Por Rodrigo Musi
“Uno de los malhechores crucificados le insultaba diciendo: “¿No eres el Mesías? Sálvate, pues, a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le increpaba: “¿Ni tú, que estás sufriendo el mismo suplicio temes a Dios? En nosotros se cumple la justicia pues somos dignos de castigo, pero éste nada malo ha hecho”. Y decía: “Acuérdate de mí, Señor, cuando llegues a tu Reino”. Él le dijo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Después, dando una gran voz, gritó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y habiendo dicho esto, inclinó la cabeza y expiró”.
Lc. 23, 39 – 43, 46.
Esto duele demasiado. Nunca imaginé tanto dolor, comprimido en un momento. Porque, aunque el momento ha sido largo, el dolor ha sido demasiado mayor. Pero no estoy solo, ¿no estoy solo? No estoy solo. Esto está en las escrituras. Yo vine a encontrar mi destino. Pero ay, el dolor. Ay, el sufrimiento. ¿Qué hice para merecer esto? ¿Hablar? ¿Decir cosas? No puede ser. Veo a gente. Los veo ahí, viéndome sufrir, impotentes. Y yo, yo no tengo ni fuerzas para hablar. Para gritar. Pero no debo gritar. Debo mantenerme firme. Firme en mi camino, en mi destino. Esto tenía que suceder. Nadie más ha muerto como yo. Nadie más ha sufrido como yo. Estoy seguro que mi muerte será recordada por años, siglos. ¿Podrá ser olvidada? Se burlan de mí, pero la victoria será mía. Con mi muerte, lo tendré todo. Ay, pero el dolor. Ay, pero el sufrimiento. Es tanta mi agonía, que no sé. ¿Estaré solo delirando? ¿Estaré teniendo sueños de moribundo? ¿Qué pasa? ¿De dónde salió tanto odio a las palabras? ¿A las historias? No tiene sentido. Las cosas no deben de ser así. Ahora lo veo todo claro. Mi muerte hundirá a la humanidad. O la liberará. Pero ay, el dolor, el dolor. El dolor lo nubla todo.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
0 comentarios