Recuperar el amor: tres consideraciones para lograrlo

Recuperar el amor: tres consideraciones para lograrlo

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Son tiempos difíciles para amar. Eso podría pensar quien recuerda las maneras de amar anteriores a la pandemia: salidas, bares, cine. Momentos para disfrutar junto al ser amado. Todos extrañamos aquellas sensaciones de emoción. Y, ahora que no las tenemos a mano, es una buena oportunidad para reflexionar si lo que se disfrutaba de aquellos momentos era realmente amor, o era alguna otra cosa. A final de cuentas ¿qué de nuevo se puede decir sobre el amor?

Amar en la posmodernidad es cosa difícil y confusa. Comenzando por la definición del amor. Dos grandes autores contemporáneos  ofrecen una solución a esta pregunta. Por una parte, Jacques Lacan dice que amar es “dar lo que no tenemos a quien no es.” Por otra parte, Zygmunt Baumann apunta que el amor ya no tiene definición y que vivimos el tiempo del amor líquido, en el que privan la intensidad de la inmediatez y la fuga al compromiso. La definición del psicoanalista Lacan significa que el amor es ficción, pues nos enamoramos de la imagen de alguien que idealizamos, y le ofrecemos virtudes y planes que proyectamos, pero que no tenemos. Baumann apunta a que el amor líquido es una vivencia fugaz, en la que los dos que creen amarse, más bien, pasan buenos momentos, pero corren el riesgo de usarse como instrumentos de contento y de placer, sin una finalidad estable, pero eso sí, consensuadamente lo hacen.

“You are now entering Postmodern”
Foto: A. Fajardo

Por ejemplo, podemos ver lo que es socialmente aceptado por la sociedad posmoderna occidental en lo relativo a la vida sexual. Se ve como normal la intimidad que no implica necesariamente fertilidad ni exclusividad, siempre y cuando haya un acuerdo mutuo. De este modo, sobre la intimidad sexual, la posmodernidad hereda la legalidad contractual moderna como un índice de aceptabilidad y rectitud de una acción, más que la consideración de las personas como individuos únicos y frágiles (aunque valiosos), y como totalidad que es fin en sí mismo. Además, aquí se ve más encuentro como temporal y experimental, más que un acto estable de donación. Ahora bien, el consentimiento mutuo no es el único índice de la rectitud de un acto. Hace falta revisar la intención interior, pero más el reconocimiento que se le da al amado como un fin en sí mismo: valiosísimo y no usable, sino amable.

¿Se puede recuperar el amor? Algunos dirían que, en medio de esta cultura actual, esto ya no importa, tanto como tener la experiencia intensa y sabrosa. Otros dirían que el amor es un camino de donación, de crecimiento, y sobre todo, de búsqueda constructiva del bien del otro. Lo cual implica sacrificios, vicisitudes, sinsabores, pero presencia, verdad y sinceridad. Para recuperar el amor en esta época compleja se necesita saber qué es, y una definición clásica siempre está a la mano para ayudar.

Platón, en el Banquete, diálogo amoroso, planteaba que el amor eminentemente es el deseo del bien, ya sea propio o ajeno. Cuando amamos nuestro bien, deseamos nuestra propia plenitud. Cuando amamos el bien del otro, deseamos su plenitud. Esta diferencia entre lo propio y lo ajeno es muy importante, aunque sutil. El amor es deseo, y está bien desear al amado, en tanto él o ella es un bien que puede construir nuestra plenitud individual. El deseo nace de la pobreza existencial, pues nadie desea lo que ya tiene o lo que ya es, sino lo que no tiene o no es.

Sin embargo, ¿qué pasa si este deseo, que es erótico, sólo busca completar la perfección y el placer propios? Sucedería que el amado pasaría a ser un objeto, más que un sujeto. Sería más un “algo” que un “alguien”. Aquí es donde entra la idea del amor como deseo del bien del otro. Ya no del mío propio. Ahora bien, cuando sucede que, en una relación amorosa, sólo uno de los dos ama buscando su propio bien, hay una falta de reciprocidad y hay la presencia del uso más que del amor. Pero cuando los dos se aman buscando su bien mutuamente, ambos son capaces de trabajar por su plenitud y son capaces de donarse a sí  mismos, incluso si su ser, de naturaleza humana, es frágil y falible.

Stencil pareja parisina
Stencil pareja parisina Foto: A. Fajardo

¿Amor serio? Amor en madurez.

El amor mutuo construye, asume la naturaleza frágil y se hace cargo de ella, así, los que se aman se soportan entre sí. Ya no sólo se complementan a través del deseo, sino que esa complementación se vuelve acción transformadora de la vida diaria. Este amor que se transforma en acción, en servicio, en vida diaria, permanece más que las llamaradas momentáneas de la experiencia de un amor líquido. De modo tal que el amor construye un ámbito de vida humana buena, pero se necesitan algunas condiciones individuales para estar dispuestos a consolidarlo. 

La primera de estas condiciones es la madurez emocional. Con ella me refiero a la capacidad de conocer las emociones propias, manejarlas, y exponerlas, de modo que ellas no dominen, sino que sean guiadas. Las emociones son la medida de la intensidad con que el mundo y los otros nos afectan. Es sano tenerlas y saberlas entender y manejar, de tal modo que el amor no sea sólo una emoción, sino que el nivel de las emociones sea el punto de apoyo en el cual él pueda desarrollarse.

Arte callejero París
Foto: A. Fajardo

La segunda es la consideración de que amamos y servimos a personas concretas, no a ideas abstractas. Hace falta saber que es adecuado enamorarse de personas concretas, con cuerpo, fragilidad, dependencia y falibilidad, pero de una novedad única. Las personas son siempre una novedad absoluta en el universo. Por eso no hay valor que se le pueda comparar. A causa de su novedad y riqueza existencial, y a pesar de la pobreza de su fragilidad, el trato a las personas no es digno de considerarse como una mera experiencia, sino que requiere de cuidado profundo y admiración de su novedad personal e individual. Esto implica volver a la ética del fin en sí mismo, pues las personas son siempre fines, no sólo medios.  Esta postura implica la propia pobreza existencial, pero también el considerarse valioso como para contribuir a la excelencia de nuestro amado.  De tal modo, lo opuesto del amor no es el odio, sino el uso, porque el uso no construye la plenitud del otro, sino que toma al otro como medio de un bien propio, sin desear el ajeno, lo cual mata la mutualidad.

La tercera es la capacidad de compromiso a largo plazo. El Uso toma y se va; el amor permanece en las dificultades, porque construye y hace brotar vida en diversos modos. De tal modo, el amor no es sólo sentimiento, sino que es trabajo que necesita de humildad, disciplina y resiliencia, pues el bien del otro no siempre se identifica con el placer de modo inmediato, sino en la consolidación del ser de los dos que se aman: del propio y del otro. 

Así, el amor recto pide discernimiento, compromiso, y la distinción de que lo bueno no da siempre placeres inmediatos, sino vivencia constante.  Por último, el amor le pertenece a los que se atreven a amar, a pasar por este camino de construcción mutua y a los que tengan la intención de apostar su vida a la felicidad que consiste en el encuentro con el bien. Atreverse a amar es decidirse a  vivir una aventura que busca el sentido de la existencia, pero, sobre todo, a ser feliz.

MDNMDN