Una maestra afgana en Berlín: La historia de Maryam H.
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@Spesetcivitas
Afganistán ha estado varias veces en la mira y como centro de las noticas: país clave para la ruta de la seda, régimen talibán, ocupación soviética, guerra civil, invasión y abandono de las tropas estadounidenses, la captura y muerte de Osama bin Laden y el regreso de los talibanes. Afganistán tiene una vasta historia y cultura, que desgraciadamente es casi ignorada e incluso intenta ser borrada por el régimen totalitario. Las ruinas arqueológicas no sólo no son estudiadas, sino que incluso son destruidas en un afán de borrar la memoria histórica, dejando al pueblo en la ignorancia de sus orígenes.
Desde hace años, Afganistán tiene una situación precaria: pobreza, corrupción, guerra, violencia y falta de libertad. Debido a estos y otros problemas más, se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos del mundo para las mujeres.
En una provincia cercana a Kabul, nació Maryam H., una de las pocas mujeres afganas que ha podido ir a la universidad. Maryam estudió para convertirse en maestra y trabajaba en una escuela de su localidad. El padre de Maryam era un hombre más liberal, por lo que permitió que su hija estudiara y fuera más independiente; es la única mujer de su familia que ha estudiado hasta la universidad. La mayoría atiende la escuela hasta los 8 o 9 años. Sin embargo, aunque las mujeres estudien y trabajen, siempre van a depender de un hombre que se los permita. La hermana menor de Maryam no corrió con la misma suerte. Cuando su padre murió, su hermano se convirtió en su tutor y decidió que se quedara en casa a ayudar a su madre y cuñada en las labores del hogar.
Maryam se enfrentó a un régimen retrógrado al estudiar y trabajar, pero también ha luchado constantemente contra los papeles establecidos por la sociedad. En una comunidad que pide sumisión femenina, ella salía con su velo a educar a los niños y ganaba el dinero suficiente para sentirse independiente e ignorar las habladurías. Se dice que el ocio es la madre de todos los vicios, y en efecto, una mala concepción de ocio lo es. El aburrimiento nos hace estar muy al pendiente de lo que hace el vecino. En cuanto nos aburrimos, abrimos Facebook para chismosear lo que otros hacen o al menos los memes que comparten.

En un país en el que casi no hay trabajo y un gran porcentaje de desocupación los cotilleos no se hacen esperar: que si estudia; que si trabaja; que si no limpia bien la casa; que si es mala ama de casa; que no cocina bien; que no es buena anfitriona; que si sale con sus amigas; que si es seria o se ríe; que se compró una blusa nueva con su salario; que no atiende al marido como se debe; que está casada y no ha tenido hijos; que si es buena o mala musulmana e hija. Porque, a fin de cuentas, un pueblo chico es un infierno grande.
Hace casi cuatro años un cerebro se fugó de Afganistán: Maryam y su esposo tomaron un vuelo hacia Berlín y pidieron asilo político. Afortunadamente, no experimentaron una travesía riesgosa, de vida o muerte, como muchos migrantes que, huyendo de la violencia y la miseria, se ahogan en el Mediterráneo. Alí, el esposo de Maryam, vivió durante varios años en Italia por lo que les resultó un poco más fácil llegar a Alemania y pedir refugio. Sin embargo, esto no significa que la vida súbitamente se haya tornado sencilla.
Es un error pensar que el migrante se encuentra en una situación por completo privilegiada, si bien ya no teme que le corten la cabeza, en caso de que huyera de la violencia, tiene otras preocupaciones y tristezas.
No por estar en un país primermundista, de pronto, te encuentras nadando en dinero y con lujos. Quizá la mayor tristeza del migrante, y hablo también por mí misma, es tener el corazón partido en dos: estás aquí, en Berlín, pero también estás allá, en tu tierra (Heimat) y con los tuyos. Y tienes el corazón desgarrado: estás en un lugar donde los tuyos no están y piensas en tus padres, hermanos, amigos y en tu gente. Porque aunque estés en otro lugar, el destino de tu país te sigue importando. El migrante vive con un pie aquí y otro allá.

Hace algunos años conocí a Maryam en el curso de integración, que todos los migrantes que llegan a Alemania deben tomar. En estos cursos, he conocido a muchos migrantes con calidad de refugiados, con historias muy fuertes e interesantes, dignas de una película, de esas que te hacen llorar.
En esas clases, estaba Maryam, con sus hiyabs coloridos y sonriente, inmediatamente nos hicimos amigas. A pesar de las diferencias culturales e historia de vida, compartimos el hecho de ser mujeres migrantes en Alemania; y eso nos permite ponernos en los zapatos de la otra. Cada vez que en los cursos nos preguntaban de dónde veníamos, qué hacíamos antes, por qué estábamos en Berlín y cuáles eran nuestros planes; me sentía un poco avergonzada porque mi motivo puede resultar banal en comparación con los motivos de mis compañeros. No escapé de la guerra y tampoco me jugué la vida cruzando fronteras. Simplemente tomé un vuelo, con un par de escalas, desde la Ciudad de México con destino a Berlín. Ante aquellas preguntas, rompehielos, respondía escuetamente: me casé con un alemán y por eso estoy aquí. Banal o no, ese es mi motivo e historia.
Por el contrario, aunque Maryam tuviera un trabajo, se fue de Afganistán por la violencia y desempleo que azotaban al país. Maryam era maestra y no cabe duda que hacía un gran bien en Afganistán, sin embargo, su tierra no tenía las condiciones necesarias para que ella se desarrollara ahí; y eso es una mayor pérdida para Afganistán que para ella.
El camino del migrante en Alemania es más lento en comparación con los migrantes que van a lugares con un idioma más accesible. Primero, tiene que aprender el idioma y muchas veces tiene que replantearse lo que quiere hacer en el futuro.
Maryam era maestra en Afganistán, pero es muy posible que no vuelva a pararse en un salón de clases frente a los estudiantes. Para ello necesitaría un nivel de alemán muy alto, como si fuera su lengua materna, además de revalidar sus títulos (en caso de que sus estudios pudieran ser reconocidos en Alemania) y muy posiblemente tendría que estudiar de nuevo una carrera para ser maestra. No es imposible, pero es un largo camino. Por circunstancias como esta, muchos migrantes, a pesar de sus estudios universitarios y vocación, tienen que dar un giro laboral drástico al dejar su país. La llegada a un país obliga a reflexionar sobre el futuro, a buscar nuevas pasiones y diversas perspectivas.

Ser migrante no es sencillo, y creo que ser refugiado es aún más difícil, aunque en ocasiones los refugiados tienen más ayudas gubernamentales que los migrantes, al menos en Alemania.
Maryam vivió por tres años en diferentes campos de refugiados. Al principio, pasó seis meses en una casa de mujeres, separada de su esposo. Después los asignaron a un nuevo refugio (Heim), en el que al fin pudieron estar juntos. Tenían una habitación propia y podían utilizar la sala común, los aseos y la cocina. Para evitarle preocupaciones a su madre, Maryam no le contó cómo vivían, y en una video-llamada le mostró la casa de una amiga como si fuera la suya. Mientras en Afganistán, todos hablaban de ella, sobre todo juzgándola porque no enviaba dinero a su familia ¿Pero qué dinero iba a enviar, si vivía en un refugio y sólo tenía los euros necesarios para la despensa mensual? Y si no la juzgaban por su supuesta fortuna, la juzgaban por su bebé perdido, presionando a su marido para que se divorciara de ella y se casara con una mujer que pudiera darle hijos.
Las preocupaciones y tristezas de Maryam eran muchas: el idioma, encontrar un departamento, buscar trabajo, la burocracia, que el marido cediera a la presión y la dejara, el bebé que perdió, la salud de su madre, la escasez de su tierra y recientemente el regreso de los talibanes que pone en peligro la vida de su hermana menor.
Afortunadamente, no todo en la vida es drama. Hace un año le avisaron a Maryam que habían sido elegidos para ocupar un departamento. Al fin tenía un lugar propio, que sí podía enseñar a su madre. Ya no tendría que mentirle para no preocuparla.
Maryam es una afgana moderna, aunque no reniega de su religión y costumbres; estudió, trabajó y se está integrando a la sociedad alemana. Maryam está construyendo una vida en Berlín. Después de mucho tiempo y los cuidados intensivos de un embarazo de riesgo, y soportando la presión social que la apachurraba desde Afganistán, dio a luz a una pequeña.
Hace un par de meses la visité, me sorprendió que me recibiera sin hiyab, por estar en casa y ser de confianza, en seguida me presentó a la pequeña Diana. Un nombre que me pareció más occidental que afgano. Ella me dijo que es mejor así, sin duda la decisión le facilitará las cosas a la bebé afgano-alemana. Aunque para la sociedad afgana lo más deseable es un varón, esas tonterías tienen sin cuidado a Maryam, quien está desbordada de amor y alegría por Diana. La pequeña tendrá el ejemplo de una mujer fuerte que hizo lo que quiso en una tierra llena de prohibiciones, y la pequeña gozará de libertad de ser lo que quiera en un país que no sofoca a las mujeres.

En el exilio judío en Babilonia (586 – 537 a. C.), el emperador Nabucodonosor seleccionó a los intelectuales y a los que podrían ser de utilidad para ser deportados a su imperio, uno de los primeros registros de fuga de cerebros. Qué ironía que alguna vez estas tierras pertenecieron a un imperio que, lejos de expulsar cerebros, quisiera acapararlos.
Lo esperable es que cada miembro de la sociedad mejore la comunidad en que vive, no sólo por el bien propio, sino del país.
¿Qué se espera de una tierra que no ofrece las condiciones para que sus cerebros se desarrollen? Aridez. Así de simple. Alguna razón tendrán para desear que su gente continúe en la miseria, la turbulencia de la violencia y la ignorancia ¿Cuánto bien no habría hecho Maryam en Afganistán? ¿A cuántos niños habría educado? ¿A cuántas niñas habría inspirado a estudiar? Nunca lo sabremos.
Con certeza, puedo afirmar que Afganistán perdió a un miembro clave de su sociedad, que habría colaborado en transformar a Afganistán en un lugar mejor. Porque el bien común se construye a diario con pequeñas acciones. Maryam perdió su patria, probablemente nunca vuelva a pisar Afganistán; probablemente ni siquiera podrá acompañar a su madre cuando muera. No puede ayudar a su hermana, no verá a sus sobrinos crecer y se convertirán en desconocidos.
Mientras que la pequeña Diana crecerá hablando alemán, con algunas nociones del persa, conocerá a su abuela y a su tía solamente de oídas y sin una relación directa con la tierra de sus padres. Junto con la maestra Maryam, Afganistán perdió el abanico de posibilidades que representa Diana, quien sin duda tendrá más oportunidades en Alemania. El impacto de la fuga de cerebros muchas veces alcanza más de una generación.
Maryam tiene el corazón partido en dos, dividido entre Afganistán y Berlín; entre la familia que dejó y la familia que está formando; entre su pasado y el futuro que espera construir.