Receta para una ideología exitosa
Por Esteban Morfín de la Parra
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Los humanos somos complicados, pero nos gusta lo sencillo. Siempre que nos es posible, encapsulamos y etiquetamos la realidad para guardar esos conocimientos en nuestra mente de la manera más ordenada y aparentemente congruente de que seamos capaces. No importa si es lógico, sólo importa que suene bien y que resuene al menos un poco con la verdad. Con eso es suficiente. Las contradicciones entre los argumentos que construyen una forma de pensar son eficientemente minimizadas y descartadas por nuestro inconsciente, convenciéndonos a nosotros mismos de que tenemos razón y que todos aquellos que piensan diferente están mal. Si a esto sumamos que muchos otros dicen y piensan lo mismo que tú (al menos en apariencia), las ideas se refuerzan y surgen las ideologías.
Somos además una especie que se caracteriza por buscar los caminos más eficientes para resolver problemas, en parte por el deseo de un mejor futuro, en ocasiones también porque somos flojos y buscamos hacer el menor esfuerzo posible. Esto trasladado al campo de la reflexión y del pensamiento, hace que los paquetes prefabricados de ideas tengan una muy buena recepción de parte del gran público y se extiendan con mucha facilidad. En general, el hecho de que alguien nos diga qué pensar y cómo pensarlo, resulta cómodo y es fácilmente aceptable, sobre todo cuando el de junto está de acuerdo contigo.
Es por esto por lo que los humanos nos radicalizamos tan fácilmente. Es por esto por lo que han triunfado movimientos como el nazismo en Alemania, los bolcheviques en Rusia, los fascistas en Italia. Es por esto por lo que han triunfado tan rotundamente la ideología de género, los terraplanistas, el movimiento antivacunas e incluso teorías de conspiración ridículas como aquella que dice que los líderes mundiales son lagartijas humanoides extraterrestres (parece chiste pero es un movimiento con un buen número de seguidores reales a nivel mundial).
Pero, no todos los discursos son populares y no todos sobreviven al filtro de la opinión pública. ¿Cuál es entonces la receta de una ideología exitosa?
El primero y el principal de todos es atender nuestro gusto por lo sencillo mediante la simplificación de la realidad. No importa si es absurdo, mientras puedas abstraer cuestiones complejas en unas cuantas oraciones y seas capaz de decirlo con convicción, habrás dado el primer paso firme y seguro hacia la creación de una nueva ideología.
Seguidamente, aquel que presenta por primera vez este nuevo paquete de ideas, debe postularse a sí mismo como el único poseedor de la verdad absoluta. Si bien este ingrediente es dispensable, pues sí que existen ideologías descentralizadas (como la ideología de género o el feminismo radical), aquel que quiera el dominio absoluto sobre sus seguidores debe asegurarse de que la felicidad y la liberación estén asociadas a su persona.
El drama. Se debe de plantear la cuestión de la manera más dramática y exagerada posible. Aunado a esto viene la polarización, o la creación de bandos opuestos. Debe existir un problema, un terrible problema que es provocado por los malos, y nosotros, los buenos, debemos luchar por detenerlos y terminar con el problema. Los malos son siempre engendros de Satanás, salidos del mismo infierno, con la única misión de destruirnos a nosotros, los buenos, que somos las víctimas; los únicos puros e inocentes en el mundo entero. Entre más dramático y más divisorio sea el discurso, mayor será el éxito de la ideología.
También es importante añadir consignas, lemas y frases simples que sean fáciles de recordar y repetir. La repetición hace la fuerza o, como dice el dicho, una mentira dicha mil veces termina por convertirse en una verdad. Para lograr esto de manera eficiente es importante bombardear al público con propaganda, propaganda y más propaganda. Si a un loro le enseñas lo que debe decir aprenderá a repetirlo con voz sonora y mucho convencimiento sin tener idea de lo que está diciendo. Este mecanismo en humanos es muy similar y funciona de maravilla. Hay que recordar que se debe hacer constante alusión a lo buenos que somos los buenos y a lo malos que son los malos.
El último e indispensable ingrediente de una buena ideología es una pizca de verdad. Debe ser apenas suficiente para enganchar a los seguidores. Si se le agrega demasiada, se corre el riesgo de que el resultado final no sea tan prístino e incorruptible. Entre menor sea la verdad, mayor es el espacio de maniobra que tienen los líderes para crear y recrear argumentos, reglas y verdades a medida. Por lo mencionado anteriormente, las contradicciones entre los argumentos de la misma ideología no deben ser tema de mayor preocupación, pues la mente humana se encargará de difuminar todo aquello que sea vago y confuso, centrando a los adeptos en los axiomas y lemas de la ideología (de ahí su importancia).
Quien sea bueno para dar rollos y siga religiosamente esta receta, tendrá como resultado una ideología poderosa y capaz de provocar grandes cambios en la forma de pensar de las personas e incluso en el curso de la historia.