastro en el mundo, te va a quedar la espinita de todo lo que pudo haber sido. Cuando muere tu abuela puedes pensar en todo lo que ya vivió y tienes algo a qué asirte, pero cuando muere un hijo, además de ser más doloroso hay que sumar esta intangibilidad, porque ni siquiera puedes consolarte con el pensamiento de haberlo tenido en tus brazos.

Una de nuestras terapeutas tanatóloga y dice que cuando pierdes a un ser querido lo que conservas son los recuerdos, experiencias, lo que viviste; y a mayor edad conservas más recuerdos y menos expectativas. Con el caso de la abuelita que tienes muchos recuerdos, pero ya no tienes la expectativa de que cargue a los bisnietos porque eres realista. Pero cuando pierdes un bebé que no llega a nacer tienes muchas expectativas y nada de recuerdos, porque incluso puede ser que no lo hayas sentido, puede ser que todavía no llegaras a sentir las pataditas, y eso tiene un dolor especial bajo cualquier circunstancia. Y se abren las incógnitas: y si sí hubiera podido, y si hubiera sido buena mamá; y si lo hubiera hecho aunque él me hubiera abandonado. Son una serie de cosas que te gritan por auxilio, pero, si no sabes reconocer que necesitas ayuda, te comes el dolor y esas experiencias, y comienzas a vivir justificándote, negándolo e ignorando ese peso que te oprime.

Por otro lado, la cosmovisión actual apuntala hacia la cultura de la muerte y del descarte, sin darse cuenta de una gran paradoja. Por un lado promueve en la esfera pública una muerte aparentemente digna –como la eutanasia y el aborto– y por otro lado le tiene pavor a la vida –porque la vida implica envejecimiento y vulnerabilidad–. La cultura de la muerte, prefiere la juventud sin afrontar la decrepitud, sin darse cuenta de que al negar la vulnerabilidad y la muerte, niega de cierto modo la vida. Mientras menos muerte y decadencia se vea, mejor. Se promueve el aborto, pero es aparentemente libre de duelo. 
Acercarte a la muerte te vuelve más sabio, aunque debe ser muy duro escuchar y acompañar en el duelo.

Sí aprendes mucho y el corazón se te vuelca de mil maneras. Lo ideal es que tras cualquier pérdida pudiéramos recibir ayuda, porque de cada pérdida aprendemos algo, así la existencia haya sido tan pequeña, y tenemos derecho a identificar qué nos dejó. Tras el duelo terminas con una sabiduría única. Otra paradoja es el tema de las mascotas, que sean mascotas por adopción e hijos por catálogo. Está mal visto buscar cierto tipo de raza, pero vamos al banco de esperma buscando ciertas características. A esto hay que sumarle el problema ético de la maternidad subrogada, que es un daño tanto para las mujeres, como para los niños.

Creo que es un problema de nuestro tiempo: no queremos vivir el dolor e intentamos evadirlo por todos los medios. Nos duele la cabeza e inmediatamente tomamos la pastilla. No queremos escuchar al cuerpo y los síntomas. Y cómo nos va a hablar nuestra psicología: con tristeza, enojo, desgano.

Ese es muy buen ejemplo. Hay estudios en los que se afirma que la relación materno-filial comienza a las 24 horas, desde la concepción. Hay una señal de que ahí hay alguien, es el microquimerismo materno. Hay una comunicación a nivel molecular, es información que se aloja en el cuerpo de la mujer y así ella percibe la maternidad; se aloja en la piel, en las vísceras. Dos cuerpos, dos seres con un ADN distinto que habitan en el mismo espacio y ese mensaje está ahí y grita, pero lo callamos, porque si lo dejamos nos vuelve locos. Aún tras la pérdida, el cuerpo tarda en notarlo. Y no existe la cultura y modo adecuado para tratar a una madre que perdió a su bebé, porque igual debe volver pronto al trabajo, sin vivir su pérdida y todos la tratan distinto sin hablar del tema.

Tienes mucha razón, hay heridas que están cerradas, pero aún así queda la marca. De cierto modo va a sanar, pero no va a desaparecer y a lo largo de tu vida habrá siempre algo que te haga recordarlo, algo que te vuelva a soltar las lágrimas: una canción, un lugar o un mes. Es necesario volver a llamar las cosas por su nombre, no callarlo, es como una olla a presión que tras mucho contenerse de pronto explota. 

Es difícil enfrentar ciertas cosas, pero como sociedad nos podemos ir educando. Desde niños podemos aprender a valorar la vida y la muerte, a darles su lugar, y a tratar los duelos con más naturalidad. Como niños podemos aprender fácilmente a enfrentarlo si te ayudan. También es cultural. A lo mejor la primera relación de los niños con la muerte es la de la mascota, pero se les oculta. Les decimos que no murió sino que duerme. Y así les quitamos el proceso del duelo que es natural porque no está mal llorar. Y así se enseña poco a poco a enfrentar la muerte y a manejar las emociones. Porque las emociones son el mensajero de que pasó algo. Se vale enojarse, pero no se puede vivir siempre enojado, de otro modo nuestra sociedad se vuelve violenta. 

En IRMA atienden a mujeres –y hombres– que han pasado por abortos espontáneos y provocados. ¿Podrías mencionar las similitudes y diferencias del proceso de duelo en ambos casos?

Es todo un proceso, los humanos somos muy complejos, tomamos una decisión y luego pensamos que fue la decisión correcta y si de pronto no estamos tan seguros de que aquello que elegimos fue correcto; suceden dos cosas: me inquieta y quizá no hacemos nada o buscamos promoverlo. Puede pasar que como alguien lo vivió en un lugar insalubre y bajo condiciones terribles, quiera promover que el aborto se haga de otro modo, con otras circunstancias, un aborto “bonito”. “A mi me dolió porque me lo hicieron mal, no porque esté mal”. Pero la muerte es muerte. Pero claro que te pueden matar con una pastillita o a cuchilladas, y la segunda es mucho más traumática, pero al final la muerte sigue siendo la muerte. No todas las mujeres tenían total claridad de a lo que iban. Y cuando no hay opciones entonces no hay decisión real. Quizá estás reaccionando, pero no estás decidiendo del todo, porque no te muestran todas las alternativas.

La gente recibe tantos mensajes contradictorios y confusos, y entonces si se sienten mal las descalifican para que acallen ese sentimiento. Quien tiene un aborto espontáneo puede pensar que, como no lo conoció, entonces no le debería doler. Es una falta de cultura, en la que cuestionamos el dolor y lo juzgamos antes de poder hacer algo para ayudar. En el caso de la pérdida provocada parece que como así lo quisieron no deberían sentirse mal. Pero eso no es correcto porque siempre pueden sentir algo.

Es complicado porque en ambos casos no se visibiliza el duelo, son maternidades invisibles, porque no tienen el hijo y porque además no se habla de ellas. Son contrastes muy evidentes.

Ahora que mencionas los contrastes, a veces escuchamos historias de nuestros pacientes que parecen de terror, al lado de la mujer que está feliz porque acaba de dar a luz, está la que lo acaba de perder y ni siquiera le dejaron ver el cuerpo y lo tiraron en los desechos orgánicos. Todo esto es un reflejo del poco trato digno. ¿Qué nos dice esto? Que no era valioso, que era basura. Y si esto pasa en el aborto espontáneo, imagínate en el aborto inducido. 
En muchos hospitales no te dan certificados de defunción hasta los seis meses, entonces no lo puedes enterrar o cremar, pero si te cortan un brazo, hasta te dan un formulario para preguntar qué hacemos con el brazo. ¡Pero a un hijo no!

Columpio vacío. Foto: Antonio G.

Qué impresión. No se reconoce la dignidad del cuerpo y más que vivimos los duelos de manera física. Necesitamos un cuerpo que enterrar, lloramos ante un ataúd, pero si no tenemos nada, nos arrebatan una parte fundamental para sobrellevar el dolor y el hueco se hace más grande. Y es terrible que ni siquiera tengamos el derecho jurídico de enterrar a nuestros hijos. Me parece que mientras se siga promoviendo legalizar el aborto esto será imposible, porque si reconocemos el derecho de las madres a enterrar a sus hijos, así sean de pocas semanas, entonces estamos reconociendo que aquella interrupción del crecimiento del saco de células es también tu hijo.

Claro, esto es central en el debate. Si reconocemos la dignidad del hijo que se pierde naturalmente, estamos a pocos pasos de reconocer la dignidad del bebé que se pierde en un aborto inducido; y que eso no puede ser un derecho. Si reconocemos a uno, tenemos que reconocer al otro. Los dos valen exactamente lo mismo, no es que el valor cambie según el perfil del fallecido. No es que unos tengan más derecho a nacer que otros. Pero el aborto es un buen negocio, porque no tienes que ayudar a una mujer en dificultad, sino que pasas de una situación a otra; y que alguien más se encargue del daño psicológico. 
Por ejemplo, si una enfermera hubiera pasado por eso, después podría tratar mal a los pacientes, porque tampoco ella fue tratada con dignidad.

Un herido hiere. 

Exacto, un herido hiere, y no por malo, sino porque así recibió el mensaje, porque su propio dolor no le deja ver más allá. Muchas veces ni siquiera es consciente, sino que es su manera de reaccionar. 
Tenemos la esperanza de que algún día ambas pérdidas sean vistas con los mismos derechos. Hace un tiempo participamos en un congreso que trataba sobre la salud mental materna; nos invitaron porque analizábamos la diferencia entre el aborto espontáneo y el provocado. En muchas ocasiones no se trata el provocado porque se considera un derecho y que no debería afectar la salud mental, pero esto no ocurre así. A pesar de sus diferencias, en ambos casos hay muerte y un duelo. Nuestro sueño es que se vea, hacer visible la pérdida y acompañar a quien lo necesite para sanar el dolor. Y que en ambos casos tienes el derecho de ser acompañado.

Para finalizar, quisiera preguntarte: ¿Cómo podemos acompañar –como amigo o familia– a alguien que ha perdido a su bebé?

Muy buena pregunta, porque los amigos son la clave. Son los que tienen la información y la llave de ese secreto; cuando alguien te comparte un secreto o algo de su intimidad te da permiso de hablar, de decirle algo. Si alguien te comparte su herida, como amigo o familiar, tienes permiso de escucharlo y hablarlo. Puedes ayudarlo a que tome conciencia de que puede pedir ayuda, que esos enojos y tristezas son los signos de que necesita cierto acompañamiento. Aunque no todos necesitan un acompañamiento terapéutico, sólo quienes de cierto modo se han paralizado y han quedado marcados de una manera tan significativa que los ha dejado sin recursos emocionales. Si tu detectas esto puedes escuchar sus sentimientos y validarlos; además de decirle que hay un lugar en el que se le puede brindar ayuda. 
Es como en un funeral, hay dos tipos de personas, el que te dice que no debes llorar y que debes de ser fuerte; y el que te apapacha mientras te escucha. Tenemos que ser la segunda clase de personas, sin que importe que hayan pasado más de 10 años de la pérdida, porque nunca es tarde para sanar una herida. 

Si conoces a alguien que esté pasando por esta situación, puedes acompañar en el proceso, el primer paso es pedir ayuda. Pueden contactar a la institución IRMA.

Estar ahí hacia el final

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La muerte es sin duda un hecho inexorable para todo ser “vivo”. Más allá de cualquier taxonomía, todo ser vivo, finalmente, muere. Sin embargo, en palabras de Heidegger, sólo el ser humano es “mortal”, porque “morir” significa propiamente “ser capaz de la muerte como muerte”. El morir no se le da simplemente recién al final de sus días, sino que le pertenece esencialmente y lo determina día a día: el ser humano nace mortal. Asumir la propia muerte es justamente lo más difícil que nos toca vivir. Y si bien es un proceso personalísimo, a veces no podemos solos. Para esto hay personas que se preparan para orientar a otros en el camino de asimilar la propia condición de finitud y, especialmente, acompañarlos en el último tramo de sus vidas. 

En la ciudad de Buenos Aires, un grupo de personas se reunió hace más de una década para formar un “espacio de encuentro y de reflexión acerca de la muerte y el proceso de morir”. Así nació la Asociación EL FARO. Como la clara metáfora de su nombre lo indica, su vocación es servir de luz orientadora, titilante, pero firme, a aquellos que se encuentran en este viaje, aún en las rutas más escarpadas.

En entrevista con su directora Viviana Bilezker, conversamos sobre la misión, la visión y los valores que alientan la obra de la asociación. 

En relación a la muerte, la pérdida y el duelo

¿Qué lugar tiene la muerte en nuestra cultura contemporánea? 

La muerte tiene un lugar ensombrecido. La muerte está asociada con lo oculto, lo siniestro, aquello de lo cual no se habla y que es preferible evitar. Lamentablemente, debería decir que esta actitud cultural hacia la muerte no sólo no colabora con la posibilidad de responder y prepararnos para la muerte, sino que la convierte en una suerte de enemigo al que hay que derrotar, al que hay que vencer y esto nos agrega sufrimiento. 

¿Es preciso integrar la muerte en la vida? 

Por supuesto es importante y preciso integrar la muerte en la vida. Si bien la muerte ya está integrada en la vida, lo que es preciso es reconocer esa integración. La muerte forma parte de la vida en los procesos naturales, en nuestra biología corporal. Mueren células en nuestro organismo todos los días de nuestra vida. Mueren etapas de nuestra vida. Mueren proyectos. Mueren vínculos. El problema es que no vemos que ahí donde muere algo, algo nace. Una célula muere, otra célula nace. Una etapa de la vida muere, otra etapa de la vida nace. Hemos cometido un error al oponer muerte y vida. Creemos entonces que podemos excluir a la muerte de la vida. Pero cuando integramos a la muerte en la vida, nos damos cuenta que la polaridad no es muerte-vida, sino muerte-nacimiento. Y ahí entonces nos damos cuenta que está absolutamente integrada: entre la primera inhalación de un ser humano y su última exhalación, nacimiento y muerte se suceden en una cadena interminable, fenomenológicamente hablando, que podemos reconocer. 

¿En qué consiste “prepararse para morir”? ¿En qué medida prepararse para morir es un prepararse para vivir? 

Prepararse para morir es una manera de vivir, porque la muerte es parte de la vida y está presente en muchos aspectos del despliegue de nuestra vida personal. Cuando hablamos de prepararse para morir en el contexto del acompañamiento que brindamos en “El faro”, hablamos de prepararse para morir como etapa final de la vida de un ser humano. A la cual se puede llegar por enfermedad, por edad avanzada o por una combinación de ambas. No obstante, entendemos que el prepararse para morir puede ser encarado en cualquier etapa de la vida. ¿Qué significa prepararse para morir? En principio, prestar atención: cuáles son nuestras prioridades; cuáles son nuestros valores; qué es lo importante para nosotros; dónde ponemos nuestra atención; dónde invertimos nuestra energía, nuestro tiempo, nuestro dinero. Prepararse para morir incluye informarse, incluye reflexionar, incluye comunicarse; armar cada uno a su medida un camino, un proceso. Un proceso que refleje el ser que cada uno de nosotros es. Ese ser que vamos construyendo a lo largo de la vida y que se va a manifestar de un modo más o menos explícito cuando nos toque afrontar el proceso de fin de vida. 

A lo largo de la vida se van experimentando distintos tipos de “pérdidas”: objetos, destrezas, oportunidades y, por supuesto, principalmente personas… ¿Qué se gana cuando se pierde? 

Las pérdidas que vamos teniendo a lo largo de la vida nos van dejando todas oportunidades de transformación y cambio. Ahí donde perdemos algo, ganamos un aprendizaje, que nos hace humanos. Pérdida y ganancia son sinónimos de cambio, son sinónimos de vida. A veces nos cuesta ver lo que ganamos, porque nos aferramos a lo que perdimos. Pierdo una capacidad y me cuesta ver que lo que gano es recibir ayuda de otros y eso no me permite abrirme para recibir esa ayuda. Pierdo un rol, por ejemplo, social, y me cuesta ver que lo que gano es trabajar y cultivar mi espíritu. Y esta no es una mera declamación, esto es empírico, porque aquel que lo ha hecho y lo ha vivenciado, y se lo ha permitido, realmente puede dar testimonio del gozo que implica independizarse de muchos condicionamientos culturales e ir más hacia adentro al encuentro de ese potencial que tiene nuestro ser de seguir manifestándose a través de las pérdidas. 

Pérdida, duelo e identidad: ¿Cómo impacta una pérdida en la propia identidad? 

La pérdida y el duelo impactan en nuestra identidad porque, más consciente o menos consciente, nos identificamos con distintos aspectos de nuestra vida, y cuando perdemos, cuando sufrimos una pérdida en alguno de esos aspectos, creemos que hemos perdido nuestra propia identidad. Ejemplos muy claros vemos en la pérdida del trabajo, por ejemplo, ante la jubilación. Para que la jubilación sea un proceso doloroso, un proceso de alto sufrimiento tiene que haber previo a eso una altísima identificación con ese trabajo, por lo tanto, esa pérdida se convierte en una pérdida del ser. Por un lado, no podemos evitar identificarnos. Es parte de la construcción que la vida nos propone. Nos identificamos con la tarea que realizamos, nos identificamos con los vínculos familiares, nos identificamos con nuestro cuerpo, nos identificamos con lo que tenemos. Esto no lo podemos evitar. Lo importante es que sepamos que esas identidades se van a transformar a lo largo de nuestra vida. Va a haber algunas que vamos a perder, va a haber algunas que vamos a recuperar parcialmente, y otras que no. Tomemos el ejemplo del cuerpo. La declinación física es inevitable. No todos la vivimos igual, es cierto. Hay variables genéticas, hay estilos de vida que preservan más o menos cierta capacidad física. Pero en última instancia e inexorablemente, la declinación física va a suceder. Por lo tanto, si nos identificamos con el cuerpo joven, saludable, vigoroso, cuando ese cuerpo decline, no lo vamos a poder acompañar sabiamente. 

Toda pérdida parece requerir un justo duelo. La evolución saludable de un duelo se describe en etapas bien tipificadas: 1. Conmoción e incredulidad, 2. Desarrollo de la conciencia de pérdida, 3. Restitución, 4. Resolución de la pérdida, 5. Idealización, 6. Resolución. ¿En qué consiste propiamente la “Resolución” como culminación del duelo? 

La etapa de la “resolución” en la culminación del duelo tiene que ver con encontrar una nueva forma de vivir que incluya lo perdido. Es decir, poder encontrarle un sentido a esa pérdida, poder continuar la fuerza vital que está dentro nuestro incorporando e integrando lo perdido, como parte de nuestra biografía. 

En innumerables películas y videojuegos, la muerte está representada de manera violenta, macabra y sangrienta. ¿Se puede decir que este “jugar” con la muerte, principalmente por parte de adolescentes y jóvenes, es un modo de abordarla o es más bien un modo de banalizarla y así alejarla aún más como posibilidad real? 

El hecho de que la muerte sea representada en películas y en videojuegos como violenta, acota nuestra percepción de la muerte. Por supuesto que la muerte violenta existe, pero la muerte por definición no es violenta. La muerte es una manifestación de la vida y se manifiesta de muchas maneras. La violencia es una de ellas y por supuesto que es parte de lo que tememos que nos suceda. Entonces, para la juventud, para los adolescentes, que son tan aficionados en alguna medida a esta imagen de la muerte, es necesario mostrarles que no es un sinónimo; que existen otras formas de morir, que ellos pueden incluir y que ellos pueden contemplar y que incluso les puede tocar a ellos o a sus amigos, o a sus seres queridos. 

En relación a la Asociación El Faro

¿Qué motivó la creación de una asociación cuyo lema consiste en el “Acompañamiento en el final de la vida”?

“El faro” surge como asociación civil para poder desarrollar una cultura de acompañamiento. Acompañamiento en fin de vida significa ponernos a disposición para brindar un servicio para todo aquel que esté interesado en prepararse; también para su entorno, también para los profesionales. Nuestro lema es que prepararse para morir es una necesidad. Es importante y es posible. Y esto último, la posibilidad, es lo que nos estimuló y nos impulsó a crear un modelo de acompañamiento y una metodología propia. 

¿Cómo se acompaña a una persona en un camino que a uno mismo propiamente aún no le ha tocado recorrer? 

Un acompañante es una persona que ante todo se reconoce a sí misma con consciencia de finitud. Y si bien no ha transitado aún el final de su propia vida, tiene la capacidad de conectar con quien lo está haciendo desde la empatía y desde la compasión. Empatía como un genuino interés por conocer el proceso del otro. Podemos hacerlo, podemos acompañarlo, porque nos interesa aprender, porque nos interesa estar en presencia de la muerte, entendida por nosotros como uno de los aspectos de la vida, como una fuente de sabiduría, como una gran maestra. Por eso un acompañante puede acompañar. Porque quiere aprender, porque se reconoce aprendiendo. 

¿Hay un conjunto de ideas o una cosmovisión en particular que alienta esta tarea? ¿Cómo se trabaja en relación a los sistemas de creencias personales de las personas a las que acompañan?

Un acompañante honra y respeta la cosmovisión personal de la persona a la cual acompaña. Parte de la preparación para la muerte es encontrar dentro de uno la propia cosmovisión, esos sistemas de creencias personales, percepciones y visiones que cada ser humano tiene, más consciente o menos consciente en relación a las grandes preguntas de la vida: de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde vamos, cuál es el sentido de la vida. Ningún acompañante impone o predica acerca de una cosmovisión en particular. Esto es lo que define nuestro propio modelo de acompañamiento y la metodología que utilizamos. 

¿Quiénes recurren habitualmente a este servicio?

A nuestros servicios suelen recurrir personas que han recibido un diagnóstico médico negativo, personas en edad avanzada y sus familiares que empiezan a sentir la inquietud de abordar los temas que se van presentando de un modo integral, de un modo profundo, de un modo comprensivo. Lo que hemos observado es que muchos se acercan a nosotros porque buscan algo así como un testigo o mediador compasivo que pueda estar allí, escuchando a todos, haciendo puentes de comunicación, acompañando a la persona hacia adentro para que tenga esos diálogos íntimos que tal vez no se permite o no puede realizar en compañía de sus familiares. 

En relación a la pandemia de COVID-19

¿Cómo se vive la conciencia de la muerte en el contexto de la actual pandemia?

En el contexto de la pandemia se ha hecho más presente la consciencia de finitud, porque estamos participando de un proceso mundial en donde permanentemente se nos informa acerca de estadísticas en relación a la muerte. Quisiera recalcar que desde nuestra visión ese modo de informar es carente de humanidad. En los medios se habla de “casos fallecidos” y nosotros sostenemos que son personas fallecidas. De todos modos, es indudable que la muerte se hace presente como amenaza, porque en realidad la tasa de letalidad por COVID no es, en términos estadísticos, alta. Pero el hecho de que esté en los medios está colaborando con que la muerte se haga más presente. 

Tristemente muchas personas no han podido despedirse de familiares que han muerto a causa de COVID-19 ¿Cómo se reconduce el duelo en situaciones semejantes? 

Es cierto que muchas personas no han podido despedirse de sus familiares a causa del COVID y es cierto que poco a poco a medida que pasan los meses se va tomando consciencia y se van presentando protocolos que garanticen la posibilidad del acompañamiento y de la despedida, y también el reconocimiento y la valoración del duelo. No obstante, quisiera decir que por el modo como funciona nuestra cultura antes de que comenzara esta pandemia también había dificultades en el acompañamiento y también había dificultades en la despedida y en los procesos de duelo. Uno de los grandes aprendizajes que ojalá nos deje esta pandemia es justamente la importancia de estar allí para acompañar, para despedirse, para “duelar” de un modo sabio y profundo cada uno según su propia modalidad.

MDNMDN