De un lenguaje incluyente a un diálogo común
Araceli Cruz Martín del Campo
El mundo actual, que permite una comunicación global e instantánea, está uniformando peligrosamente el pensamiento de gran parte de sus integrantes. Algunas ideas erróneas han permeado en la sociedad y definen la actuación de muchas personas que, tal vez sin notarlo, las defienden y obligan a los demás a actuar de la misma forma. Conviene cuestionar si lo que se considera políticamente correcto es realmente lo que creemos y deseamos expresar. Algunos errores de este tipo son:
Lenguaje incluyente
Para evitar discriminar a las mujeres, se ha establecido un lenguaje de género. Por ejemplo, en la página oficial de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres, se indica cómo hay que expresarse para evitar usar un “vocabulario que construye y refuerza estereotipos de género que conducen a la violencia contra las mujeres”.
Así, en una entrevista de radio el entonces Secretario de Educación, Esteban Moctezuma, por evitar hablar de los “estudiantes, padres y maestros” dijo “las niñas y los niños, las y los jóvenes, las madres y los padres de familia, las maestras y los maestros” Al llegar a este punto y después de la tercera vez que lo mencionó, mi atención ya estaba en otro lado. El discurso así elaborado se había vuelto pesado y monótono. Se perdió la fuerza del mensaje.
El error no consiste en querer evitar la discriminación, ¿quién puede estar en contra de ello? sino en la exageración en la que se ha caído. Incluso se ha llegado a proponer que se use la @ como una letra nueva. Así se escribiría “niñ@s” (o en una versión menos radical, “niñes”). Un verdadero atropello al lenguaje.
En español, generalmente el plural en masculino implica ambos sexos. En el Diccionario Panhispánico de Dudas de la Real Academia Española dice: “…en los últimos tiempos, por razones de corrección política, que no de corrección lingüística, se está extendiendo la costumbre de hacer explícita la alusión a ambos sexos. Se olvida que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva…”
Por otro lado, “presidente” es quien preside, independientemente de que sea hombre o mujer, como sería “estudiante” o “cantante”; no se dice “estudianta” o “cantanta”. No puede ser que, para no herir susceptibilidades, se tengan que usar expresiones tan forzadas. Lo verdaderamente importante es que el lenguaje exprese el respeto que la sociedad tiene por todos sus integrantes. No que se pretenda alcanzar esto cambiando la manera de expresarse lo que resulta superficial, artificioso y poco armónico.
Cuota de género
En México, por los próximos comicios del 2021, instituciones de muy alto nivel: el INE, el Tribunal Federal Electoral y los Congresos federal y estatales, han trabajado en el tema de que los partidos políticos deben nombrar a 7 u 8 mujeres entre los postulantes a las 15 gubernaturas de esta elección.
En lugar de pensar en la preparación, el conocimiento del Estado y la capacidad de gobierno que pueda tener la persona que resulte candidata; dejando de lado los méritos personales, se discute sobre cuántas deben ser mujeres, como si este hecho fuera determinante en su futuro desempeño político y administrativo. No se debería juzgar a nadie por su sexo, sino por su experiencia, su trabajo previo y los resultados obtenidos. Pero eso sería una incorrección política y todos, incluidos los medios de comunicación, invierten mucho tiempo en esta discusión que distrae de lo esencial. Además de que la cuota de género no implica directamente la igualdad de salario, otro tema que debe considerarse para evitar discriminaciones.
Geometría política simplista
Se habla de derecha y de izquierda políticas. De estos conceptos cada quien tiene una definición diferente y muchas veces se hacen bloques de pensamiento que parecería deben ser aceptados en su conjunto, sin cuestionar o profundizar en las ideas ni dejar espacio para tomar posiciones más complejas y realistas.
El error consiste fundamentalmente en que estamos obligados a tomar partido y que a veces, la historia personal, más que las propias creencias, determina de qué lado estamos.
En términos políticos, tal parece que las sociedades de muchas democracias están divididas en “ustedes” y “nosotros”, dos grupos aparentemente irreconciliables, que se acusan mutuamente de tomar decisiones equivocadas.
Estas apreciaciones simplistas generan un rencor social que se manifiesta en la forma de expresarse de los que “no son de los nuestros” y del trato que se les da. En algunos países estas diferencias se han exacerbado, llegando a extremos peligrosos. Parece que no somos capaces de comprender las buenas intenciones del otro ni de aprender a dialogar escuchando.
¿Cómo llegamos al nosotros?
Más que insistir en esta situación de desencuentro y antagonismo que vivimos continuamente, quiero recordar dos historias que pueden ayudar a replantear la relación con “los otros”:
La primera, de André Chamson, escritor y soldado. Miembro de la Académie Française, que luchó en la resistencia francesa durante la ocupación alemana.

Chamson recuerda cuando, con una temperatura de 28 grados centígrados bajo cero, a las 7 de la mañana, junto con otros 4 soldados, recibió órdenes de reconocer las posiciones enemigas. Hacía tantísimo frío que, para poder escuchar, destapaba brevemente una oreja y luego la otra, pues de otra forma, se le hubieran congelado. Caminaban en un paraje congelado y solitario, sin señales de vida.
De pronto, uno de los soldados vio un centinela enemigo. Estaba de espaldas como a setenta metros de distancia. Chamson apuntó y “con un ojo cerrado dirigí la visual sobre el cañón de mi fusil hacia ese desconocido cuyo rostro no podía ver, con la mira en línea recta a la nuca cubierta enteramente por el gorro de lana. En el instante en que iba a apretar el gatillo, el alemán empezó a saltar y a mover los brazos como un oso. Sobresaltado, perdí la puntería y abrí ambos ojos. Comprendí que, lo que hasta entonces había sido sólo un blanco, era en realidad un hombre, un hombre como yo, que sufría por el frío como yo, a quien le dolían los pies, tenía las manos entumecidas y las orejas congeladas y que sólo pensaba defenderse del frío… No pesé el pro y el contra, no tuve que tomar ninguna decisión: el cañón de mi arma se bajó por sí solo…”.
Años después, ya en tiempos de paz, Chamson llegó a ser amigo de un alemán cuya nuca le recordaba la del soldado que vio aquella mañana helada por la mira de su fusil y no mató.
La otra historia es el caso de Billy Wayne Sinclair. Un muchacho fuertemente maltratado por un padre violento. Creció en un ambiente terrible de agresión y excesos. Él narra un intento de robo de su juventud “Yo solo quería tomar el dinero y correr. No tenía intenciones de herir a nadie. Supuse que el arma asustaría al dependiente como lo hacía conmigo. Prendí un cigarro y vi que mis manos temblaban…”. Cuando James C. Bodden —un estudiante de preparatoria y jugador de futbol local muy estimado—, que barría el frente de la tienda donde trabajaba, se defendió con la escoba que estaba usando, Sinclair lo mató. Fue condenado a pena de muerte.
“La palabra asesinato dejó una huella indeleble en mi cerebro. Ya no era Billy Wayne Sinclair, yo era un asesino… Sartre escribió: El acto de matar cambia a la víctima en una cosa y, al mismo tiempo, al asesino en un objeto”.
Durante 6 años esperó la ejecución, “En el corredor de la muerte empecé a estudiar derecho, a leer filosofía. Tuve tiempo para la introspección, para ver la vida desde una perspectiva mucho mayor que la que tenía antes de ir a prisión. Cuanta más curiosidad intelectual tienes, más desarrollas una fibra moral. Moralmente empiezas a cuestionarte a ti mismo, a tus propios valores, a cómo se relacionan con otras personas, a lo que quieres ser. Soy un prisionero, pero no puedo ser parte de la mentalidad criminal. Tengo que desarrollar mi propia ética, mis propios valores”.
En 1972, la Suprema Corte de los Estados Unidos abolió temporalmente la pena capital y conmutó la condena a prisión perpetua.
Billy no tenía amigos. En la cárcel conoció a un hombre con el que estableció algo parecido a una amistad. Pero cuando él le dijo que pensaba suicidarse, por no tener esperanza de salir libre, no hizo nada por impedirlo, pues deseaba ser un preso modelo y temió las consecuencias negativas de su posible actuación. Lo dejó morir. Esta muerte le impactó profundamente.
En 1981, una reportera de televisión, Jodie Bell, entrevistó a Sinclair por largo tiempo. Se enamoraron y se casaron por poder. Ella abogó por la libertad de su esposo, pero los familiares de la víctima se rehusaban a dejarlo libre. Finalmente, después de 40 años de prisión, y de serle negada seis veces la libertad bajo palabra, salió libre.
Un día conoció al padre de su víctima: un anciano que había perdido, al mismo tiempo que a su hijo, la fe y la alegría de vivir. Y cayó en cuenta de la gravedad de su falta y de las terribles consecuencias que ésta había traído a la vida de ese hombre.
Ahora trabaja en un bufete de abogados y tiene una vida de calidad y un matrimonio exitoso. En su transformación fue necesario: Ver al otro como persona. Lo que sucedió con su “amigo” suicida. Verse a sí mismo como persona, lo que logró su esposa Jodie. Y asumir las consecuencias de los propios actos. Esto le sucedió con el padre de Bodden, al que pidió perdón profundamente conmovido.

Estas dramáticas historias me hacen pensar que todos, independientemente de nuestras ideas filosóficas o políticas, somos personas valiosas, con historias que muchas veces explican nuestros actos. Siempre hay esperanza de comunicación y entendimiento si podemos ver al otro no como una cosa, un enemigo, un “otro”, sino como una persona tan valiosa como yo mismo.