Se ha hablado mucho en los últimos días acerca de la resolución de la Suprema Corte sobre la supuesta inconstitucionalidad de la prohibición del aborto en México. Nunca dejará de ser un tema ampliamente polarizado entre pañuelos azules y verdes. Independientemente del marco legal que ahora existe en nuestro país quisiera plantear algunas cuestiones importantes a propósito del comunicado que publicó la Conferencia del Episcopado Mexicano el pasado 8 de septiembre.
Me sumo a la invitación que hace la CEM a todos los llamados actores sociales: reflexionar, fuera de la polarización ideológica y política, para llegar a un camino común hacia la solución de las grandes problemáticas que existen alrededor del aborto y la realidad de la mujer mexicana. Además me parece sumamente relevante, hoy más que nunca, formar en una cultura de la vida: de la seguridad, del amor y de la entrega.
Fuera de todos los estudios estadísticos que se han hecho sobre el aborto hay una realidad muy clara: el proceso por el cual una mujer llega a siquiera plantearse abortar es difícil y doloroso. Por eso, como promueve la CEM, hemos de considerar a la mujer que sufre antes de dar nuestra opinión respecto al tema… pero que esto no nos lleve a negar el valor absoluto que tiene la vida del ser humano en el vientre de la madre. Como mujer, me duelen muchos comentarios que he escuchado en la semana. Por un lado, algunas celebran el día histórico en el que México “superó una legislación retrógrada”. También me duelen quienes pierden la esperanza en el país, pues consideran que no hay marcha atrás.
Sin embargo, hemos de comprender qué significa la resolución de la Corte. Me alegro por la claridad del comunicado emitido por la CEM. El cuestionamiento más importante al que nos invita es el siguiente: ¿qué estamos valorando como sociedad? Sumándose a una expresión del Papa Francisco, la CEM afirma que vivimos en una época de «patologías sociales». En este punto estoy completamente de acuerdo. Las posturas que adoptamos tienen consecuencias sociales graves. Este no es un asunto para tomarse a la ligera. La posibilidad de un aborto es muy grave, así como las circunstancias que orillan a la mujer a cometerlo.
Pero hay esperanza. Hay esperanza para todas aquellas mujeres que son violentadas. Hay esperanza para todas las personas no nacidas. Hay esperanza para que México salga de la cultura del aborto y comience una cultura de la vida en la que el marco legal sea lo de menos.
El histórico fallo de la Suprema Corte de Justicia ha dejado sin protección legal a los millones de niños concebidos en tierras mexicanas. No es irrelevante el dato, pues basta constatar el alto número de mexicanos y mexicanas que nacen fuera del matrimonio para observar que a partir de ahora sus vidas peligran, no están protegidas.
No es el momento de caer en lamentaciones estériles, ni de poner el acento en lo frágiles y falaces que fueron las argumentaciones presentadas por los magistrados para respaldar su sentencia. El daño está hecho, de nada nos sirve darle vueltas al pasado, que no podemos cambiar, la actitud constructiva es imaginar el futuro, soñar con un futuro en el que quepan todos los mexicanos y mexicanas, sin ser excluido nadie por estar todavía en periodo de gestación.
Ante esta dura decisión los pro-vida enfrentan dos retos. El primero está en volverse “inasequibles al desaliento” o, como se diría popularmente, “no tirar la toalla”. El segundo reto en realidad es más arduo, pues supone cambiar la estrategia, reinventarse en el nuevo escenario, ciertamente hostil, en el que se encuentran.
No se trata de cerrar los ojos a la realidad, ni de minimizar el inmenso trabajo de filigrana realizado para defender la vida en 19 estados de la federación. No se trata de dar unas palmaditas en la espalda diciendo “ánimo, ¡tú puedes!” Se trata de examinar y discernir cuál es el bien posible asequible en esta nueva situación. Si antes la batalla estaba en las leyes, y en sensibilizar a los congresos estatales sobre el hecho de que la vida humana comienza desde la concepción y que por tanto debe ser protegida desde ese instante, ahora el Poder Judicial ha tirado por el suelo todo ese esfuerzo, ha pateado el tablero con un golpe de estrategia que, dicho sea de paso, ya se veía venir. En efecto, la cultura de la muerte ha ido imponiéndose y su esquema suele ser siempre el mismo: si no consiguen hacerlo por vía parlamentaria, acuden al expediente de la vía judicial. Siempre es más fácil convencer del error a un grupo pequeño de juristas que al grueso del Congreso.
Si la batalla ya no está en las leyes, si no parece viable revocar la sentencia, ¿qué pueden hacer los pro-vida, además de lamentarse? Brindar la batalla cultural. Para ello, tienen un aliado muy fuerte: la ciencia, la embriología, el estudio del maravilloso proceso de formación del ser humano a partir del momento de la fecundación. La filosofía también puede ser su aliada, profundizando en el concepto de dignidad y lo que ello implica. El derecho no, pues ya vemos que se vende al mejor postor, pero sí la biología, al resaltar el valor y el milagro que supone cada vida humana.
“Aborto sí, aborto no, eso lo decido yo” es uno de los eslóganes de las chicas del pañuelo verde. Tomemos el reto que plantean: ahora pueden abortar a placer, no hay frenos ni límites. Nos toca trabajar para que poco a poco vaya siendo la opción menos atractiva. Que no aborten primero porque no se embaracen sin desearlo, pero luego porque no quieran, aunque puedan hacerlo. Que el camino abierto sea recorrido por muy pocas, pero que la inmensa mayoría de mujeres redescubra el valor inconmensurable de la vida humana. Una batalla cultural, en definitiva, un gran desafío, no fácil ni sencillo, pues finalmente el aborto es negocio y hay muchos intereses económicos y políticos en juego.
Los pro-vida tenemos la urgente tarea de reinventarnos, pero “donde está el peligro, ahí está la salvación.” Puede ser una oportunidad maravillosa para que dejemos de ser reactivos y tomemos la iniciativa en el debate público. Abrumando, por decirlo de alguna forma, con los datos duros que arroja la ciencia sobre el desarrollo del embrión, su capacidad de sufrir, la formación de sus órganos, o su sustancialidad, diversa de la de la madre. Por otro lado, la campaña cultural deberá ir contracorriente también, exaltando la grandeza de la maternidad, privilegio exclusivo de la mujer, quizá la acción más grande que pueda el ser humano realizar, el dar la vida a otro ser humano. No verla como un obstáculo a la realización personal, sino como un medio para lograrla, integrándola a su vez con las otras dimensiones de la vida humana, como pueden ser la profesional, la cultural, la social, etc. La batalla cultural de mostrar que el embrión es una maravilla y de que no hay nada como ser madre, para que el camino del aborto sea cada vez menos socorrido.