Estar ahí hacia el final

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La muerte es sin duda un hecho inexorable para todo ser “vivo”. Más allá de cualquier taxonomía, todo ser vivo, finalmente, muere. Sin embargo, en palabras de Heidegger, sólo el ser humano es “mortal”, porque “morir” significa propiamente “ser capaz de la muerte como muerte”. El morir no se le da simplemente recién al final de sus días, sino que le pertenece esencialmente y lo determina día a día: el ser humano nace mortal. Asumir la propia muerte es justamente lo más difícil que nos toca vivir. Y si bien es un proceso personalísimo, a veces no podemos solos. Para esto hay personas que se preparan para orientar a otros en el camino de asimilar la propia condición de finitud y, especialmente, acompañarlos en el último tramo de sus vidas. 

En la ciudad de Buenos Aires, un grupo de personas se reunió hace más de una década para formar un “espacio de encuentro y de reflexión acerca de la muerte y el proceso de morir”. Así nació la Asociación EL FARO. Como la clara metáfora de su nombre lo indica, su vocación es servir de luz orientadora, titilante, pero firme, a aquellos que se encuentran en este viaje, aún en las rutas más escarpadas.

En entrevista con su directora Viviana Bilezker, conversamos sobre la misión, la visión y los valores que alientan la obra de la asociación. 

En relación a la muerte, la pérdida y el duelo

¿Qué lugar tiene la muerte en nuestra cultura contemporánea? 

La muerte tiene un lugar ensombrecido. La muerte está asociada con lo oculto, lo siniestro, aquello de lo cual no se habla y que es preferible evitar. Lamentablemente, debería decir que esta actitud cultural hacia la muerte no sólo no colabora con la posibilidad de responder y prepararnos para la muerte, sino que la convierte en una suerte de enemigo al que hay que derrotar, al que hay que vencer y esto nos agrega sufrimiento. 

¿Es preciso integrar la muerte en la vida? 

Por supuesto es importante y preciso integrar la muerte en la vida. Si bien la muerte ya está integrada en la vida, lo que es preciso es reconocer esa integración. La muerte forma parte de la vida en los procesos naturales, en nuestra biología corporal. Mueren células en nuestro organismo todos los días de nuestra vida. Mueren etapas de nuestra vida. Mueren proyectos. Mueren vínculos. El problema es que no vemos que ahí donde muere algo, algo nace. Una célula muere, otra célula nace. Una etapa de la vida muere, otra etapa de la vida nace. Hemos cometido un error al oponer muerte y vida. Creemos entonces que podemos excluir a la muerte de la vida. Pero cuando integramos a la muerte en la vida, nos damos cuenta que la polaridad no es muerte-vida, sino muerte-nacimiento. Y ahí entonces nos damos cuenta que está absolutamente integrada: entre la primera inhalación de un ser humano y su última exhalación, nacimiento y muerte se suceden en una cadena interminable, fenomenológicamente hablando, que podemos reconocer. 

¿En qué consiste “prepararse para morir”? ¿En qué medida prepararse para morir es un prepararse para vivir? 

Prepararse para morir es una manera de vivir, porque la muerte es parte de la vida y está presente en muchos aspectos del despliegue de nuestra vida personal. Cuando hablamos de prepararse para morir en el contexto del acompañamiento que brindamos en “El faro”, hablamos de prepararse para morir como etapa final de la vida de un ser humano. A la cual se puede llegar por enfermedad, por edad avanzada o por una combinación de ambas. No obstante, entendemos que el prepararse para morir puede ser encarado en cualquier etapa de la vida. ¿Qué significa prepararse para morir? En principio, prestar atención: cuáles son nuestras prioridades; cuáles son nuestros valores; qué es lo importante para nosotros; dónde ponemos nuestra atención; dónde invertimos nuestra energía, nuestro tiempo, nuestro dinero. Prepararse para morir incluye informarse, incluye reflexionar, incluye comunicarse; armar cada uno a su medida un camino, un proceso. Un proceso que refleje el ser que cada uno de nosotros es. Ese ser que vamos construyendo a lo largo de la vida y que se va a manifestar de un modo más o menos explícito cuando nos toque afrontar el proceso de fin de vida. 

A lo largo de la vida se van experimentando distintos tipos de “pérdidas”: objetos, destrezas, oportunidades y, por supuesto, principalmente personas… ¿Qué se gana cuando se pierde? 

Las pérdidas que vamos teniendo a lo largo de la vida nos van dejando todas oportunidades de transformación y cambio. Ahí donde perdemos algo, ganamos un aprendizaje, que nos hace humanos. Pérdida y ganancia son sinónimos de cambio, son sinónimos de vida. A veces nos cuesta ver lo que ganamos, porque nos aferramos a lo que perdimos. Pierdo una capacidad y me cuesta ver que lo que gano es recibir ayuda de otros y eso no me permite abrirme para recibir esa ayuda. Pierdo un rol, por ejemplo, social, y me cuesta ver que lo que gano es trabajar y cultivar mi espíritu. Y esta no es una mera declamación, esto es empírico, porque aquel que lo ha hecho y lo ha vivenciado, y se lo ha permitido, realmente puede dar testimonio del gozo que implica independizarse de muchos condicionamientos culturales e ir más hacia adentro al encuentro de ese potencial que tiene nuestro ser de seguir manifestándose a través de las pérdidas. 

Pérdida, duelo e identidad: ¿Cómo impacta una pérdida en la propia identidad? 

La pérdida y el duelo impactan en nuestra identidad porque, más consciente o menos consciente, nos identificamos con distintos aspectos de nuestra vida, y cuando perdemos, cuando sufrimos una pérdida en alguno de esos aspectos, creemos que hemos perdido nuestra propia identidad. Ejemplos muy claros vemos en la pérdida del trabajo, por ejemplo, ante la jubilación. Para que la jubilación sea un proceso doloroso, un proceso de alto sufrimiento tiene que haber previo a eso una altísima identificación con ese trabajo, por lo tanto, esa pérdida se convierte en una pérdida del ser. Por un lado, no podemos evitar identificarnos. Es parte de la construcción que la vida nos propone. Nos identificamos con la tarea que realizamos, nos identificamos con los vínculos familiares, nos identificamos con nuestro cuerpo, nos identificamos con lo que tenemos. Esto no lo podemos evitar. Lo importante es que sepamos que esas identidades se van a transformar a lo largo de nuestra vida. Va a haber algunas que vamos a perder, va a haber algunas que vamos a recuperar parcialmente, y otras que no. Tomemos el ejemplo del cuerpo. La declinación física es inevitable. No todos la vivimos igual, es cierto. Hay variables genéticas, hay estilos de vida que preservan más o menos cierta capacidad física. Pero en última instancia e inexorablemente, la declinación física va a suceder. Por lo tanto, si nos identificamos con el cuerpo joven, saludable, vigoroso, cuando ese cuerpo decline, no lo vamos a poder acompañar sabiamente. 

Toda pérdida parece requerir un justo duelo. La evolución saludable de un duelo se describe en etapas bien tipificadas: 1. Conmoción e incredulidad, 2. Desarrollo de la conciencia de pérdida, 3. Restitución, 4. Resolución de la pérdida, 5. Idealización, 6. Resolución. ¿En qué consiste propiamente la “Resolución” como culminación del duelo? 

La etapa de la “resolución” en la culminación del duelo tiene que ver con encontrar una nueva forma de vivir que incluya lo perdido. Es decir, poder encontrarle un sentido a esa pérdida, poder continuar la fuerza vital que está dentro nuestro incorporando e integrando lo perdido, como parte de nuestra biografía. 

En innumerables películas y videojuegos, la muerte está representada de manera violenta, macabra y sangrienta. ¿Se puede decir que este “jugar” con la muerte, principalmente por parte de adolescentes y jóvenes, es un modo de abordarla o es más bien un modo de banalizarla y así alejarla aún más como posibilidad real? 

El hecho de que la muerte sea representada en películas y en videojuegos como violenta, acota nuestra percepción de la muerte. Por supuesto que la muerte violenta existe, pero la muerte por definición no es violenta. La muerte es una manifestación de la vida y se manifiesta de muchas maneras. La violencia es una de ellas y por supuesto que es parte de lo que tememos que nos suceda. Entonces, para la juventud, para los adolescentes, que son tan aficionados en alguna medida a esta imagen de la muerte, es necesario mostrarles que no es un sinónimo; que existen otras formas de morir, que ellos pueden incluir y que ellos pueden contemplar y que incluso les puede tocar a ellos o a sus amigos, o a sus seres queridos. 

En relación a la Asociación El Faro

¿Qué motivó la creación de una asociación cuyo lema consiste en el “Acompañamiento en el final de la vida”?

“El faro” surge como asociación civil para poder desarrollar una cultura de acompañamiento. Acompañamiento en fin de vida significa ponernos a disposición para brindar un servicio para todo aquel que esté interesado en prepararse; también para su entorno, también para los profesionales. Nuestro lema es que prepararse para morir es una necesidad. Es importante y es posible. Y esto último, la posibilidad, es lo que nos estimuló y nos impulsó a crear un modelo de acompañamiento y una metodología propia. 

¿Cómo se acompaña a una persona en un camino que a uno mismo propiamente aún no le ha tocado recorrer? 

Un acompañante es una persona que ante todo se reconoce a sí misma con consciencia de finitud. Y si bien no ha transitado aún el final de su propia vida, tiene la capacidad de conectar con quien lo está haciendo desde la empatía y desde la compasión. Empatía como un genuino interés por conocer el proceso del otro. Podemos hacerlo, podemos acompañarlo, porque nos interesa aprender, porque nos interesa estar en presencia de la muerte, entendida por nosotros como uno de los aspectos de la vida, como una fuente de sabiduría, como una gran maestra. Por eso un acompañante puede acompañar. Porque quiere aprender, porque se reconoce aprendiendo. 

¿Hay un conjunto de ideas o una cosmovisión en particular que alienta esta tarea? ¿Cómo se trabaja en relación a los sistemas de creencias personales de las personas a las que acompañan?

Un acompañante honra y respeta la cosmovisión personal de la persona a la cual acompaña. Parte de la preparación para la muerte es encontrar dentro de uno la propia cosmovisión, esos sistemas de creencias personales, percepciones y visiones que cada ser humano tiene, más consciente o menos consciente en relación a las grandes preguntas de la vida: de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde vamos, cuál es el sentido de la vida. Ningún acompañante impone o predica acerca de una cosmovisión en particular. Esto es lo que define nuestro propio modelo de acompañamiento y la metodología que utilizamos. 

¿Quiénes recurren habitualmente a este servicio?

A nuestros servicios suelen recurrir personas que han recibido un diagnóstico médico negativo, personas en edad avanzada y sus familiares que empiezan a sentir la inquietud de abordar los temas que se van presentando de un modo integral, de un modo profundo, de un modo comprensivo. Lo que hemos observado es que muchos se acercan a nosotros porque buscan algo así como un testigo o mediador compasivo que pueda estar allí, escuchando a todos, haciendo puentes de comunicación, acompañando a la persona hacia adentro para que tenga esos diálogos íntimos que tal vez no se permite o no puede realizar en compañía de sus familiares. 

En relación a la pandemia de COVID-19

¿Cómo se vive la conciencia de la muerte en el contexto de la actual pandemia?

En el contexto de la pandemia se ha hecho más presente la consciencia de finitud, porque estamos participando de un proceso mundial en donde permanentemente se nos informa acerca de estadísticas en relación a la muerte. Quisiera recalcar que desde nuestra visión ese modo de informar es carente de humanidad. En los medios se habla de “casos fallecidos” y nosotros sostenemos que son personas fallecidas. De todos modos, es indudable que la muerte se hace presente como amenaza, porque en realidad la tasa de letalidad por COVID no es, en términos estadísticos, alta. Pero el hecho de que esté en los medios está colaborando con que la muerte se haga más presente. 

Tristemente muchas personas no han podido despedirse de familiares que han muerto a causa de COVID-19 ¿Cómo se reconduce el duelo en situaciones semejantes? 

Es cierto que muchas personas no han podido despedirse de sus familiares a causa del COVID y es cierto que poco a poco a medida que pasan los meses se va tomando consciencia y se van presentando protocolos que garanticen la posibilidad del acompañamiento y de la despedida, y también el reconocimiento y la valoración del duelo. No obstante, quisiera decir que por el modo como funciona nuestra cultura antes de que comenzara esta pandemia también había dificultades en el acompañamiento y también había dificultades en la despedida y en los procesos de duelo. Uno de los grandes aprendizajes que ojalá nos deje esta pandemia es justamente la importancia de estar allí para acompañar, para despedirse, para “duelar” de un modo sabio y profundo cada uno según su propia modalidad.

MDNMDN