Las piedras no se marchitan
Entre el Valle del Cedrón y el Monte de los Olivos –fuera de las murallas de Jerusalén y mirando directamente al Monte del Templo– se encuentra uno de los cementerios judíos más importantes del mundo. Construido aproximadamente hace 3000 años –tiempo del Primer Templo– el cementerio se expandió durante el Medioevo. Ahí descansan 150.000 judíos de diversas épocas y lugares. Algunos arqueólogos señalan que en este cementerio se encuentran las tumbas de los profetas Zacarías y Malaquías.
Quizá lo más significativo de todo cementerio judío es la falta de flores. Es parte de la tradición colocar una piedra, no solamente para señalar la visita, sino porque al contrario de las flores, las piedras no se marchitan: son duraderas y simbolizan la permanencia –de los difuntos– en nuestra memoria.
Las piedras son también un símbolo de esperanza en la resurrección: cuando el profeta Elías toque el shofar anunciando la llegada del Mesías, los muertos resucitarán y con las piedras de sus tumbas comenzarán a reconstruir el Templo de Jerusalén.