Llamados a portar el rostro de Jesús

por | Sep 22, 2022 | 0 Comentarios

La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Por p. José Antonio Coronel

“Así, pues, hagamos el bien sin desanimarnos, que a su debido tiempo cosecharemos si somos constantes. Por consiguiente, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos y especialmente a los de casa, que son nuestros hermanos en la fe.”

Ga. 6, 9 – 11.

Debo a una alumna (Tabatha), un libro de Stefan Zweig, que no conocía. Para los cristanos, el  Vía Crucis bien merece el título de esa obra de Zweig con un añadido que expresa adecuadamente su  grandeza: “Los momentos estelares de la humanidad” (el nombre de la obra del genial austriaco no contiene el artículo “Los”).

Desde luego que la estela de la vida del Salvador es la mayor que puede dejarse en la historia, por la sencilla razón de que se trata de la vida del Dios hecho hombre.

Además, la estela de cada estación del Vía Crucis perdura a través de los siglos,  no tanto por los estudios y hallazgos historiogáficos que las van ilustrando, sino por la práctica sencilla de la meditación cristiana. San Josemaría Escrivá se une al modo cristiano intenso, cuando nos invita no solo a pensar, a repasar, sino a vivir la pasión de Jesús.

El martes cuarto de Cuaresma me topaba como todos los años, con esa misma  invitación contenida en un discurso de San Gregorio de Nacianzo (hoy Nenizi, Turquía). Este gran doctor de la Iglesia nos animaba, hace mil seiscientos años, a copiar a Jesús, haciéndonos ofrenda santa. Como sabemos, ese es el sentido grande de la mortificación cristiana: no consiste en hacernos daño; sino en hacer morir los estorbos de egoísmo para ofrendarnos a Dios. Así, realmente será sacrificio: operación que convierte (sacrum-facere) nuestras obras en algo sagrado, segregado, dirigido  hacia el Cielo. Copio a Gregorio:

“Y para decir aún más: seamos nosotros mismos ofrenda, ya que día tras día queremos sacrificarnos y sacrificar todo lo que hacemos”.

Lo inolvidable de su  discurso (la parte práctica) viene a continuación:

“Si eres Simón de Cirene, toma la cruz y síguelo. Si eres el ladrón  y te crucificaron con él, reconoce a Dios para ser un hombre justo…Compra la salvación a través de la muerte”. Como decía un amigo mío, para nosotros, la llamada “mortificación” es en realidad vivificación.

Pero, sigamos copiando al buen ladrón: “Entra en el paraíso con Jesús para que veas lo que has perdido (8) y veas la belleza allí”.  Como si dijera ¡copia a Dimas, y róbate el Cielo!

“ Deja que el ladrón quejumbroso muera afuera con su blasfemia. Mejor, si procuras cambiar su queja blasfema en reconocimiento de la verdad. Dile a Gestas, como le dijo Dimas: ‘nosotros en verdad padecemos por nuestras culpas, pero Éste ningún mal ha hecho’.

Consigue que también él vea a Jesús con otros ojos. Con los de la verdad completa, con los ojos de la verdad amorosa. Que se duela, por haber dañado al hermano… que se duela por haberse olvidado de Dios que es su Padre, que se duela por haber mancillado su pobre cuerpo… que se duela por menospreciar a los demás.

Esa verdad duele, pero es verdad salvadora… cuando mira también al Salvador, cuando escucha esa palabra que sigue teniendo eco en todos los rincones de esta tierra, también en esos rincones infernales donde el ruido quisiera apagarla. Hasta allí puede escucharse la frase: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.”

Si eres Simón el Cirineo (continuemos por nuestra cuenta la recomendación), presta atención al que ayudas, y no le prestes solo tu cansancio y tu mal humor. Compara tu suerte con la Suya, y date cuenta del privilegio que tienes por llevar unos metros de la cruz que Cristo lleva en todos los caminos de los hombres.

Acompaña al enfermo que no tiene compañía, anima a la enfermera que ve personas fallecer en casi cada turno de su servicio. Sonríe al pobre que ha perdido su salario, su trabajo, su modo de sostener a los suyos; y que ha perdido esa experiencia de la propia valía  que nos da un quehacer remunerado.

Y paso al personaje que, después de la Virgen María, más me cimbra por su papel en la pasión.

El relato sencillo de la Verónica, su audacia para irrumpir en la ejecución de una condena, y el premio impreso en su velo, parece apuntar a una leyenda pedagógica: El nombre significa verdadero icono (“verus iconus”, como su equivalente griego Berenice).

La Verónica no aparece en los libros del nuevo testamento. Pero aparece en el ambiente del que nacen esos libros: en la tradición apostólica, en el  apócrifo evangelio de Nicodemo alrededor del año 350.

El personaje cobra fuerza gracias a  la veneración del rostro de Cristo impreso en unos trozos de tela, explicables en su multiplicidad, por los pliegues o dobleces  que se hacen en un velo para darle el uso requerido.

Uno de esos trozos se pone a la veneración de los fieles en una capilla en Roma (Santa Maria in Veronica, que data del siglo VIII; y en el siglo XVI el icono era el tesoro de la basílica de San Pedro — se le aplicaba también el expresivo título de mirabilia Urbis: la maravilla de la Urbe.

Ese tesoro desaparece en el saqueo de Roma efectuado por las tropas de Carlos V. Se cree, con buenas razones, que el trozo fue rescatado y es el que ahora se venera en Manopello.

Catarina Emerich hace suya la noticia antigua de que el nombre original de esa mujer valiente era Serafia. Nombre también muy notable (“ser de fuego”, “ser de luz”) Y fue el desenlace de su gesto lo que le dio re-nombre: Como Simón pasó a llamarse Pedro, así Serafia pasó a llamarse Verónica. En ambos casos por el encuentro con el Mesías.

El poder del relato es genial. Cualquier mujer (en realidad, cualquier persona) está llamada a ser Verónica. A ser portadora del verdadero rostro de Jesús.

San John Henry Card. Newmann muestra la didáctica del Vía Crucis notando cómo el encuentro de Jesús con María (4ª estación) viene seguido de una intervención varonil (5ª, el Cirineo) y de una intervención femenina (6ª).

Me resulta muy fácil contemplar la escena de esta sexta estación. Casi podría emplearme con un cineasta para asesorarlo y llevarla a la pantalla:

Blasfemias, insultos, llantos, gritos, ruido de golpes, maldiciones…  y de pronto, sin pronunciar una sola palabra, Verónica va a ejecutar su tarea. Es evidente que su espíritu no es belicoso. No lleva armas, solo un paño doblado dispuesto a ser desplegado. Va a limpiar el rostro de Cristo. Es una mujer decidida.

El valor de la Verónica supera la tarea material que ella se ha propuesto. Por unos instantes, la expresividad diabólica del odio se apaga, y nadie encuentra manifestaciones  de burla para ese gesto: nadie se ríe de ella.

Precisamente el día mundial de la mujer pensé mucho en ese lance con el que ancianas, niñitas, mujeres, limpian descaradamente la cara de Cristo, en sus hogares, en las redes sociales, en sus ratos de trabajo, de descanso. Nadie realiza esa tarea mejor que una hija de Dios. Nadie les gana a presentar guapo a Jesús.

Reconozco que muchas veces, al confesar a tantas personas, me animo con el ejemplo de las verónicas, y les copio su trabajo. Ya sé que el mejor modo de asear la faz de mi Señor es confesarme bien, ayudar a los penitentes, y animar a muchos a arrancarle una sonrisa a Dios.

Termino, dando gracias a Dios por regalarnos a Verónica.

Redacción

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