Al cantar somos medio y somos puente: Conversación con Mercedes y Flores

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“Sin música, la vida sería un error” afirma el filósofo Nietzsche en una carta a Heinrich Köselitz, quien prefería el pseudónimo: Peter Gast. En la frase completa no sólo afirma que una vida así sería un error, sino también una fatiga y un exilio. Nietzsche, el melómano que idolatró a Wagner –porque en sus óperas alcanzaba el equilibrio entre lo dionisiaco y lo apolíneo–, compuso algunos himnos y piezas para piano. Sin embargo, Nietzsche, no es conocido como compositor, sino como filósofo, filólogo, esteta y melómano. 

La necesidad de la música en la vida cotidiana no pertenece exclusivamente a los melómanos y entendidos, sino que es una experiencia universal. Aunque no se puede determinar un origen preciso del descubrimiento de la música, se puede considerar que el primer instrumento fue la voz y en ese sentido se pudo haber desarrollado a la par que el lenguaje. Esos primeros sonidos, provocados por el aire que pasaba a través de las cuerdas vocales dieron origen a los primeros armónicos. No todos somos capaces de producir sonidos musicales afinados –algunos sólo cantamos en la ducha o cuando nos aseguramos de que nadie nos escucha–, pero sí tenemos la capacidad para percibir la entonación, el ritmo y queramos o no nuestro cerebro reacciona al estímulo. 

Conocemos el mundo a través de cinco sentidos y uno de ellos es el oído. Las vibraciones golpean el tímpano; el martillo, yunque y estribo amplifican las ondas sonoras y llegan hasta el oído interno donde se tornan impulsos eléctricos que van hacia el cerebro. Finalmente el cerebro los identifica como un sonido. Y lo que escuchamos puede interferir con nuestra química cerebral, sentimientos y psicología: una canción estimula nuestra memoria y así evocamos un recuerdo, una sensación o puede cambiarnos de humor. De ahí la importancia de poner atención a lo que escuchamos. 

La música tiene la capacidad de alcanzar ciertas regiones psicológicas y del alma con mayor facilidad porque se trata de un lenguaje universal que nos habla al interior al tiempo que nos permite compartirlo con el mundo que nos rodea, con la vida. Por ejemplo: podemos sentirnos melancólicos al escuchar la voz de Jeff Buckley y Amy Winehouse, o la canción Tears in heaven que Eric Clapton compuso y canta por la muerte de su hijo. A veces ni siquiera importa la letra, porque el ritmo y la voz, tienen la capacidad de ponernos la piel de gallina. Esto no sucede únicamente con la tristeza y melancolía, sino con toda la gama de emociones que somos capaces de sentir. Así producimos dopamina y nos alegramos con Don´t stop me now de Queen o Color esperanza de Diego Torres; nos relajamos o asustamos con las voces graves de los cantos gregorianos; nos energizamos con la rapidez del goa y el psytrance; o incluso se nos hace un hueco en el estómago con Bad de David Guetta porque produce cierta ansiedad.

Dicen que en gustos se rompen géneros y es que la música no sólo tiene un efecto en nuestras emociones y psicología, sino en nuestra vida cotidiana, eso es lo que nos permite volverla referencial y apropiarnos de esa emoción e incluso identificarla y relacionarla con algún recuerdo. Escuchar a Bach me remite a una querida amiga y los días de la preparatoria; y cuando escucho a Queen recuerdo uno de los mejores días de mi vida con mi abuela, mi hermano y mi madre saltando en la cama con el concierto a todo volumen. Esas memorias irremplazables e intransferibles estarán grabadas en mi mente por siempre y me pertenecen al grado de que no puedo compartirlas, porque aunque describiera ese momento lo mejor posible, el otro, no tendrá la misma emoción; sino una diferente, una propia que también es intransferible.

En ésta ocasión conversé con Mercedes –quien participó en el concurso de La Voz y recientemente ha lanzado los sencillos Tiburones y ¿Qué hubiera sido?– sobre el canto, la música, la vida y la importancia de la introspección. Para Mercedes y Flores, la música es su vida. Melómana y cantante, sabe escuchar, producir armónicos e interpretarlos.

Tiburones. Mercedes y Flores con Pablo Preciado.

Muchas veces las aficiones y aptitudes musicales o artísticas se descubren a temprana edad y eso es lo que permite la práctica y perfeccionamiento. Un claro ejemplo es Mozart, de quien se cuenta que desde los seis años ya componía y era considerado un genio y virtuoso. En tu caso, Mer, ¿cómo descubriste este gusto y talento musical?

Es algo muy curioso y lindo porque el gusto por la música viene de familia. Mi mamá toca el piano y canta, su abuela era concertista de piano, mi abuelo tiene un oído muy afinado y toca varios instrumentos. Es lindo porque esta herencia musical nos une como familia. 

Desde pequeños, mis hermanos y yo, estuvimos en Kindermusik, que es un concepto alemán para estimular el cerebro de los bebés y niños mediante la música además de aprender afinación. Desde que tengo memoria cantaba y bailaba y después en la escuela hicieron audiciones para el coro, fue mi turno y me pareció muy sencillo, natural y entré al coro de la escuela a los 9 años. Cantaba en el coro y también como solista y eso al principio no me gustaba mucho porque me ponía nerviosa, pero en retrospectiva fue algo muy bueno porque me dio tablas. 

Después dejé el coro y como también me gusta bailar me metí de porrista. Tiempo después cuando empecé la carrera retomé el canto. 

Vaya que heredaste el gusto y el talento musical. Entonces dejaste el coro y las clases de canto y las retomaste cuando empezaste la universidad. ¿Cómo fue el reencuentro? 

Comencé a extrañar cantar y busqué una maestra de canto. Y ahí es cuando la historia familiar vuelve a entrelazarse. Mi mamá toca muy bien el piano y si hubiera querido podría haber sido pianista; la maestra de piano de mi mamá tiene una hija que es cantante de ópera y que ahora es mi maestra de canto. Entonces hay una relación entre madres e hijas que nos une en la enseñanza y aprendizaje. Es algo muy especial. Toda la vida había tenido en el corazón el deseo de cantar, pero no estaba lista, entonces durante la carrera también fue un tiempo de reflexión: ¿quiero cantar? ¿Me quiero dedicar a esto? 

Playlist Mercedes y Flores en Spotify.

Fue un tiempo de mucha reflexión. Tienes una vena musical hereditaria muy fuerte, además de que cantar es tu pasión y ya tenías el deseo desde pequeña, pero no asististe al conservatorio, sino que estudiaste psicología, una rama que también es muy interesante, pero quisiera saber más sobre esta decisión. 

Para mis papás era muy importante que estudiara una carrera que no fuera música. Me dijeron que hiciera lo que quisiera, pero que antes estudiara una carrera. Cómo si la música no fuera una carrera. Pero la psicología me gusta bastante. La verdad es que antes me costaba un poco la escuela, pero entrando a la facultad me gustó tanto que ya no me costaba ningún trabajo sentarme a estudiar. Además mi mamá también estudió psicología y está por terminar su maestría en psicoanálisis, entonces fue una decisión natural. Pero no creas que empecé la carrera y dejé la música; al mismo tiempo seguía con las clases de canto, porque mi corazón no me permitía dejarlo. 

Cuando terminé la universidad empecé a trabajar y por la vida tuve que renunciar. Pero ya con la universidad terminada y el título en mano, se lo entregué a mis papás y les dije: “ahora sí, ya quiero hacer lo que más me gusta”. Y fue que empecé a dedicarme más a este sueño y pasaron cosas muy bonitas como La Voz y ya pronto lanzaré una canción original. 

Aunque de hecho la psicología me ha ayudado a interpretar, porque puedo entender mejor el sentimiento del compositor para poder cantar la canción lo mejor posible. Por ejemplo, una canción triste se debe cantar tristemente porque eso es lo que debe transmitir, cierta melancolía; no se debería cantar una canción triste como si estuvieras contento porque es contradictorio. 

Una canción propia, eso está muy bien, porque pasas de la interpretación a la composición. Hay cantantes que solamente interpretan y compositores que solamente componen, aunque en ambos debe haber una gran sensibilidad musical. Pero también hay veces en los que el cantante compone, pienso en Juan Gabriel, que hacía ambos, pero también algunas de sus canciones las interpretaba muy bien Rocío Durcal. O en el ejemplo de Sia, quien comenzó como compositora y que ahora compone y canta. Esta es una pregunta un poco difícil, ¿cómo comienzas a componer? ¿Qué es lo que te mueve o te lleva a escribir una canción? En pocas palabras: ¿qué te inspira? 

Siendo sincera, antes no me había planteado componer porque me daba pena. Pensaba que yo estaba para interpretar y no para componer. Pero con la pandemia las vidas de todos cambiaron: el encierro nos lleva a pensar en todas las cosas que tenemos por decir y cada quien a su manera. El aislamiento me llevó a ser más introspectiva. Y comencé un reto, escribir la letra de una canción diaria, lo que fuera saliendo. Después conocí a una maestra de composición y he estado practicando: es un músculo que hay que ejercitar. 

Lo que me inspira son mis vivencias, al ser algo tan personal es también lo más real que tengo para ofrecer. Claro que podría inspirarme en algo más, en algo externo, pero al ser algo tan mío es más puro y real. Y eso es incluso mejor para interpretarlo porque se puede transmitir mucho mejor.

Participaste en el concurso de La Voz y cuando te presentaron dijiste que querías mover a la gente que sintiera la interpretación. Esto me lleva a pensar en los conciertos de Queen y cómo la gente se volvía parte del espectáculo.

El intérprete debe sentir primero para que quien nos escucha pueda sentirlo. Como intérprete tienes el privilegio de poder cantarlo para que los demás puedan percibirlo. ¿Viste la película de Rocketman sobre Elton John? Te la recomiendo. Hay una escena en la que él levita mientras canta y todo el público está levitando junto con él. Sentir lo que cantas es crucial, porque si tú no lo sientes nadie lo va a sentir. Lo mismo sucede con la composición, que es tan tuya que la sientes más y es más real. 

Claro, es que te conviertes en un medio que lleva a los que te escuchan a otra realidad o incluso a adentrarse en sí mismos. 

Sí, somos medio. Somos puente. He descubierto que ayudas a la gente a dejarse sentir, eso es como ayudarlos a despertar. Estamos muy distraídos con otras cosas y apagados con el celular, y la música es un puente muy poderoso para volver a conectar con nosotros mismos y con el mundo. Y no sólo la música: el arte, la literatura. Como medio y puente tienes la responsabilidad de ayudar, y claro que a veces tú también estás perdido y apagado, pero justamente el arte y la música vuelve a despertar tu sensibilidad.

Ahora que mencionas lo del puente; la primera vez que te escuché cantar fue la canción Tocaré el borde de tu manto, que está basada en la historia de la hemorroísa que queda sanada al tocar el manto de Jesús. Y me conmovió muchísimo. De hecho cuando pienso en esa canción la recuerdo con tu voz. La tradición le atribuye a San Agustín una frase muy conocida: “cantar es orar dos veces” y que se relaciona con el salmo 73, porque quien canta lo hace con el corazón y ama a quien le canta. ¿Qué significa para ti cantar en la iglesia canciones religiosas? 

Siento que cantar para la iglesia es algo personal: cuando canto estoy rezando. Creo que te santificas en el trabajo, entonces al cantar, no solamente canciones religiosas me estoy santificando porque Dios está en mi vida. Cuando cantas una canción religiosa es una experiencia más celestial, pero al cantar música popular es algo muy humano, es lo que me regresa a mi propia humanidad. 

Hay una canción que me gusta mucho que se llama Oceans que es de cuando Pedro está en la barca y Jesús le dice que vaya a él sin miedo; entonces antes de salir a cantar, escuchaba está canción para sentir a Dios al lado mío para vencer los nervios. 

La voz es un instrumento muy privado porque a diferencia de un violín o un piano que son instrumentos tocados por un sujeto; en el caso de la voz, eres sujeto e instrumento a la vez. ¿Qué significa para ti cantar y cuáles son sus implicaciones? 

Cantar es un proceso en el que hay que conectar con nuestro interior, sea bueno o malo, pero eres tú, y eso comienza desde la respiración. Para interpretar tenemos que confrontarnos a nosotros mismos porque te estás mostrando como eres y eso es difícil. Además de que es un ejercicio catártico y terapéutico. Por ejemplo: los armónicos, que son notas dentro de una nota, que muchas veces el oído no puede percibir. Pero entre más trabajes con la respiración puedes generar más sonidos. Recientemente lo he entendido. Dependiendo de dónde se coloca el aire se genera un sonido diferente y según cómo nos relacionemos con el entorno (inhalar) podemos relacionarnos con nosotros mismos (exhalar) y así se produce la respiración. Lo tienes que entender primero para poder sacarlo y transmitirlo. 

Lo que más te gusta es la música pop, pero ¿qué es lo que más disfrutas cantar? 

Sinceramente depende de cómo me siento. Hay días en los que quiero probar mi capacidad vocal y ver hasta dónde llega. Lo que más me gusta son las baladas y creo que es lo que se me da más fácil. Las canciones más rítmicas me gustan porque me gusta bailar, pero son más difíciles. Las baladas me salen más naturales porque puedo conectar más fácil conmigo misma y así lo transmito mejor.

Aunque existan parecidos entre las voces, siempre hay algún tono que la hace diferente. Quizá a excepción de los imitadores que realmente buscan producir un sonido lo más similar a quien se está imitando, el resto puede tener ciertas semejanzas sin llegar a ser completamente iguales. Por ejemplo cuando Amaia Montero dejó La oreja de van Gogh, se buscó una voz muy semejante y entró Leire Martínez, quizá porque una voz más grave o completamente diferente cambiaría el estilo del grupo. En ese sentido quisiera preguntar a quién admiras particularmente, ¿quién o qué voz te parece especialmente inspiradora? ¿A quién consideras tu mentor? 

Mi mamá es mi primera mentora, ella fue quien primero me enseñó a cantar; también mi maestra de canto, Merishe, que me ha acompañado por mucho tiempo. Crecí escuchando música pop, pero también hay una voz que descubrí a los 9 años, recuerdo la primera vez que la escuché, dónde estaba e incluso lo que sentí, porque me pareció una voz muy bonita, no podía creer que alguien pudiera cantar así: Céline Dion. Ella fue mi primera inspiración y la canción My heart will go on, la del Titanic, fue un parteaguas en mi vida. 

Aprovechando que mencionas de nuevo a tu mamá, ¿podrías hablarme un poco más del disco Somos familia? Que es un disco que grabaste con tus padres y hermanos.

Ese disco representa muchas cosas para nosotros, porque la música nos une como familia. Para mi significó un agradecimiento a mi mamá por lo que hizo ella por inculcarnos el amor a la música. Ella nos enseñó a apreciarla y a cantar. 

Cambiando un poco el tema. ¿Cómo ves la situación de la industria musical en México? 

Lo que he observado es que está el gremio de los músicos independientes que son muy talentosos, pero que seguimos intentándolo. Porque el talento no es suficiente. Y luego están los músicos ya reconocidos. De lo que me he dado cuenta es de que la industria musical es un mundo muy pequeño, en algún punto nos conocemos. 

Sabes, hay algo que noté con los que hacen música urbana, reguetón, crecieron mucho porque se apoyan entre ellos: hacen colaboraciones y entonces sus públicos crecen juntos. Entre ellos se ayudan incluso al producir canciones y así fue como la industria de la música urbana creció tanto, imagínate que Bad Bunny puede llenar dos Estadios Azteca y es su primera presentación en México. Pero en la industria de la música pop no hay tanto apoyo. Alguna vez escuché en una entrevista que los chicos de Reik, cuando estaban empezando, llegaban con artistas a enseñarles sus canciones o a pedirles abrir un concierto y que sólo les decían “ya llegará tu momento”, pero cuando llegaron con los de urbano enseguida aceptaron. Creo que hace falta aprender a compartir, a luchar con los egos y comprender que es mejor crecer juntos.

Para finalizar, vivimos en una sociedad en la que el éxito social y económico es muy importante y por lo regular nos movemos alrededor de ciertos estereotipos que muchas veces determinan lo que vamos a estudiar o el trabajo que vamos a desempeñar.  Sin embargo, no siempre el dinero influye en nuestras decisiones. De otro modo las humanidades y las artes hubieran desaparecido hace algún tiempo. Sin considerar las posibilidades de fama, éxito, dinero y poder quisiera saber ¿qué consejo le darías a los chicos que quieren dedicarse a la música, arte, literatura o carreras poco convencionales que no son bien remuneradas? 

Creo que les diría que el miedo es parte de la vida. No quieras no sentir miedo, porque somos humanos, sino que abraza ese miedo, sal, y a ver qué tal nos va. El principal motor de que las cosas no sucedan es el miedo a que nos digan que no, a que las cosas no sucedan, a no ser lo suficientemente buenos, a no ser remunerados. Mi consejo es tener un acompañamiento terapéutico para lidiar con esos miedos. Pero sobre todo hacer las cosas y buscar, no esperar a que te lleguen las oportunidades, sino intentarlo hasta que te digan que sí. También la disciplina es crucial: trabaja tu arte, porque entre más lo hagas tendrás más herramientas para poder ser lo que quieres ser. La disciplina es lo más importante, porque el talento no basta, y las probabilidades aumentan mientras más trabajamos en ellas. Y estar abierto siempre, porque incluso cuando estás hasta arriba, habrá algo nuevo por aprender. En pocas palabras acepta el miedo, se disciplinado y sal a buscar las oportunidades.

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Psicólogos en tiempos de crisis

Por Claudia Alaluf

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El campo de la psicología se ha visto muy afectado por corrientes de pensamiento que no terminan de llevar al hombre a ninguna parte. Si vamos al origen la palabra psicología proviene del término griego psique que significa alma, y logos, que significa estudio. Pero hoy la psicología ni siquiera sabe ya ni es capaz de afirmar si el ser humano tiene alma. 

Los psicólogos de antes estudiaban filosofía, incluso los primeros psicólogos fueron los mismos filósofos. Hoy sucede que los psicólogos no tienen más allá de una asignatura universitaria en las que se les hable de ontología, ética y ni siquiera de filosofía en general. Pues al convertir a la psicología en una ciencia puramente biológica, se le dejó desprovista de todo su acervo filosófico y ontológico. Los principales afectados han sido los psicólogos clínicos y psicoterapeutas, pues al trabajar directamente con el ser humano -en el campo de su alma-,  tienen que valerse de otros recursos más afectivos y humanos, que no necesariamente tienen una correcta antropología o fundamento filosófico, tal como las terapias alternativas o del new age que hoy lamentablemente son muy comunes en el campo de la práctica psicoterapéutica.

El mismo origen de la psicología moderna marcada por el psicoanálisis de Freud, plantea ya en sí mismo el conflicto. Aunque Freud no lo afirmó así, es sobresaliente la influencia de la filosofía de Nietzsche en su teoría psicoanalítica. Tanto Freud como Nietzsche llegan a planteamientos muy semejantes acerca del ser humano y que tienen un corte que ahora podemos denominar relativista –aunque el término empleado por Nietzsche fue perpectivismo–; estos filósofos de la sospecha, Nietzsche, Freud y Marx, comienzan a dudar de la conciencia y proveer nuevas interpretaciones en la que la verdad como una y absoluta es excluida y que da pie a un sistema de pensamiento basado en el ateísmo, la lucha contra la religión, especialmente el cristianismo, el desecho de los valores y el énfasis en la liberación de los impulsos. Con esta hermenéutica de la sospecha, terminamos sospechando hasta de nosotros mismos y es precisamente en este momento, en que estos intérpretes asumen sin dudar de las intenciones que conocen mejor nuestras motivaciones que nosotros mismos. 

Sigmund Freud, 1921.
Fotografía: Max Halberstadt.

Es muy curioso cómo coinciden los dos investigadores; Nietzsche llegando por el ámbito de la filosofía y la cultura, pero con grandes intereses por la psicología, y Freud surgiendo por el campo de la medicina, pero también a su vez con un profundo interés por el estudio filosófico. Es así como la influencia del pensamiento nietzscheano en el campo de la psicología, ha generado todo un campo teórico en el que el psicólogo de hoy se sigue formando. 

Nietzsche mismo se empeña en ignorar la realidad, en afirmar que ésta se construye con lo que uno piensa. Se empeña en decirnos que hay que construir una nueva moral e incluso da las pautas aunque al final no se atreve a llamarse a sí mismo superhombre.. Y es precisamente su obsesión, un círculo vicioso del que no hay escapatoria, una teoría circular tal como el psicoanálisis, en el que si uno acepta o no acepta la teoría propuesta, siempre confirma la conjetura.

La forma en la que Nietzsche describe al ser humano es dolorosa y vacía. Para él la debilidad y la vulnerabilidad deben ser eliminadas; la vanidad y la malicia son lo único que hay de cierto en el hombre. Todo es falso excepto la mentira, y sólo es verdad su falsedad. Hasta cierto punto, es verdad que el tipo de hombre que describe en, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, tiene mucha coincidencia con la sociedad contemporánea: “profundamente sumergidos en ilusiones y ensueños, sus miradas se limitan a deslizarse sobre la superficie de las cosas y percibir formas, sus sensaciones no conducen en ningún caso a la verdad, sino que se contentan con recibir estímulos”. 

Pero es injusta la generalización, pues muchos, aún fuera de la masificación intentamos dar honor a lo que afirmó Aristóteles: “el hombre por naturaleza desea conocer la verdad”.

Es cierto, en general la gente de hoy está dormida. Prefiere creer y seguir a ciegas aquello en lo que le aseguran el confort, la certeza, el no tener que preocuparse por pensar más allá de lo cotidiano. Podríamos ser llamados “la sociedad de la pastilla”, que con una pastilla queremos curar todo mal, olvidarnos del dolor, del pesar, incluso, todos recordamos aquella famosa película en la que también con una pastilla podemos acceder a conocer la verdad.

La solución propuesta por Nietzsche – el superhombre – es ambiciosa en el sentido filosófico, pero ingenuo en el sentido realista, y es porque se le escapa la gran flecha que ha guiado a los hombres más virtuosos conocidos sobre la tierra, y esto es el sentido de la vida inspirado por lo divino. Nietzsche con su propuesta del superhombre, cree que el ser humano puede ser feliz cuando por fin se acepta a sí mismo, incluyendo sus impulsos y pasiones que no tiene por qué seguir reprimiendo, cuando deja de actuar por lo que otros piensen y comienza a actuar conforme a su propia guía de valores, cuando busca ser mejor y más perfecto, pero sólo por su propia motivación. 

El problema con el superhombre de Nietzsche es que pone al hombre como máximo grado de perfección, del cuál derivaría su autoperfeccionamiento, cosa prácticamente imposible, ¿pues cómo podría el ser humano ser su propia fuente de perfeccionamiento, si antes él mismo ha planteado que es pura falsedad, malicia, mentira y crueldad? ¿Cómo el hombre mismo podría ser fuente de su propia perfección si es lo peor?

Friedrich Nietzsche.

En sí, justo aquello de lo que Nietzsche buscaba escapar era la culpa y el sufrimiento. Se peleó tanto con la religión que llegó a creer que el sufrimiento era un signo de una moral débil y que se identifica con el cristianismo, pero con el tiempo, él mismo no pudo escapar del sufrimiento que le deparaba el final de su vida, padeciendo una fuerte enfermedad que desequilibró todo su ser tanto a nivel físico como mental. El sufrimiento no es una ideología y ninguna religión promueve sufrir por gusto, sino que es un camino de purificación y fortaleza, pero eso es una elección, pues al evitarlo también nos debilitamos. Al final, siempre es así, la realidad se impone.

Podemos ver que no son sino acrobacias intelectuales con las que Nietzsche juega para sacar de su ficción a Dios, metaforizando todo, pero proponiendo luego como base realista lo improbable. No es sino la expresión más ingenua de la soberbia.

Esa es precisamente la ficción del mismo Nietzsche: niega la verdad para volver a crearla. Se dice que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, y esa es la verdad de la que Nietzsche habló, no la verdadera sino la construída. Y esas mentiras repetidas son precisamente el mal que aqueja hoy a nuestra sociedad, que camina ya hacia el absurdo y lo ilógico sin medida, un paso cada día.

Una de las grandes trampas a las que se enfrenta el psicólogo de hoy, es la gran cantidad de corrientes ideológicas que hay. Pero si en algo coinciden tantas es precisamente en el relativismo y el desecho de la verdad como guía.

Y es muy grave, pues como alguna vez dijo Rudolf Allers, psicólogo alemán estudioso de Tomás de Aquino: “Para hacer el bien no basta con la intención, es necesario saber qué es lo bueno y qué no lo es”. Y ante esto surge la pregunta, ¿cómo pueden los psicólogos hacer el bien, si hoy cualquier cosa puede ser “buena”?

Divan de Freud, Londres.
Foto: Robert Huffstutter.

Los psicólogos tenemos un gran reto por delante, y es recuperar nuestra capacidad de discernimiento, así como nuestra capacidad de juicio. Muchos psicólogos hoy están preparados para decir “yo no juzgo”, y debemos entonces pensar qué infructífero sería sentarnos a la terapia de un psicólogo desquiciado, es decir falto de juicio.

Siempre que llega un nuevo paciente a terapia, busca algo, muchas veces no sabe exactamente qué busca o que espera encontrar, pero siempre todos tienen una cosa suficientemente clara: y es que quieren estar bien. Saben que no están bien y quieren estarlo. Quieren estar mejor. ¿Pero cómo puede un psicólogo ayudarle si no sabe qué es lo bueno, o si pretende aceptar que todo es relativo? Hace falta mucho por profundizar, por comprender, pero sobre todo, por limpiar nuestros ojos de ideas preconcebidas para volver a empezar por mirar una cosa: la realidad.

Al cantar somos medio y somos puente: Conversación con Mercedes y Flores

“Pasado imperfecto”

Por Valdemar Gómez García

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No confíes únicamente en el pasado para definir tu propia valía.

     Antes de considerar la utilidad de reflexionar sobre los acontecimientos de nuestro pasado, será bueno entender la diferencia entre la introspección o retraimiento y el examen de conciencia. 

     Si la introspección no está apoyada por una terapia profesional, se convertirá en un ejercicio de retraimiento o de huida hacia el pasado. El objeto de tal ejercicio es la contemplación de nuestra valía o estima. Este ejercicio es improductivo, pues no conduce a ninguna mejora personal. La introspección o retraimiento psicológico sólo deja espacio para uno mismo, quedándonos solos, apartados de la realidad, depositando toda esperanza de perfección y quizá de salvación en nuestra valía o amor propio. El problema con esta práctica es que uno acaba contemplando sus limitaciones personales, con el riesgo de caer en la angustia e incluso en la culpa, al darnos cuenta del poco parecido que tenemos con aquella imagen autoimpuesta e idealizada de uno mismo.

Fotos viejas.

   Debemos tener especial cuidado de no confundir la introspección psicológica o retraimiento con las prácticas de la reflexión ética y el examen religioso de conciencia. Estas tienen como objetivo la mejora de la persona humana. Su propósito no es la contemplación de uno mismo, sino el discernimiento y la evaluación de la conformidad de nuestro obrar con las normas éticas y morales de la sociedad en que se vive o la religión que se profesa.

     La manera en que estas prácticas funcionan se resume en el proverbio: el árbol se conoce por sus frutos. Para dar fruto, constantemente evaluamos nuestra conducta frente a normas ético-morales o religiosas. Si descubrimos que nuestra conducta no se ajusta a estos estándares, cambiamos o hacemos ajustes a nuestro obrar con el objetivo de acercarnos a la perfección moral. Las normas ético-morales y religiosas, al no proceder de nuestra subjetividad, son capaces de purificar el corazón (conciencia) al arrojar luz sobre nuestras verdaderas intenciones. Dichas normas nos remiten a una dignidad moral superior, ejerciendo así una acción terapéutica al corregir las intenciones del corazón, origen de nuestro obrar. Ellas también nos animan a salir de nuestra zona de confort moral.

    Es importante señalar que las normas ético-morales y religiosas, ajenas a nuestro imaginario subjetivo, no son susceptibles de manipulación psicológica que las empobrezca al igualarlas con la autoestima o valía. Aquellos que se dejan llevar por sus impulsos psicológicos, en cambio, se convierten en la medida de su propia conducta volviéndose incapaces de alcanzar la virtud o el carácter. Absortos en sí mismos, están a merced de los cambios de humor que los hacen propensos a la angustia, la culpa y vergüenza, pues estos sentimientos surgen de la autocrítica y el autorreproche y no de los valores éticos y religiosos. 

     Torturarnos pensando en los fracasos del pasado y en las oportunidades perdidas es una locura. Las normas éticas y religiosas, en cambio, nos anclan firmemente en el presente de cara al futuro. El deseo o el ideal de cambio y superación personal es ya una proyección hacia el futuro. La moral y la religión se convierten, para quienes las abrazan, en ideales de vida que estructuran y guían ese cambio. Aunque tales ideales están por encima del hombre, no le alienan, sino que corresponden a las aspiraciones más profundas de la naturaleza humana, que le impulsa con cierta necesidad a alcanzar la perfección personal.

Recuerdos. Foto: Luiz Madeiros

    La persona ensimismada o retraída vive en la subjetividad de la imaginación y la memoria, lugar de encuentro con el pasado. En cambio, la persona cabal y sensata existe en el presente. Nuestra salud mental está determinada en cierta medida por nuestra atención y acción en el presente. La materia de nuestro cuerpo nos hace experimentar el cambio o devenir de nuestra psicología y pensamiento. Sin embargo, también experimentamos que somos diferentes de nuestro devenir, pues seguimos existiendo y siendo la misma persona. La experiencia de existir en el presente, nos hace entender que somos diferentes de nuestro pasado, recuerdos y fracasos; que no somos nuestros problemas. Esto nos permite sanar nuestras heridas. El ensimismamiento, en cambio, nos impide reconocer nuestra existencia y nuestro ser como algo diferente de las situaciones y circunstancias que nos perjudican o causan dolor.

     Quien juzga su pasado a la luz del presente corre el riesgo de reprochar y condenar no sólo sus acciones pasadas, sino toda su vida, avergonzandose y volviéndose moralmente rígido y deprimido. Por la “luz del presente” entendemos los conocimientos adquiridos a través del estudio, el trabajo o el trato con personas buenas y con valía ética y moral, cuyos ejemplos nos enseñan prudencia y sabiduría. Incluye también las mejoras en nuestro bienestar y vida espiritual y las oportunidades de superación personal bien aprovechadas. En definitiva, todo lo que recientemente ha contribuido a desarrollar en nosotros un mejor juicio y madurez que antes no teníamos. Así, por muy maduros que seamos, no debemos recriminar nuestro pasado con la luz que tenemos en el presente, ya que nunca se experimenta la misma situación dos veces en la vida y en las mismas circunstancias.

     Si bien el pasado no cambia, lo podemos considerar a la luz de lo que queremos lograr en el futuro. No es el futuro lo que se puede cambiar, sino el presente. Todo cambio tiene lugar en el presente. El pasado se convierte en lección de vida cuando se lee a la luz de un proyecto de mejora personal. La experiencia pasada vista a la luz de un ideal que nos supere en dignidad, construirá la versión mejorada de nosotros mismos.

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¿Cómo un romántico intelectual decidió ir al psiquiatra?

Génesis de una patología

Consultorio del psiquiatra:

—Es muy interesante tener la oportunidad de platicar con un paciente intelectual.

—¿No somos frecuentes?

Estas fueron las palabras que resonaban en la cabeza de nuestro personaje una vez que salió del consultorio e iba de camino a casa.

—Unas cuantas drogas y terapia, y ya estoy casi hecho un hombre nuevo en menos de un año— habló consigo mismo — ¿Qué hubiera pasado si tomaba este camino hace cinco años y no hasta ahora?

Quedé algo intrigado ¿Desde cuándo entonces estaba enfermo mi personaje? Conozco a muchas personas que tienen muchos desastres en relaciones interpersonales y laborales, pero uno siempre cree que son personas “tóxicas”, “malvadas”, “desastrozas”, que merecen aprender una lección o que les den una buena sacudida para que se despierten de su letargo. Pero esa reflexión lo cambia todo, porque quiere decir que no es algo que les pasa en el momento, o algo que son, si no algo que se va construyendo. Quizá la depresión es una enfermedad que tiene más que ver con la diabetes o el cáncer que con un simple catarro ¿O estaré divagando? Me sentí muy confundido ¿Cómo un narrador va a contar la historia de un personaje al que no se ha tomado la molestia de conocerlo? En ese momento, descendí a su plano de realidad y comencé con la siguiente entrevista. 

—Oye ¿Puedo hacerte unas preguntas?

—Por supuesto ¿Qué quieres saber?

—No sé por dónde empezar, es la primera vez que hago esto. Normalmente juzgo y condeno a los villanos y premio a los héroes, nunca me he detenido a escucharlos.

—Di la primera pregunta que se te venga a la cabeza.

—¿Por qué te enfermaste?

—Porque recurrí a la oscuridad para escapar del mundo. Busqué su protección.

—No, estás equivocado, la oscuridad es insegura ¿Cómo te va a proteger?

—Por eso mismo. La oscuridad es aterradora para cierto tipo de gente y es muy seguro ocultarse ahí, porque muchos la evitan. 

—¿De quién te escondías?

—Quería evitar todo lo que me parecía aborrecible: gente que sonreía, se decía buena, pero era malvada; de estándares perfeccionistas en la escuela que nunca iba a poder alcanzar. Hay un perfil: una persona útil, buena y digna de cariño debe ser un dechado de virtudes y un ser aguerrido que nunca tira la toalla. 

—Lo siento, pero acabas de definir a algo que de verdad le haría mucho bien a la sociedad. No veo qué hay de malo en tratar de ser ese personaje.

—Claro, como aspiración ¿Pero tienes idea de lo que se siente cuando se convierte en una regla? Sólo genera frustración y desesperación. Querer tener contentos a todos, a tus maestros, a tus compañeros, a tus padres, a ti mismo, se vuelve un estándar inalcanzable y muy ambiguo.

—¿Por eso preferiste la oscuridad? ¿para esconderte de sus estándares?

—La luz era vivir expuesto y prisionero de las críticas, la oscuridad era libertad. 

—Ya veo. Fue tu manera de encontrar tu propio espacio. Entonces ¿Por qué iba a ser algo malo? ¿O qué pasó en el camino?

—Lucifer fue expulsado del paraíso y se volvió rey en el infierno, pero eso no le quitó el rencor. Yo también reiné en la oscuridad con mis ropas oscuras, mi actitud altanera y cínica que cuestionaba todos los valores positivos de la sociedad; cosa que en el fondo no me dio libertad absoluta. Mi personalidad era artificial, pues dependía de sólo llevarle la contra a los demás. 

—No estabas siendo tú, estabas siendo un resentido que sólo quería venganza negando al resto.  El clásico reaccionario.

— ¿Has escuchado la canción de Diamon Head “Am I Evil”?

—Sí, trata de un chico cuya madre fue asesinada en la hoguera de brujas. Luego decide cobrar venganza y matar a los que la condenaron.

—Bajo esa perspectiva, el hijo es malvado, porque fue parido por una bruja. Si recuerdas el estribillo dice: “¿Soy malvado? Sí, lo soy”. Es una manera de decir: ¿Ya vieron que soy hijo de una bruja? Pues, entonces, tengo permiso para matarlos a ustedes, porque no me queda de otra que ser malvado. 

—Claro, la gente te reprimió por no cumplir el estándar, y tú lo tomaste como una excusa para llevarles la contraria. Si me recriminan porque no parezco un héroe, me convertiré el villano y lo pagarán. Bastante inmaduro, sin ofender.

—¿Qué edad crees que tenía? ¿15, 16? Era inevitable. Claro, con el tiempo eso sólo me convirtió en una caricatura. En lugar de enfrentar mis problemas, sólo los evadí y los convertí en excusas. Un adolescente rebelde es un estereotipo que me quedó como anillo al dedo, uno que ocultó mi enfermedad. 

—¿Entonces, fue un error ir al lado oscuro?

—Para nada, el lado oscuro, como te dije, estaba libre de hipocresía y permitía la libre expresión. El error no consistía en bailar con el diablo, sino en sacarlo a la pista porque todos los ángeles te habían rechazado en un principio.

—En pocas palabras, te convertiste en un hipócrita, porque bien que querías estar contento en la luz.

—Pero ahora ya conozco la oscuridad, y le puedo dar un mejor valor. No es lo mismo esconderte en la oscuridad que evolucionar en la oscuridad.

El monstruo se hace intelectual

Miré a nuestro personaje y le pregunté:

—Pero luego estudiaste una carrera humanista ¿Eso no te abrió la mente?

—Sí, pero, lamentablemente, me topé con el elitismo y el martirio intelectual, uno que casó mucho con la oscuridad.

—¿Martirio intelectual?

—Ya sabes: el ignorante es feliz, y el conocimiento sólo trae dolor.

—Terrible verdad.

—Mmm el problema es que no es cierto. Esa es una frase vacía que oculta un discurso político muy dañino para la sociedad.

—¿En serio? ¿Cuál?

—Primero lo primero, el conocimiento es placer. Descubrir cosas nuevas y entender el mundo desde otra óptica es algo completamente liberador. Claro, para el pragmático es un golpe en la cara, porque las cosas son más complejas y obtener una respuesta rápida, totalitaria y satisfactoria se vuelve imposible. He ahí el problema. Cuando se dice eso, es porque uno se asume como el pobre intelectual que tiene que sufrir por ser más listo que los demás. Es una manera de ser presuntuoso y apelar a la lástima al mismo tiempo. Así de bajo caí. Como intelectual quise ponerme como figura de autoridad para ser alabado. Por eso me hice el sufrido, el especial, el único, el incomprendido. El martirio lo enraicé con mi personalidad intelectual.

—Ya veo. Pues eso sólo racionalizan el sufrimiento en vez de tomar acción.

—“Burning Bridges” le dicen, lo cual se traduce como, quemar los puentes. Es el acto de encerrarte en una isla y no permitirte salir de un problema. Así se llama una canción de Megadeth que tiene mucho que ver. En el coro dice:

“Debido al poco interés en ti mismo,

la luz al final del túnel se apagó”

Megadeth “Burning Bridges”

—Entonces, terminaste dándole más importancia a la imagen del intelectual incomprendido, triste por el acontecer trágico del mundo que sólo él ve. Eso te hizo ignorar tu verdadera identidad, la persona que estaba sufriendo y que no quería estar así. Porque, si a alguien le gusta estar así, pues ya es muy su bronca. 

—En efecto. Por un lado, mi ego intelectual me hizo creer que estaba en el control y no me permití ser vulnerable ni pedir ayuda. Ten en cuenta que un psicólogo es alguien que trabaja con problemas en el pensamiento y comportamiento cognitivo ¿Cómo un intelectual que se ha devorado todos los libros más profundos de la literatura y filosofía va a tener problemas en su visión del mundo? No es que uno esté enfermo, sino que la sociedad está enferma y nosotros somos los únicos que nos damos cuenta.

—Como se le va a descomponer el carro al mecánico ¿No?

—Y si se le descompone ¿Cómo no va a poder arreglarlo solo? Obvio, eso no es posible. Y no es que uno es tonto o débil, como te dije, simplemente se está enfermo. 

—Y eso se contradice, según lo que hemos estado hablando. Dicen que el estúpido se siente feliz, pero ¿entonces, por qué existen los psicólogos? Si los estúpidos son felices; y los listos, no, entonces, los psicólogos no tienen razón de ser, porque los listos (los únicos que tienen derecho a enfermarse) deberían poder cuidarse solos por ser inteligentes ¿No es verdad?

—La gente “ignorante” también sufre. El sufrimiento no tiene nada que ver con el conocimiento,  o ser listo, sino con los patrones de conducta mentales que tenemos para afrontar ciertas cosas y la manera en la que éstos van afectando el equilibro de nuestra salud mental. Bueno, algo así fui entendiendo en la terapia. Tampoco soy psicólogo ni experto para poder asegurarlo. Cada caso es muy diferente y lo mejor es ir a terapia si se quiere atacar el problema.

—Bueno ¿Y qué más? Creo que ibas a decir otras razones por las cuales el intelectual se rehúsa a tomar terapia. 

—Bueno, eso fue por el lado del psicólogo. En el caso del psiquiatra, pues está el estigma político: “Te drogan, porque el sistema te quiere útil”. Es como si los loqueros en realidad fueran “la policía de la racionalidad” que deshumaniza al pensador crítico para hacerlo parte del rebaño.

—Es que tiene mucho sentido.

—El problema es que eso solo alimenta el ego de creerse “diferente”. Irónicamente, el intelectual lo hace para sobresalir y, de una u otra manera, para volverse indispensable. Es un extraño razonamiento en el que la persona que no pertenece al sistema se vuelve importante, porque eso le da un “valor agregado” al pensador en el mercado de las ideas. Es duro, pero es una especie de estrategia de marketing. O, por lo menos, mi caso así fue.

—Aunque eso no implica que a lo largo de la historia el poder político y moral no haya usado la psiquiatría para hacer movimientos de represión. Sin embargo, ahora que lo pienso, la química empezó con la alquimia, la astronomía con la astrología. En estos días, la comprensión del cerebro es aún lejana, pero ya hay profesionales cuya visión nos busca encaminar a la salud, no a la alienación ¿Es correcto?

—También hay malos doctores y malas prácticas, eso es inevitable. La bronca es cuando reconocer esta realidad histórica y profesional nos crea prejuicios más que prudencia a la hora de elegir a nuestro terapeuta. 

—Vaya ¿Es una cuestión política para ti entonces?

—Y también muy personal, o por lo menos en mi caso. Ponte a pensar, tomé como estandarte  mi enfermedad para hacerme especial ¿Y si me curaban? ¿Ahora qué va a pasar con mi trabajo y con todo lo que hice? Todo está basado en mi pesimismo. Ese es el miedo mayor.

—¿Y de verdad ya no puedes escribir?

—Obvio que no. No tiene nada que ver. Pero deja compro un yogurt en la tienda y seguimos hablando del tema.

—Adelante. Por cierto, veo que la canción de la que hablábamos también dice:

Si tomaras tu propia dirección,

sólo practicaras lo que predicas

y siguieras tu mismo consejo,

no quemarías puentes todo el tiempo.

Megadeth “Burning Bridges”

—El problema de ser intelectual es aparentar serlo, en vez de en realidad ejercer el conocimiento. Si yo lo hubiera hecho en su tiempo, me habría dado cuenta de que lo que me pasaba no era normal. Me faltó ser crítico con mi propio rol social que sólo solapó mi enfermedad.

El intelectual aprende de la industria cultural

—Bueno, ya vimos por qué te enfermaste y te negabas a ir a terapia ¿Qué te hizo entonces salir de ese caos?

—Cada uno tiene sus propios modos de salir del hoyo. Lo interesante es que todo lo que iba haciendo desde los quince años hasta los veintidós me permitía seguir sin aparentar daño alguno, como si mis roles sociales de rebelde e intelectual me dieran un sentido de pertenencia ¿Qué de malo iba a tener mi problema psicológico si era un alumno brillante y especial en mi carrera? El problema llegó cuando terminé la universidad.

—Sí, ya me lo imaginaba, el gran dilema de nuestra época, eras un profesional sin salida laboral.

—Peor aún ¿Cómo alguien sin autoestima y que deseaba venganza contra el sistema iba a dar una entrevista correcta o siquiera tener la garra de picar piedra? Era un solitario sin contactos, sin nada.

—Claro, por el lado sentimental, te daba miedo no llenar los estándares, te habías ufanado de ser sui generis, y ahora deberías de ser generis. Por el lado intelectual, cuestionabas los trabajos y los invalidabas y los veías parte de un sistema de ovejas ¿Por qué entonces no te quedaste en la academia?

—Cuando miré el camino sin fin del posgrado, las implicaciones políticas de tirar una línea con base a los temas de la universidad y, lo peor, cuando noté el sistema industrial de las publicaciones y compadrazgos, me pareció muy aterrador poder seguir ese camino. Claro, de ser alguien con autoestima, quizá podría haber encontrado mi espacio. Lo que me dio prestigio, ahora me frenaba mentalmente.

—¿Y qué ocurrió?

—El encierro, esperar la muerte en la soledad. 

En ese momento, pasamos en carro por el cementerio.

Panteón San Nicolás, León, Guanajuato, México.

—¿De verdad creías que valía la pena matarse?

—Piénsalo, es como volver al principio, al chico que no era capaz de llenar las expectativas del ciudadano. Me encargué de ser tan diferente que ahora menos encajaba.

—¿No crees que es muy drástico?

—Si no lo hago yo, lo harían ellos, la sociedad. La gente es muy hipócrita. Hablan del suicidio como un tabú, y se dan sus aires de escuchas en redes sociales: “Si algún día tienes un problema, yo estoy aquí para escuchar”. Una vez platicando con una amiga nos reímos de esa tontería. 

—¿Por qué?

—Porque parece que lo más cercano a sus acciones sería escribir: “Cuando ya te vayas a morir, me hablas” ¿Y el resto del tiempo? ¿Qué hay de esa ausencia? Si hubieran hablado contigo desde un principio, si no hubiera una distancia humana entre nosotros, uno no llegaría a esa situación de sentirse desesperado y querer matarse. Uno no se sentiría así de solo. Preocupa que la gente no se toma el tiempo para hablar de cosas profundas. Las evitan.

—Mira quién lo dice, el que nunca sale con amigos. 

—Eso no tiene nada que ver, porque, cuando se ven, se embrutecen con alcohol ¿Qué plática profunda se puede hacer así?

—Bueno, quizá tienes razón. Entiendo lo de los lazos falsos de fraternidad, pero ¿No crees que generalizas? Además, casi pareció que decías que si no te matabas, ellos literalmente te matarían. Eso no lo acepto. Sólo no te hacen caso.

—Es que ahí no termina su hipocresía. Por un lado, está que no les importas y, por el otro,  la doble moral cuando quieren castigar a un sujeto marginal.

—Eso no lo entendí.

—Cuando hablan de gente que asalta, que viola, que cae en la cárcel por la droga u otras historias sórdidas que no se molestan en escuchar, cuando inician sus campañas para vituperar el comportamiento de alguien en las redes, o quieren que algo rinda cuentas de forma moral, míralos, quieren venganza, quieren la destrucción de esa persona. Que lo pierda todo.

—Pues es que da mucho coraje. Toda esa gente hace mucho daño.

—Pero ahí está la hipocresía. Publicar que les importa que una persona no se mate, mientras, en sus deseos, la gente apoya la pena de muerte; no creen en la redención o en el perdón. Nuestras instituciones que castigan no buscan corregir o reintegrar a la gente, buscan ocultarla bajo la alfombra, porque, por una hipocresía de derechos humanos, no pueden matarlos como quisieran.

—No puedes culparlos por querer vivir una utopía. Quizá el problema es que como sociedad no hemos encontrado la manera correcta de escribir una todos juntos.

—Toda utopía es una distopía disfrazada. El ser humano no es perfecto y nunca lo será. Muchos estamos enfermos y sus utopías quieren borrarnos o hacernos pagar eternamente, no reintegrarnos. Detrás de cada monstruo hay una historia, y quizá un síntoma social que no se arregla con castigos ni con acoso social. Quizá hace falta el silencio y la verdadera escucha. Aunque, en realidad, no lo sé, estaría dándote una respuesta y caería en la misma postura. 

—¿Borran a los depresivos? Te estás haciendo la víctima. La gente pobre y de clases bajas son las que verdaderamente son borrados y han sido oprimidos.

—Pero la gente pobre también sufre depresión. También tiene trastornos mentales. Eso de que el ocio es el que crea la depresión o, peor aún, que la depresión es la enfermedad de la clase media, es una cuchillada en la espalda, y no para la clase media, porque ellos se pagan sus terapias, para las minorías que, una vez más, están haciendo a un lado. No hay dos bandos. Todos somos humanos. 

—¿Y cómo salir?

—Ya te dije que cada caso es diferente.

—Bueno ¿Cómo saliste tú?

—Tuve que ir derribando cada uno de mis muros; el primero fue el intelectual. Para eso ayudó mucho el Kpop.

—¿ Kpop? No bromees.

—Fue extraño. Ves a estas chicas tan hermosas y felices diciendo algo que no entiendes y, de pronto, te cambia. Por ejemplo, ves un video de Twice donde cantan con un muy mal inglés “Cheer up” (anímate), y lo único que puedes hacer es animarte; frente a ti hay nueve hermosas chicas queriendo que te sientas especial.

Claro, la letra completa de esa canción es un desastre, y ni en mil años andaría con una chica que pensara así, pero el punto es que lo único que entendí, lo único que necesitaba para sentirme bien, llegó a mí. O mira a Redvelvet, dándole terapia a unas frutas en su video “Red Flavor”, de una manera rara, sientes que eres una de esas frutas, te están escuchando. Luego presentan una canción sumamente alegre y que te pone de muy buen humor. Sientes que alguien te quiere.

—¿Pero eso no es la industria cultural? Ahí te manipulan. Te quejabas de la hipocresía y terminaste yendo a un lugar donde te dicen lo que quieres oír para que gastes tu dinero en ellos.

—En parte, es cierto. Pero también es lo que necesitas escuchar y nadie te dice. Fue un poco de “sabor rojo”, de saborear ese sentimiento que creía lejano. Un trago de agua en el desierto. Cuando menos te das cuenta, ya derribaste medio muro de sentir pena por ver y escuchar este tipo de entretenimiento. Los intelectuales tenemos una autoestima intelectual muy frágil, está prohibido que escuchemos pop o reírnos del Chapulín colorado y su “comedia fácil”. Estas chicas me hicieron no sentirme apenado de hablar de lo que me gusta. Mi autoestima se vio ayudada por este mundo, el cual me parecía muy brillante y me daba esperanzas. 

—Entonces, al final, es música que todos deberíamos escuchar, porque cura.

—No, por dios, no podemos decir eso tan tajantemente. También tuvo sus problemas ¿Recuerdas lo que pasó con el lado oscuro? Si entras ahí por las razones equivocadas, un resguardo se puede trasformar en un infierno. Claro, yo no me convertí en uno de esos fans obsesionados que llegan a creer que el amor de su Idol les pertenece y la buscan físicamente para reclamarla, o que exigen su cabeza cuando se enteran que tiene un novio (caso no único en el entretenimiento coreano, por cierto).

—Claro, si no caerías de nuevo en usar un estereotipo social para ocultar tu enfermedad maquillándola del amor por un Idol.

—Aunque mi obsesión con estas chicas subía y les escribía canciones y demás cosas, la oscuridad siempre estuvo ahí, para darme cuenta de que ese lugar ya lo conocía y no era agradable: el fanatismo. Tenía mi espejo, pues. Fui lo suficientemente intelectual como para tomar mi distancia de un producto, fui lo suficientemente empático como para no olvidar que ellas son seres humanos y que no hay humano que merezca ese grado de acoso. 

—Todo se hizo uno en tu mente. 

—No me di cuenta en ese momento, tardé en notar que no todo había sido tiempo tirado a la basura. Mi historia de vida me había dado herramientas cognitivas muy fuertes, realistas y contundentes que hermosamente también me iban a servir para escapar del hoyo. Sabes, ahora que lo pienso esto no se trata de que tomara mucho tiempo estando enfermo, todo fue experiencia y me fue formando como persona, no hay por qué correr. Cada etapa de tu vida, cada terror y belleza van perfilando tu ser y te dan todo para destruirte o para salvarte.

—No tenías por qué pelearte contigo mismo para salir de tu enfermedad, en conclusión. No se trataba de ser otra persona como temías.

—Es conmigo con quién iba a salir de esto después de todo.

“Juntos permaneceremos en pie, divididos, nos caeremos”

Admitir, el primer paso.

—¿Y entonces qué pasó?

—Fui a Tijuana, participé en un congreso de literatura.

—¿En serio? Así fue como saliste por ti mismo del hoyo, entonces.

—Seguía en el hoyo, el kpop me dio esperanzas, pero no me hizo tocar fondo en mi círculo vicioso de la tristeza. 

—¿Qué faltaba?

—Salir, viajar por primera vez en avión, caminar por calles desconocidas y llorar solo en el cuarto de un hotel, dándome cuenta de que por más que lo intentaba, simplemente, no encajaba con el resto de los asistentes.

—¿Y luego?

—Comencé a hablar con las personas y noté que de verdad me prestaban atención. Era como si lo que dijera no fuera una estupidez. Luego, el amigo con el que fui me convenció de ir a un bar nudista. 

—¿Enserio? Ya veo, sólo necesitabas algo de ejercicio ¿No?

—No, fue una de las experiencias más vacías.

—¿Qué?

—Miré a muchas mujeres desnudas, y no pasó nada. Era como ver un documental de National Geográfic, porque ¿Sabes? Sólo están desnudas, no es nada del otro mundo. 

—Pero lo divertido no es ver, sino tocar.

—Toqué, y como si hubiera tocado un cuarto de bistec.

—Pero, entonces, no sirvió.

—Claro que sirvió. Porque a partir de entonces supe lo que quería. Estar con una chica, caminar con ella, hablar, compartir silencios, saber más de ella y que ella sepa más de mí. Estar con un ser humano, no con un producto. Pensé que quizá casarme y formar un equipo con alguien no era tan descabellado. Esa vida prosaica y antipática, quizá era más poética y profunda de lo que creía. Y, más importante aún, quizá era lo que de verdad quería.

—¿Y luego?

—Fui a Playas, vi el muro y jugué juegos de niños en la arena. Fue profundamente relajante. Pude ser yo mismo. Luego vino un karaoke y canté lo que me gustaba sin temor a mi horrorosa voz. Entonces, llegó la fiesta de clausura. Mucho alcohol y mucha música a todo volumen. 

—Claro, y ahí terminaste de salir de tu zona de confort. Bebiste y te divertiste.

—Odio el alcohol. No. Ahí me sentí miserable y vacío de nuevo. No podía hablar con nadie, todo a mi alrededor era un sinsentido y el ruido me incomodaba demasiado. Me recluí en un cuarto oscuro a escuchar a Miles Davis.

—Fue un desastre, entonces.

—Viví lo más delicioso que jamás haya experimentado. A lo lejos, un chico se rompió la chirimoya, el baño se inundó por una fuga de agua, llegó una ambulancia y todos estaban completamente perdidos con unas “aguas locas” demasiado locas y yo… a lo lejos, observando en primera fila.

—Debiste odiarlos mientras los observabas.

—No los juzgué, traté de entenderlos, de pronto, se acercaban a mí y me miraban con extrañeza por escuchar Jazz mientras las cumbias estaban a lo lejos, pero yo no quise verme superior, sólo les sonreía y contestaba sus preguntas con tranquilidad, les regalaba sonrisas sinceras pese al horror dentro de mi alma. Además, las charlas con los eventuales que llegaban eran muy entretenidas. Hablar con borrachos tenía lo suyo; verlos, igual. Recordé un momento en el que un borracho en el metro me escuchó leyendo “Martín Fierro” y terminó dándome un mejor comentario del que yo hubiera podido hacer con todas mis lecturas en ese entonces. Parece ser que esto contradice lo que te dije sobre los alcohólicos y la poca profundidad de sus comentarios ¿verdad?

—Pero pues a ti no te gusta ese ambiente. Estabas solo y rodeado de caos.

—Y, gracias a eso, en ese momento ocurrió la magia.

—¿Qué ocurrió?

— En ese momento, lo supe: estoy deprimido.

—¿No ya lo sabías?

—No, porque yo decía que era especial, que ser oscuro era mi característica personal, y lo es, pero también estaba ocultando muchas cosas, normalizando mi enfermedad, o mejor dicho, todos los síntomas que me llevarían a padecer depresión. Mi tío, un ex alcohólico, una vez me dijo: “Para superar el alcohol primero tuve que admitir que tenía un problema”. Ahora, yo, con mis llantos repentinos, los ataques de ansiedad antes de dormir y mi incapacidad social, llegué a la misma conclusión: tenía un problema. Por fin lo había admitido.

—¿Te tomó mucho ir al psiquiatra y al psicólogo después?

—Un poco, fue un proceso largo, pero desde ese momento supe que debía ir. No es fácil, sobre todo cuando estás deprimido porque, para acabarla de amolar, no sientes que vaya a funcionar, porque crees que no hay salvación. Incluso lo pensé así: “Llegaré al consultorio y le diré que yo soy un inútil, un caso perdido y que iba a ir ahí para comprobarlo. Si resultaba que no había forma, me suicidaba con un argumento médico de peso, si sí, pues me curaba”.

—¿Ya no te daba miedo dejar de ser tú?

—Ser yo sólo me había traído desgracia ¿Para ser feliz, funcional y tener una vida debo de entregar el arte? ¡Dónde firmo!

—¿Así de plano? ¿Y lo entregaste? ¿Renunciaste al arte?

—Claro que no, ya lo dijimos antes, ni siquiera tuve que dejar de ser yo. El arte no tiene que ver con estar mal, sino con querer contar algo y, mejor aún, querer entender algo ¿Cuando tienes gripa puedes pensar y concentrarte?

—No.

—Pues es lo mismo con la depresión. La gente que ha logrado grandes cosas estando deprimida no lo ha hecho por estar así, lo ha hecho pese a estarlo. Lo increíble es que encuentran la manera de usar su depresión a su favor con un montón de malabares que hacen con su gran habilidad en la escritura. En mi experiencia, escribir sobre la tristeza, sobre el lado oscuro, después haber conocido un poco de él, y estando más sano, es mucho mejor que no estándolo. 

—¿Seguro? ¿No crees que lo que hiciste antes era más sincero y artístico?

—Piénsalo así. Cuando estás simplemente pasando una mala racha, te parece que las cosas son muy dramáticas, pero alguien que lo mire desde fuera te va a decir que no. Ahora piensa en esto: escribes hacia adentro, pero para que alguien de afuera lo entienda. En ese caso, el dolor se vuelve el peor consejero estético en las frases, porque, si no lo dominas, caes en lo cursi, lo telenovelesco y demás vicios que te hacen poco verosímil para el que lo lea desde afuera.

—Entonces, para concluir, esto quiere decir que no fuiste a terapia para huir de la oscuridad.

—Fui a la terapia para enfrentar lo que no me atrevo a enfrentar. Para poder ser yo mismo y fluir en el mundo.

—¿Y qué aconsejas a los demás?

—No tengo idea, ni si quiera quiere decir que ya estoy completamente curado, es un camino largo. Yo sólo te conté mi historia. Cada quien tiene su historia, lo único que puedo decirles es que, si ya es su historia, no dejen que otros la cuenten o la concluyan por ustedes.

—Ya no eres el sujeto más solitario sobre la tierra.

—Soy el hombre más afortunado. 

“Pero yo soy el sujeto más afortunado, no el más solitario en el mundo”
MDNMDN