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El 2023 es un año electoral en Argentina. Eso significa que todo el país entra en un indescifrable suspenso que se cierne sobre todas las cosas. El destino general de todo un pueblo, su proyección política y social, como así también todos sus planes personales, sus cálculos financieros, sus decisiones a largo, corto e inmediato plazo, sus conversaciones cotidianas, sus ánimos diarios, hasta el interior de su vida íntima, incluyendo sus frustraciones y sus deseos, todo se ve supeditado por lo que pueda llegar a suceder en las elecciones. Este año se renuevan los cargos de la Presidencia Nacional, de parte de los Diputados y Senadores del Congreso de la Nación y de varias gobernaciones provinciales e intendencias municipales, entre otros. Y de eso pareciera depender todo.
El domingo 13 de agosto se efectuaron las votaciones primarias, las llamadas PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) a fin de elegir previamente las candidaturas para competir en las elecciones generales del próximo 22 de octubre. Un extraño recurso preelectoral en el que muchos partidos presentan un único candidato, o sea se vota para elegir entre no opciones, o bien, los partidos que sí presentan opciones, encuentran una ocasión para exponer obscenamente sus irreconciliables diferencias internas y la puja de sus intereses personales (y los de los privados que financian a cada quien).
Si bien este año en Argentina se cumplen 40 años ya del regreso de la Democracia, el ejercicio del derecho al voto sigue siendo obligatorio. Sin embargo, según datos oficiales, la participación en las PASO fue sólo del 69%, lo que significa que cerca de 11 millones de argentinos se abstuvieron de votar. Desilusión, hartazgo, apatía son algunas de sus causas en un país que vive en estado de crisis crónica. Desde que tengo memoria, Argentina está en crisis: crisis económicas, crisis políticas, crisis sociales, crisis de representación, que en sus fundamentos son efectos de la crisis moral de una clase política que se disputa indolente la alternancia en el poder.
En un país en el que el índice de pobreza alcanza casi a la mitad de la población, en las presentes elecciones se juega mucho más que una serie de puestos a cubrir. La falta de expectativas, la ausencia de propuestas sólidas, la mezquindad y mediocridad de la clase dirigente que conducen en definitiva a la suma de todas las incertidumbres, hace muy difícil para muchos tomar una decisión satisfactoria. Más que votar, es más bien botar.
En cualquiera de los casos, alguien tendrá que salir finalmente electo. En vistas a la Presidencia, de más de una veintena de partidos, coaliciones y alianzas presentados, cinco son los que quedaron en carrera. Aunque la elección final se va a dirimir entre sólo tres de ellos. El flamante partido “La Libertad Avanza” (30,04%) se alzó en primer lugar con la figura de Javier Milei. Lo cual constituye una verdadera sorpresa para muchos, aunque también pavor para otros tantos. En segundo lugar, Patricia Bullrich fue la que se impuso en la interna dentro de “Juntos por el cambio” (28,27%). Y en un tercer incómodo lugar, el oficialismo representado por “Unión por la Patria” (27,27%) posicionó a Sergio Massa como su eventual heredero. Si bien la diferencia de porcentajes a nivel partido no es rotunda, marca sin embargo una tendencia significativa ya que de manera individual Milei efectivamente fue el candidato más votado.

El búnker de su partido era una fiesta. En su consagración como candidato ganador, Milei hace su aparición en escena. Desde el estrado representa una vez más su teatral arenga, proclamando vehemente las mismas ardientes diatribas que lo llevaron al triunfo. Palabras más, palabras menos, hay un enemigo y debe ser aniquilado (políticamente hablando, vale aclarar). Un séquito complaciente se hace eco unísono de sus palabras, repitiendo como un salmo ciertas máximas “libertarias”. Hasta que finalmente su garganta se desarticula enardecida en un vibrante grito de “¡Viva la libertad, carajo!”, seguido de vigorosos “¡viva…viva…viva!”
¿Quién puede oponerse lúcidamente a la idea de “libertad”? Sería como oponerse a la idea de “amor”, de “paz” y de tantas otras excelsas palabras. La paradoja en todo caso se abre cuando una curiosa y bien circunscripta idea de libertad es la quiere imponerse de manera excluyente, arbitraria y a los gritos.
Javier Milei es economista de formación. Tras años de fuerte exposición mediática en la que no se privó de entrar en todo tipo de controversia, fue forjando un llamativo personaje con un discurso fuerte y aguerrido, casi feroz, como el del león que porta como logotipo personal, figura de su icónica cabellera. Su orientación ideológica está en línea con el “liberalismo libertario”, pero más le gusta autodefinirse como “anarcocapitalista”, con todo lo que eso pueda llegar a significar. Su carisma se enciende al presentarse a sí mismo como “antipolítico”, en el sentido en que su lucha es contra la “casta” política partidaria tradicional, atestada de maquiavelismos y corrupción.
Asimismo, se expresa explícitamente en contra de la “justicia social”, cuya propiedad intelectual se la adjudica de manera exclusiva el “Justicialismo”, mejor conocido como “Peronismo”, cuya reapropiación actual la encarna principalmente el “Kirchnerismo” o simplemente “Los K”. A quienes acusa de agigantar irresponsablemente al Estado, haciéndolo lastimosamente deficitario y culpablemente clientelista, en vistas de esa pretendida justicia social.

El kirchnerismo es un movimiento político que actualmente ejerce el gobierno en la Argentina, promovido originalmente por el matrimonio de Néstor Kirchner (fallecido en 2010) y Cristina Fernández, quienes, a lo largo de sus respectivas presidencias, han impregnado profundamente la política argentina de las últimas dos décadas. Por eso es que Milei enarbola nuevamente aquel lema que caracterizó la crisis argentina del 2001, previa a la era Kirchner: “¡Que se vayan todos!”. Que se vayan todos los políticos de casta, que se anquilosan en el poder, pero primero que nadie, que se vayan todos los K.
Algo mesiánico, algo “loco”, como indica un viejo apodo suyo, Milei se desempeña desde 2021 como Diputado nacional, cargo desde el cual ha sabido diferenciarse de sus pares por sortear mes a mes el sueldo que cobra por su banca. En la campaña electoral actual, signada por un abismal vacío de ideas, se jacta de ser el único en presentar propuestas programáticas concretas. Las cuales, cuanto más irritantes resultan, más vocifera con exaltada emoción. Uno de sus acting más célebres es cuando explica apasionado la reducción del Estado mediante la eliminación de Ministerios, entre otros ajustes, recortes y detonaciones, aplicando su consabido “plan motosierra”. Son muchos los que coinciden en que el Estado argentino está sin duda sobredimensionado. Pero si, como dice el dicho, no hay nada “más peligroso que mono con navaja”, ¿qué nos espera de un león con motosierra?
Pese a todas las alarmas, los números demuestran que son muchos los seducidos por esta nueva forma de liderazgo. En particular, según muestran los sondeos, los jóvenes son al parecer los más entusiastas. En el contexto de una inflación económica indomable y la persistente y extenuante devaluación del peso, toda perspectiva de futuro se torna incierta. La economía pareciera haberse vuelto una ciencia oculta. Y la poción mágica de Milei es dolarizar de una vez por todas la moneda nacional. Bajo el argumento entonces de que los políticos de siempre, lejos de sacar adelante al país, no han hecho más que hundirlo más y más, por qué no probar una receta que rompa con todo lo conocido. Pero esto no deja de ser una apuesta a ciegas. Temeraria y desesperada.
Milei supo capitalizar la rabia social. ¡Al punto que hasta en la Antártida ganó! La grieta de polarización política que padece la Argentina traza con él una nueva fisura. En su lógica de “uno contra todos” y “todos contra uno”, Milei sería así la voz ultra rebelde de la sociedad, al punto que hasta las izquierdas se ven usurpadas por él en su típica vocación contestaria, siendo él una personificación autóctona de las nuevas derechas.
Dentro de la tríada de candidatos finalistas, Patricia Bullrich es la de mayor trayectoria. Sus orígenes políticos se remontan a la militancia en la “Juventud Peronista”, en medio mismo de los turbulentos años setenta. Hay quienes señalan su vinculación en ese entonces al movimiento “Montoneros”, ala armada de la izquierda peronista; lo cual ella simplemente niega. Tras el golpe de Estado de 1976, perpetrado por las Fuerzas Armadas, se exilia del país hasta el restablecimiento de la Democracia en el año 1983. Desde entonces ha tenido una activa participación en diferentes espacios partidarios. Fundó un partido propio, generó alianzas con otros, hasta fundirse finalmente con el PRO, partido al cual ella llegó a presidir y cuyo principal referente es el ex Presidente de la Nación Mauricio Macri. A lo largo de distintos gobiernos, ocupó importantes cargos ministeriales y legislativos. Durante el gobierno de Macri fue Ministra de Seguridad, donde consolidó su imagen de “mano dura”.

Actualmente en las PASO, dentro de la coalición “Juntos por el cambio”, Patricia Bullrich acaba de ganar la interna frente a Horacio Rodríguez Larreta. Una fiera lucha intestina que terminó hiriendo a ambos precandidatos, poniendo de manifiesto lo endeble de su unión. Una riña entre halcones y palomas, como se ha dado en llamar.
Bullrich es un halcón que siempre fue halcón. Sin embargo, es un verdadero fenómeno de transformación. Los seres vivos completan sus mutaciones de generación en generación. Ella, como verdadero animal político, las completó en vida. Increíblemente, ella es referente hoy de un sector de la sociedad que la hubiera denostado irrevocablemente en sus inicios.
Por su parte, Rodríguez Larreta, actual Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, quiso emular a dos predecesores suyos, quienes desde el mismo puesto al frente de la Capital Federal de la República Argentina, se catapultaron hacia la Presidencia de la Nación. Más proclive a hacer el amor y no la guerra, Larreta realizó un minucioso trabajo de automarketing, en el que se encargó de moldear su perfil de “conciliador”. Hizo uso y abuso de la propaganda de su gestión en la ciudad; pero ni los carriles exclusivos para buses, ni las sendas para bicicletas llegan al interior de las restantes 23 provincias argentinas, como para recibir de ellas generosamente sus votos.
En estas elecciones el oficialismo está representado por la coalición “Unión por la Patria”. A diferencia de otras elecciones en que todo el aparato partidario se mueve en bloque obediente tras un solo candidato, esta vez simularon una interna entre Sergio Massa, actual Ministro de Economía del gobierno de Alberto Fernández, y Juan Grabois, un revoltoso dirigente social que acredita cada vez que puede su cercanía al Papa. Pero para este no había tanta chance, ya que Massa había sido ungido el candidato estrella por la misma Cristina Fernández de Kirchner. Pero Cristina amparó sin embargo también la precandidatura de Grabois a fin de colectar todos aquellos votos K para quienes Massa resultaba invotable, al menos en esta primera vuelta. Es de mencionar que sobre la Vicepresidenta pesa actualmente una condena de 6 años de prisión por corrupción en la obra pública; sin embargo, por sus fueros, no puede ser detenida.
Massa comenzó en la política muy joven. En su carrera tuvo tiempo de pasarse una y otra vez de bando, ocupando distintos cargos públicos y candidaturas. Llegó a ser Jefe de Gabinete del primer gobierno de Cristina, para luego abjurar por completo del kirchnerismo y formar un partido propio, por el cual llegó a candidatearse para Presidente en 2015. Pero las vueltas de la vida lo llevaron ahora a ser el candidato K. Y por eso, la metáfora más obvia es la del camaleón. Un camaléon, al que ya le son muy visibles las capas despintadas de sus distintos camuflajes.

La historia argentina está poblada de animales. Distintos personajes políticos han sido tradicionalmente singularizados con los atributos de muchos de ellos. Desde calificar de gorilas a todo antiperonista, como la de referirse a los K como pingüinos, en este zoológico hubo también un sapo, un zorro, una tortuga, un chingolo, una lechuza, un pavo, un peludo, un tapir, un chanchito, un burrito cordobés, una morsa, un bulldog, un gato, entre otros. Hasta Perón mismo se autodenominó curiosamente como “león herbívoro”.
Las PASO ya pasaron. Ya está. Los candidatos son estos. El pueblo argentino se enfrenta una vez más ante una disyuntiva imposible. Dentro de esta fauna política en la que se encuentran un león, un halcón y un camaleón, ¿a cuál de ellos el electorado le otorgará la navaja de mando?
Muy interesante análisis. Esperaremos los resultados de octubre.
De unos años para acá, hemos visto repetidamente el surgimiento de líderes populistas que toman medidas diferentes a las que se esperan de los políticos tradicionales, en ocasiones para bien pero en otras para mal.
Me pregunto si esto se explica por la decepción de la ciudadanía con los partidos y políticos que han encabezado los gobiernos anteriores, y si este fenómeno tiene relación con el uso generalizado de las redes sociales.
Me gustaría conocer su opinión.
Hola Guillermo, muchas gracias por su mensaje.
Sin duda creo que hay una fuerte crisis de representación, por la cual los partidos tradicionales no responden hoy a las expectativas de la gente en general, sino que son funcionales a sí mismos. El votante pareciera estar al servicio del juego partidario, cuando debería ser al revés. En el caso de Argentina esto se ve justamente en el desarrollo de las votaciones primarias.
Las redes sociales permiten por su parte la aparición de voces emergentes que no tienen cabida en los sistemas partidarios, de tal manera que la gente puede encontrar alternativas nuevas.
Por otra parte, las redes sociales son un nuevo canal de difusión, que empieza a ser más efectivo que los medios de comunicación tradicionales. En la radio, los periódicos y la televisión, más allá de las tendencias particulares de cada uno de ellos, el mensaje es más masivo y uniforme. En cambio, me parece que, a través las redes sociales, los que conocen cómo hacerlo, pueden segmentar con más precisión los distintos públicos, de acuerdo a sus gustos y aspiraciones, y de esa manera pueden llegar casi a personalizar el mensaje a transmitir. Lo negativo de esto es que precisamente por eso se puede lograr un grado de manipulación aún mayor que con los medios tradicionales. Si a esto le agregamos el problema de las “fake news”, el panorama se vuelve mucho más complejo. Y todo esto es algo que los políticos hace tiempo ya están aprovechando.