Ha causado cierto escándalo el vestido de novia de Kourtney Kardashian, diseñado por Domenico Dolce y Stefano Gabbana, pues incluye, entre los elementos decorativos, un maravilloso encaje con la imagen de la Virgen María. ¿Ofensa premeditada?, ¿blasfemia?, ¿burla o ridiculización? Son algunas de las inquietudes que atormentan el alma de los ofendidos.
Personalmente soy muy devoto de la Virgen María, y me duele que su imagen se utilice con cierta superficialidad. Sin embargo, no considero que el vestido de novia de la Kardashian tenga una intencionalidad ofensiva. Pienso que aúna, en una magistral ejecución artística, una fuerte dosis de superficialidad, falta de pudor y pérdida del sentido de lo sacro; todos ellos pecados, no de Kourtney Kardashian, sino de nuestra sociedad postmoderna. Sencillamente Kourtney no es sino hija de su tiempo, y estos tiempos, dolorosamente, lo repito, son así.
Domenico Dolce y Stefano Gabbanna. Foto: Renan Katayama.
Vamos analizando este juicio por partes, para que se comprenda mejor la crítica subyacente. ¿Por qué supone una falta de pudor? Porque junto con el maravilloso velo de la novia, de varios metros de longitud, Kourney lucía un “minivestido con corsé… inspirado en la lencería italiana de los años 60” (Vogue). Es decir, en términos coloquiales, la novia enseñaba demasiado, sobre todo, si se considera que estaba ataviada además con una majestuosa imagen de la Virgen María. Es decir, aunaba a la falta de pudor, entendido como mostrar sin necesidad diversas partes del propio cuerpo, cargando la atención en los atributos sexuales, el adorno de la más pura de las criaturas. El contraste artístico y conceptual es brutal, pero para quienes somos devotos de la Virgen puede resultarnos algo incómodo.
Esta crítica permite enlazar con el segundo punto: la pérdida del sentido de lo sagrado. Lo sacro o lo sagrado es, por definición, lo que se sustrae del uso común, por considerarse eximio, por hacer referencia a la realidad trascendente, a Dios, en definitiva. Los hombres no debemos dar usos banales a las realidades divinas, como un eco de aquel mandamiento de la ley de Dios: “No tomarás el nombre de Dios en vano”. No tomarás, por extensión, lo que hace referencia a Dios en vano; y la Virgen es Madre de Dios, no debe “utilizarse” en vano. Aquí la Virgen, inspirada en uno de los tatuajes del ahora esposo de Kourtney, aparece como despojada de toda su prerrogativa sobrenatural, para aparecer como un adorno “cool”, provocativo y desafiante. Se busca de intento el impacto, el cual se consigue, por lo cual, la imagen de la Madre de Dios es usada como elemento decorativo y provocador al mismo tiempo.
Ahora bien, antes de rasgarnos las vestiduras, miremos el contexto: un palacete en Portofino, dos auténticos diseñadores que son artistas italianos. Si bien, con un poco de perspectiva, podemos comprender que se trata de un caso más de lo que en Italia en general y en Roma en particular, se conoce como “lo sacro e lo profano”, la mezcla de lo sagrado con lo profano, tan común en Italia. Todo aquel que haya visto la serie “Medicis”, puede darse cuenta de que los grandes mecenas de los artistas, no han sido modelo de virtudes, y que el motivo que plasmaban era mayormente religioso. En ese sentido, quizá el más escandaloso caso del género, sea la modelo de la que se sirvió Caravaggio para pintar un magistral cuadro de la Dormición de la Virgen. Se trataba de una hermosa prostituta encontrada muerta en el Tiber, lo que en su momento escandalizó comprensiblemente a más de uno, pero que, con el paso del tiempo, pasada la tormenta, nos ha dejado plasmada una hermosa obra de arte, fuerte y realista en su interpretación.
La Dormición de la Virgen. Caravaggio.
Por último, la superficialidad. Va hermanada con la pérdida del sentido de lo sacro, de lo profundo. Lo que cuenta es la epidermis, lo que siento en el momento. Kourtney planteó su boda como un cuento de hadas; la Virgen era parte del programa, porque así llamaba la atención sobre su boda. Lo ha conseguido y aquí estoy yo haciéndole eco a su capricho. Pero pienso que nos deja un maravilloso velo de novia, que ojalá alguna novia pueda utilizar, en un matrimonio religioso, primero, único, para siempre, que sea sacramento, donde no desentonaría en lo absoluto, sino que vendría a rubricar con el arte la sacralidad del misterio matrimonial.
La palabra sagrado viene del latín sacrum facere que significa ofrecer una víctima u ofrecimiento, la misma raíz que la palabra sacrificio. Violentus es un adjetivo que define a aquél que actúa con mucha fuerza.
Existe una relación entre la violencia y lo sagrado: la víctima que unifica a una comunidad, el asesinato fundador que cohesiona el imaginario colectivo. Una vez que la violencia se desata, la paz, en una comunidad se restablece en el momento en el que una víctima -un chivo expiatorio- es sacrificada.
El filósofo francés, René Girard, propone que la violencia es mimética lo que significa que es un comportamiento que puede fácilmente copiarse y multiplicarse. En el caso de una lapidación (sin importar el motivo) lo difícil es arrojar la primera piedra, pero una vez que una piedra es arrojada le siguen las demás con ligereza. Cuando una víctima es inmolada, se espera que la paz en la comunidad regrese. Las víctimas van desde animales, como el cordero sacrificial en el Templo de Jerusalén, hasta seres humanos como es el caso de los rituales prehispánicos en los que se ofrecían corazones, doncellas e infantes para solucionar las sequías, eliminar pestes y ganar el favor de la deidad.
Según la teoría de Girard, en las relaciones interpersonales encontramos dejos de violencia que a su vez se sacralizan y se funda una nueva cosmovisión.
Analicemos el fratricidio de Abel y Caín (Gn. 4). Abel era pastor y Caín labrador y cada uno ofrecía a Dios parte de su trabajo. Abel ofrecía a los primogénitos de su rebaño, y Caín ofrecía los frutos que recogía, sin embargo, la oblación de Caín no satisfizo a Dios. ¿Por qué? ¿Acaso porque Dios es un ser violento que prefiere la sangre? En realidad no. Abel y Caín son un símbolo, una imagen teológica del Éxodo, y como todo símbolo, tienen un significado que debe ser develado, sin agotarse completamente. Abel representa el tiempo del desierto, en el que el pueblo era fiel a Dios, mientras que Caín remite a la entrada en Canaán, cuando el pueblo ya no es nómada, se vuelve labrador e infiel.
¿Por qué un sacrificio es adecuado y el otro no? Porque el sacrificio del tiempo de desierto se hacía desde la fidelidad y confiando en la providencia divina; por el otro lado, el sacrificio del establecimiento, de los labradores es infiel porque se ha olvidado la confianza en la providencia y entra en contacto con ídolos. Además de que el segundo ofrecía aquello que le sobraba.
Paloma de la paz. Banksy en Belén. Foto: A. Fajardo
Una vez que Caín asesina a Abel, Dios le pregunta: “¿Dónde está tu hermano Abel?” y Caín respondió: “No sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?” Pero Yahvé ya sabía lo ocurrido y lo maldice: “Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra”.
El avance del mal se nota desde la respuesta insolente de Caín. Su corazón comenzaba a endurecerse y, al trastocarse la relación con Dios, se trastorna también la relación entre los hombres y el mundo; la tierra será más difícil de labrar y por la culpa vivirá errante. Caín le responde que tendrá que ocultarse de la presencia de Dios y que al convertirse en vagabundo cualquiera podrá asesinarlo, pero esto no ocurrirá así porque: “Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces. Y Yahvé puso una señal en Caín”. Con la marca, la ley del Talión es cancelada y aunque Caín será castigado con el destierro, también será protegido porque la proporción del amor es superior a la de la culpa. Dios quiere ponerle un alto a la sangre que promueve la ley de la venganza. Sin embargo, la degradación moral invade al mundo y con ella la violencia.
Y la violencia se adueñó del mundo y parece que va en escala porque al leer las noticias por las mañanas nos parece que nunca ha habido una época tan violenta como la nuestra. Sin embargo, cualquiera pensaría eso de su propio tiempo, que es violento, sangriento y apestado de muerte: tragedias, revoluciones, guerras, regímenes totalitarios, campos de concentración, atentados terroristas y accidentes, sólo por mencionar algunas manifestaciones. ¿Cuánto más puede avanzar la maquinaria de la violencia o llegará el punto en que se detenga?
Quizá la propuesta de Girard no sea descabellada: la violencia y el deseo son miméticos. Deseamos la posesión y los deseos del otro, que deja de ser nuestro hermano, amigo o vecino para convertirse en nuestro rival. Lo que al principio puede comenzar por desear la mujer, el auto o la vida del vecino, pronto se torna en una rivalidad, en la que el objeto deja de ser importante y lo único que nos interesa es una obsesión recíproca de comparación. Los seres humanos somos miméticos, lo que implica que nos influenciamos entre nosotros.
Ahora no resulta extraño que existan los influencers, aquellos que se autodenominan como modelo a seguir e intentan influenciar los deseos de sus seguidores; un rival abstracto del que desearíamos tener su belleza, posesiones y estilo de vida. Aunque los influencers son una figura más abstracta, no debemos pasar de largo este fenómeno, porque desencadenan una mímesis aunque en ese momento no se perciba la violencia.
Mural de la activista Leila Khaled en Belén. Foto: A. Fajardo.
Algunos ejemplos esclarecedores son los asesinatos de famosos por la mano de un fanático: Gianni Versace por Andrew Phillip Cunanan, John Lennon por David Chapman y Selena Quintanilla por Yolanda Saldívar.
Parece contradictorio que alguien pase de la idolatría al asesinato y adentrarse en la mente y motivos de un asesino es complejo. Por aventurar alguna teoría, siguiendo la línea de Girard, el modelo a seguir se convierte en un antagonista al grado de que para poseerlo terminan por eliminarlo y solamente tras el acto violento los dos nombres quedan ligados. Aunque el famoso ya es una figura pública, el asesino salta por un momento a la misma esfera y se funda un nuevo mito a partir de la violencia, se sacraliza.
La fuerza mimética desata la violencia e incluso puede aumentar proporcionalmente; en la propuesta de Girard, desemboca en la selección de una víctima que se convertirá en el chivo expiatorio que posteriormente será sublimado. La violencia que padece el chivo expiatorio se convierte en un sacrificio que puede generar instituciones religiosas y culturales que se expresan en ritos, mitos, prohibiciones y movimientos. La víctima, que en un principio tiene rostro y nombre deja de ser un signo para convertirse en un símbolo, se desdibuja un poco su particularidad para entrar en el terreno de la universalidad y así la identificación con la víctima sea posible. La cruz como instrumento de tortura se convierte en el símbolo de la salvación y de identidad cristiana.
Niños y armas. Streetart Berlín. Foto: A. Fajardo.
Cuando miramos un 43 pensamos en los 43 desaparecidos de Ayotzinapa; las cruces rosadas nos interpelan con los feminicidios en Ciudad Juárez; la impactante imagen del metro colapsado en la Ciudad de México nos recuerda a aquellos que volviendo de trabajo ya no llegaron a casa; el hashtag #BlackLivesMatter se intensificó con la muerte de George Floyd. Y así las víctimas se convierten en el propio símbolo de su lucha y mito fundador con orígenes violentos.
Girard afirma que “la reutilización del asesinato es la primera y más fundamental de las instituciones, la madre de todas las demás, el momento decisivo en la invención de la cultura humana”. Lo que implica que sin el primer paso de la violencia, la víctima no se mostraría, no se convertiría en un símbolo, no sería sagrada y no cohesionaría a la sociedad.
Es difícil luchar contra la mímesis violenta y sus estructuras, en la que viviríamos el todos contra todos, el hombre como el lobo del hombre y las dicotomías separatistas. Debemos ser conscientes de que en algún punto incluso nosotros mismos podemos estar en el ojo de la violencia, ser arrastrados por su torbellino y que cualquiera puede convertirse en víctima. Aunque ante un acto violento clamamos justicia, la total compensación es imposible, porque la sentencia no te regresará a tu hija. Y sin embargo es necesario que exista al menos la justicia en un plano jurídico.
La violencia está ligada estrechamente con el poder, en alemán el término Gewalt significa violencia y otra de sus acepciones es el poder sobre una víctima o un tercero. Y en ese sentido también hay una relación entre la violencia y la política. Walter Benjamin afirma que la violencia tiene dos funciones: fundar y conservar el derecho. En Hacia una crítica de la violencia, Benjamin señala que la violencia es un medio por lo que debe juzgarse a partir de la legalidad (no de lo que es justo o injusto). La violencia como marco del derecho es un medio para responder a otro hecho injusto, por ejemplo las huelgas de los trabajadores ante las malas condiciones; o las manifestaciones en Colombia ante la reforma tributaria, aunque hay que destacar que en este caso se desató la mimesis violenta. En ambos casos, la violencia pudo modificar una situación jurídica; los trabajadores obtuvieron beneficios, y el presidente Duque declaró que dará marcha atrás a la reforma… aunque claro, la violencia en las calles continúa.
Los estados temen a la violencia que instaura un nuevo derecho, pero tienen que reconocerla por la presión y evitar la amenaza de que el estado sea eliminado o sustituido. Sin embargo, la violencia en la política, especialmente, en un estado democrático, es el signo de la degeneración de la democracia porque ya no resulta tan fácil establecer hasta qué punto la violencia, en tanto que medio, está fundando o conservando el derecho.
La atracción por el mal y la violencia no es algo nuevo, cada época ha tenido un toque violento, que se acentúa cuando posee a las masas. Las masas surgen de una sociedad atomizada, solitaria y con una estructura competitiva, en la que el individuo se comprende a sí mismo como perteneciente a un movimiento o clase, sin realmente identificarse con el otro. Las masas son un recurso importante para los movimientos y regímenes totalitarios que usan la violencia para dominar.
Revolución y paz. Mural en Varsovia. Foto: A. Fajardo.
Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo señala que mientras la propaganda adoctrina a las masas, la violencia instaura la ideología, por lo que la propaganda es el instrumento para interactuar, a la vez que el terror y la violencia son la forma de gobierno. El terror realiza las leyes del movimiento totalitario y elimina toda acción espontánea; sacrifica la individualidad, las partes, en aras del todo. Los pilares del totalitarismo son: la conversión de los individuos y grupos en masas; el adoctrinamiento propagandístico e interpretación general y arbitraria de la ley; y la dominación por medio del aislamiento, el terror y la violencia. Pero el terror no mueve a la acción ni a un comportamiento moral, de ahí que los movimientos totalitarios sean esencialmente violentos para justificar e instaurar sus leyes.
Un estado en el que la violencia y el terror se utilicen como medio de control es peligroso y antidemocrático, porque aunque hasta cierto punto, funde y conserve el derecho, debe evitarse el estado de excepción en que el autoritarismo policial y militar tengan la última palabra.
Con la violencia no se dialoga, no escucha razones y es preciso encontrar medios no violentos. No podemos vivir llorando muertos y el estado debería luchar diariamente por la justicia y la paz, para gobernar ciudadanos y no cementerios.
Un mundo sin violencia y víctimas es utópico, pero es preferible padecer la violencia que causarla. Una sociedad puramente violenta y ciega está condenada a la perdición. En la violencia debe encontrarse algún sentido, no solamente para paliar el dolor que provoca, sino porque es preciso luchar contra la indiferencia. Una sociedad más justa se une ante la tragedia y no permanece indiferente ante el dolor humano. A la sangre no se responde con más sangre, porque ante la pregunta ¿dónde está tu hermano? No podemos responder ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?
“Entre otras cosas, la religión es también investigación: investigación sobre, conducente a teorías acerca de, y acción a la luz de… la experiencia no sensible, no física, puramente espiritual.”
Aldous Huxley
Desde que el ser humano se concibe como homo sapiens, incluso ya desde el homo erectus, ha estado estrechamente ligado al núcleo de lo trascendente, su inquietud hacia la incertidumbre de la vida y el mundo que habita no ha mermado hasta nuestros días, ni lo hará en escenarios futuros. Las grandes preguntas que surgieron en las mentes de nuestros ancestros son las mismas preguntas que hoy en día seguimos haciéndonos, y es justamente en este marco de pensamiento en el que podemos asociar al ser humano con la esfera de lo divino. Debemos aclarar que, para explicar este fenómeno único e intrínseco en el hombre, existen varios términos que bien podríamos asociar, como santo, sagrado o espiritual, sin embargo, cada uno de estos conceptos tiene una carga y un marco histórico distinto, por esta razón es preferible utilizar un término que ofrezca un sentido más universal: lo divino.
Lo divino nos remonta a un poder trascendental y su manifestación en el mundo, aunque no por ello se presupone la existencia de uno o varios dioses; a su vez, también puede ser relativo a deidades sin hacer referencia a una religión en específico, pero sí a ciertas prácticas o cultos que los seres humanos llevan a cabo para relacionarse con la vida misma. No pretendo analizar una religión en particular, sino más bien al sentido religioso que es tan propio de lo humano, lo divino nos brinda la posibilidad de explorar este sentir sin ninguna connotación dogmática. Lo religioso se puede explorar desde dos perspectivas: la antropológica y la etimológica.
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Nos dice Julien Ries que desde el homo erectus el ser humano ya era poseedor del fuego, lo cual representó un gran paso en la historia humana porque este elemento fue la primera fuente de energía dominada por nuestra especie, lo que se reflejó en las relaciones familiares y sociales como religiosidad, pues ya se pueden rastrear algunos rituales relacionados con el fuego. También podemos hablar de una creencia después de la muerte, puesto que se descubrieron cráneos mutilados que evocan rituales relacionados con este acontecimiento. Es decir que, desde muy temprano en nuestra historia, el ser humano ya se identifica con un sentir religioso que tiene que ver con la vida, la muerte y la técnica. Quizá la relación más estrecha entre la especie humana y lo divino encuentra su núcleo más allá de nuestro horizonte: en la bóveda celeste.
La internalización de la bóveda celeste implicó en nuestra especie un crecimiento psíquico, intelectual y religioso, ya que tanto el homo erectus como el homo sapiens poseían una visión bien establecida acerca del cosmos en la que éste funcionaba como el techo de la tierra. La observación del cosmos, el cielo, los amaneceres y las puestas del sol, el movimiento que da paso a las estaciones, la sucesión del día y la noche, entre muchos otros fenómenos encaminaron al hombre hacia un pensamiento religioso. Relacionar la naturaleza con lo divino es el efecto de las grandes preguntas ontológicas a las que seguimos buscando una respuesta. En este seno surgen los mitos, sobre todo los cosmogónicos y los que tienen que ver con el origen, que reflejan ya una memoria religiosa en la que la trascendencia es parte fundamental del conocimiento de la vida. Lo religioso, no hace referencia a un culto en particular o congregación, sino al motor inherente del hombre que lo conecta con el mundo que habita y que comienza a descifrar.
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Citando a Francisco Diez, lo que entendemos por religión tiene mucho que ver con el «nosotros», con la identidad que se enseña y se construye socialmente, por lo que tendemos a definir la religión según las pautas que nos marca nuestra cultura.
Pero el fenómeno religioso adopta formas muy variadas, por lo que definirlo parece una tarea imposible, pues el significado sobrepasa a la definición, de modo que debemos permitirnos la apertura hacia la comprensión de su universalidad. El sentido etimológico de la palabra nos ofrece esta apertura.
El concepto de religión tiene dos acepciones que provienen del latín, religare y relegere, una ofrecida por Cicerón y otra por Lactancio, el primer término debemos entenderlo como «estar ligado o sujeto a» y el segundo como «reunir de nuevo»; ambas acepciones, por tanto, nos revelan una experiencia de vida que está llena de sentido para el que la experimenta, no hay un abandono de la realidad, sino una manera cuidadosa de comprender la naturaleza a través de una o varias figuras trascendentes, que pueden ser deidades o no, y que son las que sostienen al mundo:
“Religare tendría que ver con el territorio íntimo de piel para dentro, relegere se referiría a aquello que crea lazos con lo que está fuera, ya se trate de lo social o, desde una lectura creyente, de algún ser sobrenatural. Esta referencia a la etimología no es mera divagación erudita, ejemplifica que, desde una época remota, quedaba de manifiesto que la religión aparece en dos ámbitos muy diversos, aunque interconectados. Por una parte, el que radica en el interior, hecho de silencios… Por otra el exterior, que interconecta con los demás, se caracteriza por ser expresión, se construye por medio de acción y práctica social…”
Diez de Velasco, Breve historia de las religiones, op. cit., pp. 10-11.
El término religión responde a la estrecha relación que el ser humano ha mantenido, desde que es consciente de su existencia, con el mundo y el cosmos, sin importar la creencia, culto o práctica a la que pertenezca. En este contexto llamamos al hombre religioso y a su relación con lo trascendente lo divino.
Foto: Zac Frith
Esta relación que se presenta tan personal e íntima, el ser humano desarrolla una comunicación dialéctica que se presenta ad intra en primer lugar y posteriormente ad extra: La apertura de la consciencia al mundo implica que el hombre se pregunte quién es, cuál es su lugar en el mundo, cuál es el sentido de la existencia, si tiene un lugar en el cosmos y cómo debe relacionarse con éste; cuestionamientos que lo hacen percatarse de su propia humanidad, ad intra, y de lo que está fuera de él, ad extra.
Plantearse proposiciones de esta índole le permiten al ser humano formular un sentido de la vida que quizá no concebiría sin la internalización del mundo como espacio sagrado, ahí donde la naturaleza se presenta como poseedora y encarnación de lo divino, y en la cual el hombre puede desplegar su existencia como individuo pero también como parte de algo que es superior a él y lo rebasa.
El hombre habita el mundo y sin importar el tiempo en el que se encuentre, se sabe como parte de un cosmos que no logra comprender en su totalidad, necesita vincularse a éste, sentirse parte de él, se siente ligado al cosmos, similar y parte constitutiva. El ser humano se relaciona con el entorno desde la religiosidad, entendida como una orientación fundamental del ser humano, a la que algunos llaman espiritualidad, creencia o filosofía de vida.
La relación entre el ser humano y lo divino es un vínculo intrínseco que lo atraviesa desde sus orígenes hasta nuestros días, y que no sólo responde a la manera en la que el hombre interactúa con el espacio que habita, sino también con su desenvolvimiento dentro de la sociedad a la que pertenece, pues en su reconocimiento frente al otro descubre una conexión que da sentido a la vida, a la muerte y a su propia existencia.
Oración
Ric Rodrigues
Sin importar el tiempo o el lugar en el que el ser humano se encuentre, éste concibe la realidad como algo que nunca termina de asir y que, aunque tengamos respuestas que aparentemente son lógicas y verdaderas, el misterio de lo sobrehumano y trascendente permanece. El cosmos es un espacio divino que nos permite desdoblarnos hacia dentro y hacia fuera repetidas veces y sin fin en un ejercicio de contemplación acerca de nuestro valor en el mundo y nuestra razón de ser.
El término homo religiosus, hombre religioso, no responde al creyente de algún dogma o al practicante de alguna corriente espiritual, sino al género humano en su totalidad, como ser que se vincula de manera simbólica primero consigo mismo y, posteriormente, con el mundo, los astros y lo que está más allá de su propio entendimiento. En tanto que las preguntas ontológicas fundamentales de nuestra especie sigan sin obtener una respuesta satisfactoria, incluso científica, nuestra vinculación con la trascendencia seguirá arraigada a un espacio que ya hemos establecido como divino y sí, también sagrado.
Nuestra propia existencia se nos presenta como sobrenatural, como el mayor de los misterios jamás resuelto, pero que esconde su respuesta en las manifestaciones de la naturaleza proyectada hacia el cosmos y alojada en nuestro interior.