La revista Spes se une a la pena que embarga a la familia Coronel Salinas, a la comunidad de la Universidad Panamericana y a la Iglesia de México por el sensible fallecimiento del Pbro. José Antonio Coronel Salinas. Y también nos unimos a su agradecimiento por la vida de luz, paz y serena sabiduría del Padre Coronel, quien fue amigo e impulsor de nuestra revista.
In spe resurrectionis.
En el siguiente enlace pueden leer la reflexión que el padre Coronel escribió para el Vía Crucis.

Lector infatigable, curioso intelectual, maestro, amigo, padre. Por sobre todas las cosas, un buen sacerdote, con un corazón muy ancho que le daba el carisma de ser padre espiritual de muchos. Un padre al que se acudía por consejo y consuelo, que siempre tenía tiempo para su hijos, incluso durante la enfermedad. El padre Coronel es un reflejo del rostro de Jesús, en él se cumplió la Palabra “porque cuando soy débil, soy fuerte” (2 Cor. 12:10). Y así en la debilidad y la enfermedad, que siempre afrontó con buen carácter, se podía entrever que esa fuerza, humildad y santidad venía de Dios.
Me alegran los buenos recuerdos con el padre Coronel, quien siempre tenía una buena recomendación de libros y películas, una plática interesante y profunda, y quien no tenía un juicio severo, sino compasivo. Dios le dio un corazón de padre para que fuera un reflejo de su propio amor y los que estuvimos a su alrededor hemos sido, en verdad, muy amados.
El cielo está de fiesta, y él está allá echándonos porras, como siempre decía, hasta que nos volvamos a encontrar.
In spe resurrectionis.

Tengo tres recuerdos maravillosos con el Padre coronel.
El primero y que mas resuena en mi corazón, fue cuando mi papá estuvo internado gravemente en el hospital por más de mes y medio. Alrededor de las 9:00 de la noche, una vez a la semana se presentaba en el hospital vestido con su sotana negra y “alza cuello” a ver a mi papá, como amigo y como confesor. ¡Mi papá y el Padre Coronel Fueron amigos por casi 60 años!
Nunca fallaba a su cita de cariño y amistad. Las enfermeras de terapia intensiva lo conocían y lo dejaban pasar inmediatamente. Nunca nos faltó su apoyo, los sacramentos para mi papá y su sonrisa amorosa.
¡Qué gran consuelo!
Otro recuerdo es Cuando nació nuestro último bebé, le comunicamos la noticia. También le dijimos que estaríamos orando por su Salud.
El me respondió: “ (…) los cristianos tenemos y hacemos mucho contacto con el cielo. Y eso es la historia de la Iglesia y de esa partecita que es el Opus Dei. Quienes mejor lo entienden son los niños, y por eso es una super alegría que nos llegue uno nuevo. Rezo para que en su alma lo sigan siendo siempre.” Se refería a ese ‘contacto con el cielo’.
Mi última anécdota es Posiblemente mi primer recuerdo del Padre Coronel. Éramos niñas, no más de 9 años. Vino a casa a visitar a mi papá y hablando con mi hermana Eileen, le dijo: “ Tu sabes cuál es el origen de tu nombre? “, mi hermana que no tendría mas de 8 años le respondió que no. El le explicó que su nombre viene de “Eirene” o Irene, su origen griego y como lo traducían los romanos significa “paz”.
Por primera vez escuché y entendí que los nombres tienen un profundo significado. Nos enseñó no sólo la raíz etimológica de ciertas palabras, sino la trascendencia del significado de nuestros nombres.
Ya un poco mas grande, este recuerdo me animó a estudiar etimología y varias veces comprobé que el gozaba y disfrutaba de buscar y encontrar las raíces de las palabras.
¡Gracias Padre Coro! (Mariana Vera)
José Antonio fue mi maestro, mi director espiritual y confesor. Sobre todo, fue mi amigo. Iba yo a platicar con él en su oficina de la universidad, o en un centro. Siempre lo precedía su aroma a agua de colonia, y marcaba su presencia su altura. A quien no lo conociera le parecería un sacerdote duro. Sin embargo, generosamente daba su fino sentido del humor, su inteligencia brillante y su trato cercano. La sencilla sotana negra arropaba a un actuario UNAM, generación 1968, y a un Maestro en estadística por el COLMEX. Comenzó dando clases de matemáticas en la incipiente Universidad Panamericana. Terminó impartiendo las de Teología, en una ya establecida casa de estudios.
Estuve en sus clases de teología, también llamadas Antropología teológica. Ahí el padre Coronel mostraba sus gustos musicales: para el tema del exilio hebreo en Babilonia, nos hablaba del Salmo 137 o “By the rivers of Babylon” que interpretaba Boney M. Para el tema del New Age nos ponía la canción “Aquarius” de The 5th Dimension. Ambas canciones, seguro fueron aprendidas en su juventud. Además de esas canciones de los sesenta, hablaba de música clásica. Le gustaba mucho Mahler y también Beethoven. En materia de bebidas, era versado. Prefería el cognac, y siempre daba la bienvenida a los vinos que le regalaban. Decía que le recordaba su época de estudios sacerdotales en el Colegio Romano. Rezaba el oficio diario en alemán, para practicarlo.
Muchas cosas aprendí del Padre José Antonio. De teología, derecho canónico, arte, viajes. Pero lo más importante que me enseñó fue a tener valor. Su ejemplo diario de asumir el dolor físico y la condición humana era un testimonio de que es posible ser valiente. Sin duda fue un hombre generoso que ayudó a muchas personas con sus dotes intelectuales y sacerdotales. Un cuento que nos contaba en clase ilustra bien el sentido de vida que nos enseñó a muchos. Una vez, había un concurso para subir una montaña. Quienes iban a subirlo tenían distintos medios: bicicletas, caballos, camionetas. Algunas personas iban a pie. Evidentemente unos tardaron más que otros en llegar. Pero los primeros que llegaron se llevaron una decepción cuando supieron que ganaba quien hubiera ayudado a más personas a subirse a su transporte en vez de llegar primero. Igual es la vida -decía José Antonio- gana quien ayuda más a los otros, que el que llega más pronto al éxito. Gracias, padre Coronel, por llevarnos contigo en el viaje de tu fértil y santa vida. (Gabriel González Nares)

José Antonio Coronel cambió de residencia
Tengo su rostro muy nítido. Pasaba por una zona transitada de mi casa, hacía bastante tiempo que no venía. Le saludé: don José Antonio que gusto de verle por aquí. Iba ligero, sonrió y me dijo: cómo estás Ana Tere. Abrió una puerta y siguió su camino. Curiosamente recuerdo de ese momento un rostro sonriente, algo luminoso y más joven de la edad que debe haber tenido. Sin lentes obscuros, su figura ágil, atemporal.
En el periódico El Universal, del 22 de septiembre, leí la esquela de Efrén Ocampo y Luz Elena Gutiérrez de Velasco. Se unían a familiares y amigos del Pbro. José Antonio Coronel Salinas. El texto: “Se extrañará a nuestro gran amigo y extraordinario ser humano, recordando siempre su fino sentido del humor que le acompañó hasta el último momento”. Totalmente de acuerdo. Tenía el don de profundizar en temas trascendentes con una lógica accesible y terminar con una idea graciosísima. Así hablaba con sabiduría e impedía la alabanza. Era una normalidad anormal.
El día 21 recibí un sin número de avisos por la muerte del padre Coronel, aproximadamente a la una y media de la mañana. En todos, con distintas palabras, se mencionaba su entrega de hombre santo y sabio. Llevaba algunas semanas internado, incluso hubo solicitudes para donar sangre. Corrió la voz en la Universidad Panamericana donde daba clases y pronto se cubrió esa necesidad.
Le conocí en San Luis Potosí, por los años 80, cuando hice varios viajes por motivos de trabajo. Celebraba la Santa Misa a la que yo asistía, por las mañanas. Fui consciente de ello cuando muchos años después, en México, durante bastante tiempo fue nuestro confesor. Nos identificaba muy bien, cada semana gozábamos con sus meditaciones. No había duda alguna del tema que exponía con profundidad y simpatía. Recuerdo a una persona algo renuente a esas actividades, pero las esperaba con sincero deseo de aprovechar, durante el tiempo que le tocó al Padre Coronel dárnoslas.
Coincidí en clases para una Maestría, con una compañera suya en sus estudios universitarios de Matemáticas. En una ocasión el Padre Coronel nos impartió un tema, ella me comentó por lo bajo, sigue igual, tan sencillo y sabio. “En la universidad cuando no entendíamos algún asunto, preguntábamos a José Antonio quien con gran naturalidad nos aclaraba todo. A la vez, se sorprendía de que acudiéramos a él.”
Palpé su modo profundo de vivir la amistad. Me enteré que un exalumno suyo, muy amigo, tanto que concelebró el día de su matrimonio, acababa de perder a un muy pequeño hijo. Se lo dije, “No es posible, qué barbaridad” contestó y le capté urgido de terminar para estar con esa familia. Luego supe que efectivamente allá estuvo, Vivían en un estado vecino a la Ciudad de México.
A una amiga le avisé de la muerte del Padre Coro, como le llamaban familiarmente sus alumnos. Su hijo era muy amigo de él, pero como tenía varios años de haber egresado, no sabía si le habían llegado las noticias. También celebró la Misa cuando se casó. Era un alumno dotado por encima de la media, eso le causaba algunos problemas más o menos serios. Con un trato constante los superó. La respuesta de ella a mi mensaje: “Mi hijo no sólo mejoró sino conservó y creció en su fe, gracias a él.”
Era evidente que debió tener dolores intensos por herpes en los ojos. Lo único que lo delataba eran sus lentes obscuros. Por lo demás no se resentía el trabajo que realizaba. Al verlo, con frecuencia pensé “quién pecó, éste o sus padres”, para entender la razón de sus dolores. Y no, esa pregunta en este caso era inadecuada. Dios le quiso como un elegido para consolarle en el camino al Calvario. (Ana Teresa López de Llergo)
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