Por Alejandro Alí
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Basado en una historia real.
1960 La Paz, Baja California Sur, México.
Al floreciente puerto de la Paz había llegado José Morán Solórzano, originario del poblado de San Sebastián del Oeste Jalisco y radicaba actualmente en Ciudad Obregón, Sonora. José permaneció sus primeros años de vida en su pueblo natal, San Sebastián y posteriormente sus padres, Juan Morán y Emilia Solórzano, se establecieron junto con él y sus otros hijos en la pequeña y antigua ciudad de Compostela Nayarit.
A sus 22 años, por motivos de trabajo, José se mudó al Estado de Sonora, para laborar en el “mariachi águila” de Ciudad Obregón.
De oficio era músico, tocaba la guitarra y vihuela en el mariachi; por tal motivo se encontraba en el puerto de La Paz, ya que había sido contratado para amenizar las fiestas.
José Morán anteriormente había sido aficionado a buscar piedras de cuarzos y pepitas de oro en los ríos y arroyos. Se perdía durante algunos días, para explorarlos junto a los vastos cerros y laderas en los municipios de Santa María del Oro y Compostela Nayarit. En algunas ocasiones encontró el preciado metal dorado, de tal suerte que también desarrolló el oficio de gambusino.
José se hospedó en un antiguo hotel. Después de tocar en una fiesta llegó al hotel cansado. Intentó dormir en el cuarto oscuro, cálido y húmedo. José se encontraba en ese estado entre la vigilia y el sueño: ya no escuchaba los ruidos y su cuerpo descansaba plácidamente, aún sin caer en la profundidad del letargo.
De pronto, sintió que algo pesado se recargaba en la cama. Intentó levantarse, pero no lo logró, su cuerpo estaba en un estado de parálisis y no le respondían sus músculos; solo podía mover los ojos. Después de un gran esfuerzo, por fin, logró incorporarse lentamente, se sentó en una silla un poco extrañado y encendió la luz. En el cuarto no había nadie. Pensó que todo lo que sintió fue tan sólo un sueño.
Al día siguiente fue a caminar durante las horas matutinas por el malecón, disfrutaba del suave viento y la brisa del mar, así como del hermoso paisaje azul del océano. Era una mañana fresca y nublada; las palmeras con cocos ondeaban sus hojas como banderas al baile del aire, las gaviotas rasgaban la tela del cielo con sus raudos vuelos y en la lejanía del inmenso mar se veía asomarse las velas de un barco.
Por la tarde, José Morán, regresó al hotel, se vistió con su traje de mariachi color negro, con adornos de metal plateados, sombrero de charro bordado y botines oscuros.
Se presentó al festejo, junto con sus compañeros del Mariachi las águilas, comenzando su faena como si fuese un gran torero, con “El son de la negra”, canción originaria del Estado de Nayarit y posteriormente llevada al Estado de Jalisco y que al ritmo de violines, guitarra y trompetas cantaban: “♫ cuando me traes a mi Negra ♪ ♫ ♪ que la quiero ver aquí ♪ ♫ ♪ con su rebozo de seda que le traje de Tepic ♫”.
Terminó la fiesta y José Morán regresó al hotel junto con sus compañeros del mariachi. Llegó bastante cansado ya que habían tocado durante varias horas por la tarde y el festejo se había prolongado hasta la noche; se encontraba algo aturdido por el estridente sonido de los instrumentos musicales y los oídos le molestaban y zumbaban por el fuerte ruido de las trompetas.
Se recostó en su cama intentando descansar, durmió durante unas horas y después de un tiempo, en la madrugada, se despertó porque comenzó a escuchar pasos en el patio del hotel. Percibió un sonido como de cadenas arrastrándose, se escuchaba una persona que caminaba por la escalera que daba a la azotea del viejo hotel.
Comenzó a bajar la temperatura drásticamente. La habitación se llenó de frío, era algo extraño porque no era invierno y en ese puerto costero solía hacer mucho calor. De pronto,José, escuchó un sonido fuerte y grave como de un costal o algo pesado cayendo en el patio del hotel produciendo un ruido sordo… ¡Pommm!
José pensó, que quizás la persona que estaba en el patio se había caído de la escalera. Lo que había escuchado parecía también el ruido de una persona cuando se cae por accidente y se golpea contra el suelo. Abrió la puerta de su cuarto y salió para ver si alguien necesitaba ayuda o atención médica, buscó en todo el patio, subió por la escalera de la azotea, no vio a persona alguna y sólo encontró silencio.
José volvió a su habitación y se dispuso a dormir, estaba algo inquieto, nervioso y extrañado por lo que acababa de presenciar. Cerró sus ojos. Cuando por fin casi caía en la placidez del sueño, comenzó a sentir que su cama se hundía lentamente en una de las orillas. ¡ Algo se había sentado en ella!
Intentó moverse sin poder lograrlo, comenzó a sentir su cuerpo muy pesado, como si tuviera un gran peso sobre él oprimiéndole el pecho. ¡No podía respirar bien!, pensó que quizás algún ladrón furtivo se había introducido a la habitación y quería asfixiarlo para poder robar sus pertenencias.
Abrió los ojos un poco y observó una silueta en la oscuridad, parecida a la sombra de una persona, aunque no podía distinguir bien qué era. Un escalofrío recorrió su cuerpo y le penetró la espalda, hasta la médula de los huesos. ¡El frío del miedo a lo desconocido!
José trató de relajarse. Se percató que mientras más fuerza hacía por levantarse, tenía más dificultad para respirar. Recordó que ya había pasado por algunas experiencias “con las ánimas”, ya que así nombraban las personas de Compostela a ciertas apariciones inexplicables, que le ocurrieron en los lugares donde vivió anteriormente.
Sacando fuerzas de flaqueza y armándose de valor, José Morán, decidió interrogar a ese ser espectral.
— ¿Eres de este mundo o del otro?—preguntó José.
—Del otro— le contestó una voz grave y pausada.
— ¿Y qué es lo que quieres?
—Quiero decirte—respondió el espectro–que no puedo descansar en paz o irme a otro lugar, a reunirme con mis familiares y ancestros, dejé algo enterrado en este sitio hace muchos años, antes de que el hotel existiera. Lo encontrarás cerca del baño que está en el patio donde comienza la escalera.
Después de estas palabras el espíritu desapareció.
José Morán no logró dormir bien esa noche, temía que de algún momento a otro regresara ese ser espectral a perturbar su sueño; también lo inquietaba una pregunta en su mente: ¿Qué habrá enterrado en el patio, bajo la escalera?
Al siguiente día, se acercó a la mujer encargada del hotel y le comentó su experiencia de la noche anterior. Ella al escuchar su historia le dijo:
— ¡Oh sí! Desde que recuerdo, por las noches se escuchan ruidos extraños en el patio. ¡Pasos que nadie sabe de dónde provienen! Y sonidos como de cadenas que arrastran, cuando ya todos están dormidos. En ese cuarto que usted se hospedó, nadie puede descansar bien. ¡Se les aparece un difunto! Le diré algo señor José, si usted se anima a escarbar ¡yo le doy permiso! Únicamente con la condición, de que me deje el lugar como estaba antes, esto es que tape y repare los daños.
Poco después a José Morán le prestaron un pico y una pala y comenzó la excavación.
Primero rompió el piso y el cemento con el pico, siguió escarbando y se percató de que la tierra estaba un poco más floja de lo normal en una zona del pozo, se encontraba como a un metro aproximadamente de profundidad y comenzó a salir una tierra más negra, la cual parecía estar mezclada con carbón. De pronto, vio aparecer ante sus ojos un objeto circular, era un gran plato blanco de cerámica fina; prosiguió con la exploración y apareció otro platón muy similar al anterior; bajo el plato, José dio con el hallazgo de una piedra muy singular, la retiró prontamente del pozo y la limpió con un trapo,estaba bastante sucia por permanecer enterrada tanto años.
Observó detenidamente la piedra, que era de 12 cm de ancho por 22 cm de largo, en forma de un cubo alargado rectangular. José examinó la piedra con curiosidad, descubrió que tenía unas letras escritas en otro idioma que él no comprendía, con inscripciones y una fecha grabada: 1782. José Morán había encontrado lo que parecía un mapa.
La encargada del hotel le regaló los hallazgos encontrados a José, los dos platones de cerámica fina que encontró en el pozo y la piedra. José regresó a Ciudad Obregón con el tesoro. Pasaron algunos meses, José, intentaba descifrar el mensaje que contenía la piedra. La llevó con diferentes especialistas. Quienes descifraron el mensaje de la piedra llegaron a la conclusión de que se trataba del mapa de un gran tesoro, el tesoro de un barco que fue hundido en el mar, en algún lugar cercano a Baja California.
Posiblemente el tesoro de un galeón español, cargado de plata, oro y joyas preciosas, que zarpó de México rumbo a España en los tiempos del Virreinato. O tal vez era el tesoro de alguna de las misiones Jesuitas o Franciscanas de la región y…¿por qué no? ¡un tesoro de audaces piratas!
Al año siguiente, José Morán regresó al puerto de la Paz. Lo contrataron de nueva cuenta como mariachi y se hospedó en el mismo hotel del año anterior. Al verlo, la encargada del hotel lo recibió con agrado y le comentó:
—José…desde que usted escarbó y se llevó esos platos de cerámica y la piedra, ya nunca más han asustado a nadie. Ya no se escuchan esos ruidos extraños en el patio por las noches. ¡Muchas gracias por haberlos encontrado!
La piedra permaneció por muchos años en posesión de José Morán. Varias personas conocieron la roca, que terminó como donación a un museo en Nayarit.
José Morán nunca logró iniciar la búsqueda de tan valioso tesoro. Era una persona de condición humilde y carecía de recursos económicos para realizar una expedición de tal magnitud; pero siempre existió en él la ilusión de realizar esa búsqueda y ese deseo enorme de gran aventura.
¿Y qué fue de la piedra? Tal vez siga existiendo, guardiana silenciosa de un mapa de un valioso tesoro, escondido en un barco que reposa en el fondo del mar esperando volver a ver la luz y ser encontrado.
Ese señor fue mi abuelo don José moran solorzano en paz descanse el mejor abuelo que dios me pudo dar que emoción saber que su historia aún sigue viva esa piedra la dono al museo de compostura y de ahí se la robaron fue lo último que supimos