Cinco falacias educativas

por | Ene 30, 2023 | 1 Comentario

Por Fernando Galindo Cruz

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Una falacia es una afirmación o creencia que parece verdadera, pero en realidad es falsa. Después de su salud, el tema que más nos preocupa como padres es la educación de nuestros hijos. Asumimos, con razón, que la educación es quizá el aspecto más determinante para el futuro de un  niño.

Confundidos y agobiados mamás y papás vamos por ahí preguntando opiniones (o recibiendo opiniones no pedidas) recabando historias y recordando nuestras propias vivencias en torno a la educación.

No sé si la elección de la escuela sea tan determinante para el futuro de nuestros hijos como a veces pensamos o tememos; sí sé que una mala experiencia en al escuela pueda dejar cicatrices difíciles de borrar. Me parece sin embargo que de unos años para acá, campean sin refutación algunas falacias respecto a la educación. Y que su permanencia y popularidad atormenta de manera excesiva e innecesaria a muchos padres y madres de familia.

Detecto al menos 5 cinco  falacias educativas: la falacia de control, la de predictibilidad, la de la premura y el “demasiado tarde”, la de la perfección, y por último la falacia del éxito. Las explico brevemente:

La falacia de control: Queremos creer que está bajo nuestro completo control el resultado de la educación de nuestros hijos. Pero ayudar a un niño o adolescente a modelar su carácter es completamente distinto a la mera fabricación de un producto artesanal. El docente y los padres de familia no tienen en sus manos un material que puedan manipular con violencia; no pueden ir en contra de la voluntad del educando. La libertad personal es un límite a nuestra capacidad de control del resultado del proceso educativo. Respetar la libertad de los hijos es indispensable para respetar su dignidad y ayudarlos a que asuman su propia responsabilidad.  

Es imposible controlar por completo el ambiente al que estará expuesto un niño o una niña. Por supuesto que hay que cuidar que tengan el mejor de los entornos posibles; pero siempre encontrarán en su camino malas ideas, malas influencias y malos ejemplos que tendrán que enfrentar y a los que tendrán que responder por sí mismos. Y esa respuesta personal les ayudará a madurar su carácter y a adquirir sabiduría de vida.

La falacia de predictibilidad: Como queremos su bien, pensamos en ocasiones que sabemos con certeza qué es lo que más conviene a nuestros hijos para asegurarles “un buen futuro”, sean clases de chino mandarín, de tenis o de pintura; aprendizajes provechosos por sí mismos, pero no necesariamente fundamentales para el futuro que cada niño decidirá construir. Contrario a predicciones en boga, nadie sabe qué nos depara el futuro ni qué habilidades serán demandadas por el mercado laboral en 5 o 10 años. Mucho menos sabemos qué futuro querrán construir nuestros hijos; no tiene caso por eso tratar de predecirlo. Habilidades que hoy nos parecen imprescindibles, el día de mañana pueden resultar triviales o hasta perjudiciales. Por eso es más importante trabajar en la educación del carácter, a través del fomento diario de las diferentes virtudes, que apostar a ciertas habilidades técnicas de moda. Más allá de hablar, contar, leer y escribir, la mayoría de las habilidades son más o menos prescindibles.  

La falacia de la premura y de “demasiado tarde”: “Si tu hija no aprende tal o cual cosa antes de la primaria…será demasiado tarde.” Avances y tendencias pedagógicas nos han sensibilizado respecto a la importancia de la educación en las etapas tempranas de la niñez, pero hemos llegado a excesos que hacen sentir a los padres que siempre vamos demasiado tarde: Antes de la primaria; antes del kínder; en la etapa prenatal.

“Si tu hijo o hija no aprende un segundo idioma antes de “x” momento, será demasiado tarde.” Nuestra capacidad de aprender se mantiene vigente mucho tiempo después de la infancia, siempre somos capaces de aprender algo nuevo. Más valioso que el aprendizaje de técnicas o habilidades concretas, es el fomento del amor al conocimiento y a la búsqueda de la verdad; y la disposición al esfuerzo y la perseverancia. Esas virtudes sí que conviene cultivarlas lo más pronto posible. Y hacerlo no es ni costoso ni complicado:

Respecto al amor al conocimiento vivimos una bonanza de materiales valiosos, nunca como ahora ha sido tan fácil aprender algo  nuevo. Pero hace falta predicar con el ejemplo y mostrar a nuestros hijos que aprender es fascinante; y promover con ellos conversaciones sobre temas serios y no tan serios; conversaciones que los hagan sentir que los tomamos en cuenta y escuchamos con atención sus preguntas, dudas, críticas y opiniones.

Respecto al esfuerzo y la perseverancia más que la actividad lo difícil es promover la permanencia en la actividad: Es fácil para papás e hijos darnos por vencidos. Cualquier disciplina que vale la pena — artística, lingüística, deportiva o de otra índole —cuesta trabajo de desarrollar e implica justo eso: disciplina. Por eso nos toca como papás animar a nuestros hijos a seguir con sus proyectos y no dejarnos vencer por la apatía o el caos de las actividades extracurriculares.

La falacia de la perfección: “Lo mejor o nada” (Das Beste oder nichts) proclama el lema de una conocida armadora automotriz. Este pretencioso slogan se aplica por error a la educación y arroja a los padres a una carrera sin final para darle “lo mejor a sus hijos o nada”: Ninguna escuela, atención médica, actividad extracurricular es suficiente. Siempre habrá algo mejor. Siempre le estamos fallando a nuestros hijos.

Dos errores hay en esta falacia: Primero creer que se puede definir de manera objetiva y sin error qué es lo mejor en educación, al margen de lo mejor para el niño. Las personas tenemos diferentes talentos, y lo que a unos les resulta útil y atractivo a otros les aburre y frustra. Antes de saber si “tenemos al mejor maestro” o “el mejor método” hace falta conocer los talentos e intereses de nuestros hijos.

Es segundo error es todavía más obvio: pensar que la perfección está a nuestro alcance, si nos esforzamos lo suficiente. Siempre seremos padres imperfectos, educando hijos imperfectos. Parte de la educación de padres e hijos — la educación mutua que se da en la convivencia cotidiana — es aprender a convivir con nuestras imperfecciones. Para participar de una vida doméstica sana y llevadera necesitamos aprender a amar incluso a lo imperfecto; aprender a convivir con nuestras limitaciones y las de los demás; aprender a sobrellevar las frustraciones entre los planes ideales y la terca realidad imperfecta.

La falacia del éxito: Esta es quizá la peor de todas:  El sentido de la educación es asegurar que  nuestros hijos tengan éxito en el futuro. Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de éxito? ¿Éxito profesional? ¿éxito como pareja, como padre o madre de familia? ¿éxito como deportista o como miembro de una comunidad religiosa? ¿éxito en un ámbito intelectual o científico?

Las ambigüedades ineludibles de nuestra noción de éxito la terminan reduciendo a su expresión más burda: éxito como que tengan mucho dinero.  Pero el sentido de la educación es precisamente formar el carácter, intelecto y afectividad de nuestros hijos, para que sean persona libres y responsables. Personas críticas que resistan a nociones tiránicas, arbitrarias y pobres de éxito. Nociones que hacen depender el éxito de factores externos y azarosos, como la fama, la fortuna y el poder. Y que no suelen tomar en cuenta la calidad de nuestras relaciones con los demás: nuestra capacidad de amar, de agradecer y de impulsar el desarrollo de otros.

Abrumados por las expectativas muchas veces fantasiosas, impositivas e incluso torpes de sus padres, no es extraño que tantos niños y jóvenes vivan angustiados y temerosos del fracaso. Los mismos padres no están en una mejor situación, también viven consumidos por la angustia de no hacer lo suficiente.

Por eso debemos resistir estas falacias y recordar que la calidad de la convivencia y el calor familiar son por mucho los factores más importantes para la educación de los niños. Y esos factores dependen del amor entre los padres y la atención y el esfuerzo que pongamos de hacer de nuestra casa un hogar donde nuestros hijos quieran estar, y no un centro de alto rendimiento.

Fernando Galindo

Fernando Galindo

1 Comentario

  1. Christian Ramírez

    El auto es un buenazo. Y además es mi amigo!

    Responder

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