[Foto: Cardenal Joseph Ratzinger en Roma, 1994. Fotógrafa: Barbara Klemm]
Benedicto XVI
Reproducimos la traducción íntegra del texto original alemán tomado de:
29 de agosto de 2006
Mi testamento espiritual
Cuando en estas horas tardías de mi vida, miro atrás a las décadas que he recorrido, veo en primer lugar, cuántos motivos tengo para estar agradecido. Agradezco sobre todo a Dios mismo, el dador de todos los buenos dones, quien me dio la vida y me ha conducido a través de toda clase de confusiones; siempre me ha sostenido cuando yo comenzaba a resbalar, siempre me ha renovado el regalo de la luz de su rostro. En retrospectiva veo y comprendo que también los tramos oscuros y extenuantes de este camino eran para mi salvación un que Él precisamente en estos momentos me ha conducido bien.
Agradezco a mis padres, que me regalaron la vida en tiempos difíciles y que padeciendo grandes renuncias me prepararon con su amor una maravillosa casa, que como una luz clara hasta hoy ilumina todos mis días. La fe claridosa de mi padre nos enseñó a sus hijos a tener fe y se ha mantenido como guía del camino en medio de todos mis conocimientos científicos; la piedad de corazón y la gran bondad maternal son una herencia, por la que no puedo agradecer lo suficiente. Mi hermana me ha atendido de manera generosa y con cuidado completamente bondadoso a lo largo de décadas; mi hermano me ha abierto camino una y otra vez con sus juicios clarividentes, con su determinación llena de fuerza y con la serenidad del corazón; sin este continuo y siempre novedoso ir por delante e ir conmigo no habría podido encontrar el camino correcto.
De corazón agradezco a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que una y otra vez puso a mi lado; por los colaboradores en cada estación de mi camino, por los maestros y estudiantes, que él me ha dado. Agradecido confío a todos ellos a la bondad de Dios. Y quiero agradecer al Señor por el hermoso hogar en las faldas de los Alpes bávaros, hogar a través del cual pude ver una y otra vez la luminosidad del Creador mismo. A la gente de mi tierra agradezco que me hayan permitido vivir con ellos una y otra vez la belleza de la fe. Oro para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les pido a ustedes, queridos compatriotas: ¡No se dejen alejar de la fe! Finalmente agradezco a Dios por todo lo bello que he me ha sido dado vivir en las distintas estaciones de mi camino, especialmente en Roma y en Italia, que se ha vuelto como un segundo hogar para mí.
De corazón pido perdón a todos aquellos a quienes de alguna manera pudiera haberles hecho alguna injusticia.
Lo que he dicho previamente a mis compatriotas, lo digo también ahora a todos aquellos, que estuvieron confiados a mi ministerio en la Iglesia: ¡Manténganse fuertes en la fe! ¡No se dejen confundir!
A veces pareciera como si la ciencia —por un lado las ciencias naturales, por otro lado la investigación histórica (especialmente la exégesis de las Santas Escrituras) — tuviera perspectivas incontestables que van en contra de la fe católica. Me ha tocado vivir a la distancia las transformaciones de la ciencia natural y he podido ver cómo aparentes certezas en contra de la fe se desvanecen; cómo tales certezas acaban mostrándose no como ciencia, sino como interpretaciones filosóficas que únicamente en apariencia pertenecen a la ciencia — he visto cómo también la fe en diálogo con las ciencias naturales aprende a entender mejor los límites de las afirmaciones de fe, y con ello su especificidad. Desde hace ya 60 años acompaño el camino de la teología, especialmente el de las ciencias de la Biblia. Y con el cambio de generaciones he visto colapsar tesis que parecían inconmovibles, y que acabaron mostrándose como meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, et. al.), la generación existencialista (Bultmann et.al.), la generación marxista. He visto y veo cómo la racionalidad de la fe ha surgido y surge renovada a partir del enredo de las hipótesis. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida — y la Iglesia, con todas sus carencias, es verdaderamente el cuerpo de Cristo.
Finalmente pido de manera humilde: Recen por mí, para que el señor me deje entrar en las moradas eternas a pesar de todos mis pecados y defectos. Mi oración diaria del corazón es por todos aquellos que me han sido confiados.
Benedictus PP XVI
Traducción: Fernando Galindo para Spes.
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