Cristo y la nada plenificada

Cristo y la nada plenificada

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Para Jorge Rodriguez Martínez, in memoriam

Pareciera que mirar al Crucifijo es mirar a la nada: al despojo y al triunfo del vacío que es la muerte. La idea de la muerte de Dios no es nietzscheana. Al contrario, Nietzsche sabía muy bien que el origen de este pensamiento está en la experiencia cristiana. Ratzinger también defendió que la experiencia de la nada en la muerte de Dios está enraizada en la relación que el cristiano tiene de Dios en la contemplación del Crucificado. (La angustia de una ausencia, 2006)  ¿Cómo comprender la nada de la muerte de Cristo? ¿Cómo, si no es razonable, a lo menos acercarse a esta experiencia de un vacío en el que Cristo se sumerge? La reflexión filosófica puede ser una herramienta para contemplar el misterio (no así para resolverlo, sino vivirlo).

Se puede proponer que hay dos tipos de nada: la nada del vacío y la Nada soberana. Por una parte, la nada de la vaciedad, o la nada vacía, se ha pensado desde la antigüedad como la oposición a la realidad experimentable en el ámbito del ser o del mundo. Justamente la oposición entre la plenitud de las cosas naturales y su ausencia, dinamizada en los ciclos de los elementos llevó a los filósofos presocráticos a poner las bases de la metafísica. El mundo es de modo inestable, y por ser, su estructura se opone a la nada, que se piensa como lo que no es. Lo ente es, de modo trascendental y estable.

Se opone de modo óptimo a la nada. Esta doble noción de nada se refiere a la ausencia de algo, ya sea inestable o estable. Pero siempre va en contraposición o correlato de algo que es. Esta nada es la del vacío. Por ejemplo: un cajón que debería de tener un libro, pero no lo tiene, tiene nada, porque se nota la ausencia del libro. El mejor exponente de esta propuesta es Parménides, quien incluso llegó a pensar que sólo hay ser y entidad, y que la nada sólo es una imagen en nuestra mente. Aristóteles continuó en esta línea, pues pensaba que toda la naturaleza está llena de entidad, y que la nada, como vaciedad, es un concepto en la mente. El ser humano experimenta el miedo a la nada vacía cuando contempla la fragilidad de su propia vida y asoma por el abismo de la muerte, en pobreza existencial.

Por otra parte, está la Nada del Absoluto o Nada soberana. Esta es una de las grandes conquistas de la filosofía clásica. Sobre todo, es un trofeo obtenido por Plotino y sus seguidores. Las escuelas anteriores habían pensado en la nada como la negación del ser. Esto es, como una categoría aristotélica que, por default, por falta, está vacía de ser. Pues, como se dijo, Aristóteles concibe a la negación como la manifestación lingüística de la ausencia de una substancia. (Metafísica, IV, 7).

De este modo, Aristóteles se acerca a la nada a través de la negación de una substancia, como categoría del pensamiento.  Sin embargo Plotino profundiza su exploración sobre la nada y ahonda más allá de las categorías aristotélicas. Fue Platón quien comenzó a postular esta paradoja en República VI, 22, donde se dice que el principio de las cosas que son está más allá de la substancia. Por su parte, en las Enéadas III, 8, Plotino, el filósofo de Licópolis, explica esta como una de las mayores y mejores paradojas de todo el pensamiento occidental: que el bien sumo está más allá del ser y de las categorías de substancia o accidente. Esto significa que el sumo bien está por encima de la existencia y más allá de sus categorías. El sumo bien vive en una nadeidad no porque sea la ausencia de una realidad, sino porque no es ninguna de las cosas y porque, más bien, es causa de todas ellas. Plotino lo dice así:

“Mas si alguno pensase que aquél es el Uno mismo a la vez que todas las cosas, será según eso, o todas las cosas una a una o todas juntas. Pues bien, si es todas las cosas agrupadas juntamente, será posterior a todas; pero si es anterior a todas, todas serán distintas de él y él de todas. Por otra parte, si es a la vez él mismo y todas las cosas, no será el principio; ahora bien, es preciso que él mismo sea el principio y que exista antes que todas las cosas para que todas existan también a continuación de él. Pero si es todas las cosas una a una, en primer lugar, una cualquiera será idéntica a cualquier otra; en segundo lugar, aquél será todas las cosas juntas y no hará distinción de ninguna. De este modo, la conclusión es que no es ninguna de todas las cosas, sino anterior a todas.”

Enn. III, 8, 9, 45 – 58.

El sumo bien, que Plotino identifica con el Uno, también se puede pensar como Dios. Ninguna cosa se identifica con el Uno. Él no es cosa, en un contexto concreto, ni en contingencia, sino que vive como la causa del ser y de las cosas y, misteriosamente, está en todas ellas, pero no es una de ellas. En este sentido se puede pensar que Plotino piensa en la vida del Uno y sumo bien más allá del ser como una Nada soberana, porque vive de modo absoluto, incondicionada y libre de las categorías del ser y de la substancia. Con esto podríamos decir que Dios no está atado a las categorías del ser, y mucho menos a las categorías de nuestra imaginación o expectativas. Incluso desde la filosofía, acercarse al misterio de Dios es aprender a usar el lenguaje de las paradojas y del asombro.

Platón y Aristóteles. Escuela de Atenas, Rafael Sanzio.

Antes de la aparición de Cristo en el mundo, la filosofía antigua contemplaba estas paradojas mencionadas. Pero con el crecimiento del cristianismo, luego de la aparente derrota de la Cruz, las meditaciones paradójicas sobre la Nada soberana se convirtieron en una poderosa herramienta para esclarecer la doctrina cristiana. ¿Qué predica el cristianismo? Que Cristo es Dios, que murió en el dolor y la ignominia y que volvió a la vida con su Resurrección. Ahora bien, si Cristo es Dios y hombre -al mismo tiempo- y Cristo muere, eso significa que Cristo se sumerge en el abismo de la aniquilación que tanto tememos los hombres. Esto es, Cristo, como Dios, no es cosa, y vive en la soberanía absoluta como principio de la substancia, en trascendencia y plenitud, pero se sumerge en la nada vacía de nuestra fragilidad humana, con la que nos puede plenificar. Aparece aquí uno de los misterios del cristianismo por la que somos unidos a Dios: en Cristo se encuentran dos Nadas, la Nada soberana de su divinidad absoluta, plena, feliz y trascendente, que no es ninguna cosa, que se abaja a la nada nuestra, de vaciedad y contingencia, para llenarla con su presencia solidaria que abre las puertas de la vida verdadera y eterna. Ratzinger lo expresaba así:

“Porque esto es el sábado santo: el día en que Dios se oculta, el día de esa inmensa paradoja que expresamos en el credo con las palabras «descendió a los infiernos», descendió al misterio de la muerte. El viernes santo podíamos contemplar aún al traspasado; el sábado santo está vacío, la pesada piedra de la tumba oculta al muerto, todo ha terminado, la fe parece haberse revelado a última hora como un fanatismo. (…) Tengamos en cuenta que la muerte no es la misma desde que Jesús descendió a ella, la penetró y asumió; igual que la vida, el ser humano no es el mismo desde que la naturaleza humana se puso en contacto con el ser de Dios a través de Cristo. Antes, la muerte era solamente muerte, separación del mundo de los vivos y –aunque con distinta intensidad– algo parecido al «infierno», a la zona nocturna de la existencia, a la oscuridad impenetrable. Pero ahora la muerte es también vida, y cuando atravesamos la fría soledad de las puertas de la muerte encontramos a aquél que es la vida, al que quiso acompañarnos en nuestras últimas soledades y participó de nuestro abandono en la soledad mortal del huerto y de la cruz, clamando: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?».

La angustia de una ausencia, 2006.

Podemos ver que la Nada supersubstancial, que no es ninguna cosa, sino que vive de manera inefable, perfecta, feliz, y misteriosa para nosotros, llena nuestro vacío humano que es ausencia. No es que Cristo no sea nada, o que no sea real, sino que, al ser el principio de la realidad, “el Logos por quien todas las cosas fueron hechas” (Jn, 1, 3), se solidariza con los hombres y llena su nada vacía con la plenitud de su soberanía supersubstancial y principial, que no es comparable con ninguna cosa contingente del mundo.

El texto donde mejor se muestra cómo Cristo llena el vacío de la nada humana contingente con su soberanía supersubstancial es el famoso himno cristológico de San Pablo en Filipenses 2, 6-11. San Pablo, como judío de cultura helénica, estaba al tanto de las grandes autoridades del pensamiento griego. Habla como Píndaro sobre los juegos. Conoce la filosofía estoica. Ha oído hablar de poetas sagrados como Homero, Hesíodo y Orfeo. Conoce de lógica y retórica. También conocía sobre la filosofía platónica, y griega en general, y comenzó a usar sus términos para aclarar mejor la Sagrada doctrina. El himno cristológico de Filipenses contiene multitud de términos filosóficos como morfé; forma, yparjo; existir, y kénosis; vacío, etc. Todos estos términos son usados para aclarar cómo Cristo, siendo el principio de las entidades, plenifica el vacío humano con su presencia. El himno dice así:

“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús -toda rodilla se doble- en los cielos, en la tierra y en los abismos, -y toda lengua confiese- que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre.”

Flp, 2, 5 – 11, Biblia de Jerusalén.

El himno cuenta y alaba el hecho del vaciamiento (kénosis) de Cristo de su forma de Dios para tomar la forma de siervo humano. Hecho como los hombres, y ya exaltado, abrió para ellos la posibilidad de experimentar la plenitud de la vida. Como el Solidario, Cristo deja la soberanía de no ser ninguna cosa, sino el principio de todas, y llena con su presencia el vacío de la nada humana pobre, y le comunica la vida de su soberanía supersubstancial, que es vida eterna, perfecta y feliz. Es así que Cristo llena nuestros vacíos, existenciales y diarios, con su presencia. Ser cristianos implica siempre vivir maravillado de cara a esta paradoja hermosa, en la que Cristo, tan lejano, se hace el más cercano; y tan trascendente se hace el más inmanente.

La filosofía se hace entre amigos:  Lo que aprendí de José Molina Ayala

La filosofía se hace entre amigos: Lo que aprendí de José Molina Ayala

Por Gabriel González Nares

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El jueves 2 de septiembre, en la noche, murió el Dr. José Molina Ayala, filósofo neoplatónico, amante de la antigüedad clásica, piadoso cristiano y hombre de familia. José dejó un halo de admiración y confianza entre sus amigos, colegas y estudiantes. Él logró conjugar una profunda sabiduría y una sencillez sincera, que son difíciles de encontrar juntas en el mundo académico.

Él iba a ser mi director de tesis doctoral sobre neoplatonismo medieval. Era el hombre idóneo para ello: erudito, dispuesto y laborioso. Ya no pudo hacerlo. La última vez que lo vi en persona, fuera de su casa, firmó en mi espalda la carta de aceptación de dirigir esa tesis. La última vez que le escribí, lacónicamente dijo que no podría hacerlo porque padecía de cáncer. La noticia me cayó como una cubeta de agua helada. Inesperada y terrible. Su tránsito fue vertiginoso. Supe que fue doloroso. Ahora, a unos días de su partida, me duele su ausencia, pero recuerdo con cariño y gratitud las memorias que compartimos.

Dr. José Molina Ayala y Gabriel González.

José dedicó su vida académica a la antigüedad clásica. Sobre todo a la griega. Desde el cultivo práctico y virtuoso de la filosofía neoplatónica, tuvo siempre como trasfondo la presencia del Dios cristiano. Y es que él no era un filósofo de gabinete y papeleta. Era un verdadero sabio porque sabía disfrutar de la vida, sabía ver lo divino en las cosas del mundo, y fue un hombre virtuoso. Profundo estudioso de Plotino, Jámblico y otros filósofos neoplatónicos, trabajó en traducir sus obras al español. Mismo que logró con éxito en algunas traducciones de Alejandro de Afrodisia y Jámblico en la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana de la UNAM. Incluso este año alcanzó a publicar la Exhortación a la filosofía de Jámblico. Apenas hace unos meses estábamos celebrando este gran logro.

Portada del libro “Jámblico: Exhortación a la filosofía”.
Traducido por el Dr. José Molina Ayala.

José fue un gran viajero. Siempre tenía recomendaciones para visitar los lugares históricos: “en Roma ve a los Museos Capitolinos”-me dijo una vez-. “Si no alcanzas a ver un lugar, ese es motivo para volver en otra ocasión”- me dijo en otra-. Fue mi profesor en la maestría. Traducíamos textos del latín. Una vez, tuvimos la oportunidad de disfrutar de la comida y vino griegos en un restaurante de Polanco, junto con otros maestros y amigos. La conversación fluía siempre con placer, entre notas eruditas, y con un sentido del humor lleno de agudeza. Pedimos pulpo al estilo de las Cícladas, maridado con un Retsina excelente.

Extrañaré mucho a José porque era un  hombre bueno. Siempre tenía una palabra amable, una anécdota divertida, una cita erudita, un comentario esclarecedor. La puerta de su oficina siempre estaba abierta. 

Dr. José Molina Ayala

José me enseñó varias cosas importantes, de las cuales quisiera mencionar tres. La primera es que la antigüedad clásica está viva. No porque los textos se hayan escrito hace 2400 o 1800 años tratan sobre realidades pasadas. Al contrario. José me enseñó a hacerme contemporáneo de los antiguos porque siempre dicen algo valioso sobre el cosmos, sobre el hombre, sobre Dios.

En segundo lugar, José me enseñó a disfrutar de los pequeños detalles: una bella rima, un pasaje desconocido de Homero o de San Agustín, una pieza de museo olvidada, en Roma o en Atenas. Una copa de vino en la charla amistosa.

Por último, José me enseñó, como un ejemplo vivo, cuál es el camino profesional de un académico maduro. Dentro de su vida académica siempre supo ser un cristiano consciente de la omnipresencia de Dios.

Todos los que nos dedicamos a la filosofía antigua, medieval, y de tradición cristiana extrañaremos profundamente a José. Particularmente los que nos dedicamos al pensamiento neoplatónico en sus diferentes versiones.

Podemos seguir el camino y el ejemplo de José. Sin embargo, el ámbito académico no será igual sin él. Ante su ausencia, nos deja en paz la certeza, cristiana y platónica, que José tenía sobre la inmortalidad del alma y la vida eterna. Pedimos que José vuelva a la Casa del Padre, que regrese al Uno, que llegue a Ítaca. Nosotros seguiremos haciendo y viviendo filosofía a su ejemplo. Descansa en paz, querido José.

MDNMDN