Cartas para entender el mundo de hoy

por | Jun 2, 2021 | 0 Comentarios

Por Ana Fernández Núñez

Entender el mundo de hoy: Cartas a un joven estudiante
Ricardo Yepes Stork
Rialp, 1993, 245pp.

«¿Por qué estudiar?» resulta una pregunta complicada de responder. Sin embargo, «¿por qué estudiar humanidades?» parece mucho más difícil. Estudiar una licenciatura de humanidades en el siglo XXI no parece ser, a los ojos del mundo, una decisión acertada. Cuestionarse acerca de la realidad que nos rodea es de lo más natural. Sin embargo, pocos quieren desempeñar esa curiosidad como profesión. Profesión capaz de generar ganancia con la que se puede vivir bien.

Un filósofo español decide escribir diecisiete cartas a un adolescente inquieto, ansioso por conocer el mundo y comérselo. En Entender el mundo de hoy, Ricardo Yepes desglosa diferentes temas de actualidad dirigidos a Carlos, un estudiante de filosofía. A través de las diferentes cartas, Yepes logra desarrollar un esquema histórico-cultural que, a su parecer, configura el mundo de hoy. El mundo al que refieren las cartas es lo que se conoce como el fin del segundo milenio. Aunque han pasado casi treinta años desde de su escritura, podemos encontrar buenos consejos de parte de un profesor hacia su alumno. Consejos llenos de sinceridad y un profundo optimismo sano. No es necesariamente un libro grandioso, es un muy buen libro que me ayudó a darme cuenta de la maravilla de las humanidades. Además, quien estudia filosofía, sabrá de la importancia de encontrar guías para este camino.

Ricardo Yepes fue un filósofo español y gran profesor universitario. Sus enseñanzas sobre antropología siguen llenando las aulas de la Universidad de Navarra; sus escritos permanecen en las estanterías sin empolvarse. Un filósofo que se fue demasiado pronto, por su repentina muerte, a los 43 años, pero que dejó muchas enseñanzas.

En primer lugar, Yepes invita a dejar de confiar en absolutamente todo, dogma marcado por nuestra época y especialmente a desconfiar de aquellos que están demasiado seguros de lo que afirman. Es por esto que exhorta al alumno a practicar la prudencia. Según Yepes esta virtud tendría que ser la principal de cualquier intelectual. Otra virtud, propia del buen filósofo, pero carencia de muchos, es la paciencia. De hecho recomienda que el filósofo debe concentrar muchos de sus esfuerzos en ejercitar esta virtud ya que, si se propone a conocer y a ahondar en la verdad, ha de hacerlo con cautela y tropezando más de alguna vez.

Cualquier maestro que busque guiar a su aprendiz al buen saber, ha de recomendar una amplia gama de bibliografía que pueda acompañar al estudiante —Ricardo Yepes murió a los 43 años, dejó muchos alumnos con afán de aprender más de él, pero dejó sus escritos y un amplio legado entre los jóvenes— ya que los libros de los antiguos o los pensamientos de los modernos son lo que configura, en buena medida, el mundo intelectual de hoy. Platón, Paul Johnson o Isaiah Berlin son sólo algunas de las recomendaciones que el remitente hace a Carlos, o nosotros.

Portada del libro “Entender el mundo de hoy”.

Otra idea central de los pequeños ensayos de Yepes es la concepción que él tiene acerca de la verdad. Abiertamente afirma que no es relativista moral ni filosófico, siendo el relativismo la postura pseudofilosófica más aceptada a finales del segundo milenio, a principios del tercero y hoy. Esto se debe, en buena medida, a los errores cometidos en la modernidad. Estos errores no son buenos o malos, juzgar esa época como un desastre intelectual y humano también se debe a un problema de perspectiva y de expectativa. No podemos desechar la modernidad, pues es parte de nuestra configuración intelectual, cultural y social, pero tampoco se trata de asumir las posturas propuestas allí, o asumirlas del todo por atractivas que parezcan. Yepes ve a la modernidad como una época de cambio y crecimiento intelectual, que llevó al ser humano a su capacidad de hacer grandes cosas. Sabemos las desgracias de la modernidad en sus efectos a lo largo del siglo XIX o XX, pero hemos de aprender de ello para fomentar optimismo, que no deja de tener una dosis de realismo.

Un consejo clave que Ricardo Yepes le da a Carlos es que no se deje guiar por autores que hacen grandes preguntas, pero que dan muy pobres respuestas. En su opinión, Heidegger es un ejemplo paradigmático y debe ser estudiado con la seriedad que merece, pero sin aceptar, como dogma, cualquier cosa que afirma. Las grandes preguntas siempre nos impresionan, pero si falta formación intelectual, se conformará con cualquier respuesta. Hay que optar por una actitud de amor a la verdad. Si se ama suficientemente la verdad, no se temerá el error. Yepes recomienda a intelectuales «menores» como Peter Drucker o Daniel Bell porque, aunque carezcan de ideas originales o verdaderamente auténticas, ayudan para formar la cabeza del joven estudiante. Estas recomendaciones no dejan de lado aquellas lecturas de clásicos, que parecen básicas para toda formación. El peligro del joven radica en querer adquirir todo conocimiento que parezca elevado para satisfacer las preguntas propias o de los demás. Esto es, sin duda alguna, un error que podría ser garrafal como si se construyera una gran plaza comercial sobre una presa.  

Aunado a este sano optimismo, Yepes nos invita a apreciar la realidad ya que esta es aliada, no trampa o miseria. Es el material con el que el filósofo ha de trabajar. Ha de leer y cultivarse en historia y filosofía, pero no se ha de olvidar en ser filósofo de verdad y atreverse a estudiar el mundo que le rodea. 

Carlos, o cualquier joven —o menos joven— ha de entender que los sistemas falibles tienen su encanto. La modernidad no aceptó ningún sistema falible. La tozudez con la que se buscó la certeza absoluta, en mi opinión y la de Yepes, han hecho más daño que bien porque nos han enseñado a no equivocarnos o, lo que es peor, nos han enseñado a creer que en el error está el fracaso y, que en el fracaso no está la felicidad intelectual o afectiva. 

Después de desarrollar el camino intelectual del filósofo, Yepes comienza a explicarle a Carlos acerca de los diferentes problemas, o bien perspectivas, de algunas situaciones del mundo de hoy. La amistad, la esperanza, la empresa y su relación con los individuos, la política, el sexo, el amor o Dios son solo algunos de los ejemplos con los que juega a través de las cartas logrando una argumentación en la que, el centro es el ser humano y su libertad. Este buen antropocentrismo hace que volteemos a ver a su propia vida y se cuestione acerca de cómo vive su vida y relaciones, su esperanza y su introspección, su ser en el mundo y su ser con y para Dios. El intelectual no sólo ha de estudiar a fondo la realidad, sino que ha de buscar vivirla profundamente para no caer en una realidad alterna, en la que los libros y la pluma sean los únicos seres relacionales.

Estas cartas no están dirigidas a los adolescentes del mundo, están para todos aquellos que busquen un aliento para seguir recorriendo el mundo de hoy. Sigue siendo un libro vigente, aunque no deja de ser una introducción al pensamiento en general. Por la polarización de ideas o de posturas religiosas, políticas o morales, quien se sienta alejado de ese mundo, ha de buscar una mano amiga de comprensión que lo ayude a perseverar en su convicción, hilo conductor y conclusión de las cartas. Esta profunda convicción, con la que todos han de vivir su vida, está fundamentada en la libertad, concepto completamente escurridizo y, por ello, capaz de hacer más daño que bien. La capacidad de donar o de contemplar, manifestaciones de la libertad, se han perdido por un afán de autenticidad mal vivida. Sí, está mal visto dogmatizar, referirse a las cosas como lo que son y afirmar solo lo que es políticamente correcto. Esta actitud, ¿qué le está haciendo a nuestros ojos con los que vemos el mundo? En lugar de aclarar nuestra mirada por una supuesta apertura, ¿no está nublándola con lo que opina «la mayoría»? No es tiempo de dejar de pensar, nunca lo será. Esos filósofos, los que se encuentran dentro de cada uno, esos Carlos, han de despertar. 

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