Por Esteban Morfín de la Parra
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Antes que nada, quiero aclarar que este artículo hará referencia en todo momento a los aspectos económicos de los sistemas comunista, capitalista y socialista. No pretendo ahondar en las ideas filosóficas que respaldan y dan origen a estos sistemas, ni me interesa tampoco la nobleza de sus propósitos. Hablaré únicamente del impacto directo que dichas políticas tienen en la creación y distribución de la riqueza en los países en los que se han aplicado.
Al pensar en socialismo inmediatamente lo relacionamos con comunismo, la Unión Soviética, Corea del Norte, Cuba, pobreza, hambre, matanzas, desastre. El comunismo sí es una forma de socialismo, pero no su única manifestación. Es su expresión extrema.
Todo el comunismo es socialismo, pero no todo el socialismo es comunismo. Como ya mencioné, el comunismo es la expresión extrema del socialismo, donde el gobierno es dueño de todo y de todos, controlando las vidas de los ciudadanos en cada uno de sus aspectos.
Al leer a Marx, se entiende perfectamente por qué fue tan popular e incisivo en su época. Sus ideas eran elocuentes y le hablaban directamente a un grupo de personas que atravesaba una época difícil de pobreza y hambruna, con una clase gobernante inepta y despilfarradora, personificada en la figura del zar Nikolai. Cosa curiosa, pues Marx ni siquiera pretendía que Rusia adoptara el comunismo, o no tan rápido como lo hizo.
Marx habla de un mundo donde todos trabajan solamente lo necesario, aportando cada uno su parte, cooperando a construir una gran nación que es una gran familia, donde el gobierno rige como primero entre iguales, como un padre amoroso que vela por sus hijos. Nadie necesita dinero porque el Estado provee para todos. Nadie es más rico que nadie. Nadie pasa hambre. El trabajo no escasea. En papel, suena como un sistema maravilloso. Sin embargo, pasa por alto un par de detalles sumamente importantes: la naturaleza humana y los incentivos.
Me explico. Si bien los seres humanos tenemos sin duda alguna la capacidad de hacer el bien y comportarnos de forma noble, también es cierto que tenemos la capacidad de hacer un mal terrible y comportarnos de la manera más ruin. Teniendo esto en cuenta, las reglas de una sociedad deben construirse de modo que motiven a los individuos a sacar a lucir el lado bondadoso y noble de la humanidad. Esto se hace a través de incentivos. Si el sistema incentiva la corrupción y el crimen, las personas se comportarán seguramente de forma corrupta y criminal.
Hablando entonces de la naturaleza humana y los incentivos, ¿Qué resultado podemos esperar si un grupo pequeño de personas recibe el poder absoluto sobre una nación, su gente, sus riquezas y sus medios de producción, para “administrarlos” en nombre del proletariado? Salvo que se trate de extraterrestres o de santos elevados por encima de todos los demás, lo más natural será que estas personas busquen beneficiarse de su posición, viviendo y lucrando a costa del resto de la población.
¿Qué efecto veremos si, además de esto, le decimos a todos que el dinero ya no es necesario porque ahora el Estado proveerá todo? Una persona normal, al ya no tener incentivos para generar riqueza, pues todo le será entregado y nada de lo que haga aumentará su riqueza, comenzará a trabajar menos y producir menos. Lo mismo para las empresas. ¿Qué motivo tienen para seguir luchando por ser productivas si no pueden gozar de las riquezas que generan? Ninguno. Todo se paraliza poco a poco y comienzan la escasez, la violencia, las represiones, las matanzas y demás consecuencias horribles que millones de personas sufrieron y sufren en carne propia.
Es imposible crear e implementar un sistema basado exclusivamente en buenas intenciones y sentimientos nobles. Al menos uno que funcione. No se pueden eliminar elementos indispensables y naturales como el dinero, la propiedad privada y el libre mercado, todos estos ingredientes fundamentales del capitalismo.
Pero un capitalismo extremo, similar al sistema norteamericano actual, es casi tan malo y destructivo como el comunismo. A nivel matemático, no podría estar más equivocado. Estados Unidos es el país más rico del mundo. Sus políticas económicas a nivel doméstico son sumamente eficientes y motivan de forma excelente la creación constante de riqueza. El gobierno incentiva constantemente a las empresas a seguir creciendo mediante condonaciones de impuestos y facilidades legales. Sin embargo, la mayor parte de esa gran riqueza está en pocas manos, mientras el resto del país batalla por las migajas que caen debajo de la mesa.
Desde inicios del 2021, Estados Unidos enfrenta la llamada Gran Renuncia (the Great Resignation). Millones de estadounidenses han dejado sus trabajos. Tan solo en agosto, 4.3 millones de personas renunciaron a sus trabajos, equivalente a casi 3% de toda la fuerza laboral del país. Los motivos detrás de este fenómeno son y seguirán siendo tema de debate. Algunos dicen que se debe a los estímulos económicos del gobierno. Otros hablan de que se trata de una reacción al estancamiento de los salarios, que se mantienen iguales mientras los precios suben. Hay también quienes lo ven como una consecuencia del estrés provocado por la pandemia, a pesar de la cuál la carga de trabajo para la mayoría de la gente no disminuyó en lo absoluto.

Creo que todo lo anterior es cierto. Me parece también que los empleados en general son cada vez más conscientes de que, al trabajar para una compañía, la mayor parte del fruto de sus esfuerzos termina beneficiando a alguien más.
En un sistema como el de Estados Unidos, cada quién vela por sí mismo. Cuando alguien triunfa, lo hace a lo grande, y no creo que exista otro lugar en el mundo en el que sea más fácil convertirse en millonario. Pero quienes ganan, ganan solos. Quienes están alrededor y debajo no reciben más que salpicaduras de las cubetadas de dinero que empiezan a fluir cuando una empresa comienza a crecer de verdad. Los únicos que verdaderamente ganan son los accionistas y los ejecutivos más altos. ¿Qué motiva esto? Una sociedad individualista, donde si necesito pasar por encima de alguien para llegar a mi meta debo hacerlo sin pensarlo demasiado, o podría perder esa gran oportunidad que se me presenta.
Me recuerda a un casino: la mayoría de los jugadores pierden y unos pocos hacen fortuna, ilusionando a todos los demás y motivándolos a seguir jugando, seguros de que ellos serán los siguientes en ganar. Económicamente es una genialidad. No se me ocurre una mejor manera de motivar el emprendimiento y la generación de riqueza. Pero no dejemos de lado el hecho de que la gran mayoría de los jugadores son perdedores.
¿Vale la pena generar tanta riqueza si solo la podrá disfrutar una minoría? ¿No sería mejor sacrificar un poco la eficiencia en nombre de la equidad y el bienestar general? ¿Qué tanto beneficio real le reporta a cualquier persona, incluido el propio Elon Musk, cada nuevo millón de dólares que genera el multimillonario director de Tesla? Una raya más al tigre; ni él mismo se da cuenta. ¿Por qué no mejor tomar ese millón y repartirlo de modo que beneficie a más personas?
Wassily Leontief, quien recibió el premio Nobel de Economía en 1973 por su trabajo acerca de la interdependencia de los factores y actores económicos en su modelo input-output, decía que una buena economía es como un velero capitaneado con maestría. El viento son las fuerzas de mercado, los intereses personales y empresariales, las tendencias. Son aquello que empuja la economía hacia adelante. Más si se deja el velero a merced de estas fuerzas, no solo no llegará a ninguna parte, sino que posiblemente terminará por volcarse. Es por esto que necesita un capitán y una tripulación que lo gobiernen y dirijan, controlando las velas y dirigiendo el barco hacia su destino.

Bajo esta analogía, podríamos decir que un sistema comunista es como dejar el velero en el puerto, amarrado permanentemente y sin mantenimiento, con una tripulación que no solamente no quiere soltar amarras, sino que agrede a cualquiera que intente sacar la embarcación del puerto, donde terminará hecho una ruina. Del otro lado, tenemos al capitalismo puro, donde el velero se hace a la mar con poca y a veces ninguna intervención de parte de la tripulación, dejando que el viento lo lleve a donde sea; eventualmente naufragando.
Me parece que no estamos demasiado lejos de presenciar el naufragio de Estados Unidos, a menos que la tripulación se decida pronto a controlar más el barco. De hecho, ya más de alguna vez la economía estadounidense ha estado a punto de volcarse por completo en las grandes crisis. Sólo entonces interviene el gobierno para controlar la situación desesperada, dejando caer al agua de la bancarrota y la miseria a cuantas personas sea necesario para mantener a flote la embarcación, volviendo a soltar los controles una vez que la crisis ha pasado.
Voy a usar ahora ejemplos clásicos y controvertidos de economías perfectamente funcionales, que crean riqueza y la reparten equitativamente entre sus pobladores. Hablo de Dinamarca, Finlandia y Noruega. Las personas más ricas de estos países tienen fortunas de 11.7, 5.7 y 10.6 mil millones de dólares respectivamente al momento en que se redactó este artículo. Si bien seguimos hablando de cifras estratosféricas, cualquiera de ellas apenas alcanza a entrar en la lista de las cien mayores fortunas personales de Estados Unidos del 2021 y sumadas no llegan más allá del lugar veintiséis (Forbes, 2021).
Si bien se trata de países mucho más pequeños, con poblaciones minúsculas en comparación con la de Estados Unidos, sigue siendo una señal de una repartición de la riqueza mucho más equitativa que la que se da en la gran potencia norteamericana. Además, para sentidos prácticos, no existe ninguna diferencia entre el poder adquisitivo de Jeff Bezos con sus más de 200 mil millones de dólares y cualquiera de estos millonarios nórdicos.
Volviendo a los números, los últimos coeficientes de Gini medidos para Dinamarca, Finlandia y Noruega son de 28.2, 27.3 y 27.6, respectivamente, mientras que para Estados Unidos, el dato más reciente es de 41.4 (Banco Mundial, 2021).

Elaborada por Esteban Morfín con datos del Banco Mundial
El coeficiente de Gini es una medida de la desigualdad de la distribución de la riqueza. Entre más cercano a cero, más equitativa es la distribución. Entre más cercano a cien, más desigual. Estados Unidos no queda demasiado lejos de países tercermundistas como México (45.4), Haití (41.1) y la República Democrática del Congo (42.1).
Y bien, ¿Qué tienen en común Dinamarca, Finlandia, Noruega y otros países con economías exitosas e igualitarias? Todos tienen políticas económicas socialistas, unificadas en el llamado socialismo nórdico o modelo escandinavo. Este socialismo implica una intervención directa del gobierno en la economía, con un papel clave y primario en la redistribución de la riqueza generada, respetando siempre los principios básicos del libre mercado, con grupos de profesionales fuertemente sindicalizados. No implica la inexistencia de la propiedad privada ni el control absoluto del Estado en modo alguno. Implica medidas como tasas fiscales sumamente elevadas o el manejo por parte del gobierno de bienes y servicios de primera necesidad como la educación, la salud y los espacios recreativos.
Por ejemplo, la tasa de impuestos sobre la renta en Dinamarca es de mínimo 35.5% y máximo 55.6%. Suena exagerado, pero la educación pública es de excelente calidad, los hospitales son gratuitos y de primer nivel, los parques y demás espacios públicos siempre están limpios y bien mantenidos y existen seguros públicos de enfermedad, desempleo y muerte.
Matemáticamente, toda política intervencionista genera una pérdida de eficiencia y, por lo tanto, de riqueza. Este es muchas veces el gran argumento para atacar cualquier medida de este tipo. Sin embargo, ver a Estados Unidos presumiendo su riqueza me hace pensar nuevamente en el velero. Tal vez van muy rápido, pero no tienen un rumbo claro. Si se tratara de una regata, seguramente sería impresionante ver a ese velero ir a toda velocidad, más rápido que cualquier otro, pero no ganaría ningún premio, pues no puede seguir una línea hacia la meta. ¿Para qué sirve mucha riqueza que no se aprovecha? Los veleros socialistas quizá no vayan tan rápido como los de los capitalistas puros, pero van más seguros y cómodos y llegan a la meta.
En pocas palabras, estoy abogando por el equilibrio. Llámelo cada quién como quiera. Capitalismo socialista o socialismo capitalista, es igual mientras nos refiramos a lo mismo. Ni demasiada, ni muy poca intervención gubernamental. Ambos extremos llevan a los países a situaciones de desigualdad económica y social, con una carga enorme de problemas que llegan después, provocando crisis de todo tipo.
No hay que olvidar que la realidad es mucho más compleja e incluye factores de todo tipo, no solamente económicos. Para que una política socialista sea exitosa, el país en el que se implemente debe de tener un gobierno funcional y un estado de derecho fuerte, además de que la cultura y costumbres del país también deben ser afines a este tipo de estructuras, condiciones que de ninguna manera se cumplen en México. Querer implementar medidas socialistas efectivas con el país como está, sería, en mi opinión, completamente destructivo. Pero esos son temas que dan para muchos otros ensayos.
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