La grandeza mexicana: los primeros pobladores

Por padre Daniel Valdez García

Síguenos en nuestro canal de Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

Por mucho tiempo, siguiendo la teoría conocido como el “Consenso de Clovis”, se propuso que los primeros pobladores del Continente Americano procedían de Asia y que entraron cruzado la región llamada Beringia, lo que hoy es el estrecho de Bering, a través de un “corredor verde” llamado Corredor Libre de Hielo (IFC, por sus siglas en inglés)  de Bering, entre 30.000 y 10.000 años a. de C..
 
Los recientes descubrimientos en el sur de México y otros países sudamericanos ponen en discusión el tema del poblamiento de América; por ejemplo, el estudio, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, cuya autora es la doctora Jorie Clark, los hallazgos evidenciaron dicha presencia humana en Idaho (noroeste de los EE.UU.), que se remontan a entre 15,000 y 16,000 años atrás de la datación dada; dicho estudio da un fuerte respaldo a la teoría de que los primeros pobladores de América llegaron al continente a través de la costa del Pacífico y, por lo tanto, por vía marítima.
Esto es importante porque cambia la versión de la historia como la hemos conocido.
 
En el 2012 en la península de Yucatán, dentro de la cueva Chan Hol II, se encontró osamenta que se remontaban al Pleistoceno tardío durante la última era glaciar. El profesor alemán Dr. Wolfgang Stinnesbeck y el biólogo mexicano Arturo Gonzáles Gonzáles, fecharon el esqueleto en por lo menos 13,000 años de antigüedad, basándose en una estalagmita que creció en el hueso de la cadera. Posteriores hallazgos contabilizan siete fósiles, entre los cuales están los llamados la Mujer de Naharon, la Mujer de las Palmas y el Hombre del Templo, Naia.
 
Brasil, Venezuela y Chile tienen vestigios datados hasta con 33,360 años de antigüedad. En julio de 2020 se realizó un nuevo hallazgo en la cueva del Chiquihuite, en el estado de Zacatecas, México que permite datarlos hasta en 30,000 años de  antigüedad.
 
Quisiera concluir con un poema de Celerina Sánchez, mujer de una etnia que habla de la migración:
 
“Apenas entendítomé el camino que me enseñó el soltroté en el mundo ahora soy migrante como mucha gente, pero sé cuál es mi camino eso nunca se olvida siempre se regresa al origen”.

La dificultad de América

La dificultad de América

Por Víctor J. Gómez Villanueva

Síguenos en nuestro canal de Telegram:
https://t.me/spesetcivitas

Desde hace poco, hablar de mi país deviene en un inevitable problema de comunicación. No tiene mucho tiempo que vivo en Europa. Si intento hacerme entender, el imaginario de mi interlocutor empieza a desbordarse a tal punto que cuando intento detenerlo ya me siento asfixiado entre espesos tallos de bananos, palmas y cafetales que surgen a borbotones de un sólido estereotipo selvático. Pero no me molesta en absoluto el aura mágica de mi proveniencia, y acaso más bien me fascina, porque así me imagino sobre una araña gigantesca que surca valerosamente la sierra oaxaqueña para dejarme justo frente a la puerta de mi abuela centenaria. Admito que a ratos el estereotipo me suena bien y lo disfruto. Lo que en verdad me molesta es la ambigüedad conceptual con la que tengo que lidiar cada vez que me tomo una cerveza con un desconocido. Es un bloqueo lingüístico que, si yo fuera sólo un poco más obsesivo, no me permitiría entablar una conversación.

América. Basta sugerir este nombre propio como lugar de procedencia para dejar pasmado a cualquiera en estas latitudes. Yo soy americano, pero ¿qué carajo es América? ¿México, mi país de origen, está realmente en América? Ni yo lo sé. Cuando en 1507 el erudito germánico Mathias Ringmann introdujo en su Cosmographiae Introductio el título “América”, para honrar al cosmógrafo Vespucio, no se imaginó el lío y la rebatinga en la que nos iba a meter a tantos ilusos. Yo, unos cuantos siglos después, tengo que habérmelas con su casual ocurrencia. El primer problema al que se enfrenta cualquier coterráneo mío es una cuestión de absoluta destreza intelectual. En caso de que sea difícil comprender este punto, le recomiendo a Usted, noble lector, que busque cuanto antes una hoja de papel y siga mis instrucciones. Usualmente si Usted divide una hoja por la mitad horizontal, del acto resultarán una parte superior y una inferior. Ahora bien, el siguiente es un punto sumamente abstracto y le recomiendo antes respirar profundamente: si en vez de una hoja, Usted aplica la misma noción de superior-inferior a un mapa de América, sorprendentemente descubrirá el norte y el sur. Fíjese en el extraño dibujito del continente americano después de haber doblado la hoja por la mitad (si se me permite el tecnicismo, se llama ecuador). La parte superior equivale a Norteamérica, la inferior equivale a Sudamérica.

Americo Vespucio.

Una lectura atenta de este ejercicio intelectual aquí propuesto probablemente incitará la siguiente pregunta: ¿Por qué Centroamérica no está en el centro? Admito que éste es un problema para la explicación antes ofrecida. Pero aventuro, con carácter de tentativo, la siguiente hipótesis. “Centro” es, en primer lugar, el punto interior que se toma como equidistante de los límites de un cuerpo; sin embargo, “centro” es también un punto de convergencia de información, decisiones o cultura. De esta suerte, Centroamérica no es el centro geométrico, pero sí el punto de convergencia, el vaso que, en lo que respecta al habla y la cultura, comunica el sur con el norte de América.

Mapa de Norteamérica.

La pregunta crítica es: ¿y dónde diablos queda México? Acaso incurro en una necedad, pero sinceramente yo veo a mi país en la parte superior del mapa, dígase, en Norteamérica. Hasta donde yo entendí, y agradezco la tenacidad didáctica de algunos de mis profesores, en la geometría no importa si un cuadrante del plano es más pobre o moreno que el otro. Sólo importa si un cuadrante está arriba o abajo, para llamarle en consecuencia superior o inferior. En vista de esta difícil y a veces resquebrajosa argumentación, un día me atreví a decir, frente a los ojos exorbitados de mis oyentes que me laceraban:

– Yo nunca he ido a Sudamérica…

Imaginen la corriente de sus pensamientos: ¿un mexicano no ha ido a Sudamérica?, ¿y de dónde se cree que viene?, ¿me habrán engañado en el colegio?, ¿o dónde queda entonces México?

– …porque México está en Norteamérica, ¿sabes?

Mapa de Sudamérica

En el punto más álgido de mi crisis, me aferré a una esperanza y me dije: “Podrán no saber si México está al sur o al norte del continente, pero por lo menos sabrán que México está en América.” Y el remedio fue peor que la enfermedad. Las caras extrañadas de una nueva bandada de interlocutores me sugerían que no estaban dispuestos a aceptar que yo fuera “americano”. No es que no supieran que México estaba en América (salvo en contadas y memorables excepciones) eso lo sabían. Es que yo no era americano. Desesperado, consulté la RAE y verifiqué el engaño. Usted, amable lector, podrá pensar que americano es el natural de América, pero en la cuarta acepción (que, por abuso pragmático, debería ser la primera) aparece el demonio de mi historia nacional: “estadounidense”.

En 1823 los EUA decidieron no aceptar más la influencia europea en el continente americano y la intentona de la restauración monárquica; el más mínimo conato sería considerado un acto de agresión contra las franjas y las estrellas. James Monroe, un Capitán América decimonónico, sintetizó este programa político en una frase lapidaria: “América para los americanos”. Más allá de la tragedia histórica que significó para los mexicanos, esto también fue una desgracia semántica, porque entonces el gentilicio “americano” dejó de tener sentido alguno. Todo mundo se creyó la idea de que los americanos son nada más los estadounidenses, y que por lo tanto los mexicanos son algo así como un quiste geográfico.  

MDNMDN